Archivo por meses: diciembre 2008

Tratado sobre el aguante

Voy a vomitar un ensayo sobre sentirse como una mierda por preferir ir por el margen de la vida. Frase que he escrito sobre todo para poder utilizar las palabras Vomitar y Mierda, que resultan muy adecuadas para hablar con autentica sinceridad. Tengo el fondo de armario de Campanilla, un montón de esos vestidos de hombros al descubierto y falda a la altura de las rodillas; y muchas bailarinas, ese calzado plano que apenas te cubre los dedos. Y también muchos bolsos, infinidad de ellos, de cumpleaños y navidades y santos en los que nadie sabía qué regalarme. Te das cuenta de que apenas te conocen cuando cumples los veinte y te dan una colonia. Tus padres, tus hermanas, accesorios, kits de champú… Y sabes que no les conoces a ellos cuando haces cola en una perfumería los días señalados. Si la idea que tenemos de los demás se reduce a un estuche de maquillaje o una corbata, es que las conversaciones de verdad quizá hayan quedado soterradas en gráficos de evolución de empresa y educación de fecha marcada en el calendario. Si creemos de verdad en los regalos bajo designio popular, éstos deberían estar a la altura.

Miradme familia y amigos, con mi baja estatura y mis ansias de quedar bien. No soy así, creo que hay algo más de lo que nos han hecho creer. Me he masturbado imaginando un mundo en el que los locos peligrosos creen en la navidad y el papel de regalo, y son los demás los considerados gente corriente. Soy yo. Es como querer navegar sin vela ni remos, la vía directa al infierno, al limbo, después de haber notado en tus entrañas el desprecio de todos. Eres una cínica y todos te imaginan siempre sin sujetador. La objetividad es ese cáncer por el que debes someterte a tratamiento. Eres sólo una pesimista. O mejor, una amargada. Simplemente tienes un problema personal. No pasa nada grave a tu alrededor, sólo es cosa tuya. Eres Tauro, y como tal estás obcecada en tu idea sobre la hipocresía. Tienes solución, pero deberías ponerte ya en manos de un profesional. La gente sólo es buena, está llena de buenas intenciones, aunque a veces se equivoquen o estén un poquito alienados. Estás cerrada en tu mundo porque debes tener un trauma, te han hecho daño y ahora no confías en nadie. Y no, ese resplandor que has visto en la tele no era una bomba, sino una limosna para el tercer mundo. Ya sabes, fe, optimismo, ése es el camino; practica la postura del loto y controla la respiración, lo tuyo seguro que tiene solución: sólo tienes que poner un poquito más de tu parte. El primer paso para solucionar un problema es reconocer que se tiene un problema.
Familia y amigos, papás y demás conocidos: chupadme el coño hasta que me corra cien veces mientras habláis, o callad para siempre. Estoy harta de vuestro orden de sonrisas amargadas.

Feliz Navidad.

Nuria.

