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Historia de amor

Es estupendo reunirse, sí, como cuando la gente se casa, se emborracha, o hasta se suicida en grupo. Todo lo que no sea hacer las cosas solo parece ser siempre mejor, más seguro, más complaciente. Digamos que, la mejor paja, no puede competir con el sexo más desastroso. Eso es algo que todos dan por hecho; no seas soltero, no veas el fútbol sin tus colegas, no mueras solo. Siempre es mejor tener al lado a alguien que te quiera, o te insulte, o te aleccione; es mejor que la autonomía vital. Es genial sentir el aliento de los demás. O por lo menos lo es hasta que te cansan. Es entonces, cuando decides pasar un poquito de todos, cuando todos te dicen que cuándo te vas a echar novia, que trasnochas demasiado, que eres un egoísta. Arisco, narcisista, antisocial. Capullo.
En un piso de soltero debía haber más marcha, más gente, más tráfico de gente, de chicas, de alcohol. No debería haber pernoctado solo tan a menudo, por no decir casi siempre. Cuando no tienes nada que contar acabas cayendo en el histrionismo; te conviertes en un personaje mucho más feliz, tu versión sonriente y altruista. Y te complaces cuando ves que casi todo el mundo parece hacer lo mismo. Esto es la historia de cómo otra vez dejé de estar solo, el típico monólogo interior que sólo inmiscuye a mi ombligo.

Estaba embotado, viendo una mala película y fumando sin parar. Y entonces alguien llamó a la puerta. Me levanté del sillón con el cigarrillo en los labios. Abrí sin ni tan siquiera ver antes quién era. Había una niña de unos once años, llorosa, muy parecida a alguien, me recordaba a alguien. Tardé bastante en caer en la cuenta, pero la niña era la viva imagen de otra a la que hice llorar hace muchos años, cuando yo también era un niño. Inés. Inés quería ser mi novia porque yo jugaba bien al fútbol; cuando eres pequeño parecen estar muy claras las leyes de la atracción. Yo iba cada año de veraneo con mis padres a un pueblo de Extremadura, y un año Inés se enamoró de mí; debíamos tener doce o trece años. Yo apenas hablaba, y destacaba en el polideportivo; eso bastó. Una tarde me cerré en banda cuando quisieron presentármela, luego la vi salir con unas amigas del recinto donde estaban las pistas de baloncesto y la piscina; y lloraba. Me miró una última vez de muy mala manera y consiguió que me arrepintiera en silencio. Luego, año tras año, al ir creciendo se convirtió en una lolita pelirroja de infarto, la muñequita del pueblo; simpática con todos menos conmigo. Una pelirroja que me odió año tras año, verano tras verano. Mi primer rechazo absurdo. Basta con no saber qué decir para lastrar tus oportunidades.
Así que me quedé mirando a la niña replicante mientras pasaba mi infancia delante de mí. La criatura no decía nada, así que le dije que qué le pasaba, que dónde estaban sus padres.
– En casa…
– ¿Y por qué lloras?
Entonces, me miró muy fijamente a los ojos, y dijo:
– Porque ni tan siquiera quisiste hablar conmigo.
Desperté de sopetón y la película ya había acabado. El cigarrillo encendido atravesó mi camiseta, se consumió y se quedó a poco de quemarme. Los sueños siempre te devuelven a las personas tal y como éstas más te marcaron; como mi Inés pequeña y llorando, y no la Inés adulta y seguramente a rebosar de pretendientes. No es agradable tener una pesadilla justo antes de querer irse a dormir.
Me vi sentado en la barra de un bar de copas, ahuyentado por el insomnio, o por la posibilidad de volver a soñar. Era viernes y podía hacer lo que quisiera, lo cual a veces acaba por no tener nada que ver con lo que te apetece hacer realmente. Pedí vodka solo, pensando que alguna vez debía probarlo solo, el vodka quiero decir. Arrugaba el ceño a cada sorbo, con disimulo, procurando que las dos chicas de detrás de la barra no vieran que me había equivocado. Alguien me tocó en el hombro, me volví a ver quién era, no había nadie, desperté y era martes por la mañana.
Noté la misma sensación en el estómago de cuando creías que no, pero vas a tener que ir a trabajar. Los sueños realistas, en los que casi crees que puedes tocar y sentir, te cambian el estado de ánimo para después volcarte a la realidad de sopetón y sin previo aviso. Al contar algo no debes olvidar los sueños que tuviste entremedio; y no porque puedas interpretarlos o te puedan contar algo sobre ti, sino porque al fin y al cabo también forman parte de la historia; son tu colección de rarezas, las vivencias virtuales que descartas por falta de veracidad.
Fui caminando al trabajo con cara de martes, ya con serias dudas de si no estaría durmiendo la siesta, soñando que había despertado. Crucé una calle, creo que contando los rectángulos del paso de cebra, intentando captar los detalles, queriendo ir más allá por si tenía que volver a despertar. Miré el reloj y me di cuenta de que iba a llegar tarde. Aligeré el paso, y justo cuando me disponía a cruzar hacia la siguiente manzana, un coche se llevó por delante a un tipo, haciéndolo volar unos cinco metros hasta que cayó de forma brutal en el asfalto. Algunas personas corrieron hacia donde estaba el cuerpo; una mujer salió del coche, ya llorando, tapándose la boca con una mano. Todos se arremolinaron alrededor sin ningún pudor. Me acerqué, claramente atraído por el morbo, aparté a dos o tres fisgones, vi el cuerpo: no tenía sangre o magulladura alguna, y además, era yo mismo.
Fue justo después cuando noté mi postración. Abrí los ojos mínimamente y oí como alguien comentaba que estaba abriéndolos. Moví los brazos. Me noté chafado. Una enfermera, que poco después supe que era doctora, me dijo que había sufrido una trombosis cerebral, que me desmayé delante de una niña justo al abrirle la puerta de casa. Se debía dar un buen susto la pobre. La doctora me dijo que había tenido mucha suerte, que prácticamente sólo había sido un amago de ictus, que normalmente la gente pierde sensibilidad en buena parte del cuerpo, o incluso la visión. Miré a un lado y vi a mis padres, mi madre sonreía aliviada, se notaba que había estado llorando. La doctora repitió una y otra vez que yo era casi un milagro con patas, el tío con más suerte del mundo. Incluso se quedó a mi lado repitiéndomelo una vez consiguió echar a mis padres de la habitación. Hablé con ella de infartos y enfermedades terminales, de la gestión del hospital, de la niña réplica de mi primera no novia; hablamos del tiempo y de cómo una chica de sólo veintiocho años ha llegado a doctora respetada. Y pasaron los días y seguimos hablando. Me dieron el alta y continuamos charlando en cafeterías y bares. Pasaron los meses y sin darnos cuenta íbamos a cumplir un año juntos; toda una odisea de sueños y vivencias hasta llegar al presente. Como si tuvieras que desencajar varias muñecas rusas virtuales hasta topar con algo autentico en forma de compañía romántica y saludable; esa persona que te alecciona y te insulta y te quiere, hasta que vuelves a descubrir si sueñas o estás despierto.

Monstruoso orden

Me comienza a consumir la rabia. Estoy harto de equivocarme. Pero creo que repetiré.
No es una opción, simplemente va a ser así. Y arrastraré a mis seres queridos conmigo; de todas maneras me parece que el sentimiento ya no es mutuo. Cualquier día voy a salir a la caza otra vez, por si existe una versión malsana de la Cenicienta. Alguien que no piense que me voy a hundir en un océano de autocompasión.
O quizá voy acabar ahogándome en las lágrimas de los demás. Quién sabe. Puede que sea verdad que puedes encontrar el final feliz después de tu autopsia. Puede que mientras el forense les dice a los demás que te mató un veneno, tú estés perdonado en el cielo, intentando corromperlo con tu polla. Las segundas oportunidades pueden ser tan sólo un cambio de escenario en el que fracasar otra vez de una forma más retorcida y original. Es posible que la gente nunca cambie, pero me da la sensación de que además nadie quiere hacerlo.

