La mayoría de las cosas, tanto si son buenas o malas, empiezan en algún momento concreto. Y todo acaba cuando te mueres. Luego, quién sabe. Y basta.
Basta de obviedades. Él inició una conversación interesante y profunda, pero de forma involuntaria. No es como si te acercas a una chica y hablas de según qué para impresionarla, es más bien cuando no recuerdas cuándo la conversación empezó, ni por qué, ni cómo. Así que él se vio inmerso en la charla con ella, y supo que había una cosa que le apetecía hacer. Con ella. Y ella sonreía. Descarada. Ellos, los dos, sabían que todas las palabras se iban a transformar en líquido muy pronto. Ella sacó el tema de las novelas eróticas, y de cómo se leen de forma impaciente por llegar a la parte tórrida, siempre veinte páginas enterrada. Él dijo que nunca había leído literatura erótica. A ella le dio igual, dijo: ten paciencia, todo llega. Al cabo de media hora en la barra del bar, con las rodillas de ambos chocando desde los respectivos taburetes, a él ya se le notaba algo luchando en el pantalón. Y ella seguía sonriendo y él intentaba recordar cuál fue el último polvo, con quién. Dónde. El porqué daba igual. Miraba la falda corta de ella. Cuero. Miraba su escote, algo como una blusa, palabra de honor. Algunos cubatas después ella seguía como antes, era todo dientes. Sonrisas sin sonrisas. Da igual cómo lo mires, la ropa que haya, el lugar, y todo lo que tengas en la cabeza, porque llega un momento en que ya todo se ha convertido en sexo. Las sonrisas y la amabilidad y el alcohol ya no lo son. Da igual en qué idioma hables, porque llega un momento en que lo único que tiene sentido es correrse con alguien. Todo se puede traducir en sexo, al sexo y por sexo. Todo lo que hacían él y ella ya sólo hablaba un dialecto, comprendía una cosa. Y un hotel barato esperaba. Ella era un cuerpo de los cincuenta, carne, tetas, caderas, todo de los cincuenta. Él era delgado, algo más alto que ella.
Y esta es la parte en la que cuando estás solo detienes el video porque has pasado el principio de la película, para llegar hasta la primera escena. Esto es cuando ya has leído las primeras veinte páginas. Los preámbulos no le interesan a nadie. Este es el verdadero principio que hay antes de tu muerte. Otro principio. Y todo comenzó cuando ella se quitó la falda y él pudo ver que sus bragas blancas tenían una parte húmeda justo en medio. No es sudor, dijo ella. Sonrió. Y se las quitó. Él se quitó los pantalones y los calzoncillos al tiempo, cuando vio el pubis depilado de ella. Luego, la página veintiuno, los dos completamente desnudos. La erección de él la recorría ella con su lengua. Busca sinónimos elegantes si quieres, pero ella se metía la polla en la boca, todo lo que podía; ella se hurgaba abajo con la mano izquierda. Ya sabes, sinónimos; ella se hurgaba el coño, dos dedos dentro. Él tuvo que hacer que ella parara de chupar. De lamer. Le tocaba a él, dijo. Ella se abrió de piernas con confianza, con ganas. Él comenzó a pasear su lengua alrededor del coño, lamía, besaba. Ella protestaba, decía que la quería dentro, quería la lengua dentro. Sonreía y protestaba. Las palabras ya eran líquido. Él comenzó a lamer el ano de ella, espatarrada en la cama, y fue subiendo. Lamió los pliegues del coño. Con dos dedos lo abrió, y trabajó el clítoris. Sigue buscando la elegancia, los sinónimos, hazlo si quieres. Él daba mordisquitos allí abajo. Mordisquitos no suena mal. Ella se retorcía. Eres bueno, decía. Eres muy bueno. Y la lengua masculina pasó a lamer con ansia todo el coño de arriba abajo. La lengua se fue al ano y desde allí subió lamiendo hasta donde antes había habido vello. Repite. Ano, coño, vello sin vello. Y repite. Hasta que ella dijo que se corría, se co… rría. Él se incorporó. Y ahora si te hace sentir mejor, adelante, puedes llamarlo pene. Él acomodó su capullo hinchado en los pliegues rosados de ella. Fue metiéndolo a cámara lenta. Comenzaba a aparecer sudor. La polla ya toda dentro de ella. Él agarró sus tetas, pechos, mamas. Las apretó, sacó su polla del todo del coño, luego envistió con fuerza, hasta dentro, y ella gimió entre el gusto y la sorpresa. Él