Esto es la historia de todas esas Patricias y Patricios. Es la historia de mi mujer y mi hija. De todo mi dinero. Es la historia de Patricia senior, mi mujer; de cómo permití que se autodestruyera. Y de Patricia junior.
De esas jaulas en las jugueterías que están llenas de peluches, Patricia, mi hija, siempre cogía el que se deshilachaba. Aun con siete años, ella sabía que ese era el peluche que nadie iba a coger.
Y la madre de Patricia, mi mujer, acababa en casa cosiendo al osito de turno que tenía un brazo colgando, cosiendo las partes en las que el algodón se quería escapar de dentro. Es que si no lo compramos nosotras, decía Patricia, nadie lo comprará. Nadie quiere peluches mutilados. El peluche desfilaba por la cinta negra delante de la cajera, y la mujer murmuraba que aún estaban a tiempo de cambiarlo si querían, no tenían por qué llevarse a aquel osito con la entrepierna rasgada, o al monito con el ojo colgando. Pero no, es el que quiere ella, decía la mamá de Patricia. Y hasta arrancaba algunas lágrimas a su alrededor. Todas las cajeras querían llevarse a esa niña tan mona a casa; la madre Teresa de Calcuta de los juguetes con defecto de fábrica. Y en casa veías su cuarto lleno de peluches roñosos, con remiendos, cosidos por doquier.
Patricia, mi mujer, era de aquellas personas aterrorizadas con el paso del tiempo. La mirabas y ya no sabías si quedaba algo de ella que no estuviera abierto y estirado, cosido o remozado. Tenía tantas operaciones de estética que ya no sabías qué edad podía tener. Pasas de ser una persona a ser un remiendo, para que la gente, en realidad, acabe yaciendo confusa a tu alrededor al mirarte. Eso era la mamá de Patricia: Patricia senior, mi mujer. Con todo, la gente no sabe qué clase de educación puede estar dándole a sus hijos. Los hay que lo confunden con apuntar a los niños a colegios privados. Hay gente que piensa que la educación de un niño es un trabajo a tiempo parcial, del que se encargan profesionales titulados. Nadie te dirá que piensa eso, claro, pero bueno, busca a alguien que diga lo que piensa realmente, venga; el tiempo comienza a partir de ya.
Luego, en el futuro, Patricia fue creciendo entre la gente que comentaba lo buena que era. Una yonki de ayudar a los demás. Con quince años se fue a por el chico obeso de su clase. Le dijo que si quería salir con ella. Al cine si él quería. Que le parecía buen chico. Que ella realmente creía que era guapo. Que no se tenía que preocupar de las burlas de los demás. Patricia ya no coleccionaba peluches. Ahora eran personas con defecto de fábrica. El niño obeso, el que llevaba gafas, el tímido. Todos los niños que ella veía deshilachados y que nadie se quedaba para sí, ella los quería. Daba igual lo que dijeran, lo que pensaran, lo que hicieran. El problema era la barriga, las orejas, dientes grandes, muchas pecas. El problema eran esas cosas que la gente ve realmente como problemas; lo que de mayores no decimos pero sí pensamos.
Echa un vistazo a esos parques de las grandes ciudades que antes han sido una maqueta. Y antes un proyecto, y antes una idea.
Todo en la vida parece cortado por el mismo patrón. Como Patricia senior, con sus tetas tres veces más grandes y rígidas de lo normal. Lo que antes era ella vendada, y antes un señor subrayando sobre ella con un rotulador, y antes un proyecto, que fue antes una idea. Lo que años antes fue una mujer, luego se parecía bastante a los arbolitos perfectos de las maquetas de los parques; un arbolito de plástico acojonado y lleno de sentimientos; tembloroso ante la perspectiva de que se le caigan las hojas en otoño. Échale la culpa de todo a la fuerza de la gravedad. Ya mismo, tanto si eres un parque como si eres una persona, alguien ha hecho un esbozo de cómo vas a quedar. Y luego viene Patricia con sus siete años, remendando peluches. Actuando por pena en la adolescencia. Haciendo feliz al gordito, al de las gafas de culo de botella, al pecoso.
Llegada la veintena de Patricia, la cosa no cambió mucho, porque en lo esencial la cosa no solía cambiar. La vida. Patricia senior seguía subiéndose las tetas a medida que estas caían. La tecnología contra la gravedad. Tú contra la naturaleza. Las sonrisas de Patricia senior sólo eran un intento de sonrisa. Corrección de pómulos, de nariz puntiaguda, ensanchamiento de frente, la barbilla, los dientes… Los dientes eran tan blancos y rectos y cuidados que parecían ideados por un arquitecto trabajando en una central nuclear. Si te hubieran dicho que brillaban en la oscuridad hubieras asentido sin más. Cada visita al supermercado era un montón de cabezas volviéndose a mirar a Patricia senior, en la que se reflejaban todas las luces del lugar como en un coche, de tan tirante que tenía la piel a sus cincuenta años. Sus tetas eran una lucha constante por escapar de la ropa prieta. Las cajeras la atendían sin mirarla, mirando las teclas, como si la caja registradora de repente fuera fascinante.
