Esta mañana he encontrado a mi pájaro muerto, tirado en la jaula patas arriba. Y me he puesto a llorar.
Obviamente no lloraba por el pájaro. Una no echa a llorar fácilmente. O por lo menos yo no lo hago. Sólo exploto cuando ya no me queda más remedio. Sólo párate a pensar un rato en la vida, y verás que esas lloreras que ves en las películas no son tan difíciles de conseguir. La gente lloraría más si tuviera tiempo para hacerlo. Los adictos al trabajo lo saben, los adictos a las drogas también. Y aunque preferimos no pensarlo, lo que hacemos todos es sacar a relucir el gilipollas que llevamos dentro. La gilipollas que llevo dentro, para poder escudarme de la vida real. Como Faulkner o Bukowski, o quien fuera que escribió que vive siempre en su torre de marfil porque una marea de mierda azota sus paredes.
Pero lo más curioso, ha sido lo poco que me ha importado que muera el pájaro. Lo siguiente que he pensado ha sido: ya no tengo que comprar puto alpiste.
Cada día, a cierto nivel, entreno mi insensibilidad. Creo que me compraré un perro, y para cuando muera ya podré confundirlo con uno de mis peluches. Mi novio, el capullo, debe pensar que quiero montar una juguetería. Mi cuarto está lleno de caricaturas de animales rellenas de algodón que siempre sonríen. Podría sentir pena por mi pájaro si lo comparo con mi novio. Dios siempre se lleva a los mejores. Él sólo cantaba y se conformaba con estar vivo. Realmente mi pájaro hacía lo que se esperaba de él, al contrario que mi novio, que piensa que puede comprarme, que soy su chica, que once centímetros bastan, o que viajar consiste en emborracharse en otras franjas horarias. Una un día nota los abdominales duros de alguien y cree que ya es feliz. A la gente le encanta el sexo porque viene a ser lo mismo que comer o cagar, un polvo siempre es un polvo, ya sea por amor o porque sí. Todo lo demás suelen ser pequeños desengaños que conforman uno más grande que llamamos vida, y que dura hasta que acabas como mi pájaro. Esto es perfecto, sí señor. Estoy con el estado de ánimo ideal para hacerlo. Hoy voy a dejarle, voy a dejar a ese capullo.
Me ducho y mientras me aclaro el pelo pienso que un día de estos me voy a rapar la cabeza. Para muchas es un suicidio estético. Para algunas es un suicidio y punto. En mi caso sería simple rebeldía. Tan simple que enseguida se me va la idea de la cabeza. Me ha costado años aprender que por fuera sólo soy lo que la gente tira a la basura cuando no se trata de personas. Pero he tenido suerte, hay gente que no llega nunca a comprender eso. Y no es que no sepa reconocer la belleza, pero tus principios se tambalean cuando sabes que con dos dedos también puedes llegar al orgasmo. El ritual de apareamiento no existe entre humanos. Es más bien una cuestión de atracción a primera vista alimentada por la necesidad personal. No hay ningún “juego” o “flirteo”; todo esto lo sabes si eres lo suficientemente fea o feo. Y en caso de que el romanticismo exista, es obvio que cierto tipo de personas no tienen derecho a él. No intento hacerle una autopsia al Amor, en realidad le gente cree en él en relación directa con el tamaño de sus tetas, o con si los demás te aceptan como trozo de carne aprovechable. O con otras palabras, esa gente que se queda en silla de ruedas no piensa en que jamás podrá volver jugar al baloncesto.
Si digo todo esto, es obvio que es porque yo sí soy una romántica, y porque como tal vivo en mi torre de marfil azotada por la mierda, esperando con mi trenza larga y rubia a la persona que esté dispuesta a bucear en todo eso hasta llegar a mí, para trepar por la trenza sin miedo a partirme el cuello. Quiero lo contrario a los peluches de feria. Espero dudar y contradecirme hasta la muerte. No quiero tener las cosas claras, eso es lo que me mantiene viva. Si no categorizo ni clasifico ni encasillo, es más probable que dé con algo auténtico. Y si un día me topo de frente con Dios, pienso cruzarle la cara, aunque sólo pegue un puñetazo al aire.
Debería haberme secado más el pelo; ahora camino por la calle y veo que tengo una raya en las medias, y que debería haberme secado más el pelo. La camiseta que llevo está empapada por detrás. Tengo la pinta que tiene la gente cuando se pone cualquier cosa para salir a por tabaco. Soy la chica eternamente descuidada, siempre en busca de algún producto de primera necesidad para poder volver a casa cuanto antes. Llevo dos bolsas de basura llenas de peluches. Podría darlos a beneficencia, pero no creo que sea eso lo que necesitan los niños pobres.
