Orgullo de propiedad

El restaurante está aislado. Está mitificado. Es una brasería. De vacaciones, en el pueblo, a mil kilómetros de la ciudad y el trabajo, los padres de Pili siempre acuden como mínimo una vez al año al restaurante Santa Marta. El mito, la brasería, la cita anual; y carne y paella es lo que se estila. No siendo un gran restaurante, la gente siempre lo llena, porque está lejos, a medio camino de todas partes, rodeado de colinas secas pasto de incendios en verano, esos que duran horas hasta que anochece y alguien ve el horizonte iluminado. Cuarenta minutos de coche son los que separan el pueblo de vacaciones del restaurante Santa Marta. Sé generoso con el limón en la paella, no critiques la comida, no hagas muecas. Este es el típico lugar en el que las familias separadas geográficamente durante todo el año se cuentan las anécdotas de todo el año. Pili tiene siete años y ha ido siete veces al restaurante. Sus tías y tíos y abuelas y abuelos, cada año, la besuquean dejándola perdida de maquillaje y saliva, adulándola, porque está muuucho más mayor que el año pasado. Cuando tu familia está desperdigada por el país, son como extraños; esos extraños que ves una vez al año.

Todos en el restaurante se quieren una barbaridad. A juzgar por las historias que se cuentan, el año ha sido increíble, único, irrepetible. Pili mira a toda esa gente consanguínea y desconocida, mientras se aburre, y su chuleta de cordero se enfría en el plato. Cada año resulta ser increíble y único e irrepetible otra vez.

En cada mesa hay como tres familias reunidas. Familias que son familia entre sí. Pili mira a su alrededor y después le dice a su madre que no tiene hambre. La chuleta de cordero está maternalmente troceada en el plato, fría. Uno de los tíos de Pili se levanta y dice que perdón, que va al lavabo. Pili se deja caer de su silla, y de pie le dice a su madre otra vez que no tiene hambre, que quiere salir fuera, al parque. Lo que Pili llama parque es un terraplén pedregoso a las dos de la tarde y a cuarenta grados de temperatura, aderezado con un columpio y un tobogán.

Y la mamá de Pili dice:

– ¿No vas a comer más, hija?

 

Pili, ya fuera, se acerca al columpio. Se sienta en él y se comienza a impulsar. El columpio, oxidado, gruñe. Se oye el ruido que viene de dentro del restaurante; risotadas colectivas, silencio, y más risotadas colectivas, y así todo el tiempo, sin parar, como cada año, otra vez.

La madre de Pili sale a echar un vistazo. Se acerca al columpio, y comienza a empujar a su hija. Pili cierra los ojos y se agarra a las cadenas. Cuando vuelve a abrirlos, su madre ya no está, pero tiene el impulso necesario, y el columpio gruñe con un sonido más agudo. El aire caliente azota el pelo de Pili, mientras impulsa el vaivén con los pies, flexionando las rodillas cuando el columpio va hacia atrás. El parque se comienza a llenar de polvo amarillo, caliente. Por la carretera que hay antes de las montañas secas, pasa un coche de vez en cuando; coches familiares, de vacaciones, de paso, que miran hacia la brasería con vaga curiosidad.

El columpio sigue con su gruñido. Pili ve como se abre la puerta principal de la brasería. Es otra niña. Y se queda de pie, mirando a Pili, y después al tobogán. A Pili, y otra vez al tobogán. Luego espera unos minutos, y sin hablar se dirige muy seria con pasitos cortos hasta el tobogán. La rampa está medio oxidada. Pili mira a la niña extraña y después aparta la mirada, desde su columpio. La niña extraña sube las escaleras del tobogán, y se sienta arriba, sin decidirse a deslizarse. Mira a Pili; el vaivén, cómo el aire la azota, cómo flexiona las rodillas, en su columpio, único en un centenar de kilómetros.

Finalmente, la niña extraña se deja caer por la rampa y llega hasta abajo. Vuelve a subir por la escaleras, y otra vez hasta abajo. Todo sin dejar de vigilar a Pili. La niña extraña mira constantemente de soslayo a Pili, que no parece tener intención de parar el vaivén.

Y el columpio gruñe, y se oye a la niña extraña corretear desde el final de la rampa hasta las escaleras. Y otra vez, se abre la puerta de la brasería. Otra niña sale del restaurante. Se oye cómo alguien dentro ha roto algo de cristal. En el cielo, se acerca tormenta.

