Si alguien te pregunta y le contestas que eres escritor, para cuando hayas muerto da igual si eso te ha dado dinero o no, tienes que haber escrito algo que valga la pena. Mi sueño es escribir algún día frases que al final contradigan lo que afirmaban al principio. Historias magnéticas e intensas que aunque no complazcan den con alguna clave. Hay que dar con sensaciones certeras que transmitidas toquen alguna tecla importante. No se trata de hacer reír o llorar, sino de todo lo contrario. Ambigüedad literaria de alto valor calorífico. Prefiero provocar nauseas a que la gente deje de leer. Quiero ser Poe y vivir para siempre en los miedos de quien me lea.
En cuanto a lo que escribes, poco importa si luego lees bestsellers o las etiquetas de los champús. Pero lo que escribes tiene que ser como no poder apartar la mirada de los ojos de alguien. Tiene que doler dejar de leerte o haber acabado de hacerlo. Tus textos tienen que ser como esos postres que te comes aunque sepas que te van a sentar mal.
Quiero escribir páginas y páginas de positivismo y buen rollo que luego puedan acabar envenenadas con una sola frase. La última frase. Que las apariencias sean sólo el principio al igual que en la vida real. Quiero que cuando leas mis textos sientas lo mismo que cuando te miras al espejo sin maquillar, sin tus trajes, sin adornos, sólo tú. Prefiero que quieras leerme por una cuestión de autenticidad, porque buscas algo cierto sin que nadie te dé una palmadita en la espalda. Me gustaría que cuando crees que algo es desconcertante en mis líneas también te parezca bello. La idea es conseguir justo lo contrario a cuando le enseñas una foto de alguien a la gente y dicen: “Qué simpática”. O: “Qué gracioso”.
Antes de hablar con eufemismos, debes saber que a veces son mucho más duros que la verdad. Me gustaría crear una obra maestra aunque luego la gente se deprima sólo con echar un vistazo a una de mis listas de la compra. Como Einstein, que tenía varios trajes iguales para no tener que pensar en qué ponerse cada mañana, prefiero emocionar o fascinar a muchos que no a ser olvidado en poco tiempo por unos pocos. Quiero dinamitar el concepto de “vida personal” que la gente asocia al éxito. Y aunque como cualquiera quiero que me quieran, es sugestivo pensar en trabajar en vida para que sigan queriéndote para siempre una vez muerto. Me gustaría incurrir en una contradicción personal eterna.
Hay gente muerta que está más viva que otra que aún compra el pan todas las mañanas. Porque lo de quién sigue vivo o está muerto también está sujeto a opiniones. A veces la pregunta no es tanto si merece la pena vivir como si ya ha llegado el momento adecuado para morir. Miles de personas ya solo están entre nosotros para engullir sus pastillas, sin saber nada, sin recordar. Pero nadie tiene un recuerdo de Marilyn demacrada.
Como escritor muerto, debo decir que no es que la vida esté sobrevalorada, pero quizá sí el modo que tiene la gente de “disfrutarla”. Yo por ejemplo ya hace tiempo que sé que el hecho de que uno pueda echarse unas carreras o esté pudriéndose bajo tierra tiene poco que ver con vivir o no. Mientras Elvis sigue generando beneficios desde su tumba, los demás nos contentamos con que no nos pregunten si las flores del centro de mesa del comedor son de plástico.
No es que ser del montón sea malo o un buen motivo para deprimirse. Lo que pasa es que a veces nos resulta absurdo estar aquí para luego desparecer por el mismo agujero del que vinimos. Por eso dejar huella es una forma de arañar tu ataúd para siempre, no sirve para nada, pero de algún modo sabes que muchos aceptarán que se equivocaron contigo. Una negligencia moral. Como quien dijo que cuando haces el amor con una mujer te estás vengando de todos los que te han puteado, si consigues hacer Historia te vengas de la vida en sí, de todo, de cada momento en el que te dijeron que no pero tú sabías que sí. Es lo que se llama tener razón para siempre. Y, para bien o para mal, si tienes razón, por lo menos luego puedes presumir de no haberte equivocado. Las iglesias para ti sólo son edificios muy altos, lóbregos y sobrevalorados. La muerte sólo es otro trámite, la impulsadora de tu leyenda.
Mi ataúd tiene el tamaño de una ciudad grande y gris a la que ni el sol puede alegrar. Porque hay un sol para cada uno de nosotros, y algunos son muy intransigentes. Mucha gente se siente más segura de noche, más inspirada. Muchos ciudadanos muertos del mundo nos identificamos más con la luna, con su timidez, su belleza y su humildad por dejarse mirar aunque nadie pueda tocarla. Me gustaría tener el ánimo de quien ve belleza en la majestuosidad vital del astro rey, pero lo cierto es que al considerarme más muerto que vivo, aún veo mucho más romántico un cementerio de noche que un prado de día. Color favorito: El negro. Estado civil: Harto. Profesión: Fiambre. Obsesión: No dejar nunca de mirar atrás, por la calle, en el tiempo. Por muchos detalles que dé de mí nadie diría que hace mucho se podría haber celebrado mi funeral. Y aunque todo esto suene escabroso, la verdad es que no lo es, sólo es la versión atea de sentarse y confesarse a un cura. Pero sin redención, sin salvación, y con la única posibilidad de resucitar si un día alguien me ciega.
