Dormir despierto

Hace dos años vi a mi abuela. Me dijo que estoy equivocado, que no sé vivir de la forma correcta, que hago mucho más daño a mi alrededor del que creo. Dijo que debería ser alguien más generoso y que tengo que corregir mi actitud. Y también que en el fondo lo sé, y que ella sabe que no actúo de mala fe, que soy bueno. Me sonreía mientras hablaba. Mi abuela lleva muerta quince años.

Esa misma noche, después de escucharla en la penumbra de mi habitación, de madrugada, después de encender la lamparita de la mesilla y que ella desapareciera, comencé a pellizcarme, a parpadear con fuerza, intentando despertar.
Me levanté de la cama y di vueltas por mi piso de soltero, esperando, convencido de que llegaría el momento en que tendría un espasmo muscular y abriría los ojos, sudoroso, en mi cama. Pasaron las horas, amaneció en sábado y no había forma, la realidad seguía su curso y yo no podía seguir siendo ateo: ésa ya era una palabra muy fuerte, demasiado definitiva, un rasgo característico que ya se me antojaba algo hipócrita. Porque no llegó el momento en que llegué a despertar, no había sido un sueño demasiado vívido, de esos que tu subconsciente te ofrece con todo detalle en apenas unos minutos de vida “real”.
Por más que quisiera, mi vida ya no podía seguir siendo la misma. Fui a médicos, hice terapia y hablé con quien pudiera darme respuestas lógicas. Pero al ser un hecho puntual, nadie se atrevió a diagnosticarme, no me había vuelto esquizofrénico porque al paso de los meses no volví a ver nada más, nada extraño. Así que tras la palmadita en la espalda todos me decían que no me preocupara, que uno a veces durante la noche puede equivocarse, dar una cabezada y pensar que no se ha dormido. Podía oír al guionista de mis percepciones carcajeándose desde algún rincón de mi estúpido cerebro.

Seguí abrazado a la rutina gris y cómoda de mi sencillo trabajo y las facturas, de los fines de semana sobrevalorados y los cuentos que aún escribo a mano en mi diario. Continué visitando a mis padres una vez por semana y tomando cafés los días de lluvia con mis amigos, esos martes y miércoles de relleno. En definitiva yo también acabé pensando que aquello no había sido más que un sueño, y que más valía que la próxima vez no intentara convertir mi vida en una sobada escena cinematográfica. .
Así que hasta ahora, nada. Dos años después sigo sin ver nada más, nada que merezca la pena contarle a un médico o un psicólogo. Nada de esquizofrenia ni defectos químicos. Lo más cerca ha sido pillar una buena gripe que me tuvo tres días en cama con cuarenta de fiebre. Y ni así, con esos sueños borrosos y desagradables de cuando duermes mientras te sube la temperatura, he vuelto a vivir una experiencia igual.

Un día en el trabajo me dio por contárselo a una compañera. No sé si porque siempre me siento muy cómodo con ella o por la mera atracción sexual. Supongo que si alguien que crees totalmente cuerdo, serio, e incluso riguroso, te cuenta algo así, es porque realmente confía en ti. Así que quizá sólo se lo conté para que se sintiera especial, por si gracias a eso comenzaba a verme de otra forma, de esa forma en que un día ella pudiera sentir la necesidad de elegir a conciencia su ropa interior antes de volver a verme.
Le dije todo lo que me había dicho mi abuela, o más bien una versión extendida, más… tendenciosa. Ella me escuchó con atención y fue rellenando los huecos: “ajá”, “¿en serio?”, “me lo creo, me lo creo…”. No sé si interpretó muy bien su papel o si de verdad me tomó en serio. En todo caso yo no me sentí estúpido, que ya es mucho. Una semana después la echaron porque estaba liada con el jefe, y su mujer se enteró, sólo un poco antes que yo y todos los trabajadores. Si no fuera un cínico, diría que ésa ha sido la única vez que me he abierto con alguien de verdad; y ni siquiera tengo su número de teléfono.
Si lo pienso dos veces, es verdad que mi vida no ha sido diferente desde que esa ensoñación o espíritu de mi abuela me dijo lo que me dijo, eso de que puedo ser mejor. Y si no fue ella quien me lo dijo, ¿quién me lo dijo?, ¿yo?, ¿mi subconsciente?, ¿será que en el fondo y por resumir, me doy asco? ¿Ésa es la forma que tiene alguna fuerza superior de darme el toque de aviso? ¿Se me estará acabando el tiempo? ¿Vivo inmerso en algún tipo de segunda oportunidad que no estoy aprovechando? ¿Hasta qué punto uno puede seguir haciéndose preguntas sin respuesta? En la primera página del diario de relatos que escribo, se puede leer:

“Acribillado en el suelo, mientras la metralla se llevaba sus últimos segundos de vida, el soldado miró hacia el cielo, su próximo y deseado destino; y mientras lo hacía y exhalaba su último aliento, lo único que vio fue un avión comercial.”

