Once de la noche. Mi aliento forma las típicas nubes con las que de pequeños fingíamos fumar. Ahora ya poco importan los detalles. Una calle del montón lejos del centro de una ciudad más con un nombre cualquiera. Estoy esperando delante de un edificio. Soy moreno y nada resultón, y hace como un mes que por las noches las luces son difusas, y básicamente no veo bien nada que no esté a menos de seis o siete metros. Es cuando sabes que vas a necesitar gafas. No es divertido. Soy como esa gente con la que te cruzas por la calle y no te suscitan nada. Eso sí, después está Carla. Carla es guapa y odia su nombre, es pelirroja, tiene veintitantos años y ya le molesta decir su edad a la gente. Ahora está dentro del edificio, y si te cruzaras un día con ella por la calle te volverías para mirarle el culo, o la envidiarías. Hacia las once y media debería salir de ahí, y a las doce la quinta planta debería convertirse en escombros dando un buen susto a la cuarta y la sexta. Sólo un buen susto. Mi móvil comienza a sonar y es Andrés. Y dice:
– ¿Ya está dentro?
Andrés antes era como esos tipos que encienden los fuegos artificiales con una bengala en las fiestas de tu ciudad. Esos tipos que caminan con trajes ignífugos entre los cohetes y las fuentes de colores, tan ocupados en no quemarse que olvidan que están realizando un espectáculo piromusical.
– Sí, está dentro. No debería tardar más de media hora en salir.
– Vale, llámame.
Queridos Reyes Magos, decía la carta de Carla: os confieso que este año no he sido buena, pero por lo menos yo existo.
Ella ha escrito su carta y yo la mía. Las dos a lápiz. De algún modo sabíamos que era mejor poder corregir. Al acabarlas nos las pasamos, las leímos, nos echamos unas risas y acabamos planeando hacer realidad una de las peticiones, no sin antes borrarla. Suele pasar con la verdad, no conviene que esté escrita. La sobrina pequeña de Carla entregó un sobre con nuestras dos cartas junto a la suya a la juguetería de la que conseguimos los papeles a modo de promoción. No pienses en nosotros como novios o amigos; piensa sólo en lo queda, o en tomarse un café de vez en cuando planeando estupideces como la de esta noche. Y bueno, respecto a esta noche, piensa en esas cosas de las que la gente habla, pero no hace. Eso de que un día de estos van a ir a pincharle las ruedas del coche al jefe y bravuconadas por el estilo. Todo el mundo va por ahí haciendo política urbana, diciendo que están hartos y que van a hacer esto y aquello. Te lo prometen. Y luego no cumplen nada.
Queridos Reyes Magos, comenzaba mi carta: no os voy a pedir que traigáis algo de paz al mundo. Quizá lo mejor sea que libréis lo suficientemente pronto a la Tierra de nuestra molesta presencia. Eso, y nunca conseguí de vosotros un Tragabolas.
En esta calle anodina hace un frío que pela. De algunos balcones cuelgan esos Papá Noeles de adorno furtivos y vacíos. Una vez leí un artículo de Quim Monzó que decía que si un tipo ya mayor llamado Papá Noel de verdad tuviera que repartir regalos a todos los niños del mundo, la velocidad con la que tendría que ir para hacerlo en una sola noche, científicamente, acabaría por desintegrarlo. Imagínate a los renos rompiendo la velocidad del sonido, y luego al viejo rechoncho con el pellejo despidiéndose de él. La magia de la Navidad.
Aún faltan diez minutos para que comience a comerme las uñas. En realidad, decía Carla en su carta, mi lista de lo que no quiero es más larga, y eso no es competencia vuestra. No quiero fumar más, ni que la gente hable de mí a mis espaldas, ni que me juzguen etc, etc, etc… así que no sé qué narices puedo desear que me regaleis, porque debe hacer como veinte años que dejé de creer en vosotros, y no escribí más cartas. Creo que fue el mismo año en que dejé de creer en Dios, y no pasó mucho más tiempo hasta que dejé de creer en la mayoría de las personas.
Para estos reyes, escribí yo, quiero dos asiáticas zombificadas por un pez globo, y un bote de viagra. Quiero pastillas anticonceptivas y consejos útiles para librarme de los cuerpos. Os dejaré ración doble de agua para los camellos si me traéis algo de sangre limpia. Últimamente fumo algo más que cigarrillos, y se acercan unos análisis en los que no quiero ver a ningún médico con cara de póquer.