[Si hace un tiempo alguien me hubiera dicho que pondría un video de OT en un blog mío, me hubiera carcajeado hasta morir asfixiado entre mis propias arcadas. Pero este año, cuando hacía zapping y topaba con Virginia, me sorprendía a mí mismo viendo la actuación hasta el final. “Porque está buena”, pensareis algunos, y es verdad, pero también había otras concursantes que lo estaban, y a diferencia de Virginia daban ganas de instaurar la pena de muerte cuando las oías hablar. ¿Qué tiene Virginia? Pues quizá un resquicio de autenticidad en medio de un circo de publicidad e intereses que crea monstruos mediáticos que intoxican el panorama musical. Y sí, Risto se pasa, pero tiene razón casi siempre. Y es una lástima que esta chica vaya a estar absorbida por el formato aún durante meses, o incluso años. Mucho me temo que no, pero ojalá pronto pueda canalizar su “algo especial” para grabar un buen disco. El tema es “Ben” de Michael Jackson.]
Aquel último día, al levantarme de la cama, abrí la persiana y aún era noche cerrada. Y ya eran las nueve de la mañana.
Las calles estaban a oscuras y sin luz artificial. Abajo había vecinos hablando entre ellos, comentando la jugada. Comencé a llamar a todo el mundo. Me di cuenta de que no había luz eléctrica tampoco en casa. Sólo me conectaban al mundo mi reloj de pulsera y mi móvil. Por todos lados, tanto en las calles como en las casas, veías luces sombrías de velas o linternas agitándose. Todo el mundo me contestó al teléfono menos mi novia. Y volví a llamarla repetidamente hasta preocuparme, encontrar una linterna, ponerle pilas y salir dirección a la casa de sus padres, con los que aún vivía.
Por las calles la gente se reunía en grupo, vecinos y familias. Todos mirando hacia todas partes, vigilando las sombras e intentando sintonizar alguna radio, buscando noticias, respuestas, el sol. El sol se fue el día anterior pasadas las nueve de la noche, y luego la luna se quedó arriba inamovible, entera, amenazante.
Caminé por calles desconocidas sin la vida que da la luz natural. Algunos negocios aún seguían abiertos, con velas y esperando. La mayoría cerraron cuando se dieron cuenta de que los saqueos podrían estar al caer. En una esquina había tirada en el suelo una chica, con la cara amoratada y el estómago con lo que parecían diez o doce puñaladas.
Me limité a aligerar el paso y a no asociar la oscuridad a lo que había visto. Creo que no llamé a la policía por no darle más dimensión al recuerdo, como cuando quitas el telediario si su temática se vuelve muy tercermundista.
A unas dos manzanas del bloque de pisos al que iba, un tío sujetaba a una mujer mientras otro se la sacaba y meaba en su cara; mi corazón me llevó al borde de la taquicardia. Los dos reían a carcajadas y un tercero se masturbaba muy cerca, sujetando una pistola, quizá auténtica, con la mano izquierda. Cambié de acera escuchando los gritos de auxilio. Cuando estaba más lejos volví a cruzar la calle, y para cuando miré hacia atrás ya la estaban violando. Me apoyé en una pared unos minutos, mirando de reojo a todos lados, intentando calmarme. Mi padre, que es muy religioso, llamaba a esto: pruebas de Dios. Tus exámenes vitales. Según él todo el mundo solía suspender. Según él la gente no le daba forma a nada que no pudiera incluir en su currículum. Ya muy cerca de mi destino escuché un disparo.
Yo formaba parte del sistema, y hasta ese día nunca me pareció algo de lo que avergonzarse. Hice lo que se hace, mirar sin observar, sin intervenir, y seguir con mi camino. Podías llamarlo egoísmo, o supervivencia si te suena mejor. Pero lo cierto es que ninguna de las dos cosas te excusaba. La nobleza tenía que ver con artilugios o papeles más que con actos. Tus medallas de atletismo, tus títulos firmados por el rey. No era tanto una cuestión de cualidades como de trofeos. No se trataba de hacer meritos, sino de ganar. Como quien dijo que el segundo sólo es el primero de los perdedores, yo me ligué a mi novia porque tenía cosas que mostrar, aunque no tuviera nada que aportarle. Aunque no tuvieras tu propia opinión sobre las cosas, podías presumir de haberte adaptado a ellas. Te pasabas la vida estudiando para evitar acabar en una cadena de montaje, y lo único que conseguías era ser la pieza básica de otra.
Llegué al bloque de pisos y abrí la puerta de la calle con mis llaves. Tenía una copia que el padre de mi novia me hizo. Hasta ese punto se fiaba de mí. Unas llaves para el portal y otras para el piso. Eso era la confianza. Los amigos tenían que llamar al timbre de tu casa, la gente en la que confiabas tenía una copia de las llaves, y el amor consistía en que alguien pudiera sacar dinero con tu número de cuenta. Eso era el amor; tenía que haber llegado el día en que alguien incluyera eso en un cuento de hadas; un príncipe con sus enaguas dentro de una sucursal bancaria, con la tarjeta de crédito de su novia, la cenicienta del lugar, la princesa prometida. Mucha más gente se hubiese identificado con la historia, los niños hubiesen crecido preparados. Podrían haber imaginado a los personajes decidiendo quién se iba a quedar con el coche si se separaban, como papá y mamá, y se hubiesen sentido mejor con ellos mismos. Aunque muchos dijeran que no.
Ya arriba, el padre de mi novia me abrió la puerta antes de que pudiera usar mi llave. Sujetaba una vela y pocos pasos más atrás estaba su mujer, con cara de demacrada, como siempre pero llorando.
Me invitaron a pasar y enseguida me preguntaron por Alicia. Mi novia, su hija. El objetivo.
– ¿Sabes dónde está? – lloraba su madre.
Lo cierto es que sí, ya lo sabía, pero no me salían las palabras. Por suerte los dos hablaban atropelladamente y no acababa de tener turno de respuesta.
– Es que hace un rato salió a trabajar y no contesta al teléfono – decía el padre una y otra vez.
Yo ya sabía por qué no contestaba al teléfono.
