Ciento veinte por hora. Rafa conduce y Cesar ocupa el asiento del copiloto. Tres horas desde el inicio del viaje, y siete por delante; camino a las vacaciones. El paisaje se reduce al amarillo y el marrón desérticos. Son las tres y pico de la tarde. En las páginas centrales de la revista Penthouse una chica pelirroja acerca su lengua al modo de los fotógrafos de moda erótica al pubis depilado de una morena sonriente y espatarrada; las dos están desnudas, claro. La revista la hojea en el asiento de atrás Charlie, apodado así desde que a alguien sustituyó su nombre, José Carlos, por Charlie. Con las ventanas cerradas, el aire acondicionado hace que el coche sea una nevera ambulante; esa costumbre de combatir el calor con demasiado frío artificial, y Charlie dice:
– Baja el aire, tío.
De la radio sale una canción seca y estridente de los Quens of the stone age, y Rafa grita por encima de ellos que no, que no hace frío, joder. Charlie resopla. Rafa toma un desvío al ver un cartel indicativo: zona de servicios.
Es lo que se llama coger una bandeja y poner lo que quieres en ella, comida, bebida. Son esos locales que encuentras aún muy lejos de donde sea, rodeados de camiones aparcados. Dentro del local el aire artificial también está demasiado presente; el frío. Los tres viajeros comen en una mesa sus bocadillos de fotografía, hacen muecas al masticar mientras el hambre intenta suplir lo que no aporta la comida en calidad. Rafa deja medio bocadillo en su bandeja con ligero desespero:
– Qué asco…
– ¿No tienes hambre, tío? – murmura con la boca llena Charlie.
– Ya no.
Cesar deja también su bocadillo a medias. Apostilla:
– Se me está resecando la garganta.
– Aquí sí que hace frío, y no en el coche – protesta Rafa.
En la mesa de al lado se sientan cuatro chicas, rubias, delgadas, ojos claros, ni una palabra en español. Con sus respectivas bandejas, cuchichean en lo que parece alemán y sueltan sonrisitas vacacionales. Los tres viajeros se miran entre sí. Escotes pronunciados, piel blanca, pelo rubio de verdad, y los tres viajeros se miran entre sí pensado: joder. Una de las cuatro chicas se levanta de su silla. Entorna sus ojos azules hacia los tres viajeros de forma momentánea. Charlie la mira, sonriendo. La chica da un traspiés, tropieza con una silla y cae en el suelo como un saco. A Charlie se le escapa una carcajada. Las tres amigas corren a socorrer a la accidentada mientras de reojo miran malhumoradas a Charlie, que ha cambiado el semblante. La chica tiene un rasguño en el codo, y se queja de un fuerte golpe en la cabeza. Dos de las chicas se sientan en la mesa otra vez, y la otra acompaña a la accidentada al lavabo.
Las dos que quedan comen sus bocadillos sin pronunciar ni una palabra, sin mirar a los tres viajeros. Pasan unos cinco minutos y las otras vuelven. La accidentada dice algo incomprensible, y las dos que estaban sentadas se levantan y las cuatro se disponen a abandonar el local. En su mesa quedan dos bocadillos intactos y otros dos a medias. Rafa mira a Charlie y susurra:
– De puta madre, tío.
Los tres viajeros salen del local. El sol les da en la cara. De lejos, en el aparcamiento, Charlie ve a las cuatro chicas. La accidentada está sentada en el capó de un coche, fumando un cigarrillo. Las otras tres están de pie, cerca del mismo coche. Cuando Rafa se dispone a abrir la portezuela del conductor, una de las tres chicas, a los lejos, toca a la accidentada en el hombro. Las cuatro se meten en el vehiculo. Rafa: ¿Nos estaban esperando?
– Esto va a ser divertido… – murmura Charlie.
– Querrán un pique… – apostilla Cesar.
