Archivo por meses: mayo 2009

Aquella vida idiota

Una noche me quedé mirando por la ventana como un idiota. Como cuando estás equivocado y estás haciendo el ridículo presumiendo algo de lo que los demás ya saben la respuesta correcta.
Se veían unas luces a lo lejos, en una colina, pero eran luces de navidad. Y yo, como un niño de teta, me quedé mirándolas, mientras pensaba en los titulares copando las portadas: ¡Extraterrestres! (Puto idiota…) La curiosidad te puede perder, te puede atontar como la mitificación de una persona que piensas mejor que las demás; la curiosidad es como un estado de enamoramiento constante, muy peligroso en combinación con la inocencia. En definitiva, puede potenciar la ignorancia transitoria, y ésta puede ser como un condón roto; durante un rato estás de maravilla, hasta que descubres la verdad.

Años atrás, cuando aún me meaba en la cama y era un criajo pesado, tuve un trauma con la ropa interior femenina. Fue la época en que comenzaba a ver mis erecciones como algo más, un extra que el Señor nos había dado para vete a saber qué. Por aquel entonces, cuando aún creía en Dios y lloriqueaba en el parvulario protestando por todo, fue cuando descubrí que la ropa interior que veía colgada en la ventana de enfrente de mi casa -sujetadores, bragas y picardías- era de un señor. Creo que eso retrasó bastante mi primera masturbación. Cada vez que veía una película en la que una señorita muy guapa enseñaba cacho, no podía evitar pensar en aquel hombre, el vecino, actor de teatro y vergüenza del barrio.
Fue gracias a la visión de los bikinis en la playa cuando comencé a tener el concepto lógico de la ropa interior femenina, algo a priori provocativo, el último pedazo de tela débil y suave antes de la meta.

Justo poco después de los ovnis, volviendo al día idiota, leí un relato en el que un hombre y una mujer se enamoraban de verdad y decidían ser sinceros con ellos mismos. Así que ambos tenían que divorciarse de sus respectivos cónyuges, llegar a los acuerdos económicos adecuados, hacer repartición de bienes, decidir qué pasaría con los niños… Y para cuando ya lo tenían todo listo y preparado para poder vivir su amor con cierta plenitud, ambos volvían a enamorarse de otras personas. Luego, toda la historia de veinte páginas, se convertía en un bucle en el que la más mínima amenaza de rutina acababa con las parejas, con la frescura y la novedad de los primeros encuentros amorosos de los personajes. El relato llevaba por título: “Bienvenido a la vida”. Era encantador, como si el mismísimo escritor llegara a tu trinchera vital y te sacara a patadas ante los nidos de ametralladora existenciales.
Después de leer aquella historia no podía parar de reír, pensaba en todos esos matrimonios que lucen siempre tan unidos en las fotos. Y en que son las personas que dinamitan ese momento de pose tan a menudo falso los que podrían cambiar el mundo si quisieran, si de tan patético que puede llegar a ser no fuera tan divertido.

Somos números. Imagíname como a un icono más del perfil sin foto de una red social, o como al muñequito de una señal de tráfico. Cualquier cosa le puede pasar a cualquiera. Suele condicionarnos la época en la que vivimos; cualquier secretaria de hoy en día podría haber aceptado un puesto administrativo a las órdenes de Hitler de haber nacido en el lugar y momento adecuados. Obvio. Todos somos susceptibles de colaborar en algo como un genocidio, y de hecho en cualquier caso todo funciona para que en cierto modo estemos colaborando ya.
Todos somos hijos de puta potenciales. Lo cual dista bastante de la teoría popular que dice que a priori todos somos buenos. En realidad siempre he pensado que es al revés: la mayoría de gente solo es buena cuando la bondad solo te exige una actitud de cara a la galería durante una rutina soportable; pero si hay que demostrar esa valía en una situación límite, la mayoría de gente se convertirá al nazismo. Es el espíritu de la propiedad privada, yo seré bueno justo hasta que los bombarderos sobrevuelen los pueblos; entonces, procuraré ser uno de los pilotos y salvaguardar a mi familia y mi país, amparado por su bandera. Cuando nos interesa, todo se reduce a trapitos y papeles.
Y sí, lo que pasó es que un día yo tuve uno de esos ramalazos nazis, a pequeña escala: un hartazgo sencillo y contundente, representativo y patético.
Tomaba café en un bar leyendo el periódico. Un niño de cinco o seis años correteaba gritando y maldiciendo (lo prometo, como un jodido energúmeno), corría de un lado a otro de la cafetería sin que sus padres hicieran nada por contenerlo. En una de sus carreras puse el pie y le hice la zancadilla. El niño histérico cayó de cabeza (si Dios existe creo que fue él el que intentó matarlo), y básicamente se puso a sangrar como un cerdo, y a gritar aún más que antes. Me señalaba desde el suelo para que quedara claro que había sido yo. Le hubiera rematado con toda la alegría de mi alma. En ese momento yo era Hitler, Himmler y Eva Braun todo en uno, y el niño era judío, negro, gitano e intelectual.