– Estamos muy preocupados – murmuraban -. En serio, muy preocupados. Creemos que le ha podido pasar algo.
Y tanto que le había pasado algo.
– ¿Crees que estará en su trabajo? – lloriqueaba la madre.
La última vez que la vi alguien estaba meándose en su cara, un tío. Otro la apuntaba a la cabeza con una pistola. Parecía de verdad, lo prometo. El restante se limitaba a sujetarla, a mirar. Pero claro, no podía contarles eso a sus padres. No podía decirles que había escuchado un disparo poco esperanzador y que su hija ya sólo debía ser pienso para gusanos. Obviamente tampoco tenía ya que desvelar mi intención reciente de dejarla porque una chica en el trabajo me había estado tirando los trastos, y me gustaba. Lo único bueno de la muerte es lo oportuna que puede llegar a ser. Y yo en aquellos momentos era aún más insensible que ahora; prefería ser objetivo a tener ese orgullo de novio que se sube por las paredes si alguien le da dos besos a su chica y en el segundo le roza la comisura de los labios. Lo que yo era no me convertía en nada mejor que los demás, pero tampoco en nada peor. Quizá sólo en alguien más transparente.
Les dije a mis frustrados suegros potenciales que lo mejor que podían hacer era llamar a la policía, calmarse. Dije que estaba preocupado, pero que de momento no podíamos hacer gran cosa. Me libré de ellos como pude, salí del piso y les convencí de que me iba a buscarla, al trabajo, que les llamaría en cuanto supiera algo; que no se preocuparan demasiado, que todo esto al día siguiente sólo habría sido una pesadilla y ya habría salido el sol. Les dije que por nada del mundo salieran de casa. Y yo sólo esperaba que el sol no volviese a las diez de la noche, se cambiaran los horarios y tener jet lag sin haber salido de viaje. La practicidad es mi verdadera religión. Sentir, en aquel momento, ya venía a ser como ser hippie, estaba pasado de moda. La idea, básicamente, era salir del paso, acudir al funeral cuando se celebrara e insinuarme a mi compañera de trabajo. La vida consistía en pasar página un montón de veces y morir. Nada bueno ha llegado nunca para quedarse.
En la calle había algunos locales con los cristales rotos. Aún no veía que hubiese corriente en ninguna casa. Aún no se sabía qué narices pasaba o a qué escala. Pero eso a la gente poco le importaba si podía sacar tajada. La respuesta al porqué del vandalismo en ese día nocturno supongo que viene dada por la novedad. Sistemas de alarma que no van, colapso en las líneas, la policía no daba a basto, nadie tenía respuestas… Así que durante ese vacío en medio de toda la rutina, mucha gente se debía sentir más libre para actuar. Parecía ser uno de esos exámenes de Dios, y mucha gente estaba suspendiéndolo. Hubo gente mayor que se fue a las Iglesias. Y por pocos auténticos devotos que hubiera, éstas se llenaron. Según el grado de ignorancia, la gente creía que había llegado el apocalipsis o miraba al cielo buscando un eclipse inesperado. Y mientras tanto la luna seguía arriba, quieta y con el mismo reflejo del sol. La mínima noción científica insinuaba que la Tierra había dejado de girar. La imaginación te llevaba al otro lado del mundo si algún día querías volver a ver el sol. La paranoia te hacía pensar en extraterrestres o infinidad de posibilidades por las que además de no haber sol, no había luz eléctrica. Y a todo eso, mientras yo andaba de camino a mi casa, una masa de nubes comenzó a cubrir todo el cielo. Como esas tormentas en las que todo comienza de repente; estás paseando y comienzan a caer esos goterones que te empapan en un minuto. Mirabas al cielo y todo era de color rosa apagado. Sonaban truenos brutales poco después de haber visto toda la ciudad iluminada por relámpagos que parecían nacer del suelo de tan largos y ramificados. Llegando a mi casa me reía pensando en la gente que se había refugiado en las Iglesias.
Ya en casa, pensé detenidamente en la chica muerta a navajazos que había visto. Su cara me resultaba en exceso familiar. Cogí dos álbumes de fotos de mi época más sentimental. En ellos había fotos desde que yo me cagaba encima. Revisé las fotos de cuando tenía siete u ocho años, rodeado de todos mis compañeros de clase; esas fotos por las que el colegio te cobraba lo que fuera porque sabían que casi todo el mundo iba a querer una; como la orla si terminabas la universidad. Todos esos trofeos. Y entre todos esos niños ya desconocidos para mí y en la actualidad respetados profesionales, o depresivos, o gente del montón, o incluso algún fiambre, me reconocí, sonriente, entre dos niñas. Estaba de pie, y la foto para sacar dinero a nuestros papás nos la habían hecho en el patio. Un de las niñas, la de la derecha, o a mi izquierda en la foto, era ella, la muerta. Miré detrás del papel raido y no me costó reconocer su nombre. Maria Robledo. Cogí un bolígrafo y casi sin darme cuenta, escribí al lado de su nombre: (1980-2008). Seguía siendo el señor bloque de hielo práctico, pero esa chica me había dado el primer beso a los doce años. La diferencia entre yo y la mayoría de la gente, es que ya hacía mucho que sólo me impresionaba lo realmente impresionante.