Y Patricia junior, la niña que entristecía al ver a peluches moribundos, mi hija, ya quería seguir los pasos de su madre. Lo importante era que si tu cuerpo iba a envejecer e ibas a morir, eso era una cosa, pero pobre de ti si alguien podía calcular tu edad. A esto la gente lo llama inmadurez. Realmente sólo era una caricatura de lo que hay; de lo que somos. Morir en un quirófano no es lo que la gente confunde con un final digno. No vemos a los cirujanos como un creyente ve a Dios. Los cirujanos no parpadean y comienzan a crecer árboles de los de verdad a puñados. Ellos trabajan con sus herramientas supuestamente esterilizadas, con sus rotuladores. La cirugía robótica no da la misma confianza ciega que la que tiene un creyente en la Biblia. Y quizá por eso mucha gente se ve bien a sí misma. Por miedo. El miedo a morir aún gana al miedo a tener el pene demasiado pequeño o las tetas balanceándose delante de tu ombligo. Lo que Hitler buscaba, muchas veces parece ser lo que mucha gente desea en silencio. Llegar a una discoteca y encontrar un montón de hombres y mujeres tersos y perfectos. La raza única subrayada a rotulador. No, nadie quiere peluches mutilados. Las burlas públicas por razones físicas parecían ser los campos de extermino modernos donde mucha gente sufría. La moda es el nuevo fascismo aceptado; las venas de nuestra supuesta libertad. Piensa en la moda como en un montón de víctimas reunidas.
Lo que quería hacer Patricia junior era alzar sus glúteos, para parecerse a alguien que ella creía mejor por tener un buen culo; a cualquier mujer de foto retocada de cualquier revista. Es el colmo de la superficialidad. Eres joven y guapa y perfecta y luminosa. Y aun así la revista retoca tus fotos. Aún no eres digna de ocupar sus reportajes con tus fotos llenando sus páginas. Porque tienes un grano, o un moratón. Da igual lo pequeña que sea la imperfección. Un montón de profesionales del medio te miran y dicen: aún podrías ser mejor. Mucho mejor. Y sí, te planteas que lo que hacía Hitler tiene bastante que ver con las adolescentes anoréxicas de hoy en día. Podrías llamarlo auto dictadura. Todas esas Patricias. Esos Patricios que afeitan todo su bello y tienen como mejor amigo al tipo que ven en el espejo después de trescientas abdominales. Tu carcasa perfecta como modo de vida. Y qué penita da toda esa gente que no tiene como primera prioridad su físico. En serio. Pobrecitos.
Haz lo que quieras, le dijo Patricia senior a Patricia con respecto a su proyecto de culo. Pero eso sí, le dijo, tienes que cuidarte. La gente a esto lo llama cuidarse. El nuevo concepto de cuidarse cada vez tiene más que ver con salir guapos en las fotos. No lo confundas con la salud. Claro, todas esas modelos de la tele no son el ejemplo perfecto de un cuerpo sano. Los culturistas alimentados a base de claras de huevo no es lo que un medico te vendería como la forma de llegar a viejo sano y atractivo. Tanto da si lo que quieres es inflarte o desinflarte, que mucha gente te va a poner como ejemplo de lo que es cuidarse. Unos buenos bíceps, una cintura minúscula, son sinónimo de salud; pero aún más, sinónimo de belleza. La gente no suele ir a los gimnasios para ser más sana. Mis Patricias no estaban preocupadas por llegar intactas y saludables a viejas. Simplemente no querían parecer viejas nunca. La línea que separa el patetismo de la belleza es casi invisible. Es la línea que no vio mi mujer nunca.
Patricia junior se operó el culo. Y ciertamente quedó más respingón. Dijo lo mismo que Patricia senior cuando acabó la operación: nunca más se iba a operar. Patricia senior se sentía cada vez más derrotada. Su belleza de diseño se iba apagando. La gente no sabía calcular qué edad podía tener, pero tampoco iban a decir que era guapa, que qué bien se conservaba. Su fealdad la acentuó el paso del tiempo. Daba igual si cada mes le daba un repaso al bottox de los labios, o si se ejercitaba en el gimnasio cada día hasta quedar exhausta. Porque ya solo quedaba lo que era. Una mujer mayor mal camuflada. Era mi Patricia escondida detrás de un montón de mi dinero, que no había servido para fabricar una belleza inmortal.
