– ¿No será que usted no existe como la gente piensa que existe? – dice el hombre.
– Bueno, hay diferentes formas de verlo.
– Sí, eso ya lo sé. Pero, ¿existe?…
– ¿Quién? ¿Yo?
– …
– ¿Qué pasa?, tranquilízate.
– La gente hace bien en cagarse en usted de vez en cuando.
– ¿Eh? pero… ¿La gente?
– Sí, nosotros, sus corderos, ovejas o como narices le guste vernos…
– ¿Es que tú no crees?
– Es usted exasperante. ¿Así es como atiende a los rezos de la gente?
– ¿Eh…?
– Que si… – suspira el hombre -, que si este es el caso que hace a todo el mundo.
– ¿Este?
– Dios…
– ¿Si?, disculpe, no es mi mejor día…
Silencio.
– Dudo mucho que usted sea capaz de nada de lo que se comenta por ahí abajo, sinceramente.
– ¿Qué se comenta?
– ¿No lo sabe?
– ¿El qué?
– Lo que… lo que se comenta de usted y sus colegas.
– ¿Mis colegas?
– Ya sabe… en los evangelios.
– Oh… los evangelios…
– Sí.
– ¿Y bien?
– Bueno, ¿lo sabe o no?
– ¿Lo que… se comenta?
El hombre asiente con la cabeza.
– Bueno… a veces me llegan rumores – prosigue Él.
– Ya… En fin, hay gente que le está entregando su vida. Están enclaustrados. Estudian la palabra de Dios y todo eso, ¿me capta?
– Ya… disculpa.
Él abre un cajón blanco y saca un tarro de porcelana. Se mete una pastilla en la boca. Dice:
– Disculpa, es mi medicación.
– Tranquilo…
…
– ¿Qué me decía?
– No, simplemente que… hay gente que le venera, han rechazado el sexo, no cometen ningún pecado. Se confiesan pensando en usted… Mucha gente le está entregando su vida, por completo.
– Ya…
– ¿…?
– Bueno, lo cierto es que no pensé que fuera para tanto.
– ¿No?
– La verdad es que no.
Silencio.
– Ya… bueno. Y… dígame, ¿existe el Diablo?
– Bueno… – largo silencio – sí, pero es ella, no él.
Silencio.
– ¿El Diablo es una mujer?
Asiente.
– Es… Teresa, así se llama.
– ¿Teresa?
– Sí. Es una mala influencia. Practica el sexo de forma enfermiza… Fuma… Bebe…
– ¿Y? ¿Ya está?
…
– Antes era mi secretaria… La eché.
– El diab… ¿ella era su secretaria?
– Sí.
– Bueno y… ¿dónde está?
– Nunca se sabe… va y viene. Estuvimos…
Silencio. Él se echa la melena hacia atrás, suspira.
– ¿Sí…?
– Tuvimos una relación…
– ¿…?
Él rompe a llorar.
– Está bien, vale… – solloza -, no… no se llama Teresa…
– ¿…?
– Es por Maria… es Maria.
– Maria… ¿…?
Él suspira, mira al techo blanco.
– Maria Magdalena, ¿vale?… – sentencia sollozando.
– Entonces es verdad.
– ¿El qué?
– Corrían rumores por ahí abajo, la gente…
– Ya, la gente siempre se va de la lengua por ahí abajo…
– Pero… ¿entonces existe el Diablo o no?
– No lo sé. Dicen que sí. Es lo más probable…
Él vuelve a abrir el cajón blanco. Tarro de porcelana. Se traga otra pastilla.
– ¿Qué toma…?
– ¡Puedo dejarlo cuando quiera! ¿Entendido?
– No he dicho que no.
– Me llegan cada día cientos de peticiones – murmura, como para sí mismo -, ¿entiende? Voy de un lado para otro sin parar. Me duele la cabeza… me duele todo el cuerpo…
Mira hacia el tarro de pastillas, calmándose.
– Solo las tomo para tranquilizarme, no abuso de ellas…
– Ya… no pensaba que las cosas fuesen así por aquí…
– Pues bienvenido al paraíso, o como lo llamen por ahí abajo.
– Y… ¿entonces por aquí no saben de la existencia de un infierno?
– Solo sabemos lo mismo que cualquiera, casos de exorcismos, sospechas sobre si realmente el Diablo es el que parte y reparte. Solo sabemos que si existe, está claro que no se deja ver.
– Bueno, usted tampoco da señales a lo vivos.
– Ya lo se, pero luego todos pasáis por aquí, ¿verdad?
– La verdad es que aún no tengo claro si estoy con usted o estoy soñado o estoy en coma.
– No, los casos de coma solo son fallos de papeleo, la nueva secretaria suele equivocarse con frecuencia. Si alguien no tenía que morir el coma suele ser una tapadera medica, es largo de explicar…
– …
Él saca una botella de un cajón. La abre y pega un trago, largo.
– ¿Qué es? ¿Qué bebe?
– Se te está acabando el tiempo…
– ¿Es alcohol?
– También puedo dejarlo cuando quiera…
– Todo esto se parece demasiado a cuando estaba vivo.
– Esto solo es tu segunda oportunidad. No morirás, eres inmortal, pero si mueres se acabó, es largo de explicar, pero ya lo irás aprendiendo. Quizá es después cuando viene el infierno.
Él sigue hablando y blandiendo la botella. Una puerta blanca se abre en la estancia. Entra una mujer de blanco. Al verle a Él, camina con ligereza, le arrebata la botella;
– No puede seguir así, señor. No podemos tapar cada una de las tonterías que hace.
– Eso ya lo sé yo…
– Perdone, disculpe – dice la mujer de blanco mirando al hombre -, se acabó su tiempo.
El hombre se levanta, dispuesto a irse.
– ¡Eh!, perdona – dice Él.
– Dígame – dice el hombre.
– Eres joven… ¿Cómo has muerto? Tengo que escribir un informe, pura rutina.
El hombre señala la botella casi vacía que la mujer de blanco tiene en la mano.
– Aja… – dice Él -, no te preocupes, no eres el primero, ya me entiendes.
La mujer de blanco tira del brazo del hombre, para sacarlo de la estancia. La puerta se cierra, y Él se queda solo.
– No se preocupe, no se crea la mitad de lo que dice la Biblia… – dice para sí.
Al cabo de unos minutos la puerta vuelve abrirse. La mujer de blanco acompaña a otra mujer. La mujer de blanco dice;
– Le corresponden quince minutos con Él.
La puerta se cierra. Él dice;
– Siéntate… Tú también eres muy joven.
La chica toma asiento. Él se acomoda. La escruta de arriba abajo. De un cajón saca otra botella, llena.
– Dime – dice Él, después de pegar un trago -, ¿de qué has muerto?
– De… de hambre… creo.
– Oh, no te sientas mal, aquí vas a hacer muchos amigos.
claro que existe..
no?
No hay más opción o es yonki y borracho, o es sordo…
He encontrado esta página en el 20 minutos. Y la verdad es que me alegro muchísimo de haber pulsado en el enlace. Me estoy leyendo tus textos y creo que tienes mucho talento.
Con esta historia la verdad es que me he reido 🙂
Te seguiré visitando. Un saludo
Muy buen relato, me divertí bastante, soy agnóstico, y con un Dios así, yo si me quedo, va se la creo más, hechos a su «imagen y semejanza», que más semejante que este Dios que pintas.
Saludos desde México.
Dios se ha disfrazado de Alanis Morissette.