Ha llamado una chica a casa; se presentó y dijo que no me conoce y que no quiere verme ni nada parecido, que ha encontrado mi número en la guía y que si sería capaz de mantener conversaciones largas sin tener demasiado en cuenta su sexo. Ha dicho que ha probado con más de diez personas y, o colgaban sin más, o sólo pensaban en quedar con ella en un bar o en un hotel de dos estrellas. Me he quedado en silencio y le he dicho que si no ha llamado a mujeres. Y ha dicho que no.
Motivos terapéuticos, ha dicho; y que por Internet enseguida te piden fotos y que sus tetas no ayudan. Por demasiado atrayentes. Las mujeres, ha dicho, en fin, no tenía una buena experiencia con las mujeres, y ha alegado que los tíos no cuelgan enseguida; escuchaban durante un rato y por más que les dijera que no siempre veían una posibilidad de meterse en sus bragas. Tiene razón, he pensado yo. Cuánta razón tiene. Y ha seguido hablando mientras yo concluía que si bien sus tetas seguro que condicionarían la charla, su voz tampoco ayuda nada, y más sabiendo ya lo de las tetas. Por alguna razón no he colgado o la he tomado por loca; me ha parecido original eso de querer mostrar sólo su estado de ánimo o sus ideas, de persona a persona, sin nada más que alma y apoyo moral mutuo. Lo lógico sería pensar en que alguien me quiere investigar, sacarme información porque debo parecerme a alguien sospechoso de estar metido en líos, drogas, algún asesinato, redes de pederastia… Ateniéndome a la lógica aplastante de las putadas que te puede hacer la vida, hablar con esa chica tiene que conllevar algo terrible, acabar entre rejas por error o como mínimo inmerso en una gran decepción de las que te hacen recluirte en casa durante meses a salvo de la gente, saliendo sólo para ir a trabajar para poder comer. Ésa conclusión he sacado una vez le he dado el teléfono de mi móvil y le he dicho que podía llamarme cuando quisiera.
Al día siguiente ha vuelto a llamar, a eso de las siete de la tarde. He decidido que hablaré con ella, que de todos modos no tengo nada terrible que esconder del pasado, y que la chica de momento no parece estar más loca de lo que lo estamos todos los demás con nuestros trabajos de paso eternos y nuestros planes de estar asentados de verdad algún día. Como si la vida no fuera de paso y la lógica interna en un futuro pudiera mantenernos totalmente a salvo de ella.
Ha hablado un buen rato sobre sus preocupaciones de treintañera soltera. Sola. En su piso. Treinta años. Sola. Su voz. Las tetas. La objetividad no existe, ni nada parecido. Me ha dicho que de momento se siente cómoda hablando conmigo, y que parezco escuchar de verdad. Que le han tirado los trastos en el trabajo y que ha sido su gerente. Que está pensando en teñirse de rubia. Y que aún recuerda el día en que descubrió que su padre sólo era un tío normal que apenas podía llegar a fin de mes con una familia productora constante de basura y con necesidades siempre ligadas al dinero. Me ha hablado un buen rato del dinero. Y de cómo hace diez años su padre se hizo la vasectomía en secreto y su madre dejó de hablarle durante más de dos meses. Porque un niño más significaba más dinero y tener una hija ya era más que suficiente.
Durante las dos primeras charlas apenas he hablado. He sido más como la pared de un frontón o un psicólogo de los que se limitan a asentir y tomar apuntes.
La cosa se ha empezado a ir de madre durante el tercer día, cuando al margen de sus relaciones y su piso de alquiler y los problemas comunes de la humanidad no tercermundista, ha comenzado a hablar de sexo. Ahí ha sido cuando de golpe me he encontrado no tanto con una confidente sincera como con una línea erótica gratuita. Esto es así, si has nacido mujer debes saber que normalmente no será fácil dar con un eunuco que te escuche; dado que mi gran problema, una vez ella ha comenzado a tocar ese tema sin ningún pudor, ha sido que tengo polla. Y testículos, claro. Generalizando -y tratándose de sexo ya es mucho decir-, no es que haya hombres que estén salidos, es que hay muchos que lo saben disimular muy bien. Esto viene a ser la versión masculina de la chica que se reconoce depredadora, algo nada habitual. Esos anuncios de colonia en los que se ve a tíos sin camiseta y a chicas desnudas detrás de una tela transparente que flota, no son casualidad.