– Doctor – dice la mamá de Nuria al borde del lloro -, le dijimos a la niña que escribiera algo bonito para estas fiestas, algo para leer delante de la familia en Nochebuena, y esa fue la carta que escribió.
El doctor lee la carta con atención y mira a los padres de Nuria;
– Nuria debe seguir con su tratamiento. No se preocupen, mejorará.
– Ya hay semanas en las que ni tan siquiera sale una tarde a por algo de ropa, o cosas de chicas – dice el papá de Nuria.
– Está en una edad difícil, pero aún estamos a tiempo de evitar que descarrile.
– Ajá… ¿Por qué siempre utiliza algún símil relacionado con los trenes? Siempre me lo he preguntado…
El doctor hace un silencio, y parece leer otra vez la carta de arriba abajo. Al acabar la deja en la mesa.
– ¿Ustedes creen que es infeliz?
– Yo creo que sí – contesta la mamá al instante.
– No lo sé, ella dice que es realista – comenta el progenitor.
– Pero estos pensamientos quizá lleven a Nuria a tener un carácter autodestructivo, ¿no lo han pensado?
Se hace un silencio.
– ¿Lo han pensado o no?
Silencio.
– Verán – prosigue el doctor -, lo mejor sería que ella tuviera un comportamiento estándar. Eso facilita las cosas y ayuda a la integración. Yo creo que aún está a tiempo, queda mucho para la última estación. Pero tienen que vigilarla.
La mamá rompe a llorar;
– Hace una semana fue el santo de su padre, y ella no le compró nada… Dijo que ya no iba a hacer más regalos en fechas oficiales…
– Ajá… eso… bueno… La verdad es que es un síntoma fatal, no le voy a engañar. Hay que evitar que pierda las costumbres. Es vital que siga las tradiciones. Es muy importante si quieren que ella no tenga una idea tan hostil de su entorno.
El padre levanta la mano, como pidiendo la palabra.
– Ella dice que ustedes los médicos, y el gobierno, están locos, que todo el mundo no puede ser igual.
– ¿Lo dice usted por el tratamiento de electroshock?
– Ella dice que prefiere seguir siendo como es.
– Pero no se la ve muy feliz tal y como es…
– Pero dice que ella tiene derecho a ser infeliz.
– Ajá…
– Sí…
– Pero todo el mundo debería ser feliz, ¿no cree?
– Yo pienso igual, pero ella dice que eso es imposible, y que la mayoría de gente finge y aguanta, pero no son realmente felices.
– ¿Ella finge y aguanta?
– Ella dice que está dispuesta a fingir de vez en cuando, pero que ya no aguanta más, quiere ser ella misma.
– Y usted se quedó sin regalo en su santo.
Mamá rompe a llorar otra vez. Su cara se pone perdida por el rimel.
– A mí no me molestó que no me regalara nada. De todas formas le dijimos que no tenía por qué hacerlo.
– ¿Es verdad que le dijeron eso? – dice el doctor mirando a la mamá.
– Bueno sí… Pero ya sabe usted, la gente dice eso, pero aun así espera que le regalen algo.
– Bueno, yo no lo esperaba – dice el padre -, y no me molestó que no me regalara nada. Ella tiene su carácter, pero sé perfectamente que me quiere.
– ¡Luis por Dios! – gime la mamá
– Oiga, cálmese – dice el doctor. Y luego hace un silencio. – ¿Ella ha venido?
– No, ha dicho que iba a una manifestación – comenta el padre.
– ¿Acude a manifestaciones con asiduidad?
– Sí, pero bueno, es que forma parte activa de una ONG.
– Lo que debería hacer es comenzar a preocuparse por sí misma – alega la mamá, con voz irritada.
– Yo no veo mal que sea altruista.
– Lo cierto – dice el doctor -, es que no es malo ser altruista, pero a la larga puede potenciar ciertas tendencias a la depresión al ver que no se consigue nada, por más que uno proteste o consiga enviar cuatro paquetes de arroz al tercer mundo… ¿Ella tiene amigas?
– Sí, pero son igual que ella – dice la mamá.
– Yo no creo que sean malas chicas – dice papá.
– Pues yo creo que son una mala influencia – insiste la mamá.
– Oigan oigan, ella no descarrilará, háganme caso… ¿Le han dado la lista de libros inadecuados elaborada por el gobierno?
– Sí – dice la mamá -, pero dice que no están prohibidos, y que ella puede leer lo que le dé la gana. Por dios… A veces dice palabras que ni siquiera entiendo.
– Ya saben que un acceso no controlado a la cultura puede ocasionar desconcierto y dudas en los jóvenes.
– Pues yo creo que cada cual debe poder hacer lo que quiera – observa el padre.
Se hace otro silencio, esta vez más largo que los anteriores.
– Creo que Nuria necesita varias sesiones de electroshock más – observa el doctor, mientras repiquetea con los dedos en su mesa escritorio azul con el patrocinio de Pepsi.
– Yo sólo quiero que mi hija sea feliz – dice la progenitora.
– Hacemos todo lo que podemos, señora.
– Pues no lo parece, perdone que se lo diga.
– Perdóneme usted, pero aquí el jefe de estación soy yo, y su hija evoluciona de forma normal. Ella no es más resistente que las demás personas, tarde o temprano conseguiremos que coja el rumbo adecuado.
El padre de Nuria hace ademán de levantarse mientras comenta algo sobre que tienen prisa.
– Un momento – murmura el doctor – ¿No se ha planteado usted venir algún día a alguna sesión de terapia? Quizá sería mejor que rellenara el test psicotécnico; un electroshock a tiempo es mejor que arriesgarse a tomar cierto rumbo…
– Con todo respeto, doctor, creo que estoy perfectamente sano, gracias.
– Yo también creo que te vendría bien, cariño – observa su mujer de pronto.
– ¿Cómo?
– Reconócelo, últimamente has estado leyendo mucho, hasta vas a la biblioteca y antes no ibas. Ya no vas a los multicines como hacías antes y siempre me arrastras a aquel cine raro.
– ¿Van a un cine raro? – pregunta el doctor.
– Bueno, ya sabe – aclara ella -, donde dan esas películas extrañas, o muy antiguas…
– Si me permite, señor – murmura el doctor – tiene que saber que la primera fase para solucionar un problema es reconocer que se tiene un problema.
– Ya, pero es que yo no tengo ningún problema.
– ¿Qué quiere? ¿Eh? Ahora lee sin parar, y mañana puede que se ponga a escribir. Quién sabe si no le dará por fumar en unos días, o por beber o hacerse la vasectomía. Y no quiero alertarle, pero no sé si sabe de la cantidad de escritores y gente del espectáculo que pasa por aquí intentando encontrar el modo de volver a tener una vida sencilla y feliz. No le quiero sermonear, pero estamos haciendo un gran esfuerzo para que todos los pacientes se recuperen. Como puede ver por todas nuestras instalaciones, tenemos un montón de patrocinadores, y no sólo es publicidad; esas empresas están poniendo mucho dinero para que los hospitales y los centros de atención sean lo más competentes posible. Esta misma semana llegan dos máquinas más de electroshock. El futuro es suyo, pero sólo si usted quiere.
El papá y la mamá de Nuria se quedan de pie, sin saber qué decir. Finalmente el objetivo de las críticas, mirando al suelo, murmura:
– Bien… Y entonces… ¿Cuándo puedo venir a hacer el psicotécnico?

[Al fin he visto una película que tenía pendiente desde hace como dos años: «Soy un cyborg» (I’m a cyborg, but thats ok), y otra vez una peli de Park Chan-Wook me deja clavado en el asiento. Este tipo, que ya dirigió «Old boy», gran triunfadora de su trilogía sobre la venganza, es capaz de resultar original como pocos despues de cien años de cine. Una chica que fantasea con matar a todo el personal de un hospital para vengar a su abuela, y que además cree que es un robot, y que en sus fantasias dispara ráfagas de ametralladora con las puntas de sus dedos. Esos y muchos otros detalles convierten a «Soy un cyborg» en una película emocionante, romantica, surrealista, sangrienta a ratos, pero sobre todo en CINE, enorme y para paladares exigentes].

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Enamorada

Raquel despertó justo después de que una avispa sacara el aguijón de su mano derecha. Notó el dolor agudo en el dorso de la mano, y en lugar de alterarse, apretó los dientes y observó a la luz del sol cómo se hinchaba el punto rojo de la picadura. Se levantó y echó a andar hacia su casa, pensando en lo dulce que puede ser el malestar físico según tu estado de ánimo.
Al llegar a casa, su madre estaba tostando pan, y le dijo que esos paseos que se daba dormida eran peligrosos, que quizá había que buscar una solución. Y le dio una pomada. Desde que Raquel pilló a su novio, ya ex, con la mano metida en el pantalón de una chica hacía dos meses en una discoteca, su faceta de sonámbula se había acentuado. Se levantaba de la cama durante algún momento de la noche, salía de casa y siempre despertaba bajo el mismo árbol de un parque que había a dos manzanas. Sus padres estaban tan acostumbrados que ya casi ni se alteraban, confiaban en ella incluso en ese estado. Hasta una amiga la llamaba “Chica Darko”.