“Soy una huella dactilar en la ventana de un rascacielos”. Eso escribió Bukowski. Sólo que unas huellas son más valiosas que otras; o mejor dicho, algunas son útiles y otras no. Y es verdad que somos insignificantes, pero a veces podemos llamar la atención de verdad.
Para poder elegir, muchas veces debes dejar la moral a un lado, e incluso la humanidad. No eres tú, puedes decirte, son las circunstancias. Si quieres, la vida puede empujarte a hacer lo que nunca pensaste que harías.

Atar a alguien a una silla no es tan fácil si está inconsciente. Debería haberle invitado a sentarse antes.

Hay grupos mafiosos dispuestos a pagarte una millonada para que les hagas un favor. Sólo que, lo que antes eran Al Capone y compañía, ahora son algunas empresas privadas que han crecido demasiado como para no tener trapos sucios. Digamos que una prestigiosa cadena de supermercados tenía algunos mozos de almacén cabreados. En uno de los Centros Logísticos que se encargan de paletizar y distribuir la comida, se dedicaron a mezclar cianuro con cualquier paté o bebida o producto que pudiera abrirse y cerrarse después sin que nadie notase nada. Así, algunos clientes comenzaron a digerir sus comidas hasta morir. Con suerte, te ibas al otro barrio mientras dormías. Estamos hablando de esos estantes de donde coges los alimentos cada semana. Hablamos de una marca comercial que debe evitar que su buen nombre quede mancillado. No hablamos de la ama de casa que ves por televisión porque se ha encontrado una cucaracha dentro de una lata de tomate. Lo que pasó es que un grupo de trabajadores se inventó su propia epidemia mortal. Las plagas modernas son así, y después, los perdedores como yo, tenemos que hacer que el monstruoso Dios en el que confía todo el mundo siga siendo digno de confianza. Esas listas de personas desaparecidas están por algo, pero a nadie se lo traga la tierra en el sentido figurado de la expresión. Y eres tú el que mantiene el orden establecido: el autónomo alegal. Antes las mafias eran los invitados a las fiestas de gala, y los asesinos eran locos. Ahora sólo hay gente con demasiado que perder, demasiado aburrida, o demasiado necesitada.
Un día voy a una entrevista de trabajo para dicho Centro Logístico. Mera curiosidad. Éramos unos diez en la habitación; primero charla con todos, y luego entrevista personal. En el librito sobre la política del centro que te daban, describían al cliente potencial como «ser despiadado»;. La normativa de Calidad Total con la que se regía el centro mantenía a los trabajadores alejados de la Seguridad Social, teniendo que acudir a cierta mutua privada que nunca te iba a dar la baja; lo llamaban «puesto adaptado»; casi nunca nadie estaba lo suficientemente enfermo. Aquel día supe unas cuantas cosas de dicha empresa. Las estrategias laborales globalizadoras parecen ser cada vez más aceptadas por los empresarios y menos por los trabajadores. Fue entonces cuando decidí pedir más dinero del que me ofrecían. Mataría, pero por veinte millones de euros. Hasta ese punto hay dinero en el mundo. El único problema es que yo nunca he matado a nadie todavía.

Da igual lo bien que sepas anudar a la víctima, siempre parece que va a poder desatarse o huir con la silla a cuestas. Hubiera preferido otra jeringuilla para acabar con esto, pero han preferido que utilice una pistola.

Lo importante es que la noticia no ha cogido forma. Cada vez más gente muere envenenada, y eso es todo. Lo que no interesa es que se filtre a los medios nada relacionado con alimentos intoxicados. Algo que ha ayudado es que no hablamos de carne en mal estado o una bebida concreta. Hay tantos productos envenenados que nadie ha podido aún imaginar lo que pasa de verdad. El cabo mal atado tiene que ver con que algún día alguien que sospeche, hable con otra persona que también haya estado pensando. Es cuestión de días que se abra una investigación policial, o que haya cierta alarma forense, móviles recurrentes, morbo informativo. Primero pensaron en ir a por las familias; matar a esas familias que sufren porque un miembro ha muerto de repente durante la cena. Pero claro, demasiado follón, demasiadas víctimas correlacionadas, demasiadas pistas. La clave, una vez más, estaba en los trabajadores, dar con ellos, los culpables. Hacerlos desaparecer y frenar la crisis. Era perfecto, los compañeros no dirían nada, pensarían que habrían sido despidos. Nadie que se oliera algo querría perder su trabajo, y simplemente habría más personas desaparecidas; muchos de ellos inmigrantes, alejados de sus familias y más desprotegidos. La rueda del trabajo tenía que seguir girando. La bruja empresarial tenía que seguir pareciendo una princesa, tu salvación con contrato indefinido. Calidad Total.

Mi víctima despierta y se ve amordazado, atado; comienza a poner a prueba mi habilidad para hacer nudos removiéndose entre las cuerdas.

Si llegas a ciertos hoteles y le pides algunos favores a quien sea que haya en recepción, basta con que haya cierto acuerdo para que la discreción sea total. Toda gran empresa con acuerdos materiales con otras grandes empresas no tiene límites legales para actuar. Así que la cadena de supermercados tiene agenciadas todas las habitaciones de la primera planta del hotel en el que estoy. Alguien me dijo dónde estaba alojado el que tiene que ser mi chivato. Sospecha si andas en chanchullos gordos y siempre te ofrecen las mismas habitaciones en los hoteles a los que vas. Allí es donde acaban sus días muchos de los que se resisten a chupársela a los grandes. Así que sólo tuve que dar un par de golpecitos en la puerta, y decir: ¿señor Ruiz?. Y el señor Ruiz me abrió y me vio con el carrito de comida que me habían prestado para la comedia. Entré en la habitación sin que él se fijara en mis manos enguantadas para evitar futuras huellas delatoras. Cerré la puerta, y cuando el tipo me dio la espalda le clavé una jeringuilla llena de algo amarillo en el cuello. Cayó al suelo. Arrastré el cuerpo hasta conseguir sentarlo en una silla, y busqué el kit de cuerdas que todas las habitaciones untadas por acuerdos tienen. Muchas realidades parecen leyendas urbanas. Sólo es mi primera vez, pero estas cosas deben pasar desde hace muchos años. Encontré las cuerdas encima de un armario, y no hace mucho he conseguido atar al tipo, el señor Ruiz, un mozo de almacén de cuarenta años sospechoso de envenenamiento al que su mujer echó de casa hará unas dos semanas. La gran oportunidad para frenar esta crisis que debería hacerme millonario. De algún modo, esta es mi forma de sacar partido del capitalismo. Así funciona, es una cuestión de fuerza.