Así que la confidente, día a día, no ha parado de hablarme de sus trucos, de las ideas que se le ocurren para seguir siendo soltera sin dormir nunca sola. Para cuando han pasado siete días, he comenzado a escucharla con el teléfono en una mano y el pene en la otra. Y no es que me pareciera pura provocación, pero cualquier tío que haya escondido porno alguna vez te dirá que sí, y que si ella no quería verte, por lo menos podía ahorrarse esos detalles. Una chica no puede decir un día que quiere ser transparente al margen de su condición sexual, y al día siguiente comenzar a hablarte del orgasmo espinal. De cómo disfrutó cuando descubrió que su último ligue sin cara ni nombre sabía usar los dedos. Hay tíos que, de hecho, justificarían la violación en estas circunstancias. Así que, Soltera, Sola y Ninfómana. Y transparente. Y lo único que quería era abrirse con alguien. Y es doloroso no tener casi nada que aportar mientras ella te habla de cómo a veces llega a desmayarse mientras la follan. Así se expresa: Follar, Chupar, Polla, Coño, Mojada, Venas, Correrse, Puta, Macho, Cabalgar… Uno al final no puede contenerse. Imagina a una de esas locutoras de radio recién salidas de la universidad reconociéndote que no puede pasar veinte horas sin una polla. Te dan ganas de dar todos tus ahorros a una factible asociación de eunucos sin fronteras; te apetece aporrear las puertas de las casas de esas familias que castran a sus mascotas para hacer que justifiquen esos paseos de media tarde con susodichos animales de compañía por parques llenos de atractivas perras. La crueldad humana no conoce límites.
Al cabo de dos semanas le digo que ya está bien, que se ponga las bragas telefónicas y deje ya en paz a mi imaginación. No es justo. Uno puede ser el mayor capullo del mundo y más o menos ir tirando, pero esta situación ¿dónde te coloca? Eres el rey de los capullos, peor que ese tío que cada sábado pretende canjear cubatas por coños. Así que interrumpo su monólogo sobre su último polvo, mientras me está contando que ya practica el anal sin problema, y le digo que pare. No soy un cura, ni su amigo gay ni su matrona de confianza; a mí no se me puede estar hablando de continuo sobre sexo guarro sin esperar una reacción. Ni a mí, ni a cualquiera que tenga polla, le digo.
Se hace un silencio, y se corta la comunicación.
Lo reconozco, luego durante unos días la echo extrañamente de menos; pienso que realmente no tenía mala intención, y que si soy un cerdo, por más que la mayoría de los tíos lo sean, eso no me excusa. Aunque tampoco le restaré importancia a su papel en todo esto; desde luego no es muy usual que una mujer te diga guarradas sino es mientras te las hace, o porque quiere hacértelas; es decir, el concepto “calientapollas”, tan socorrido, en este caso, por muy involuntario que pudiera ser, era obvio, joder. Pasan los días y nadie llama y se me hace extraño por la noche estar haciendo otra cosa que no sea cascármela vía telefónica con la chica sola. Es como cuando abres el periódico por la página de los anuncios eróticos, pero al revés. Todas esas fotos y esos números de teléfono para sacarte la pasta; esas gemelas asiáticas, los masajes con final feliz, las prostitutas que prometen belleza que no tienen, las supuestas divorciadas, casadas infieles o recientes, supuestas adulteras por puro morbo… Toda esa historia sexual ideal falsa, aunque sólo fuera por vía telefónica, en mi caso era real. Era gratis. Y aunque ella no quisiera ni verme, era ella la que llamaba cada día, y no fingía, ni parecía mentir u omitir ningún detalle; además, era inconsciente de que con todo lo que decía no podía hacer más que conducir toda mi sangre hacia el mismo sitio, de tal forma que ni podía ponerme unos pantalones. Era, en definitiva, la mujer ideal del pajillero medio, mejor que el cine porno, que las guarradas de Internet y los “gato por liebre” de los periódicos.
