El paisaje corre a toda prisa desde dentro del coche. Se ha oído ya alguna sirena lejana. Jony dice: Quiero que me llames Jony, todo el mundo me llama así.
Jony conduce a unos ciento cincuenta por hora. Mireia aun intenta superar el miedo en el asiento del copiloto. Y desde sus doce años ve a Jony demasiado mayor. Jony solo ve la autopista a toda prisa; solo puede ver la huida. Lejos, hacia ningún sitio. Mireia balbucea;
¿A dónde vamos?
¿Qué vas a hacer conmigo?
¿Me vas a matar?
¿Me vas a matar?
La gasolinera parecía vacía. Jony aparcó cerca de un surtidor y salió del coche. Dentro del local, entre pastelitos y pan de molde y refrescos Jony recordó que ya no hay tabaco en las gasolineras. Fuera aparcaba un coche de policía. Y justo después llegaba un Mercedes muy grande. De él salían un hombre y una niña. Y todo ocurrió por un paquete de Phosquitos. Jony solo tuvo que pensarlo un minuto. La niña, dentro del local, se alejó lo suficiente del señor grande que vestía de negro, y cuando iba a coger el paquete rojo del pastelito Jony la cogió a ella, salió de la tienda niña en ristre y corrió hacia el coche. La metió a la fuerza en el vehiculo y arrancó con todo el mundo que había allí mirando; lo empleados, el señor alto, la policía.
Jony no tenía dinero, y para llegar a eso hay infinidad de caminos. Pero Jony ya no recordaba cual había sido su camino hacía el desastre. Y pensó; sin dinero no hay nada, la gente habla de ser amable con los demás, y honesto, servicial, bueno, generoso, romántico; pero si no tienes dinero, para nadie tienes nada, y nada de lo que tengas vale si no es material. Las sonrisas mueren y todo se desvanece, pensó Jony, aquí, donde lo único que cuenta para todos es que puedas ofrecer tu paga a cambio de bienes y servicios. Es la vida al vacío, solo estás tú, envuelto, de muestra, y todos los demás te miran sospechando. Si no tienes nada para pagar, no vales nada para nadie. Eres carne muerta sin interés a largo plazo.
El coche de policía arrancó tarde por algún problema mecánico. Era sencillo visto con perspectiva. Solo tenía que pedir un rescate por la niña. Dinero para volver a ser algo. Aquel Mercedes del papaito era mucho más de lo que él iba a ganar nunca. Y en teoría, la niña no debería tener precio, así que solo tenía que pensar una cifra.
– ¿Jony, me vas a matar? – sigue preguntando Mireia.
Una cifra. Una cifra. Un lugar para el intercambio. Llamar y amenazar con degollar a la niña. Una cifra. Un lugar seguro. Una forma de esconderse. Un rescate para renacer. Una operación facial para no ser reconocido después. Otra vida. Alguna mujer buena. Una forma de borrar lo pasado. Dinero. Dinero.
– ¿Me vas a matar?
Más dinero. Una casa lejos, en otro país. Invertir en bolsa. Comprar acciones, multiplicar. Multiplicar.
– Me vas a matar.
– Cállate, no te voy a hacer nada. Yo no soy así. No soy así.
Lo siguiente era mendigar. La pesadilla por excelencia del primer mundo; pedir a cambio de nada, la mayor vergüenza, no tener nada material que ofrecer, ni teniendo el corazón mas grande, o la polla mas grande, o la mayor facilidad para amar. Todo eso es tierra sin dinero. Aquí y ahora.
Solo hay velocidad. Un niña de doce años. Sirenas lejos. Y probablemente nada mejor más adelante. Jony dice;
– Ponte el cinturón, si tu padre te vuelve a ver y tienes alguna herida todo esto aun será peor.
La autopista está casi desierta. Mireia, una hora después de la gasolinera, parece sentirse segura. Jony necesita un cigarrillo. Las sirenas ya no se oyen. No hay policía.