Mientras guardaba los álbumes de fotos y apagaba la linterna para encender un par de velas, fue cuando comenzó a temblar todo. Un terremoto. Miré por la ventana y vi cómo por la calle alguna gente corría sin saber dónde meterse. Abrí la ventana. Miré hacía ambos lados de la calle. Llovía sin parar y tronaba. Una brecha se abría en el suelo, a lo lejos, en mi misma calle. Dos coches quedaron incrustados en ella. Justo debajo de mi ventana, había un hombre y una mujer besándose mientras se desnudaban. Cuando volví a mirar a los coches, el temblor era menor, pero la brecha se hacía más amplia, y ya no había coches. Abajo, la pareja, seguramente de desconocidos, ya copulaba. Mi edificio se desplazaba acompañando a una de las partes de la brecha; de lo más profundo de ella se atisbaba una luz roja. Pensé en la gente que se había reunido en la Iglesia, en su concepto de Apocalipsis. Pensé en si no sería cierto todo eso que decían sobre la fe. Me quedé asomado por la ventana, esperando que algo me absorbiera, que una onda expansiva de algo me llevara al infierno o al Limbo. Esperaba poder hablar con Dios si realmente era algo más que un truco comercial, pensaba en el suicidio. Y mientras la Tierra se abría como se decía que Moisés separó el Mar rojo, mi teléfono fijo comenzó a sonar. Me metí en mi cuarto de estar sin que nada dejara de temblar, oyendo tronar y llover y gemir a la chica, que follaba tres pisos más abajo en la acera. Descolgué y la luz que se encendía en el teléfono siempre al hacerlo, continuó apagada. Aun así pegué el auricular a mi oreja.
– ¿Sí?
Y una voz de hombre, amable y educada, me dijo:
– Ahora que se acerca el final, dime, ¿cómo crees que lo has hecho?
[El video es el trailer de «Watchmen», la adaptación al cine de la mítica novela gráfica (o sea cómic) de Alan Moore. Destaco el video por ser un trailer BIEN HECHO, cosa muy rara. Normalmente los trailers rajan la película entera, o son engañosos, meten en ellos canciones que no están incluidas en la peli, etc.. Hasta cambian diálogos para adaptarlos al ritmo del trailer… pfff, es horrible… Así que por lo menos este video hay que aplaudirlo; no desvela nada, sólo presenta más o menos la pinta de los personajes y una voz profunda suelta una par de frases amenazantes. Perfecto.
PERO. Y este «pero” viene en mayúsculas porque mucho me temo que el video venga en calidad de «teaser” aun durando más de dos minutos, los cual hace pensar en que harán otro trailer chusco de los que comentaba. En fin, os recomiendo que veáis este y ninguno más.]
Ella se sienta en mi cara y yo forcejeo para meter mi lengua dentro. Suspira.
Voy lamiendo pasando también por su ano. Meto dos dedos en su vagina. Y con la lengua comienzo a trabajar el clítoris.
Un amigo mío lo llama “cosechar”. Cuanto mejor coseches más probable es que te la chupen después. Así que me empleo a fondo. Nunca sabes hasta dónde querrá llegar ella, así que lo mejor es tener la despensa llena. Cosechar, porque si no es hoy podría ser mañana. Lo importante es no auto limitarse.
Comienza a pellizcarse los pezones. Y eso podría ser buena señal. Una mamada es el sustitutivo perfecto a la ausencia de condones. Esto es cuando ella no aboga por la marcha atrás, lo cual, deduzco, elimina la posibilidad del anal. Casi nunca se trata tanto de dar placer como de esperar la recompensa.
Amor sería mucho decir, aunque me doy miedo a mí mismo cuando miro sus tetas. Unas buenas tetas detienen el tiempo. No hay futuro. No puedes creer que la gravedad pueda mutilar esa perfección de novela rosa barata.
Ella es lo más parecido a un dibujo animado. Una caricatura guarra. La versión obscena y adulta de Clara si después de haber conseguido volver a andar se hubiese descubierto ninfómana.
Pero a mitad de faena, se arrepiente. Comienza a ponerse la ropa interior mientras murmura algo sobre su novio. No me mira, y sale escopeteada de la habitación, creo que llorando. Quizá porque cree que está enamorada de su novio, o porque quiere seguir creyendo que es monógama. O puede que sólo quiera aspirar a ser una chica “normal”, casarse y multiplicarse. Seguramente se niegue a sí misma lo que es y lo que quiere, sea lo que sea. Y yo me cago en todo, no suelo comerme un rosco así habitualmente, porque además estas cosas suelo decirlas en voz alta. La ambigüedad no te hace más atractivo. Filosofar no es como ser poeta, aunque hoy en día ya no es tan distinto; la verdad es que el follar o no tiene más que ver con lo que puedan llegar a correrse hacia atrás los asientos de tu coche. La verdad es que el éxito no tiene que ver tanto con pensar como con oler a coño. Es sorprendente cómo a veces los eufemismos y las exageraciones son mucho más ciertos y gráficos que la verdad.
Me meto la polla en los pantalones, después de masturbarme, ni que decir tiene. Está amaneciendo. Pero no tengo nada de sueño. Creo que esta noche me metieron algo en un cubata, y lo cierto es que me sentó genial, pero ahora lo que sea se ha aliado con mi insomnio natural. Decido ducharme y salir a dar una vuelta. De camino a la ducha se me vuelve a poner dura. Y sé de sobras que el paseo no me va a ayudar con esto.
Todo el mundo me decía que viajara solo, que tenía que probarlo, una semana, que sentaba de maravilla, que alejaba los problemas. Así que aquí estoy, en un apartamento cerca de la playa, a cien kilómetros de mi casa, matándome a pajas.
Y no es que todos los tíos seamos iguales, pero todos venimos a ser lo mismo. Dando vueltas por el paseo marítimo sólo ves pasar a chicas por todos lados, en grupo, solas, camareras, en top less, adolescentes, mujeres, Julietas… Es maravilloso y terrible a la vez. Eres tímido y un viejo verde y un violador potencial, todo en uno. Sabes que te vas a poder controlar pero también te das miedo. Eres hombre. Y para ciertas cosas te conoces muy bien. Los hombres sólo respetamos a nuestra madre, y quizá porque nos resulta violento querer volver a entrar por donde salimos. Sólo proyectamos al exterior lo políticamente correcto. En el fondo no sólo somos apetito sexual, pero sabes de sobras que ese bikini que te compraste ayer será lo que nos haga dejar de pensar a todos nosotros mañana.