Zorras alemanas, nazis, guarras de las SS. Los tres viajeros se divierten soltando pullas mientras arrancan el coche. El otro vehiculo, con todas ellas dentro, aún no ha arrancado. Rafa maniobra para volver a la autovía, y es justo en ese momento cuando Charlie vuelve su cabeza en el asiento de atrás y ve que el coche de las chicas ya está en marcha. Y está a pocos metros de ellos. Charlie observa que es la chica que tropezó la que conduce. Los dos coches retoman el viaje; uno, y justo después el otro, ellas. Cincuenta por hora, sesenta, setenta. Charlie alerta:
– Estas tías nos siguen…
Rafa mira por el retrovisor. Cesar se vuelve a mirar hacia atrás.
– Se te querrán follar… – bromea Rafa.
Cien por hora.
El coche de las cuatro chicas se dispone a adelantar. Rafa deja que pasen. Cesar murmura: se van. Pero el coche no coge más velocidad, se queda a pocos metros. Una mano sale por la ventanilla del conductor. Un dedo se mueve: venid, seguidnos.
– Qué les pasa a estas ahora… – se queja Rafa.
– ¡Tú síguelas! – se anima Charlie.
– Tío, ¿tú sabes lo que nos queda aún de viaje? – se queja Cesar -, ¿y por qué te vas a fiar de ellas?
– ¿Y por qué no? Nunca nos pasan cosas así – argumenta Charlie.
– ¿Cosas así? – dice Rafa.
– ¡Cosas divertidas, tío!
Ciento veinte por hora.
Rafa sigue detrás del coche de las alemanas, unos cinco metros por detrás.
– Si se desvían de nuestro camino, allá ellas – murmura Rafa -, yo no pienso perseguirlas por todo el país…
– No me jodas – dice Charlie -, vamos a un puto pueblo. Beberás todos los días hasta quedarte gilipollas, y no mojaremos.
– ¿Y quién te dice que no te van a cortar los huevos? – dice irritado Cesar – ¿quién te dice que te las vas a tirar? Tú, además, que te has cachondeado de ellas… ¿Y si te quieren putear? ¿Te crees que vamos a pagar el pato todos?…
– A tomar por culo, nos vamos – decide Rafa. Se dispone a adelantar a las chicas, para dejarlas atrás. Maniobra y se pone delante de ellas. Ciento treinta por hora. Ciento cuarenta. Y las chicas, detrás, siguen, se acercan, aceleran, no se pierden en los retrovisores.
– Esto me está dando por culo… – dice entre dientes Rafa. Cesar mira hacia atrás, sin saber qué decir. Charlie tiene una sonrisa en los labios.
– Te vamos a abandonar en una puta gasolinera, para que te arregles con ellas… – dice Rafa, señalando con el pulgar a Charlie.
Ciento cuarenta. La música sigue sonando pero nadie la escucha. El sol se refleja en la luna delantera del coche de ellas, y no se ve nada, como si ya solo fuera un vehiculo, como si no hubiera nadie dentro. Y ciento cincuenta por hora.
Rafa saca su mano izquierda por la ventana: pasad, adelantadnos, joder.
No.
El coche sigue detrás, viene detrás, el sol lo conduce. Charlie mira por el espejo retrovisor, sin atreverse a volver la cabeza, ya serio. Te has reído de mí, os habéis reído de nosotras, piensa. Y estamos como putas cabras. Me duele la cabeza, el codo, estoy enfadada. Soy la que conduce. Tu nuevo Dios. No te rías.
Rafa resopla. Cambia de carril y aminora y ellas cambian de carril y aminoran. Detrás. Acelera otra vez. Da igual. Ciento cincuenta otra vez.
– No te preocupes, tío – dice Cesar mirándose las rodillas -, que se vengan si quieren. Nosotros a nuestro rollo.
– Están demasiado cerca – dice Charlie.