Hay que buscar algún sitio para esconderse de todo el mundo, piensa Jony. La niña le mira con sus ojos verdes. Le mira;
– ¿Qué miras?
Una cifra, joder. Algo razonable. Cuánto llegaría a pagar su padre por ella. Cuánto cuesta para mí la persona que mas quiero. Cuánto. Al final todo tiene un precio. Todo. Incluso los humanos, que morimos cada día, gratis, en todas partes. Los humanos, que le ponemos precio a todo para conseguir dignidad a cambio. Cuánto, joder. Cuánto para que la policía quede al margen, yo con dinero, y todos contentos. Cuánto para no tener que ahorcarme de improviso, y acabar de una vez.
Anochece. Cinco mil euros. Ya está. Cinco mil euros es una mierda para la familia de Mireia; son unos días de trabajo para el papá de la niña, un trato cerrado, un negocio sencillo, solo un paso adelante más, nada importante, casi una minucia. Una limosna.
Mireia duerme en la misma habitación que Jony; en el mismo hotel de dos estrellas; en la misma cama de matrimonio; y Jony pregunta;
– ¿Tienes frío?
Cinco mil euros para arrancar a vivir. Comenzar a vivir, con cierta dignidad, no con mucha, porque no es tanto dinero cuando no tienes nada, piensa Jony, pero no está mal; una temporada viviendo en un hotel, con el tiempo quizá en un piso, y quien sabe más adelante.
– No – dice Mireia, pero me molesta la luz de la calle.
Jony se levanta, y cierra la persiana de la única ventana que hay. Y dice;
– ¿No te escaparás, verdad?
– Si no me vas a hacer nada, no.
La rehén perfecta. Y con todo, nunca sabes como hubieran ido las cosas tal y como las planeaste. Jony quería entrar y apuntar al vendedor con su pistola de mafia barata, ahora escondida en su chaqueta. Quería llevarse la recaudación del día. Hasta que vio a la policía, y a la niña, y pensó de forma repentina en el futuro. Y surgió el plan B. De serie B. Improvisado. Estúpido y absurdo. Y ahora dormía con una niña de doce años en una cama de matrimonio. Un delito de moda.
Los dos duermen sin despertar ni una vez durante diez horas. Mireia abre los ojos la primera y sale de la cama y sube la persiana haciendo ruido. Jony se despereza y se queda arropado en la cama. ¿Y ahora que?
– No lo sé, joder.
¿No lo sabes?
– No.
Y qué coño vas a hacer.
– No se, tengo que pensarlo.
¿Pensar qué?
– Joder…
¿Qué vas a hacer con la niña? ¿Pedir un rescate? No me jodas…
– Y por qué no…
Ya estás en la cárcel. Estás aquí, sí, pero estás en la cárcel.
Jony mira al techo, y sigue habando consigo mismo. Mireia espera de pie mirando por la ventana.
Y Jony dice rendido y sonriente con desespero;
– Si me meten en la cárcel… ¿tú vendrás a verme algún día?
La mirada verde de Mireia quema reflejándose el sol en ella.
La niña dice;
– ¿Qué me darías a cambio?
Jajaja, ni su rehén está libre del fantasma del capitalismo…
«Si no tienes nada para pagar, no vales nada para nadie. Eres carne muerta sin interés a largo plazo.» Triste, pero cierto. Buen ejemplo es lo que pasa con mi ex, que cuando no tenía dinero, pasaba de mí, pero ahora que trabajo, me llama para que vaya a su piso y comparta con él la maria o el costo que le compro. Pero bueno… Él me da a cambio placer 🙂
Es que no hay remedio, así funciona el mundo actual.
Esa última frase es el mejor final que podía tener la historia. Te roba una sonrisa y te recuerda cómo funciona el mundo, una vez más.
Creo que me verá por su blog de vez en cuando. Intentaré ponerme al día con varios relatos. Un lujo leerle.