Seguro que sí, pero he llegado a dudar sobre si hay alguien más como yo. He llegado a pensar que estoy solo. Mi familia no sabe nada de esto. Y no es que yo sepa mucho más que ellos. Cuando tu tarea es publicitar de forma subrepticia lo bonito que es vivir, puedes acabar abusando del prozac. Soy Mister optimismo subliminal. La primera persona de la que no deberías fiarte.
El P.P.S (Programa de Prevención del Suicidio) existe para mí desde hace dos años, pero no sé cuánto tiempo debe llevar activo. No sé cuántas personas más hay con mi cargo, y no sé nada de la gente para la que trabajo, aparte de que tienen línea directa con el Ministro de Interior y que no debo hacerles preguntas. Los funcionarios de Correos y toda esa gente con horario fijo y preocupaciones de clase media, bueno, no saben la suerte que tienen.
La chica de esta noche tiene un largo historial de depresión y crisis de ansiedad. El paquete básico. Su último novio la ha dejado por otra, eso comienza diciéndome. Y éste, dice, era el definitivo, tenía que serlo. Rompe a llorar en medio del restaurante. Nos es la primera vez que me veo así. Lo que tienes que hacer ante esa desesperación es seguir comiendo, atender a tu filete como si no estuvieras delante de alguien con el perfil óptimo del suicida inmediato. Poco después, la persona en cuestión te mira, desconcertada ante la falta de respuesta. En este contexto, la indiferencia siempre funciona. A una persona que podría querer morir le importa menos no ser el centro de atención. Coges cuchillo y tenedor y cortas un trozo de tu filete sangriento, te lo metes en la boca, y miras a tu acompañante. Dentro de tu comportamiento como Preventor, no se aconseja comer ensalada o nada que insinúe la idea de que pretendes llegar a viejo. Si la idea que tiene tu acompañante es la de quitarse de en medio, esas cosas le empujarán más hacia la tumba, comenzarás a caerle mal. El cinismo y la conversación casi inexistente pero certera, es lo mejor para comenzar a encauzar el problema. Es decir, ella quizá quiere morir, pero a ti tampoco te vuelve loco estar vivo; ése tiene que ser tu mensaje. El primer paso para comenzar a ganarte a tu Objetivo es la empatía.
El motivo por el que soy la versión oscura de un agente de la C.I.A, es que en los medios siempre se habla de asesinatos y guerras, de violencia de género, de profesores acosados, de lo que sea. Se habla de todo, menos del suicidio. Sabes que hay gente que toma esa decisión, pero no sabes con qué frecuencia, ni dónde, ni cuándo. En todo lo que respecta a la gente que se mata a sí misma, el periodismo no existe si no eres una celebridad. Cuando llevas un tiempo con esto y te sabes las estadísticas de memoria, sabes que el tema tabú por excelencia no tiene nada que ver con la violencia explícita o el sexo. El suicidio, a nivel mediático, sólo tiene cabida si antes de pegarte el tiro has matado a tu pareja. Los suicidas no pueden ser el blanco de tu compasión como ciudadano informado. Los soldados mueren en la guerra, los conductores en la carretera, las mujeres a manos de sus parejas, y todos merecen nuestro momento de luto. Los suicidas, en cambio, bueno, ellos sólo van de cabeza al infierno.
El caso es que un día, quizá hace muchos años, alguien decidió que podían tomarse medidas en cuanto al tema en cuestión. Alguien formó una agencia y comenzó a untar a los psicólogos que estaban dispuestos a cobrar en negro. Hoy todo eso del acuerdo legal de confidencialidad sólo es una ilusión del cliente. Los pacientes con depresión aguda o insalvables problemas económicos, siempre hacen un amigo nuevo después de su última y muy conflictiva sesión de terapia. Quizá al día siguiente, ya conocen a alguien como yo, con estudios de psicología y no demasiados escrúpulos. Alguien que te invitará a cenar y comerá como un cerdo y fumará como una chimenea, para entretenerte como fiambre potencial, y quizá incluso acabarte convenciendo de que todo eso de superar obstáculos y envejecer es la panacea de la felicidad sin límites. Se puede pensar que un psicólogo no podrá hacer nada más fuera de la consulta de lo que se puede hacer dentro, pero las estadísticas nos abalan.