– ¿Ya no te ríes, gilipollas? – explota Rafa -, en la próxima estación de servicio vamos a parar, y te las vas a arreglar para que dejen de tocar los huevos…
Ciento cincuenta, cincuenta y uno.
– ¿Es que es culpa mía? ¿Porque se me ha escapado la risa antes…?
Silencio. Rafa apaga la radio. El otro coche está tan cerca que llega un sonido de guitarras que sale por las ventanas abiertas. Rafa se va al otro carril. Ídem alemán.
– En inglés o como coño puedas, vas a ser tú el que nos saque del atolladero.
– Igual estás exagerando, tío – interviene Cesar -. Seguro que se hartan y se van. Tocarán un rato los huevos y se irán.
Rafa aminora. Ciento veinte. El otro coche permanece detrás, sí, demasiado cerca. La música grita en alemán, quizá los Rammstein, por encima del aire, de la velocidad. Y ya las cinco de la tarde. Desierto, marrón, amarillo. Si sacas la mano por la ventanilla el aire caliente azota como nunca. La aventura se alarga, mira el reloj una y otra vez. La carretera desierta, los dos coches tan cerca que te acuerdas del coche fantástico cuando estaba apunto de subirse a su camión en marcha. Los dos en marcha. Ellas detrás. <<Venid>>. Procura no pensar en películas sangrientas americanas, dice Charlie. No lo hagas. Tenéis demasiada imaginación, dice.
– Vete a tomar por culo – murmura Rafa. Cuando pare luego, vas a conducir tú, o cualquiera de los dos. Ya llevo dos horas con esa tía pegada al culo.
Cesar permanece en silencio. Charlie coge el Penthouse y comienza a hojearlo. Proceso de normalización. Luego el coche, detrás, hace por adelantar. Rafa suspira, deja paso. Cuando los dos coches circulan en paralelo, los tres viajeros bajan la cabeza; proceso de normalización. No pasa nada, no hay miedo; está todo bajo control. Ni tan siquiera sabíamos que andabais por detrás, piensa Rafa, ¿sois las chicas que vimos antes? ¿las alemanas? El coche, que parece lleva los cristales tintados por el reflejo del sol, se pone delante, cinco metros delante. Nada de despedidas. Rafa saca el aire por la nariz, con fuerza. Ciento veinte, cien, ciento cincuenta, da igual; siempre juntos. El circuito acaba en unas cinco horas. La parte trasera del coche de las alemanas está diciendo: no tenemos prisa; casi parece que se abre el maletero, como la boca del muñeco de un ventrílocuo: no tenemos prisa. No hay nadie dentro del coche. El muñeco de Dios. Sí creó el universo, también puede jugar a esto. No puede ser que aquella chica angelical de pelo rubio natural y ojos azules pueda convertirse en tu ser supremo durante doscientos kilómetros; y sigue contando. El Dios que se te quiere llevar con él. Sigue, vamos. Los pensamientos se arremolinan en la cabeza de Rafa. Esto no es más que una anécdota que contarás, se dice. Esto es la broma de cuatro alemanas con un sentido del humor al que no estamos acostumbrados. No, en serio, piensa Rafa, vamos a echarnos unas risas. Somos tres. Más fuertes. Ellas son cuatro, pero fuera del coche podrías darles un empujón y tirarlas al suelo y hacerlas picadillo a patadas. Mira, un cartel: zona de servicios.
Rafa toma el desvío. Las chicas siguen en línea recta; tocan dos veces el claxon. Rafa grita: ¡me cago en Dios, a tomar por culo, joder!… Chirrido. El coche de las chicas derrapa, provocando el chirrido de los neumáticos, de golpe. Los tres viajeros miran hacia el coche de Dios, el Sol. Como si hubieran oído blasfemar a Rafa, se detienen. No dudan en dar marcha atrás unos metros y coger el desvío. Todos a la zona de servicios.
– No te pares, tío… – ruega Charlie. Cesar mira a Rafa. Rafa mira por el espejo a Charlie.