la sacaba del todo, era lo que hacía, y la metía del todo, hasta que los huevos se oían chocar contra el perineo. Estrujaba las tetas, las masajeaba, y el ritmo de la follada al principio era constante, lento. Constante. Ella sudaba ya por la frente y entre las tetas. Lento. Él decidió sacar su polla del todo y esperar. Ella le miró, ansiosa, dijo sin hablar: métela. Joder, métela. Él golpeó con su capullo la zona del clítoris, constante y rápidamente. Ella se mordió el labio inferior, enseñó los dientes, soltó una carcajada. Y él volvió a meter su polla dentro, de golpe, hasta follar otra vez, lentamente, esta vez sin sacar la polla del todo en cada envestida. Con el ruido siempre de fondo, los huevos contra el perineo, casi contra el ano, <<plap… plap… plap…>>. Ella jugaba con las piernas, las apoyaba en el pecho de él, que cogió la pierna derecha y la lamió, lamió los dedos de los pies. Puso las piernas de ella de manera que tenía los pies de uñas pintadas pegados a sus orejas. Y <<plap… plap… plap>>. El mismo mecanismo siempre desde el principio de los tiempos. Pasa a los planos quirúrgicos; la polla entrando en el coño desde tan cerca que puedes ver que ya está empapada de los fluidos de ella; las tetas sudadas moviéndose arriba y abajo cuando él no las estruja; el hilillo de baba de ella en la comisura de los labios; las uñas pintadas de las manos que hacen que arañan el pecho de él. Y abre el plano: él acelera el ritmo agarrándose a las piernas femeninas, y ella suelta pequeños gemidos pellizcándose los pezones. Luego ella diciendo que se va a correr, que se corría, se corría, <<plaplaplaplap>>. Y las venas del cuello femenino se hincharon, un temblor en la espalda, sonrisa congelada, gemidos entrecortados. Él disminuyó el ritmo, sacó su polla del coño, lo golpeó. Pericia. Ella sonreía tontamente pos orgasmo, el pelo empapado en la raíz, la piel mojada en casi todo el cuerpo, las gotas de sudor cayendo de la nariz de él encima de ella, por todas partes. Él decidió volver a lamer el coño, metió la lengua, la removió dentro, la sacó, metió dos dedos para sacarlos y meterlos mientras la lengua sacudía el clítoris. Ella agarró la cabeza de él, empujándola hacia sí, los ojos como platos, la boca entre abierta, balbuceando sonriente: joder… joder…. Él se incorporó, la cogió a ella por la cintura, la levantó y la puso cuatro patas, puso las manos en los glúteos de ella, el culo, trasero, pandero, mientras ella cogía la almohada y se la ponía debajo, pegada a las tetas. La polla comenzó a pasearse por la entrepierna mojada, daba golpecitos en el ano, el capullo se metía un poco en el coño, solo la punta, y salía, golpeaba. Él sudaba a chorros y ella sonreía, ojos cerrados, abrazada a la almohada ya mojada. La polla se metía un poco más adentro y salía. Ella sacudió el culo, ansiosa. Él golpeaba los glúteos con el glande, jugando. Metía otra vez el glande, el capullo, y lo sacaba. Hasta que decidió meterla del todo, otra vez envistiendo, por sorpresa, y la polla entró entera; los huevos chocaron contra la zona del clítoris, el vello sin vello, el pubis. Y un gemido, sorpresa y gusto. Y otra vez follada lenta para empezar. Él la metía y la sacaba casi del todo, acariciaba toda la silueta ya mojada de ella, dio una palmada en el culo, sonora, y ella soltó un gritito. Él cogió las bragas mojadas que aún estaban encima de la cama, una parte húmeda de cuando esto empezó. Se puso las bragas en el cuello, como collar. Ella se volvió a mirarle, sonrisa momentánea, frente brillante de sudor, la lengua fuera en gesto obsceno, provocativo; y él aumentó el ritmo. La polla apenas salía, sólo entraba, entraba y entraba. Ella se incorporó un poco, apoyó las manos en la cama, las tetas se volvían locas a cada envestida y ella gemía cada vez más fuerte. Él le tapó la boca y ella mordió su mano. Luego una envestida tan fuerte que ella casi perdió la compostura; él dejó la polla dentro y se quedó quieto. Ella comenzó a mover el culo en círculos para notarla en todos los rincones, paredes vaginales, cavidades, o el soneto que se te ocurra. Se relamió los labios y él volvió a follar, esta vez más rápido.
