Archivo por meses: enero 2007

La novia

Sandra se mira en el espejo con el vestido de novia puesto. Su madre la observa desde un rincón de la habitación. El día ha llegado. Ya maquillada, Sandra se concentra, para no sudar demasiado por las axilas. Su madre dice;

– El vestido se ensuciará por abajo, pero no te preocupes.

Su madre se acerca y alisa la enorme falda abombada, y dice;

– No te preocupes, no se verá, el vestido está hecho para que no se vea.

 

Sandra hace poses sin sonreír viendo a su doble en el cristal. Su doble con el vestido de su abuela y de su madre; el vestido arreglado para parecer menos antiguo, y lavado y frotado con remedios caseros para parecer menos amarillento.

– ¿Qué pasa, hija? ¿No te gusta? – duda su madre.

– Sí.

 

Ya en el coche, camino de la iglesia, Sandra procura recoger el vestido, que se expande por el asiento trasero del coche, y su madre dice;

– Estate quieta, el vestido va a su bola.

– No, no es eso.

– ¿Qué?

– No me he puesto el liguero.

Su madre la mira, con la cara roja y resbaladiza por varias capas de potingue, y dice;

– Es igual, luego tu padre ya irá a buscarlo.

– Ah…  y ¿dónde está?

– Ha ido hace una hora a la iglesia, se ha levantado muy temprano

– Tengo mucho calor…

– Paciencia, ya mismo llegamos…

Se me ha acabado la paciencia, tengo calor, joder.

– Ya verás que guapo va a ir tu novio.

Yo no quería casarme por la iglesia.

– Bueno, tu marido, ya mismo…

No quería casarme por la iglesia, puta. Cállate.

– Hace muy buen día, cuando yo me casé estuvo nublado.

Me importa una mierda.

– Qué guapa vas.

Su madre le da un beso en la mejilla, sonoro y pringoso.

– Me voy a emocionar antes de tiempo…

Su madre saca un pañuelo, se lo pasa a si misma por el rabillo del ojo derecho.

– No quiero estropearme el rimel antes de tiempo.

Cállate, no empieces ahora, joder.

– Estás muy seria.

Y tú eres una hipócrita.

– No dices nada, hija.

Joder…

– Yo el día de mi boda estaba muy nerviosa, no paraba de darle la lata a mi madre….

No quiero casarme.

– Le preguntaba cosas todo el rato…

No quiero firmar nada. No le odio ni nada, pero no quiero casarme.

– Y tenía miedo de tropezar por el pasillo con el vestido y caerme al suelo.

Joder, por qué tengo que casarme. Eso es que no le quiero como yo creía.

– Y delante del cura se me nublaba la mente…

Si no quiero casarme es porque no le quiero.

– ¿Me escuchas?

– Sí

– Estás como ida, hija.

– ¿Llegamos ya de una puta vez o no?

Su madre se la queda mirando.

– Oooye… ¿y esa lengua?

Me gusta follar con él. Y nada más. Eso es.

– No sé a que viene cabrearse ahora. Tranquilízate un poco, no te quiero ver de morros delante de la gente.

Y Sandra piensa: Tengo trentaicinco años. Joder, trentaicinco años…

– Más vale que no mires así a tu novio, o no sé qué se va a pensar…

 

El coche frena y aparca justo en frente de la iglesia. Sandra sale a trompicones mientras su madre desengancha el vestido de tres o cuatro puntos distintos del interior del coche. El sol azota desde arriba. Sandra tiene la cara mojada entre el sudor y el maquillaje. Intenta echar a andar y casi no puede respirar. Su madre coge la cola del vestido.

Sandra se frena. Procura respirar hondo. Su madre habla sin parar;

– Vamos, hija. Te están esperando todos dentro. ¿O quieres llegar tarde?

– ¡Cállate, joder! ¡No vamos a llegar tarde! ¡Vamos sobradas de tiempo! ¡Déjame respirar, hostia!

Su madre se queda perpleja. La gente que pulula fuera de la iglesia gira su cabeza hacia la novia.

– Pero… ¿qué te pasa? ¿por qué me quieres hacer pasar vergüenza? – dice su madre, y se aleja, hacia el portón de la iglesia. Sandra se queda quieta, de pie, observando como todos la miran.

 Al rato, de la iglesia, sale un tío de negro, repeinado. Cuando Sandra enfoca se da cuenta de que es su novio. Y llega hasta ella, y dice;

– ¿Qué te pasa, mujer?

Sandra le mira, largamente, seria,  parpadea, una, dos veces, y murmura;

– Vamos adentro…

Al entrar los dos, cogidos de la mano, la gente se pone en pie y comienza a aplaudir. El sonido estridente del órgano comienza a sonar. El novio dice cuchicheando;

– ¿Otra vez discutiendo con tu madre?

A ti qué coño te importa.

– Siempre estáis igual.

Sí, y tú también.

– Con lo buena mujer que es…

Gilipollas…

– Relájate un poco, coño.

Trentaicinco años, y lo mejor que he conseguido eres tú.

– No camines tan rápido.

Y qué más da.

– ¿Sonríe un poco, no?

Sí, para acabar siendo como mi madre.

– Joder, ahora no vayas tan despacio

Puto gilipollas…

– Así, así… ahora vamos bien.

Nunca hemos ido bien…

– Sonríe un poco.

No pienso sonreír.

– Luego nos acordaremos de estos momentos y nos reiremos a carcajadas, mujer, ya verás.

 

 

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Una chispa

– Mi madre dice que debería afeitarme con más frecuencia.

– Ya…

 

Si, hay veces que debería cerrar la puta boca. Su cara blanca y redonda de niña bien decía con la mirada: Tu madre tiene razón.

 

Ves a todos esos tíos como salidos de una cadena de montaje, con el pelo corto engominado, y piensas: No quiero ser como ellos.

Si, soy muy duro, pero Marta, la chica de la cara redonda, quiere acabar con uno de esos tipos fabricados en serie. En fin, su vida compartida con la mía duró un café. Mejor para los dos. La chispa que provocó el encuentro ya es lo de menos.

Después del café y la cara redonda me dirijo por la calle a ninguna parte, con los cascos puestos, con los Radiohead, que son algo así como los Beatles de nuestro tiempo. Las melodías pegadizas y los himnos por la paz han dado paso a las canciones deprimentemente bonitas, y a las baladas suntuosas. A mí me parece bien.

Kurt Cobain se pegó un tiro en la cabeza y yo siempre me he sentido de acuerdo con él. Claro que, todo es cuestión de gustos. Yo el arma no la dirigiría a mi cabeza; por eso él ahora es un mito, y yo, bueno, como mucho un terrorista reprimido, un anarquista que se rinde cada vez que llegan las elecciones.

Caminando, sin más, acabo en un polígono industrial. Un coche merodea, arrancando y frenado de golpe, una y otra vez. Deduzco que alguien está haciendo prácticas.

Y si, hay un padre copiloto con su hijo al volante. El padre intenta enseñar a su hijo, y, sin embargo, él no lleva el cinturón puesto. El chico parece estar emocionado de descubrir los secretos de la conducción. Lo estará hasta que descubra que su padre no le dejará sacar el coche ningún sábado, hasta que se canse de discutir con él. El tiempo que tarde depende del ambiente familiar. Pero claro, cada familia es un mundo. El chico intenta aparcar entre dos piedras que antes ha puesto su padre. Lo consigue. Sigo caminando.

En las puertas enormes de las fábricas y los almacenes el suelo está sembrado de colillas. Yo añado unas cuantas más sin pensar en nada en especial. La nada es protagonista la mayoría de veces, incluso cuando piensas que hay algo. Son esos momentos en los que no te estas divirtiendo especialmente, pero con el tiempo crees que sí lo hiciste. Esos momentos se convierten en recuerdos que aliñas como una ensalada, y cuidado, porque podrías acabar convirtiéndolos en los mejores momentos de tu vida. Aunque bueno, hay cosas peores. Podría hacer una lista de cosas malas, una de cosas peores y otra de cosas trágicas; tres listas. Sin embargo solo podría hacer una lista de cosas buenas. Pero es igual, no pasa nada, soy yo el que piensa así; yo, y unos cuantos mas, mientras se pudren progresivamente mis pulmones. Solo pasa que espero a que salte una chispa, nada más.

