Estamos en un bar de carretera; un lugar de paso, de esos en los que te sirven imitaciones de buena comida, y que incluyen quioscos en los que puedes encontrar la prensa del día y revistas y bestsellers. Estamos en ese lugar en el que paras de camino a tus vacaciones. Vives eso que esperabas desde hace meses y no quisieras estar planteándote el hecho de que quizá te estés aburriendo. Puede que te pases todos los días teniendo que coger el coche para ir a trabajar y te quejas del tráfico y de tener que madrugar. Te quejas de tu vida, y cuando llega el momento de “desconectar”, lo que haces es levantarte un día a las cinco de la mañana, para coger el coche, para pasarte un montón de horas de carretera hasta llegar hasta el lugar que tú y tus amigos habéis decidido que será inolvidable. Al final, piensas, todo es comer en otro sitio, beber en otro sitio, tener resaca en otro sitio; hasta que se acaban las vacaciones y vuelves a comer y beber y tener resaca en los sitios de siempre, en tu ciudad. Hay distintas formas de verlo. Todo es según el enfoque que le des, claro. A esto, pienso, puedes llamarlo pesimismo, pero puede que no hubiera pesimitas si no existiera esto.
El destino mío y de Marta y de Marc es un pueblo rural. Un pueblo rural que está a unas diez horas de coche; a ocho si eres confiado al volante; y a doce si eres cauto. Si eres de los que dice que tú allí te plantas en seis horas, pues bueno, puede que sí que acabes pareciéndote a las cosas que se plantan, o muerto. Es lo malo de viajar en coche, que puede que no seas tú el que conduce. Nos comemos nuestros bocadillos entre muecas y comentarios sobre la comida aquí, y volvemos al coche. En este caso conduce Marc. Quedan unas cinco horas de viaje, teniendo en cuenta que Marc es de los cautos, de los que no se deja influenciar por los anuncios televisivos y la cultura de la velocidad. Y ya dentro del coche, si me preguntaras qué coche es, tendría que pensarlo unos minutos. Así de desconectado estoy de esas cosas. Con los conductores que aman la velocidad me pasa como con los toreros: me apenan poco sus muertes. Si hojeo una revista de coches y actualidad motorizada, a más hojeo más me cabreo. Puede que sea inexplicable, pero ahora, aquí, nuevamente metido en este coche de segunda mano, todo lo que digo me parecen cosas bastante cuerdas. Mis amigos, ante mi perorata cínica, lo que hacen es asentir y reírse de mí. Hacen bien. Mientras miro por la ventanilla y veo pasar el campo y las montañas y esa naturaleza reciclada para instalar torres de electricidad y construir carreteras, pienso en que es mejor que mis amigos no sean como yo. El contrapunto hace falta. La novia perfecta para mí debería ser alguien luminoso y vital. Podría ser Marta, si no fuera porque está con Marc.
La sensación que condiciona todos mis pensamientos del viaje es el hastío. No hay verdades absolutas, solo verdades momentáneas, que son esas cosas en las que crees en el momento que las dices. Puede que pasen los días y mi situación personal sea otra, y entonces mis verdades momentáneas serán otras. El optimismo y el pesimismo se funden. La subjetividad puede ser objetividad, y hay tantas objetividades como opiniones. Es por eso que yo ahora puedo cagarme en el mundo si me da la gana. Yo no quería ser aquí el aguanta velas. La gente siempre anda empeñada en clasificarlo todo, en etiquetarlo todo como si la vida fuera de eso. Verdad o mentira, optimista o pesimista, feliz o desgraciado, hombre o mujer, vida o muerte; como si todos esos conceptos no llevaran siglos mezclándose y arrasando nuestra educación de etiquetas. La verdad, siempre estoy pensando: vamos hombre, no me jodáis.
