Archivo por meses: junio 2008

La niña repelente

Esta mañana he encontrado a mi pájaro muerto, tirado en la jaula patas arriba. Y me he puesto a llorar.
Obviamente no lloraba por el pájaro. Una no echa a llorar fácilmente. O por lo menos yo no lo hago. Sólo exploto cuando ya no me queda más remedio. Sólo párate a pensar un rato en la vida, y verás que esas lloreras que ves en las películas no son tan difíciles de conseguir. La gente lloraría más si tuviera tiempo para hacerlo. Los adictos al trabajo lo saben, los adictos a las drogas también. Y aunque preferimos no pensarlo, lo que hacemos todos es sacar a relucir el gilipollas que llevamos dentro. La gilipollas que llevo dentro, para poder escudarme de la vida real. Como Faulkner o Bukowski, o quien fuera que escribió que vive siempre en su torre de marfil porque una marea de mierda azota sus paredes.

Pero lo más curioso, ha sido lo poco que me ha importado que muera el pájaro. Lo siguiente que he pensado ha sido: ya no tengo que comprar puto alpiste.
Cada día, a cierto nivel, entreno mi insensibilidad. Creo que me compraré un perro, y para cuando muera ya podré confundirlo con uno de mis peluches. Mi novio, el capullo, debe pensar que quiero montar una juguetería. Mi cuarto está lleno de caricaturas de animales rellenas de algodón que siempre sonríen. Podría sentir pena por mi pájaro si lo comparo con mi novio. Dios siempre se lleva a los mejores. Él sólo cantaba y se conformaba con estar vivo. Realmente mi pájaro hacía lo que se esperaba de él, al contrario que mi novio, que piensa que puede comprarme, que soy su chica, que once centímetros bastan, o que viajar consiste en emborracharse en otras franjas horarias. Una un día nota los abdominales duros de alguien y cree que ya es feliz. A la gente le encanta el sexo porque viene a ser lo mismo que comer o cagar, un polvo siempre es un polvo, ya sea por amor o porque sí. Todo lo demás suelen ser pequeños desengaños que conforman uno más grande que llamamos vida, y que dura hasta que acabas como mi pájaro. Esto es perfecto, sí señor. Estoy con el estado de ánimo ideal para hacerlo. Hoy voy a dejarle, voy a dejar a ese capullo.

Me ducho y mientras me aclaro el pelo pienso que un día de estos me voy a rapar la cabeza. Para muchas es un suicidio estético. Para algunas es un suicidio y punto. En mi caso sería simple rebeldía. Tan simple que enseguida se me va la idea de la cabeza. Me ha costado años aprender que por fuera sólo soy lo que la gente tira a la basura cuando no se trata de personas. Pero he tenido suerte, hay gente que no llega nunca a comprender eso. Y no es que no sepa reconocer la belleza, pero tus principios se tambalean cuando sabes que con dos dedos también puedes llegar al orgasmo. El ritual de apareamiento no existe entre humanos. Es más bien una cuestión de atracción a primera vista alimentada por la necesidad personal. No hay ningún “juego” o “flirteo”; todo esto lo sabes si eres lo suficientemente fea o feo. Y en caso de que el romanticismo exista, es obvio que cierto tipo de personas no tienen derecho a él. No intento hacerle una autopsia al Amor, en realidad le gente cree en él en relación directa con el tamaño de sus tetas, o con si los demás te aceptan como trozo de carne aprovechable. O con otras palabras, esa gente que se queda en silla de ruedas no piensa en que jamás podrá volver jugar al baloncesto.

Si digo todo esto, es obvio que es porque yo sí soy una romántica, y porque como tal vivo en mi torre de marfil azotada por la mierda, esperando con mi trenza larga y rubia a la persona que esté dispuesta a bucear en todo eso hasta llegar a mí, para trepar por la trenza sin miedo a partirme el cuello. Quiero lo contrario a los peluches de feria. Espero dudar y contradecirme hasta la muerte. No quiero tener las cosas claras, eso es lo que me mantiene viva. Si no categorizo ni clasifico ni encasillo, es más probable que dé con algo auténtico. Y si un día me topo de frente con Dios, pienso cruzarle la cara, aunque sólo pegue un puñetazo al aire.

Debería haberme secado más el pelo; ahora camino por la calle y veo que tengo una raya en las medias, y que debería haberme secado más el pelo. La camiseta que llevo está empapada por detrás. Tengo la pinta que tiene la gente cuando se pone cualquier cosa para salir a por tabaco. Soy la chica eternamente descuidada, siempre en busca de algún producto de primera necesidad para poder volver a casa cuanto antes. Llevo dos bolsas de basura llenas de peluches. Podría darlos a beneficencia, pero no creo que sea eso lo que necesitan los niños pobres.
Así que aquí me ves, haciendo malabarismos para abrir un contenedor de basura, con un cigarro en la boca, el humo irritándome los ojos y mi novio esperando en la cafetería de siempre. Esa cafetería. Justo antes de morir me arrepentiré de haber pasado tanto tiempo ahí dentro con proyectos de novio que no saben de qué hablar. Esa gente a la que no puedes decirle nada, porque para ellos el tiempo que hace ya es un tema de conversación. Es muy duro tener curiosidad cuando luego cuesta tanto encontrar a otras personas que la tengan. Yo pensaba que no querer ser un zombi aún era conformismo, que tenía que abarcar mucho más conocimiento, conocerme más a mí misma y a los demás. Pero resulta que la mayoría de gente es feliz sólo por cabezonería; no les importa saber si realmente lo son, simplemente los son y punto. Les encanta vivir por inercia, ir tirando. Es por eso que luego hay quien se queja de que no nos hablamos, de que hay problemas de comunicación, y en lugar de achacar eso al estado de zombificación de la gente, todos prefieren echarle la culpa a la tele, los videojuegos, la tecnología; como si esos tíos que pegan a sus mujeres fueran a tratarlas como seres humanos de no haber visto Asesinos Natos o jugado al Street Fighter.
Mi objetivo personal es ser cada vez más crítica, como la niña de la clase que siempre tiene algo que decir, la niña repelente. Mi listón va a subir cada vez más, año tras año voy a ser más exigente, aunque eso signifique odiar a todo el mundo en mi lecho de muerte. Y mi novio no encaja en los planes de futuro, no puedo seguir con alguien que considera su coche su mayor posesión, su orgullo creciente, sus músculos, los cereales con fibra. Alguien que besa y quiere a todo el mundo justo cuando los centros comerciales tienen que alcanzar ciertas cifras de venta.
Me va a dar igual dar rabia si es llevando la verdad por delante. Y aunque me quede sola, voy a conseguir que eso siempre sea mejor que según qué compañías.

El cielo está tapado y relampaguea. Me encanta ver llover, y me encanta cuando no he sacado el paraguas y camino tranquila viendo a la gente refugiarse en tiendas y portales, sufriendo por sus peinados y sus complementos de marca. Como si mojarse de vez en cuando les restara ceros en sus nóminas. Me encanta que mis miedos no estén relacionados con la pinta tengo empapada.
Pero hoy no llueve, aún no. Llego a la cafetería y veo al capullo de mi novio sentado en una esquina sonriéndome con su sonrisa de capullo, embutido en unos tejanos que reventarían si su polla fuera algo más grande que mi meñique. Pido un café con leche. Un cínico podría decir que lo que me hace falta es un buen polvo. Y no le faltaría razón si no fuera porque en la mesa en la que me siento con mi novio me espera otro paquete, de papel plateado. Invierte dinero en mí como si la gente pudiera tener parejas de alquiler, como si yo fuera la casera de mi coño.
Al ver que yo no le devuelvo la sonrisa con esa falsedad mía que tan bien he llegado a perfeccionar, se pone en guardia. Merecería una buena bronca si no le hubiera estado mintiendo todo este tiempo, casi un año. Hemos sido la típica pareja sólo perfecta a la vista. Él con su gomina y su cuerpo de anuncio de after shave y yo con mi aspecto de chica buena que sueña casarse algún día en un castillo enorme con magos y elfos como invitados. Si me vieras, querrías comprarme una piruleta. Aún, según qué fotos mías, encajarían perfectamente en una página de internet para pederastas. Puedes llegar a los veinte años con pinta de menor asustada e inexperta. Soy el agujero que busca cualquier viejo verde, o el complemento ideal de moda para tíos como mi novio.
Comienza a llover furiosamente ahí fuera mientras el tonto del culo me dice:
– ¿Qué te pasa, estás enfadada conmigo?
Mírale, mira cómo tuerce la boca, como si tuviera siete años y le hubieran dicho que no existen los reyes magos.
– ¿Es que he hecho algo malo?
Eso es lo malo, que no haces nada, nada que vaya más allá de ser tú, como salido de una cadena de montaje llena de otros como tú.
– Bueno, ¿me dices qué pasa o qué?
– Quiero cortar contigo.
Ahora abre la boca como un pez, exactamente como un pez. Y seguramente sea igual de avispado que ellos.
– Me aburro contigo – le digo -, ¿nunca se te ha ocurrido pensarlo?
Sigue en plan pez, boqueando, tan muerto por dentro como mi pájaro.
– Pero… ¿de qué vas, tía?…
Ahora llega la parte en que se enfada; no entristece o dice algo con sentido; simplemente se enfada como quien acabara de recibir un bofetón. Sabía que sería así, este tío es de los que huiría si atropellara a alguien. Sencillamente su vida no puede torcerse, no puede estar condicionada por nada más que no sea una decisión suya. Que yo le deje no es una cuestión de desamor, para él es una jodienda sin más; si en lugar de esto me hubiera pillado pinchándole las ruedas del coche, no hubiera notado la diferencia. Sigue siendo como esos gallitos del colegio que te chinchan a la más mínima. Es como un skinhead que está esperando a que le mires para darte una paliza. Todos los tontos del culo reaccionan igual; es cuestión de tiempo que este zurre de forma habitual a alguna chica como yo. Tal y como yo lo veo…
– … no tienes nada que ver conmigo. Por eso quiero que lo dejemos.
– Pero si estábamos de puta madre, ¿no?
Puedo imaginar la cara de su siguiente novia cuando le vea la polla. Él no quiere pasar por eso otra vez.
– No, no estamos de puta madre. O por lo menos yo no.
– ¿Y por qué?
– Pues porque antes me gustabas, pero ya no me gustas, Dani.
Sí, se llama Dani, como las conservas. Y eso que antes me parecía un nombre de lo más sencillo y simpático.
– ¿Y qué es lo que ha cambiado?
Vale, ahora su reacción me ha parecido en exceso inteligente para un tío al que no debe circularle bien la sangre con esas estrecheces para marcar culo.
– Pues no lo sé, no sé qué ha cambiado. Sé cómo me siento yo, y ya no estoy a gusto. Y no quería alargar esto más…
La gente ya está haciendo como que no nos escucha a nuestro alrededor. Cuando una está con amigos o simplemente sola tomando un café, no hay nada más violento y excitante que ver cómo una pareja se rompe a tu lado, se acaba, fracasa. Es la versión verbal de ver un accidente de tráfico. Así que nosotros discutimos mientras los demás se echan miraditas y se hacen gestitos. Crece un alo de vergüenza alrededor de nuestra mesa igual que el charco de sangre que saldría de un coche siniestrado. Una casi preferiría que tres atractivos bomberos la sacaran de la chatarra de su mierda de Opel Corsa a esto. Dani cada vez habla más alto. No te fíes de esa gente; esa gente que cree que su discurso es más claro en relación directa al aumento de decibelios. Y joder, esto no es como cuando tu abuela le grita por teléfono a su hermana de Almería. Se supone que somos jóvenes, llevamos Ipods y hablamos por msn; si sabemos formatear nuestro ordenador también deberíamos saber cómo romper una relación sin que parezca el fin del mundo. Sobre todo si tu relación ha consistido en fingir orgasmos mientras el propietario del micropene llenaba tu habitación de muñecos que dan miedo cuando los ilumina la luz de un relámpago. Muñecos y peluches, pulseras de… pulseras, algún reloj. Etc. Mi coño en alquiler. Porque creo que además de poco original e insensible…
– … eres un capullo, tío, ¿siempre tienes que llamar la atención?
Ahora la gente ya finge que no ha estado fingiendo antes, y nos miran directamente.
– ¡Eres una zorra, tía!
Y yo me levanto y miro a mi alrededor. Sí, pienso, que quede claro, la zorra soy yo. Me voy hasta la máquina de tabaco, echo una miradita al camarero y creo que nunca han tardado menos en desactivarme el control de menores. Dani sigue berreando y estoy quedando como una insensible.
– ¿Te parece bonito contármelo así de sopetón?
Dios santo, casi está llorando, y no hay Lucky Strike.
– Has estado fingiendo mazo, tía.
El Malboro cuesta tres con quince. Meto más calderilla en la máquina.
– No quiero volver a verte, tía.
Me agacho y cojo el paquete de Malboro. Todo el mundo está en silencio. Dani se pone su chaqueta y se dirige hacia la puerta. Portazo.
Me voy hacia mi mesa y me siento. El café con leche se ha enfriado. La gente comienza a susurrar. Llamo al camarero. Es sudamericano, sonríe por algún motivo al mirarme a la cara. Le digo que si puede traerme otro café con leche, que ya le he visto viendo el espectáculo, y sigue apeteciéndome un café con leche. Caliente, le digo.
El paquete plateado sigue en la mesa. Comienzo a abrirlo, algo triste, pensando en qué regalo será esta vez. Y bueno, es un búho, pequeño, muy pequeño, de peluche, aunque mucho más grande que su polla.

