Ella saca otra moneda de su bolso, con las manos temblorosas. Quiere otra partida al billar. Son las tres de la mañana.
Otra vez es sábado, y otra vez no me voy a acostar con Laura. Hace dos meses comenzamos a salir. Solo la veo los fines de semana, por cuestiones que aún no he sabido comprender; ella no quiere que nos veamos entre semana. Y además, no tiene móvil.
Laura es de cara sonrosada y un cuerpo digno de morder. Es ese tipo de físico que con un poco más ya sería rechoncho, pero que se ha detenido en el punto álgido de tentación carnal. Siempre he pensado que un físico imperfecto (por muy imperfecto que sea) nunca echa a perder una cara bonita; sin embargo una cara fea puede hacer que dejes de darle importancia a un cuerpo llamativo. Pero Laura era bonita, en general, así que su cuerpo no entraba en competencia con su cara, y en el caso de hacerlo habría un empate técnico. Y todo esto complica mi situación cada sábado un poco más.
La última partida al billar tendrá como consecuencia que después yo la acompañaré a su casa, y ella me besará apretándome fuertemente las manos, como despedida hasta mañana.
Y así sucede.
Ya en casa me masturbo en la cama pensando en mi polla entre sus tetas; en mi polla dentro de ella; de su coño; de su boca; otra vez dentro de su coño. El chorro de esperma me alcanza la cara. Voy al lavabo. Una masturbación en verano te puede dejar exhausto, sudando como un cerdo. En mi situación es aun peor. Estoy como a tres centímetros de metérsela a Helena de Troya mientras Troya arde, pero Helena me dice que no, que quizá mañana. Y todo eso, me lo dice sin decir nada, y después del beso de despedida me pregunta: ¿me quieres? Y Troya sigue ardiendo. Y yo no digo no nada, porque sé que sí, la quiero, y eso me atormenta, te atormenta, nos atormenta; es global, terrible, ridículo. Parece que últimamente todo el mundo me mira por la calle: ¿Aún no te la has tirado?
Al día siguiente despierto sobresaltado, después de haber soñado algo. El sueño se me olvida antes de ser consciente de dónde estoy. Mi habitación sigue conservando el aspecto de la de un adolescente, a mis ya veintitrés años, con sus posters y una televisión. Mientras me visto con la emoción de que voy a ver otra vez a Laura siempre pienso en que quizá hoy sí. Quizá pueda ver de una vez sus pezones (estoy deseando morderlos) y, bueno, todo lo demás, lo que cubre la ropa. Ella no es una chica especialmente exhibicionista, todas sus curvas salen a relucir sin esfuerzo, como en un Tsunami de lo erótico.
Nos encontramos bajo un sol reluciente, y ella me besa. Sus besos son mejores que la mayoría de las demás cosas; es curioso, me mete la lengua sin dudar, y la saliva fluye de su boca hasta que se me pone dura. Nunca estamos menos de diez segundos pegados. No sé por qué no quiere hacerlo conmigo aun. Ya nos sabemos de memoria la Biblia de todo lo que se hace antes.
Paseamos y entramos aquí y allá. Una ciudad turística es uno de esos sitios en los que puedes ponerte a prueba. Nosotros estamos en Barcelona. Difícilmente veo a alguna chica a la que mordería antes que a Laura. Sí, a menudo hablo de morder. <<Morder>> es el verbo que mas pasa por mi cabeza cuando miro a Laura, mucho mas que otros verbos como <<Hablar>> o <<Reír>>… y un largo etcétera de cosas que no tienen nada que hacer (ahora) en comparación con morderla. Lo ideal es que haya un equilibrio verbal, pero entre nosotros el equilibrio se ha caído a la red hace mucho, y los leones de circo rugen desde abajo, en la arena. Laura ahora mismo camina con un pene por la calle, un pene a su lado; un tío que ya no sabe si meterla en un flan.
Durante nuestro paseo nos encontramos con un tipo que la conoce. Sonríe como un imbécil y quiero matarlo cuando empieza a hablar con ella, allí mismo; un empujón, se golpearía la cabeza en el suelo y…
– Pues la verdad es que desde lejos no te conocía, chica…
– Ya…
Ella no se siente cómoda, lo noto…
Yo intento pensar en otra cosa;
Yo muerdo. Tú muerdes. Él muerde…
– Te veo muy guapa, ¿Cómo te va?
– Oh, bien, bien… no me puedo…
– … quejar, ya jajaja…
Acaba las frases del interlocutor. Imbécil. Quiero que muera, que se desvanezca aquí mismo; fingiremos sorpresa y pena, no pasaría nada, la vida seguiría…
Nosotros mordemos. Vosotros mordéis…
No son celos, lo aseguro, es mucho más fuerte, no quiero que la mire.
