Cada vez apesta más la ciudad. Ya no parece que quede tanto para que seamos basura espacial; si es que no los somos ya. A veces los defectos de los demás son los que bombean tu sangre. La desgracia ajena activa tu circulación. Tus éxitos no serían éxitos sin la precariedad de quien sea con quien te comparas. Sí, blablablá, malditos tópicos morales… Pero el defecto de tu mínimo remordimiento occidental es que no te va a joder las entrañas como una gastroenteritis. Por desgracia el altruismo sólo es una opción, y la mayoría ya hemos elegido. Años atrás esto era sólo provocación, pero si algo aprendimos de la tercera guerra mundial, es que lo único que evoluciona es lo que está muerto, y la muerte en general. Esto no pinta bien, y todos aman tanto la burocracia que el apocalipsis lo acabará desatando un error de imprenta.
Estoy en un tercer piso; cuando entro en la habitación huele como a amoniaco. Dicen que aquí era donde se planeaba todo, uno de los centros neurálgicos. Y ahora me lo creo. Una de las Activistas yace tirada en un sillón de tres plazas con una escopeta vieja apoyada en sus pechos, un dedo en el gatillo, el cañón en la boca y media cabeza triturada en la pared detrás de ella. Se te puede revolver el estómago. Hay quien está tan harto como para restaurar armas que llevan cogiendo polvo durante décadas, y no por afán de coleccionismo. La desesperación, a cualquier nivel, agudiza tu deseo de lo que sea; de ganar dinero, de evitar que otros lo ganen, de morir. O de amar. Pero esto último quizá ya no esté tan de moda como muchos dicen. El cuarto está muy bien amueblado; no imagines la típica habitación destartalada donde siempre huele al último porro. Hay moqueta, una televisión enorme y muerta y un par de muebles nuevecitos llenos de libros; hay cuadros de arte moderno e incienso. El lugar, con esta tía fiambre, parece estar lleno de argumentos a favor para un conservador extremista. Cualquier libro que ojees es de algún pensador autoproclamado anti sistema. Un tiempo atrás, cualquier pareja acomodada de zona residencial podría haber metido aquí a su hijo, y casi le hubieran convencido para que no estudiara bellas artes. Como si cualquier intento por cambiar el mundo fuera el camino más corto hacia la autodestrucción. Y probablemente lo sea.
Como con todo, lo más curioso es el principio, qué desató la histeria. Esto comenzó a suceder hace tan sólo unos meses en cualquier ciudad primermundista, a saber dónde; y luego continuó en las siguientes. Lo primero que comenzó a suceder es que si te saltabas un semáforo en rojo, podía ser que una bala empapelada de punta de plomo te atravesara la cabeza, o el pecho. A veces se utilizaba munición antigua como esa, y otras, balas actuales o destinadas a la caza. Cualquier investigador como yo iba a ir de culo con las pistas. Se perdía el tiempo más en tocar las narices a los propietarios de las armerías que en buscar culpables de asesinato. Y mientras los locales dedicados al material de caza enseñaban los permisos a algún detective privado, alguien más caía de un balazo como un ciervo en temporada de caza. Por alguna razón, los conductores temerarios fueron los primeros objetivos; el móvil surgió de un razonamiento que sólo fue una deducción policiaca. El Grupo activista, pensaban, mata a los conductores que se saltan esos semáforos porque de todas maneras ya no diferencian la vida de la muerte. Así que, mientras la DGT suavizaba sus campañas publicitarias, todo el mundo comenzó a respetar cualquier señal de tráfico, incluso borrachos a las tantas de la mañana, con visibilidad y sin riesgo alguno de accidente. Y mientras las estadísticas de mortalidad en carretera bajaban como nunca, las cadenas privadas se dedicaban a la última moda de televisar los entierros de los fallecidos; las cifras a nivel internacional oscilaban entre los doscientos y los doscientos cincuenta. Las empresas dedicadas a la estadística preferían no irse de la lengua. Pero cualquier profesional del sector sabía que esos muertos habían ahorrado miles de otras víctimas, y mucho espacio en cualquier cementerio. El respeto por los fallecidos hacía que la gente sólo hablara de ciertos temas en susurros. Los Activistas eran (son) cualquiera; tu vecino, tu padre, tu novia, un amigo… La idea era que el desorden iba a imposibilitar cualquier ocurrencia para desmantelar los Grupos. Porque no había sello identificativo ni móviles recurrentes. Era como haber querido controlar a todo el mundo para que no hicieran grafitis o se colaran en el metro. Siempre había una idea generalizada sobre cuál era el siguiente paso. No tenías que pedir permiso a nadie si al principio te hubieras hecho con una escopeta de tu abuelo y te hubieras puesto a vigilar el semáforo que se ve desde tu ventana. El sangriento caos quería inyectar justicia moralizante. Era la primera dictadura del pueblo, y poco importaba si ésta también era contra sí mismo. Si te pillaban