Fue el lunes de hace ya tres semanas cuando mi hermana de diez años comenzó a dejar de serlo. Gritaba totalmente ida. Eran las ocho de la mañana. Asomé la cabeza a su habitación y nada más verme alargó los brazos hacia mí desde su cama, mientras mis padres la sujetaban. Antes, cuando levantaba la voz, se sonrojaba y se tapaba la boca con las dos manos. Ese día, mientras cerraba la puerta de casa para irme a la universidad, la oí amenazarme de muerte. El día anterior había tirado por la ventana a un crío de su clase, desde el tercer piso, donde están las clases de primaria. El crio sigue en coma.
Ese mismo lunes de hace tres semanas tenía un examen que suspendí. Luego, la chica de la que he estado colado sin remedio me rechazó soltando el tópico <<No eres mi tipo>>; tardé dos años en reunir el valor para hablarle con sinceridad. Me dieron ganas de matar a todos los que me aconsejaban que dijera lo que sentía. La gente siempre está dispuesta a darte el último empujoncito para ver cómo acabas; no te dejan vivir resignado o utópicamente ilusionado si te da la gana. Cual fue mi sorpresa, que al día siguiente me dijo que estaba arrepentida, que no quería ser tan seca. Así es, rechazado dos veces para que ella pudiera quedar bien a la segunda. La gente siempre tan humilde y preocupada por ti. Lo de colarse por alguien muchas veces puede ir en contra del sentido común. Quien sea te puede putear o hasta reírse de ti, y esa persona sigue siendo lo primero en lo que piensas por la mañana. Es como comer mierda pensando que es chocolate. Hay quien posee cierto magnetismo que le hace tener inmunidad al desprecio de los demás. Es cierto que a veces es la chica guapa, o el tipo carismático, pero muchas otras veces no. Si la persona deseada es muy atractiva o tiene dinero, no cuenta. Si la persona deseada es del montón, entonces el amor es ciego. Así que, de una forma u otra, todos salimos perdiendo. O es interés o es estupidez pasajera. Entonces te lo piensas. Decides si quieres ser liberal y preocuparte sólo por la parte sexual del asunto, o si quieres amor; sin pensar que fácilmente puede ser mierda en lugar de chocolate.
Durante la segunda semana de gritos en casa, era martes y no podía concentrarme con la Filosofía. Más exámenes. No me asomaba a la habitación de mi hermana. Mordió a mi madre en el brazo, y mi padre creyó conveniente ir a urgencias para vacunarla contra la rabia. A mi hermana esas vacunas no le habían servido para nada. Los psicólogos ya venían a casa a pares. Nuestro médico de cabecera, la primera mañana de gritos, le había mirado la garganta, dijo que era faringitis y fiebre y le regaló el palito a mi hermana. Mis padres estuvieron tres horas esperando en urgencias con ella el jueves de esa primera semana, y no la atendieron hasta que le dio un empujón al carrito de un bebé, que al final no se hizo nada. En realidad, a mis padres lo que parecía preocuparles ya de verdad, era que yo no dijera nada a nadie. Porque a esas alturas ya pensaban en los curas.
En la tercera semana, éste lunes pasado, atropellaron a Cristina. La chica del rechazo doble. Digo ahora el nombre porque ya es lo único que queda de ella. Iba de camino a la universidad y un camión la esparció por la carretera como si hubiera chocado con un bote de mermelada de metro setenta. Yo no estaba presente, pero a mediodía fui hasta la calle del accidente. Había sangre esparcida cuatro o cinco metros. Creo que fue el rencor lo que evitó que pudiera sentir algo de compasión. Seguía pensando en ella, pero ahora ya sólo es una preocupación menos, un desahogo, libertad. He salido a flote. Con ella viva, estaba sometido a un examen constante.
Hoy domingo, se confirma que no se sabe qué narices le pasa a mi hermana. Se llama Clara, y en su caso también es el nombre lo único que queda. No gira la cabeza trescientos sesenta grados ni vomita sangre, pero estos días no ha habido quien la duche, y suda empapando el pelo y el camisón de tanto hacer esfuerzos para encorvar la espalda hacia atrás y gritarle a mis padres una y otra vez que sabe lo del condón roto. Que son unos hipócritas y que ha llegado la hora de pagar. Cosas así. En realidad no suelta muchos tacos. Todo lo que dice, sea verdad o no, está bien argumentado. En caso de ser el Demonio, en rigor puedo decir a su favor que las películas le dejan en muy mal lugar. La situación, de todos modos, ya no se sostiene. Hay dos curas que llevan aquí tres días.
Teniendo en cuenta que nunca he visto llorar a mi padre hasta hoy, estoy empezando a creerme lo del condón, y quizá yo tenía que ser hijo único.