Raquel tenía veinte años y siempre llevaba el pelo teñido de negro; siempre había rechazado el rubio natural heredado de su madre, ya que en la época del colegio le pusieron un mote que aducía a su piel blanca y su pelo rubio. Aunque ya no se preocupaba tanto por lo que pensaran de ella, se había acostumbrado a llevar ese color negro industrial brillante, el flequillo recortado y la ropa interior oscura. No se consideraba maniática o rara. Conoció a un tío una vez que decía que su mayor posesión eran dos pelos púbicos de Gretchen Mol que guardaba en un tarro de cristal. Ella nunca llegó a ver el tarro, pero aquel tío tenía en la pared de su cuarto una foto de la actriz caracterizada de Betty Page. Cosas más raras que yo se ven, se decía siempre.
Después de darse una ducha, se comió dos tostadas con miel; era sábado y decidió dar una vuelta por el centro. Cuando paseaba, algunas personas la miraban de reojo, o hasta cuchicheaban sobre ella; era algo popular en el barrio dados sus hábitos nocturnos. Algunas vecinas estaban convencidas de que lo que hacía era quedar con hombres mientras sus padres dormían; Raquel suponía que eso daba más conversación que el sonambulismo.
Hacía ya cinco años desde que su tío dejó de intentar seducirla, lo cual había sido su mayor trauma, aunque descafeinado, porque de todos modos jamás la tocó. Ella encontró un confidente en él cuando tenía trece años y en el colegio a menudo era objeto de burlas y chiquillerías por su aspecto albino. Al cumplir los catorce años su tío le daba cartas en mano donde le contaba todas las cosas que quería hacer con ella, y que estaba enamorado y que ya no quería a su mujer. Sólo de pensar que su padre era hermano de aquel tipo, se le revolvía el estómago. Llegó una tarde de domingo en la que habló con su padre, y éste fue a casa de su hermano y, entre otras cosas, le rompió un brazo. Luego su mujer le dejó y Raquel no volvió a saber más de él, aunque había oído rumores que hablaban de suicidio. La idea de la muerte no siempre se le antojaba terrible, siempre que fuera ajena y tuviera algún fin; y siempre que ésta fuera una decisión de quien la deseara, o algo accidental. A menudo tenía sueños en los que su tío se ahorcaba o cortaba las venas; en uno de esos sueños por algún motivo ella era testigo presencial; su tío estaba en una bañera con un cuchillo y ella no dejaba de gritarle el modo correcto en que tenía que cortarse; él no la hacía caso, y Raquel despertaba antes de saber si su tío había muerto.
Cualquier persona que hubiera tenido una crisis seria, te podía decir que no basta con hacerse pequeño cortes en la muñeca, que eso sólo alarga la agonía; el modo correcto era haciéndose cortes largos desde la muñeca hasta donde puedes doblar el brazo; si lo que uno quiere es morir, no puede tener ataques de aprensión. En los sueños que tenía Raquel, el suicido y la muerte eran cosas positivas, inversiones de futuro.

Ya en una plaza, entró en un bar y pidió una coca-cola; no había demasiada gente en la ciudad. Desde donde estaba sentada podía ver el parque donde tantas veces había dormido. Cogió un diario y comenzó a hojearlo.

A mediodía había quedado para comer con un chico. Mientras el muchacho no paraba de hablar sobre su trabajo, en un patético intento por captar su atención, o hasta impresionarla, Raquel no podía parar de pensar en su tío. Su tío además era profesor; trabajaba con críos de tercero y cuarto curso; le había imaginado muchas veces intentando camelarse a sus alumnas.
Raquel pensaba que, en un mundo en que la pasión por algo y la cultura solían estar al margen del comportamiento idóneo social, no era raro que abrir un libro o ver películas en blanco y negro te convirtiera en una perdedora. Hacer algo como leer un cómic o masturbarse ya era freak para un tío; pero siendo chica eso te convertía directamente en cenizas, polvo; eso de lo que la gente se quiere librar cuanto antes. Cuando miraba a su alrededor podía sentir esa hostilidad pasiva; una cosa era empollar Historia para aprobar un examen, y otra muy distinta leer Historia porque sí. Ella sabía que casi todo lo que se apartaba de las cuestiones prácticas, para la gente no era más que un reloj marcando las horas a toda velocidad mientras tú no estudiabas económicas.

Su tío nunca la dejó en paz en su cabeza, y su mente planeaba algo que tenía mucho que ver con un suicidio social. Raquel comenzó a leer cómics cuando aún no llevaba sujetador. Se merendaba en pocas horas tomos de marvel e historietas underground, una pasión con la que puedes hacer que todos pongan cara de póquer durante una cena nombrando a autores y personajes mientras todos te miran asintiendo y eliminándote de su lista de gente seria. Ella sabía que no aportaba nada a nadie desde un punto de vista práctico; hablar con ella era como leer un artículo que no te interesa, o que sólo interesa a otros como tú, que al menos se dignan en no ser ellos mismos y adaptarse.

Ese fin de semana pasó y Raquel volvió a su trabajo el lunes, mientras fantaseaba con hacer otra cosa, intentando encontrar el modo de no seguir siendo otra pieza más del sentido común colectivo que convierte a la mayoría de gente en baterías de la gran máquina occidental. Anarquía pasiva; pero era mejor eso que sonreír continuamente sin ganas ante el inmenso espectáculo que forman las autopistas y las fábricas, las oficinas y los despachos; todo lo que nos convierte en hormigas en pos de un bien mayor que seguirá beneficiando sólo a futuros muertos millonarios.
Los días pasaban como en el centro de un huracán que sabes que te arrastrará en cualquier momento. Fue poco tiempo después de que la marca de la avispa desapareciera, cuando Raquel decidió investigar qué pasaba con su tío, si seguía vivo o se había tirado a la vía del tren. Su madre, a regañadientes, le contó la verdad. El cabrón seguía dando clases, vivito y coleando; hacía sólo dos años había salido absuelto de una acusación de pederastia, que Raquel no dudó ni por un momento que fuera cierta. La vida estaba diseñada para gente como él; la justicia tenía poco que ver con lo que es justo, al igual que la ropa, la comida o el sexo, también se podía comprar. No se trataba tanto de ser inocente como de tener un buen abogado que supiera confundir a un crío durante el juicio. Raquel sabía que no es que el mundo fuera mal, es que además nos habían convencido a todos de que eso era lo bueno.
La clave, según creía ella, era que se había potenciado el individualismo; como mucho concebimos a los pequeños grupos: familias, parejas, amigos. La clave era la eliminación de la unidad a un nivel global. Si no nos interesa lo que le pase al país vecino, en el fondo nos da igual que nuestros gobernantes vayan allí a matar a su gente para proporcionarnos la gasolina que hace que nuestros coches ganados a pulso arranquen en pos de nuestra merecida vida propia. Ya hubiese sido algo casual o provocado, ese individualismo se ha visto potenciado hasta el punto de crear símbolos y estandartes que hacen acrecentar un orgullo en el que anidan sentimientos más cercanos al racismo y el rechazo al extranjero, que a cualquier otro sentimiento mínimamente asociado a la comunión entre pueblos. Somos nuestra casa, nuestro barrio, la ciudad, el país. Somos blancos.
Raquel estaba convencida de que no se puede hablar en voz alta, no si crees de verdad que lo que dices es cierto. Ella sabía que toda esa mezcolanza de ideas abyectas, teniendo en cuenta esa filosofía de vida tan odiada por ella, acabarían por llevarla por mal camino, por otro camino. Pensaba que si hacía lo que quería, era muy fácil que acabara encerrada; pero también pensaba que no iba a tener más miedo en la vida del que ya tenía.