Y luego sigo así durante tres o cuatro páginas, intentando ridiculizar cada una de las creencias espirituales de cada personaje. Desde mi punto de vista sólo hay tierra y vísceras, tu sistema nervioso y la terrible capacidad de pensar e imaginar, con la que creamos Dioses y nos hacemos ilusiones vanas sobre la inmortalidad. Cuántas veces no habrás oído eso de: “No es que crea en Dios, pero sí creo en algo, una fuerza superior…”. Quizá yo fuese el único que al ver “El Exorcista” estaba de lado del demonio; era más divertido, más sincero, más egoísta; era como un ser humano pero sin la educación de sobremesa.
Hay cientos de series y películas con las que intentamos banalizar la vida, y creamos un prototipo de ser humano de capacidad de análisis limitada y una facilidad para la simplificación infinita: lo que eres según te dicen todos, debe poder describirse en unas pocas líneas; el carné de conducir, un currículum y horarios restringidos hasta tu jubilación. Haces mucho más daño a tu alrededor del que crees. Cualquiera puede decir verdades hasta que le salga humo por las orejas, pero todos parecemos estar inválidos cuando se trata de ofrecer soluciones. La cuestión es si eso será porque algunos querían que fuéramos así, y ya lo han conseguido, cociendo a fuego lento, alienándonos. En la última página válida de mi diario de relatos, en el último párrafo pone:

“Y una vez decidí que había algo más que objetivos materiales, me propuse comenzar a alimentar mi yo espiritual. Sólo esperaba no rendirme demasiado pronto.”

El resto de lo que hay en mi diario es mala poesía y relatos pornográficos, que sólo podrían ser útiles si siendo hombre tuvieras que vivir solo en una cueva el resto de tu vida.
Un amigo mío, ahora también vecino, me dijo hace seis meses que en el barrio había una radio local. Si el tipo que llevaba la emisora nos consideraba aptos para llenar dos horas semanales de programación, podíamos hacerlo. Sin cobrar, evidentemente, lo cual te da libertad de contenidos y todos los caramelos que quieras robar de la cesta que siempre hay en el locutorio. Ahora mismo son las tres y media de la tarde y es sábado, quiera o no, y a las cuatro tengo que estar delante del micrófono para hablar durante dos horas de cine. Dos horas de petulancia autocomplaciente disertando con mi colega sobre películas europeas y rajando los estrenos de la semana. Eres libre siempre y cuando nadie te vaya a dar nada a cambio.
De vez en cuando conseguimos entrevistar a alguien, a alguna alma cándida que decide dedicar una tarde a hablar de su primer cortometraje en un vano intento de promoción. Quizá tengamos una veintena de oyentes por Internet. O quizá no. Al llegar al edificio de la radio una chica muy rubia y delgada espera en la puerta con cara de circunstancias. Mi colega y yo llegamos andando aún de lejos y susurrando entre nosotros lo buena que está antes de que ella pueda oírnos. Al cabo de tres o cuatro comentarios misóginos, mi colega levanta el brazo y saluda para que ella pueda vernos. Ella ha venido porque Álvaro, que es como se llama mi colega, tiene un amigo que colaboró en el corto de Maya Linares, que es como se llama ella. Llegamos a su lado y nos hacemos los comentarios de rigor. De cerca tiene unos ojos claros enormes y una cara pequeña y blanca, ese tipo de piel que en la playa sólo enrojece. Si miras con atención, una vez digerido lo de sus curvas, puedes comprobar que tiene un ojo verde y el otro azul, y que el pelo es rubio de verdad. Otra cosa que llama la atención es su perfecto castellano, que no hable con acento sueco o alemán. Seguramente un par de generaciones atrás no debe haber nadie español en su familia. O esa impresión da. Reluce como una morena de ojos negros lo haría en un país frío de verdad.
Entramos en el locutorio, que da bastante el pego para ser una radio de amigos, y los tres nos ponemos los cascos. Al comenzar la entrevista -o más bien la charla- alguien dice algo sobre Isabel Coixet, y Maya dice que de mayor le gustaría ser todo lo contrario, aunque acabara trabajando en una pescadería. Sólo con eso se nos mete en el bolsillo. No sonríe en ningún momento y nos mira a los ojos sin apuro. Coge un caramelo de la cesta, que está en medio de la mesa, y comienza a quitarle el envoltorio. Seguimos charlando sobre su corto, sus referencias. Se mete el caramelo en la boca y lo mastica sin detenerse un momento en saborearlo. Se oye el ruido del dulce triturado en todos los auriculares, en antena.
– Perdón – murmura.
– Nada… estamos entre amigos… – dice Álvaro. Álvaro calcula cada gesto que hace, de esa forma tan ridícula cada vez que habla con una chica; baja la voz y sonríe a cada asentimiento de ella; está tan tendenciosamente centrado que podrías desatarle los cordones y robarle los zapatos bajo la mesa. Maya sigue seria y relajada y contesta a todas nuestras tonterías con aplomo y creatividad. Y yo, no sé por qué, no puedo dejar de pensar en el fantasma de mi abuela. En el fondo lo sabes, eres bueno.

