La mayoría de gente no sabe que existe una isla diminuta y sin nombre, en un punto del planeta. Un trozo de tierra que no es más que un punto en el cielo sin referencia en los mapas. Y no esperes creer en él. La mayoría de gente no sabe que de esa isla provienen los mitos; los elfos, los gnomos, las sirenas, los gigantes, y un largo etcétera de seres, entre los cuales están las hadas. Y sí, las brujas también existen.
Algo que tampoco sabe la mayoría de gente es que casi ningún hada tiene alas. Aunque sí es cierto que todas son grandes protectoras de la naturaleza. Las que vuelan lo ven todo, desde arriba, y saben que lo importante es mantener a salvo el bosque. La inocencia es la primera característica que se puede observar en un hada, después de la belleza. Las hadas se pueden reconocer por sus ojos grandes y bocas de cereza. Hay quien las confunde con las elfas, ya que ambas son mujeres, y de gran belleza. Además no son insectos como especulaba Shakespeare. Tienen el tamaño normal de una mujer, y algo curioso, las pobres suelen ser víctimas de los motes.
Esta es la historia del hada Purpurina. El hada Purpurina enrojecía cada vez que un gigante o un troll la piropeaba. Su cabellera era lisa y clara y llegaba casi hasta su cintura. Sus ojos eran grandes y su boca pequeña. Su figura era estilizada. Tenía todos los rasgos típicos de un hada. Pero Purpurina comenzó a perder uno de esos rasgos típicos y eso generó un referente en esa isla de la que antes hablaba. Esa isla que es como un punto en el cielo y que no existe para nadie.
Las hadas, contrariamente a lo que se podría pensar, no son asexuadas. Purpurina comenzó a sentir cierto picor entre las piernas, y eso generó en ella la curiosidad de qué era lo que provocaba ese picor. Estaba apunto de convertirse en el primer hada con deseo sexual. Esto era como intentar abrir un cuento infantil pero no poder porque las páginas están enganchadas. Demasiado sórdido. Todo lo que sentía Purpurina chocaba con su estilo de vida. Vivía en una cabaña perfectamente construida en un árbol. Las hadas son los seres más mimados del bosque. Lo tenía todo, que allí, era igual que tener todo lo que necesitas. Su mejor amiga era el hada Colibrí.
Purpurina le contó a Colibrí que durante la noche se había tocado, allá donde también las hadas tienen bello. Le contó que le había gustado tocarse. Purpurina le dijo a Colibrí que quería irse de la isla. Colibrí se quedó atónita. Ellas nunca habían oído hablar del sexo o del amor. Solo tenían apego por un profundo sentimiento de cariño, que nunca iba más allá. Colibrí le comentó a Purpurina que tendría que renunciar a sus poderes, y también que debería cortarse las alas. Y sólo una bruja podía convertir a Purpurina en una mujer normal. El hechizo de una bruja era el que te echaba del cuento real que era la isla.
Un día las más de cien criaturas de la isla se reunieron, como hacían cada mes, para hablar sobre los asuntos concernientes o de actualidad que afectaban a los habitantes de la misma. Después de tratar el asunto de los gigantes que devoran seres humanos desperdigados en lanchas o barcos, que por casualidad llegan a la isla, Purpurina levantó el dedo con timidez. Y se le cedió la palabra:
– Quiero ir a la civilización. Quiero marcharme de aquí y seguir viviendo como una mujer, allá… entre humanos.
Sus palabras escandalizaron a más de uno. Todos comentaron algo, excepto el hada Colibrí, que admiraba a su amiga por lo que quería hacer. Purpurina se marchaba. Lloró su marcha de la isla, pero estaba convencida, y en el fondo hasta contenta. Una de las brujas de la isla hizo que un conjuro cayera sobre ella. Haría efecto en unas siete horas. Era más o menos el tiempo que necesitaba Purpurina para volar hasta la civilización. Una vez allí sus alas y sus poderes desaparecerían, y Purpurina sería una mujer más.