– Bueno chica, pues ya nos veremos, espero que todo te vaya muy bien. ¡A por ellos!
<<¡A por ellos!>>, capullo de mierda… habla como los personajes de las películas americanas comerciales, con esos doblajes textuales…
Al seguir nuestro paseo le pregunto a Laura que quién era él. Laura dice que un ex compañero del instituto.
Mientras comemos, en un restaurante, la veo nerviosa, deprimida. Laura es una chica cabizbaja; casi nihilista. Eso me gusta de ella. No vive la vida como si no pasara nada en el mundo, con una sonrisa, sin más; es consciente de muchas cosas, y esas cosas no la dejan ser feliz. Pero también está muy claro que me oculta algo que la oprime. A medida que ha pasado nuestro tiempo juntos ha estado cada vez más tensa a mi lado.
Cuando ya tenemos los cafés delante fuma con la mano temblorosa, y sonriendo tensamente cuando digo alguna burrada. Me veo obligado a sonsacar algo;
– Laura…
Pausa.
– Dime…
– Hace días que no te noto… cómoda…
Pausa.
– …
– Si tienes algo que decirme… pues…
– …Tranquilo, no tiene que ver contigo…
No la presiono más; solo forzaría una mentira, y la haría sentirse aún peor. Escapa a mi control. Solo puedo esperar. De alguna manera espero que algún día me dé alguna noticia terrible que no podré soportar, y que impedirá morderla. Moriré sin morderla y meterme dentro de ella; ahora es lo único que me preocupa.
Salimos del restaurante y continuamos paseando; ella tiene que ir a ver a su abuela por la tarde. Quedamos en vernos por la noche.
En la entrada de los multicines hay decenas de personas esperando a alguien, como yo. Son las nueve de la noche y ella tiene que estar al caer.
Llega con su semblante serio habitual de los últimos días. Ya es domingo por la noche y tendré que esperar otra semana entera para volverla a ver. Estoy seguro de que lo de “solo los fines de semana” tiene que ver con lo que me oculta. Me besa y es solo después de esos diez segundos de felicidad pura, justo al despegarnos, cuando ella sonríe; pero solo entonces. Después me agarra fuertemente de la mano.
Lleva un vestido floreado con muchas oberturas; insoportable cuando estás casi seguro de que luego no vas a poder meterte en su escote. Es dulce y buena, pero no debe darse cuenta del tipo de tortura que estoy padeciendo.
A mitad de la película, con una erección de caballo, tengo que ir al lavabo. O me masturbo o no doy fe de lo que pueda hacer. Tengo los calzoncillos mojados de sudor y algo pegajoso. La sacudo apenas unas diez veces y salpico la puerta del habitáculo.
Mientras caminamos por Barcelona un rato después de la película consigo que se ría a carcajadas. Es como un reto hacer que sonría, así que no paro de decir tonterías. Le da un ataque de risa tal, que casi consigue hacer que olvide el verbo <<morder>>, pero no lo logra.
Caminando nos cruzamos con un grupo de tíos que comienzan a cuchichear al pasar a nuestro lado. Algunos miran a Laura. Cuando ya los tenemos unos diez metros detrás comienzan a carcajearse sonoramente. Yo miro a Laura, y no dice nada; su cara es un bloque de hielo. Solo pienso en las burradas que se dicen entre hombres al ver a una mujer como ella. Pero lo malo es que se trata de saber qué es lo que está pensando ella. Y de repente;
– ¿Quieres que vayamos a tu piso? – dice, con tono muy ansioso.
¿Ha llegado la hora? ¿Será eso posible?
Mientras nos dirigimos a casa tengo la sensación de que si quiere que la muerda tengo que impresionarla. Tiene que ser apoteósico.
Y pasa. En mi habitación de soltero se quita el vestido y creo que me voy a correr sin mas. Queda con tan solo unas bragas, y se echa en la cama;
– Quítamelas…
Yo me desnudo a trompicones, tropezando. Y después le bajo las bragas no muy rápido, como si el verbo <<morder>> no hubiese pasado por mi cabeza últimamente.