La estrategia que utilices para salir adelante puede ser más efectiva si ya no te importa equivocarte a lo grande. Mírame a mí, antes iba siempre al gimnasio y respetaba a todo el mundo; trabajaba y pagaba mis impuestos; vivía acorde al cuadro surrealista que tienes que intentar interpretar si estás vivo. Hasta me enamoraba y follaba para volver a enamórame de otra. Vivía con la dosis de hipocresía que todo el mundo comprende. Y con el tiempo comencé a saber que mis principios también podían estar en venta. Puedes elevar el egoísmo a la categoría de arte, puedes ser un patriota sólo de ti mismo; puedes concentrar todo cuanto la gente no reconoce pensar, y convertirlo en tu modo de vida. Vas a ser un villano de ti mismo, hasta que te deje de importar no saber quién eres.
Una vez le quito el esparadrapo de la boca al tipo, le pido nombres, necesito nombres. O me los da, le digo, o le mataré, aunque le tengo que matar de todos modos. ¡Nombres, he dicho!
– Oye tío, yo no sé nada.
Va a tener que hablar quiera o no.
– No sé de qué me hablas, tío.
¿Qué no sabe de qué le hablo?
– En serio, yo sólo…
Me estoy hartando…
– ¡Tranquilo!
Coloco el silenciador al arma tal y como me enseñaron, procurando parecer profesional.
– ¿Qué nombres quieres que te dé?
Le doy una hoja con una lista de los trabajadores del almacén.
– ¿Qué es esto?
Sus compañeros de trabajo.
– ¿Qué compañeros? ¿Qué…?
Oigo un ruido sordo, me da un vuelco el corazón. Aparece un agujero rojo en su cuello, comienza a salir sangre a borbotones por su boca. No me avisaron de la hipersensibilidad del gatillo. Oigo unos pasos detrás de mí, y al mirar veo a una de las muchachas del hotel, lleva una bandeja de frutas, y no la he oído entrar. ¿En este lugar nadie llama a la puerta o qué?
– Lo siento, señor, venía a hacer la cama. – dice la muchacha, menos asustada de lo que esperaba.
Mierda, resoplo.
– ¿Está muerto?
Sí.
– ¿Puedo acercarme? -. Obviamente esta chica sabe de qué va todo esto. Le digo que sí, puede acercarse. Y ella da tres pasos y observa el cuello del señor Ruiz.
– ¿Le acaba de matar?
S… Sí…
– ¿Y no es más rápido disparar en la cabeza?
Me surge una sospecha, y sin decir nada, aparto a la chica y registro los bolsillos de la chaqueta del tipo. Saco su cartera y de ella su carné. Alberto Ruiz Mata. ¡Mierda!
-¿Qué pasa, señor?
¿Debe haber otro señor Ruiz en esta planta, no? Narciso Ruiz nosequé…
– Pues no lo sé señor, pero sólo hay otra habitación ocupada, así que…
Tengo que salir de aquí.
– ¿Va a por él, señor?… ¿Puedo ir con usted?
¿Es que quieres ver cómo mato a un tío?
– Si no le importa, claro.
Le digo que haga lo que quiera, salimos al pasillo. ¿En qué habitación está el otro?
– Venga conmigo… -. Caminamos por la moqueta roja, ni tan siquiera me he guardado la pistola; al parecer, pronto ver sicarios va a ser como ver carteros. La chica me indica la puerta. Me guardo la pistola y llamo con los nudillos. El verdadero señor Ruiz abre, y le digo que tengo que hablar con él; ya no tengo más jeringuillas con las que allanar el camino. El hombre nos deja entrar, quizá al ver a la chica se haya sentido más confiado. Cerramos la puerta, y me dirijo a la chica: ¿Cómo te llamas?
– Sara – dice, mordiéndose el labio inferior, mirando al verdadero señor Ruiz.
¿Quieres sujetar tú la pistola, Sara?
– ¿En serio? – dice, casi gritando, con los ojos como platos. Esta chica me hace sentir extrañamente bien. El tipo se pone tenso;
– ¿Qué pasa aquí? -. Me saco la pistola del bolsillo y se la doy a Sara. Apúntale a la cabeza.
– Muy bien… -. Se acerca a él y le pone el cañón a pocos centímetros de la sien. Le paso al tipo la hoja con los nombres, le digo que señale a los culpables. El tipo no duda en coger el bolígrafo que tiene en el bolsillo y comenzar a señalar con cruces a varios de sus compañeros. Cuando acaba me pasa la hoja.
– Gracias – le digo. Y entonces, otra vez el ruido sordo. Sara le ha disparado nada más entregar el papel. La miro, algo sorprendido. Tiene la cara salpicada de gotitas rojas.
– ¿Me he precipitado? Usted le iba a matar de todos modos, ¿no?
– Pues sí…, sí… pero deja de tratarme de usted.
– Oh… perdona.
Salimos de la habitación. Sara me dice que no me preocupe, que el servicio de habitaciones ya se encarga de los cadáveres. Ya estamos acostumbrados, dice. En este nuevo mundo en el que he entrado, parece haber el mismo tipo de personas atraídas por lo aberrante. Realidad basura con la que convivir, a falta de justicia e igualdad. Sara me dice que tiene media hora libre, que si quiero podría tomar un café con ella.

Carta bomba

Cuanto más oigo ese rollo de que la felicidad está en el camino y no cuando se cumple el objetivo, más pienso que es una perogrullada. Cada vez estoy más convencido de que sólo decimos eso porque sabemos que casi ninguno llegaremos al final del camino de la forma que queremos. Así que más nos vale alucinar con el paisaje mientras tanto. También podría equivocarme, pero a quién le importa, al final esa máxima tan sólo es una cita de manual, la típica perorata de libro de auto ayuda barato (si es que los hay “caros”). Somos tan patéticos cuando fracasamos como cuando intentamos inyectarnos optimismo. Parece haber siempre la misma ruta llena de minas antipersona. Somos seres que se convencen a sí mismos de que aunque no seamos exactamente felices, llorar mientras tanto ya es lo suficientemente divertido. No te sorprendas, esta actitud tiene sus ventajas. Desde el ángulo desde el que veo las cosas, cuando éstas realmente valen la pena, no es porque siga una forzada filosofía optimista con la que poder sonreír ante la adversidad. Lo bueno resulta ser bueno de verdad sin un filtro de tesina autocomplaciente. Soy adicto a la realidad seca. Todo eso, y además puedo ser el ejemplo perfecto de la negación. Soy dos polos que se repelen. Aunque los demás crean que sí, ni tan siquiera a ti puede definirte una frase hecha. Ante todo, tienes que saber que a ti te respeto, pero a ella la quiero.

Tú no lo sabes, pero tu chica, la que me hace vomitar así, no puede describirse con tan sólo dos dimensiones. Porque seguramente la palabra escrita también está sobrevalorada. Esto es lo que llamarías quemar todos los cartuchos. Puede que hagas tus averiguaciones; si un día de estos despierto sangrando en una estación de metro, tranquilo, no te lo tendré en cuenta. Sé que escribir esto podría ser como autolesionarse, pero incluso los suicidas merecen un momento de reflexión ajeno. Quiero que sepas que quiero quitarte a tu novia, que intentaré quedar con ella a solas a la más mínima. Aunque lo niegues, sabías que esto iba a ser una competición desde el principio; desde que la conociste, tú contra todos. Puedes poner caras raras y maldecir todo lo que quieras, que a partir de ahora no voy a parar de convertir tu vida sentimental en un callejón sin salida. No te sientas especial, esto pasa todos los días; como a todo el mundo, sólo te queda la confianza.