Al volver a casa, recuerdo que aún no he tirado el pájaro muerto. Me da cosa tirarlo a la basura sin más. Ahora, después de haber acabado con Daniel el patético, me comienza a afectar más la defunción de mi Colorín. Era un jilguero verde y amarillo que se iba a dormir en su mierda a eso de las diez de la noche. A eso de las siete de la mañana empezaba a cantar como un descosido. Le cambiaba la comida creo que cuando debía, o como mínimo él nunca se quejó. Cuando me acercaba a su jaula abría al pico hacia mí con mucho desdén, habiendo conseguido provocarme alguna pesadilla. Tengo incluso alguna foto de él, donde sale de fondo cuando me he fotografiado con algún ex en casa. Se le oye cantar también en un video que me grabé follando con Dani. Y básicamente ha sido un pájaro muy al uso, algo bastante parecido a tener peces pero más sucio y menos decorativo. Nunca tuvo un nombre y nunca me importó que cantara más o menos que el del vecino, el cual sí me comentó algo alguna vez al respecto. En fin, que de todas formas, creo que lo tiraré con los desperdicios, las cáscaras de plátano y demás. Descanse en paz.

(En el 97 el realizador Jonas Akerlund se sacó de la manga uno de los videoclips más polémicos y censurados de la historia de la televisión. El tema es de Prodigy y se llama Smack my bitch up. Aquí os dejo la versión sin censurar. Que aparte de polémicas, el video además es bueno, un rato bueno.)

Mendigar abrazos

Pero vamos a ver, qué es toda esa mierda de la guerra de clases. Yo estoy muy cómodo en mi traje de plata quemada, no quiero pelearme con nadie. Ya sé que hay mucha necesidad, pero nadie construyó todas nuestras vidas alrededor de un pozo sin fondo. Yo no puedo hacer nada. Bastante tengo ya con intentar ligarme a la chica de turno. Cada día me gano mi sustento a pulso y escalo posiciones. Todos tenemos que pelearnos con nosotros mismos y con todos los demás; no es que no crea en eso de reflexionar y filosofar, pero es que yo ya tengo el tiempo ocupado; ¿no me ves?, no puedo dar más de mí, y además cada tarde tengo sesión de Yoga. He encontrado el equilibrio. Ya hace años que descubrí que sólo puedo ocuparme de lo que me concierne a mí. Y uno se sorprende del trabajo que puede darse a sí mismo. Cuando no es un resfriado, es una chica, y cuando no es tu pelo, te has saltado dos sesiones de Spinning. Luego llega el verano y, chico, hay que ir a la playa… Así que en fin, uno no puede estar por todo, uno necesita un respiro. Y eso no quiere decir que no tenga sentimientos y todo eso, lo que pasa es que ya sé de qué va la historia, y a mí no me gustan esos personajes que se quedan por el camino.

Siempre llama alguien por teléfono cuando vas por tu abdominal ciento cincuenta. Te levantas para acabar mandando a la mierda a algún capullo que se ha equivocado, o a alguna vocecita depresiva y representante de tu compañía telefónica. Luego decides hacer brazos. Me amueblé una habitación entera con aparatos de gimnasia. No es que sea un obseso, sólo dedico una o dos horas al día a mi cuerpo, y además ya hace mucho que dejé los esteroides. Pero por si lo preguntas, sí, no soy gay, pero me follaría a mí mismo. Lo que hago es cuidar mucho el aspecto, el desnudo, aunque luego corra veinte metros y quede agotado; a la gente lo que le importa es poder imaginarse clavada en ti mientras endurecen tus músculos. Y no es que correr esté mal, ¿pero quién necesita hoy en día resistencia física? Lo que es yo, me saqué el carné con dieciocho años.

Lo malo de la vida, es que de algún modo donde tú dejas de tener razón es donde empiezan a tenerla los demás. Pero a mí eso ya no me importa. Sé que el trabajo dignifica y que yo soy digno; sé que el dinero vale si hay más cada vez; y sobre todo sé que no es que yo sea mejor que nadie, pero una buena máscara puede ayudar mucho más que la verdad. Eres tú o no según quién tengas delante; esa voz de gallito que te sale al hablar con las chicas no es casualidad.

Sólo de pensar en abandonarme me da urticaria. No concibo ese modo de vida que consiste más en pensar que en actuar. No quiero morirme pensando y dejando escapar mis oportunidades. Cada centímetro que recorro debe tener sentido. No me verás fácilmente vagando por la montaña en busca de paz, o para reencontrarme a mí mismo. Porque sé perfectamente quién soy, y que participar es una mierda si no ganas. Si entras en mi cuarto de baño y abres armarios y cajones sabrás que mi aspecto físico no es producto de mis genes. Tener éxito es vivir, y todo lo demás es amargarse por haber nacido. No voy a ser un perdedor, nadie va a conseguir eso. Sé que la gente te quiere por lo que das y muestras, no por lo que eres. Hablo en serio, sólo es Navidad una vez al año.

Vivo en un apartamento caro y bien situado. Vivo solo. No es que no quiera formar una familia, pero aún soy muy joven como para pensar en algo más que yo. Mis padres tienen mucho dinero, pero nunca me he avergonzado de ello. Sé que cualquiera de los que mueren de hambre cada día se cambiarían por mí en un abrir y cerrar de ojos, y no les remordería para nada la conciencia. La suerte es para quien sabe aprovecharla. Adoro las frases hechas, el haberlas aceptado como tu dogma significa que nunca se ha torcido lo suficiente tu vida. La realidad es que me encanta vivir en mi piel. No pienso pedir disculpas por ser feliz.

Hace años tenía esa manía de fumar, cualquier cosa la podía solucionar con un pitillo; el rechazo de una tía, un mal día en el trabajo, el funeral de mi abuela… Sacabas un cigarro y fumabas y te tranquilizabas. Y así podía seguir con mi vida. Pero al paso del tiempo, el aburrimiento me consumía. Llega un punto en que el dinero y las drogas legales son algo tan rutinario que comienzas a menospreciar tu vida. Eres alguien vital y gracioso y atractivo, y sin embargo la vida siempre te ofrece la misma rutina, los mismos amigos y los mismos dolores de cabeza por las faldas. Y te vas a dormir, y no puedes relajarte porque sabes que mereces más, eres más, y la vida te debe mucho más de lo que te da. Lo cierto es que llega el día en que decides ir más allá. E ir más allá siempre tiene que ver con las demás personas. No quería hacer puenting o aprender chino. La idea que tenía sobre el cambio no tenía que ver con el conocimiento o los chutes de adrenalina. Era mucho más sencillo. Era todo lo que dicen que no debes hacer.

Toda esa gente que dice rechazar la violencia y luego se pasa las horas muertas viendo realitys o programas de testimonios, son un atajo de mentirosos. Esos tíos que lo que quieren es taladrar el culo de su novia de una vez, o esas tías que quieren jugar a eso que las convertiría en putas. Toda esa gente que se conforma con participar y la palmadita en el hombro. Esas vidas sin riesgo alguno que se detienen en un domingo por la tarde hasta la muerte. Yo no quería eso. Sí es cierto que había muchos caminos para evitar ese tedio, pero yo me limité a ir en dirección contraria. Te preguntas: ¿qué es lo más aberrante que puede hacerse? Y después lo haces, y te dices: ¿cómo puedo superarme?

Que la tragedia se arremoline a tu alrededor es algo indescriptible. La mayoría de gente no sabe que provocar el máximo dolor puede llegar a sugestionar tanto como provocar el máximo placer. Un orgasmo de dolor, hacer sufrir tanto a alguien que se te corta el aliento sólo de pensar en estar en su lugar. Yo no inventé el sadismo, pero si los sádicos existimos es porque hay algo más que buenas y malas personas, o mejor dicho, uno no es mala persona per se; en realidad tienes muchos motivos para hacer daño, y cuando no lo haces por dinero, todo el mundo te imagina con tu billete al infierno mucho antes que a los otros, lo cual les convierte en algo muy parecido a ti.