Todo el secretismo se debe a una especie de pánico social de las altas esferas. Las altas esferas están convencidas de que eres imbécil, de que si te enteras de que el vecino se ha cortado las venas en su bañera, tú correrás a imitarle. Las altas esferas están convencidas de que eres infeliz, y de que en el fondo tienes ganas de acabar con todo. Según ellos, el suicidio se contagia. Los psicólogos que más apoyan esa teoría son los que no están haciendo lo que yo hago ahora. Piensan que este modo de actuación acabará trascendiendo a los medios tarde o temprano, y se niegan a colaborar. De esos rebeldes, los que parece van a dar alguna voz de alarma sobre nuestras prácticas, suelen encontrarse una bala en su buzón antes, o quizá incluso una carta de advertencia. Como con todo, la hipocresía forma parte del engranaje. La agencia sabe que un buen francotirador te puede ahorrar un montón de horas en juicios y un posible follón en el Parlamento. No es que yo sepa todo eso, pero entiendo bastante sobre la previsibilidad del comportamiento humano. Eso, y que un día alguien en Madrid pasó a su consulta para la charla semanal, y se encontró a su psicólogo con un tiro en la cabeza y un agujero en la ventana que había detrás de él. Lo único que se supo es que la bala se hizo trizas al entrar en el cráneo, señal de que sólo podía haber sido alguien con acceso a munición del ejército. La conclusión oficial fue que alguien “poco conforme” con los progresos de su terapia decidió acabar con aquel matasanos.
Mi Objetivo de hoy ha dejado de llorar por el momento, y se ha puesto a comer de una vez. Con las mujeres es harto difícil llegar a buen puerto. Su complejidad implícita hace mucho más complicado el trabajo que con los hombres. Ellas tienen más capas, sentimientos y principios de los que los hombres podamos imaginar. Con lo cual, cuando a una se le mete en la cabeza que no hay salida, reconducirla al camino de baldosas amarillas es casi imposible. No ayuda tampoco el hecho de que tenga que ser un hombre (otro) el que les devuelva la ilusión por lo que sea que antes las empujaba hacia delante.
Cuando la cosa se pone fea, si ves que la chica parece seguir en sus trece de no seguir, entonces, hay que recurrir a la autovejación, el cortejo. Es un coñazo, pero también un gran recurso de emergencia. Te ves mintiendo y abrazándola y prometiéndole cosas, y recuerdas lo fácil que es esto con la mayoría de hombres; sólo basta con llevarles a un club de streaptease, o hacer que se emborrachen, y ese primer impulso de acabar con todo se difumina hasta desaparecer. Pero con las mujeres no, ellas te van a preguntar cuál es el sentido de la vida, y es entonces cuando vas a tener que allanar el camino para poder contestarles con un ramo de rosas que lo justifique todo. Por supuesto, es una táctica de doble filo, porque sabes que ella no puede descubrirte, y que tendrás que dejarla por mucho que hayas conseguido que te quiera. La idea es devolverle el amor propio, quedar como un gilipollas, y asegurarte de haberla hecho conocer a alguien que va a ocupar tu lugar para hacerla feliz de verdad. Claro, ese substituto tuyo puede ser un mamón, pero al menos será un mamón verdadero, y una vez has conseguido hacer que ella no piense en querer matarse, como poco has ganado tiempo, y con suerte, quizá puede que hasta hayas conseguido apartar de su cabeza las intenciones terminales para siempre.
Mientras fumo como un cosaco, encendiéndome el siguiente cigarrillo con lo que queda del anterior, mi Objetivo, que tiene los ojos y el cabello oscuros, y se conserva bien para ser una cuarentona, me dice:
– ¿Eres muy joven, no?
Me encojo de hombros.
– Eres muy poco hablador…
Mientras hago que sí o que no con la cabeza a todo lo que me dice, intento poner la agenda al día en mi cabeza. Mañana he quedado con otro de mis Objetivos, pero es hombre, así que no dará demasiados problemas, espero. Debo iniciar una conversación fortuita con él en el bar al que acude habitualmente cada tarde. Espero poder solucionar el tema con alcohol. Mis otros tres Objetivos pendientes son mujeres. Dos de ellas piensan que tienen una fructífera relación conmigo; la otra es lesbiana, veinte años, no es un caso fácil. En la “vida real” no soy ni de lejos tan sociable, no calculo tanto cada movimiento, no me lanzo a ligar así. No tiene nada que ver el tratar con gente supuestamente feliz o que harán cualquier cosa por hacerte creer que lo son, que con personas que no tienen problema en reconocerte que piensan que todo es un montón de basura. Y además, en la vida real no tengo un dossier con el currículum y las aficiones de todo el mundo.