Una noche cualquiera, un par de meses después de la picadura de aquella avispa, y sin tener noticias de haber vuelto a andar sonámbula por el barrio, hizo lo que tenía pensado; algo que sabía era terrible, y hasta previsible en cierto modo, como sacado de una página de sucesos. Ni siquiera iba a ser una venganza. Quizá como mucho un desahogo. Es posible que sólo quisiera formar parte de algo, de un colectivo, pero prefería ser odiada por todos mucho antes que aplaudida. Prefería ser un referente terrible para todos los que gastan fortunas en colonia y tienen hijos porque los bebés son preciosos. Ser el Diablo era más atractivo que todo eso, aunque todo eso pudiera ser fácilmente obra del Diablo. La moral ya sólo era un juego de espejos retórico. Raquel se coló en la casa que su tío se quedó al irse su mujer; lo hizo durante la noche, con las llaves que conservaba desde su época de preadolescente. Cogió un cojín y lo apretó contra la cara de su referente occidental, el pederasta absuelto. Éste comenzó a patalear, pero su complexión delgada y la poca fuerza que tenía, hizo que Raquel cumpliera con su fantasía; el sueño real en el que no despertó sin saber si él había muerto. Se incorporó en la cama, encima suyo, y después de haberlo asfixiado, continuó sintiéndose contraria a la pena de muerte, amable, sincera, y alguien totalmente fiable. Acababa de llevar a cabo su acto estrella de hipocresía. Acto seguido sintió un alivio extraño, se sintió una más, y navegando en su contradicción decidió que ya estaba preparada, que al día siguiente por fin podía llamar al chico que le gustaba, su primer amor de verdad, lo cual hacía un mes que no la dejaba dormir.

[Heath Ledger está nominado al oscar; no creo que sus compañeros de categoria crean que tienen alguna posibilidad. Es cierto que su muerte hace que su Joker parezca incluso más macabro, y que quiza si el actor siguiera vivo, puede que ni estuviera nominado. Pero lo que está claro, es que este tío hace en El caballero oscuro una de las interpretaciones más extremas y salvajes que servidor ha visto. El video es la escena del interrogatorio, (y espero que la película se reestrene como dijeron algunos que pasaría antes de los oscars)].

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Currículum caos

Lo que me dijeron es que esto hoy iba a ser un bufé libre, una orgía. Y llegando a la casa me encuentro con toda la sala de estar desordenada y sin un alma mientras alguien grita en el cuarto de baño. Al asomar la cabeza dentro, veo cómo Iñaki acuchilla a una niña en la bañera mientras Oscar la sujeta. Ella parece una chica de unos quince años, que no para de revolverse y llorar aun con varias cuchilladas en el estómago. Iñaki da un último tajo en su cuello, y me mira mientras la muchacha se apaga y deja de patalear;
– Vale, ya sé que esto no es lo que dijimos, pero se ha vuelto loca, tío.
Asiento con la cabeza, disconforme.
– Me dijiste que tenía como veinte años – digo -, y que venía con amigas. Y ahora resulta que está sola y ya no podemos hacer nada con ella…
Oscar se lava las manos, parece tan ofuscado como yo.
– Yo me voy – murmura -, está claro que con vosotros nunca se moja.
Oscar desaparece dando un portazo; Iñaki me dice que salga del lavabo y cierre la puerta, que quiere ducharse.
Mientras me pregunto cómo diablos va a ducharse en condiciones con toda la bañera pringosa de sangre y un cadáver, me siento en la sala de estar y pongo la televisión. La presentadora del telediario hoy tiene una expresión distinta, en lugar de la habitual cara de palo. Oigo un helicóptero que sobrevuela bajo por el barrio. Iñaki y yo vivimos en una zona residencial, de las típicas; cuanto más bonito y amplio sea tu jardín peor va a ser lo que piense la gente de ti. Oigo el agua de la ducha. Alguien llama al timbre. Ruido en el lavabo; Iñaki abre la puerta del baño y se asoma: me dice que no abra, que seguro que es Bea.
– Habrá visto luz desde fuera, tío.
– Es igual – dice. Cierra la puerta y luego se vuelve a oír la ducha. Llevar una vida de secretos normalmente supone un gran esfuerzo; te llevarías una gran decepción sobre la mayoría de gente si lo supieras todo sobre ellos, igual que si les oyeras hablar de ti cuando no estás delante. Es a eso a lo que llamamos discreción: hay masas interminables de hijos de puta en secreto. No tener toda la información es la clave.
El timbre no se vuelve a oír. La presentadora del telediario sigue haciendo muecas y gestos que nunca antes ha hecho. La puerta del lavabo se abre; Iñaki sale desnudo y se encamina hacia su habitación. Luego sale de ella con su sierra eléctrica y un par de maletas, y se vuelve a meter en el lavabo. Me levanto y busco un paquete de cigarrillos por toda la estancia. Oigo la sierra eléctrica, que se vuelve en un ruido borboteante cuando atraviesa alguna extremidad. La presentadora del telediario ha comenzado a reírse a carcajadas mientras hablaba de un asesino múltiple; de repente se ha levantado de su silla y se ha tirado al cuello del tío de los deportes justo antes de que cortaran la emisión. Cuando veo que han cortado a publicidad sigo buscando algún cigarrillo. Iñaki sale del cuarto de baño y deja las dos maletas en el salón.
– ¿Cuánto has tardado? – pregunto.
– Cuatro minutos.
– ¿Y lo has limpiado todo?
Cuando ya te acostumbras a tener que salir de un bache cada dos por tres, es posible que acabes cronometrando tu eficacia.
– Cortada y metida en las maletas – dice Iñaki -, y el baño reluciente. ¿Qué buscas?
– ¿Tienes tabaco?
– No, tendrás que sacar por ahí…
– Vale, pues vístete, nos vamos.
Iñaki se va a su habitación, a trastear en su armario.
– Por cierto – digo, levantando la voz -, ha caído la del telediario.
– ¿La rubia? – oigo.
– Se ha lanzado al cuello de tu amigo, el de los deportes. En directo.
Oigo las carcajadas de Iñaki, que luego dice:
– Genial.