Ruidos femeninos sin abrir la boca, sin parar de mover el culo, todo el cuerpo empapado. Él paraba dejando siempre la polla dentro, quieto, para no correrse aún. Luego ella quiso ponerse encima. Cabalgar, dijo. Él la sacó y se echó en la cama boca arriba. Ella, aprovechando el sudor general, paseó sus tetas por el cuerpo de él, desde la polla hasta la boca, dejándose caer, resbalando. Al llegar a la cabeza él comenzó a chupar los pezones, a morderlos mientras su polla resbalaba entres las piernas femeninas y el pubis depilado subía y bajaba en su vientre. Los dedos de él bajaron para acariciar el coño. Ella se dejó caer aplastándole con sus tetas la cabeza mientras él sacaba la lengua regocijándose. Tres dedos hurgaban en el coño. Se escuchó la sirena de una ambulancia en la calle, un móvil comenzó a sonar en la habitación, cinco tonos, se oía un avión comercial que volaba demasiado bajo; ella se sentó en la cara de él, removió el culo, cogió una cinta para el pelo de la mesilla y se lo recogió en una cola de caballo mientras él hurgaba con la lengua dentro de ella, que no dudaba en apretar su culo, aplastando, gimiendo. Alguien golpeó el suelo desde el piso de abajo, quizá con el palo de una escoba, tres golpes fuertes, un grito. Que se jodan, dijo ella, y se acomodó para comenzar a cabalgar. Bajó con parsimonia su coño encima de la polla, y acoplados se arqueó hacia atrás y comenzó a moverse, agitando su culo en círculos. Despacio, dijo él, despacio…. Y más golpes en el suelo, en el techo, los vecinos de abajo.
Él se la apartó de encima y ella dijo que se corriera en sus tetas. Él se puso de pie en la cama, y ella de rodillas. Y la leche, o esperma, o semen, salpicó con tres chorros el pecho de ella, que se lo esparció por las tetas, respirando hondo, muy hondo.
Luego ninguno de los dos había muerto aún, pero sí, algo que había tenido un principio real había acabado de algún modo. Aunque solo de forma simbólica, en serio. Era algo bueno que había comenzado en un momento concreto, pero que no acabaría hasta que los dos murieran. Un principio real, y un final momentáneo, de pega. Piensa en tus ex novias, antiguos compañeros de clase, el recuerdo de un ser querido muerto; todos esos principios que no llegarán al final hasta que mueras.
La ventana de la habitación la abrió ella. Entró brisa nocturna. Él, vistiéndose, dijo: He perdido el avión… Ella no hizo ni caso. Volvían a golpear abajo. Ella dijo: Tranquilo, son mis padres. ¿Tus padres viven abajo? Pues sí, dijo ella, mis padres viven abajo. Cogió el móvil y llamó. Se oía cómo sonaba abajo el teléfono. Ella le habló enfadada al auricular, y después se quedó callada, tardó en colgar, y al colgar dijo: Mi padre ha tenido un infarto, hace un rato que se lo ha llevado la ambulancia. Ý él no supo qué responder. Pero ella, poniéndose la chaqueta para otro principio, murmuró: ¿Me darás tu número de teléfono?… ¿Me lo darás?