Y el caso es… ¿Somos así? Vale, me pasé, pero ¿debería haber recurrido al diálogo para con el niño odioso? ¿La violencia forma parte de nosotros? ¿El día que creí -o quise- ver ovnis en lugar de luces de navidad, fue por el mismo motivo por el que zancadilleé al crío por pura rabia?
¿Y la ropa interior femenina… qué papel juega en todo esto?

La filosofía puede ser divertida, de acuerdo, y más la barata. Pero el hecho de que ninguna conversación de ese calado tenga salida alguna es angustioso. He conocido a gente que evita leer según qué libros para no tener que plantearse más ciertas cosas. Y no es que la ignorancia sea la felicidad, pero en eso debe estar ahí ahí con el dinero. Según algunos lo ideal sería ser de repente analfabeto y estar en un aeropuerto sujetando siempre dos maletas a rebosar de billetes de quinientos, mientras tu secretaria llama por teléfono para tener al día tus cuentas en algún paraíso fiscal.
Así que, cuando no sabes muy bien de qué va todo esto, lo que te quedan son los recuerdos, las historias que puedes contar. Del mismo modo que el escritor se ríe de la monogamia, todos podemos reírnos de la vida. O jactarnos de nuestra suerte: si hubieran sido ovnis quizá habrían destruido la Tierra; si el niño se hubiese dado un golpe más duro podría haber muerto por un coágulo de sangre.
Aunque eso sí, si la ropa interior hubiera sido de una mujer, mis primeras erecciones me hubieran dado un mensaje más claro…

Y por otro lado, se puede hilar fino, se puede retorcer el hilo, y podría ser que todo lo que te cuentan fuera una puta película. Podría resultar que yo, el muñequito de mentira del Messenger y las señales de tráfico, fuese aquel niño que gritaba en aquella cafetería. Y que el tío que le puso la zancadilla fuese su padre, siempre rabioso las veinticuatro horas porque su mujer le ponía los cuernos con un actor de teatro afeminado. Podría ser que mamá después del actor se hubiese relacionado con un escritor que el niño de la cafetería llegaría a admirar con el tiempo. Aunque en realidad quizá mamá nunca se conformaba, y cambiaba de pareja como de blusa, mientras papá a sus cincuenta años comenzaba a obsesionarse con los fenómenos paranormales, hasta el punto de organizar quedadas para avistamientos de ovnis. Así que, el niño de la cafetería quizá quería seguir los pasos del escritor que llegó a admirar, para tener la oportunidad de exorcizar su hastío escribiendo textos que pudieran dinamitar la falsedad imperante. Probablemente añadiendo el picante ficticio necesario a esos relatos, y adornando los finales con la atractiva duda de si todo lo contado era verdad, para pugnar por acabar dejando la conclusión en el lector de que, al final, lo único que cuenta a veces, es la belleza de un buen acabado.

[Hoy en el video he querido poner una escena de impacto. O al menos mí siempre me lo pareció. Es de la peli “El indomable Will Hunting”, cinta de la vertiente supuestamente mainstream de Gus Van Sant. La peli está plagada de diálogos potentes, como este del video, en que el personaje de Matt Damon, en un bar, sale en defensa de su amigo, que está a punto de sufrir las pedanterías de un malvado universitario.
Y para la foto, bonita instantánea de Katherine Heigl, amor platónico de cualquiera que tenga sentimientos y haya visto más de cinco minutos de “Anatomía de Grey”. He dicho.]

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Lamrabet, Azumi

Lo de siempre y todos los días, Miss simpatía y Miss Universo y Miss Diosas celestiales Azumi abre otra caja marrón en su piso enorme y destartalado. Y saca la AK- 47 que esperaba, un clásico. Esto no es propio de una chica normal, se dice, a pesar de todo; esto está mal, es una equivocación. Esto, de hecho, no es propio de un ser humano corriente (o sea, feo). Carga el arma y apunta por la ventana a una mujer del montón (cincuentona, estéticamente muerta) que dobla una esquina entrando en la calle. Son las tres de la tarde, o algo así, no hay nadie más. Imagínatelo. Un zumbido, y su cabeza, la de la mujer, se zarandea y la pared queda rociada de rojo. Azumi cierra la ventana. Esto no está bien ni siendo la mujer más guapa del mundo, se dice. Pero ahora el mundo es una vieja menos más bonito.