sólo era problema tuyo. Al principio había páginas de Internet dedicadas a decirte qué era lo siguiente que tenías que hacer si querías colaborar con Los Grupos. Daba igual a dónde fueras, enseguida cualquier país de Europa, cualquier lugar civilizado tenía facciones de gente concienciada imponiendo su orden. Al principio, delante de un semáforo, cualquiera podía morir. Si el pueblo llano debía estar oprimido por el capitalismo, la dictadura del pueblo oprimiría a todo el mundo sin excepción. La furia del trabajador se había desatado; la furia del estudiante sin futuro, del jubilado sin dinero, del gentío que no llegaba a fin de mes. Lo que sólo había comenzado como la moda de unos cuantos llamados terroristas, estaba extendiéndose entre cualquier tipo de persona que pensara que todo se estaba yendo gradualmente a la mierda. Los barrios de gente acomodada, los colegios privados, las mansiones, y todo cuanto fuera ostentoso y exagerado económicamente, corría el riego de comenzar a desaparecer. Era tanta la gente que apoyaba la causa fuera cual fuera, que nadie se atrevía a asociar los sucesos con la anarquía. La política era eso con lo que antes nos llevaban de un lado a otro; eso parece, la democracia murió para dejar paso a algo que no tiene nada que ver con nada.
La revolución de los semáforos dio paso a las implosiones. Si ibas por la calle y la policía te decía que corrieras en dirección contraria, quería decir que una Iglesia iba a desmoronarse. Alguien hacía una llamada unos diez minutos antes. Así que te ponías a correr, procurando no tropezar con algún casquillo del siglo diecinueve, y tarde o temprano oías rugir el edificio llenando todo un barrio de polvo. La policía y los investigadores llegamos a la conclusión de que no era tanto ateísmo como una forma espectacular de sembrar el caos. Pero sí era ateísmo. Después de la guerra, y sobre todo en periodo de posguerra, la religión comenzó a reconocerse como secta en cualquiera de sus formas. Lo que dejó claras las cosas fue la demolición de un templo budista; algo que no gustó a muchos de los miembros que colaboraban para demoler otros edificios. Si durante aquella época tu hijo o algún amigo te llamaban para cerciorarse de que no irías a la Iglesia, era porque la de tu barrio estaba a punto de caer. Los Grupos no eran controlables porque todos podíamos formar parte de uno. Los diez mandamientos habían cambiado, pero nadie sabía muy bien cuáles eran los nuevos. No era una cuestión de acracia, simplemente había una mecha esperando ser encendida, y cuando se prendió, un montón de gente estuvo de acuerdo con que ese algo que los convertía en bisagra capitalista volara en pedazos. Era puro determinismo trágico, pero eso estaba haciendo sentirse viva de verdad a mucha gente.
Cada vez hace más calor. Y hace unos cinco años los servicios de limpieza dejaron de existir. Si quieres tener tu calle limpia vas a tener que hacer algo por ti mismo. El mal olor y la suciedad están presentes como nunca, como si eso que hacía desgraciada a mucha gente en sus vidas hubiera salido a la superficie. El optimismo y la dejadez con la que se vivía en tiempos de nuestros abuelos, ahora parecen tan estúpidos que a muchos profesores ya les estaba dando vergüenza dar clases de Historia. Da la sensación de que la negación ha sido lo que ha caracterizado al ser humano. Hemos visto lo que falla y por qué falla, pero eso no impedirá otra guerra mundial de clases. La gente está yéndose a vivir a los bosques y las montañas con sus hijos. Parece volver la Edad Media. Casi nadie se atreve a juzgar este caos, porque en el fondo sabían que algún día llegaría, y plenamente justificado. Ahora la psicosis es la nueva depresión, y hace unos años nadie te criticaría por estar deprimido. Después de haber demolido cualquier Iglesia mínimamente simbólica, se pasó a la moda de los cadáveres. Los inmensos cementerios que ya rodean algunas ciudades, se llenaron de Activistas que comenzaron a desenterrar víctimas de guerra. Cualquier afiliado a un partido político, o nuevo predicador que llamaba al orden en prime time por alguna cadena de televisión, un día despertaba en su habitación rodeado de esqueletos y cualquier salida bloqueada. La intención parecía ser la de enfrentar a los culpables con sus víctimas, y de paso hacerles morir de hambre emparedados de la peor manera imaginable. Los Grupos estaban comenzando a personalizar, y también a dejar un rastro de lo que hicieran. A partir de entonces, la mayoría de los muertos antes enterrados están adornando cualquier calle que antes vieras llena de carteles publicitarios y centros comerciales. Una noche una tienda de ropa cerraba, y al día siguiente los maniquís habían sido substituidos por cadáveres a los que la misma ropa les colgaba de los huesos de forma muy parecida. Si los que manejaban los hilos nunca habían respetado la muerte ajena, ahora tendrían que enfrentarse a ella a todas horas.