La tercera niña mira a Pili y a la niña extraña. La oferta de ocio no da para más. Pili sigue con sus cosas; la niña extraña sube las escaleras y baja por la rampa y sube las escaleras y baja por la rampa. La tercera niña observa un minuto, dos, y se va dentro del restaurante. La niña extraña y Pili se miran, y luego miran hacia el lugar vacío en el que estaba de pie la tercera niña.

Pili comienza a resoplar mirando cada vez más el tobogán, y frena su vaivén;

– ¿Cambiamos? – le dice a la niña extraña.

Y la niña extraña dice que vale, cambiamos. Las dos corren para hacer el cambio. La niña extraña comienza a impulsarse en el columpio, y Pili sube por las escaleras oxidadas del tobogán. Las nubes, en el horizonte, cada vez se acercan más.

La tercera niña vuelve a salir. Y nuevamente se queda mirándolas; mirando la nueva disposición de la situación. Hace un puchero, arrugando la nariz, viendo que tanto Pili como la niña extraña no quieren advertir su presencia. Así que vuelve dentro del restaurante, otra vez. Y Pili y la niña extraña, pasado un rato, cambian nuevamente sus atracciones. El sol aún quema; las montañas esperan a que alguien tire una colilla desde el coche; un trozo de cristal basta, un reflejo.

No pasa un suspiro y del restaurante sale una mujer, con la tercera niña de la mano. Camina hasta donde están Pili y la niña extraña. La tercera niña en discordia las mira con mojada seriedad, y la mujer mayor habla, y dice:

– ¿Es que no la vais a dejar jugar a ella?

Pili, yendo y viniendo, mira hacia la nada, sin decir nada, desde su columpio. La mujer mayor mira a la niña extraña, que está subida en el tobogán; su tobogán oxidado y muy compartible.

La mujer mayor dice;

– Súbete con esta niña al tobogán.

La tercera niña mira a la niña extraña. La niña extraña finalmente asiente, seria, mirando inquisitivamente a la mujer mayor.

Son casi las cuatro de la tarde. La familia de Pili aún sigue dentro del restaurante, con las demás familias que son familia, rodeados de otras familias dispuestas junto a más familias que son familia; la mayoría ya comiéndose el postre. Lo cual quiere decir que aún están por llegar los cafés, lo cual da paso a los puros, que dan paso a las copas. Mientras, en el parque, Pili ya lleva media hora seguida en su columpio. Comienzan a caer pequeñas gotas, de las nubes, que ya han cerrado el paso al sol. Siguen las risotadas apagadas desde dentro del restaurante. La niña extraña y la tercera niña, miran a Pili. Bajan por la rampa por turnos, y al chocar sus zapatos con la tierra, Pili se siente observada. La mujer mayor sale del restaurante, mascando algo, y le dice a la tercera niña:

– ¿Quieres un chicle, cariño?

Ninguna de las tres niñas atiende. La mujer entra otra vez, desaparece en el murmullo interior del Santa Marta.

La lluvia débil cesa. El cielo se queda gris, habiendo dejado las montañas de un color más oscuro, como la madera del tejado de la brasería. El pelo le las tres niñas ahora está mojado. El tobogán que la niña extraña comparte con la tercera niña, hace que sus vestidos se mojen y se manchen de marrón al deslizarse por él. El sonido agudo del columpio no cesa.

De un lado de la casa/restaurante/brasería asoman dos cabezas; hay dos personas. Pili observa que se besan, en ese lado de la casa, mojados. El hombre agarra el culo de ella. Cuando Pili mira sus caras, ve que ella es su madre. Se fija un poco más. Y ve que él es su tío, que decía que iba al lavabo. Un detalle es que los lavabos del lugar están en un caserío aparte; se reduce a dos puertas y una pared blanca de la que se cae la pintura dejando ver una pared amarilla que ha comenzado a desconcharse dejando ver una roja; y el tío y la madre de Pili se besan. Pili cerró los ojos mientras su madre la empujaba en el columpio para conseguir impulso, y abrió los ojos y ella no estaba y ahora está besando a su tío. Frena su marcha en el columpio. Se para un momento. Observa. Su madre mete la lengua en su tío, y después se separa y suelta una risotada; risotadas, y luego otra vez comienzan a besarse, demasiado cerca de la esquina del local.

Las dos niñas, la tercera y la extraña, miran a Pili. Luego Pili las mira a ellas, y comienza a impulsarse otra vez, viendo cómo su madre mete la mano en los pantalones del hermano de su padre. Se besan sin parar, de ese modo en que puedes ver aletear las lenguas; y lo hacen durante un buen rato. Luego, se van hacia el caserío de los lavabos, y los dos entran en uno, el de mujeres. Pili lo ve todo, mientras las niñas la miran, y ella mira hacia los lavabos a unos cien metros, la puerta cerrándose. Y el gruñido del columpio y las miradas y las risotadas siguen, con la madre de Pili y su tío, los dos, metidos en lavabo marcado en la puerta con un símbolo femenino.