Después del programa toca cenar solo. Me siento en el sillón delante de la tele y me como un bocadillo, menú para solteros dejados. Luego divago. Y mientras lo hago quizá Maya esté duchándose en su casa. Desnuda. O ya metida en la cama. Quizá desnuda. O masturbándose. Tirándose a alguien. Dando calabazas a Álvaro, ya que los tres hemos intercambiado teléfonos. O puede que sólo esté cenando y vestida. O ha quedado con alguien y están en un restaurante y él se pregunta por qué ella no sonríe, y si eso significa que no tiene posibilidades de sexo. O quizá es un androide y ahora su creador la ha despiezado y la está metiendo en un armario, orgulloso. Aunque eso último es menos probable.
Decido quedarme con la posibilidad de la ducha, un rato después utilizo un kleenex, me la meto en el pantalón de pijama y me voy a mi escritorio a escribir algo en mi diario.

“Vamos a un hotel y ella traga, traga y traga… “

Decido hacer un tachón sobre esa primera frase y volver a empezar. Cuando ya tengo un nuevo comienzo y estoy apunto de escribir, noto una presencia detrás de mí. Me doy la vuelta en mi silla de oficina y veo a Maya en un rincón; y está igual que en la radio, seria; está de pie y me mira, haciendo que no con la cabeza. Luego la veo sonreír por primera vez, y antes de que pueda preguntarle cómo ha entrado en el piso, ella afirma lentamente y vocalizando:
– Es verdad que podrías ser muuucho mejor.

[Parte de la filmografia de Godard (odiado por muchos por su faceta vanguardista, que no por mí) la forman películas como «Banda aparte», nombre que después ha sido el de cierta productora de Tarantino, reconocido admirador del cineasta francés. Esta fue la primera película que vi de él, y como primer contacto con la Nouvelle vague, me dejó impresionado. Godard conseguía fundir la exquisitez de lo mejor de aquel cine francés con un concepto de mero entretenimeinto con una gran fluidez. El video es la escena de baile que dicen inspiró ese ya mítico momento del cine moderno donde Travolta y Uma Thurman elevaban a Tarantino a la cima de lo que algunos llamaron pos-cine, o quizá pos-pos-cine.]

bandajz31

12 comentarios en “Dormir despierto

  1. Yo también vi el exorcista estando de parte del demonio. 🙂

    Me ha gustado mucho. Da la sensación de ser muy real, más tangible la historia, aunque esa no sea probablemente la palabra idónea…

  2. Vuelta de tuerca a otra vuelta de tuerca. Presencias, si me reencarno escribiré poesía.

    “Acribillado en el suelo, mientras la metralla se llevaba sus últimos segundos de vida, el soldado miró hacia el cielo, su próximo y deseado destino; y mientras lo hacía y exhalaba su último aliento, lo único que vio fue un avión comercial.”

    Ponte a temblar Jordim ¿Te ha poseido la musa 666?

    Tu sigue

    saludos

  3. Yo es que todavía no le cojo el gusto a Godard… soy de los que lo odian un poquito. Sobre todo por «Al final de la escapada». Pero eso sí, me encantan las actrices que salían en sus películas; me parecían guapísimas.

  4. Por fin llego al presente y el relato me ha dejado «impactado».

    Otra vez vuelvo a no llevarme bien con un final, pero esta vez creo que le he cogido el punto y si no es como pienso, da igual. Me gusta mi final inventado.

    Ahora toca esperar…

  5. Un oportunísimo rebote me ha traido a tu blog un momento después de encontrar en Goolge una sucursal del Banesto para pagar unos recibos muy cerca de aquí; estoy enrachado, pienso, compraré un número de lotería de camino al banco.

    Magnífica prosa, pulcra y clara; interesante estilo, con trasfondo. O no tengo la virtud de encontrar cosas que merezcan la pena en internet o este blog destaca del resto.

    Enhorabuena,
    Hank

  6. Me ha gustado mucho…me haces pensar….

    Hay frases que son magistrales, me quedo con dos sobre sexo, que me han encantado:

    «de esa forma en que un día ella pudiera sentir la necesidad de elegir a conciencia su ropa interior antes de volver a verme» y

    «O ha quedado con alguien y están en un restaurante y él se pregunta por qué ella no sonríe, y si eso significa que no tiene posibilidades de sexo».

    Por cierto, me gusta mucho cómo hablas de sexo, con claridad, sin ambages, como debe ser 😉

  7. El relato me recuerda a uno de Chéjov titulado ‘El monje negro’, sobre un joven que veía un monje viejo y vestido negro aparecer de un remolino de aire, diciéndole que era un genio de la escritura y que debía esforzarse en demostrarlo.

    Hago de Robert de Niero en ‘una terapia peligrosa’: «Eres bueno, tú eres bueno». Saludos

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