Llevar una doble vida ya es complicado de por sí, pero cuando en una de tus vidas paralelas la gente que conoces quiere morir, pues bien, digamos que tienes que llevarte el trabajo a casa. Bajo mi responsabilidad sólo han muerto tres personas. Diría que la agencia debe estar contenta conmigo. Pero ese nivel de efectividad requiere estar enganchado al teléfono de forma constante, tienes que saber siempre dónde está todo el mundo. El tipo de gente que trato suele caer de noche, y por algún motivo la estadística se dispara si hay luna llena. Esto no es como un servicio de urgencias, aquí tus conciudadanos no tienen accidentes, los buscan, y el servicio también es de veinticuatro horas.
La mujer, de repente, se vuelve a convertir en un mar de lágrimas. Me saca de mis pensamientos. Me mira a través de toda esa humedad y maquillaje echado a perder, y dice:
– Si te cuento una cosa, sabrás ser discreto, ¿no?
– Claro.
La mujer sorbe, saca un pañuelo de su bolso e intenta limpiarse el rímel corrido. Mientras lo hace, murmura:
– Trabajo para el gobierno…
– ¿Eres funcionaria…?
– Sí… bueno, no exactamente.
No puede ser.
– Trabajo para el gobierno, pero en otro… ramo.
Es imposible.
– El caso es que no lo estoy haciendo bien… me pagan mucho dinero y… no lo estoy haciendo bien.
Decido callar y ver hasta dónde llega su diatriba. No parece querer confesar qué es lo que hace, en qué trabaja. Si fuera lo que yo pienso, debería sospechar de mí. En su hoja de Objetivo se detallaba que es funcionaria. Funcionaria del Estado. ¿Si yo entrara en un estado crítico de depresión, en mi hoja también pondría eso? ¿Funcionario del estado? Siempre me he visto más bien como un superhéroe, una especie de Batman de la psicología extrema. Es desilusionante, y además no tiene sentido. ¿Cómo puedo tratar a una igual? ¿Sabrá qué es lo que hacemos? Nadie me ha llamado para avisar, aunque quizá me esté montando una película. La mujer dice:
– Ha muerto gente por mi culpa… ¡Muertos! – grita – ¿Entiendes?
Todo el restaurante se vuelve a mirarnos. Me levanto y dejo un billete de cincuenta en la mesa. Agarro por el brazo a Doña psicótica. La guio entre las mesas hacia la puerta de salida, y ella no deja de mirar a la gente y decir: ¡Ha muerto gente por mi culpa! ¿Me oís? ¿Eh?…
Salimos por fin a la calle. Mi móvil comienza a sonar. Suelto a la mujer;
– Tranquila, tranquilízate, ¿vale? Déjame atender la llamada…
– Muy bien… – dice, comienza a respirar hondo. Descuelgo.
– ¿Preventor? – dice una voz, la misma de siempre, con distorsión.
– Sí, soy yo.
– Llamo para informarle de que uno de sus Objetivos…
Entonces, oigo un golpe, algo me salpica, y dejo de escuchar lo que me dicen por teléfono. Miro a mi alrededor, la mujer no está. La acera no es muy ancha. Hay un autobús parado en la carretera, muy cerca de mí. No debí dejar de sujetarla, pienso, demasiado tarde. Necesito prozac, mi dosis. A sabiendas de lo que pasa camino cabizbajo para ver la parte delantera del vehículo. Hay una mancha de sangre que ya comienza a chorrear y gotea en el asfalto. La gente se para a mirar. El conductor del autobús y los viajeros, salen. Dos críos comienzan a hacer fotos con sus móviles metiéndolos debajo del vehículo. Me limpio la sangre de la cara con la manga, absorto, mientras sale una vocecita de mi móvil: ¿Oiga?… ¿Oiga?…
(Superadas las cincuenta mil visitas. Gracias a todos)