Presta atención, porque no querrás releer. Todo cuanto tienes es su conformismo, yo lo sé. Ella no sabe estar sola. Tú sólo eres otro escalón hacia lo que quiere, sólo formas parte del camino. Piensas que es monógama, pero mucha gente sólo lo es de boquilla. El motivo por el que quiero que leas esto sólo tiene que ver con mi desahogo. Llevo años anhelándola, y ahora dice con la boca pequeña que os casáis, que os vais a casar. Y como comprenderás yo no iba a quedarme quieto. No tengo nada en tu contra, pero no puedes esperar que la demás gente no persiga lo que quiere. No te preocupes, no voy a esperar al día de la boda para de repente salir del pastel. Lo que tienes que saber es que si ella quiere de verdad todo eso, no tienes por qué preocuparte; pero si no, ten por seguro que antes o después de la boda se acabará el cuento de hadas. Eres demasiado joven, ella también, y las historias de amor de postal ya no se las cree casi nadie. Ahora las chicas eligen, ya no buscan un futuro seguro, sino un buen futuro. En realidad te estoy haciendo un favor con esto. A partir de ahora puedes comenzar a agasajarla como mejor se te ocurra, pero no por ello va a desaparecer la competencia. Esta carta es la confirmación de que ya nadie consigue a nadie; da igual si crees que quieres y te quieren, porque la vida es larga, y sigue condicionada por los que nos rodean. He hecho esto a la antigua usanza, pensé que así causaría más impacto. He dejado el sobre personalmente en tu buzón, no he tomado muchas precauciones, la verdad; es lo que tiene la desesperación. Me da igual si enseñas la carta a alguien, o si se la enseñas a ella. Pero ten en cuenta que si ella la lee, luego va a mirar a su alrededor de otra manera, va a saber que hay otro, otra oportunidad, quizá algo mejor con lo que quedarse; o quizá sólo piense que le va a venir bien un cambio y se replantee las cosas. Vas a conseguir llenar su cabecita de pájaros, y eso no te va a ser favorable. ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? ¿Tres años? ¿Cuatro? ¿Y cuántos años tiene ella? ¿Veintidós? ¿Boda? ¿Es que piensas vivir tan sólo hasta los cuarenta? No sé, sé que tú y yo somos diferentes, pero te creía más cauto, más inteligente. Es precioso dejarse llevar por los impulsos, pero quizá a veces eso conlleve demasiado papeleo. Al principio había pensado en firmar la carta, decirte quién soy. Pero eso habría condicionado mi discurso, no habría podido desahogarme de verdad. Me caes bien, y si te hubiera revelado mi identidad, esto se habría convertido en una mamada postal, un montón de palabras que demandan clemencia. Y no era esa la intención, porque sé que tu autoestima está por las nubes. La realidad, quieras o no, es que no eres nadie. Esto es lo más parecido a una carta bomba que vas a recibir.

Esta diatriba sólo te estará pareciendo una descripción detallada de lo larga que la tengo, pero me da igual. Ya llevo años cediendo, siendo siempre el que disculpa, el que cede, el que nunca mataría una mosca. Es sano acabar explotando tarde o temprano; lo que no es sano es masturbarse siempre pensando en la misma persona. Hay muchas pruebas de fuego, ninguna chica en la vida me ha atraído lo más mínimo más allá del siguiente condón usado. Excepto a ella, a todas las demás se las podría haber tragado la tierra. Es verdad que estoy cabreado, y también es cierto que me encanta que tú puedas estarlo desde hace diez minutos. Me chifla la idea de ser Dios para ti a partir de ahora. No dudes que voy a estar en todas partes, pero recuerda que en el futuro podrías romperle la nariz a la persona equivocada. No hay razón para pensar que conseguiré mi objetivo, pero ahora ya sabes que no siempre puedes tenerlas todas contigo.

Hasta pronto.

2099

Cada vez apesta más la ciudad. Ya no parece que quede tanto para que seamos basura espacial; si es que no los somos ya. A veces los defectos de los demás son los que bombean tu sangre. La desgracia ajena activa tu circulación. Tus éxitos no serían éxitos sin la precariedad de quien sea con quien te comparas. Sí, blablablá, malditos tópicos morales… Pero el defecto de tu mínimo remordimiento occidental es que no te va a joder las entrañas como una gastroenteritis. Por desgracia el altruismo sólo es una opción, y la mayoría ya hemos elegido. Años atrás esto era sólo provocación, pero si algo aprendimos de la tercera guerra mundial, es que lo único que evoluciona es lo que está muerto, y la muerte en general. Esto no pinta bien, y todos aman tanto la burocracia que el apocalipsis lo acabará desatando un error de imprenta.

Estoy en un tercer piso; cuando entro en la habitación huele como a amoniaco. Dicen que aquí era donde se planeaba todo, uno de los centros neurálgicos. Y ahora me lo creo. Una de las Activistas yace tirada en un sillón de tres plazas con una escopeta vieja apoyada en sus pechos, un dedo en el gatillo, el cañón en la boca y media cabeza triturada en la pared detrás de ella. Se te puede revolver el estómago. Hay quien está tan harto como para restaurar armas que llevan cogiendo polvo durante décadas, y no por afán de coleccionismo. La desesperación, a cualquier nivel, agudiza tu deseo de lo que sea; de ganar dinero, de evitar que otros lo ganen, de morir. O de amar. Pero esto último quizá ya no esté tan de moda como muchos dicen. El cuarto está muy bien amueblado; no imagines la típica habitación destartalada donde siempre huele al último porro. Hay moqueta, una televisión enorme y muerta y un par de muebles nuevecitos llenos de libros; hay cuadros de arte moderno e incienso. El lugar, con esta tía fiambre, parece estar lleno de argumentos a favor para un conservador extremista. Cualquier libro que ojees es de algún pensador autoproclamado anti sistema. Un tiempo atrás, cualquier pareja acomodada de zona residencial podría haber metido aquí a su hijo, y casi le hubieran convencido para que no estudiara bellas artes. Como si cualquier intento por cambiar el mundo fuera el camino más corto hacia la autodestrucción. Y probablemente lo sea.

Como con todo, lo más curioso es el principio, qué desató la histeria. Esto comenzó a suceder hace tan sólo unos meses en cualquier ciudad primermundista, a saber dónde; y luego continuó en las siguientes. Lo primero que comenzó a suceder es que si te saltabas un semáforo en rojo, podía ser que una bala empapelada de punta de plomo te atravesara la cabeza, o el pecho. A veces se utilizaba munición antigua como esa, y otras, balas actuales o destinadas a la caza. Cualquier investigador como yo iba a ir de culo con las pistas. Se perdía el tiempo más en tocar las narices a los propietarios de las armerías que en buscar culpables de asesinato. Y mientras los locales dedicados al material de caza enseñaban los permisos a algún detective privado, alguien más caía de un balazo como un ciervo en temporada de caza. Por alguna razón, los conductores temerarios fueron los primeros objetivos; el móvil surgió de un razonamiento que sólo fue una deducción policiaca. El Grupo activista, pensaban, mata a los conductores que se saltan esos semáforos porque de todas maneras ya no diferencian la vida de la muerte. Así que, mientras la DGT suavizaba sus campañas publicitarias, todo el mundo comenzó a respetar cualquier señal de tráfico, incluso borrachos a las tantas de la mañana, con visibilidad y sin riesgo alguno de accidente. Y mientras las estadísticas de mortalidad en carretera bajaban como nunca, las cadenas privadas se dedicaban a la última moda de televisar los entierros de los fallecidos; las cifras a nivel internacional oscilaban entre los doscientos y los doscientos cincuenta. Las empresas dedicadas a la estadística preferían no irse de la lengua. Pero cualquier profesional del sector sabía que esos muertos habían ahorrado miles de otras víctimas, y mucho espacio en cualquier cementerio. El respeto por los fallecidos hacía que la gente sólo hablara de ciertos temas en susurros. Los Activistas eran (son) cualquiera; tu vecino, tu padre, tu novia, un amigo… La idea era que el desorden iba a imposibilitar cualquier ocurrencia para desmantelar los Grupos. Porque no había sello identificativo ni móviles recurrentes. Era como haber querido controlar a todo el mundo para que no hicieran grafitis o se colaran en el metro. Siempre había una idea generalizada sobre cuál era el siguiente paso. No tenías que pedir permiso a nadie si al principio te hubieras hecho con una escopeta de tu abuelo y te hubieras puesto a vigilar el semáforo que se ve desde tu ventana. El sangriento caos quería inyectar justicia moralizante. Era la primera dictadura del pueblo, y poco importaba si ésta también era contra sí mismo. Si te pillaban sólo era problema tuyo. Al principio había páginas de Internet dedicadas a decirte qué era lo siguiente que tenías que hacer si querías colaborar con Los Grupos. Daba igual a dónde fueras, enseguida cualquier país de Europa, cualquier lugar civilizado tenía facciones de gente concienciada imponiendo su orden. Al principio, delante de un semáforo, cualquiera podía morir. Si el pueblo llano debía estar oprimido por el capitalismo, la dictadura del pueblo oprimiría a todo el mundo sin excepción. La furia del trabajador se había desatado; la furia del estudiante sin futuro, del jubilado sin dinero, del gentío que no llegaba a fin de mes. Lo que sólo había comenzado como la moda de unos cuantos llamados terroristas, estaba extendiéndose entre cualquier tipo de persona que pensara que todo se estaba yendo gradualmente a la mierda. Los barrios de gente acomodada, los colegios privados, las mansiones, y todo cuanto fuera ostentoso y exagerado económicamente, corría el riego de comenzar a desaparecer. Era tanta la gente que apoyaba la causa fuera cual fuera, que nadie se atrevía a asociar los sucesos con la anarquía. La política era eso con lo que antes nos llevaban de un lado a otro; eso parece, la democracia murió para dejar paso a algo que no tiene nada que ver con nada.