Lo que tiene el fin de las ideas cerradas, es que las nuevas ideas ya no tienen por qué entender de moral o respeto. Se podría llamar resignación activa. Y tan activa. Después de llenar las ciudades de muertos, los Grupos de acción descontrolada fueron a buscar a esa gente joven que hace unos años jamás hubiera ido a la guerra. Los hijos de los presidentes, ministros, concejales, alcaldes… Ningún joven con los contactos adecuados acabaría alistado en el ejército con las condiciones de antaño. La ignorancia que nutre las guerras, y que llevaba a muchos a querer dar la vida por una bandera, pasó a ser un buen motivo para tomar ciertas represalias. Y con facilidad podías imaginar a tres encapuchados apuntando a la cabeza a los padres de alguien para que rellenaran los papeles de admisión para su hijo. Toda la burocracia era una forma de contener al rebaño, pero ahora el rebaño prefería morir por sí mismo que por su país. Así que los hijos de papá irían a ocupar los puestos más insignes a las filas de sus respectivos ejércitos, para luchar por eso que te dicen es tan importante como para dar la vida sin más. La fecha marcada de alistamiento un coche con miembros Grupales iría a buscar a los nuevos alistados. Los Grupos se asegurarían de que los nuevos soldados llegaran sanos y salvos a sus guerras. Y como la gente bien posicionada siempre había sido el motivo por el que todos los demás eran pobres, los hijos de papá apenas duraron unos meses; fueron héroes por poco tiempo. Algunos se volaron la cabeza al verse inmersos en esas guerras que nunca acaban; y otros intentaron luchar. Pero todos murieron, porque tampoco es que fueran muchos. El tercer mundo se había comido a los que jamás pensaron que saldrían del primero.
Todo este ajusticiamiento histórico que llevaba a la gente a cambiar el mundo, sólo parecía poder acabar con el mismo. Pero al contrario de lo que se pensaba, al final no sería una guerra nuclear o un cataclismo el que extinguiera la raza humana; al final iba a ser el propio pueblo llano el que estaba asentando su derecho a un final común igual de absurdo y doloroso, pero más digno del que podía ofrecernos el poder. Todo iba a saltar por los aires por culpa del ser humano, pero no tal y como estuviera escrito en el guión; y eso parecía ser muy complaciente para la mayoría.
Lo que comenzó con los semáforos y las iglesias y los cadáveres; lo que parecían acciones relativamente controladas, acabó por ser tu libertad de hacer aquello que quisieras, malo o bueno, constructivo o destructivo. El rumor que corría cuando la única solución para vivir comenzó a ser volver al campo, y a la caza y a la supervivencia más primitiva, era que los que podían iban a tomar una decisión drástica en menos que canta un gallo. Por supuesto tenía que ver con arrasar las zonas más conflictivas. Ya nadie juzgaba a nadie, y las armas nucleares parecían ser los aspersores que iban a hacer crecer nueva hierba más fuerte para acabar con los actuales y molestos hierbajos obreros. Nada parece importar ya. Muchos celebrarían alegres orgías de despedida ante la llegada de un hipotético meteorito en forma de epílogo contra la Tierra, que acabaría con nosotros y nuestra infinita capacidad de progreso, tal y como acabó con los bruscos y torpes dinosaurios.
Pronto los objetivos Grupales comenzaron a centrarse en las comunicaciones a cualquier nivel. Tarde o temprano todas las gasolineras habían explosionado, y eso sólo es un bonito ejemplo. Lo que queda ahora son ciudades desiertas. Los golpes que puedes oír si caminas por la calle suelen ser de víctimas de emparedamiento que aún siguen vivos; golpean puertas o ventanas imposibles de abrir. Pero nadie hace nada por ellos, porque otra práctica que se lleva a cabo es la de los francotiradores vigía. Y es sorprendente la cantidad de Activistas que aún pueblan agazapados las ciudades. Viajar es imposible, nadie se atreve a coger su coche; y los aeropuertos, aunque están llenos de aviones, algunos explosionan tarde o temprano cuando el piloto teclea preparándose para despegar. Vuelve a viajarse caminando o a caballo como antaño. Mucha gente reza sin Iglesia de acogida. Y sería escalofriante que alguien pudiera contabilizar una estadística de suicidios. Se ha vuelto al año cero, y no parece haber ningún redentor dispuesto a ofrecernos un estilo de vida. No hay medios de comunicación de ningún tipo, entre otras cosas porque ya no hay electricidad. Se dice que vuelve a haber mensajeros a pie. Y los que seguimos desempeñando nuestro oficio, sólo lo hacemos para mantenernos ocupados. Por lo demás, si entras en un almacén y te comes unas salchichas, nadie te va a decir nada.