Al día siguiente es domingo y despierto abotargado, sin ganas de despertar. A mi lado veo el cuerpo inerte de una chica. Está blanca y echada de espaldas, y parece mirar hacia el techo con la boca entreabierta. Echo un vistazo a mi alrededor y me cuesta saber si estoy en mi casa o en la de Iñaki; o quizá esté en la de la chica muerta. Me doy la vuelta y decido dormir un par de horas más.
Al despertar otra vez, algo más animado, observo con alivio que la casa debe ser de la chica. Así que no tengo que mancharme las manos: basta con salir de aquí sin que nadie me vea. Vive sola, así que pasarán semanas antes de que nadie descubra que se está pudriendo en la cama entre sus peluches. Antes todo esto me traumatizaba de verdad, y ahora casi me aburre. Es como poder hacer lo que quieres y comenzar a echar de menos las reglas, la moral, los horarios. Como esa gente que está tan dedicada a su trabajo que luego se desesperan al quinto día de vacaciones.
Llamo a Bea, a su móvil. Bea tiene diecinueve años, y el plan de Iñaki es que los tenga para siempre. Pero hace tanto que nos hemos acostumbrado al abuso, que será difícil dejarla atravesar el umbral antes de que muera. No me coge el teléfono. Ella es una de las pocas personas de las que no sospecho nada; es tan boba a todos los niveles que pasarse al otro lado haría maravillas con su carácter; se notaría enseguida su no muerte. Guardo mi móvil y decido esperar a que llame ella.

Antes todos éramos normales; íbamos tirando y el vicio sólo era algo de lo que se podía hablar hasta en una tertulia diurna televisiva: el sexo ocasional, el tabaco. Paridas. Antes todos confundíamos el aburrimiento con la felicidad, la rutina con la seguridad. Era esa época en la que cualquier pequeña recompensa venía a cambio de esfuerzos agotadores y hasta lágrimas. Era eso que aún tienen que aguantar muchos, esa humanidad de fichar todos los días y asentir a todas las órdenes. Lo que muchos denominan con poco convencimiento: Vivir.

El mundo dio un giro un 28 de Abril de hace diez años. El 28-A, como todo el mundo lo denomina ya, a las once y media de la noche, aparecieron unas luces en el cielo; como si las estrellas se hubiesen intensificado para intentar cegarnos. No se oía nada: sólo había un fulgor que resplandecía más que el sol, y que casi no te dejaba mirar hacia arriba. El fenómeno duró media hora, justo hasta las doce. Y a las doce, sin más, el fulgor desapareció.
El 29 de Abril todo el planeta hablaba sobre lo sucedido. Y justo tres días después, una chica de trece años, alumna ejemplar donde las hubiera, mordió a su profesora de literatura en el cuello sin que ninguno de sus compañeros fuera capaz de separarlas. Antes de que llegara un adulto, la profesora había muerto, y Dalia Lithberg, natural de Estocolmo, se convirtió en la primera de su especie. O más bien en la primera que trascendió a los medios, ya que éstos intentaron entrevistarla mientras sus padres hacían lo posible por averiguar de dónde procedía su nueva ira, esa ansia de sangre que acabó por hacer que la ataran a su cama, para acabar muriendo dos meses después durante la práctica de un exorcismo tramitado por la Iglesia.
Después de ese llamativo 28-A, unos nos convertimos en lo que se convirtió Dalia, y otros continuaron siendo sensibles y débiles, atribulados y manejables: Ganado.
Somos iguales, pero sin la carga emocional. No te afectan las cosas aunque sepas calibrar su gravedad; no envejeces, pero en realidad puedes morir igual que cualquier humano si tienes, por ejemplo, un accidente de tráfico. Sólo eres inmortal hasta que te equivoques. Dicho de otro modo, nuestra vida sí tiene valor, tiene un valor incalculable; ya que no sólo no tiene fecha de caducidad: además normalmente sabemos disfrutarla sí o sí. Ya seamos no muertos, vampiros, zombis o lo que sea, la mayoría disfrutamos de una vida que antes sólo era recoger para otros: responsabilidad, dignidad, amor, remordimientos, recuerdos… Todas esas cosas que la gente considera la salsa de la vida, pero que nosotros raramente echamos de menos por mucho que ellos hayan acuñado en contra nuestra un nuevo movimiento de xenofobia aceptada. Hasta se les puede comprender. Ahora sí hay un mamífero que marca la diferencia. El ser humano (el de siempre, cruel e hipócrita), contra todo pronostico, ha bajado una posición en la cadena alimenticia.

Nuestra política no es la de matar de forma arbitraria. Hace una semana vimos a la chica del telediario en una discoteca. Iñaki consiguió hacer migas con ella. Entraron juntos en el lavabo, y para cuando salieron ella ya era como nosotros. El truco está en no dejar marcas delatoras en el cuello de la gente; basta con morder en otra zona que tape la ropa, normalmente el estómago o una cadera. Lo que sucede es que si no dejas de drenar sangre a tiempo, en fin, haces que suba la tasa de mortalidad. Normalmente actuamos y planeamos las conversiones en pareja: yo siempre voy con Iñaki, y las victimas suelen ser, por regla general, mujeres; esas chicas guapas que te encuentras a veces que tienen mucho atractivo erótico, pero encefalograma plano a partir del minuto dos de conversación. La gota de maldad suma puntos al carácter, afila la creatividad y convierte a una mojigata en alguien interesante.

Algunos consideraron que aquel fenómeno fue una luz extraterrestre. Otros, evidentemente, que era Dios, dándonos alguna de sus extrañas lecciones. Pero la mayoría lo que hicimos fue aceptar nuestra nueva condición, y de haber sido convertidos, nos comenzamos a sentir extrañamente mejor, como si hubiéramos soltado lastre y pudiéramos comenzar a disfrutar de verdad de nuestra existencia.
Otro detalle es que las noches se comenzaron a alargar, cada día más y más. Hoy por hoy quedan unas dos horas de luz diaria, y en según qué zonas del mundo ya no hay luz del sol. Alguna gente busca desesperada alguien en quien poder confiar para convertirse. Las estadísticas dicen que el setenta por ciento de los encuentros entre alguien como yo y un ser humano corriente, acaba en muerte mortal. Si tu amigo de toda la vida se convierte, ya no es el mismo; te conoce y sabe tu nombre, pero para él eres más carne fresca que otra cosa. La comida sigue sabiéndonos igual, y nuestro proceso digestivo es el mismo; lo que ahora pasa con la sangre es lo que a los alcohólicos les pasa con la bebida, ya no se trata de apagar la sed o el hambre.