Con todo, desde que adopté este nuevo comportamiento mío, estoy deseando que me inviten a cualquier bautizo.

La primera vez que sentí algo distinto a mi rutina habitual, fue cuando una noche me quedé a dormir en casa de unos amigos. Estaba lejos de casa y me ofrecieron una habitación. Ese mismo día había acudido al bautizo de su bebé.

Fui de puntillas a la habitación del niño mientras todos dormían. Dormía boca abajo y respiraba hinchándose y deshinchándose, lleno de vida, de futuro. Era tan fácil. Era tan cruel y tan nuevo, tan novedoso. Era tan arriesgado, y aun así bastó con tapar sus vías respiratorias con mi mano derecha. Cuando dejó de moverse volví a mi habitación. Al día siguiente me despertaron los gemidos de su madre. Los gemidos de dolor. No se atrevieron a culparme, no daba el perfil. En la habitación sólo había huellas de su madre y de su padre. El día del entierro el ataúd era tan pequeño que parecía de juguete, de mentira, una broma. La hermana de la madre era una chica que me había traído loco durante todo un año. Y por fin tuve motivos para hablar con ella, para establecer un vínculo, para consolarla. Porque si has de hacer daño de verdad, siempre debe ser en pos de tus intereses; no hay que confundir el sadismo con el masoquismo. Pero aparte de mi affaire, lo más fuerte era tener ese secreto en mi poder. Ser Dios sin que nadie se entere es mucho mejor que jugar a ser de su rebaño.

La decisión de actuar o ser cruel cuando no lo haces haciendo llamadas desde un despacho, o firmando penas de muerte, hace que no pases a los libros de Historia. Pero yo no busco fama. La fama elimina tu yo omnisciente para convertirte en un reflejo condicionado de ti.

Después del bebé tuve que repetir. Uno puede sentirse vivo y metido en la mierda en partes iguales, pero lo bueno de eso es que te ves con libertad total para seguir igual. Llegados a ese punto en el que ya nadie te va a considerar humano, tu paso por la vida se convierte en algo especial. Eres el motivo por el que mucha gente ve la tele, eres esa idea retorcida con la que a la gente le gusta convivir mientras cena. Eres el entretenimiento favorito de quien nunca se atreverá a ser como tú. El superhéroe moderno es alguien que pone su coche a noventa llevándose por delante la terraza atestada de un bar, o mata a su mujer, o va a la guerra, o toma decisiones que aniquilan a quienes sobreviven a su alrededor. El motivo de si lo haces por placer o no, es lo de menos. Simplemente a la gente le horroriza pensar en ti, y son felices por contraste. En el fondo soy un mensajero de la paz, el motivo por el que las estadísticas de suicidio no se disparan, o la razón por la que tu novia te va a querer más después de haber visto el telediario. Tú no serías una buena persona si yo no hubiera atropellado a la hermana pequeña de mi nueva novia dándome a la fuga, o si no hubiera intoxicado un día a su madre en una de esas reuniones familiares. Su sobrina y su madre muertas, y cuanto más malo era yo, más bueno me veía ella. Tú serías sólo un tipo aburrido más si yo no hubiera escondido y torturado a su padre durante dos días hasta la muerte en mi cuarto de gimnasia. Sólo debes pensar en cómo librarte después del cadáver, y luego tu chica te verá como su único eslabón hacia la felicidad.

Jugar al doble papel de bueno y malo no es fácil, pero cuando ves que la maldad potencia tu yo benigno, es como una droga. La vida era muy perra, y mi novia lloraba por su mala suerte hasta que yo llegaba del trabajo para hacerle la cena y ser el hombre ejemplar, alguien a quien no le asustan los desalmados, porque es uno de ellos.

Es cierto que me atraían los bebés, pero no como a esos capullos a los que les gusta follárselos pringándolos de ADN inculpatorio. Era más bien el interrogante de si alguien tan joven y poco consciente iba a saber que había vivido. Te preguntabas si era más cruel matar a un crio o a alguien de cuarenta años, que de existir el cielo a la larga podía acabar agradeciéndotelo. Entraba a hurtadillas en hospitales y al día siguiente había salas enteras de familias destrozadas alrededor de cunas que habían estado llenas de vida pocas horas antes. Eso fue cuando mi novia me dejó. Dijo que era demasiado para ella sobrellevar su depresión y además tener que estar pendiente de mí. Dijo que me quería, y que precisamente por eso no podía hacerme desgraciado. Es lo malo de llevar una máscara, no siempre puedes decir lo que sientes, y mucho menos la verdad. Así que merodeaba por esos hospitales y me acercaba a algún familiar hembra que se desentendiese de la familia para ir a alguna cafetería cercana. Me convertía en el consolador humano, el buen samaritano; como esos curas de confianza que no pueden contenerse cuando se trata de niños pequeños e indefensos. Y aunque lo mío no se trataba de una cuestión sexual, sí era eso en lo que respecta a hermanas jóvenes y guapas del reciente y diminuto difunto.

Mi siguiente novia trabajaba en un bar cercano a mi casa. La hermana de un recién nacido muerto de forma inexplicable y misteriosa. Una tarde me acerqué y conseguí que se abriera conmigo. Decía que era una pena, que no podía creerlo, que el mundo estaba lleno de desalmados. Y yo asentía. Y ella dale con que cómo era posible, cinco bebés muertos de la noche a la mañana en el hospital. Y yo poniendo cara de lamento, y hablando de las películas, de la violencia, de los videojuegos, de que adónde vamos a ir a parar. Y así hasta que el bar quedó vacío, sólo con ella y yo dentro mientras ella recogía sillas y limpiaba mesas. Mientras me decía que si podía acompañarla a su casa, que ni tan siquiera ella se sentía segura. Y que conmigo podía hablar de cualquier cosa, que nunca había conocido a nadie como yo. Ni se imaginaba cuánta razón tenía.

Poco después su madre desapareció de forma misteriosa para acabar en mi habitación de gimnasia después de haber probado mi nueva taladradora. Tardó días en morir desangrada, tenía miedo de que alguien pudiera oír sus gritos debajo del esparadrapo. Los cadáveres los tiraba al mar. Sólo debes procurarte una bolsa de marca y alquilar una lancha a una hora prudente. Ahí es donde debe acabar mucha gente de la que desparece al ir a buscar tabaco. No es que la muerte sea caprichosa, se trata más de una cuestión de dinero y aburrimiento. La diferencia entre ser sicario y ser como yo, es que mi nivel de exigencia tiene que ver con mi necesidad de cariño. Estaba muy enamorado de mi nueva novia, así que podría haber bombardeado el mundo para quedarme a solas con ella. Sólo notaba hostilidad a mi alrededor. Su padre murió manos de otro de esos desalmados que tapan su matrícula y te atropellan sin dudar. Utilizaba cinta aislante de muchos colores para que los testigos se hiciesen la picha un lío. Actuaba con coches robados, y siempre llevaba conmigo un pequeño kit de limpieza para las huellas y toda la pesca. Durante esa época ella no se separó de mí, me necesitaba, no podía soportar la idea de seguir viviendo sola. Malditos asesinos en serie, malditos conductores sin corazón; sólo yo podía mantenerla a salvo de mí mismo. Si mi vida decaía, alguien más desaparecía o moría a manos de otro. Y yo era cada vez más bueno y comprensivo, el único salvavidas, siempre a punto para proporcionar el alivio que sucede a la tragedia. La conversación que la sedaba, la polla que la tranquilizaba momentáneamente. Yo proporcionaba tragedia y felicidad por contraste; a mí lado no existía el tedio ni el aburrimiento. Otra vez. Hasta que me dejó.

Siempre acaban por abandonarme o dejarme de llamar, algunas dejan de quererme, otras se suicidan. Pero cada historia es intensa y emotiva. Cada vez me enamoro y se enamoran. Más o menos cada cinco o seis meses me dejan, y cada cinco o seis meses noto ese nerviosismo de quien conoce a alguien nuevo y todo es maravilloso porque la vida es mala y tú eres a la vez el culpable y quien va a solucionar eso durante un tiempo. Yo me lo guiso y yo me lo como. Porque mi vida no va a ser un domingo por la tarde eterno. No me interesa mejorar o aprender. Soy autentico en mi sadismo, y vivir en el filo de la navaja es costoso, pero muy pocas vidas son comparables con la mía. Y sí, uno se sorprende con el trabajo que puede darse a sí mismo. Incluso teniendo una clase distinta de sentimientos. Aun viviendo para mendigar abrazos.

[Uno de mis ídolos en esta vida es Michel Gondry, director de Eternal sunshine of the spotlees mind, una de las mejores películas que he visto. Además su curriculum como realizador de videoclips y spots es tan extenso y brutal en cuanto a ingenio y calidad, que el capitalismo casi está justificado si son anuncios como éste los que lo potencian (radicalismo momentaneo).]

