Monstruoso orden

Me comienza a consumir la rabia. Estoy harto de equivocarme. Pero creo que repetiré.
No es una opción, simplemente va a ser así. Y arrastraré a mis seres queridos conmigo; de todas maneras me parece que el sentimiento ya no es mutuo. Cualquier día voy a salir a la caza otra vez, por si existe una versión malsana de la Cenicienta. Alguien que no piense que me voy a hundir en un océano de autocompasión.
O quizá voy acabar ahogándome en las lágrimas de los demás. Quién sabe. Puede que sea verdad que puedes encontrar el final feliz después de tu autopsia. Puede que mientras el forense les dice a los demás que te mató un veneno, tú estés perdonado en el cielo, intentando corromperlo con tu polla. Las segundas oportunidades pueden ser tan sólo un cambio de escenario en el que fracasar otra vez de una forma más retorcida y original. Es posible que la gente nunca cambie, pero me da la sensación de que además nadie quiere hacerlo.

“Soy una huella dactilar en la ventana de un rascacielos”. Eso escribió Bukowski. Sólo que unas huellas son más valiosas que otras; o mejor dicho, algunas son útiles y otras no. Y es verdad que somos insignificantes, pero a veces podemos llamar la atención de verdad.
Para poder elegir, muchas veces debes dejar la moral a un lado, e incluso la humanidad. No eres tú, puedes decirte, son las circunstancias. Si quieres, la vida puede empujarte a hacer lo que nunca pensaste que harías.

Atar a alguien a una silla no es tan fácil si está inconsciente. Debería haberle invitado a sentarse antes.

Hay grupos mafiosos dispuestos a pagarte una millonada para que les hagas un favor. Sólo que, lo que antes eran Al Capone y compañía, ahora son algunas empresas privadas que han crecido demasiado como para no tener trapos sucios. Digamos que una prestigiosa cadena de supermercados tenía algunos mozos de almacén cabreados. En uno de los Centros Logísticos que se encargan de paletizar y distribuir la comida, se dedicaron a mezclar cianuro con cualquier paté o bebida o producto que pudiera abrirse y cerrarse después sin que nadie notase nada. Así, algunos clientes comenzaron a digerir sus comidas hasta morir. Con suerte, te ibas al otro barrio mientras dormías. Estamos hablando de esos estantes de donde coges los alimentos cada semana. Hablamos de una marca comercial que debe evitar que su buen nombre quede mancillado. No hablamos de la ama de casa que ves por televisión porque se ha encontrado una cucaracha dentro de una lata de tomate. Lo que pasó es que un grupo de trabajadores se inventó su propia epidemia mortal. Las plagas modernas son así, y después, los perdedores como yo, tenemos que hacer que el monstruoso Dios en el que confía todo el mundo siga siendo digno de confianza. Esas listas de personas desaparecidas están por algo, pero a nadie se lo traga la tierra en el sentido figurado de la expresión. Y eres tú el que mantiene el orden establecido: el autónomo alegal. Antes las mafias eran los invitados a las fiestas de gala, y los asesinos eran locos. Ahora sólo hay gente con demasiado que perder, demasiado aburrida, o demasiado necesitada.
Un día voy a una entrevista de trabajo para dicho Centro Logístico. Mera curiosidad. Éramos unos diez en la habitación; primero charla con todos, y luego entrevista personal. En el librito sobre la política del centro que te daban, describían al cliente potencial como «ser despiadado»;. La normativa de Calidad Total con la que se regía el centro mantenía a los trabajadores alejados de la Seguridad Social, teniendo que acudir a cierta mutua privada que nunca te iba a dar la baja; lo llamaban «puesto adaptado»; casi nunca nadie estaba lo suficientemente enfermo. Aquel día supe unas cuantas cosas de dicha empresa. Las estrategias laborales globalizadoras parecen ser cada vez más aceptadas por los empresarios y menos por los trabajadores. Fue entonces cuando decidí pedir más dinero del que me ofrecían. Mataría, pero por veinte millones de euros. Hasta ese punto hay dinero en el mundo. El único problema es que yo nunca he matado a nadie todavía.

Da igual lo bien que sepas anudar a la víctima, siempre parece que va a poder desatarse o huir con la silla a cuestas. Hubiera preferido otra jeringuilla para acabar con esto, pero han preferido que utilice una pistola.