El viaje fue duro, agotador. Cuando avistaba la playa, Purpurina no tenía ni idea de adónde estaba llegando. Sólo sabía que allí habría humanos. Sólo quería descubrir por qué su entrepierna protestaba en demanda de algo que en su isla no podía conseguir. Ella siempre había asociado lo humano a lo depravado y a lo superficial, que era de lo que se hablaba en la isla cuando salía a relucir el comportamiento de los hombres y las mujeres de la civilización. Y por alguna razón sabía que su inquietud actual tenía mucho que ver con lo humano, con lo depravado y con lo superficial, de lo que tanto había oído hablar, y que no entendía demasiado. Los humanos eran la respuesta. El hombre era la respuesta. Purpurina descendió el vuelo y se hundíó bajo el agua cien metros antes de la orilla. La tarde caía. Era la hora. Sus alas desaparecieron en un destello de luz brillante subacuático. Tuvo que nadar los cien metros y durante su camino se deshizo del modelo de fino camisón que llevaba y había llevado toda su vida.
Purpurina era humana y estaba desnuda. Ya casi era de noche. Descansó en la playa; en la arena. Y durante unas horas fue el ser más indefenso del planeta. El futuro se cernía sobre ella, aterrador, inevitable. A nuestra hada le costó dormirse. Colibrí no la despertaría al día siguiente bromeando.
A las seis de la mañana abrió los ojos. Estaba perdida desde el punto de vista práctico. No tenía ropa, ni dinero, ni un sitio a donde ir. No se había traído nada parecido a un equipaje porque habría entorpecido su vuelo. Era la versión a la inversa de un naufrago. Llegó a la civilización sin defensa alguna. Tan solo era un trozo de carne precioso y vulnerable que no sabía lo que era una televisión. Ahora sólo cabía esperar. No podía adentrarse en la ciudad debido a su desnudez, aunque por otra parte tampoco podía quedarse en la playa. A lo lejos avistaba a gente que paseaba por el paseo marítimo. Llevaban sus camisas o camisetas y sus pantalones cortos, y algunos iban acompañados por sus perros. Purpurina observaba extrañada. No sabía qué hacer. Y por primera vez en su vida experimentó lo que es el miedo.
Pensó en volver nadando a su hogar, pero era imposible, incluso siendo una experimentada nadadora. Era uno de esos momentos en los que ya no hay vuelta atrás. Purpurina no sabía que la vida está plagada de esos momentos. Al cabo de un rato, se volvió a dormir en la arena.
Al volver a despertar ya eran las nueve de la mañana. Había gente con sus toallas. La playa comenzaba a estar habitada por seres humanos. Un hombre de mediana edad se acercó a Purpurina, sonriente, gafas de sol.
– Hola… buenos días.
– …
– ¿Cómo te llamas?
– Me llaman Pu… Purpurina.
– ¿Purpurina?
Silencio. Y Purpurina parpadeó, confusa, una, dos veces, escrutando al tipo.
– Yo me llamo Toni. Soy director de cine.
– …
– De… cine para adultos – mira a su alrededor -. ¿No tienes ropa?
Purpurina hizo que no con la cabeza.
Y pasaron un buen rato hablando, sobre todo él. Cuando el tipo se iba a marchar, ella le siguió. De todos modos no tenía otra salida. Toni le puso una toalla encima y los dos se fueron al apartamento de Toni. Allí, Purpurina comenzó a vivir entre humanos.
Pasaron unos minutos, y ya en el apartamento, Toni preguntó:
– ¿Lo has hecho alguna vez con una cámara delante?
– …
– ¿No? Podríamos hacer una prueba de video. Tú… conmigo. Yo he sido actor, no te preocupes. Puedes ducharte, al fondo del pasillo está el baño.
Purpurina accedió a lo que quería aquel hombre. A la ex hada le costó familiarizarse con el mecanismo de la ducha. Después volvió a la sala de estar, donde Toni la esperaba, ya desnudo y con una cámara y un trípode. Purpurina se puso cómoda en el sillón y Toni comenzó a besarla. Cuando estuvo erecto, Toni intentó penetrarla. Notó cómo Purpurina resoplaba y vio una mancha roja en el sillón entre sus piernas. Toni dijo: ¿Eres virgen?