El sol vuelve a hacerse presente haciendo que las niñas acuclillen los ojos. El padre de Pili sale al parque;

– Cariño, ¿has visto a mamá?…

No.

– ¿No?

No sé dónde está, dice Pili.

Y papá dice que igual se encontraba mal. Que igual ha ido al lavabo de señoras. Quizá a vomitar. Y que Pili no la habrá visto, porque: <<eres muy despistada, hija>>.

Así que el papá de Pili se dirige hasta los lavabos. Pili frena su marcha, y hace ademán de bajarse del columpio. La niña extraña y la tercera prestan atención;

– ¿Ya te vas? – dice la niña extraña.

Pili la mira, mira a su padre camino del lavabo, se sienta en el columpio, y comienza a impulsarse;

– ¿No te tienes que ir? – dice la niña extraña – ¿eh?…

Pili hace que no con la cabeza. Se comienza a impulsar y ve como a cien metros su padre pega la oreja en la puerta del lavabo para señoras; le ve tocándose la barbilla, meditabundo. El aire trae un gemido, de papá; un grito. Comienza a golpear la puerta, hasta que se desconcha la pintura, dejando ver pintura amarilla que pasa a dejar ver pintura roja. La puerta se cae a trozos mientras el papá de Pili grita: ¿Oye, eres tú…?

Papá se aleja de la puerta y le da una patada a una piedra, en un gesto de rabia. Las tres niñas le miran. Y papá gime: Puta…

– ¿Ya te vas, no? – dice la niña extraña.

Pili niega con la cabeza.

– Ahora se va – asegura la tercera niña, subiendo al tobogán. Pero Pili se impulsa con más fuerza.

Sus tíos y tías y abuelos y demás desconocidos comienzan a salir del restaurante. Las nubes vuelven a tapar el sol. Detrás de una de las colinas se ve subir humo negro, producto de reflejos o colillas. Un incendio en un día de lluvia. Todos se quedan mirando hacia allí. Hasta que la madre y el tío de Pili salen del lavabo de señoras. El papá de Pili, delante de toda la familia, grita: <<Eres una puta>>. Mira al suelo mientras la madre de Pili se acerca a él murmurando algo, y él dice: <<No me toques, puta…>> El viento se lleva sus gritos en todas direcciones. Alguna gente sale del restaurante, para no perderse nada. La niña extraña dice:

– ¿Ahora sí que te vas, no?

Pili frena el columpio, se baja. Las otras dos niñas corren hacia él. La niña extraña da un empujón a la tercera, y esta cae al suelo. Comienza llorar, mientras de fondo se oye al papá de Pili:

– ¡Qué narices me estás diciendo!

Y un susurro. Y:

– Eso no me vale, joder.

La tía de Pili se acerca al hermano del papá de Pili, a su marido, y le abofetea en la cara. El tío de Pili se sube la cremallera del pantalón, con una marca de cinco dedos apareciendo en su mejilla. Pili se pone entre su padre y su madre. Papá deja de gritar. Y los tres, papá y mamá y Pili, se dirigen sin despedirse de nadie hacia donde está el coche aparcado, muy cerca de los lavabos.

 

Con la colina ardiendo y alejándose en los retrovisores, la mamá de Pili mira a Pili, con la cara hinchada y los ojos desorbitados, y dice:

– ¿Lo has pasado bien, cariño?

Pili mira a su padre llorar en silencio por el retrovisor, y comienza a contagiarse, y dice:

– Sí.

Dice:

– He estado casi todo el rato en el columpio.

 

 

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4 comentarios en “Orgullo de propiedad

  1. mmmm absolutamente delicioso, la combinacion de un simple juego infantil con una «tragedia» familiar…la frase final…llevaba tiempo sin pasar por aqui debido a mis «problemas tecnicos con el portatil» pero he vuelto de nuevo!!

    un besazo

  2. Ha valido la pena esperar. ¡Qué pasada! Cada día te superas.

    Lo del columpio, la tercera niña, etc. ¡yo lo he vivido! xD Pero en el sitio de Valencia donde iba, no hacía falta limón en las paellas. ;P

  3. Yo de pequeño iba siempre a un restaurante en Cabo de Gata (Álmería) casi idéntico al de tu relato. Historias verídicas, si señor. Un gustazo leerte

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