Podía haber ido a una ciudad europea, fría, a ver museos, a practicar idiomas; podría habérmelo montado bien y haber preparado un viaje cultural, algo que me hubiese curtido. Podría haber hecho tantas cosas. Podría haber sido mejor persona en la vida, haberme portado mejor con los demás y no ser un capullo nihilista. Podría haber sido tanto mejor de lo que soy… Podría ser diferente. Pero en lugar de eso he metido todas mis debilidades en la maleta y me he venido a la puta playa. Donde rodeado de mujeres y adolescentes nunca lograré centrarme, pensar. En verano no hay que ser un genio para ver que los tíos vamos de culo. Da igual si tienes novia o si no, o si estás casado o pase lo que pase. Si eres una chica joven seguramente irás a la playa a menudo con amigos. Ya sabes, cuando pilláis dos coches y vais tres chicos y tres chicas. Un buen día. Esos días entre amigos en los que todo es echarse unas risas. Son esos días de playa en los que cualquier chica, por recatada que se muestre normalmente, se pondrá su bikini nuevo deseosa de que la vea todo el mundo con él. Sin pensar que tan sólo es ropa interior decorada; lo mismo que ir en sujetador y bragas pero aceptado porque de cerca se oyen las olas del mar. En ese ambiente, tienes que saber que si eres chica, cualquier tío que tengas alrededor sólo puede pensar en que tu bikini es lo único que te separa de él. Así que llegáis a la playa y las chicas os tumbáis a tomar el sol, os movéis de un lado a otro, os ponéis crema entre vosotras y os desabrocháis el sujetador/bañador para que no quede esa marca tan fea. Y mientras tanto ellos, vuestros amigos, siguen ahí, buscando la postura adecuada, mirándoos sin mirar. Y llega el momento en que os levantáis todos para ir al agua, y ese amigo tuyo tan correcto y amable, os dice:
– Yo ahora voy, me quedo un poco más.
Y lo dice boca abajo en su toalla, sin darse la vuelta. Se queda ahí, para ocultar su brutal erección. Puede ser uno de tus amigos, o incluso dos, o quizá sólo os vayáis a bañar las chicas durante un buen rato. Hasta que la sangre se reparta por vuestros colegas acorde a la imagen que tenéis de ellos. Lo mismo pasa si hay varias parejas, o con matrimonios, o entre gays, etc. La cuestión es que si has tenido que acudir a terapia porque hasta hace poco no bajabas de las diez pajas al día, ése ambiente no te ayuda nada.
La única diferencia entre un salido y quien consideras que no lo es, es que uno de los dos habla más de la cuenta. Pasa con todo; la próxima vez que salga la foto de un pederasta por la tele, piensa en si te negarías a tomar un café con él de no saber su condición. No te debería importar el interior de la gente sólo por dar una buena imagen. Por regla general suele ser mejor ser una paranoica. A cierto nivel el miedo será lo que te hará llegar a vieja. Si eres mujer. Y si no, deberías evitar ser como yo, o como mínimo saber esconderlo.
Pero si eres como yo, sabes valorar las virtudes de follar con alguien sin ni tan siquiera saber su nombre. Las personas que te tiras no son tanto seres humanos como chutes que te hacen pasar el mono. Si eres como yo, hay días que dudas sobre si hacerte tu doceava paja. Así que no seas como yo. Y no olvides que no se trata de una cuestión de moral, sino de tiempo. De cada veinte excusas que les pongo a mis amigos para no quedar con ellos, quince tienen que ver con la masturbación, y cinco con el sexo. Mi problema es que no quiero tanto conseguir superar el problema como convertir cinco en quince.
El paseo marítimo no está muy poblado a estas horas. El clima es suave, hay mucha humedad pero el calor aún no aprieta. Mi polla está en reposo.
Enamorarse. Eso me dicen algunos que es lo que cura mi vicio. Y digo vicio, porque hoy por hoy una novia mía debería tener como mínimo diez vaginas para poder soportarme. Así que no sé si es amor exactamente lo que necesito. Si el sexo fuera como la heroína, ya haría mucho tiempo que habría dejado de peinarme y lavarme los dientes y trabajar. Lo malo de las mujeres es que no puedes tirarlas al váter y tirar de la cadena como si fueran pastillas. Lo malo para mí, quiero decir. Esto no es misoginia, se llama desesperación. Y además soy demasiado aprensivo como para acostarme con putas; después me remordería la conciencia como a un vulgar católico no practicante.
Si por lo menos fuera escritor o tuviera un grupo de rock, o si fuera actor o triunfara de verdad en algo en esta vida, mi problema sólo sería anecdótico, un complemento divertido para la gente cuando hablara de tus obras de arte, tus libros, tus pinturas, tu última peli. Si por lo menos fuera “alguien”, esto sólo sería una minucia, un detalle, y hasta me aportaría glamour. Pero si tu vida sólo gira alrededor del próximo cargamento de kleenex, eso te acaba carcomiendo.