Lo importante es que la noticia no ha cogido forma. Cada vez más gente muere envenenada, y eso es todo. Lo que no interesa es que se filtre a los medios nada relacionado con alimentos intoxicados. Algo que ha ayudado es que no hablamos de carne en mal estado o una bebida concreta. Hay tantos productos envenenados que nadie ha podido aún imaginar lo que pasa de verdad. El cabo mal atado tiene que ver con que algún día alguien que sospeche, hable con otra persona que también haya estado pensando. Es cuestión de días que se abra una investigación policial, o que haya cierta alarma forense, móviles recurrentes, morbo informativo. Primero pensaron en ir a por las familias; matar a esas familias que sufren porque un miembro ha muerto de repente durante la cena. Pero claro, demasiado follón, demasiadas víctimas correlacionadas, demasiadas pistas. La clave, una vez más, estaba en los trabajadores, dar con ellos, los culpables. Hacerlos desaparecer y frenar la crisis. Era perfecto, los compañeros no dirían nada, pensarían que habrían sido despidos. Nadie que se oliera algo querría perder su trabajo, y simplemente habría más personas desaparecidas; muchos de ellos inmigrantes, alejados de sus familias y más desprotegidos. La rueda del trabajo tenía que seguir girando. La bruja empresarial tenía que seguir pareciendo una princesa, tu salvación con contrato indefinido. Calidad Total.

Mi víctima despierta y se ve amordazado, atado; comienza a poner a prueba mi habilidad para hacer nudos removiéndose entre las cuerdas.

Si llegas a ciertos hoteles y le pides algunos favores a quien sea que haya en recepción, basta con que haya cierto acuerdo para que la discreción sea total. Toda gran empresa con acuerdos materiales con otras grandes empresas no tiene límites legales para actuar. Así que la cadena de supermercados tiene agenciadas todas las habitaciones de la primera planta del hotel en el que estoy. Alguien me dijo dónde estaba alojado el que tiene que ser mi chivato. Sospecha si andas en chanchullos gordos y siempre te ofrecen las mismas habitaciones en los hoteles a los que vas. Allí es donde acaban sus días muchos de los que se resisten a chupársela a los grandes. Así que sólo tuve que dar un par de golpecitos en la puerta, y decir: ¿señor Ruiz?. Y el señor Ruiz me abrió y me vio con el carrito de comida que me habían prestado para la comedia. Entré en la habitación sin que él se fijara en mis manos enguantadas para evitar futuras huellas delatoras. Cerré la puerta, y cuando el tipo me dio la espalda le clavé una jeringuilla llena de algo amarillo en el cuello. Cayó al suelo. Arrastré el cuerpo hasta conseguir sentarlo en una silla, y busqué el kit de cuerdas que todas las habitaciones untadas por acuerdos tienen. Muchas realidades parecen leyendas urbanas. Sólo es mi primera vez, pero estas cosas deben pasar desde hace muchos años. Encontré las cuerdas encima de un armario, y no hace mucho he conseguido atar al tipo, el señor Ruiz, un mozo de almacén de cuarenta años sospechoso de envenenamiento al que su mujer echó de casa hará unas dos semanas. La gran oportunidad para frenar esta crisis que debería hacerme millonario. De algún modo, esta es mi forma de sacar partido del capitalismo. Así funciona, es una cuestión de fuerza.