En serio, tía, era aficionada a eso, Azumi se crió pensando que quedarse a medio camino es cosa de cagados, cosa de conformistas e inválidos sociales. Tenía cinco ligues a los que iba llamando; sabía las medidas de todos ellos; hombros, cintura, pene… Siempre firmaba con letra clara y el apellido delante del nombre, y pasaba los fines de semana siempre conmigo: solo Miss Fotogenia (porque le encantaba mi lengua, o eso decía…). Aunque no dejaba de hablar nunca de sus novios, de sus “setas”como ella las llamaba. Se tiraba horas mirándose al espejo posando con pistolas y munición alrededor del cuello o la cintura. El mercado de las armas va viento en popa si es a base de sexo oral; hay ejércitos que esperan la llegada de cargamentos durante semanas, pero Azumi puede conseguir una ametralladora específica fabricada en el puto mundo de OZ en apenas tres o cuatro días. Podría tener su propio ejército de diferentes razas y orientaciones políticas y religiosas si comenzara a abrirse de piernas para esos patriotas idiotas funcionarios del gobierno. El sexo lo puede todo, tía, destroza familias, convierte a las personas en juguetes, y le ha proporcionado a Azumi una colección de armas tal que hasta tiene alguna pistola que también le hace las veces de consolador.
Ya sabes que nunca he sido bollera, pero ella me atraía, no podía evitarlo, no era una mujer, era como un pene de metro setenta con forma de mujer, como si a un hombre genial en la cama le quitases los únicos defectos que te molestan. En fin, no podrías entenderlo. Azumi era Azumi, podría haberme convencido para que me pusiera polla, me reconvirtiera en artista conceptual, me fuera a Paris y comenzara a hacer que todos me llamaran Adolphe.
Sálvame, Azumi, vuelve conmigo… Podría rezarle a Dios si ella no existiera, pero no a todos les gusta unirse al bando sospechoso de calumnias. Te escribo esta carta a ti porque sé que también la conociste. Nunca he escrito una carta así si no era a la persona de la que creía estar enamorada. Entiéndeme, estoy un poco descolocada, nerviosa. Ayer en todos lados continuaban hablando de esa luz sospechosa que se ve en el cielo, y de que dentro de poco podríamos estar todos muertos. Y lo único que pude pensar es que he desperdiciado un montón de horas en el gimnasio, con la gente equivocada, el trabajo equivocado, y la actitud polar que le vendía a todos y que he acabado por creerme yo misma. Mi mayor logro en este mundo con cuenta atrás es haber sido Miss Fotogenia. La señorita Palurda Superficial, de los Superficial Occidental de toda la vida, pero sin mal perfil ante las cámaras. Ya sabes, soy como esas chicas que salen en las fotos de los marcos de los escaparates de las tiendas, y ahora veo que no me ha servido de nada. Azumi sabía darle una salida a todo eso, y ahora no sé dónde está. Con ella siempre podía coger y pegarle un tiro en la cabeza a alguien. Me gustaba ser la princesa que escondía una gran verdad, o la mentira que escondía una gran verdad. O bueno, no sé, ahora no sé por qué me gustaba a mí misma con ella. Pero eso es lo de menos. Mira, éste era el discurso que tenía preparado si ganaba el certamen de Miss Universo:

“Gracias a todos. (Asentimiento, sonrisa, caída de ojos, limpiarme una lágrima imaginaria con el dedo, volver a sonreír, abrazarme a las compañeras más feas que yo).”

Luego el presentador me hubiese preguntado a quién iba dedicado mi premio. Para lo cual también tenía algo escrito:

“(Sonrisa amplia justo después de la pregunta, caída de ojos menos evidente que la anterior, amago de puchero, esperar mientras el público aplaude mi estado de aturdimiento debido a la felicidad, nueva sonrisa, respirar hondo y vocalizar con seguridad): Quiero dedicar este maravilloso premio a todos los niños que pasan hambre, y desear la paz en el mundo. Y que todos seáis algún día tan felices como yo ahora. (Asentimiento, sonrisa, pedir un pañuelo a alguien, limpiarme las lágrimas aunque a esas alturas aún no haya conseguido llorar, volver a abrazar a las perdedoras. ¡Y no tropezar!).”