– Que te den… ahora paro y te vas a pedirle perdón a la rubia. Nosotros ni vamos a salir del coche. Así que ves preparándote el discurso…
Rafa deambula conduciendo por la zona de aparcamientos. Ellas, detrás. Charlie blasfema en susurros.
Finalmente Rafa aparca. El otro coche para a unos quince metros por delante. Los dos bañados por el sol y cerca de un local que parece exacto al anterior. Charlie sale del coche. Rafa y Cesar se quedan dentro. La puerta del conductor del coche de ellas se abre; la chica rubia con un rasguño en el brazo la cierra a sus espaldas y mira a Charlie, que se encamina hacia ella. La chica saca un cigarrillo y se lo enciende. No sonríe, se ve confiada, sin atisbo se inseguridad. Rafa y Cesar están atentos a la escena. Cuando está a un par de metros de ella Charlie junta las manos como si fuera a rezar. La chica le dice algo, con cara indignada.
– Hablarán en inglés, supongo – dice Cesar.
– O eso o ellas son españolas. Y ellas no son españolas – afirma Rafa.
– Pues con la bronca que le está echando ella, veremos si este se entera de algo…
Cerca del edificio hay aparcado un coche patrulla. Dos policías salen del local. La chica rubia se vuelve a meter en su coche. Pero no arrancan, siguen esperando. Charlie se queda de pie, quieto, pensativo. Luego se vuelve caminando al coche donde Rafa y Cesar esperan.
– ¿Qué mierda pasa? – masculla Rafa. Charlie se va hasta la ventanilla, donde Rafa le mira, inquisitivo, y Charlie dice:
– Dicen que las hemos estado siguiendo todo el camino. Que las dejemos en paz.
– ¡¿Qué…?! – al unísono.
– Como lo oyes, dicen que van a llamar a la policía.
– ¡¡…!!
El coche de las chicas arranca y se acerca al coche patrulla, donde los dos policías comen sendos bocadillos. Los tres viajeros se vuelven a mirar la escena.
– ¿Qué hacen? – pregunta Charlie -, ¿eh?
La chica del rasguño en el brazo señala hacia el coche en el que están los tres viajeros.
– Joder, joder… – Charlie se monta en el asiento de atrás -, joder, joder, tío, joder…
Los dos policías dejan sus bocadillos y sus botellas de agua dentro del coche patrulla y se encaminan hacia el coche con la rubia, la accidentada, Dios, el Sol.
– A la mierda…, no tengo por qué aguantar esto…
Rafa arranca el coche de golpe, levantando el polvo del aparcamiento. Los dos policías se ponen a correr hacia su coche.
– ¡Estás siendo un capullo, tío! – suelta Cesar
– Charlie permanece mudo, mirándo hacia atrás. Cuando el coche retoma la autovía ya se oye la sirena del coche patrulla. Detrás.
– ¡Callaos los dos! ¿Me oís? ¡¡Iros a la puta mierda!! – grita Rafa, sudando, fuera de sí.
El coche de policía se acerca por detrás, aullando, haciendo señas: parad, aparcad, la vida es muy bonita, en serio.
El coche de las chicas desaparece en el retrovisor, aparcado, en la zona de servicios. Y Rafa no para de repetir: nos hemos librado de ellas, ya está, nos hemos librado de ellas…
Me he quedado desconcertada. No sé muy bien a dónde lleva esto. 4 alemanas cañón que dan miedo. Original 😉 ¡¡Un beso!!
Este me ha gustado poco, la verdad por delante. Creo que le falta tensión. La historia me parece un poco repetitiva y la tensión final un poco metida con calzador. Tampoco te aflijas en exceso. Sigues contando historias muy bien. Es sólo que esta me parecería mejor si no hubiera leído algunas perlitas tuyas.
Pues a mí sí me ha gustado, aunue voy a buscar esas perlitas tuyas de las qu habla Vernon