Lo que ocurrió es que se me prometió que esto iba a ser una cosa entre tres amigos. Pero lo que no sabían ellos es que Marta es lo que cuenta más en mi cabeza desde hace años. Y el esfuerzo por esconder eso que siento es lo que hace que ahora esté aquí viendo cómo ella acaricia la mano de Marc cada vez que él cambia de marcha. En la radio suenan radio formulas modernas en las que el efectismo intoxica toda la programación. Más que canciones son separadores; más que cultura, dinero; más que locutores, gilipollas. Y con eso vamos todo el camino, porque la radio rota no se traga los discos. Si Dios existe y nos castiga, seguro que lo hace con detalles así. Las nuevas plagas deben ser las radio formulas, el petróleo, la prensa del corazón. Puede parecer que no, pero así Dios puede estupidizarnos todo lo que quiera.
Dos horas antes de llegar, paramos en otra área de descanso. Otro lugar lleno de familias con aspecto cansado de horas y horas de viaje, comiendo lo que sea que sirvan en el local. Hacemos cola en esa especie de barra a modo de self service, al final de la cual una chica te cobra lo que ve en tu bandeja. Ya sentados yo me como algo que quiere parecerse a un bocadillo de queso y jamón dulce. Juraría que no hay queso ni jamón dulce si no fuera porque los veo entre las rebanadas de pan, y Marta me dice:
– Tío…
Me dice: Tienes mala cara.
Y digo que nada, que lo de siempre, que ando mal del estómago. He substituido el rechazo sentimental por un dolor de estómago que ya hace años que dura. ¿Puede seguir uno ensimismado en alguien aun sabiendo que no va a ser correspondido nunca? Pues sí. ¿Qué putada, no? Ni que lo digas.
Luego, otra vez, a la carretera.
Ya no falta mucho para llegar cuando un camión se nos planta delante, comiéndose carril y medio, tapando visibilidad y haciendo que Marc pierda los nervios. Si quieres que un humano se enfade de verdad sólo tienes que dejarle conducir. Marc comienza a hacer eses detrás del vehiculo. Si hay algo que debe molestar a los camioneros, pienso, son los periodos vacacionales; las carreteras que ellos han usado todo el año de repente se ven invadidas por cochecitos que no quieren saber que hay gente que trabaja en la carretera. Marc comienza a pitar. Como si fuera a solucionar algo. Son esas vías de escape; el claxon de tu coche, la masturbación, los contratos basura. Y Marc pita otra vez. Las vidas se reducen a vías de escape; quisieras follar con las chicas de los anuncios, pero para eso ya tienes a tu novia; quisieras cambiar de trabajo, pero para eso tienes que dejar el que tienes. Vías y más vías de escape. Y Marc vuelve a pitar. Verdades momentáneas salen de su boca, escupidas. El camión seguramente no puede acelerar más. La carretera se hace más y más estrecha en nuestra cabeza, y el camión cada vez más grande; y el tiempo pasa deprisa; nuestras vacaciones detrás de un camión, en áreas de descanso, en un coche de segunda mano. Marc deja cierta distancia entre vehículos, para disponerse a adelantar. Hay una curva demasiado cerca, y no se ve nada. Pero Marc acelera para adelantar, y claro, después, un coche viene de frente. Sin tiempo a reacción mi cuerpo sale disparado contra el asiento delantero de Marc. No saltan los airbags. Marta pone los pies en la guantera y se lleva los brazos a la cara. Marc sale escupido contra el cristal y los morros metálicos se chafan como acordeones mientras nos llueven cristales a menos velocidad de lo que cabía imaginar.