A lo lejos, aun entre almacenes, veo a alguien; una chica. Ya estamos… Es una de esas personas que ves y tardas una par de minutos en asociarla a su imagen pasada de colegiala. Nunca había tenido especial confianza con ella. Yo no intentaba levantarles la falda a las chicas de niño; esperaba a que otros lo hicieran. La chica se acerca a cada paso que doy. El diálogo se ve venir desde lo más lejos que puedas imaginar.

La ciudad, un polígono industrial, yo y ella, y después, las montañas, bueno, esas mini-montañas pos-cuidad llenas de cosas como condones usados, y sí, mas colillas.

Y ahí va, el diálogo prefabricado, marca de la casa “cómo parecer educados”;

– ¡Hola! – dice ella

– Hola, como estas – digo yo, echando humo por la boca, sin querer, en su cara.

Ella sonríe, acuclillando los ojos.

– Perdona – me disculpo.

– Tranquilo, yo también soy fumadora

– Pues quizá deberíamos huir al desierto…

Sonríe sinceramente, y yo respiro aliviado.

– Joder – suelta –, me ha sorprendido mucho verte.

Es malhablada, fuma, me gusta. Su aspecto ha mejorado ostensiblemente. De hecho cualquiera saltaría encima de ella sin dudarlo.

– Es que, ahora me vienen muchos recuerdos. Tú me gustabas cuando era pequeñita – dice, arrepentida, una décima de segundo después de haberlo dicho. Está bien, esto no está resultando como yo esperaba. Yo también me equivoco. Intento aliviar la tensión;

– Bueno… y ¿de donde vienes?

– De ver a mi novio, trabaja por aquí cerca.

Y otra vez odio a otra persona sin ni tan siquiera haberla visto. Nos pasa con frecuencia. A los humanos.

Intento reprimir mi cara de decepción y odio a lo desconocido. Me dice que la acompañe, que va en la misma dirección. Así que ahí estamos, caminando otra vez, en dirección contraria a la que venia. Me suele pasar, lo de desandar caminos, en la vida.

Y no se si este va a ser otro de esos momentos sobrevalorados en el futuro. Intento no obsesionarme. Me dan ganas de cogerle la mano. Me pregunto si es porque tiene novio, o si me gusta de verdad. En realidad era una de las pocas personas a las que no odiaba en el colegio. Era aplicada y no se metía con nadie. No tenía esa crueldad de los niños que puede convertirse en política al crecer. Torturas al compañero que lleva gafas y después estudias porque tus padres te dicen que lo hagas. Y entonces llegas muy alto y tienes a mucha más gente con o sin gafas a la que torturar. No sé qué es, pero hay algo que falla. Ella me roza la mano sin querer. Yo miro hacia otro lado. Si esto es amor yo me haré adicto a algo muy perjudicial; más que el tabaco. Esto me matará. La gente no consume droga porque si. La consume porque hay muchos momentos “nada” que ocupar. Este, para mí, no es uno de esos momentos, y sin embargo sigo fumando. Ahora ya no se si moriré por amor repentino, por droga dura o por el tabaco. A veces me da la sensación de que hay una dosis individual de pensamientos que tienen que ver con la muerte para cada uno. Y creo que hay tanta gente que obvia el tema que algunos tenemos que acaparar todas las dosis. Se puede decir que la primera vez que me he enamorado la muerte ha sido lo primero en lo que he pensado. Eso no dice mucho a favor del amor. Quizá por todo esto hay gente que se suicida por amor y todos los demás piensan; ¿Por qué lo ha hecho?

 

Ya convencido de que este no va a ser un momento “nada”, suelto pullas, intentando hacerla reír. Cuando haces reír a una chica es brutal; sencillamente brutal, la sensación que te invade. Su sonrisa no es especial ni mas bonita que otras, bueno, ahora lo es para mí. Pero eso no significa nada, como la mayoría de cosas. Un dolor imaginario en el estómago me da cuando recuerdo que tiene novio. Quizá en lugar de estomago debería haber dicho alma. Pero tampoco significa nada. Las cosas que significan algo somos incapaces de explicar lo que significan. A esto la gente lo llama amor, sí; eso de color rosa que es imprescindible sentir antes de morirse (según la mayoría); sin embargo esto, seguramente, implica que alguien va a acabar sufriendo. Y nadie quisiera sufrir un solo día antes de morirse.

 

Desandando el camino veo las mismas cosas que al venir. Pero ahora las veo enamorado, si es lo que me pasa, claro. Tengo ganas de ladear un coche hasta tumbarlo. Tengo ganas de parar un tren con mis propias manos. Me siento apunto de explotar con ella caminado a mi lado. Llegamos poco a poco a la zona de las prácticas automovilísticas. No se si soy yo o es ella, pero cada vez caminamos mas juntos. Ardo.

Agarra su brazo derecho a mi brazo izquierdo. No se como reaccionar. Ella sonríe y apoya un momento la cabeza en mi hombro, diciendo sin hablar: no pasa nada. Nada más lejos de la realidad.

A lo lejos vemos una farola doblada de forma brusca. El coche de prácticas ha arrollado la farola y se ha estampado con un muro que vallaba el patio de un almacén. El padre tiene medio cuerpo en el capo de haber salido disparado por el cristal. Al acercarnos vemos con atención a los dos, ya blanquecinos; el padre desangrado por los cristales y el chico con la cara destrozada de haber chocado la cabeza contra el cristal. Hay un charco de sangre dentro del coche. Ante todo esto, la que ya considero mi chica, se tapa la boca. Yo digo;

– El padre estaba dándole unas lecciones prácticas, los vi al venir. El chico debe haberse puesto nervioso y ha apretado el acelerador cuando tocaba pisar el freno. Está ardiendo, habrá saltado alguna chispa.

No reaccionamos ante lo que vemos. No llenamos la escena de vehículos con sirenas. Todo estaba brillando esta tarde que ya oscurece. No es justo. Ella se sienta en la acera, cerca del coche. Yo me siento a su lado. Apoya su cabeza en mi hombro. Me agarra la mano. Me dice;

– Antes te he mentido. Mi novio me tenía que pasar a recoger a la salida del trabajo. Pero no se ha presentado, hace tres días que no lo veo, joder… tengo cuarenta minutos a pie hasta casa.

 

 

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Voz en off

La rayita parpadea en la pantalla, sin parar. La hoja electrónica blanca sigue blanca, desde hace días. La torre del ordenador respira largamente, con ese ruido constante. Debería escribir algo ya de una vez. Algo que no apeste tanto como lo anterior escrito por mí, días atrás. Años atrás.

Y como tanta gente ha hecho, me pregunto: ¿Hay alguna idea original en mi cabeza? ¿Hay algo que esté cerca de hacer sentir algo a alguien? ¿Puedo escribir algo que no se limite a ser un pasatiempo sin más? ¿Se puede forjar el talento?

No, no se puede forjar el talento. El talento sólo se tiene, como el que tiene los ojos verdes, o el pelo rubio de verdad. Puedes escribir con frases cortas y minimalistas como Bret Easton Ellis, o sin puntos y a parte como Saramago. Puedes hablar de sexo y de drogas, como Burroughs o Bukowski, o como Irvine Welsh. Pero con todo, en la raíz, sigues siendo tú, con tu cara y ojos anodinos, y tus entradas, sin poder disimular nada con un tinte. Sigues siendo tú delante de la página vacía, con el reto de crear algo realmente propio que sobrevuele sobre exactamente los mismos temas de siempre, pero de otra manera. Otro estilo fresco y original, con el que probablemente nunca des, porque puede que no tengas talento.