Cinco minutos. La verdad, escribió Carla, es que no me mola nada que los padres vayan con esos cuentos a sus críos. Con eso de que existís. De hecho, los críos no deben tener un gran concepto de vosotros cuando muchas veces ellos piden más de lo que les acaba llegando. ¿Eso son unos Reyes Magos? Es como si encuentras una lámpara, la frotas, y el genio que sale te dice que no concede deseos materiales que vayan más allá de los cien euros. Una estafa, vamos.
Oigo un ruido arriba, Carla está asomada por una ventana. Me pongo el dedo en los labios y le digo que no grite. Me dice que todo va bien, que no hay nadie. Se vuelve a meter para dentro. Veo la luz de su linterna ir de un lado a otro. Andrés vuelve a llamarme.
– ¿Cómo va todo?
– Aún no ha bajado, pero va bien, no hay nadie arriba.
– Guai… Luego vuelvo a llamar.
El plan lo montamos sencillo: ella sube arriba, deja el artefacto, sale con lo que le interesa y luego el artefacto explota. Fin. Los motivos son la rabia y la sed de venganza. Motivos muy legítimos, sólo hay que abrir un libro de historia para comprobarlo. Yo, la verdad, sólo he venido a acompañarla, a vigilar, a hacerla sentir más segura. Cierta falsa sensación de seguridad no viene mal. Porque no tengo imaginación. Si alguien quisiera entrar a estas horas en el edificio me costaría horrores impedírselo sin que acabara pegándome o llamando a la policía. Me siento en un banco, saco un cigarrillo.
También me gustaría tener un trasto de esos de la energía eólica, escribí. Me molaría. No sé si sabría aprovecharlo, pero quedan muy bonitos cuando vas conduciendo y los ves dando vueltas cuales molinillos gigantes. No os confundáis, no es que yo sea ecologista, sólo es una cuestión de estética. Sólo es para sentirme mejor. Con tal de que me traigáis lo que os pida os podéis cargar la fauna animal y quemar los bosques. ¿No es eso lo que la gente nunca dice para no quedar mal? Seguro que lo que nadie os pide poe estas fechas es más individualismo.
Carla ya está abajo, sale con una carpeta llena de papeles por el portal, y me dice que ahora nos tenemos que alejar. En principio no ha de ser una gran explosión, pero es mejor ser cauto. Faltan veinte minutos para que el quinto piso quede hecho un cristo. Hablamos durante bastante rato, al final decidimos irnos a casa y pasarnos mañana por aquí. Es mejor que la idea de que alguien llame a los bomberos mientras no demasiado lejos ve por su ventana a un tipo y una chica de pelo naranja, que seguro citará cuando la policía comience a hacer preguntas.
Para terminar, escribí, también me gustaría tener uno de esos aparatos para alargar el pene. Uno nunca sabe si eso puede funcionar, y yo veo demasiada tele de madrugada. No es que esté mal dotado, pero podré llevármelo de fiesta en alguna despedida de soltero.
Por lo demás, creo que ya está todo lo suficientemente jodido como para que vosotros, que no existís, podáis hacer algo.
Un abrazo.
PD: Si la chica que lee esta carta es la que vi empaquetando cajas a los clientes, me recordarás, soy el que iba con aquella pelirroja que no paraba de hablar con los niños. Si te apetece hacer algo algún día, llama: 654 888 009.
De camino a casa, llegamos a oír la explosión. Carla sonríe y murmura que por lo menos el invento no ha fallado. Llamo a Andrés y le digo lo que acontece, y que mañana puede venir con nosotros a ver los desperfectos.
Así que, sólo os pediré una cosa, concluía Carla. Quiero que vayáis al edificio de oficinas en el que trabajaba hasta hace dos semanas, y utilicéis vuestra magia para arrasarlo. No me creo que sólo utilicéis vuestros poderes para el bien o para colaros en las casas. No me jodáis, hacedme el favor. Hacedlo por los árboles de navidad de plástico. Por los niños. Id allí, coged la carpeta que me dejé con mis dibujos, traédmela, y haced de este mundo un lugar mejor.
Muchos besos. (…)
PD: De pequeña, un año sentí cómo uno de vosotros me tocaba estando en la cama. Fue repugnante. Prefiero no saber quién de los tres fue. Quería que lo supierais.