El cambio que noto en mí, sin embargo, es que se me comienza a despertar algo, sensaciones de antes de la luz. Algo preocupante. Culpabilidad mortal, el aburrimiento y la desidia de antes del suicidio.
Bea me llama dos días después y me dice que si vamos a hacer algo, tomar un café o dar una vuelta, algo habitual, mortal. Y le digo que si quiere quedamos, pero que Iñaki no puede venir. Iñaki ha conseguido quedar con dos gemelas asiáticas en su casa, una de sus fantasías. Hay gente a la que le gusta el riesgo de poder morir después del sexo. Ahora el sadomasoquismo ha ido un poco más allá; el no mortal no se preocupa por ti durante el coito, lo cual a muchos humanos corrientes les pone sobre manera. Pero lo que le digo a Bea es que Iñaki está con sus primos en Paris, con sus tíos franceses. Quedar con ella me vendrá bien, mi crisis de identidad no mortal podría intensificarse o desaparecer del todo. Necesito que pase algo ya, definir totalmente mi ideología moral.

Mientras me dirijo al punto de encuentro, le doy vueltas a mi situación. La vida no va como debería ir; ahora no debería estar pensando, es así de simple. Si careces de emociones no puedes deprimirte. Me pregunto cuánta gente no mortal andará por ahí como yo, saciándose y viviendo mientras un cosquilleo humano renace en sus estómagos en forma de preguntas ancladas en la frontera de lo humano y lo no mortal.
Muchos piensan que la luz del 28-A fue la respuesta al currículum histórico, como si alguien omnipresente que lleva aquí desde el principio nos hubiera dado las herramientas para matarnos los unos a los otros de una vez por todas. “Queríais poder, pues aquí lo tenéis: acabad con esto de una vez”. Los no humanos tenemos diez veces más fuerza; y no conocemos historias sobre agotamiento, sudor, redención o viagra. Ningún convertido ha tenido jamás algo como un gatillazo. Así que eso nos coloca en un lugar privilegiado, pero no sin trampas: el poder normalmente da paso al sadismo. Y el ingrediente que acaba por convertirnos en monstruos es la adicción a la sangre, aunque no la necesitemos dietéticamente hablando.

Llego a la cafetería apartada en la que he quedado con Bea. Es de noche, como desde hace veinte horas, y el lugar está casi vació. Bea no está. Hay una chica pelirroja sola y dos tipos con mono azul comiéndose unos bocadillos. En la entrada hay un cartel que prohíbe la entrada a No muertos, pero los dueños nunca saben identificarnos; nos deben imaginar con la cara pálida y el cuello de la camisa manchado de sangre. Mires donde mires denotas artificialidad en el ambiente, montañas cortadas y bosques reconvertidos en muebles y libros; el filtro de ambición que apenas nos deja ver las estrellas. Los recursos naturales son nuestros, desde el momento en que llegamos con nuestro aliento apestando a tabaco y nuestras horas extra de oficinista, para imponer nuestra naturaleza: La muerte patrocinada del aire puro.
La chica pelirroja hace un gesto con la mano y pronuncia mi nombre entre interrogantes. Le digo que sí, que soy yo.
– Bea me dijo que vendrías aquí… ¿Puedo sentarme contigo?
Bea es de esas chicas que presume de haber formado parejas entre sus amigos; tiene como hobby la creencia de que sabe lo que necesitas; y aunque no actúa de mala fe, uno no puede pensarse la versión 2.0 de Dios.
Una vez sé que Bea no va a venir, la pelirroja comienza a hablar conmigo. Comienza a caerme bien mientras mi odio natural por la injusticia renace en mis entrañas con la misma intensidad que lo hacía antes de la luz. Mi yo humano y débil comienza a ganarle terreno al ser frío y desprovisto de carencias. Y sin embargo, mientras mis emociones resurgen como no lo habían hecho desde hace diez años, no puedo parar de pensar en hincarle el diente a algún bebé hasta hacer que pare de llorar.

[¿Por qué artistas españolas como Christina Rosenvinge sólo son conocidas en ciertos círculos? El otro día zapeando vi trozos de los premios ondas. En el apartado musical premiaron al Canto del loco y a Amaral. ¿Hace falta que añada algo más? Ya sé que todo es muy obvio desde un sentido comercial, pero la indignación nunca debe cesar.]

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Elis(h)a Cuthbert y la metaficción

Elisha Cuthbert. Es Elisha, no Elisa, lo pone bien claro en imdb: con hache. Después de que mi compañero de trabajo muriera aplastado por un cartel promocional de “La vecina de al lado”, y yo asistiera a su penoso funeral -y digo Penoso, con todas las connotaciones que sugiera esa palabra-, pues bien, me dio por escribir. Te pasan cosas muy raras, me dije. Deberías escribir esas cosas, me decían siempre todos. Así que creí que podía hacer algo con eso, con mi vida; quiero decir algo más que respirar y mirar siempre a todos lados con desconfianza para asegurarme de que todo el mundo me deja en paz. Escribí dos relatos cortos que explicaban al detalle mi única experiencia con la muerte; me sentía un poco como un soldado, un veterano; escribía mientras pensaba: “Sí, yo ya he visto a alguien morir, y no es para tanto”. Pensaba: “Cagados…”. Sólo se murió, y no perdimos nada; su madre manchó una blusa cara de sangre con su hijo moribundo y él se libró del resto de su vida, que dicho sea de paso, no prometía ser más que rutina gris. La nada está muy infravalorada, pero luego en vida la expresión más corriente para tranquilizar a alguien es: “No pasa nada”: la frase más sobada de la historia, utilizada tanto si no pasa nada como si tú vida ha dado un vuelco. Y nos quedamos tan frescos. Supongo que lo que hace tan fea a la nada, es el hecho de que entre medio haya habido algo. Aunque para muchos la vida acaba suponiendo un bache, una broma cruel en medio de la calma del vacío. Pero tsss… no hay que decir esas cosas en voz alta, que si no ya tienes a medio circulo social personal imaginándote con un bidón de gasolina dispuesto a quemarte a lo bonzo delante del edificio de las naciones unidas, o algo por el estilo. Hay trucos fáciles aplicables a cualquier situación para no parecer un pirado. La cuestión está en mirar hacia ningún sitio en particular mientras uno dice: “Qué se le va a hacer”; y eso te aleja de la consulta de cualquier psicólogo y te acerca a la gente supuestamente equilibrada, que a su vez mirarán al vacío y te dirán: “¿Hoy hace más frío, no?» Algo así, algo banal, intrascendente, y lo que es más importante: aceptable.
La cuestión es que yo nunca me he visto así, siempre he preferido el surrealismo a la rutina; respira hondo y contén la respiración: prefiero compartir un silencio en el ascensor antes que intercambiar cuatro tópicos con alguien a quien no te importaría ver muerto mañana más allá de la jugosa tragedia que tendrías para contarles a tus amigos.