La gran periodista

La periodista aprieta el rec y le pregunta al gran escritor que si su último libro es un intento de hacer más comercial su carrera.
– En absoluto, y aunque fuera así, no hay nada malo en querer llegar a más gente. Me gusta la gente, cuando me saludan, yendo a comprar, haciendo colas, follándomelos. La gente me gusta y yo les gusto a ellos. ¿Qué hay de malo en eso?
La periodista, menuda, joven. Y guapa. La periodista apetitosa y fría, no sabe qué pensar, y dice que entonces es así, entonces el gran escritor pretende hacer su literatura más asequible.
– No, sólo es lo que me ha salido, mi forma de escribir es muy orgánica, tengo poco control sobre mis textos mientras los escribo, todo son estados de ánimo y por lo tanto las historias están muy condicionadas.
Ajá…, asiente la muchacha, ya… Y entonces le dice que si su inminente paternidad le ha influido a la hora de plasmar sus ideas. ¿Es el gran escritor un sentimental?
– Oh, creo que no… – sonríe, retocándose su cabello blanco de cincuentón -, pero estoy encantado de poder ser padre por fin, porque ya pensaba que eso nunca pasaría.
¿Entonces – sugiere la muchacha – ha sido padre porque se supone que es una de las cosas que hay que hacer antes de morir?
El gran escritor la mira, extrañado, y resopla mirando hacia el techo de la habitación de hotel de cinco estrellas.
– Es una pregunta interesante… Creo que sí, de algún modo tenemos el deber moral de procrear.
Pero en sus libros, en palabras textuales – prosigue la chica –, se presenta el mundo como un mal lugar en el que vivir y crecer. ¿No es contradictorio traer una vida al mundo cuando uno es tan rotundo? ¿No resta fuerza a sus textos ese acto de “moral” como usted dice?
El escritor no dice nada, y mira a la periodista, ausente de gestos.
– ¿No cree que usted es un hipócrita, teniendo en cuenta que su libro es un ensayo? ¿No cree que miente con el único ánimo de impresionar al lector con sus falsas diatribas nihilistas?
Y el escritor no dice nada. O bien: sigue diciendo nada.
– ¿Es cierto que su mujer tolera sus constantes escarceos con otras mujeres? ¿O eso también es mentira y forma parte de la provocación?
Y el escritor, nada.
– ¿Quiere venderse como un mujeriego para dar cierta dimensión a sus textos?
Nada.
– ¿Su nuevo libro es entonces de relatos? ¿Lo he malinterpretado? ¿El uso constante de la primera persona denota su incapacidad para distanciarse de los personajes? ¿O sólo es un recurso estilístico?
– Bueno… creo… – comienza a decir el hombre. Y la periodista no le deja seguir, y le dice:
– ¿Si esto ahora fuera un sueño, escribiría sobre él? Dígame, ¿cuando tenía veinte años y no existía Google, de dónde sacaba todos esos datos con los que llena tantos capítulos de sus novelas de ficción? ¿Está de acuerdo con quienes dicen que es el nuevo Dan Brown?
El escritor se levanta de su silla.
– ¿Por qué se levanta? – murmura la periodista. Y el escritor se dirige con tranquilidad hacia la ventana y aparta las cortinas, saca un cigarrillo.
– Es igual. ¿Cree que el suyo es un trabajo de verdad teniendo en cuenta que no aporta nada más allá del fútil entretenimiento que se desprende de sus libros?
El escritor se vuelve y mira a la chica;
– ¿No me vas a dejar contestar a nada, verdad?
– No.
– Por qué.
– Porque me he informado, y de llevarme usted la contraria sólo estaría dejándole mentir. Y no me gusta que me mientan.

La periodista se da la vuelta en la cama de matrimonio en la misma habitación de hotel pasadas unas tres horas, y dice:
¿Estás seguro de que quieres intentarlo por detrás? Yo no estoy segura de que eso…
– Muy bien… vale, pues no te voy a forzar, es mejor que lo dejemos así, no me encuentro muy bien.
– ¿Vas a dejarme a medias?
– Sí, hoy no va a funcionar – dice, y se acomoda en su lado de la cama.
– ¿Estás seguro?
– Sí.
– ¿Y no sabes que eso podría hacer menguar tu confianza en futuras relaciones sexuales?
Y el gran escritor no habla.
– Deberías tener en cuenta que las mujeres esperamos algo más que un trillón de neuronas trabajando en turnos de quince horas. ¿Estás seguro de que quieres que me vuelva a vestir? … ¿Crees que debería quedarme contigo y albergar la esperanza de que me veas como algo más que tres agujeros? ¿O me visto y me voy sin decir nada? ¿Te gustan más las cínicas o las románticas?… Podría chupártela y quizá así vuelvas a animarte…
Y el escritor suelta un breve ronquido, seguido de una respiración pesada. Y la periodista susurra: ¿Hablas mientras duermes? Porque tuve un novio que lo hacía… y… no me gustaba.
La periodista se da la vuelta en la cama, resopla, cierra los ojos.

Amaneciendo, el gran escritor acaricia el hombro de la periodista, para despertarla.
– Buenos días – susurra. Ella abre los ojos, mira hacia un lado y hacia el otro, y murmura:
– ¿Buenos días?… oh, sí, buenos días…
– Mi mujer ha llamado, dice que han surgido problemas con su embarazo. Dice que tendrá que abortar.
– Oh… ¿Debo darte el pésame… o algo?
– …
– Sabía que no querías ser padre. ¿Te entristece eso?
– La verdad es que… no mucho.
– ¿Quieres a tu mujer?
– Una vez, antes…
– ¿Quieres a tu mujer? – interrumpe la periodista.
– No.
– ¿Querrás volver a verme?
– Sí.
– ¿Soy una más?
– Creo que no.
– ¿Crees?

Pasa el tiempo y el gran escritor y la periodista siguen juntos despues de cierto divorcio. Las estaciones pasan rápido y cuando quieren darse cuenta pasan también los años. Tres años. Ahora pasean por un parque. La periodista ha conseguido que una gran editorial le publique su primera novela. Lleva por título: ¿Merece la pena tu vida?
– ¿Algún día querrás tener hijos? – pregunta de sopetón.
– Creía que ya habíamos hablado sobre eso.
– Sólo la primera vez que nos vimos, ¿cuenta la primera vez que dos personas hablan? Yo sólo quería hundir tu carrera y tú sólo querías follarme, así que, ¿cuenta?
– Puede que no.
– ¿Ya has acabado la novela nueva?
– Pues…
– Da igual –interrumpe ella –, va a ser un coñazo como las otras. ¿Tienes calor? ¿Quieres que saque tu gorra del bolso?
– No, no te preocupes… Pensaba que aquel ensayo te había gustado…
– Era entretenido, pero era mentira casi todo, era todo impostura; me fio de ti, pero no de tu vertiente como escritor. ¿Seguro que no quieres la gorra?
– No.
– ¿Qué te pasa?
– Nada.
– ¿Me estás poniendo los cuernos con alguien? Estás raro últimamente. Y no te molestes, pero tampoco me extrañaría mucho.
– Pues no, no te estoy poniendo los cuernos con nadie. Siento decepcionarte.
– No te enfades… ¿Estás enfadado?… uf… hace un calor de muerte… ¿seguro que no quieres tu gorra?… he oído que a la gente mayor el calor os afecta mucho más… no quisiera tener que arrastrarte a un hospital y tener que decirles a todos que eres mi padre.
– Vale… – suspira – dame la gorra… ¿te avergüenza mi edad?
– Sí, claro… me sacas veinticinco años. ¿Pensabas que no me avergonzaba eso? A veces eres tan iluso. Una cosa es que nosotros estemos bien, pero salir a comer significa ser observada por todas las mujeres mientras piensan: Se la chupa por dinero, guarra…
– ¿Y estás conmigo por dinero?
– ¿Es que acaso yo no gano dinero? ¡Oh!, piensas que como tú ganas más eso ya me convierte en una interesada…
– Bueno…
– No, si es normal… – interrumpe -, es normal que lo pienses.
– ¿Siempre tienes que decir la verdad?
– ¿Prefieres que no la diga? Si quieres…
– No, vale, está bien, vale…
– No, porque si quieres puedo aprender… Oh, qué bien te conservas cariño, ¿quieres que tomemos un granizado con dos pajitas? Las palomas son preciosas… ¿Qué? ¿Por qué me miras así? ¿No lo hago bien?
– Cállate… Dónde quieres ir a comer.
– Vamos al mejicano…
– Muy bien.
– Y… ¿Y casarte?, ¿algún día querrás casarte conmigo?

Después de preparativos y más preparativos… Meses, tiendas de ropa, invitaciones… Después de eso, la periodista sale un día de una limusina negra y enorme. Detrás de ella sale su madre, sujetando el vestido blanco y largo. Hay una alfombra roja hasta la puerta de la Iglesia.
– Espero que sepas, mamá, que me caso aquí por ti, y por nada más. Él tampoco es creyente y, joder, creo que hoy aquí nadie va a ser creyente excepto tú…
– Cállate, mujer, estás guapísima…
– Sí, igual que el pastel de bodas…
– Qué tonta eres…
– ¿Papá ya ha venido?
– Sí, le dije que estuviera preparado dos horas antes.
– No sé cómo aún no te ha puesto los cuernos…
– Pues porque aún me quiere.
– No digas esas cosas, por Dios, que me voy a casar…
Las dos entran en la Iglesia; la periodista comienza a caminar agarrada de su padre mientras suena el órgano de la Iglesia. El gran escritor espera al lado del cura. Todo el mundo está de pie.
– Papá…
– Dime, cariño.
– ¿Nunca le has puesto los cuernos a…?
– No – interrumpe -, qué manía tienes con eso, chica.
– ¿Y por qué?
– Pues porque nos queremos, hija.
– Y dale con eso…
Llegan justo al lado del gran escritor.
– Anda, ve con él – dice el hombre, sonriente.
– Hola – murmura el gran escritor. ¿Estás preparada?
– No fastidies…
El cura comienza a hacer de cura, comienza hablar mientras los invitados se cargan de paciencia. Llega el momento en el que murmura que si alguien no está de acuerdo con la unión que se lleva a cabo, hable ahora o calle para siempre. La periodista levanta el dedo.
– Perdone, creo que deberíamos hacer un minuto de silencio…
– Como quieras, hija – contesta el cura, desconcertado.
Así que todos callan, expectantes.
Luego la periodista señala hacia arriba con el dedo. Dice:
– No es por nada, quizá Él no estuviese de acuerdo con esta unión, y nunca se le da la oportunidad de expresarse.
Se oye un murmullo en toda la Iglesia. La periodista se vuelve hacia los invitados:
– Sólo era una broma, joder, ¿no se puede bromear en la casa del Señor?… ya lo sé, yo también sé que Dios no existe…