Mi madre calienta paños empapados en agua como si estuviera atendiendo a una embarazada. Mientras siguen los gritos y los rezos en voz alta, busco información sobre los exorcismos. Todo lo que consigo encontrar en Internet son páginas web en las que igual se habla de eso como de los ovnis. Toda la información tiene el mismo nivel de credibilidad. La Iglesia apenas ha reconocido unos cuantos casos, y en general todo tiene ese tufillo de ser una enfermedad de la que no sabemos nada. Eso sí, la enfermedad es lo suficientemente extraña como para que el enfermo no soporte el ver una cruz o una estampita de la Virgen. Hoy ya nadie es ateo aquí. A eso de las nueve de la noche mis padres tienen que sujetar a Clara para que no se golpee la cabeza contra la pared. Entro en la habitación, y viéndolo todo me siento como en una nube. Esto, paradójicamente, debe ser parecido a esa sensación de incredulidad de quien se entera de que es rico gracias a la lotería; te está pasando algo que a nadie le pasa. Yo lo siento así. El teléfono fijo suena en casa sin que nadie lo coja, y mis padres andan discutiendo sobre qué va a ser lo que contarán a la gente en lugar de la verdad. Mi hermana tiene convulsiones y está constantemente en tensión. Ahora insiste en que mi madre es una adultera; según dice le ha puesto los cuernos a mi padre tres veces. A estas alturas mis padres seguro que preferirían que la niña hablara en lenguas muertas, o imitara a la perfección la voz de antepasados que ya crían malvas. Clara, por llamarla así, lo dice todo en segunda persona aun hablando sobre sí misma, y creo que eso ha sido lo que al final ha hecho a mis padres volverse creyentes. Eso, y que lo del condón roto y el adulterio seguro que es cierto.
Es extraño que aun siendo ya las siete de la mañana del lunes, ningún vecino se queja de los gritos. Es obvio que saben que algo fuera de lo normal pasa. Si lo que oyeran fueran gemidos de índole sexual ya habrían venido a quejarse hace horas. Salgo de la habitación de mi hermana. Los curas dicen que deje la puerta abierta. Creo que planean largarse en cualquier momento y dejarnos colgados con el marrón, alegando que estamos en manos de Dios o cualquier putada similar. Vibra mi móvil en el bolsillo. Mierda, pienso, la universidad. Cada día pasa a buscarme Fran, un colega, y debe estar en la calle esperando con el coche. Le digo al teléfono que hoy no podré ir, que mi hermana está muy enferma.
– ¿En serio?
– Sí, tío, hasta ha venido el médico a verla a casa.
– Joder…, ¿esos gritos que se oyen son de ella?
– Eh… sí… tiene fiebre, delira…
– ¿Qué dice de un condón?…
– No sé… oye, voy a colgar. Nos vemos mañana…
– Muy bien, ¡Oy…
Cuelgo antes de que termine la frase. No es que vaya a cambiar mucho la cosa porque me quede aquí, pero si fuera a la universidad podría perderme algo importante. Mis padres discuten en su dormitorio con la puerta cerrada. Están histéricos. Cuando voy a entrar en la habitación de Clara, veo cómo los dos curas salen. Se olía esto. Se nota que quieren evitar excusarse ante mis padres. Se cruzan conmigo.
– Qué, ¿todo bien? – Digo – , perfecto, ya veo, política de no intervención, como durante el Holocausto…
Digo:
– Anden, vayan con Dios…
Los dos hombres salen por la puerta. Con caras de derrota. No me extrañaría que ahora que han visto lo que han visto, se replantearan las cosas. Puede que yéndose de putas. Es fuerte creer en Dios como ellos y repudiar al Diablo, pero si sabes que ambos pueden existir de verdad, entonces ya tiene que ser demasiado.
Entro en la habitación. Mi hermana, o lo que sea que es ahora, tiene el pelo empapado y los ojos con algo así como una conjuntivitis aguda. No es que la ayuda externa haya sido excepcional para restablecer la situación, empezando por el médico de cabecera, que de verla así probablemente le recetaría Frenadol. Le echo un vistazo. Cuando habla, tiene la voz que tendría cualquier niña de diez años que se hubiera pasado tres semanas gritando. Lo que convierte todo esto en sobrenatural es el aguante. No ha dormido, pero es que tampoco ha comido. No ha bebido nada, y todo eso en circunstancias normales ya debería haberla matado. O por lo menos debería estar agonizante. Está delgada, como esas ancianas que se rompen la cadera sólo con pasear. Me mira. Murmura:
– Tú…Vas a morir.
– Ya… Eso ya me lo dijiste el primer día.
– ¿Entonces piensas que eres inmortal?
– Ah, quieres decir que voy a morir un día u otro.
– Vas a morir, y punto.
– ¿Quién eres?
– ¿Y tú?
Obviamente, pienso, no estoy hablando con mi hermana.
– Yo soy yo, soy estudiante, soy normal, ¿tú quien eres?
– Soy Clara, ¿no me ves? – sonríe, tiene los dientes amarillentos, y la mueca que hace parece la de un travesti de cuarenta años prostituyéndose.
– No, mi hermana pesaba quince kilos más que tú.
– Vas a morir.
– Y dale…
– Tú y ella.
– Vaya, ahora ya no eres mi hermana.