La revolución de los semáforos dio paso a las implosiones. Si ibas por la calle y la policía te decía que corrieras en dirección contraria, quería decir que una Iglesia iba a desmoronarse. Alguien hacía una llamada unos diez minutos antes. Así que te ponías a correr, procurando no tropezar con algún casquillo del siglo diecinueve, y tarde o temprano oías rugir el edificio llenando todo un barrio de polvo. La policía y los investigadores llegamos a la conclusión de que no era tanto ateísmo como una forma espectacular de sembrar el caos. Pero sí era ateísmo. Después de la guerra, y sobre todo en periodo de posguerra, la religión comenzó a reconocerse como secta en cualquiera de sus formas. Lo que dejó claras las cosas fue la demolición de un templo budista; algo que no gustó a muchos de los miembros que colaboraban para demoler otros edificios. Si durante aquella época tu hijo o algún amigo te llamaban para cerciorarse de que no irías a la Iglesia, era porque la de tu barrio estaba a punto de caer. Los Grupos no eran controlables porque todos podíamos formar parte de uno. Los diez mandamientos habían cambiado, pero nadie sabía muy bien cuáles eran los nuevos. No era una cuestión de acracia, simplemente había una mecha esperando ser encendida, y cuando se prendió, un montón de gente estuvo de acuerdo con que ese algo que los convertía en bisagra capitalista volara en pedazos. Era puro determinismo trágico, pero eso estaba haciendo sentirse viva de verdad a mucha gente.

Cada vez hace más calor. Y hace unos cinco años los servicios de limpieza dejaron de existir. Si quieres tener tu calle limpia vas a tener que hacer algo por ti mismo. El mal olor y la suciedad están presentes como nunca, como si eso que hacía desgraciada a mucha gente en sus vidas hubiera salido a la superficie. El optimismo y la dejadez con la que se vivía en tiempos de nuestros abuelos, ahora parecen tan estúpidos que a muchos profesores ya les estaba dando vergüenza dar clases de Historia. Da la sensación de que la negación ha sido lo que ha caracterizado al ser humano. Hemos visto lo que falla y por qué falla, pero eso no impedirá otra guerra mundial de clases. La gente está yéndose a vivir a los bosques y las montañas con sus hijos. Parece volver la Edad Media. Casi nadie se atreve a juzgar este caos, porque en el fondo sabían que algún día llegaría, y plenamente justificado. Ahora la psicosis es la nueva depresión, y hace unos años nadie te criticaría por estar deprimido. Después de haber demolido cualquier Iglesia mínimamente simbólica, se pasó a la moda de los cadáveres. Los inmensos cementerios que ya rodean algunas ciudades, se llenaron de Activistas que comenzaron a desenterrar víctimas de guerra. Cualquier afiliado a un partido político, o nuevo predicador que llamaba al orden en prime time por alguna cadena de televisión, un día despertaba en su habitación rodeado de esqueletos y cualquier salida bloqueada. La intención parecía ser la de enfrentar a los culpables con sus víctimas, y de paso hacerles morir de hambre emparedados de la peor manera imaginable. Los Grupos estaban comenzando a personalizar, y también a dejar un rastro de lo que hicieran. A partir de entonces, la mayoría de los muertos antes enterrados están adornando cualquier calle que antes vieras llena de carteles publicitarios y centros comerciales. Una noche una tienda de ropa cerraba, y al día siguiente los maniquís habían sido substituidos por cadáveres a los que la misma ropa les colgaba de los huesos de forma muy parecida. Si los que manejaban los hilos nunca habían respetado la muerte ajena, ahora tendrían que enfrentarse a ella a todas horas.

Lo que tiene el fin de las ideas cerradas, es que las nuevas ideas ya no tienen por qué entender de moral o respeto. Se podría llamar resignación activa. Y tan activa. Después de llenar las ciudades de muertos, los Grupos de acción descontrolada fueron a buscar a esa gente joven que hace unos años jamás hubiera ido a la guerra. Los hijos de los presidentes, ministros, concejales, alcaldes… Ningún joven con los contactos adecuados acabaría alistado en el ejército con las condiciones de antaño. La ignorancia que nutre las guerras, y que llevaba a muchos a querer dar la vida por una bandera, pasó a ser un buen motivo para tomar ciertas represalias. Y con facilidad podías imaginar a tres encapuchados apuntando a la cabeza a los padres de alguien para que rellenaran los papeles de admisión para su hijo. Toda la burocracia era una forma de contener al rebaño, pero ahora el rebaño prefería morir por sí mismo que por su país. Así que los hijos de papá irían a ocupar los puestos más insignes a las filas de sus respectivos ejércitos, para luchar por eso que te dicen es tan importante como para dar la vida sin más. La fecha marcada de alistamiento un coche con miembros Grupales iría a buscar a los nuevos alistados. Los Grupos se asegurarían de que los nuevos soldados llegaran sanos y salvos a sus guerras. Y como la gente bien posicionada siempre había sido el motivo por el que todos los demás eran pobres, los hijos de papá apenas duraron unos meses; fueron héroes por poco tiempo. Algunos se volaron la cabeza al verse inmersos en esas guerras que nunca acaban; y otros intentaron luchar. Pero todos murieron, porque tampoco es que fueran muchos. El tercer mundo se había comido a los que jamás pensaron que saldrían del primero.

Todo este ajusticiamiento histórico que llevaba a la gente a cambiar el mundo, sólo parecía poder acabar con el mismo. Pero al contrario de lo que se pensaba, al final no sería una guerra nuclear o un cataclismo el que extinguiera la raza humana; al final iba a ser el propio pueblo llano el que estaba asentando su derecho a un final común igual de absurdo y doloroso, pero más digno del que podía ofrecernos el poder. Todo iba a saltar por los aires por culpa del ser humano, pero no tal y como estuviera escrito en el guión; y eso parecía ser muy complaciente para la mayoría.

Lo que comenzó con los semáforos y las iglesias y los cadáveres; lo que parecían acciones relativamente controladas, acabó por ser tu libertad de hacer aquello que quisieras, malo o bueno, constructivo o destructivo. El rumor que corría cuando la única solución para vivir comenzó a ser volver al campo, y a la caza y a la supervivencia más primitiva, era que los que podían iban a tomar una decisión drástica en menos que canta un gallo. Por supuesto tenía que ver con arrasar las zonas más conflictivas. Ya nadie juzgaba a nadie, y las armas nucleares parecían ser los aspersores que iban a hacer crecer nueva hierba más fuerte para acabar con los actuales y molestos hierbajos obreros. Nada parece importar ya. Muchos celebrarían alegres orgías de despedida ante la llegada de un hipotético meteorito en forma de epílogo contra la Tierra, que acabaría con nosotros y nuestra infinita capacidad de progreso, tal y como acabó con los bruscos y torpes dinosaurios.