Mientras paseo puedo ver de lejos a una pareja, cerca de unas rocas, donde acaba una de las calas. Están desnudos, y no parece que lo suyo sea un amor adolescente de verano. Creo que se importan el uno al otro sobre todo por la forma en que “encajan”. Me siento en un banco sin dejar de verlos de lejos. Y comienzo a fumar un cigarrillo. Y para cuando el cigarrillo ya se está consumiendo, he podido imaginar el futuro. He podido ver un mundo en el que el sexo es como otra visita al Inem o a la frutería, como quedar para ver otro piso con el de la inmobiliaria. He visto un futuro en el que la gente mayor se indigna cuando ve a una pareja joven haciendo el sesenta y nueve en el banco de un parque. He visto máquinas de condones justo al lado de las de tabaco en los bares. He visto que el nuevo beso en la boca en público será hacer el amor con tu novia delante de tus padres. Y he visto que el sexo se ponía a la altura de la violencia y las drogas, y a nadie le importaba.
(Para los que hayais leído a Bret Easton Ellis y no hayais visto ninguna adaptación cinematográfica de sus libros por miedo a encontraros con un churro, no temais. Hay una película que capta a la perfección su mundo: «Las reglas del juego», adaptación de «Las reglas de la atracción». En el video podeis ver la para mí ya antológica escena en la que uno de los personajes les cuenta a sus amigos el viaje que ha hecho por Europa. Para enmarcar. La peli es de Roger Avary, entre otras cosas coguionista de Pulp Fiction… casi na…)
En según qué ciudades hay ciertos puntos de encuentro. Donde se reúne la gente. Lugares en los que la gente entra en una habitación y eso ya basta para olvidar que son unos hipócritas. No es como las sectas, porque cualquiera puede desentenderse del asunto cuando quiera. Pero aún no se ha dado el caso.
Normalmente si te capta una secta, lo hace con promesas; de que una nave espacial te va a venir a buscar para llevarte al paraíso, o te dicen que hay vida después de la muerte pero sólo para unos cuantos devotos, cosas así. Uno sólo tiene que creérselo y del resto se encarga algún elegido, los marcianos, Dios… La cuestión es que si está en tela de juicio el sentido de la vida, en algo habrá que creer. Una no puede conformarse con ver puestas de sol, la monogamia, el aire puro… Tienes que ver qué más puedes hacer para que la vida sea algo más que formar parte de otro grupo de mamíferos que se cazan los unos a los otros.
Soy mujer. Eso implica que además del hecho de no ser hombre, no voy a disfrutar de sus privilegios. Obvio, pero espera.
En cuanto al sexo, lo que a ellos les convierte en campeones pollilargos, a nosotras nos convierte en putas. Esto viene a cuento dada la naturaleza propia de “los clubs”. Los clubs de los que hablo, de los que una vez formas parte, ya es como haberse enganchado a la heroína. Sólo imagina que puedes entrar en una realidad paralela en la que el adulterio sólo es otra faceta de la vida, no la forma de humillar a tu pareja y ser considerada una zorra que no compra los plátanos por cuestiones nutritivas. Imagina que puedes follar por ahí a espaldas de tu novio y nadie va a contar nada. Sí, ya sé no le harías nunca eso, que le quieres mucho, que eres católica no practicante y quizá hasta querrás formar una familia. Pero espera. No hablo de orgías en las que todo el mundo lleva máscara. Lo que se ofrece en esos clubs es la coartada perfecta. Si vas follando por ahí a espaldas de tu pareja, tarde o temprano habrá sospechas. La clave está en el tiempo. El tiempo de más que pasa y por el que tienes que inventar excusas: que te has quedado más rato en el trabajo, que había una atasco, memeces. Eso son memeces y encima son mentiras, mentir para abrirte para otro, follarte al mejor amigo de tu novio, o formar tríos con compañeros de trabajo.
La clave está en la pornografía, en el sexo y en la relación que siempre ha tenido con la tecnología. Ya ha pasado suficiente tiempo desde que la gente se masturbara leyendo al Marqués de Sade. Antes con una foto nos bastaba para inspirarnos, pero ahora esa inspiración ya viaja hasta por la línea de telefónica. De lo que aquí hablo es del siguiente paso. Porque qué sentido tiene el adulterio si luego va a destrozar tu vida. Quizá tengas hasta hijos, y no puedes parar de contar los minutos hasta que todo cuadre para poder tirarte al vecino. Y cómo vas a llevar esa vida si luego vas a tener que dar explicaciones, contar historias elaboradas de lo que hacías mientras tu amante te comía el culo. Todo eso se acabó.
Sólo piensa en cuál es una de las industrias siempre al alza. El sexo. Y ahora combina eso con la posibilidad de hacer que el tiempo se detenga mientras le pones los cuernos a tu pareja, tu marido, tu vida.
Miro mi reloj y son las cinco de la tarde. Estoy de viaje con mi novio. Moscú. Estoy prometida, estamos prometidos, en serio, hasta planeamos tener hijos. Y ahora nos besamos y nos tocamos el culo y tonteamos y paseamos rumbo al siguiente reducto para turistas. Nos detenemos delante de un bar y le digo que voy a sacar tabaco, que me puede esperar fuera, que me espere fuera, por favor. Y él lo hace. Confianza. Aliméntala siempre.
De lo que trata esto es de que un científico lituano dejó a su mujer hace tres años, la pilló usando la cama de matrimonio con otro. El orgullo, la monogamia, y se acabó. Se divorció de su mujer, y lo que más le dolió del asunto es que habría seguido siendo feliz de no haber visto nada. Su mujer hubiera continuado siendo perfecta con sus entrañables defectos. Él no hubiera vuelto antes del trabajo ese día si no hubiera hecho semanas que algo olía a podrido en su vida. Basta con llegar algo antes o algo después de lo habitual a destino, y todo cuanto te empujaba a seguir madrugando todos los días se puede ir a pique. Todo se puede acabar para ti en veinte minutos, media hora, o lo que sea que tardes en follarte a cualquiera que no sea tu novio. No es tanto una cuestión de sexo como de rebeldía. Llega un punto en que no siempre vas a pensar en tu pareja cuando te masturbas, y puede que pases a la siguiente fase, que es la de directamente enrollarte con tu fantasía, de verdad, en el lavabo de una discoteca, o en el trabajo, en mitad del puto bosque, donde sea siempre que sea otro el que te la meta. Todo esto lo sabía el científico lituano. Y un proyecto que tenía entre manos podía ayudar a la ignorancia, ese estado de negación intelectual constante que es el que te hace feliz. Ya que no podíamos evitar la monogamia, quizá hubiera algún modo de sortearla.