Ese vacío, que dejó tantos años de luchar contra el inevitable deterioro físico, la sumió en una depresión que no advertí hasta pasadas unas semanas; quizá porque ya no había cabida para más de un par de muecas en su cara, y ninguna de las dos transmitía ningún sentimiento. Al advertir su tristeza, decidimos adoptar un crío. Una niña china que buscaba padres adoptivos. El día que fuimos a buscarla, y al ver su carita de cinco años redonda y perfecta y preciosa, mi mujer comenzó a llorar. Aunque prefiero no pensar por qué.
Pasamos una buena época. La niña era un encanto, obediente, cariñosa. Era una versión china de Patricia senior, mi hija, que de vez en cuando traía a su novio a comer a casa. Era un tipo reservado, obeso, que parecía siempre alerta. El chico no tenía muy claro eso de que mi hija le quisiera. Actuaba como si fuera a despertar en cualquier momento. El tiempo pasó hasta que Gong Chang cumplió seis años. El tiempo pasó hasta que llegó la verdadera mala época. Fue unos días después de que la niña celebrara su fiesta de cumpleaños, cuando un coche la hizo trizas.
Al final todo era tan absurdo que la vida se podía reducir a una cuestión de mala suerte y diseño arquitectónico. Gong Chang murió porque las pelotas de tenis Dunlop botan más en una superficie dura. Todos hemos visto alguna vez el Tenis por la tele. Mi Patricia lanzó una pelota a la niña, demasiado fuerte. Esta botó en el camino de entrada a la casa, que estaba rodeado de césped. Que estaba flanqueado de árboles puestos en fila como militares. La pelota superó la valla y se dirigió hacia la carretera, con Gong Chang, de seis años, corriendo detrás.
Así que mi mujer, lastrada, hundida en la miseria más que yo o Patricia junior, decidió hacerse otra operación. Otra vez las tetas.
Nada se lo iba a impedir; era eso o encontrársela un día suicidada en la bañera de casa. Y ya no temíamos por ella en cuanto a la cirugía se refiere, porque pensábamos que si ya no había sucedido alguna desgracia en quirófano, ya no iba a suceder.
Y fuimos a que la operaran. Una operación de cirugía estética para aumento mamario en nuestra familia ya era casi como acudir al medico por un catarro. Estuvimos en salas de espera, Patricia junior y yo, leyendo revistas y aburriéndonos, cuando vino un cirujano, y nos dijo que “habían surgido complicaciones”.
Se trasladó a mi mujer a otro centro. Pero aunque la cosa se alargó unos días, no se pudo hacer nada, y murió. Fue chocante, incluso aunque pudieras esperarlo tarde o temprano. Y con el médico que me anunció su muerte delante, me vino a la cabeza una imagen de ella, cuando aún la quería de verdad, con su cara, y su sonrisa de verdad. Y me contuve y abracé a la Patricia que me quedaba, que se atragantaba en sollozos. Y a esas alturas era extraño vivir así, reaccionar así. Me culpé durante mucho tiempo porque las primeras sensaciones tenían más que ver con haber mandado tu viejo coche a una trituradora, o como haberse mudado de una casa que echarías de menos. Parecía que en realidad estaba perdiendo algo material; una mujer que se había pasado su vida pensando en sí misma hasta el punto de llegar a no pensar, si no era en nuevos materiales quirúrgicos, o en nuevos tratamientos de belleza, nuevos gimnasios abiertos, entrenadores personales, unas tetas mas grandes, unos labios más naturales. Se hizo tratamientos para rejuvenecer hasta que murió fea, desdichada, y de una forma estúpida y ridícula. Mi mujer, remozada y cortada y manipulada hasta la muerte. Sólo podía ser una víctima de todo lo que la rodeó, o una gilipollas. Y todo el mundo te dirá que sobre todo fue lo segundo. Ya llevo años planteándomelo. Y con todo, sólo me siento a gusto cuando estoy en las montañas, aislado, con mi hija, Patricia junior. Me siento bien cuando no estoy rodeado de pisos y parques y casas que han necesitado de arquitectos y planificación y futuros planes de mejora.
Contactamos con un abogado, para demandar al Hospital. Pero, sinceramente, por vergüenza y pereza, dejé de tener contacto con él. Sólo espero que mi hija, vaya poco a poco ayudándose a sí misma, con la misma voluntad con la que ayudó al gordito, o al niño con gafas, o al pecoso, o al tímido.