Así que aquí me ves, haciendo malabarismos para abrir un contenedor de basura, con un cigarro en la boca, el humo irritándome los ojos y mi novio esperando en la cafetería de siempre. Esa cafetería. Justo antes de morir me arrepentiré de haber pasado tanto tiempo ahí dentro con proyectos de novio que no saben de qué hablar. Esa gente a la que no puedes decirle nada, porque para ellos el tiempo que hace ya es un tema de conversación. Es muy duro tener curiosidad cuando luego cuesta tanto encontrar a otras personas que la tengan. Yo pensaba que no querer ser un zombi aún era conformismo, que tenía que abarcar mucho más conocimiento, conocerme más a mí misma y a los demás. Pero resulta que la mayoría de gente es feliz sólo por cabezonería; no les importa saber si realmente lo son, simplemente los son y punto. Les encanta vivir por inercia, ir tirando. Es por eso que luego hay quien se queja de que no nos hablamos, de que hay problemas de comunicación, y en lugar de achacar eso al estado de zombificación de la gente, todos prefieren echarle la culpa a la tele, los videojuegos, la tecnología; como si esos tíos que pegan a sus mujeres fueran a tratarlas como seres humanos de no haber visto Asesinos Natos o jugado al Street Fighter.
Mi objetivo personal es ser cada vez más crítica, como la niña de la clase que siempre tiene algo que decir, la niña repelente. Mi listón va a subir cada vez más, año tras año voy a ser más exigente, aunque eso signifique odiar a todo el mundo en mi lecho de muerte. Y mi novio no encaja en los planes de futuro, no puedo seguir con alguien que considera su coche su mayor posesión, su orgullo creciente, sus músculos, los cereales con fibra. Alguien que besa y quiere a todo el mundo justo cuando los centros comerciales tienen que alcanzar ciertas cifras de venta.
Me va a dar igual dar rabia si es llevando la verdad por delante. Y aunque me quede sola, voy a conseguir que eso siempre sea mejor que según qué compañías.
El cielo está tapado y relampaguea. Me encanta ver llover, y me encanta cuando no he sacado el paraguas y camino tranquila viendo a la gente refugiarse en tiendas y portales, sufriendo por sus peinados y sus complementos de marca. Como si mojarse de vez en cuando les restara ceros en sus nóminas. Me encanta que mis miedos no estén relacionados con la pinta tengo empapada.
Pero hoy no llueve, aún no. Llego a la cafetería y veo al capullo de mi novio sentado en una esquina sonriéndome con su sonrisa de capullo, embutido en unos tejanos que reventarían si su polla fuera algo más grande que mi meñique. Pido un café con leche. Un cínico podría decir que lo que me hace falta es un buen polvo. Y no le faltaría razón si no fuera porque en la mesa en la que me siento con mi novio me espera otro paquete, de papel plateado. Invierte dinero en mí como si la gente pudiera tener parejas de alquiler, como si yo fuera la casera de mi coño.
Al ver que yo no le devuelvo la sonrisa con esa falsedad mía que tan bien he llegado a perfeccionar, se pone en guardia. Merecería una buena bronca si no le hubiera estado mintiendo todo este tiempo, casi un año. Hemos sido la típica pareja sólo perfecta a la vista. Él con su gomina y su cuerpo de anuncio de after shave y yo con mi aspecto de chica buena que sueña casarse algún día en un castillo enorme con magos y elfos como invitados. Si me vieras, querrías comprarme una piruleta. Aún, según qué fotos mías, encajarían perfectamente en una página de internet para pederastas. Puedes llegar a los veinte años con pinta de menor asustada e inexperta. Soy el agujero que busca cualquier viejo verde, o el complemento ideal de moda para tíos como mi novio.
Comienza a llover furiosamente ahí fuera mientras el tonto del culo me dice:
– ¿Qué te pasa, estás enfadada conmigo?
Mírale, mira cómo tuerce la boca, como si tuviera siete años y le hubieran dicho que no existen los reyes magos.
– ¿Es que he hecho algo malo?
Eso es lo malo, que no haces nada, nada que vaya más allá de ser tú, como salido de una cadena de montaje llena de otros tú como tú.
– Bueno, ¿me dices qué pasa o qué?
– Quiero cortar contigo.
Ahora abre la boca como un pez, exactamente como un pez. Y seguramente sea igual de avispado que ellos.
– Me aburro contigo – le digo -, ¿nunca se te ha ocurrido pensarlo?
Sigue en plan pez, boqueando, tan muerto por dentro como mi pájaro.
– Pero… ¿de qué vas, tía?…
Ahora llega la parte en que se enfada; no entristece o dice algo con sentido; simplemente se enfada como quien acabara de recibir un bofetón. Sabía que sería así, este tío es de los que huiría si atropellara a alguien. Sencillamente su vida no puede torcerse, no puede estar condicionada por nada más que no sea una decisión suya. Que yo le deje no es una cuestión de desamor, para él es una jodienda sin más; si en lugar de esto me hubiera pillado pinchándole las ruedas del coche, no hubiera notado la diferencia. Sigue siendo como esos gallitos del colegio que te chinchan a la más mínima. Es como un skinhead que está esperando a que le mires para darte una paliza. Todos los tontos del culo reaccionan igual; es cuestión de tiempo que este zurre de forma habitual a alguna chica como yo. Tal y como yo lo veo…
– … no tienes nada que ver conmigo. Por eso quiero que lo dejemos.
– Pero si estábamos de puta madre, ¿no?