La estrategia que utilices para salir adelante puede ser más efectiva si ya no te importa equivocarte a lo grande. Mírame a mí, antes iba siempre al gimnasio y respetaba a todo el mundo; trabajaba y pagaba mis impuestos; vivía acorde al cuadro surrealista que tienes que intentar interpretar si estás vivo. Hasta me enamoraba y follaba para volver a enamórame de otra. Vivía con la dosis de hipocresía que todo el mundo comprende. Y con el tiempo comencé a saber que mis principios también podían estar en venta. Puedes elevar el egoísmo a la categoría de arte, puedes ser un patriota sólo de ti mismo; puedes concentrar todo cuanto la gente no reconoce pensar, y convertirlo en tu modo de vida. Vas a ser un villano de ti mismo, hasta que te deje de importar no saber quién eres.
Una vez le quito el esparadrapo de la boca al tipo, le pido nombres, necesito nombres. O me los da, le digo, o le mataré, aunque le tengo que matar de todos modos. ¡Nombres, he dicho!
– Oye tío, yo no sé nada.
Va a tener que hablar quiera o no.
– No sé de qué me hablas, tío.
¿Qué no sabe de qué le hablo?
– En serio, yo sólo…
Me estoy hartando…
– ¡Tranquilo!
Coloco el silenciador al arma tal y como me enseñaron, procurando parecer profesional.
– ¿Qué nombres quieres que te dé?
Le doy una hoja con una lista de los trabajadores del almacén.
– ¿Qué es esto?
Sus compañeros de trabajo.
– ¿Qué compañeros? ¿Qué…?
Oigo un ruido sordo, me da un vuelco el corazón. Aparece un agujero rojo en su cuello, comienza a salir sangre a borbotones por su boca. No me avisaron de la hipersensibilidad del gatillo. Oigo unos pasos detrás de mí, y al mirar veo a una de las muchachas del hotel, lleva una bandeja de frutas, y no la he oído entrar. ¿En este lugar nadie llama a la puerta o qué?
– Lo siento, señor, venía a hacer la cama. – dice la muchacha, menos asustada de lo que esperaba.
Mierda, resoplo.
– ¿Está muerto?
Sí.
– ¿Puedo acercarme? -. Obviamente esta chica sabe de qué va todo esto. Le digo que sí, puede acercarse. Y ella da tres pasos y observa el cuello del señor Ruiz.
– ¿Le acaba de matar?
S… Sí…
– ¿Y no es más rápido disparar en la cabeza?
Me surge una sospecha, y sin decir nada, aparto a la chica y registro los bolsillos de la chaqueta del tipo. Saco su cartera y de ella su carné. Alberto Ruiz Mata. ¡Mierda!
-¿Qué pasa, señor?
¿Debe haber otro señor Ruiz en esta planta, no? Narciso Ruiz nosequé…
– Pues no lo sé señor, pero sólo hay otra habitación ocupada, así que…
Tengo que salir de aquí.
– ¿Va a por él, señor?… ¿Puedo ir con usted?
¿Es que quieres ver cómo mato a un tío?
– Si no le importa, claro.
Le digo que haga lo que quiera, salimos al pasillo. ¿En qué habitación está el otro?
– Venga conmigo… -. Caminamos por la moqueta roja, ni tan siquiera me he guardado la pistola; al parecer, pronto ver sicarios va a ser como ver carteros. La chica me indica la puerta. Me guardo la pistola y llamo con los nudillos. El verdadero señor Ruiz abre, y le digo que tengo que hablar con él; ya no tengo más jeringuillas con las que allanar el camino. El hombre nos deja entrar, quizá al ver a la chica se haya sentido más confiado. Cerramos la puerta, y me dirijo a la chica: ¿Cómo te llamas?
– Sara – dice, mordiéndose el labio inferior, mirando al verdadero señor Ruiz.
¿Quieres sujetar tú la pistola, Sara?
– ¿En serio? – dice, casi gritando, con los ojos como platos. Esta chica me hace sentir extrañamente bien. El tipo se pone tenso;
– ¿Qué pasa aquí? -. Me saco la pistola del bolsillo y se la doy a Sara. Apúntale a la cabeza.
– Muy bien… -. Se acerca a él y le pone el cañón a pocos centímetros de la sien. Le paso al tipo la hoja con los nombres, le digo que señale a los culpables. El tipo no duda en coger el bolígrafo que tiene en el bolsillo y comenzar a señalar con cruces a varios de sus compañeros. Cuando acaba me pasa la hoja.
– Gracias – le digo. Y entonces, otra vez el ruido sordo. Sara le ha disparado nada más entregar el papel. La miro, algo sorprendido. Tiene la cara salpicada de gotitas rojas.
– ¿Me he precipitado? Usted le iba a matar de todos modos, ¿no?
– Pues sí…, sí… pero deja de tratarme de usted.
– Oh… perdona.
Salimos de la habitación. Sara me dice que no me preocupe, que el servicio de habitaciones ya se encarga de los cadáveres. Ya estamos acostumbrados, dice. En este nuevo mundo en el que he entrado, parece haber el mismo tipo de personas atraídas por lo aberrante. Realidad basura con la que convivir, a falta de justicia e igualdad. Sara me dice que tiene media hora libre, que si quiero podría tomar un café con ella.

3 comentarios en “Monstruoso orden

  1. Gusta Ud. pasar a tomar un tacita de café? 🙂
    Órale! hace lustros no te visito. El relato deja de ser tenebroso solo por ese final, se siente bien. Eres un buen tipo después de todo.

    Abracci

  2. «La bruja empresarial tenía que seguir pareciendo una princesa.» Buena frase 🙂

    El introducir a Sara da un giro a la historia. Empiezas a pensar que es un poco irreal y ella, no sé cómo, le da más verosimilitud.

    ¡¡Un besoo!!

  3. Mario* Guixots
    «En este nuevo mundo en el que he entrado, parece haber el mismo tipo de personas atraídas por lo aberrante. Realidad basura con la que convivir, a falta de justicia e igualdad.»

    ¿Te dice algo?

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