Lo malo es que no puedes mejorar tu creación artística igual que puedes mejorar tus abdominales; no basta con ponerse cabezón. Lees novelas y ves películas y escuchas música, y piensas que deberías ir al teatro de vez en cuando. Te alimentas de nihilismo cachondo de escritores americanos, y tomas nota de los diálogos que te hacen gracia cuando ves una película de Woody Allen o de Robert Altman. Caminas por la calle y te fijas en los detalles a partir de los cuales puede saltar la chispa para escribir algo interesante que no haga bostezar. Procuras evitar los tópicos y no resaltas las instantáneas bonitas ni las piernas desnudas de alguien con quien te topaste en el tren ayer. Escribes como quien cocina y te sirve el chuletón aun sangriento, para que la gente haga como mínimo una mueca mientras te lee. Intentas paralizar a una lectora imaginaria muy guapa cinco líneas antes de llegar al final de tu relato; imaginas a un amigo no pensando: <<Qué coñazo>>. Intentas atrapar a cualquiera que comience a leer tan solo por la primera y genial frase. Y mientras piensas en todo esto, lo escribes, para hablar sobre el bloqueo; sobre la rayita que parpadea y sobre la hoja electrónica blanca que sigue blanca; lo escribes para buscar algúna metafora que esté bien; <<La torre del ordenador respira largamente…>>. Lo escribes para reflexionar sobre la posibilidad de aumentar tu talento con la practica; <<¿Se puede forjar el talento?>>, y así poder dar tu opinión sobre el tema. Lo escribes para sacar a relucir nombres de algunos escritores que hayas leído: << Bret Easton Ellis, Bukowski…>>, para que el que lea esto piense: “Este tío ha leído mucho”. Lo escribes para encubrir tu insatisfacción con tu físico disfrazando el tema de metáfora: << …en la raíz, sigues siendo tú, con tu cara y ojos anodinos>>. Lo escribes para hablar sobre “el chuletón sangriento”, concepto que, al haber pensado en él, has creído que era genial para no hablar otra vez de “el estilo crudo”. Lo escribes, finalmente, para sacar a relucir el mito de la lectora atractiva que muchas veces imaginamos cuando escribimos, como motivación. Y cuando llegas a ese punto, lees el texto, y piensas: Qué coñazo. Y entonces se te ocurre una idea tramposa, que es ir repasando el texto que has escrito sin dejar de escribir, insistiendo sobre los mismos temas a la vez que desmitificas tus propias ideas, buscando la sonrisa congelada en la lectora atractiva y engañándote a ti mismo creyendo finalmente que no estás bloqueado, y que lo de la rayita que parpadea en la pantalla y la hoja blanca que sigue blanca, en el fondo, es solo otra excusa para comenzar el texto de alguna manera para llegar hasta un punto (este) en el que no sabes como acabarlo.

 

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Lloros en los zarzales

– ¿Qué quieres hacer?

Natalia tiene a su bebé en brazos, en la cama del hospital. Dos horas de vida. Y Rubén dice;

– ¿Eh, Natalia?

Natalia mira al niño.

– ¿Qué vamos a hacer? – Insiste Rubén -, ¿eh?

Natalia sigue mirando al niño sin nombre.

– Ya lo hablamos, Natalia. Ya lo hablamos. O es nuestro o no es de nadie.

Natalia mira a Rubén, y luego otra vez al niño.

– No quisiste abortar. Y ya lo hablamos, joder.

Y el diálogo prosigue, envuelto en un sin sentido;

– Pero tú dijiste que…

– No, lo que yo decía es que…

– Ya, pero da igual que….

– No, no da igual que…

El niño sin nombre rompe a llorar, con quejidos histéricos de recién nacido, punzantes y minúsculos. La enfermera entra en la estancia, interrumpiendo la discusión, mira al niño, y de soslayo a los padres, y vuelve a salir. Natalia dice;

– No podemos quedarnos con él.

Rubén resopla. El niño sigue llorando, sin nombre, con la cara empapada, salada.

– Ya sabes que no – insiste Natalia -, sabes que no.

Rubén le coge el bebé a Natalia. Y sale de la habitación. Natalia alarga los brazos en dirección a la puerta, sin moverse de la cama, y prácticamente grita;

– ¿Qué vas a hacer? ¿eh?

 

 

 

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Apocalipsis

Querido diario;

Hace mucho que no escribo.

 

Nos sacaron de clase sin dar explicaciones. El Ejército.

Era turbador. Después yo me enamoré. Y después viene cuando supe que se había acabado el mundo. Yo solo tengo dieciséis años, y ya he visto muchas mas cosas de las que nadie en la historia ha visto.

Ah, y después me acusaron de necrófila. Fue divertido. Es divertido. El mundo está patas arriba. Y casi todos han muerto. Pero yo no. Pasaron muchas cosas. Muchas. Esto es, más o menos, la historia de cómo se acabó el mundo para la mayoría.

Mi crecimiento personal.

 

Durante la clase de matemáticas dos señores del ejercito llamaron a la puerta. Después supe que era el Apocalipsis el que llamaba a la puerta, pero en aquel momento resultaba muy emocionante salir de clase. Aunque dejó de ser divertido cuando nos metieron en un camión del ejército, y nos llevaron hasta una zona que no sabia ni que existía.

 

Al final acabé en un Bunker con dos matrimonios jubilados, y con Marta, y con el chico que me gusta. Es decir, solo éramos siete personas. Era extraño, pero mejor así. Aquel sitio era pequeño y gris. Había humedad. Yo estaba cagada de miedo, emocionada, y con ganas de decirle algo a… al chico que me gusta.

Me gustaba.

Me gusta.

Pero bueno, eso es otro tema. El caso es que el chico que me gusta aun no tenía nombre para mí porque era alumno nuevo, y el día de la clase de matemáticas era solo el segundo día de clase después de las vacaciones, y yo no asistí al primero, y el primero es en el que se hacen las presentaciones, así que… es… el chico que me gusta…

Gustaba.

Gusta.

Ya estamos otra vez.

Como dije antes, pasaron muchas cosas.

 

El primer día en el Bunker todos hicimos gala de nuestro pánico. Se oyeron frases pre-apocalípticas de todo tipo.

<<Nos van a matar>> o <<Nos quieren matar>> o <<Un meteorito, seguro que es por un meteorito>>.

Si, se dijeron muchas chorradas. Excepto una. Nadie dijo nada a propósito de cierta posibilidad. Nadie, excepto yo;

<<¿Y una invasión extraterrestre?>>

Todos me miraron.

Joder, ¿nadie quería reírse un rato?

Además, los yayos ya tenían un pie en la tumba. Marta es gilipollas, y después… después está el chico que me gusta, que… no nos engañemos, cuando te gusta alguien y no estas segura de ser correspondida la persona amada se convierte en un incordio.

Y allí estaba yo, encerrada con el chico que me gusta y con la chica más desarrollada de la clase. A estas edades unas buenas tetas son lo que realmente cuenta. Un chico de quince años es altamente impresionable con eso. Yo tengo las tetas pequeñas.

Y claro, la cosa no siguió bien.

 

Nos traían comida abriendo la única compuerta que había en el techo. No nos explicaban nada supongo que por esa manía de los gobiernos de mantener al pueblo ignorante, y así poder manejarlo a su gusto.

La cosa no iba a seguir bien, y no siguió bien. Al quinto día Marta comenzó a morrearse con el chico que me gusta. En realidad ya sabía como se llamaba en ese momento pero, que se joda. Era asqueroso. Se morreaban todo el día. Y todo el día él le estaba manoseando las tetas, y dándole palmaditas en el culo. Y hasta una noche me despertaron… con ruido. Pero no quiero pensar en ello. Así que, el chico que me gusta paso a ser el chico que me gustaba.

Si, el chico que me gustaba le metía la lengua hasta la campanilla a Marta mientras los yayos miraban, y hacían comentarios sobre lo bonita que es la juventud.

Su puta madre es bonita.

Que os den por culo, pensaba yo.

Un día, ya muy enfadada, y entre risas, dije mirando a los abuelos;

-Si no nos sacan de aquí pronto, ustedes ya mismo se nos mueren.

Y todos me miraron.

 

 

Cierto día entró un señor de uniforme en el Bunker. Preguntó por mí, con nombres y apellidos.

Después, muy serio, me dijo;

-Tus padres han muerto.

O algo así. Y se quedó paralizado, sin saber que mas decir. Y se fue, sin escuchar la lluvia de preguntas comunes que después le cayó encima. Pero yo no dije nada. Marta se pasó el día con sus tetas apretadas a mi, abrazándome, mientras yo permanecía en estado catatonico. El chico que me gustaba no hacía nada.

Yo rezaba para que cuando saliera de aquí todo estuviera arrasado.

Rezaba para pasar el resto de mi vida entre miseria y ruinas.

Rezaba por una muerte lenta.

Pensaba que si al salir de aquí todo seguía igual, no lo podría soportar.

Pensaba: Muerte, muerte, muerte. Y no concretaba. Solo quería muerte. Mía o ajena, ya me daba igual. Eso era lo que me pasaba, que ya me daba igual todo.