Ya casados, durante el convite, la periodista insiste en dar un discurso, aun en contra de la voluntad de toda su familia y también de su futuro marido, el gran escritor. Así que golpea con un tenedor su copa, repetidamente;
– Disculpad, quiero decir unas palabras…
Dice:
– Disculpad…
Todos se vuelven hacia ella, cuchichean entre sí.
– Ya sé que pensaréis que sí, pero no estoy borracha… Antes de nada, gracias por venir, ya sé que es un palo pasarse el domingo entero aguantando los zapatos nuevos para dar vuestra bendición a unos extraños que mañana mismo pueden divorciarse por cualquier tontería. Así que quiero agradeceros vuestro esfuerzo, al margen de lo hipócritas que podáis ser.
Muchas pensaréis que me caso por dinero. Y no os culpo, de hecho es verdad que él está forrado. Pero si lo que creéis es que mi intención es esperar a que se muera y quedarme su pasta, estáis muy equivocadas; si no le quisiera, no me iba a pasar los últimos cinco o diez años de su vida cambiándole los pañales ni loca. Y ni queriéndole ahora es una garantía de que eso vaya a pasar. Para los que os habéis pasado la mañana haciendo cuentas, me saca veinticinco años. Y sí, podría ser mi padre y me folla sin ningún remordimiento. No es la primera vez que esto pasa, ni la última. Quiero daros la oportunidad de iros ahora mismo si queréis, después de comer… No me mires así, mamá, esto es informativo, seguro que tu Dios agradece mi sinceridad… Lo que decía es que podéis iros cuando queráis. No vamos a alargar esto… Ni a él ni a mí nos gusta salir, así que esta noche no iremos a ninguna discoteca a beber para olvidarnos de la mierda de música que ponen siempre. No llores, mamá… si la gente lo está pasando teta, ¿no te das cuenta de que si hubiera soltado las gilipolleces que todo el mundo dice, luego la gente te mentiría al decirte que lo ha pasado bien? En fin… a lo que iba, que hagáis lo que queráis, que os caséis y os divorciéis con total libertad. Y que… bueno, supongo que la luna de miel podremos estar solos… ¿casarse por la Iglesia no significa tener al cura grabándonos mientras follamos, no? No… no creo, además creo que a ellos les va otro rollo… En fin, gracias a todos, no hace falta que aplaudáis. Y mamá, no te pongas así, en privado te digo cosas más fuertes y ni te inmutas…
La periodista se sienta en su silla. El gran escritor se esconde tras su cigarrillo. Se oyen algunos tímidos aplausos del sector más joven.
– No te avergüences de mí – le cuchichea a su marido -, deberías agradecérmelo, la gente que no valga la pena nos evitará cada vez que nos vea en el futuro. La verdad es que la ceremonia ha sido bonita, tengo que reconocerlo.
La periodista se levanta de su silla. El gran escritor no puede evitar seguirla con la mirada;
– ¿Dónde vas?
– Voy a hablar con el cura, mamá le ha invitado y ha venido. Creo que por mis sobrinos…
La periodista se acerca a la mesa donde está el hombre. Hay una silla vacía a su lado.
– Perdone, ¿puedo sentarme aquí?
El hombre asiente, aturdido.
– ¿Dígame, puede enseñarme alguna prueba palpable sobre la existencia de Dios? ¿Es verdad que muchos de sus compañeros se dan a Dios para poder conseguir sexo con menores?… O… con bebés o lo que sea, a mí puede decírmelo, nos es que lo apruebe, pero llegados a este punto ya me importa todo un carajo. Así que dígame, ¿ha conseguido mantener el celibato todos estos años?

Las hojas se empiezan a secar en los árboles, y caen muertas. Ha llegado el otoño. Dos meses desde que el gran escritor y la periodista se casaron. Una vez hecho el viaje de novios se instalaron en una de las casas del gran escritor.
La periodista escribe sin parar su segundo libro, después del éxito del anterior, obra de culto ya en el circuito de la literatura underground.
– Si escribes tacos y frases cortas ya te están empujando fuera de las listas de bestsellers, ¿lo puedes creer?… Bueno, claro que puedes, tú estás en esas listas…
La periodista cierra su ordenador y se acomoda en un enorme sillón de cuero en la sala de estar. El gran escritor asoma la cabeza desde la gran cocina;
– ¿Quieres cenar en casa o fuera?
– En casa, no me apetece encontrarme con tus compañeros escritores de los libros más vendidos.
– Vale, yo prepararé la cena.
– Y estaría bien que esta vez pudiera reconocer el plato y no fuera una masa viscosa y repugnante… Dios… parece lo que escribes llevado al mundo de la cocina.
– No te pases… – se le oye decir al escritor.
– Por cierto, el otro día vi la entrevista que te hicieron en la tele.
– ¿En serio? – dice él, ya trayendo una olla con dos trapos para no quemarse.
– ¿Y esto? ¿Ya has hecho la cena?…
– Sí, es lo que sobró de ayer…
– Oh, bueno, ya he comentado lo que opino al respecto de este plato.
– Es verdad, no has sido muy amable.
– Ya, no es mi estilo. El caso es que te vi en esa entrevista, y la verdad es que el tono con el que contestabas era… buf…
– ¿Cómo era?
– Vale, que conste que lo digo desde el cariño.
– Sí, ya, siempre has sido muy cariñosa…
– Pues digamos que si hubiera visto la entrevista sin conocerte previamente, a cada respuesta que dabas te hubiera pegado una patada en el estómago.
– …
– En serio, me recordabas a Ken Follet, con su barrigón, contando sus excursiones para ver catedrales…
– Pues sí que te di buena impresión…
– Ya, pero no te preocupes, todos queremos caer bien… Bueno, o queréis.
– Aún no entiendo por qué quisiste casarte conmigo…
– No lo sé… porque me soportas. De todas maneras puede que me pasara el día de la boda. Menos mal que tus padres ya estaban muertos hace años.
– Menos mal, sí.
– Pero… ¿sabes qué?…
– Qué pasa…
– No he sido consciente hasta hace poco, pero me casé por mi madre. Creo que pronto me querré divorciar de ti.
Se hace un silencio.
– ¿E… en serio?
– Claro, ¿alguna vez te he mentido con las cosas importantes?
– Y… bueno, yo sabía que podía esperar cualquier cosa de ti, pero… Entonces cuándo será eso.
– Hombre pues… quizá duremos unos dos años más, no sé, algo así. No pensarías que esto iba a ser para toda la vida? Tienes como… buf… ya mismo tendrás sesenta años, ¿no te has mirado al espejo? ¿No te has fijado en mí?
– Hombre, pues…
– ¿Tú me aguantarías toda la vida?
– La verdad es que me he acostumbrado a que siempre digas la verdad.
– Ya, pero hay cosas más fuertes que eso. ¿Te crees que no veo cómo miras a tus fans?… ¿esas chicas que te creen un gran escritor por contraste con las novelas rosas que leen siempre? ¿Tan tonta crees que soy? ¿O quizá te crees que pienso que siempre me has sido fiel?… La verdad es que todo gira alrededor de tu polla de tal manera que ni tan siquiera te has planteado que podría haber querido estar contigo para poder sacar adelante mi primera novela. Y puede que sea así o puede que no, pero sería muy feo decírtelo por mi parte, sentiría que menosprecio tu brillante intelecto; brillante, como te dicen en las entrevistas… ¿Qué miras?… Como si fuera la primera vez que me oyes hablar así… Mmh… esta mierda tiene un aspecto repugnante, pero está bien si no te fijas. Vaya… ¿te has dado cuenta?, tu plato es como la vida.

(Para quien no lo haya visto, el spot realizado por Guy Ritchie para Nike. Espectacular. A ver si este hombre espavila y vuelve a recuperar el nervio de sus primeras películas. En cuanto a la publicidad, es una lástima que en España la gran mayoría de slogans y anuncios den ganas de construir campos de concentración para publicistas. Lo de «A por ellos» de la selección española es un claro ejemplo.)

Lituania (2 y final)

Pasado un mes en Lituania, tuve que comenzar a escribir un diario. Escribir puede ser lo más deprimente, solitario, narcisista y ombliguista que te puedas echar a la cara. Sueltas tu rollo condicionado y subjetivo sin que nadie te pueda contradecir. La vertiente intelectual de la masturbación. Tú hablas sin abrir la boca, aleccionas y te autoaleccionas sin que nadie pueda echar abajo tus principios con argumentos sólidos. No tienes la réplica de nadie, no existe la contraposición femenina basada en el sentido común. Sólo estás tú, tus ideas. Escribiendo un diario tú eres tu Dios, y todos los demás están equivocados. La vida se mueve a tu alrededor errónea y absurda; la tinta de mi pluma es el semen con el que escribo para preñar el rumbo de la evolución con nuevas generaciones ávidas de justicia. Y bla, bla, blá. Y puedes llegar a vomitar tal cantidad de sandeces, que si alguien lo lee, preferirías que hubiesen descubierto una gran colección de pornografía en tu ordenador personal.

Oksana despierta cada día y cada día escucha el OK Computer de Radiohead como si oír el Karma police antes de ir a trabajar fuera saludable, un ejercicio de vitalismo. Vivimos en un piso que antes debía ser una de las habitaciones de un piso de verdad. Alguien se las arregló para meter aquí una nevera y cuatro muebles. Pero el lavabo sigue en el pasillo. Nuestro albergue del amor. Nosotros, el núcleo cálido alrededor del cual se arremolina la seriedad y el ímpetu suicida de los lituanos. Cuando entramos aquí la primera vez, había un libro de kerouac debajo de la cama, y aun así Oksana no entiende por qué escribo casi sin puntos, casi sin dejarla respirar cuando lee. Sí, el amor es dejar que tu pareja lea tu diario; y después ella ya sabe que tienes miedo, y que cagas y meas como todo el mundo. Oksana sabe tanto de mis debilidades y paranoias que si un día la policía la llamase para decir que he matado a un compañero de trabajo, no se llevaría una gran sorpresa. Así que llega la noche y yo releo a Kerouac mientras ella me lee a mí. Y el resto de los ciudadanos siguen pensando en volarse la cabeza, en cortarse las venas, en despeñarse. Aquí, la muerte casi es otra carrera universitaria. Y somos felices. Y las estadísticas estatales no nos abalan. Es posible que el humor negro sea el opio de los cínicos.

Y Oksana me lee, se echa unas risas y después no me juzga. En serio, no hay más mujeres en el mundo. A su lado Helena de Troya era una pánfila, seguramente igual de guapa pero infinitamente más lerda. Los mitos sólo son ríos de tinta.
Ella me recordó que leer a alguien es lo más íntimo que puedes hacer con una persona; sin el riesgo del gatillazo y con la probabilidad de estar metiéndote dentro de quien sea como de ninguna otra forma podrías. Y lees y no te molesta que él o ella puedan tener la polla pequeña o ausencia de curvas. Intimidad desinteresada. No se trata tanto de llegar al orgasmo como de observar por un microscopio cómo se gesta. Hay muchas formas de describir una historia de amor, pero probablemente cuanto menos tengas que tirar de lírica, más auténtica es.

En Lituania a veces hace tanto frío que dar un paseo significa dejar de pensar. Sólo miras sin observar. Te abandonas y tocas fondo casi contento de no acabar de aprender nunca el idioma. El masoquismo intelectual se va curando poco a poco, aprendiendo a comprar, a relacionarte en el trabajo, aprendiendo a hablar como si volvieras a tener tres años. Estás tan ocupado en hacerte entender que dejas de hacerte preguntas. Yendo lo suficientemente lejos de tu lengua y de tu gente, el existencialismo barato que te torturaba desaparece. Duermes como un bebé todas las noches mientras Oksana se entera de qué es lo que te pone, lo que te aterroriza o nunca harías. La idea era encontrar nuestro paraíso de Adán y Eva en las cloacas del vitalismo en Europa. Había que llevar la contraria a todo el mundo.