Un mes desde la última llamada. Es cierto que tengo una vida: familia, trabajo, amigos y novia. El círculo completo, la perfección moderna urbana. Pero todo eso no me gusta, me aburre (y vale, ya sé que no soy especial); me he dado cuenta de que la existencia es mejor cuanto menos se parece a la vida. A vivir. La vida es dura. Pero no vivas, existe. Y existe como quieras. Estás en el mismo escenario que los demás, pero por si no te has fijado es todo de madera, inflamable. Sólo necesitas cerillas. Déjate llevar por el romanticismo anárquico de vez en cuando, es liberador, yo muchas noches planeo hacerlo un rato antes de irme a la cama prontito para poder madrugar.
El motivo por el que no tengo afinidad con, por ejemplo, mi novia, es que durante las llamadas de aquella chica, me di cuenta de que sólo le hicieron falta un par de horas para abrirse de verdad, aportando lo bueno y lo malo sobre sí misma. Y supongo que no hace falta que siga explicándome. No se trata tanto de que la gente te cuente sus secretos, como de que no sean éstos los que les definen. Gato por liebre. Y pasado un mes desde la última llamada, me doy cuenta de que llamé calientapollas a la única persona que no se ha limitado a mostrarme sólo su perfil bueno.
Tres meses. A esto mucha gente lo llama enamoramiento. Ni que decir tiene que intento hablar con ella, pero no descuelga. Pasado todo este tiempo aún no quiere aceptar ninguna disculpa. No sé dónde vive; por lo que sé podría haber muerto y jamás me enteraría. Tengo su nombre de pila y un montón de anécdotas comunes. Y tengo sus confidencias sexuales, pero ésas sólo sirven para una cosa. Esto es como intentar ponerle cara a Dios. Mi novia dice que he cambiado; ahora, justo cuando estoy comenzando a ser yo mismo. Mis padres no se enteran de nada, ni ganas; y mi vida es igual que durante las llamadas, pero sin gracia, sin recompensa al final del día. Sólo intento no olvidar, no claudicar y hacer alguna estupidez, como establecerme o casarme. Joder, dadme todas las estadísticas, ese tipo de conductas sólo funcionan bien en periodos de posguerra, o hace dos siglos, o cuando tu abuela se casó joven para poder abrirse de piernas de una vez por todas.
No condeno una unión sincera con firmas y contratos, pero ahora quiero tanto a mi novia como a mi tío el de Albacete; y no soporto a mi tío el de Albacete, cada vez que hablo con él tengo la sensación de que debe haber salido de entre las líneas de un paso de cebra, de entre los ceros de una nómina; no puedo imaginarle si no es contando chistes malos o hablando de su trabajo. Es la clase de persona que en el fondo odio con toda mi alma; porque la mayoría son así, y porque sólo hay que pararse un momento a pensar para deducir de qué coño hablo.
Cada vez que veo a una chica por la calle especialmente bien dotada a nivel pectoral, creo que es ella. Sobre todo cuando es guapa. Soy un misógino, todos los somos hasta cierto punto. Soy como esa gente que habla de amores que te marcan para toda la vida; pero esa gente llegó a tirárselos, a salir con ellos, aunque sólo fuera un puto verano adolescente. Lo mío se parece más a una religión que a una historia de amor. Fe ciega. Como si conocieras a alguien por Internet sin haberos visto el careto y quedarais para veros en diez años. Una mierda enorme. La muralla china de las mierdas. Tu vida asquerosa e infeliz como otra de las edificaciones creadas por el ser humano que se pueden distinguir desde el espacio. Y yo sigo llamando por teléfono y al otro lado sigue sin haber nadie. A estas alturas ya debe pensar que soy un psicópata, o que quiero quedar con ella; cosa que, teniendo en cuenta que me muero por quedar con ella, si contesta, puede suponer un buen problema. Se ha metido en mi cabeza como un virus en un ordenador; no hay nadie que me guste, nadie que vea por la calle; sólo un timbre de voz me separa de la mediocridad de la vida y de la gente, de los escaparates y las perfumerías y las puñeteras tiendas de ropa atestadas de adictos al Dinero; infelices por dentro y atractivos por fuera; la chicas que no conocen más que la moda de personalísimo gusto y un buen novio como complemento ideal, y los tíos que correrían hasta vomitar con tal de tener buena pinta sin camiseta. Dadme la ruta alternativa más apestosa y llena de mugre e interrogantes, quiero salirme de esta eterna autopista nueva recién pintada.