Puedo imaginar la cara de su siguiente novia cuando le vea la polla. Él no quiere pasar por eso otra vez.
– No, no estamos de puta madre. O por lo menos yo no.
– ¿Y por qué?
– Pues porque antes me gustabas, pero ya no me gustas, Dani.
Sí, se llama Dani, como las conservas. Y eso que antes me parecía un nombre de lo más sencillo y simpático.
– ¿Y qué es lo que ha cambiado?
Vale, ahora su reacción me ha parecido en exceso inteligente para un tío al que no debe circularle bien la sangre con esas estrecheces para marcar culo.
– Pues no lo sé, no sé qué ha cambiado. Sé cómo me siento yo, y ya no estoy a gusto. Y no quería alargar esto más…
La gente ya está haciendo como que no nos escucha a nuestro alrededor. Cuando una está con amigos o simplemente sola tomando un café, no hay nada más violento y excitante que ver cómo una pareja se rompe a tu lado, se acaba, fracasa. Es la versión verbal de ver un accidente de tráfico. Así que nosotros discutimos mientras los demás se echan miraditas y se hacen gestitos. Crece un alo de vergüenza alrededor de nuestra mesa igual que el charco de sangre que saldría de un coche siniestrado. Una casi preferiría que tres atractivos bomberos la sacaran de la chatarra de su mierda de Opel Corsa a esto. Dani cada vez habla más alto. No te fíes de esa gente; esa gente que cree que su discurso es más claro en relación directa al aumento de decibelios. Y joder, esto no es como cuando tu abuela le grita por teléfono a su hermana de Almería. Se supone que somos jóvenes, llevamos Ipods y hablamos por msn; si sabemos formatear nuestro ordenador también deberíamos saber cómo romper una relación sin que parezca el fin del mundo. Sobre todo si tu relación ha consistido en fingir orgasmos mientras el propietario del micropene llenaba tu habitación de muñecos que dan miedo cuando los ilumina la luz de un relámpago. Muñecos y peluches, pulseras de… pulseras, algún reloj. Etc. Mi coño en alquiler. Porque creo que además de poco original e insensible…
– … eres un capullo, tío, ¿siempre tienes que llamar la atención?
Ahora la gente ya finge que no ha estado fingiendo antes, y nos miran directamente.
– ¡Eres una zorra, tía!
Y yo me levanto y miro a mi alrededor. Sí, pienso, que quede claro, la zorra soy yo. Me voy hasta la máquina de tabaco, echo una miradita al camarero y creo que nunca han tardado menos en desactivarme el control de menores. Dani sigue berreando y estoy quedando como una insensible.
– ¿Te parece bonito contármelo así de sopetón?
Dios santo, casi está llorando, y no hay Lucky Strike.
– Has estado fingiendo mazo, tía.
El Malboro cuesta tres con quince. Meto más calderilla en la máquina.
– No quiero volver a verte, tía.
Me agacho y cojo el paquete de Malboro. Todo el mundo está en silencio. Dani se pone su chaqueta y se dirige hacia la puerta. Portazo.
Me voy hacia mi mesa y me siento. El café con leche se ha enfriado. La gente comienza a susurrar. Llamo al camarero. Es sudamericano, sonríe por algún motivo al mirarme a la cara. Le digo que si puede traerme otro café con leche, que ya le he visto viendo el espectáculo, y sigue apeteciéndome un café con leche. Caliente, le digo.
El paquete plateado sigue en la mesa. Comienzo a abrirlo, algo triste, pensando en qué regalo será esta vez. Y bueno, es un búho, pequeño, muy pequeño, de peluche, aunque mucho más grande que su polla.
Al volver a casa, recuerdo que aún no he tirado el pájaro muerto. Me da cosa tirarlo a la basura sin más. Ahora, después de haber acabado con Daniel el patético, me comienza a afectar más la defunción de mi Colorín. Era un jilguero verde y amarillo que se iba a dormir en su mierda a eso de las diez de la noche. A eso de las siete de la mañana empezaba a cantar como un descosido. Le cambiaba la comida creo que cuando debía, o como mínimo él nunca se quejó. Cuando me acercaba a su jaula abría al pico hacia mí con mucho desdén, habiendo conseguido provocarme alguna pesadilla. Tengo incluso alguna foto de él, donde sale de fondo cuando me he fotografiado con algún ex en casa. Se le oye cantar también en un video que me grabé follando con Dani. Y básicamente ha sido un pájaro muy al uso, algo bastante parecido a tener peces pero más sucio y menos decorativo. Nunca tuvo un nombre y nunca me importó que cantara más o menos que el del vecino, el cual sí me comentó algo alguna vez al respecto. En fin, que de todas formas, creo que lo tiraré con los desperdicios, las cáscaras de plátano y demás. Descanse en paz.
(En el 97 el realizador Jonas Akerlund se sacó de la manga uno de los videoclips más polémicos y censurados de la historia de la televisión. El tema es de Prodigy y se llama Smack my bitch up. Aquí os dejo la versión sin censurar. Que aparte de polémicas, el video además es bueno, un rato bueno.)