Ese mismo lituano vive ahora otra vez casado, feliz, con otra rubia, y ni se sabe la cantidad de veces que se habrán puesto los cuernos el uno al otro sin que eso haya perturbado el horario o la ilusión romántica de nadie.
Es un secreto a voces el hecho de que en las ciudades que quieran presumir de modernidad, ha de haber cabinas temporales, maquinas, clubs. Hoy en día ya son autenticas habitaciones de hotel de lujo. Y puesto que nunca se ha conseguido viajar con ellas más atrás en el tiempo de la hora en que entras en ellas, eso es ideal para según qué propósitos. Pasa el tiempo que quieras dentro de esa habitación; después, antes de salir, escribe la hora que quieres que sea en el teclado que hay en la puerta, siempre y cuando no sea antes de la hora en que entraste. No puedes ir más hacia atrás de la cuenta, y tampoco puedes viajar al futuro; es como el borrador de una máquina del tiempo. No es una maravilla, pero detiene el reloj.
Vas a envejecer igual, y vas a morir, y si abusas del servicio hasta puedes tener demasiada pinta de demacrado cuando llegues a los treinta. Pero qué más da. Nadie conoce más efectos secundarios, y qué es eso en comparación a poder utilizar esas habitaciones cada vez que alguien te haga tilín; casados, solteros, no hay límite. Lo que quería el científico lituano era separar el amor del sexo de una vez. Esto es lo algunos católicos llaman: el poder de esconderse de Dios; y es lo que nadie reconoce hacer, por el mismo motivo por el que la gente reza sin tener muy claro si lo único que están haciendo es hablar solos.
En los comienzos algunas grandes marcas se frotaban las manos con la posibilidad de forrarse con lo que muchos comenzaron a llamar: la prostitución blanca. Pero más tarde se dieron cuenta de que cobrar directamente a los clientes hacía que muchos se echaran atrás, así que lo que hicieron fue instalar cabinas en centros comerciales, en todos, normalmente en el último piso o al fondo del todo. El modo de pago tiene que ver con cierta casilla a marcar en tu declaración de la Renta, en calidad de “Servicios extra”, entre los que se incluyen también otras cosas supuestamente necesarias, que justifican la posibilidad de no tener por qué conformarte con el muermo en que se ha convertido tu pareja. Por muy religiosa que seas, o por muy enamorada que estés. Aunque seas mujer. Tú vas a seguir siendo puta y ellos gigolós, pero por lo menos ahora el estado te va a guardar el secreto. Mucha gente nunca ha estado tan contenta de pagar impuestos.
Cuando llegas al lugar, a donde sea que están alineadas esas máquinas que alguien comenzó a llamar clubs, ves a gente haciendo cola, con gafas de sol o hasta disfrazados con prótesis baratas de barriga o pómulos. A las chicas les basta con ponerse una peluca y las gafas. A cada minuto entra alguien en la cabina, y los que salen en otra línea temporal lo hacen sudorosos y en busca de una máquina de tabaco o un McDonald’s para dar credibilidad a sus mentiras, para volver con sus amorcitos. Al salir nunca ves las mismas personas haciendo cola que cuando entraste. Lo cierto es que algo no cuadra, pero da igual si la gente permanece feliz. No pienses tanto en personas como en votantes potenciales.
Con todo, esto se ha convertido en la versión moderna de que te vean entrando en un puticlub. Toda esa gente que dice haber salido a por tabaco, o al videoclub o lo que sea, prefieren nos ser vistos. Aunque luego vayan a salir de la maquina con tiempo. Aunque nadie sepa muy bien de qué va todo esto. O si estamos cambiando algo, o qué estamos cambiando. Aunque no sepas qué va a ser del novio o marido que has dejado esperando, poco te importa si al salir de allí todo sigue igual en casa, poco importa si para la persona que se ha creído que ibas a hacer un recado no han pasado más de diez minutos. Ahora el narcisismo es esto. La ignorancia sigue siendo la felicidad. Y las posibles consecuencias de lo que hagamos jamás nos han importado. Esto podría ser la versión moderna de tirar una botella de cristal en el bosque. La pregunta es si luego podremos estar tranquilos y en casa viendo el incendio por la tele.
Hay quien dice que en algún lugar ya hay una máquina del tiempo con cara y ojos, con la que poder viajar doscientos años atrás, o poder ir a verte a ti mismo dentro de veinte años. Pero sólo son habladurías. Y de poder elegir entre viajar en el tiempo y el sexo, la gente seguiría prefiriendo el sexo. Pocas veces se ven comités de empresa tomando decisiones en los clubs, trabajando a tiempo parado para poder solventar problemas cuanto antes. O a políticos. Sólo de vez en cuando se ve algún chico entrando en una máquina con libros y apuntes para estudiar. La fama que tienen las máquinas impide que la gente haga mucho más que follar en ellas. Y en cuanto a los mandatarios mundiales, no ven dónde está el riesgo. O bien: miran hacia otro lado. O bien: las drogas siguen siendo ilegales, las prostitutas un feo mobiliario urbano, y los mendigos unos tocapelotas. Política, aliméntala siempre.