Oigo discutir a mis padres. Temo que a mi padre se le vaya la mano. No sería la primera vez, y además ahora sabe que ella ha estado follando por ahí. El bicho, mi hermana, tose. Lo hace como alguien que llevara sesenta años fumando. Unas gotitas de sangre salpican su camisón, ya meado y cagado. El olor se hace insoportable. La miro, me acerco. La miro a los ojos y susurro:
– ¿Clara?… ¿Clara?
– … Cállate. Está muerta, y tú también.
– ¿A mí no me gritas como a ellos?
– Cállate, fiambre.
Comienza a salir sangre por su nariz. Gotea por su barbilla. Comienza a decir algo, apagándose, con un hilo de voz:
– Si te gusta… díselo. ¿Qué vas a hacer, eh? Ves y díselo…
No reacciono.
– Oh, ¿ya se lo dijiste?… No sabes quién soy yo, estudiante – dice -, pero tú no eres muy diferente.
Cierra los ojos. En algún lugar había leído que es habitual la muerte por agotamiento. Ya sólo oigo los gritos de mis padres en la otra habitación. Alguien llama a la puerta, al timbre, insistentemente. No tengo ganas de hablar con nadie. Pero aun así voy a abrir. En el umbral hay un tipo de unos cuarenta años, lloroso. Me quedo mirándole. Le pregunto qué quiere.
– Soy el padre de Carlos.
– Carlos… ¿qué Carlos?…
– Cabronazo… – susurra, sacándose una pistola de un bolsillo trasero del pantalón, encañonándome. – Carlos… el niño que tu hermana tiró por la ventana… en el colegio, cabronazo… ha muerto esta mañana…
Y lo último que pienso es: Oh, ese Carlos…
jo, he empezado a leerlo… pero me ha dado miedo.
buenas noches
Sin respirar hasta el final…
Que bueno eres Jordi!!!
Que te diviertas estos dias,es largo el puenteeeeeeeeee.
El lunes es mi cumple…jajaja…ufff…
Un beso
Y yo que pensaba que el chico iba a estar hablando con la que le gustaba…en vez de con su hermana 😛
Muy bueno, como de costumbre. 😀
Fiambre, eres cojonudo.Tienes un sentido del humor como pocos (deja que recuerde…), nadie en la blogosfera.He llegado hasta aquí por consejo de una amiga.Ahora me entero de que se llama? ANA.Aunque no debería decir su nombre, por si es lo único que queda de ella.
¿Aquí se puede largar? Por si acaso, largo:
Vi la película del Exorcista en Ilford-Essex. Salí impresionado.Ahora me haría reír, pero entonces acojonaba.El caso es que era de noche como siempre en Inglaterra,y para llegar a casa tuve que andar por una larga carretera desértica.Llegué a un punto en que a ambos lado de la misma se extendía un cementerio.De esos ingleses, con lápidas clavadas en el suelo, como a mí me gusta, nada de nichos.Al principio pensé, fiuu , lo que faltaba…un cementerio. Pero poco a poco me fui tranquilizando. Hasta acabé cantando la canción que ocupaba el top de las listas.Me pregunté la causa de mi repentina paz interior.Entonces recordé que en mi pueblo, al ir de vuelta a casa por la noche, entraba en un camposanto para esconder el paquete de Ducados. No quería que me lo pillasen mis padres, que habría bronca.Lo curioso es que teniendo aquel cementerio tres grandes recintos, con sus cipreses y sus mirtos, yo no guardaba la cajetilla en el más cercano al portal, sino en el más apartado.Me gustaba merodear y daba tiempo a echar el último cigarro.Allí, al fondo, entre dos tumbas dejaba mis Ducados.Nunca me faltó un pitillo.Tampoco sé si algún muerto se mudó de tumba o maldijo mi suerte (me inclino por lo ultimo).Pues, ya ves, lo único que acabé sintiendo al atravesar por medio de aquellas sepulturas tan flemáticas fueron ganas de fumar.
Esto tú lo contarías de virguería.Sabes mantener el pulso narrativo (perdón) con un humor que hace conservar la sonrisa en la boca, sin dar lugar a carcajadas.Es decir, eres un artista, fiambre.
impresionante, me ha encantado, me has encantado…
tienes una forma de escribir impresionante…
se ve que abrí la ventana antes de echarme una siesta, me he despertado y me he encontrado algo una página no habitual, ya no lo recordaba. he leído un par de frases y ya no podía parar, a pesar de que cuerpo se mantenía medio sentado en el sillón….
ya seguiremos, necesito una ducha, tengo una cita…. para ver un piso.
Pues a mi me dao una risa de miedo.
Entre mis dos gatos merodeando por el suelo de madera, tu relato y esta noche oscura al otro lado del mundo…
he pasado miedo.
Ay, Jordi, cómo te echaba de menos.
Me ha encantado. Genial tu historia y cómo la escribes.
Gracias Ana por la referencia, y felidades aquí también.
Extraordionario, «oh, ese Carlos»