Aunque para llevar una existencia aceptable eso no tiene importancia, quizá tu vida sea errática sin que lo sepas; quizá ahora serías más feliz de haber cogido otro desvío u otra salida en la rotonda; obviedades. Como en mi caso; porque no era Elisa, era Elisha, por muy feo que a mí me suene. Por suerte algunos errores se pueden corregir, o como mínimo puedes dar cuenta de ellos antes de haber muerto en medio de una conversación sobre el tiempo, por culpa de tu vida de fumador, o de tus arterias atascadas.

Elisha Cuthbert (aunque quizá la traducción sí sea Elisa), hizo que un tipo raro fuera extrañamente feliz hasta los veintitantos; la imagen que proyectaban los medios de ella la convirtió en alguien perfecta de una forma abstracta para mi compañero muerto. Glamour. Es fácil tener mitificado a alguien que metes siempre en tus fantasías masturbatorias, o hasta románticas. Supongo que autocitarse es como tocarse o no parar de hablar de uno mismo, así que no me sentiré culpable. Mal de todos, consuelo de bobos, sí; pero que yo sepa a nadie le ha hecho efecto nunca ese puto refrán. Así que en el primer relato que escribí sobre la cuestión Cuthbert, se podían leer frases como ésta:

“Tengo muchas ganas de fumar.»

Y quizá ésa fuera la única frase autobiográfica al cien por cien, ya que normalmente es cierto que fumo mucho. El resto de la historia estaba salpicada de exageración y cinismo; lo que sería algo así como un aburrido pino de plástico, que yo llené de adornos, luces y bolas de navidad, para que pudiera parecer un pino de verdad atropellado por las costumbres católicas. Valga la aclaración de que el relato no era muy cristiano, pero supongo que se entiende el ejemplo. Puedes pensar en un árbol antes y después de ser adornado, o en una mujer de cuarenta años antes y después de maquillarse. Y si eres mujer ahora también puedes pensar que soy un capullo.
En el segundo relato que abordaba la cuestión Cuthbert, se podían leer frases como ésta:

“Fuimos a comer todos juntos.»

Como se puede apreciar es otra frase anodina, nada digno de enmarcar o bordar en un cojín. Se refiere a los momentos posteriores al funeral, y el relato vuelve ser un árbol de navidad o una mujer después de pasar por el filtro de aceptación acostumbrado. E Igual que pasa a veces con los árboles de navidad o las mujeres, que después de ser utilizadas pueden acabar abandonadas muertas en el arcén de una carretera de montaña, ya deslucidas obviamente, pues mis relatos quedaron abandonados en un cajón, sin posibilidad de navidades próximas o una reencarnación.
La carrera de la amada Elisha no ha ido por los derroteros de calidad que mi compañero muerto vaticinaba, aunque a decir verdad aún es muy joven, y todavía podría dar alguna sorpresa más allá de su cara angelical y las pajas adolescentes. La rubia volvió a mi mente, porque hace dos semanas un amigo periodista y crítico de cine -de los pocos que habían leído mis relatos-, me dijo que la Cuthbert venía a la ciudad, de promoción: una de esas películas de terror despersonalizadas, como cuando alguien te invita a pipas y descubres horrorizado que son de las peladas.
El motivo por el cual se encendió una bombilla en mi cabeza, supongo que fue un extraño impulso. Para mí el Némesis de la muerte ya no era nada abstracto como la juventud o el triunfo, las sonrisas, etc. Para mí la archienemiga de la Muerte por excelencia era ella, la Elisa de los cuentos, Elisha en la vida real, y quién sabe cómo se llamaría si en lugar de ser actriz fuera secretaria en un bufete. El caso es que por algún motivo tengo asociada la imagen de esa mujer a todo lo que es bueno. Desde que la cabeza de aquel idiota quedó hecha una pulpa bajo la foto inmensa de la Cuthbert, y siendo ésa la única vez que he visto a alguien morir, algún extraño mecanismo ha hecho que para mí esa mujer sea lo que la Virgen María es para un creyente de ciudad con hijos que no va nunca a la Iglesia; es decir, alguien en quien no pienso casi nunca, pero que me produce algún tipo de alivio cuando aparece por mi cabeza. Una imagen celestial. Eso, una actriz de veintitantos sólo famosa por su físico y haber sido hija de Kieffer Sutherland en 24, es lo más cerca que voy a estar de creer en Dios; gracias a un accidente mortal, algo que supongo despertó mi yo espiritual.

Irán a ser las tres de la tarde dentro de una media hora, hace unos dos años que decidí no llevar reloj; la sola idea de hacerlo ahora me encarcelaría aún más en mis horarios y depresiones. En cuestión de minutos llegará mi colega, el crítico. Estoy frente al hotel en el que a partir de las cuatro la actriz va a conceder las entrevistas por turnos. En el hall del hotel hay congregados algunos medios. No tengo excusa, ahora mismo soy como una fan quinceañera dispuesta a cumplir con su deseo de ver a su ídolo, sólo que en mi contexto la palabra Ídolo tiene un significado mucho más místico. Lo cierto es que a estas alturas ya soy como mi compañero muerto, pertenezco a las masas que caen desmayadas al suelo en un alarde de autosugestión cuando un Elegido les toca la frente con la mano. Era esto o pasar la tarde de sábado dormitando con alguna mala película en televisión que me sobresaltaría cada media hora al entrar de repente la publicidad con su consabido aumento de volumen. Ya conozco ese camino, y prefiero ser un bicho raro.
Mi colega llega a los pocos minutos y me explica lo de la acreditación. Dice que justo la semana pasada le hicieron una nueva y que puede dejarme su pase de prensa aún en perfecto estado. En principio lo único que debo hacer es enseñar mi documentación a la chica que maneja el cotarro en el hotel, ponerme a la cola y no olvidar que me llamo Antonio Rico y soy periodista y crítico de cine. Me da una grabadora y me dice que sobretodo no titubee a la hora de ponerla en marcha y comenzar a preguntar; dice que en la misma habitación habrá quizá dos tíos de seguridad, una interprete y la representante de la actriz; y que no es la primera vez que un farsante consigue colarse en el ambiente, así que tendré que resultar convincente si no quiero que me saquen del hotel a patadas. Mientras me hago a mí nuevo rol, él se marcha a cubrir una convención de trekkies.