Al paso de los días Purpurina rodó videos porno que después se publicaban por Internet. Lo hacía porque le gustaba. La promesa de placer que albergaba su entrepierna se hizo realidad, y el dinero, que era la moneda de cambio de los humanos, nunca le faltaba. Sólo tenía que “follar”, que es como lo llamaban los humanos. A veces lo hacía con un hombre, a veces con dos, a veces con una mujer; y casi siempre resultaba placentero. Su cuerpo estaba viviendo una experiencia que ninguna otra hada podría ni imaginar. No tenía que dar explicaciones a nadie, pero eso era algo que ella ignoraba. La habían acogido en un nido de placer y dinero. Purpurina era feliz.
Estuvo de un lado para otro rodando videos, películas; entraba el dinero a espuertas. Se aficionó a las discotecas. Trabajaba apenas tres horas al día. Todo el mundo la adoraba. Un director de cine le ofreció algo de heroína en una fiesta, y Purpurina cogió un billete tal y como se lo había visto hacer a muchos, lo enrolló y utilizó su nariz respingona de hada. Comprobó que el dinero podía comprar incluso el placer. Toni decidió educarla en el mundo de las drogas. Purpurina se hizo adicta a la heroína, que el mismo Toni procuraba que no se metiera en vena para que no tuviera marcas en los brazos. Aquello se convirtió en una rutina. Purpurina se corrompió cuando se dio cuenta de que en el fondo sólo la respetaban porque nunca decía a nada que no. Fueron los telediarios, los libros, la demás gente que veía por la calle. Cuando estaba sobria entre colocón y colocón veía una realidad que nunca antes de haber tomado drogas había visto. Purpurina se corrompió a medida que fue cada vez menos ignorante. Una noche Toni la forzó porque ella no quería follar con él. Consiguió escapar del apartamento y se fue a la policía. Todo iba demasiado rápido en el mundo de los humanos.
Ella aún no sabía lo que era la dignidad, pero comenzaba a sospechar; sospechaba de todo el mundo.
La policía no hizo caso a su denuncia porque ella no tenía ningún moratón. Nada que inculpase a nadie. Y aquella fue la noche más triste de su vida. Pasó de ser un hada inocente en una isla perdida a ser una drogadicta adaptada a la civilización que se ganaba la vida vendiendo su cuerpo. Aquella noche, aunque sin ser consciente del todo, Purpurina pensó por primera vez en el suicidio. Se encontró a Colibrí, su mejor amiga, sin sus alas, muerta, con la ropa desgarrada, tirada en un callejón. Colibrí había seguido sus pasos. Todo era tan terrible que daba escalofríos. Pero no se mató. Intentó volver al apartamento de Toni y él no la dejó entrar con el cadáver de Colibrí. Otra vez estaba como al principio. Volvió a la policía y dos polis la interrogaron, más por diversión que por otra cosa. No volvió a ver a Colibrí.
– No tiene DNI…
No.
– ¿Ningún documento identificativo?
No.
– ¿De donde ha salido usted?
Soy un hada.
– ¿Una hada?
Sí, soy un hada.
– Joder…
Uno de los dos polis hizo una llamada telefónica.
– Soy un hada dríode, una hada del bosque. Quise venir a vivir con los humanos. Puedo llevarles hasta la isla en la que vivía.
– ¿Pero…las hadas no tienen alas? – se mofó.
Algunas sí y otras no.
– Usted no.
Yo las tenia, pero me las quitó una bruja.
Purpurina hablaba sin demasiado convencimiento, como si supiera lo que iba a pasar en el futuro, que es una de las sensaciones mas terribles que hay, pensó. No se inmutó cuando llegaron dos hombres y le pusieron una camisa de fuerza. La metieron en un vehiculo. Oía los comentarios de los tipos que la llevaban hacia el futuro.
>>Dice que es un hada.
>>Ya.
>>Joder, tío.
>>Está buena la cabrona… si no estuviera loca…
Las brujas también existen. Sí. La mayoría de gente no sabe que… La llevaron a un edificio blanco. La metieron en una celda acolchada. Purpurina pensaba en su isla. En Colibrí. En gigantes. En el sexo. Seguía sin saber nada del amor. Pensaba en la heroína.
La heroína. La heroína. La mayoría de la gente, pensaba, no sabe nada.
Qué ingenua soy… Por un momento he pensado que, por una vez, sería una historia feliz y frívola de las de «y vivieron felices y comieron perdices». En fin, como siempre, muy buena.;)
wenas. Joder k historia más buena, vales para esto. me ha encantado