Después de habernos visto por primera vez en aquel avión, sólo faltaba un mes para casarnos. No por la Iglesia, claro; no hicimos ni puto caso a nuestros padres. No tienes que hacer un gran esfuerzo para imaginarte a mi padre mirándole el culo a mi novia. Llegas un día a casa y les cuentas a tus padres que te quieres casar y que es rusa. Y las miradas extrañas duran hasta que la ven. Homofobia sin calorías al principio; “¿es que no había ninguna española disponible?” Pero se la presentas y desaparecen los prejuicios geográficos; “vale… es rusa… pero es que es tan guapa”. Cómo odiaba mi vida… a mis padres… mi futuro sin futuro. Es decir, me conformaba, les quería, no lo pensaba demasiado. Pero cómo odiaba todo eso.

Ella sale todos los días a hacer la compra cuando yo me encargo de planchar y poner en orden la imitación de Hogar en la que vivimos. Obviamente ella se siente más como en casa. De todos modos, llevamos dos años aquí, y aún tendrán que pasar unos cuantos más hasta que irnos de vacaciones signifique realmente desconectar.
Esto es como espiar a todo un país. Oksana, habiendo cumplido un mes aquí, llegó a casa un día emocionada. Decía que había visto a una mujer espachurrada en el asfalto a solo dos manzanas de nuestro bloque. La estadística de suicidios es mucho mayor cuando se trata de hombres. No es que hiciéramos una cena especial ese día para celebrarlo, pero por la desgracia de los demás nos sigue picando la curiosidad. Y verla de cerca es como poco, emocionante. Por las noches bromeamos con la posibilidad de que la ruta turística incluya algún suicidio. Eso sí tendría éxito. A menudo intentamos encontrar los índices de audiencia del 11-S en Internet. Lo macabro nos ayuda combatir la rutina. Le pasa a todo el mundo, pero poder hablarlo con tu pareja sin falsos remordimientos significa más que la mayoría de bodas por la Iglesia. Con Oksana no cuesta nada aceptarse como humano. Uno casi comienza a tener más fe aun siendo ateo. Fe en las personas, en que nos podemos salvar de algún modo. Y aunque esto pueda sonar contradictorio, cualquier psicólogo te dirá que el primer paso para solucionar un problema es aceptar que se tiene.

A menudo sueño con una explosión nuclear silenciosa, abro la ventana por la mañana y veo cómo la luz invade y deshace todo el paisaje. La versión lituana de tener un sueño erótico. Vale, no es que por aquí todo el mundo quiera morir, pero por poco que sonrías ya eres feliz por contraste. Oksana y yo muchas veces salimos, y al poco de instalarnos hicimos amistad con un grupo de rock con el que nos reunimos muchas tardes en el mismo bar, y practico el idioma. Ellos obviamente se alegran de vernos cada día, de verla. La única chica del grupo es la bajista, y tiene toda la pinta de haberse acostado con más mujeres que yo. La pregunta que según Oksana divide la gente interesante de la que no lo es, es la siguiente: ¿Alguna vez has pensado en el suicidio? Si la persona contesta que no con rotundidad, quiere decir que interpreta enseguida que le has preguntado si alguna vez ha querido morir. Si la persona duda o se queda pensativa, quiere decir que acepta “el suicidio” como un fenómeno social más, y sabe entender que quizá lo que quieres saber es su opinión al respecto. Ésa es la persona con la que podrás tener conversaciones que vayan más allá del Tópico que puede llegar a ser vivir. De ahí quizá todos los comentarios con respecto a ese tema las primeras veces que nos vimos Oksana y yo. Quería ponerme a prueba. Y con el tiempo todo eso se ha convertido en bromas retorcidas que sólo la gente con el sentido del humor más afilado acepta.

Acercándonos a los dos años y medio de “vacaciones” existenciales para evitar el existencialismo, Oksana me dice que vamos a hacer algo especial, algo que forma parte de la cultura del país. Algo intenso, me dice.
Creo que mi diario comenzaba diciendo: Estoy enamorado…
Podría hacer lo que me dijese con tal de no verla de morros. Alguna gente siempre alardea de no tener en cuenta el pasado, y otros dicen que nunca hay que olvidar las raíces. Pero lo único que cuenta es el presente, ella, y Oksana me lleva al bar de siempre una vez ha pasado el día. Me lleva cuando ya no hay casi nadie en la calle, mucho después de que los bares hayan cerrado. Creo que el primer capítulo de mi diario hablaba sobre la magia de conformarse con sobrevivir. Creo que escribí un montón de tonterías y que sigo escribiéndolas.

Llevo dos días aquí, y creo que no quiero volver nunca más a vivir como antes…

Vamos por la calle y veo de lejos cómo nuestros amigos, los del rock, la lesbiana y el lituano de dicción perfecta, nos esperan con la persiana del garito a medio cerrar. Si ella me hubiera traído con una venda en los ojos, ahora mismo no tendría más información de lo que pasa. Recuerdo cómo se me ligó a través de sus ojos y de hablarme sobre morir en accidentes de avión mientras viajábamos en uno. Amor auténtico.

No escribo este diario para contentar a nadie, ni tan siquiera a ti, Oksana. La verdad es que no tengo ni idea de por qué lo escribo…

Saludamos a todos los del grupo. El dueño del bar espera para abrir la persiana del todo, para dejarnos pasar adentro. Todo el mundo me mira de reojo, y sonríen.

Tal y como estoy ahora, no me importaría acabar mis días aquí, en Vilna, Lituania, lo contrario a los daiquiris y el calor y las playas y la felicidad de diseño; las vacaciones de toda la gente sencilla que morirá sin dejar huella…

Una vez dentro del bar de siempre, veo abierta una puerta al sótano, y de ella sale la única luz que hay encendida ahora en el local; de ella sale un murmullo suave de música. Comenzamos a bajar. Espero a ver algo que me haga encajar piezas, pero en lugar de eso se me pone la piel de gallina pensando en si habrá tenido sentido algo en mi vida hasta ahora. De reojo veo una mesa redonda y siete sillas alrededor y una pistola encima de la mesa. Y alguien me empuja antes de que pueda dar un paso hacia la calle. Alguien me dice: Tranquilo, tío. En perfecto castellano de tener una naranja entera en la boca.
Rodeo la mesa sin apartar la vista del arma. Parece de verdad. El murmullo de música era el OK Computer de Radiohead, y Electioneering da paso a Climbing up the walls mientras todos se sientan en su silla. Y queda una silla vacía y yo estoy de pie. Y todos sonríen.

Lo cierto es que acabas sabiendo cuándo te has equivocado, y mi vida hasta ahora ha sido una enorme y larga equivocación. Error tras error del inútil que soy. Pero mi suerte ha cambiado…

Me siento y alguien hace que la pistola empiece a girar. Ni que decir tiene que hay una bala en el cargador. Y mientras comienza a sudar mi espalda, me dicen que tranquilo, que a la primera muerte acaba la partida; pero que quien muera debe legar todo lo que tenga a los demás. Porque tu legado es lo único que queda de ti. Y Oksana me dice que es emocionante y muy duro, pero que no esté tan nervioso, ella lleva haciendo esto una vez al mes desde que vivimos aquí, y aquí sigue. Y por algún motivo pienso en esas estadísticas de suicidio, en si esta práctica no será una moda habitual aquí, el Botellón lituano. Ni se me pasa por la cabeza intentar huir con esa pistola girando y munición de sobras en algún sitio. Ni por asomo me pongo a recriminarle nada a Oksana. Uno puede ser estúpido, pero no hasta el punto de no saber cuándo no hay salida. Y ahora la pistola se detiene entre el guitarrista y yo; justo en medio.

No quiero alargarme porque sé que querrás leer esto, cariño, y no te lo voy a impedir. Te quiero. Continuará.

El guitarra y yo juntamos nuestras cabezas. Nadie ha tirado una moneda al aire ni se ha hecho sorteo de ningún tipo. Al parecer existe el empate técnico en la Ruleta Rusa, y a la Muerte poco le importa si todos llamamos a la vez a su puerta. Comienzo a llorar, tiemblo mientras mi oreja se pega a la de mi compañero y él coge la pistola para apuntarse en la sien. Me da por pensar en Oksana después de que me diga: Suerte, cariño. Me da por pensar en qué piensa cuando le pregunta a la gente si piensa en el suicidio. Oigo el clic de la pistola. Todos aplauden a mi alrededor, el guitarra me abraza. Oksana se levanta de su silla y viene a darme un beso. Coge el arma y abre el tambor. No hay ninguna bala. He perdido del todo la noción del tiempo. Y después de besarme, me dice:
– Feliz cumpleaños, yo no quería hacerte esto, pero han insistido… lo siento, lo siento, lo…

Sintiéndome vivo como nunca (lo cual no siempre es bueno), salgo detrás del grupo con Oksana excusándose una y otra vez. Nos vamos a recorrer las calles de Vilna. Creo que he perdido un kilo y me cuesta respirar hondo. Me vuelvo a Oksana y le digo si alguna vez querrá bañarse en el Mediterraneo.

(Robbie Williams es uno de los pocos artistas actuales mediatizados hasta la extenuación que me cae realmente bien. Además tiene algunos buenos temas, y unos directos que para sí quisieran los cuatro cantantes melódicos que campan por este país alardeando de querer a todo el mundo y llevando la correción política siempre por bandera. Este se salta eso, besa a sus fans y hasta les toca el culo; se emociona de verdad y su vena bastarda es real. Hacen falta más Robbies en el panorama comercial. Además antes estaban los Take that, contra los que muchos cargabamos, pero joder, es que ahora está Bisbal…)

[F]elicidad (Revisión)

Podría ser pero no es. Y casi siempre es así. Según cómo, poco depende de lo que pongas de tu parte. Y aun así, hay que sacrificarse. Esa frase te la dicen los mismos que abogan por el optimismo como filosofía de vida básica. Pobre de ti si te abandonas o cedes o te rindes en lo que sea, aunque lo que sea te lleve por el camino erróneo.
Es verdad que hay cosas que son producto de la desesperación, pero no por ello han de perder valor significativo. Cosas, decisiones, acciones.
El día de los enamorados lo celebran las parejas. Como si los solteros que quizá estemos enamorados no pudiésemos entrar en la fiesta. Y venga, no, no entraremos a juzgar al porcentaje de parejas que no están realmente enamoradas, que fingen, y el hecho de si ése porcentaje es quizá mayor que el de las parejas que sí lo están.
Sólo diré que hay hombres y mujeres que creen que están enamorados, extasiados por alguien más allá de la carne; quieren creerlo, y eso es todo. Vale, a veces no quieres mojarte y ya estás empapado. Y es que juzgar a todo el mundo es muy feo, porque no toda la gente tiene esos rasgos comunes de carácter.
Lo que sí tienen en común todos es que siempre van a gastar dinero en regalos. Por eso el amor es complicado, porque es abstracto y muy pocas veces sabes si lo que sientes es amor o simplemente tienes hambre y unos ojos te miran, respondiendo a tu mirada como en las poesías baratas. Hay gente que acude a la comida rápida; poco importa si hablamos de eso que llaman sexo express, o si hablamos de prostitución. Y otros fuerzan el enamoramiento, como si realmente eso se pudiera provocar. Y sí, un amigo de toda la vida, Cristian, y yo, estamos muy enfadados. Enfadados en general, y por el tema en cuestión en particular. Quizá todo esto pueda estar resultando confuso, pero es que hablamos del amor. Amor. Cupido, si me oyes, nos da igual si no vas a bendecir nuestros actos; tú sabes muy bien de qué hablamos
Nos costó mucho conseguir un arma. Todo el puto día dos tíos dando vueltas por la ciudad. Hoy es el día de los enamorados.