Diez meses. He perdido unos diez kilos y mi novia dice que he cambiado por completo, que ya no soy aquel gilipollas que pensaba que ella valía la pena. Bueno, no lo dice así; para ella aquel tipo era encantador, aunque fuera poco más que una polla respetable y un perchero más en el Zara. Tiene más cuidado con su estuche de maquillaje que conmigo. Piensa que por tener su armario impecablemente ordenado también pasará eso con su cabeza, y hasta con la mía. Son detalles a los que antes nunca les daba importancia, porque eran normales, me parecían rutina. Pero cuando te das cuenta de que para la persona son esos detalles los que cuentan, por encima de la mayoría de teorías y pensamientos y razonamientos; por encima de la historia y de la tragedia y del último atentado terrorista, y por supuesto por encima de mí; entonces, es cuando tienes la certeza de que no se trata de no ser descuidados, o de ser detallistas, o de hacer ejercicio, sino de que, para muchos, sólo se trata de eso. La vida se reduce a eso. El secreto para seguir limpio y seguro y decir memeces como que no te arrepientes de nada, es mirar las cosas desde muy cerca, tanto que tu atención sólo pueda captar los detalles más ínfimos, para así poder evitar tener que verlo todo con perspectiva. Y ya sea con la obsesión por el orden, o por tu coche, o tus bíceps, tu móvil, etc… sólo con eso ya tienes mucho ganado, y poco importa si los demás pierden.
Nunca más he vuelto a saber nada de la chica del teléfono, de la ninfómana sincera, el amor de mi vida interrumpido por mi estupidez a favor de la plataforma pro orgullo. Es cierto que de conocerla todo podría haber sido un fracaso, pero prefiero quedarme con la versión de cuento de Hadas.
Justo un año después he decidido dejar a mi novia, la cual está convencida de que me estoy echando a perder. Y quizá tenga razón, pero su concepto de lo que son las cosas, su forma de sentir y de arrastrarse por estos mundos abandonados por la reflexión, no son la idea de lo que yo entiendo por una persona cuerda. He hablado con ella en plena calle y le he dicho con un montón de frases hechas y en su idioma, que se acabó. Luego ella me ha dicho si es porque he conocido a alguien más. Y yo le he dicho:
– Sí, me llamó una chica. Me dijo que te dejara.
[Para quien no lo conozca, Michael Bay es el director de películas como La roca, La isla, Armaggedon o Transformers; un tipo que siempre busca el taquillazo, y que suele conseguirlo, incluso con bazofias como la ya mencionada La Isla o Dos policías rebeldes 2. En el video, bastante bien montado y con gracia, se mofan de dicho personaje, que además suele mostrarse bastante altivo y chulesco en la entrevistas, lo cual no le hace ganar muchos adeptos entre los cinéfilos. Atención además a la mención a Gus Van Sant, algo así como la antitesis de Bay; y ojo al momento conversación telefónca del clon de Bay con su productor de siempre, Jerry Bruckheimer. Está en inglés, pero el concepto se pilla fácilmente. Y aprovechando la ocasión dedicaré la foto a Megan Fox, que forma parte del reparto de Transformers y que se ha operado los labios (!!!»·$%%&·%/%!!!!$%&$!»!!!!!!). La foto es preoperación (a su favor hay que decir que por lo menos no le han hecho un estropicio, pero mirad y contadme si hacía falta algún retoque ahí…)]