Y puedes darle una y mil vueltas al asunto, que el hecho de que una Activista se suicide no encaja para nada en el puzle. Me sitúo, me centro, y cacheo su cuerpo muerto y encuentro un papel. Al desplegarlo veo que son tres folios escritos a mano. Comienzo a leerlos convencido de que es una carta de suicidio. Ya no me entristecen estas historias. Siempre pienso que si las cosas volvieran a su cauce, el mundo se volvería aún más burocrático, más cuadriculado, las personas aún tendríamos menos valor, aún seríamos más carne de estadística de lo que lo hemos sido. Las primeras líneas de la carta me dicen que sea quien sea sólo podré salvarme si salgo del planeta antes de un mes. Lo dice aquí, bien claro. Y me cuesta pensar que alguien que va a morir pueda bromear con una carta. Había oído más de un rumor que decía que la exploración espacial ya no es eso de lo que los informativos hablaban con orgullo. Según rumores que nadie creía, la tecnología ya permite viajar a otros planetas de forma fluida, pero no podía ser que todo el mundo lo supiera, porque un día podría ser urgente huir. Y todos hemos visto Titanic, es de esperar que si el barco se hunde, no va a haber botes para todos. Cuando voy a leer la tercera hoja, noto una presencia detrás de mí, un dolor agudo en el cuello. Alguien dice: Listo… Otro alguien me sujeta para que no dé de bruces en el suelo. Y se me nubla vista hasta no ver nada y dejar de ser.
Cuando despierto tengo el cuello dolorido. Estoy en el asiento de primera clase de un avión, con el cinturón puesto, y puedo notar las turbulencias, que hacen que me pregunte cuánto tiempo he estado grogui. Una chica me mira de rodillas en su asiento de delante.
– Hola, detective – me saluda, sonriente.
Es igual que la chica suicidada, incluso habiendo visto a ésta con media cara hecha trizas.
– Tú estás muerta, yo te vi – murmuro, aturdido.
– No, detective, yo soy la otra, ¿entiendes? Gemelas… Para ser detective no has sido muy astuto.
– ¿Por qué sonríes?
– ¿Y por qué no? Nos vamos. Vamos a otro planeta; y créeme, no va a ser la Tierra 2, no lo vamos a permitir. Este avión nos lleva a la lanzadera, bueno, a una de ellas… No sabes la que hay montada en Cabo Cañaveral…
– Sois activistas – afirmo.
– ¡Muy bien, detective! – se mofa. – En tu bolsillo tienes tu carné con tu nuevo nombre. Eres un importante empresario explotador.
– Tu hermana está muerta – digo, con tono de reproche.
– Está muerta porque ella quiso; tenemos que prescindir de los remordimientos hasta que todo se estabilice en… – Se vuelve y pregunta – : Fran, ¿Cómo se llamaba el planeta? ¿Estornino?
– ¡Esturión! – grita alguien.
– Bien – dice la chica, volviéndose hacia mí -, pues hasta que no consigamos un planeta justo para todos, no podemos dejarnos llevar por los sentimientos. ¿Entiendes, detective?
– ¿Por qué me lleváis con vosotros?
– Tío, necesitamos a gente como tú – afirma, con falso entusiasmo -, gente que vea pistas donde nosotros sólo vemos roña. Sólo somos unos treinta para formar Grupo allí, y no sabemos cuántos estirados habrá ya en Estornino esclavizando a la gente para construir sus mansiones. Espera, mira, te voy a presentar a una señorita… Ponte de pie, Anita.
Del butacón de lujo de al lado de la gemela, surge una cría de unos cuatro años; se pone de pie en el butacón y se apoya en su respaldo, mirándome.
– Este es el detective, Anita – y volviéndose hacia mí, murmura -: Anita tenía muchas ganas de conocerte despierto. Es mi hermana pequeña. ¿Qué le querías preguntar, cariño?
Y la cría me mira con sus dos trenzas rubias y sus ojos color miel, y murmura con mucha curiosidad:
– ¿Nos vas a ayudar?