Hace mucho que decidimos que acudiríamos a esa supuesta lacra de la sociedad que es la prostitución, la comida rápida del deseo sexual. El sexo sin amor; sí, como el que compra fruta en el supermercado, nosotros compramos sexo, desde hace mucho tiempo. No forzamos a nadie. No le insistimos a ninguna chica hasta el agotamiento para hacer pasar esa relación por algo poético o bonito. El amor y el sexo no se complementan ni van juntos ni tienen nada que ver; no, la mayoría de veces no es así. Es por algo que cuando te enamoras de una persona a la que hace poco que ves no tienes el sexo como prioridad; piensas en abrazarla y en cuidarla y en hacerla reír. El sexo no dista tanto de comerse una tableta de buen chocolate, o de mear cuando ya pensabas que ibas a reventar por dentro. Placer al tacto, nada más.

El Corte Inglés está lleno. La chica a la que quiero tiene novio. Trabaja en la última planta. Vamos a subir; Cristian y yo. Queremos hacer algunas cosas por el camino. Una cosa por planta. Hay que desfogarse. Hay gente que llora sola en casa, o disimula con un café delante. O simplemente presumen de su soltería. Nosotros compramos un arma.

Ella me dijo que me quería, pero que ya estaba comprometida. En definitiva me rechazó porque no soportaría el hecho de que todo el mundo (incluyéndose a sí misma) supiera que se ha equivocado, y que en realidad quiere a otro. A mí. Y ahora está en la última planta del Corte Inglés, esperando el día de su boda, para casarse con alguien al que no aprecia más que a un vecino o que a su plato favorito. Yo sólo quiero cambiar el rumbo de los acontecimientos. Lo demás no existe, porque lo demás ya ha tenido suficiente protagonismo. Ella morirá muy vieja, sabiendo que alguien hizo algo muy grande, terriblemente grande por ella. Y nadie la culpará.

Pasamos de la primera planta porque hay demasiada seguridad. Hay cinco plantas. En la segunda vemos a una pareja. Ella lleva un ramo de rosas rojas en la mano. Él lleva la mano derecha perpetuamente en el culo de ella. Nos lo ponen fácil. Él va al lavabo. Ella espera fuera. Cristian y yo nos acercamos. He venido con Cristian porque está loco. Yo sólo estoy enamorado. Cada uno tiene sus motivos. Por ambos se puede matar y morir. Metemos a la chica a empujones en el lavabo. No hay nadie más. El viento nos sopla a favor.
– A ver – les digo -, ¿sois pareja?
Los dos asienten, acojonados. Cristian está cargando la pistola. Era un plan hacerlo delante de ellos, para que se vea que esto no es una broma. Hablamos de Amor, del de verdad.
– ¿Os queréis?- les pregunto.
Vuelven a asentir. El plan es primero el chico, y en la siguiente planta la chica. La que sobra lo haremos a suerte.
– Tendrás que morir por ella – le digo, apuntándole. El tipo comienza a temblar.
– Oye, tío… – empieza a decir.
– A la mierda… – digo – o tú o ella. Elige. Tienes un minuto. – El hombre tiembla con más fuerza, llorando. Esto es cruel, sí, podríamos hablar un rato de la crueldad, y de sus diversas y múltiples capas. Es sencillo, ¿morirías por la persona que quieres? ¿Y si no, eso qué significa? Significa que mentías. ¿Estamos Cristian y yo intentando crear una nueva raza de personas sinceras? Imagina esta escena ocurriendo a la vez en todos los países del mundo, con una pistola cargándose delante de una pareja, con la importancia mediática que eso tendría. La revolución de Cupido, los ejércitos de su versión oscura y cínica. ¿Se pueden inculcar los buenos valores con miedo? ¿Lo hacen algunos padres con sus hijos? ¿Se hace en el colegio imponiendo según qué castigos? Es igual, es complicado, esto es una historia de amor, de las que acaban mal; por qué no llevárselo todo al extremo. Los sesos de la chica acaban manchando el blanco virgen de la pared. Él también muere. La gente ha comenzado a morir por falsedad conyugal, por mentir, aquí y ahora, en este Corte Inglés, feudo de la felicidad fingida.
El cojín que lleva Cristian ha amortiguado el ruido mejor de lo que cabía pensar. Y ya está. Subimos a la tercera planta. Yo llevo el ramo de rosas en la mano. A ella le gustan. Conjugar la crueldad, el amor y los regalos del día de San Valentín en un Corte Inglés, parece bastante cuerdo. La muerte, bueno, a veces está y a veces no; sencillamente forma parte de la vida, depende de las circunstancias. Todo tiene la tendencia siempre a ser cada vez más confuso.
La tercera planta está llena de parejas. Todo está lleno de corazones y motivos rosas y rojos, cupidos y una música suave de Eros Ramazzoti. Esta vez cuesta encontrar a alguien para intimidar.
Pero mira, al fondo, alguien desdoblando camisas, aquella mujer. Y su novio, sujetando el bolso femenino, resoplando.

Ella es bajita y rubia, alguien muy tierna que parece vaya a derrumbarse por cualquier cosa. Sin embargo, en el lavabo, mientras Cristian agarra al novio, ella coge el cañón de la pistola que yo sujeto, y se lo lleva a la cabeza, casi sin inmutarse, con la cara blanca.
Y fíjate en la cara de él, la sinceridad latiendo en sus ojos, sea cual sea.
Y no disparo.
– Muy bien – digo – lo habéis hecho bien. Dadnos vuestras carteras. Si decís algo a alguien de seguridad iremos a por vosotros. Disfrutad de la vida, vosotros que la vivís de una forma sincera.
Me encanta, amor auténtico. O algo cercano a serlo. Me da la sensación de que él no dormirá esta noche.
Salen escopeteados, según el plan. Los que se quieren de forma parecida a como se muestran al mundo, no morirán, evidentemente. Nos vamos a la cuarta planta. No debe quedar mucho para que los de seguridad comiencen a oler la sangre. También puede que alguien se chive; podemos ser héroes románticos y niñatos mentirosos en partes iguales; y además con toda la tranquilidad del mundo. Ya va siendo hora de que alguien nos explique el sentido de la vida.
Hay un tipo que me suena rondando por la cuarta planta. Va a haber un cambio de planes. Todo el que te diga que debes mostrarte tal y como eres con todo el mundo, debería saber que quizá no todo el mundo merezca esa coherencia por tu parte.
En principio teníamos que escoger a una pareja, como en las dos plantas anteriores, y decidir echándolo a suertes quién debería tomar la decisión de morir en lugar de su pareja. Pero no. Se lo digo a Cristian. El tipo en cuestión, el que me suena, es el prometido de mi novia, es decir, de la que quisiera que fuera mi novia. Antes de llegar a las escaleras mecánicas que le llevarán al piso de arriba para verla a ella, le detenemos. Le empujamos hacia el lavabo de la planta; se resiste y hasta llega con algún moratón, pero al final le tenemos, metido en uno de los habitáculos, con el cañón de la pistola en la cabeza. No me conoce. Hablo yo:
– Si no me equivoco, tu novia está arriba, trabajando.
Asiente.
Digo:
– Elige, si nos dejas matarte no morirá ella, si no quieres morir subimos y nos la cargamos. Sencillo, o tú o ella. No discutas, no fuerces una pelea, es el día de los enamorados… Veo que llevas un paquete en la mano, se lo podemos llevar nosotros…
El hombre acaba diciendo que sí, que sí, que adelante, que nos la carguemos. No está dispuesto a morir, ni de coña. Cuando Cristian está preparando el cojín para disparar, le detengo. Le digo que le deje ir. Le dejamos ir.
Al fin y al cabo ella se quiere casar con él. Decido en el último momento que no es muy razonable cargarse al tipo que ella dice que quiere, aunque esté mintiendo. Lo más voluble que posees son tus principios. Y si no, espera. Es verdad que habíamos prometido matar a los que mienten en cuanto al amor se refiere, pero ella no me lo perdonaría, y al fin y al cabo estoy haciendo todo esto por ella. Dejamos el paquete que llevaba el tipo en el suelo y nos vamos a acabar con esto. Vamos a la última planta.
Vamos sudando, con un aspecto lamentable. Cristian se da cuenta de que ya sobra y huye de la escena. Le doy un abrazo. Es un tío coherente con su locura, previsible en el mejor sentidos, y más fiable de lo que son la mayoría de las personas respetadas por la sociedad. Y cuando me doy cuenta me encuentro delante de Felicidad. Así se llama, y está con su uniforme, poniendo caliente al personal, a todos excepto a mí, que estoy enamorado de ella. Los demás piensan: “¿Has visto qué falda?”.Yo pienso: “Aquí, así, debe tener frío”.
Ella ve el ramo y me mira con amabilidad, porque aún no sabe lo que he hecho la última media hora. Meto una carta en el ramo. Siempre hay que dar explicaciones. Y luego, bueno, me llevo la pistola a la cabeza, delante de ella.
Pero, sin llegar a apretar el gatillo, como diez policías entran en tromba subiendo por las escaleras mecánicas. Y me echo atrás. No me atrevo. Mierda, pienso. Esto no tenía que ser así. Se supone que todo iba a ser muy romántico. Con mi sangre salpicando a Felicidad. Con ella en casa hecha un ovillo leyendo la carta que incluye el ramo. Pero no. Casi siempre es así.

Noto algo punzante en la espalda. Todo desaparece.