Pronto los objetivos Grupales comenzaron a centrarse en las comunicaciones a cualquier nivel. Tarde o temprano todas las gasolineras habían explosionado, y eso sólo es un bonito ejemplo. Lo que queda ahora son ciudades desiertas. Los golpes que puedes oír si caminas por la calle suelen ser de víctimas de emparedamiento que aún siguen vivos; golpean puertas o ventanas imposibles de abrir. Pero nadie hace nada por ellos, porque otra práctica que se lleva a cabo es la de los francotiradores vigía. Y es sorprendente la cantidad de Activistas que aún pueblan agazapados las ciudades. Viajar es imposible, nadie se atreve a coger su coche; y los aeropuertos, aunque están llenos de aviones, algunos explosionan tarde o temprano cuando el piloto teclea preparándose para despegar. Vuelve a viajarse caminando o a caballo como antaño. Mucha gente reza sin Iglesia de acogida. Y sería escalofriante que alguien pudiera contabilizar una estadística de suicidios. Se ha vuelto al año cero, y no parece haber ningún redentor dispuesto a ofrecernos un estilo de vida. No hay medios de comunicación de ningún tipo, entre otras cosas porque ya no hay electricidad. Se dice que vuelve a haber mensajeros a pie. Y los que seguimos desempeñando nuestro oficio, sólo lo hacemos para mantenernos ocupados. Por lo demás, si entras en un almacén y te comes unas salchichas, nadie te va a decir nada.

Y puedes darle una y mil vueltas al asunto, que el hecho de que una Activista se suicide no encaja para nada en el puzle. Me sitúo, me centro, y cacheo su cuerpo muerto y encuentro un papel. Al desplegarlo veo que son tres folios escritos a mano. Comienzo a leerlos convencido de que es una carta de suicidio. Ya no me entristecen estas historias. Siempre pienso que si las cosas volvieran a su cauce, el mundo se volvería aún más burocrático, más cuadriculado, las personas aún tendríamos menos valor, aún seríamos más carne de estadística de lo que lo hemos sido. Las primeras líneas de la carta me dicen que sea quien sea sólo podré salvarme si salgo del planeta antes de un mes. Lo dice aquí, bien claro. Y me cuesta pensar que alguien que va a morir pueda bromear con una carta. Había oído más de un rumor que decía que la exploración espacial ya no es eso de lo que los informativos hablaban con orgullo. Según rumores que nadie creía, la tecnología ya permite viajar a otros planetas de forma fluida, pero no podía ser que todo el mundo lo supiera, porque un día podría ser urgente huir. Y todos hemos visto Titanic, es de esperar que si el barco se hunde, no va a haber botes para todos. Cuando voy a leer la tercera hoja, noto una presencia detrás de mí, un dolor agudo en el cuello. Alguien dice: Listo… Otro alguien me sujeta para que no dé de bruces en el suelo. Y se me nubla vista hasta no ver nada y dejar de ser.

Cuando despierto tengo el cuello dolorido. Estoy en el asiento de primera clase de un avión, con el cinturón puesto, y puedo notar las turbulencias, que hacen que me pregunte cuánto tiempo he estado grogui. Una chica me mira de rodillas en su asiento de delante.
– Hola, detective – me saluda, sonriente.
Es igual que la chica suicidada, incluso habiendo visto a ésta con media cara hecha trizas.
– Tú estás muerta, yo te vi – murmuro, aturdido.
– No, detective, yo soy la otra, ¿entiendes? Gemelas… Para ser detective no has sido muy astuto.
– ¿Por qué sonríes?
– ¿Y por qué no? Nos vamos. Vamos a otro planeta; y créeme, no va a ser la Tierra 2, no lo vamos a permitir. Este avión nos lleva a la lanzadera, bueno, a una de ellas… No sabes la que hay montada en Cabo Cañaveral…
– Sois activistas – afirmo.
– ¡Muy bien, detective! – se mofa. – En tu bolsillo tienes tu carné con tu nuevo nombre. Eres un importante empresario explotador.
– Tu hermana está muerta – digo, con tono de reproche.
– Está muerta porque ella quiso; tenemos que prescindir de los remordimientos hasta que todo se estabilice en… – Se vuelve y pregunta – : Fran, ¿Cómo se llamaba el planeta? ¿Estornino?
– ¡Esturión! – grita alguien.
– Bien – dice la chica, volviéndose hacia mí -, pues hasta que no consigamos un planeta justo para todos, no podemos dejarnos llevar por los sentimientos. ¿Entiendes, detective?
– ¿Por qué me lleváis con vosotros?
– Tío, necesitamos a gente como tú – afirma, con falso entusiasmo -, gente que vea pistas donde nosotros sólo vemos roña. Sólo somos unos treinta para formar Grupo allí, y no sabemos cuántos estirados habrá ya en Estornino esclavizando a la gente para construir sus mansiones. Espera, mira, te voy a presentar a una señorita… Ponte de pie, Anita.
Del butacón de lujo de al lado de la gemela, surge una cría de unos cuatro años; se pone de pie en el butacón y se apoya en su respaldo, mirándome.
– Este es el detective, Anita – y volviéndose hacia mí, murmura -: Anita tenía muchas ganas de conocerte despierto. Es mi hermana pequeña. ¿Qué le querías preguntar, cariño?
Y la cría me mira con sus dos trenzas rubias y sus ojos color miel, y murmura con mucha curiosidad:
– ¿Nos vas a ayudar?

Realidad intermitente

Anarquía mete el hocico en su cuenco de leche y bebe con fruición. Debería preguntarle a alguien si la alimento con la frecuencia debida. Anarquía era una gata abandonada que dormía en la puerta de mi casa, lo estuvo haciendo durante un mes. No sé cómo, me tocó dentro alguna tecla importante, la adopté y comencé a gastar mi dinero en pienso para gatos. Es mi gata ocupa. Quizá más que amor a los animales, sólo estoy enfadado porque mis padres nunca me dejaron tener mascotas, pero de todos modos los gatos se limitan a restregarse por casa, y no me sacan especialmente de quicio.
Hace mucho tiempo, cuando aún era adolescente y hacía cosas como intentar chupármela a mí mismo, la vida me parecía un molesto lastre. La vida era eso que todo el mundo me obligaba a hacer. Yo no había pedido nacer, y la nada no me molestaba. Cuando fui creciendo esa sensación se fue disipando, y comencé a entender que casi todas las ordenes que me daban tenían algún sentido. Creció mi sospecha de que quizá una mujer podía ser la solución, la respuesta a todas las preguntas; y no porque fuera a resolver mis dudas, sino porque me haría dejar de analizarlo todo. Desde hace años ruego por quedarme figuradamente ciego. Esta es mi verdad, te quiero sólo si eres real y me vas a mimar después de haber cerrado la ventana al mundo.