Lo tiene depilado, todo. Nunca lo hubiese imaginado, y me gusta. Pero antes voy, y comienzo a chuparle los pezones, que son rosados y grandes; los <<muerdo>> con ansia; los empapo; noto como endurecen y me alegra; le gusta. Insisto un buen rato sobre esa zona mientras ella se manosea abajo a sí misma, y también a mí. Me da miedo correrme, así que aparto su mano y me voy a buscar su vulva sonrosada y calva. Estoy tan caliente que tengo que respirar hondo. Me abrazo a sus caderas y abro con los dedos los labios mayores, y siento que si me toco abajo me correré, viendo su interior, sus pliegues. Troya arde. La gente que habla de comerse el mundo lo asocia con montar una empresa y explotar a miles de trabajadores, amasar dinero, y triunfar; pero para mí comerse el mundo tiene mas que ver con esto; lo demás al lado sólo son eufemismos. Comerse el mundo es sentirse como yo me siento ahora; el mundo está a mis pies sólo mientras estoy entre las piernas de Laura. Al pasar mi lengua por toda esa piel suave interior y de color rosa me siento morir, y si muriera no estaría mal hacerlo así. Succiono y paso mi lengua tan hábilmente como puedo; ataco al clítoris e intento encontrar lo que hay entre el dolor y la indiferencia; en la zona erógena mayor comienzo a morder con cuidado. Y consigo que ella gima. Está sudada, empapada, como yo. Al cabo de dos minutos con mi lengua entrando en su vagina decido que quiero metérsela;
– Quiero metértela…
Pusa.
– Métemela…
La cuestión de los condones no sale ni por asomo. Un condón no nos va a separar. Hoy el riesgo tonto forma parte de nuestro juego. Follo con Laura apretándome mucho a su cuerpo, encima de ella. Intento sentirla todo lo posible, pero no quiero correrme aun.
– ¿Quieres ponerte encima…?- digo.
– Sí… sí…
El paisaje ante mi se vuelve acongojante. Mi polla desaparece en su entrepierna, que se mueve hacia delante y hacia atrás, y sus tetas se muestran como nunca, mojadas y bamboleantes. Laura empieza a botar encima de mí hasta que tengo que decir que pare. Volvemos a la postura inicial; no quiero que esto acabe ya. La penetro lentamente, esta vez erguido y manoseando sus tetas, metiéndole los dedos en la boca. Aumento el ritmo de penetración; ella comienza a ponerse aun más roja, y las venas de su cuello se hinchan. Y se acabó. Yo no aguanto más. Saco mi polla y tres chorros de semen viscoso salpican el vientre, las tetas, y hasta la cara de Laura, que se mete dos dedos en el coño y los remueve casi con violencia. Y cuando la sensación orgásmica está comenzando a diluirse en mí, del coño de Laura sale un chorro de fluidos a presión que empapa todo mi pecho. Me aparto aturdido, y otro chorro sale entre gemidos y chorrea completamente la televisión que hay a un par de metros de la cama, y aún siguen saliendo algunos chorros transparentes. Cuando para de salir líquido Laura comienza a tener convulsiones, con una sonrisa congelada en la boca, y el cuello hinchado. La agarro porque está apunto de caer de la cama; la abrazo.
Me mira a la cara, sudorosa, y tarda un rato en hablar;
– Bueno –pausa-, ahora ya lo sabes –pausa- , me llamaban <<aspersor>> en la universidad; no tardó en correrse la noticia.
No es que aquí se resuelva todo, pero muchas inseguridades de Laura provenían de un orgasmo tan bestia que después, por recomendación médica, requería de un vaso de agua, y conllevaba todo un pasado de burlas sádicas y típicamente humanas. No había peligro de deshidratación.
Yo, comencé a respirar tranquilo. Y nos dormimos abrazados. He sido siempre incapaz de dormirme abrazado a nadie.
Cuando despierto, en lo que ya supone un acto reflejo en mí, intento poner la televisión. No funciona. Laura despierta y dice: Lo siento…
– No pasa nada, cariño.
Puede ser la primera vez que llamo “cariño” a alguien. Ella me mira somnolienta desde la cama como si se hubiera meado encima en clase delante de todos sus compañeros. A estas alturas ya me resulta imposible no quererla. Un prado inmenso de flores se extiende ante mí. El cielo es azul. Todo es electrico.
Laura me acompaña a comprar un televisor.
En el centro comercial, mientras Laura se detiene frente a un muro de pantallas planas muy caras, yo me voy a la sección musical. Desde lejos comienzo a remover carátulas de forma absurda sin dejar de mirar a Laura, que se muerde la uña del dedo pulgar en un acto reflejo infantil. Estoy hipnotizado. Una pareja pasa por su lado. Ella no los ve. El chico cuchichea algo a su novia, y lo dos sonríen mirando de soslayo a Laura. Yo soy feliz y me gustaría pensar que ella también; me gustaría. Laura se vuelve y sonríe dejando un momento gravado con fuego en mí. En el muro de pantallas planas, en todas, una chica habla a gritos sobre el último móvil Nokia, sonriendo estúpidamente.