Mi vida había pasado ya a otra fase. Mi cinismo se multiplicó por mil. Y mi nihilismo se convirtió en mi religión, y yo en una auténtica devota. Autoflagelación, misas negras, gente arrodillada ante símbolos. Me encantaba pensar en todo eso. Durante días me convertí en carne de secta. Solo me faltaba tener los ojos rojos, vomitar sangre.

 

 

Al cabo de unas horas me calmé. Pasó algo.

Una de las viejecitas dio todo un discurso comentando que su vida sexual con su marido “aquí presente” sigue siendo muy activa, y que aquí, en nuestra compañía, ya llevaban mucho tiempo sin hacerlo, sin “hacer el amor”. Se me puso la piel de gallina. Dijo que esa noche, mientras nosotros durmiéramos, y con nuestro consentimiento, ellos querían “hacer el amor”.

Todos asintieron, enternecidos. Yo no dije nada. Ya había perdido la cuenta de las cubanas que Marta le había hecho al chico que me gustaba mientras pensaban que nadie mas estaba despierto. Puta…

Los yayos comenzaron a retozar a las doce, completamente desnudos, y convencidos de que todos nos habíamos dormido ya. Las distancias allí eran demasiado cortas, y los camastros hacían demasiado ruido, sumado al la impresión de toda aquella carne arrugada y a los gemidos apagados de la señora, aquella noche fue bastante desagradable. Aunque por lo menos el chico que me gustaba se quedó sin su sesión de tetas lolitescas.

 

Al día siguiente la mujer estaba hiperactiva.

 

Y a mediodía nadie vino, no hubo preguntas a ningún señor de uniforme. Comenzamos a sufrir de verdad.

Hambre.

 

Pasó lo que mas miedo nos daba. Dejó de llegar comida. Lo cierto era que si no salíamos de allí era por miedo. No estábamos encerrados. Y la posibilidad de un virus ya la teníamos casi descartada. Los soldados que nos traían la comida venían sin ningún tipo de protección o escafandra, y nosotros no estábamos en cuarentena que supiéramos. Así que, nos pusimos en huelga de hambre forzada. Aguantaríamos un día mas. Y después saldríamos al exterior.

 

El día siguiente se hizo eterno.

Yo, cuando era más pequeña, me comía los mocos. Es cierto. Dejé de hacerlo, cuando un día, descubrí algo, frotando con mis dedos debajo de mis bragas, ALLÍ. Me descubrí sexualmente al mismo tiempo que dejé de comerme los mocos. En realidad fue hace solo un año. No quería que los chicos me vieran con el dedo en la nariz, y quería que no solo fueran mis dedos los que frotaban ahí abajo. Quería placer externo. Quiero todo lo que está teniendo Marta todas las noches. Putas tetas… Eso quiero, follar. Pero ese día volví a mi costumbre infantil. Y ya no me importaba que me vieran. A la mierda con eso. Tenía algo que llevarme a la boca. Todos me miraron y me criticaron. Me hablaron de educación. Todos, menos el chico que me gustaba.

A las diez de la noche hubo alguna llorera, por el hambre, de la viejecita ninfomana. Nadie se podía dormir. Hacia las siete de la tarde de ese día, antes, el chico que me gustaba había pasado a ser de nuevo el chico que me gusta. Se sentó a mi lado sin mediar palabra. Marta estaba destrozada. Mis tetas, por alguna razón, le estaban comiendo el terreno a las suyas. Las circunstancias facilitaban esos comportamientos compulsivos. Y por mi, bien. Esa noche cumplía los dieciséis años, exactamente a las doce y media de la noche.

Cabalgué encima del chico que me gusta. Al principio dolió un poco, y hubo sangre. Pero después no dolió, y me aseguré de que Marta lo oyera todo. No se si era venganza o que, pero disfruté. Él lamió mi sangre, y me dio un poco de asco, pero me encantó, y fue la noche más excitante de mi vida, durante lo que aun no sabía que era el fin del mundo.

Por la mañana, temprano, salimos.

 

El único consejo que podría dar es: Si te meten en un Bunker apaga el móvil, no hagas como en el cine. Por algún tipo de intuición yo lo apagué. Al salir del Bunker nos encontramos lo que yo quería. Un paraje desértico, con coches volcados y edificios en ruinas, el cielo azul, y el sol azotando. Muy a lo lejos se veía el edificio al que una vez me llevó mi padre, y en el que se daban clases a chicos superdotados. No encajé. El edificio estaba literalmente partido por la mitad, con la otra mitad en el suelo, derruida. Había otros edificios iguales. A lo lejos corría un elefante. Algunos coches aun ardían después de vete a saber lo que fuera que había pasado. Era lo más tétrico y bonito que había visto jamás, y no tenía que ver con la vida, ni con la poesía. Conecté mi móvil y la batería estaba por la mitad. Llamé a todo el mundo que había en mi agenda y solo se oía estática, lo cual quizá se podía traducir en la muerte de todo el mundo que estaba en la agenda de mi móvil.

Y caminamos.

 

Nos metimos en una casa que encontramos. Estaba medio derruida. Por alguna razón yo pensaba que todo esto tenía que acabar pronto. No se de que modo, pero si acabar.

Aunque mientras tanto, al llegar la noche, me follaba cada día al chico que me gusta, mientras las tetas de Marta pasaban hambre. Si, en eso estaba, porque veía acercarse el fin. Es otro consejo que podría dar: Si ves que se acerca el fin, folla.

 

En el vigésimo día de nuestra convivencia en la casa derruida, una facción armada de “la resistencia”(que es como se presentaron ellos) vino a “rescatarnos”. Pero… ¿resistencia a qué?

 

Al cabo de tres horas y ya en un edificio sano, al que no había llegado la destrucción, dos tipos de corbata metieron a los yayos en una habitación. “Niños no”, dijeron.

Yo pegué la oreja a la puerta;

“El caso es que… la… asi qu… est… y no pod… aunqu… y buen… todo pod… y no puede ser que… a no se… y clar… la invas… los clar… de la n… nodriza…”

¡¡¡JA!!!

Ya está, los marcianos, les dije al chico que me gusta y a Marta.

Después me llevé al chico que me gusta y me lo tiré en el lavabo, como para celebrarlo. No se que había que celebrar, oh si, que estábamos vivos. Marta se quedó sola en la sala de espera, ella y sus tetas, que pronto serían absorbidas por algún bicho de otro mundo, pensaba yo.

Y me clavaba en el chico que me gusta, hasta que vi que cerraba los ojos, y sacaba una babilla por la boca. Una babilla blanca y verdosa. Me levanté de él.

Muerto.

 

 

Dos horas después yo y Marta declarábamos en una oficina de la policía. El poli nos miraba. Dijo algo así como;

– Supongo que ya sabréis lo de los marcianos…

Marta puso los ojos como platos.

Yo no entendía nada. No a estas alturas.

Se llevaron a Marta a otro cuarto y hablaron con ella, largamente.

Después me llamaron a mí.

El policía paseó un rato alrededor de la mesa en la que yo estaba sentada. Y cuando ya pensaba que mi vida no podía ir mas a la deriva, el tipo dijo;

-¿Te excitan los cadáveres?

 

Así que esto es lo que ha pasado desde que no te escribo. Ahora estoy en un reformatorio casi vacío. Me hacen hablar sobre mis padres y sobre todo lo que me hace sufrir. Pero es divertido hacer el papel para ellos. De repente el mundo se ha vuelto interesante. El chico que me gustaba estaba algo así como abducido, encontraron algo extraño dentro de él. De ahí su comportamiento extraño. Dicen que los alienígenas se han mezclado con la poca población humana que queda adoptando nuestro aspecto o algo así. Me dijeron que mi fluido vaginal pudo hacer reacción a su sistema corpóreo y el chico que me gustaba murió. Aunque pudo ser mi sangre. Pero me gusta pensar que maté a un alienígena a polvos. También me dijeron que no dijera nada. Me hicieron firmar algo.

Los informativos dicen que van a volver, para quedarse, o que es una posibilidad.

Yo no puedo parar de pensar en el sexo. Y tampoco puedo parar de pensar en el Apocalipsis.

 

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Serezade

Si en tu vida te equivocas en el momento indicado puede que todo pierda emoción y sentido. Puede que todo se vuelva previsible y terminal.