Mientras Anarquía se bebe su leche, decido sacar a pasear a mi perro, Ácrata. Le pongo la correa y salimos de casa. Ácrata es un Gran Danés, y ya parece llevar una eternidad conmigo. El día que lo compré cumplía un mes viviendo solo en mi piso, él era casi un cachorro; los dos lo éramos. Antes de mí, Ácrata no tenía nombre, y nadaba en mierda metido en un cubículo de cristal. Cuando me lo llevé de la tienda de animales, parecía estar a punto de morir de inanición; olía a serrín y su mirada parecía demandar una eutanasia tranquila. Ya no recuerdo cuánto me costó, pero me sentía como si acabara de conseguir una prórroga para un condenado del corredor de la muerte. Lo que hago todas las tardes es llevármelo a un bosque a las afueras de la ciudad. Son quince minutos a pie, y sólo hay que irse de allí antes de que anochezca y los enamorados y las mascotas den paso a los adolescentes que necesitan follar o drogarse. De momento hay tiempo, aún faltan unas dos horas de luz. Ya caminamos entre arboles. En el suelo de hierba aplastada se ve algún condón de vez en cuando. La moda de las pastillas hace que ya no tenga que estar tan pendiente de que Ácrata no se clave alguna jeringuilla usada. Esto no es lo que llamarías un parque natural. Es más bien una pequeña colina que hay entre el culo de mi ciudad y un barranco que da a una autopista. Los arboles viejos y el sol, hacen que por las tardes este no sea un sitio desprovisto de encanto. Toda la poesía parece ser así. Y además, las maravillas de postal dejan de serlo según el estado de ánimo con el que mires. Ácrata corre de un lado a otro. Los perros parecen descubrir por primera vez los mismos sitios todos los días. Debe ser por el enclaustramiento. Algún día espero poder llevar otra vida con una persona que no necesite esa esclavitud para tener el mismo entusiasmo. Me atrae sobremanera cualquier cosa en peligro de extinción.

No es bueno que tu perro -o cualquiera de tus animales domésticos- comience a actuar de forma extraña. Ácrata se ha alejado y ladra de forma insistente y nada habitual en él. Comienzo a andar con prudencia hacia donde está. Hay un árbol, y mi desconocido perro le ladra a lo que sea que haya detrás. Al ver lo que hay, al principio me vienen a la cabeza esas muñecas de porcelana, blancas, alumbradas por un relámpago en las películas de terror. Hay un cadáver de una chica, de unos catorce años quizá. Tiene la espalda apoyada en el árbol y la cabeza ladeada. Mi intuición forense televisiva me dice que no ha muerto hace un rato precisamente. Huele mal si te acercas, pero el viento que hace disimula bastante la situación. La chica está vestida con unos tejanos y una blusa, tiene señales de pinchazos en el brazo derecho. Una yonqui que debió hacer poco que tuvo su primera regla. Oigo unos pasos. Miro hacia atrás y veo a un hombre de unos cuarenta años con una niña que debe ser su hija. La niña acuna a un perro que se retuerce en sus brazos intentando zafarse, seguramente enloquecido por el olor que le llega. Cuando voy a advertirles de lo que pasa, la chiquilla ya ha visto el cadáver, y ha roto a llorar. Normalmente, la realidad es para mayores de edad. Le digo al tipo que acabo de encontrarme el cadáver, que parece llevar ya bastante tiempo aquí. El hombre asiente, no me dice nada y coge a su hija de la mano. Se van. Y puedo imaginar a un montón de gente habiendo hecho lo mismo durante los dos o tres días que debe llevar aquí el cuerpo. El motivo por el que no hay nadie. Sólo algunos despistados que cogimos otra ruta los últimos días hemos seguido viniendo. A veces no me entero, soy como un niño. Ácrata ha olisqueado el cuerpo durante algunos minutos, y ahora va de un lado a otro, despreocupado, intentando llamar mi atención.
Un cadáver puede comenzar a pudrirse un día, y la gente va a conformarse con que a ellos no les llegue el olor. Esto parece el microcosmos de lo que es el mundo, un ejemplo a pequeña escala. Cuando llego a casa llamo a la policía. Iluso de mí, pensaba que sólo tendría que darles algunas indicaciones y ellos se ocuparían del asunto. Pero al parecer voy a tener que acompañarles en persona.

Así que, subimos colina arriba, cada uno con su linterna. Once de la noche. Subo acompañado de dos agentes y una mujer que ya se está colocando los guantes de látex. Intento no perderme con toda la comitiva. Y cuando quiero situarme, veo que el árbol grueso está apenas a unos diez metros.
– Es aquel árbol, está detrás de aquel árbol – indico.
Los dos agentes y la forense se encaminan hacia allí. La forense llega primero, se arrodilla y sujeta su linterna con la boca para poder tocar y observar el cuerpo. Respiro aliviado después de ver que el cadáver sigue allí. No dejaba de pensar en que la niña muerta habría desaparecido y yo tendría que contestar a un montón de preguntas. La forense dice que ya lleva unos cuatro días muerta, aproximadamente, que seguramente murió por sobredosis, o que quizá se suicidó, que tampoco sería extraño. Estoy deseando volver a casa con Ácrata y Anarquía. Uno de los agentes me dice que tan solo requerían de mi ayuda para encontrar el cuerpo, pero que será mejor a que espere a que acaben de confirmar el hallazgo y bajar todos juntos otra vez.
Después de dar la orden de levantar el cuerpo, y dejar la investigación en manos de la autopsia, los dos agentes, la chica y yo, volvemos por el mismo camino. Ante lo extraordinario de la situación, me da por decir:
– ¿Alguno de vosotros tiene gato?
Los agentes niegan con la cabeza. La forense sonríe.
– Yo tengo dos gatas – dice.
– Ah… lo digo porque… ¿cuántas veces al día les das de comer?
– Bueno, como mínimo dos.
– Uhm… dos…
– Mientras les des su comida, claro, no les des verduras o cualquier cosa improvisada. Y si es diabético o tiene algún trastorno alimentario debes informarte.
– ¿Hay gatos diabéticos?
– Claro que sí.
– Ya… pues no, creo que está sana, que yo sepa…
– Si no estás seguro, llévala a una revisión… al veterinario…
– Ya…
– El veterinario, ya sabes, el médico de los animales – sonríe.
– Ahí llego, gracias…
– ¿Dónde vas ahora?
– Eh… a casa, voy a casa.
– Ya…
– A casa, ya sabes, el comedor, el dormitorio, la cocina…
– Vale, vale, sí… – me interrumpe.
– Oiga… – me dice uno de los policías -, ¿se puede saber con quién habla?

Muchas veces has podido pensar que has perdido el control de tu vida, pero eso es sólo algo figurado. Tu vida no es la mía. De pequeño ya me advirtieron. ¿Sabes esa broma en la que alguien comenta que debiste darte un golpe en la cabeza nada más nacer? Pues esa es mi historia oficial. Mi padre se puso nervioso y debí poner el suelo de la habitación del hospital hecho un Cristo. Me lo contó mi madre, entre lágrimas, cuando tenía doce años y mis amigos imaginarios no eran sólo mi forma de jugar cuando estaba solo. Pensé que la niña muerta podía ser nada más cosa mía. Pero esta vez era la forense. Mi proyección de la mujer ideal ha sido otra vez culpa de mi lesión cerebral. Ha sido mi novia imaginaria número tropecientos. Mis mejores relaciones duran lo que alguien tarda en preguntarme con quién hablo. Cuando deseo algo con fuerza dejo de tomar mis pastillas. Ahora estoy con la psiquiatra de la policía. Me dice que han ido a registrar mi casa, y que hay un perro enorme; hay sacos de pienso llenos y un cuenco lleno de leche con el símbolo anarquista del círculo con la A dentro. Pero no hay ningún gato. Me pregunta que si esto me pasa a menudo. Le digo que no tiene ni idea, que ahora mismo podría estar hablando con la pared. Le comento que mis novias reales nunca entienden por qué evito el sexo. Es desagradable desnudarse para darse cuenta de que uno está solo. Me pregunta, dando mil rodeos, que si soy peligroso. Le digo que no, que voy de culo, pero que no soy peligroso, sólo he dejado de tomar mi medicación.
– ¿Por qué?
– Es muy fuerte, y muchas veces me hace polvo el estómago – miento.
– Y no tiene un medicamento alternativo.
– No…
– Pues debe retomar su medicación, y controlar su dieta. Me imagino que prefiere que todo cuanto ve sea real…
Y yo imagino a todas esas actrices de reparto que han entrado en mi vida, y mi única diferencia al descubrir que no existían, es la de que yo sueño despierto, y la gente siente su desazón cuando ha despertado de un sueño bonito.
– He sufrido esto toda mi vida y es una mierda, pero no te preocupes. Ahora sé que todo lo relacionado con los gatos no merece mucha credibilidad.
Se hace un silencio. La mujer me mira con curiosidad, como si debiera estar llorando en un rincón en lugar de mentir para salir de aquí. Entonces, se levanta y se pone su chaqueta. Me dice:
– Me interesa tu caso… la verdad… – me tutea – ¿Te importa si cenamos juntos?
– Bueno…, pero antes quiero saber una cosa.
Me pongo de pie y voy hasta la puerta. Tiene un pestillo. Lo cierro.
– Si lo de mi caso sólo es una excusa para salir conmigo, tienes que bajarte la falda y las bragas, y dejarme ver qué pasa… – Hago una pausa esperando que me mande a la mierda, pero no lo hace, así que digo:
– El sexo siempre funciona…
Algún día espero poder llevar esa otra vida real, con esa otra persona que busco, que no necesite la esclavitud para sentir entusiasmo al ver el Sol. Me atrae sobremanera cualquier cosa en peligro de extinción, incluidas las mujeres reales que sienten algo por mí. La doctora, que parece a todas luces de verdad, mira hacia la puerta cerrada, y comienza a desabrocharse la cremallera de la falda.