Odio la frase: «Hay que sacrificarse». Lo más probable es que voy a acabar encerrado unos años. Ahora lo que importa es que un policía me ha disparado en una mala zona. Así que puede que acabe en la cárcel y lisiado. En la sala de interrogatorios estoy en una silla de ruedas; supuestamente en periodo de recuperación. ¿Sabes esa sensación vergonzante cuando de pequeño reconocías que te gustaba una chica? Pues esto ahora es más o menos así. Los cargos: inducción al asesinato. Y algo más. Pero lo que cuenta es que animé a Cristian a matar. Y lo que no creo es que mi abogado de oficio pueda alegar enamoramiento real. No creo que en un proceso legal un juez vaya a tener en cuenta a todas esas parejas que se consideran sólo carne el uno al otro.
Hay cosas que son producto de la desesperación, pero no por ello deben perder valor significativo, aunque muchas veces sea así. La ley es recta e imperfecta, y Cupido no va a poder declarar a mi favor.
Mi vida absurda, inútil y tan parecida a la de los demás, ahora además tiene un largo y complejo monologo de justificación que me va a llevar a la cárcel. Piensa en el jurado, en el que la mitad tendrán pareja estable o estarán casados. Piensa en el juez; seguramente un señor mayor, como treinta años casado, harto de todo, agotado, y juzgando mi caso. Esto se está convirtiendo en lo que podría llamarse un ejemplo más de lo que es el sentido de la vida. O el sin sentido. ¿Me lo he buscado yo?

De momento, lo que hacen después de mi declaración confusa, es meterme en el calabozo. Y todo, pienso, porque la que mentía era ella, y además a sí misma. E incluso así, me echo en la cama y pienso en Felicidad, en seguir queriéndola, en que todo ha sido por culpa suya.

(Ayer soñé con Scarlett Johansson. Y aunque ya no recuerdo nada, me dejó una sensación agradable; un sueño agradable en años. Así que en homenaje a ella y a mi subconsciente, aquí van los contundentes primeros treinta segundos de Lost in translation. ¿La gente que dice que se aburrió con esta película, por Dios, esa gente no debe tener alma, no?, vamos, digo yo…)

Lituania (1)

Te va a sonar seco, me dijo, pero me da igual. Todo se reduce a la literatura, la música y el cine. O llámalo Arte si quieres. El resto suele ser trabajo y gente con la que estás o con la que te peleas. Sin embargo, una buena película siempre será una buena película. Tus libros favoritos nunca te van a decepcionar.

Debe ser eso, me dijo. La gente se debe referir a eso cuando habla de los pequeños detalles. Parece que lo que realmente aguanta el paso del tiempo es el legado de la gente; lo que la gente crea. Lo que la gente es pasa a ser discusiones, repartición de bienes, desconfianza, malos augurios y, finalmente, un bonito e hipócrita funeral en el que los mismos que hablaban pestes de ti besarán a tus seres queridos. Así que seguramente somos más lo que creamos que lo que somos. Porque pocos somos un ejemplo a seguir. Y es verdad que también hay buenos ratos, pero eso suele acabar machacado en tus vómitos para acabar yéndose por el desagüe. Muchos de tus buenos ratos van acompañados de un dolor de cabeza insoportable al día siguiente. Por eso la gente odia los domingos. No nos gusta enfrentarnos con eso, con la posibilidad de que la alegría surja de una felicidad más bien artificial.
Pero no cuando escuchas música o lloras con una película. Eso es auténtico en comparación con una botella de vodka.

Todo eso me decía la chica. Imagina el discurso con un marcado acento ruso. Toda esa retahíla de palabras saliendo de esa chica rubia de la que no recordaba el nombre aun habiéndose presentado. Esa chica rusa y azafata de vuelo. Imagínanos en un avión comercial, sentados en clase turista volando a setecientos kilómetros por hora y a diez kilómetros del suelo. Ésa era mi realidad de hace un año, viajando solo a Moscú. No más playas, me dije, quiero ir a la ciudad más jodidamente fría y europea que sepa. Y además en febrero. Quería caminar por calles nevadas y entrar en pubs en los que beber tuviera más que ver con aplacar los temblores que con emborracharse. Y quería hacerlo solo, o como mucho con extraños. Y de camino a eso una azafata se sienta a mi lado en el avión semivacío y me habla de la muerte como ese buen plan para el futuro, ese descanso eterno que los ateos nos merecemos. Imagina que te mueres, me decía, y encima te van a tener que juzgar por lo que has hecho en vida. Los católicos tienen ese modo sufrido de vivir, y encima no les molesta que pueda haber vida después de la muerte. ¿Quién quiere eso?, decía la muchacha enfatizando en la “r”. No, en serio, ¿quién quierrre eso? ¿Vivir para siempre? Vamos, no me jodas… la vida es vida por contraste con la muerte, si no de qué sirve todo esto.
Cada vez que el avión se ladeaba o había turbulencias, la muchacha me decía: No te prreocupes, no caerrrá esa breva. No podrías imaginarla diciendo eso ni en sueños. Si no la mirabas parecía que hablabas con el villano de una película de acción americana, y cuando lo hacías parecía que Heidi en realidad había sido rubia, había crecido y ahora trabajaba como azafata de vuelo nihilista. La cara de un ángel hablándote de morir abrasado por el combustible del avión. Me hubiera enamorado de ella en ese mismo vuelo si no fuera porque yo sí tenía miedo de estrellarme.

Mi deambular por Moscú se puede resumir con mi cara de estupor cada vez que me perdía intentando volver a mi hotel de dos estrellas. El conserje era un tipo alto de unos cuarenta años que no hablaba una palabra de inglés, y por la noche una chica de unos treinta años que no hablaba una palabra de inglés. Todo eran gestos y muecas. Por suerte ninguno de los dos me odió por no entender su idioma. Caminé durante cinco días por la ciudad sin notar mis orejas, y comprobando que mis guantes eran inútiles del todo igual que un paraguas en medio de una tormenta de verdad. Evité hacer ese tipo de rutas para turistas, la idea era simplemente desconectar. Y tampoco tiene mucho sentido ir a un museo cuando no tienes con quien disimular que estás impresionado.
La verdad es que la idea de largarme de allí la tenía desde el segundo día, pero el orgullo me hizo aguantar hasta el quinto; como esa gente que acaba carreras que odian por miedo a discutir con sus padres. Digamos que no quería parecerme a mí mismo un estúpido que vuelve a casa cuarenta y ocho horas después pensando que no hacía falta ese viaje, aunque fuera verdad. Así que al quinto día hice mis dos maletas pensando en si no será el orgullo lo que empuja el mundo, por delante del dinero y el amor.

No había tantas posibilidades de volver a encontrarme con la azafata. Pero pasó. O más bien lo busqué.
Después de dejar mis maletas en esas cintas transportadoras tan propensas a perdértelas, vagué por el aeropuerto como homenaje a los retrasos.
Encontré una cafetería en la que se podía fumar, cosa que ya no sabía que existiese en los aeropuertos del primer mundo. Y allí estaba, sola, sentada en una mesa con un vaso lleno de algo transparente que podía ser lo que fuera menos agua. Al verme sonrió, y yo me relajé. Me invitó a sentarme con ella.
– ¿Te ha gustado mi ciudad natal? – dijo.
– Bueno…
– Puedes decir la verdad, soy aficionada a la verdad – masculló, sin dejar de sonreír.
– La verdad es que no he salido mucho del hotel – mentí.
– No me lo creo.
– Bueno, sí he salido, pero no como un turista.
– ¿Y la gente?
– No lo sé… ¿serios?
– Sí, has acertado, serios… Somos el tercer país con la tasa de suicidio más alta.
– ¿Terceros? ¿Sólo? – bromeé.
– Bueno, danos tiempo, es bueno tener metas en la vida.
– ¿Es que piensas suicidarte?
– ¿Yo?… no. Tengo miedo de tener que seguir con esto en otro lugar y tener que reencontrarme con mis padres algún día.
No pude evitar una carcajada. Y luego dije:
– ¿Y cuál es el primero?
– ¿El primer país?
– Sí.
– Lituania.
– ¿Y cómo sabes eso?
– Wikipedia – sonrió.
– Y España cómo va…
– Creo que estáis por el cincuenta o así… Más o menos como en el fútbol, pero es normal, aún sois un país bastante penoso.
– ¿Te gusta el fútbol?
– A mí no… a mi padre.
– ¿Somos más penosos por ser más felices?
– No, sois más penosos porque allí hay más ignorancia. Yo viví tres años allí. Debería notarse…
– ¿Fuiste a alguna corrida de toros?
– Sí…
– Vale, entonces no tengo nada más que decir…
Se hizo un silencio. Y ella arrugó el ceño y dijo:
– ¿Te gustan las corridas de toros?
– No.
– Oh… – sonrió – menos mal…

Coincidimos. Embarcamos juntos en el avión, y ella, cuando las azafatas tenían que sentarse, lo hizo siempre a mi lado. Lo bueno de los aviones, me dijo, es que si te estrellas, mueres. No es mejor por la muerte en sí, dijo, sino porque hay cosas peores que la muerte. La gente conduce sus coches confiada porque están ahí abajo en el suelo. Sin embargo, si te estrellas con tu coche, no sólo puedes sobrevivir quedando como una planta más para tus padres, además te habrás pasado horas hasta que los bomberos consiguieran sacarte de la chatarra. No me gusta el término medio, me dijo; o viva o muerta, lo demás no me interesa; no quiero verme un día buscando en Google cuáles son las instalaciones que tienen rampas y cuáles no. Es cierto que pasaría un mal rato hasta que el avión cayera, pero eso no es nada en comparación con que te tengan que alimentar por una pajita durante el resto de tu vida. De hecho, dijo, no tengo ni carné de conducir.
Las demás azafatas miraban a su compañera con curiosidad. Esta vez el avión iba más lleno, así que la gente que oía hablar a mi nueva amiga, no podía evitar prestar atención. Llegó un momento en el que no pude contenerme más, y le tuve que decir que no recordaba su nombre.

– Oksana – me dijo -, con “k” y con “s”.

Oksana podía haberse llamado Natasha, o algo más recordable, me dijo, pero era así como se llamaba su madre, su abuela, y quién sabe cuánta gente más en su familia. Me dijo que había investigado su árbol genealógico, y que dada la actitud alicaída constante de su familia, le costaba creer que no se hubiera terminado todo hace tropecientos años. Me dijo que había habido repetidos suicidios e intentos de suicidio en sus antepasados, y que no le extrañaban nada las estadísticas estatales. En realidad yo existo de milagro, me dijo, y lo creas o no, mi fantasía es ir a vivir a Lituania. Si puedes vivir allí, dijo, puedes enfrentarte a cualquier país europeo. Aquello debe ser el Limbo del primer mundo.

(Esta vez el video es una fragmento de la película «Cashback», que surge del cortometraje del mismo título nominado al oscar hace unos añitos. Dirige el debutante Sean Ellis. Una peli para los que buscáis pelis románticas que no den vergüenza ajena. En estos dos minutos podeis ver cómo se las gasta Ellis montando escenas (hay ecos de un tal Gondry). Y sí, está en inglés, pero este fragmentito lo entiendo hasta yo…)