Los mosquitos se pudren en el parachoques en la parte delantera del coche. Serezade conduce muy rápido. Maldecía a sus padres por el nombre que le habían puesto; todo el mundo le comentaba lo bonito que era  y ella tenía que contestar: Gracias.

Todo el mundo da las gracias a todo el mundo; eso es algo que ella detesta, la mayoría de veces solo es educación seca y fría. Apariencia. Cada vez que da las gracias se siente como una hipócrita, excepto cuando está realmente agradecida, pero de eso no tiene ningún recuerdo.

Ahora Serezade esta huyendo de casa. Huye de los problemas. Hace lo contrario de lo que el sentido común social te aconseja.

En el asiento del copiloto hay una niña de 6 años amordazada; su hermana. La hermana de Serezade no tiene culpa de nada; solo tiene 6 años. Se llama Maria.

 

La libertad condicional tiene presa a la tranquilidad de Serezade. El juicio aun está demasiado lejos.

 Hace unas semanas salió a dar una vuelta con una amiga. En una sala recreativa había uno de esos juegos en los que has de intentar atrapar un peluche con un artefacto de metal. Unas garras. Una vez has colocado el artefacto en cuestión en la posición deseada el artefacto baja e intenta pinzar el peluche.

Serezade consiguió uno especialmente feo. Al peluche le colgaba un porro y tenia los ojos inyectados en sangre con pintura roja.

Serezade lo colgó en el espejo retrovisor de dentro del coche. Tapaba bastante visibilidad. Fue una torpeza. Si a cierta velocidad chocas de frente con un coche y el tuyo solo tiene airbag de conductor, un copiloto sin el cinturón puesto saldrá disparado por el cristal incrustándose en el otro coche. Así que, la amiga de Serezade murió. Homicidio involuntario.

A algún periódico llegó tan adulterada la información que llegaron a echarle la culpa de todo a la marihuana.

 

 

Del peluche fumador no se sabe nada. Desapareció. Cuando has estado apunto de morir y una persona ha muerto en parte por culpa tuya, es probable que decidas llevar tus principios hasta el extremo. Quizá decidas acelerar tu final.

Serezade le quita el esparadrapo de la boca a Maria. Ella no dice nada, solo mira con extrañeza a su hermana, pregunta;

– ¿Qué vas a hacer?

– Suicidarme cariño…suicidarme.

– ¿Qué es suicidarme?

Serezade sonríe.

Para el coche en la cuneta de la nada. Desata a Maria de pies y manos.

– Perdóname, preciosa. No sabía si te revelarías.

Esta amaneciendo.

A menudo Serezade se había preguntado lo que sentiría al matar. Serezade odia al ser humano. Nunca se lo ha dicho a nadie. Serezade ama a su hermana. Por eso todos los demás vivirán  

Ahora cava un agujero en una explanada inhóspita alejada de todo y cerca del olvido. El agujero ya es lo suficientemente grande. Del maletero saca una escopeta vieja de la que dudaba.

El tiro es certero y en la cabeza. Su hermana ya solo se pudrirá bajo tierra.

 

Serezade la entierra a conciencia y sube al coche pensando que Maria ha muerto sin conocer una gota más de crueldad aparte de su muerte repentina. Serezade ama a su hermana. Serezade va a llevar sus principios hasta el extremo más absurdo que pueda. Serezade siente odio y se convertirá en un buen reportaje para un programa de sucesos.

Serezade, Serezade, Serezade, Dios, como odia ese nombre, y no se le va de la cabeza. Esta grabado con fuego. Si realmente quisiera a sus padres los mataría. Aunque probablemente los mataría sin más.

En algún momento, mientras cavaba, se ha cortado; una de esas heridas que no sabes de donde vienen o por qué están. El sudor se está mezclando con la sangre.

El hotel en que había reservado habitación es mejor de lo que imaginaba. Alguien dijo que un porcentaje muy alto de gente solo va a los hoteles para morir o para follar. Un recepcionista podría sospechar de un suicida, y evidentemente sabría reconocer cuando una pareja le esta poniendo los cuernos a alguien. Pero la profesión se lleva por dentro.

Serezade llega hasta el recepcionista;

– Hola, tenia habitación reservada…

– Si, ¿su nombre por favor?

– Serezade Molina.

– Serezade, que bonito…

– Gracias.

 

Entra en la habitación y llena la bañera de agua caliente.

 

 

Los padres de Serezade han recibido una llamada del hotel y están de camino. Al llegar solo encuentran una habitación vacía. Después entran en el lavabo. Una equivocación puede hacer que todo pierda emoción y sentido. Serezade colgó un peluche demasiado grande en el retrovisor.

 

 Si te equivocas una sola vez en el momento adecuado, puede que todo se vuelva previsible.

 

La bañera está llena de agua roja. Asoma la cara blanca de Serezade con los ojos cerrados. Hay un cuchillo en el suelo. La madre de Serezade se derrumba sollozando. El padre también.

Serezade odiaba al ser humano. En el suelo hay un folio doblado varias veces. Al desplegarlo, en letras grandes, hay escrito con rotulador un enorme “GRACIAS”.

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Declaración

Ella está de pie, y me mira, esperando. Y yo farfullo;

 

– (No sé que hacer)… Esa es la frase que mas pasa por mi cabeza. No se como afrontar los problemas, así que normalmente doy de bruces con ellos. Hay momentos en los que pienso que la vida merece la pena. No hace falta que me pase nada alucinante o maravilloso. Me basta con toparme con una buena película. Me basta con… no se… con una par de días libres para mi. Entiendo que todo esto pueda estar resultándote aburrido, pero aprovecha el momento, porque las personas no tenemos demasiados ratos de autentica y genuina sinceridad.
Yo no se como se liga. No veo la forma de no resultar ridículo. Creo que una mujer decide que le has gustado o no antes de que vayas a soltar cualquier ridícula frase ensayada. No se si es el físico. No se hasta que punto ellas sienten las cosas como nosotros, y tampoco se si eso me importa. La verdad es que todo me resulta la mar de complicado. Hay días que me resultaría imposible levantarme para ir a comprar el periódico, y otros días siento que podría llegar a ser trascendental para una autentica mejora a nivel mundial. Esa segunda posibilidad es cierto que a veces tiene bastante que ver con el alcohol, o por lo menos algunas veces; ya se sabe, no se puede generalizar; es la vía mas rápida hacia el equivoco.
No se… es como si nadie mas existiera ¿has sentido alguna vez eso?… es terrible, te pasas el día pensando en esa persona y no ves a nadie que le llegue ni a la cintura en ningún aspecto. Creo que he sentido eso hacia alguien solo en un par de ocasiones, y no dije nada. Porque asumámoslo, estoy cagado, no se que hacer. No es miedo al fracaso, ya estoy harto de fracasar. Todos fracasamos, en general; solo tienes que mirar a tu alrededor durante un par de minutos. Es mucho mas que miedo, es el pavor de quizá descubrir que esa persona no solo te va ha rechazar, sino que además te va a mirar extrañada pensando que eres estúpido porque así no se hacen las cosas. ¿Alguien se ha declarado a alguien alguna vez en este mundo?… supongo que si pero… ¿cuántas veces ha terminado bien la historia?
¿Lo ves? es terrible… y cuando me siento así siempre me imagino a mi mismo diciendo algo brillante, y no esta parrafada de tópicos absurdos que solo hacen que hacer perder el tiempo a la gente así que, bueno… como te iba diciendo… el caso es que… te quier… ¡no! no quería expresarlo así, no suena realista, suena como… no se si decir exagerado pero… bueno… no se si me estas entendiendo…
Aunque como te he dicho antes, creo las chicas decidís mucho antes de lo que pensamos si os gustamos o no, así que… seguramente ya has decidido algo. No te preocupes, ya me callo. Ahora puedes hablar tú. Es que los nervios son los que me hacen hablar o… o peor aun, los nervios hablan por mi, es terrible, en serio. No se que decirte, no… ya no se me ocurre nada mas. En todo caso quiero que sepas que ya me da igual, no me voy a preocupar, ya no, sea cual sea tu respuesta. Eso es lo que voy a hacer. No pienses que me voy a ir a casa a llorar, bueno, quizá suelte alguna lagrimilla en el parque, pero… joder, creo que tengo derecho. Pero tranquila, ante tu inminente y casi más que seguro rechazo teniendo en cuenta este discurso neurótico en plan Woody Allen de tercera, no te preocupes, lo superaré. Tengo amigos ¿sabes?… si, muchos amigos, de los de verdad, de los que ponen su hombro para que llores y todo eso, sí, así que no pienses que estoy aterrado. Si, si es cierto que estoy nervioso. Pero no sufras, hay otras cosas, no solo estas tu; está el cine, la música, está… bueno, ya sabes todas esas cosas que valen la pena, no se… las drogas, los fines de semana… y que coño, se vive mucho mejor solo ¿no es cierto? ¡¡No, no me hagas caso!! No en eso último al menos. Bueno, si es cierto que a veces se está mejor solo, pero solo a veces, no se, es decir, mucha gente está siempre buscando pareja y otros fingen que no les hace falta y a la inversa, y los que tienen pareja quisieran estar solos y los solteros quisieran tener pareja. Lo que quiero decir, es que yo ahora si quiero tener pareja… tú. ¿Me has entendido?
Es decir, entiendo y respeto a la gente que quiere vivir sola, pero yo ahora necesito estar cont… y ¿sabes? y… bueno, es decir. Estoy intentando no sonar como un loco. Pero ya te he dicho antes que yo no supero los obstáculos, más bien los derribo como puedo. Esta vez lo he hecho hablando. Pero no te creas, también la he cagado muchas veces por no hablar. En el colegio, por ejemplo. Nunca preguntaba nada. Nunca pregunto nada. ¿Te estoy aburriendo?… por lo menos aun no te has ido y me has dejado aquí plantado, y parece que hasta sonríes. No se si te ríes de mi o si solo es un gesto reflejo ante la situación. Ahora si, he estado postergando el momento. Ahora di lo que quieras. Lo aceptaré tal y como venga, lo prometo. No pienses que te voy a mandar a la mierda ni nada de eso. Tú habla, tranquila, segura de ti misma, como si fueras una de esas chicas de los anuncios de compresas. Imagina que yo soy tu regla, no pasa nada, soy algo circunstancial, pasajero; no te preocupes. Venga, habla. Mi respuesta será cómoda para ti, mi reacción no te ha de preocupar. Tu haz como si hablaras por teléfono, después cuelgas y ya esta. Aunque estamos el uno frente al otro, o frente a la otra, ya sabes… tu tranquila. No como yo. Cada uno es como es, lo siento. Debe ser el amor, o lo que sea que siento. Ahora si, di algo, o creo que vomitaré, y hay pocas cosas mas desagradables que vomitar…

