Mario mira la guitarra que hay apoyada en un rincón de su habitación y piensa que debería haberla tocado mucho más. Mira su equipo de música y piensa que debería tener más discos, probar con la música clásica, emocionarse algún día con la ópera. Mario observa su cama y piensa que debería hacerla después de levantarse y no justo antes de irse a acostar. Pasa por la cocina y ve los platos amontonados con restos de comida reseca, y piensa en lo cómodo que sería lavarlos cada vez que acaba de comer en lugar de dedicarles una hora un día cuando deja la pereza a un lado. Y mira al suelo, baldosas negras con filigranas blancas, y piensa: ese color ayuda, no se sabe si ya está sucio. Mira sus fotos familiares y enseguida aparta la mirada. Ve los muebles del comedor, las figuritas de porcelana, los cuadros anodinos de pintores desconocidos regalo de sus padres, ve la tele enorme y cara en la que nunca dan nada, que provoca que mire hacia el montón de deuvedés que han mitigado el aburrimiento, ve todo eso, y piensa: todo esto es lo que soy, nada más, y además me llamo como el personaje de un videojuego.
Piensas, luego existes. Imagínate a Mario solo en su piso de soltero, pensando. Pero no es exactamente así. Piensas, y luego, probablemente te deprimes. Imagina a Poe escribiendo cuentos que trascienden la palabra Arte. Hasta que murió alcoholizado. El teléfono suena y Mario descuelga. No, gracias, dice, no le interesa. Y cuelga. Cuando no recibes muchas llamadas, el noventa por ciento sólo intentan venderte algo. Tu buzón se llena de publicidad, y a veces una carta dice que enhorabuena, que eres millonario. Arrugas la carta y la tiras a la basura.
Anochece y es sábado y Mario no tiene planes. Sus amigos salen para ir a una discoteca que ya odia, y Mario decide que no, no tiene planes, joder. Ni planes ni novia. Mario se ve otra vez a las tantas de la madrugada durmiéndose mientras se imagina abrazado a… es igual, a algún ideal de mujer de novela barata de aeropuerto. Muchas veces ha pensado en comprar una de esas novelas en las que la portada siempre luce con letras doradas y retorcidas que deberían transmitir romanticismo; en esas portadas hay tíos que no existen, descamisados y moldeados y bronceados, sin un solo pelo, con una mujer abrazada a sus rodillas, anhelante. Es tan irreal que verás que esas portadas siempre son obra de algún dibujante, al que por algún motivo no te imaginas muriendo alcoholizado.
De fondo, en el piso de Mario, saliendo de los altavoces, vuelven a sonar los Radiohead. Suenan en susurros porque el vecino de abajo golpea con lo que debe ser el palo de una escoba si interrumpes su paz acústica. Si subes la música también subirá a verte el vecino, y: <<perdón, no me había dado cuenta>>. Mario no se había dado cuenta como unas cinco veces el último mes. Perdón, era música para no pensar, piensa para sí mismo. Ruido para no darle vueltas a las cosas. Y casi todas las discotecas siempre están abarrotadas. Contaminación acústica con paredes insonorizadas. No pienso volver a esa puta discoteca, se dice a sí mismo Mario. Y piensa (sí, otra vez pensando) en la semana anterior, cuando entre toda la multitud apelotonada moviéndose para ir al lavabo, o a la barra, o a la calle, se juró a sí mismo que se acabó. Luego volvía a casa en un coche con tres amigos más, los cuatro borrachos, y le decían: aquella tía te ha estado persiguiendo todo el rato, tío.
¿Eh?
La morena, tío.
¿La morena?
La bajita, tío.
¿La bajita?
Y todo el rato igual: Te la podías haber follado. Tío. Te iba detrás. Tío. La has cagado. Joder, tío. Ya te vale, tío. Tío, tío, tío…
Pero Mario sólo bebía, se abstraía, no pensaba, esperaba. Esto va de esperar, se decía a sí mismo. Espera, se decía, ya mismo estás en casa, con tus platos sucios y ese suelo ideal, en tu habitación.
Llegando a las diez de la noche, Mario decide que hay que cenar. En la televisión, mujeres con vestidos escotados y coloridos se llaman puta entre ellas. Mario cambia de canal, y a pie de pantalla lee: “Francisca no sabe que hoy se va a reencontrar con su padre” Y el mensaje parpadea y Mario lee: “Hace veinte años que Francisca no ve a su padre” Y Francisca llora desconsolada porque una amiga la ha llevado al programa porque en él iba a actuar Luís Miguel, pero en lugar de eso va a ver a su padre. Una música de piano crece y el padre de Francisca sale a plató y se abrazan y lloran y Mario cambia de canal.
En la calle un coche derrapa dejando una ráfaga de música máquina, que se aleja. Ya habiendo cenado, Mario decide comenzar a beber cerveza hasta acabar desorientado y con una sonrisa estúpida en los labios. Lo lógico es pensarlo bien y no beber así, pero a veces resulta más complaciente beber así para no pensar bien durante unas horas. Así que Mario coge un pack de seis cervezas y se sienta delante de su ordenador. Cuando la gente habla de combatir la soledad y lo asocia a Internet, siempre hablan de los chats. Nunca hablan de pornografía. Eso es el tema tabú que no es tabú. No es tabú, pero nadie te va a decir que ayer se hizo una paja porque se sentía solo. Porque suena estúpido.
Mario pone en google: Julia Bond. Luego va pasando sus fotos; una chica bajita, morena, piercing en el ombligo, cara pícara. Tarde o temprano la mayoría de los hombres reciben un enlace de un amigo para que pueda ver a esta chica. Como Mario, que piensa en sus amigos y en la supuesta chica de rasgos parecidos a esta, y que al parecer acabó por abandonar la posibilidad de llegar a nada con él. La palabra frustración a veces define muchas facetas de la vida. Mario pasa fotos y más fotos. Se baja la cremallera del pantalón.
Pasadas ya las tres de la mañana, Mario da vueltas en la cama, hinchado de cerveza. En ciertos momentos te invade una sensación de irrealidad. Te pellizcas el brazo. La cama da vueltas y vueltas. Todo es ajeno a Mario. Enciende la luz para que la cama deje de moverse. Se incorpora. Apaga otra vez la luz. Se estira, se relaja.
Y los párpados caen.
Como cuando intentas correr en un sueño, pero no avanzas, Mario oye el frenazo de un coche, oye a una presentadora, erguida, guapa, que dice: Gracias por compartir tu historia con nosotros, Francisca. Ve a sus amigos. Luego una morena se acerca a él en la discoteca. La morena dice: <<eres muy escurridizo>>. Mario da un respingo, abre los ojos. La persiana está abierta; entra el sol, fulminante. ¿Yo la dejé abierta?, piensa Mario, y se encuentra muy al extremo izquierdo de la cama, y mira hacia el otro lado, y hay una chica; una chica menuda, con el pelo negro azabache esparcido por la almohada, respirando, dormida, desnuda.