Vanidad

Salvo el hecho de que no sonrío a menudo, todo lo demás va bien. Tampoco distingo lo saludable de lo insano. Pero eso tampoco me hace desgraciado. Vas a desear que no exista hacia la mitad de esto, esa es la verdad. Pero no te preocupes, podrás salir adelante.

Sal de casa y mira hacia arriba hasta que te duela el cuello. Y ahora, admite que el cielo no es para tanto. Seguramente lo mejor lo tienes dentro de tu cabeza. El mar y el cielo sólo te van a despistar, te cegarán, y así nunca escarbarás lo suficiente en ti para sacar algo bueno de dentro. Lo malo de los paisajes bonitos y esas maravillosas cascadas, es que te desviarán a menudo de lo realmente valioso. Es por eso que te pasas todo el puto día mirándote al espejo. Si no vas a volar, poco te importa el cielo. Si no existen las sirenas, poco importa el mar, los océanos, o esa pecera que ocupa la mitad de tu salón y que también utilizas para mirarte al espejo. Ahora mira hacia el suelo y procura no tropezar, ya puedes volver a casa. Más tarde este símil te va a parecer absurdo, pero deberías preferir sangrar a que te saquen la sangre.

Sólo hay un resquicio de verdad cuando enseñas lo de debajo de tu ropa interior. Y vas a considerarme un bicho raro, pero con silicona sólo conseguirás convertir tu verdad física en la mejor solución para que se me caiga la polla a trozos. Con tanto artificio y potingue descartarás eso que te hace especial para pasar a formar parte del gran rebaño. La belleza de estuche de maquillaje fue el primer motivo por el que comencé a matar.

El cosquilleo de tu estómago siempre me da la razón en secreto. Pero a partir de ahora seguro que dejarás de comprender mis impulsos. Es la parte de mi personalidad que flaquea, te voy a odiar por no entenderme, y además lo vas a pagar caro.

Si eres mujer, o travesti, o simplemente te gusta maquillarte, seguramente tienes a tu disposición por lo menos doce colores de sombra de ojos. De los cuales utilizas cuántos… ¿dos? Es igual, coges tu aplicador y corriges manchas y secuelas de la falta de sueño. Esto es después de haber elegido el vestido adecuado, o los pantalones, o lo que sea que luzca tu tribu urbana. O quizá simplemente seas de esas personas que piensan que se distinguirán de forma especial por vestir “diferente”. Así que te pones la ropa interior que utilizas para el sexo, “por si acaso”, la cubres con lo que sea que hayas elegido para vestirte, y pasas a la sombra de ojos, el rímel, el colorete y todo cuanto tengas, para acabar pareciendo una foto en movimiento retocada con photoshop. Todo esto cada vez tiene más que ver también con los hombres. Tenemos un sinfín de cosas que aprender de las mujeres, y lo único que hemos hecho es adoptar sus obsesiones estéticas. Miras a una chica que intenta hacerte entrar en razón, y mientras tanto piensas: <<Vaya… yo también podría depilarme>>.

Lo cierto es que cualquiera puede merecer morir, pero la verdad es que de momento sólo me dedico a las mujeres. La artificialidad estética más alarmante tiene que ver sobre todo con ellas. Ellas podrían ser perfectas y no quieren. La belleza guarda más relación con la inercia de las costumbres que con la naturaleza. Si te has habituado a verte con los mofletes rojos, eso no lo va a cambiar nadie. Si te has empeñado en oler de determinada manera, se te va a olvidar rápido que algunas colonias se fabrican a partir de un líquido que se extrae de las ballenas. La vida puede llegar a ser así de desagradable. Las diversas capas de tu narcisismo están arrasando el mundo poco a poco, como un polvo en el que quieres retrasar al máximo el orgasmo; sólo que aquí el único que va a acabar corriéndose va a ser el Diablo, si es que Dios existe.

Ahora mismo hay una chica dentro de un lavabo. Espero sentado en un sillón, en una sala de estar, con un vaso lleno de vodka solo. No es que necesite estar borracho, pero puede ayudar. Cuando quieres llevar acabo algo que puede complicarte la vida, siempre debes marcarte reglas. Tu vanidad puede medirse en minutos, con el tiempo que te pasas en el lavabo antes de salir a la calle. El límite que yo he puesto es de diecisiete minutos. Al principio pensé en dejarlo en quince, pero me pareció muy justo. Si hay ducha, alargo mi paciencia hasta los treinta y cinco. Si te duchas, sales del lavabo, y vuelves a entrar, el cronometro contabiliza otra vez desde cero hasta diecisiete. Si superas el tiempo establecido según mis reglas, se acabó, sólo habrás tenido una cita conmigo.

Vanesa ya ha superado la media hora. Salió del lavabo con la toalla liada, puse el cronómetro de mi reloj a cero, me dijo que enseguida estaba, y volvió a entrar. Y comenzaron a contar los segundos y ya hace treinta y dos minutos que espero. Me dirijo hacia la cocina. Lo mejor para acabar pronto es un cuchillo, uno bueno. Me gusta pensar en esto como en alguna especie de ajusticiamiento poético. Y aunque mis actos también conllevan una buena ración de hipocresía, no creo que lo mío sea comparable con tener la autoestima tan alta como para olvidar todo lo demás y además jactarse de ello. Porque no me verás disfrutar ni sonreír. Pero tampoco me sentiré jamás culpable.

Oigo correrse el pestillo de la puerta del lavabo. Vanesa se dirige hacia mí. Está maquillada, lleva unos tejanos puestos y nada de cintura para arriba. Estoy sentado en el sillón, recostado encima del cuchillo. Ella se sube encima de mí y comienza a besarme el cuello. Sólo debo esperar un minuto y coger mi arma. Cuando estoy llevando la mano derecha hacia mi espalda, Vanesa me coge del pelo y me echa la cabeza hacia atrás. Noto una sensación desagradable y punzante de frio en el cuello, oigo un borboteo, líquido. Noto sabor a sangre en la boca. Al verme, mi camisa se está empapando de rojo. Comienzo a sentirme débil. Vanesa me levanta la cabeza con dos dedos para que la mire. Noto un debilitamiento brutal. Se levanta y se va y luego viene y me pone un espejo delante, y puedo ver mi cuello abierto; una imagen de mi tráquea burbujeando aire. No sé cómo puedo seguir vivo. Vanesa aparta el espejo y puedo ver el cuchillo igual al mío que sostiene con la mano derecha. Y me dice:

– Vas a morir, pero tú sí puedes hacerte una idea de por qué.

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