Ella espera, sonriendo, por si aun ha quedado algo por decir. Pero ya no queda nada. Y musita;
– Tienes razón, ya hace rato que he decidido si me gustas.

 

 

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Ahora, Brenda

Hace unas semanas murió un amigo mío, un sábado por la noche, o un domingo demasiado temprano. Volvía tarde a casa, con el coche.

Su novia no había querido salir esa noche.

Mi amigo de toda la vida estampó su coche contra otro, sin el cinturón puesto, a la velocidad suficiente, mientras Noemí dormía en su casa; mientras yo dormía en la mía.

Podría haber sido casualidad que yo esa noche no saliera, cuando no salía Noemí.

La novia de mi amigo. Mi amigo muerto.

 

 

Últimamente no hago nada. Ni trabajo ni estudio, ni nada. Me paso noches enteras viendo películas y leyendo. Me masturbo sin necesidad de pornografía. Pasan los días y todo lo que pienso y hago va en una misma dirección, aunque no quiera pensar en ello. Aunque no quiera reconocérmelo.

Pienso en mi amigo muerto.

Todos los días despierto algo confuso, a mediodía. Me quedo en la cama viendo la reposición de “Sensación de vivir” que algún canal emite. Cuando tenía once o doce años Brenda no me excitaba.

Muchas veces salgo de casa sin pensarlo mucho y me meto en cualquier cafetería. Pienso en el funeral de mi amigo todos los días. Todos lloraban por él. Tengo pesadillas que no consigo recordar; que me dejan una sensación desagradable en el estómago.

Pero lo que me tiene realmente tenso es el saber elegir el momento. Un momento adecuado para dar el paso adecuado, para que no se tuerza todo. Las palabras justas, el gesto necesario. En mi situación no hay margen de error. Nadie me lo perdonaría.

 

Más bien me siento como la gente que ha estado hospitalizada, esperando un transplante de corazón, y en algún sitio alguien ha dejado de respirar. Entonces el marido, o mujer o padre o hermano, ha decidido donar órganos de su ser querido. Y te han salvado la vida.

Pero los familiares de mi amigo no han tenido que donar los órganos a nadie. Y sin embargo esa muerte me ha abierto un camino a mí. Mi corazón. Un camino difícil y lleno de trampas. El camino de baldosas amarillas y resbaladizas con las que puedo partirme la crisma si no tengo cuidado. Ese camino que lleva a Noemí. El motivo por el que respiro.

En un capitulo de “Sensación de vivir” Brandon conoce a una chica hispana de la que se queda prendado. Y ella le enseña la zona mas pobre de Beberly Hills. Y Brandon toma conciencia del asunto. El gancho del capitulo: Brenda.

 

No siento que pueda montármelo bien. Noemí llevaba desde los dieciséis con el muerto. Ahora tiene veintiocho. Ahora tengo veintiocho. Noemí no tiene compromiso. Solo discos de él, ropa de él, su olor, los paseos, las vacaciones de verano, los regalos, la pasión sin límites. Y qué tiene conmigo…

Las baldosas amarillas resbaladizas. Me guiñan el ojo.

En un capitulo de “Sensación de vivir” el personaje de Andrea, la chica intelectual con gafas, no quiere reconocer su cuelgue secreto por Brandon.

El gancho del capitulo: Brenda.

 

Releyendo “Drácula” de Bram Stoker recuerdo ciertos pasajes que guardan paralelismos con mi vida. Recuerdo la frase: “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”. Y aunque ya no se si esa frase es de la novela o de la película, si sé que me gusta. Me siento un poco como el Conde. Si yo pudiera también entraría en la habitación de Noemí en plena noche, por una rendija de la ventana, hecho niebla. Pero a mí, por desgracia, solo me basta con hablar. Solo tengo que declararme a la chica que me gusta, o seguir masturbándome, o quizá ambas cosas si no sale bien todo esto. Aunque claro, masturbarse nunca está demás.

En un capitulo de “Sensación de vivir” Brandon le pide a Brenda que le substituya unos días en el “Peach Pitt”, que es el bar con el que Brandon cumple con el máximo estatus de persona respetada ya que, estudia y trabaja. Brandon tiene que dejar su trabajo unos días porque va a trabajar para una serie de Hollywood, pero claro, se da cuenta de la falsedad de ese mundo y vuelve a su entorno natural de amigos y felicidad.

El gancho del capitulo: Brenda.

 

Me va a explotar la cabeza. Voy a ir a casa de Noemí. No puedo seguir así. Coño, llevo enamorado de ella desde que Shannen Doherty tenía dieciocho años de verdad.

Me abre la puerta su madre. Lo cierto es que ya han pasado dos meses desde que murió el muerto. Sinceramente, yo ya lo he superado.

Encuentro a Noemí en la sala de estar, con semblante serio. En la tele: “Sensación de vivir”

Noemí me mira y mira otra vez a la tele, y dice;

– A mi me gustaba mucho Brandon.

– A mi Brenda…

Y Noemí sonríe un poco.

– ¿No te gustaba mas Kelly?

Sonrío, y se hace un silencio. Noemí mumura:

– A todos los niños les gustaba más Kelly.

– A mi también, pero cuando era pequeño. Porque era rubia.

– ¿Era?

– Si, es como si ya estuviesen todos muertos.

– No, Shannen Doherty sale en “Embrujadas”.

– Si, pero ya no tiene aquella cara redonda, ya no es la misma.

Estamos los dos sentados en el sillón, bastante cómodos. En el capitulo de hoy todos los chicos se van a pasar el fin de semana a Palm Springs. Todos excepto Brandon, que tiene turno en el Peach Pitt. Al acabar el capitulo sale la típica escena simpática entre Brandon y Brenda, y cada día se refuerza mas mi teoría de incesto. La otra cara de la serie.