Son las cuatro y cuarto: me encuentro en el pasillo del tercer piso del hotel, en el que está la habitación donde la rubia americana habla con la prensa. Hay una cola considerable: prensa, radio y televisión; todos aplatanados y con ganas de acabar para irse a editar reportajes, escribir crónicas y llenar en definitiva sus espacios otra vez con la cara bonita de la industria cinematográfica de elite.
Llega el momento en que me encuentro frente a la puerta de la habitación: la cola aún se extiende detrás de mí, como diez medios, reporteras y periodistas radiofónicos con cara de pocos amigos. Si presto atención se pueden oír a ratos unas risas femeninas tras la puerta, seguramente de ella: Elisa, Elisha, el Némesis de la muerte. Llevo en mente cuatro preguntas, pero tengo la esperanza de que ella me dé pie a conversar de alguna forma: me siento como cuando de pequeños nos vacunaban en el colegio, soy el siguiente y ha llegado el momento, casi puedo sentir el olor a alcohol. Alguien abre la puerta de la habitación y creo que voy a poder ver el material médico, jeringuillas y a la enfermera impaciente y harta de niñatos.

La mujer que me abre la puerta es la jefa de prensa, o algo por el estilo, ya que se queda fuera para hablar con los demás periodistas y me invita a pasar, no sin antes advertirme que tengo cinco minutos y echar un vistazo rápido a mi acreditación. Al entrar en la habitación procuro analizar la situación. Ella está sentada en una silla de imitación victoriana con el cartel de la película visible al lado; hay un tipo bastante grande, una mujer con traje de chaqueta y una chica de veintitantos años sentada cerca de la actriz: los cuales deduzco son, el de seguridad, la representante y la intérprete. La actriz se remueve en su silla acolchada y se incorpora sonriéndome cuando le doy la mano. Huele a alguna colonia que debe valer más que toda mi ropa. Me siento en la silla; ella me mira con curiosidad; la intérprete me hace un ademán con la cabeza, advirtiéndome que ya puedo empezar. Antes de hacer mi primera pregunta la jefa de prensa, o quien demonios sea, entra de nuevo en la habitación, y se sienta junto a la representante, en unas sillas situadas unos metros detrás de la actriz. Todos me miran. Yo miro a la intérprete y Elisha me mira a mí. Conecto mi grabadora y la dejo en la mesita que hay entre nosotros.
– Muy bien – digo, y miro a la actriz -. ¿Cómo preparó su personaje?
La intérprete me traduce y noto un ramalazo de vergüenza después de soltar tal topicazo baboso. La actriz hace como que titubea, seguro que pensando: ¿Que cómo preparé mi personaje, la chica atontada de una película de terror adolescente?
Enseguida comienza a hablar, con un tono sorprendentemente entregado. Luego la intérprete dice que para ella fue fácil, que sólo tuvo que ver algunas películas del director y que tenía libertad para darle la forma que quisiera a Lucy.
Luego le hago otra pregunta tópica, interesándome sobre el ambiente de rodaje en una película tan aterradora. Mientras la interprete hace su trabajo y la actriz me contesta, me saco los papeles que he llevado durante toda la tarde metidos en el bolsillo trasero de mis pantalones. El de seguridad los mira y me mira a los ojos, la representante se levanta de su silla, como intentando hacerse notar. Elisha comenta lo muy bien que se llevó con sus compañeros y con el director, que jamás ha estado en un rodaje tan divertido, y todo cuanto ya habrá tenido que repetir cientos de veces en cientos de entrevistas. Yo despliego los dos folios, en los que están impresos “Elisa Cuthbert y la rutina” y “Elisa Cuthbert y la muerte”, trabajosamente traducidos al inglés. Una vez tengo el turno de palabra, le digo que una vez escribí dos relatos cortos en los que ella, de una forma indirecta, era una de las protagonistas. La actriz se asombra, creo que esta vez de verdad cuando oye a la interprete. Le paso las hojas a Elisha y les echa un vistazo. Muy rápida, bromeando, me pregunta si están basados en hechos reales. Y yo voy y le digo que sí. El de seguridad mira a la representante y la representante me mira a mí.
Oh my god!– exclama la actriz.
Y le digo que sí, que un amigo mío murió (digo Amigo para añadir dramatismo), y que él hubiera pagado por estar ahora en mi lugar; que de eso van los relatos. Ella pone un semblante serio y sentido, y la verdad es que he conseguido lo que quería, que era destacar; el plan ha surtido efecto, ya han pasado los cinco minutos pero nadie me ha cortado. Ella me pregunta que si también es autobiográfico, que si los relatos hablan de mí. Hago un gesto con la mano, queriendo decir: más o menos. De repente me doy cuenta de que el error de la hache sigue vigente en los textos, y enseguida lo aclaro, avergonzado, haciendo que ella vuelva a sonreír, provocando que cierre los ojos y me diga en un acartonado castellano:
– «No pasa nada.»

[No puedo resistirme. Tercer trailer de Watchmen, con cancioncilla de Muse incluida: Take a bow. Cualquier individuo/a de mente abierta que se considere amante de esto de la ficción, o el arte en cualquiera de sus formas, ya está tardando en leerse el cómic si aún no lo ha hecho.
La foto de abajo es de la chica del relato, por si alguno no la recuerda, que tampoco es que tenga una trayectoria larga y brillante. Y sí, yo fui de los que vi «La vecina de al lado» sólo por el efecto hipnótico, pero en realidad la chica del relato podría haber sido cualquier otra actriz. En todo caso, que Dios la conserve sana por muchos años… ]

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