Ahora la nueva versión de ver un ovni o un fantasma, es que alguien viera salir a un monstruo de un club mitad humano mitad mosca. A la gente no le asustan palabras como “desmaterialización” o “agujero negro”. Y si pasa algo, o ha pasado, de todos modos las estadísticas de desaparecidos siguen siendo las de antes.
Hay asociaciones contra los clubs, gente que dice que los gobiernos de este mundo ya han jugado lo suficiente a ser Dios. Que un proyecto de máquina del tiempo pueda hacer que tus días tengan veintisiete o treinta horas sólo puede ser un invento del Diablo. Eso dicen. Y se reúnen en descampados y queman electrodomésticos y ordenadores mientras alguien reza en voz alta.
No olvides poner tu reloj en hora cuando salgas de una máquina. Ahora no sólo te pueden ver llamadas extrañas al móvil o mensajes. Ahora tu pareja tampoco puede encontrar tu reloj de pulsera dos horas adelantado. El sigilo se ha puesto de moda, disimular, excusarse con estilo; todo eso que antes mucha gente presumía ver en tu cara, pues bien, ahora esos tics que te convierten en adultero ya no indican nada, todo son acusaciones gratuitas. El porcentaje de divorcios está cayendo en picado. El nuevo concepto de felicidad consiste en no tener largas conversaciones, que nadie saque a colación el tema, que lo que todo el mundo tiene en la cabeza sea eso que sólo hacen los demás, esos cabrones adúlteros, esas zorrillas. En cuanto a ti, tu pareja, tu grupo de amigos, bueno, vosotros pasáis de eso. Sois más maduros que eso.
Mi novio quiso venir a Rusia por lo mismo por lo que todas las personas se llevan a su pareja de viaje hoy en día. En tu ciudad ya tienes controlados los clubs, sabes dónde ir. Sin embargo, en el extranjero, la cosa se complica, la monogamia se acentúa, y cuando tu pareja ya no es más importante para ti que tu ropa o tus manías, no ves el momento de cepillarte a otro. Y él lo sabe, sabe eso de mí. Pero no quiere dejarme. Soy demasiado “lo que buscaba”; soy muy “apropiada”, según sus padres. Tengo “futuro”, un buen trabajo, soy considerada, y una futura madre estupenda. Y tanto él como sus padres ya saben que hoy en día unas cuantas canitas al aire ya no desmontan casi ninguna familia. Hacer la vista gorda ya es algo tan fácil que a la gente ahora le da mucha más pereza “comenzar de nuevo”, “rehacer sus vidas”. Lo único que tengo que hacer es esperar a que él también se anime, se cuele algún día por alguna compañera de trabajo, o simplemente note que ya no pongo ningún entusiasmo al hacer el amor con él. Como todo, absolutamente todo, esto es sólo otra vez cuestión de tiempo.
Mi objetivo ya dentro del bar es salir por la puerta trasera. En la calle paralela a esta hay un club en un sótano. En la entrada de una de las habitaciones ya me debe esperar Iván. Iván es un antiguo compañero de universidad al que siempre quise follarme hasta desfallecer. Pero nunca lo hice, nunca pude. Hace cuatro días nos encontramos en Madrid. Y bueno, hicimos planes. Qué puede haber más excitante que montártelo con otro en el extranjero. Otro polvo histórico mientras tu novio te ve salir a los tres minutos de haber entrado en el bar.
Pero cuando ya estoy a punto de salir por el otro lado, veo algo en la tele. Todos en el bar miran con atención, nadie habla. En algún programa están entrevistando al lituano, el científico. Todo el mundo observa sin pestañear porque nunca ha dado ninguna entrevista. Porque mañana lo que sea que diga será la cabecera de cualquier telediario que se precie. Le digo al camarero en inglés que soy española, que si alguien me puede traducir, que tengo curiosidad. Pongo cara de buscona. Estando cerca de algún club cualquier hombre hará lo que sea por ti. Por suerte enseguida me entiende, da un silbido y un tipo alto y rubio se acerca. Le sonrío.
El científico dice que no tiene por qué dar explicaciones que nadie entendería. Que prefiere que le pregunten sobre su vida privada. Sobre su nueva mujer liberal y liberada, y sobre el bebé que esperan. El tío tiene un bronceado de esos que sólo se consiguen teniendo espacio en casa para una máquina de rayos uva. Sonríe a la más mínima ocasión y se jacta de que nadie puede condenarle por su invento, nadie puede caer en ese error hipócrita y alarmista. Porque muchos de los que le acusan se aprovechan de su logro. El científico dice: todos mienten. Es más, o mejor dicho: ahora todo el mundo puede mentir, por tanto ya no hay personas íntegras, sino sólo personas que lo parecen. Ya no se pueden hacer distinciones. El entrevistador pone cara de circunstancias y objeta que si no teme que esto se pueda torcer de algún modo, que qué piensa de todos esos que dicen que quiere sustituir a Dios. Entonces el tipo borra su sonrisa socarrona y mira a cámara. Dice que no tiene por qué torcerse nada, y que en todo caso no sería culpa suya. Dice que la culpa sólo la tendría una persona. Alguien que en su día se comportó como una puta. Como, para quien crea en nuevas versiones de viejas historias, la nueva Maria Magdalena. A ella, dice, es a quien habría que agradecerle el apocalipsis del que muchos hablan. Y dice:
– Porque yo sé más de lo que creéis, y aunque no vaya a contar nada, tenían razón los que decían que el futuro estaba en las mujeres.
(Un día u otro tenía que poner un video de los White Stripes. Grupo con uno de los directos más potentes del mundo. Esto es un fragmento del dvd que publicaron hace unos añitos, se llama «Elephant», y es la prueba definitiva de que benerar a Dios es bastante absurdo habiendo en la Tierra artistas como Jack White.)