El gancho del capitulo ha sido Brenda. Noemí se ha dormido en el sillón. Son las tres de la tarde. Y ahora, no se si realmente he comenzado a pisar las baldosas amarillas.  Cojo el mando a distancia. Cambio de canal. Están dando “Embrujadas”.

 

 

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Una salida

Siempre pensé que llegaría este momento. Siempre creí que algún día llegaría tan alto. Siempre hay salidas y soluciones prácticas. Cierto tipo de esperanza real existe.

Estoy aquí, por encima de todos, contemplándolos, de pie… en la cornisa de un edificio, a quince pisos del suelo, apunto de dar un paso hacia delante. Un paso real.

…No, no se trataba de una metáfora o un triunfo social; el triunfo es complicado; hay de muchos tipos; va con el carácter.

Si existe, iré al infierno, me dicen algunos, solo con la mirada, mirando desde abajo.

He tomado una decisión absurda y terminal, pero hay gente que soluciona su desazón pagando por que se les meen encima; historias así; pero supongo que ellos si serán perdonados, por quien sea que te tenga que perdonar; oficio que… debe ser peor que ser minero. Debe ser más difícil perdonar todos los días que haber conseguido resucitar.

– ¡Oye!

En fin. En el fondo sabia que pasaría esto. Un tipo de uniforme me grita desde la ventana más cercana.

– Oiga – le digo – no suelte ningún tópico, por favor, no me voy a tirar.

Me acerco con soltura hasta la ventana y entro en la habitación, sin pensarlo demasiado. Nunca he tenido nada parecido a la fuerza de voluntad, aunque yo nunca lo he visto como un defecto; solo como una característica. El mundo lleva toda la vida solucionando los problemas bombardeando aldeas. El suicidio es una versión mas pequeñita de ese tipo de decisiones, aunque mas respetable. Lo difícil es hablar, actuar, e intentar solucionar los problemas de una forma transparente y real. Pero mientras haya bombas, cornisas e hipocresía…

Suena absurdo, ya lo se, pero busca un trozo de coherencia real, encuéntralo, si es que puedes.

Al parecer intentar quitarse la vida es parecido a un delito. Tengo que cumplir ciertos protocolos con la policía. Todo tiene un tufillo ciertamente retrogrado, aunque no sabría decir por qué.

Al día siguiente despierto en mi piso de soltero, por culpa del despertador. No me da tiempo a pensar en que he vuelto a nacer, y en las segundas oportunidades, y todos esos rollos; tengo que salir cagando leches hacia el trabajo.

El día resulta anodino y solitario.

 

Estuve casado: ella era una chica tímida y retraída. También era una intelectual. Yo esperaba que saliese la pantera que pudiera llevar dentro. Pero no. La cosa duró tres años de novios y tres de casados. No se por qué duró tanto. Era tan vulgar, aburrida…

Ni el sexo podía salvar la papeleta. En la cama ella lo hacia con el único ímpetu de procrear. Mientras lo hacíamos ella pensaba mas en Darwin que en mi. Todo eran gestos mecánicos, con el ánimo de quien trabaja en una cadena de montaje. En un día de producción normal de por ejemplo… televisores, pueden salir doscientos o trescientos de una fábrica. Se podría decir que nuestros polvos duraban unos tres televisores. Lo digo yo que he trabajado en cadenas de montaje. Recuerdo días maravillosos en la fabrica, si los comparo con mi matrimonio. En cuanto al sexo, montábamos unos seis televisores al mes.

Aburrimiento y dos polvos mecánicos al mes durante seis años. Después, me quedé solo.

 

Siempre, cuando llego a casa del trabajo me encuentro en mi cabeza con los mismos muebles, el mismo televisor; lo analizo, tengo los mismos amigos, un trabajo anodino, (aunque ya no sea montar televisores), tengo salud y soy relativamente joven. Quizá solo una de entre mil personas diría con sinceridad: Deberías pegarte un tiro.

Sin embargo, yo solo siento desazón y sigo sin verle demasiado sentido a nada.

Lo que no sé es si esa persona que me animaría a matarme tendría razón, o si son todos los demás los coherentes. Hay que tener en cuenta que todos los demás hacen (en su mayoría) cosas muy extrañas, como ver programas del corazón o incluso apoyar con su voto a los políticos mas zafios y corruptos; cosas así, que yo no entiendo. Así que, tres días después de haber vuelto a nacer, decido tomar la sensata y meditada decisión de suicidarme.

Segundo intento;

Esta vez lo haré bien, tengo fuerza de voluntad, es decir, hoy si la tendré. Tan solo he de volver a aquel hotel, al piso quince, subirme a la cornisa, y dar un paso adelante. Puedo hacerlo, ¡sé que puedo!

Voy camino al hotel, animado ante la perspectiva. Se acabó, se acabó todo; ya esta. Voy caminando y tengo unas ganas enormes de mear, de esas que te entran casi de golpe. ¿Qué hago? ¿Meo antes de matarme? El hecho de no saber que hacer ante ese dilema me empieza a turbar. ¿Es una gilipollez, no? Voy al hotel, me tiro y ya está, ya no tengo que aguantarme más…

 

-¿Solo para esta noche? – observa el recepcionista.

– Si, solo hasta mañana…

– ¿De qué me suena su cara?

– …

– …

– Está bien… perdon, disculpe, adiós….

Y me voy. ¿Qué me hacia pensar que no se iban a acordar de mi? Joder, estuve media hora de pie en aquella cornisa. ¿Por qué he vuelto al mismo hotel, por orgullo?

Y media hora después estoy otra vez en casa. Y meo.

Si lo hago tengo que hacerlo bien. No puede haber fallos. El de recepción ya me miraba mal. Ahora soy un tipo extraño, un tipo que ha intentado matarse. El dueño del hotel no debe querer a suicidas allí. Después todo se llena de leyendas reales y dejaría la habitación impregnada de malas vibraciones. Joder, yo solo quería matarme, de buen rollo; no me molesta que la demás gente sea feliz, yo no lo soy, ¿qué tiene eso de malo? La vida te bombardea continuamente con sucesos que te hacen infeliz a medida que creces, por no hablar de que además, envejeces. De vez en cuando te pasa algo más o menos bueno, para que te lo vuelvas a pensar. Pero, joder, no nos engañemos, quien planea nuestras vidas es alguien cruel, ya sea dios o nosotros mismos. Vale, yo no creo en dios, pero soy incapaz de ser feliz, las circunstancias no me dejan; aceptémoslo. Ya esta.

Divago y divago sin parar. Y después salgo de casa. Me va a explotar la cabeza, bueno, no, no caerá esa breva.

Por la calle miro hacia arriba. El mundo está lleno de posibilidades para un suicida. Puedes morir de tantas formas y tan diversas. Están las alturas, esta la horca, están las vías del tren; también te puedes inyectar aire, pero siempre me han causado angustia las agujas. Personalmente, prefiero tirarme desde algún sitio muy alto. No sé que me hace pensar que no me dolerá. Y siempre he pensado también si no es el miedo al dolor lo que hace que mucha gente siga haciendo cuentas a fin de mes.

Pero ahora, por alguna razón, después de haber intentado suicidarme ya dos veces, me siento intocable y a salvo. Siento que las reglas y la moral ya no son para mi. ¿Qué es lo peor que me puede pasar?

Pues eso.

Ya no siento que tenga que impresionar a nadie. Ya no le debo nada a nadie. Ahora seria el matón perfecto, cualquiera podría contratarme, y, seguramente, apretaría el gatillo sin dudarlo. No podría ahogar a alguien con mis propias manos, ni practicar la pedofilia para que algún capullo la distribuya por Internet, pero si podría matar. Podría empuñar una pistola. Como he dicho antes, entre otras cosas, yo no creo en Dios. Ni en el infierno.

 

Pero a quién quiero engañar, yo solo soy alguien que está muy quemado. Sí es verdad que ahora me siento bien porque me siento aparte del mundo, pero no creo que pudiera matar a nadie, en principio. Aunque sí lo haría quizá por venganza, para vengar a alguien que quisiera de verdad; ahora solo tengo que encontrar a alguien.