Cuando despierto aún no oigo sirenas. El camión no se ha quedado a socorrernos. Veo que el conductor del otro coche ahora está dentro del nuestro, encastado al lado mío, en el asiento trasero. El cuerpo de Marc está en el capó del coche. Cuando miro a Marta ella también está despierta, aunque con las piernas atrapadas en chatarra. Ni el otro conductor ni Marc llevaban puesto el cinturón. Un despiste, pienso; el conductor cauto ha sido incauto; yo llevaba el cinturón puesto aun en el asiento de atrás. Marta me mira a través de la sangre de su cara, y sollozando me dice que ve los sesos de Marc, que no quiere verlos. Alzo la cabeza y veo el craneo de Marc convertido en una nuez gigante y machacada, desparramada entre la chatarra. Me noto las piernas. Respiro aliviado un momento. Pruebo a moverme, me toco la cara empapada de sangre, pero veo que no tengo nada aparentemente grave, aparte del brazo derecho, que me duele intensamente. El cinturón me ha hecho un corte en el cuello y se ha roto, pero el asiento delantero me ha salvado, dejándome casi intacto. Eso sí, estoy atrapado. Marta tiene las piernas machacadas. Al poco rato de despertar se ha desmayado. Y aquí, dolorido y en estado de xoc, no puedo para de mirar los sesos de Marc, sin sentir nada concreto. Saco el móvil para llamar a una ambulancia. Saltan los airbag.
La chica al teléfono me atiende, y me dice que dónde ha sido el accidente. Y yo digo que yo qué sé, y me pongo a pensar. Y a llorar.
Cuando despierto en una habitación de hospital, lo primero que me hace abrir los ojos es la idea de que Marc ha muerto. Apenas tengo ángulo de visión porque me han puesto un collarín. Acierto a ver un mp3 en la mesita que hay con acceso a mi brazo sano. Eso quiere decir que mis padres me conocen bastante bien, y que ya han pasado por aquí. En la cama de al lado está Marta. Está despierta, rodeada de ramos de flores, toda enyesada y llena de autógrafos a rotulador.
– Marta…
Silencio.
– Hola…
Silencio.
– Cómo estás…
– Pensaba que me iba a quedar sin piernas…
Silencio.
– Pero te vas a poner bien ¿no?
– … Sí…
Alivio. Mío.
Estoy muy cansada, dice.
Casi no te has hecho nada, dice.
– Es verdad, he tenido suerte.
Me incorporo todo lo que puedo, para mirarla. Tiene la cara roja de haber llorado durante horas. Muerto. Y yo vivo y sano. Y ella también. Y comienza a cerrar los ojos. Comienza a dormirse.
Yo cojo el mp3. Me coloco los auriculares. Lo pongo, y la primera canción que hay es No surprises de Radiohead. Y su estribillo en forma de nana, dice: No alarms and no surprises… Aunque sorpresas, lo que se dice sorpresas, a veces sí hay. Y sí, a todo esto puedes llamarlo pesimismo, pero ya sabes. Las canciones, las historias, los accidentes. Y mientras la tonada bella y triste suena en mi cabeza, Marta me mira, despierta otra vez. Yo me quito los auriculares, y seguramente nos es un buen momento (¿pero cuándo lo es?), y le digo que le tengo que decir una cosa.
Me hace gracia que esta vez seas el aguantavelas – aunque visto lo visto, enseguida te lo cargas;) -.
Lo de anuncios televisivos, supongo que te referías a los de los automóviles porque últimamente se están poniendo serios con lo de Seguridad vial.
Me gusta cómo retratas las áreas de descanso. En general, suelen gustarme mucho tus descripciones. ¿Eres pesimista en la realidad? Da esa sensación…
Duda lingüística: He buscado en el diccionario de la real academia y no sale ni shock ni xoc ni na… ¿Alguien sabe cómo se escribe?
Sí, me refería a los anuncios de automóviles:), no a la DGT. La expresion estado de xoc es muy utilizada, pero no sé cual será la forma académica correcta.
(por cierto, ¡no penseis en mí cuando escribo en primera persona!, que muchos de los personajes están desquiciados… 🙂
En la realidad soy optimista o pesimista según el día, como todo el mundo supongo. Pero vamos, tampoco soy la persona más optimista del mundo…
jajaja Sé que es ficción 🙂 Pero siempre hay algo de alguien en todos los personajes. No pienso que seas un desquiciado…;)Sólo era porque todos los personajes tienen un poco ese deje pesimista.
Gracias por enlazarme:)