Supongo que ahora mismo encajo con el tipo de persona que puede vivir y tirar adelante, sin miedo. Lo que me rodea, a cualquier nivel, ha desaparecido. Paulatinamente, estoy dejando de pensar en la muerte. De algún modo, estoy comenzando a sentirme como se siente la mayoría. Espero estar cerca de la felicidad algún día, y quizá la desidia sea un buen comienzo.

 

Y así, exento de manías, me dirijo a un burdel. Nunca he ido a ningún burdel. Al entrar todo encaja con los tópicos, las cortinas rojas, etc. Llego hasta la barra y tomo algo. Me dejan un rato, con mis cubatas y mi achispamiento.

Cuando me doy cuenta estoy delante de siete mujeres; un muestrario. El lugar sigue ciertas tradiciones. Hay una Madame que me mira, esperando a que yo elija, mientras fuma y me las presenta: esta es Loreta, esta es Vanesa, esta es Katy, esta es Mindy…

Todos nombres falsos, claro. Las observo, algo borracho, y me tomo mi tiempo. La que mas me gusta es la cuarta, empezando por la izquierda; rubia, con la cara pequeña e inocente; no mas de veinte años. Mindy junta sus piernas de forma nerviosa. Pero aun no digo nada. Me lo pienso un poco más. Y a todo esto, precisamente Mindy, dice;

-¡Madame!

– Dime, cariño…

– Tengo que ir al servicio.

La madame me mira.

– Qué me dices, tío, ¿te va la lluvia dorada?

 

 

 

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Negocios

El paisaje corre a toda prisa desde dentro del coche. Se ha oído ya alguna sirena lejana. Jony dice: Quiero que me llames Jony, todo el mundo me llama así.

Jony conduce a unos ciento cincuenta por hora. Mireia aun intenta superar el miedo en el asiento del copiloto. Y desde sus doce años ve a Jony demasiado mayor. Jony solo ve la autopista a toda prisa; solo puede ver la huida. Lejos, hacia ningún sitio. Mireia balbucea;

¿A dónde vamos?

¿Qué vas a hacer conmigo?

¿Me vas a matar?

¿Me vas a matar?

 

La gasolinera parecía vacía. Jony aparcó cerca de un surtidor y salió del coche. Dentro del local, entre pastelitos y pan de molde y refrescos Jony recordó que ya no hay tabaco en las gasolineras. Fuera aparcaba un coche de policía. Y justo después llegaba un Mercedes muy grande. De él salían un hombre y una niña. Y todo ocurrió por un paquete de Phosquitos. Jony solo tuvo que pensarlo un minuto. La niña, dentro del local, se alejó lo suficiente del señor grande que vestía de negro, y cuando iba a coger el paquete rojo del pastelito Jony la cogió a ella, salió de la tienda niña en ristre y corrió hacia el coche. La metió a la fuerza en el vehiculo y arrancó con todo el mundo que había allí mirando; lo empleados, el señor alto, la policía.

Jony no tenía dinero, y para llegar a eso hay infinidad de caminos. Pero Jony ya no recordaba cual había sido su camino hacía el desastre. Y pensó; sin dinero no hay nada, la gente habla de ser amable con los demás, y honesto, servicial, bueno, generoso, romántico; pero si no tienes dinero, para nadie tienes nada, y nada de lo que tengas vale si no es material. Las sonrisas mueren y todo se desvanece, pensó Jony, aquí, donde lo único que cuenta para todos es que puedas ofrecer tu paga a cambio de bienes y servicios. Es la vida al vacío, solo estás tú, envuelto, de muestra, y todos los demás te miran sospechando. Si no tienes nada para pagar, no vales nada para nadie. Eres carne muerta sin interés a largo plazo.

El coche de policía arrancó tarde por algún problema mecánico. Era sencillo visto con perspectiva. Solo tenía que pedir un rescate por la niña. Dinero para volver a ser algo. Aquel Mercedes del papaito era mucho más de lo que él iba a ganar nunca. Y en teoría, la niña no debería tener precio, así que solo tenía que pensar una cifra.

– ¿Jony, me vas a matar? – sigue preguntando Mireia.

Una cifra. Una cifra. Un lugar para el intercambio. Llamar y amenazar con degollar a la niña. Una cifra. Un lugar seguro. Una forma de esconderse. Un rescate para renacer. Una operación facial para no ser reconocido después. Otra vida. Alguna mujer buena. Una forma de borrar lo pasado. Dinero. Dinero.

– ¿Me vas a matar?

Más dinero. Una casa lejos, en otro país. Invertir en bolsa. Comprar acciones, multiplicar. Multiplicar.

– Me vas a matar.

– Cállate, no te voy a hacer nada. Yo no soy así. No soy así.

Lo siguiente era mendigar. La pesadilla por excelencia del primer mundo; pedir a cambio de nada, la mayor vergüenza, no tener nada material que ofrecer, ni teniendo el corazón mas grande, o la polla mas grande, o la mayor facilidad para amar. Todo eso es tierra sin dinero. Aquí y ahora.

Solo hay velocidad. Un niña de doce años. Sirenas lejos. Y probablemente nada mejor más adelante. Jony dice;

– Ponte el cinturón, si tu padre te vuelve a ver y tienes alguna herida todo esto aun será peor.

La autopista está casi desierta. Mireia, una hora después de la gasolinera, parece sentirse segura. Jony necesita un cigarrillo. Las sirenas ya no se oyen. No hay policía.

Hay que buscar algún sitio para esconderse de todo el mundo, piensa Jony. La niña le mira con sus ojos verdes. Le mira;

– ¿Qué miras?

Una cifra, joder. Algo razonable. Cuánto llegaría a pagar su padre por ella. Cuánto cuesta para mí la persona que mas quiero. Cuánto. Al final todo tiene un precio. Todo. Incluso los humanos, que morimos cada día, gratis, en todas partes. Los humanos, que le ponemos precio a todo para conseguir dignidad a cambio. Cuánto, joder. Cuánto para que la policía quede al margen, yo con dinero, y todos contentos. Cuánto para no tener que ahorcarme de improviso, y acabar de una vez.

 

Anochece. Cinco mil euros. Ya está. Cinco mil euros es una mierda para la familia de Mireia; son unos días de trabajo para el papá de la niña, un trato cerrado, un negocio sencillo, solo un paso adelante más, nada importante, casi una minucia. Una limosna.

Mireia duerme en la misma habitación que Jony; en el mismo hotel de dos estrellas; en la misma cama de matrimonio; y Jony pregunta;

– ¿Tienes frío?

Cinco mil euros para arrancar a vivir. Comenzar a vivir, con cierta dignidad, no con mucha, porque no es tanto dinero cuando no tienes nada, piensa Jony, pero no está mal; una temporada viviendo en un hotel, con el tiempo quizá en un piso, y quien sabe más adelante.

– No – dice Mireia, pero me molesta la luz de la calle.

 Jony se levanta, y cierra la persiana de la única ventana que hay. Y dice;

– ¿No te escaparás, verdad?

– Si no me vas a hacer nada, no.

La rehén perfecta. Y con todo, nunca sabes como hubieran ido las cosas tal y como las planeaste. Jony quería entrar y apuntar al vendedor con su pistola de mafia barata, ahora escondida en su chaqueta. Quería llevarse la recaudación del día. Hasta que vio a la policía, y a la niña, y pensó de forma repentina en el futuro. Y surgió el plan B. De serie B. Improvisado. Estúpido y absurdo. Y ahora dormía con una niña de doce años en una cama de matrimonio. Un delito de moda.

 

Los dos duermen sin despertar ni una vez durante diez horas. Mireia abre los ojos la primera y sale de la cama y sube la persiana haciendo ruido. Jony se despereza y se queda arropado en la cama. ¿Y ahora que?

– No lo sé, joder.

¿No lo sabes?

– No.

Y qué coño vas a hacer.

– No se, tengo que pensarlo.

¿Pensar qué?

– Joder…

¿Qué vas a hacer con la niña? ¿Pedir un rescate? No me jodas…

– Y por qué no…

Ya estás en la cárcel. Estás aquí, sí, pero estás en la cárcel.

Jony mira al techo, y sigue habando consigo mismo. Mireia espera de pie mirando por la ventana.

Y Jony dice rendido y sonriente con desespero;

– Si me meten en la cárcel… ¿tú vendrás a verme algún día?

La mirada verde de Mireia quema reflejándose el sol en ella.

La niña dice;

– ¿Qué me darías a cambio?

 

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