¿Lo has leído bien? ¡La paz en el mundo! Para decir esa mierda entonces debía tener unos cojones del tamaño de Mercurio ¡La paz en el mundo! ¡Los niños hambrientos! Creo que en aquella época hubiera matado a niños de esos a cambio de saber elegir siempre el color de pintalabios adecuado según la ocasión; ya sabes cómo son esos artículos de las revistas, aprovechan la más mínima para tirársete al cuello.
La cuestión es que Azumi arrasó en aquella farsa, en todos los certámenes de belleza por los que pasó, y en los que muchas tuvieron que lidiar sexualmente con los tíos más asquerosos para asegurarse un puesto entre las diez primeras de su ciudad o país. ¿Imaginas mejor coartada para librarte de la acusación de asesina en serie que la de ser Miss? ¿Y si eres Miss Universo, la mujer administrativa y legalmente más guapa del mundo? Me hice amiga de Azumi porque ella sabía que no. Nadie pone a priori en tela de juicio a una chica guapa en ese contexto.
La cuestión era: ¿matarías si supieras que hay una posibilidad entre un millón de pagar por ello? Yo miraba en los semáforos a la gente enfadada de los otros coches, oía las conversaciones que algunos tenían sobre sus jefes, y hasta los gritos absurdos de muchos padres a sus hijos pequeños. Y no me costaba tanto imaginarles abriéndoles la cabeza con un bate a sus enemigos sociales; rivales en el trabajo, exparejas, parejas de exparejas, cónyuges, suegros, alguien más guapo, yo misma, un personaje odioso de la tele… Todos muertos. Solo que todos dicen que lo piensan, pero que nunca lo harían. Porque respetan la vida. ¿Lo has oído? Respetan-La-Vida. En serio, tía, ese rollo me parece tronchante. Una vez me dijeron que era tan guapa que no parecía humana, y creo que es el mayor piropo que me han echado. Azumi me desmarcó de todo este juego de hipocresías, peajes y trincheras. Hacer el mal no estaba bien, pero nos pareció que era mejor hacerlo a nuestra manera que hacerlo de forma sutil, para luego venderles a todos lo muy digno que es hacer cosas como tirar la basura en cuatro cubos distintos.

La policía suele venderse por una experiencia nueva. Cuando conocí a Azumi supe que con ella tenía la misma inmunidad ante la justicia que tendrías siendo el amigo de un mafioso que tiene untado a todo el mundo. Es todo tan trivial y previsible, el sexo, el hombre y el sexo, lo que hacemos si nadie nos ve, que un tío quiera que una chica se la chupe antes de llegar a los cuarenta… Azumi decía que hay por ahí un montón de gente que va diciendo que perdieron la virginidad a los dieciséis, cuando aún nadie se los ha follado de verdad. Prácticas como el sexo oral, o cambiar de postura alguna vez, son cosas que un setenta por ciento de parejas no han hecho nunca. O eso decía Azumi, y yo la creía. Cuando ella llevaba a la práctica esas teorías siempre funcionaba. Policías, agentes de aduana, vigilantes de aeropuerto… Y a menudo cuarentones, casados, con la cara larga, la polla colgando triste dentro de sus pantalones y sin la más mínima posibilidad de hacer nada que les llenara hasta el día de su muerte. Así que imagina lo que significaba para esos tíos una mamada de Azumi. Para ellos era como meter la mano en el televisor mientras veían alguna película porno a escondidas de sus mujeres, y poder agarrar por el pelo a la actriz de turno y meterla en sus salones tristes, perfectos y femeninamente amueblados.
Recorrimos miles de kilómetros. Y con esos tíos, lo agentes de aduana, los policías, etc, bueno, lo que luego hacíamos era matarlos. Es decir, con elegancia. No es que montáramos un escándalo. Siempre se iban en paz, y felices. Se iban agradecidos por haber vivido intensamente unas horas antes de morir. Y ten en cuenta que la otra opción para ellos era aburrirse durante treinta años más y acabar drogados en una habitación de hospital. En fin, Azumi decía que lo nuestro era humanismo, y que la vejez está sobrevalorada, igual que las parejas estables o la posición del misionero. Azumi decía que seguro que Jesús lo hacía al estilo perrito con María. Decía que ella podía leerlo en las estrellas, y que podías descubrirlo si interpretabas como es debido cierto pasaje de la Biblia. Fue una fuerte influencia para mí a nivel espiritual.
Esto fue lo que me preparé para el pregón de las fiestas de mi ciudad de hace dos años:

“Conciudadanos y conciudadanas: Es para mí un honor dar el pistoletazo de salida en las fiestas de este año. Bebed y follad con prudencia. Gracias. (Levantar los brazos con energía y saludar con ambas manos a la gente de a pie)”.

Demasiado corto, me dijeron algunos, pero todos me aplaudieron a rabiar. Azumi me había animado a incluir la palabra Follar en el discurso. Y era verdad, cuando aparece, todo lo demás importa poco. Y lo mismo pasaba en la vida. Todo el amor y la confianza y la estabilidad, todo el dinero y los logros y la prudencia y la familia formada y el cariño… Todo al traste. Azumi tragaba hasta los veinte centímetros con facilidad, y el resto de cosas desaparecían de sus vidas. El cincuenta por ciento de la gente dudaba, y el resto accedían siempre. De los que dudaban, al final casi todos se lanzaban. Solo algunas mujeres decían que no. Por eso siempre procurábamos canjear sexo con tíos. Viajar sólo es gratis dependiendo del concepto de moral del que hagas gala. Todos esos hombres que se corrían en la boca de Azumi eran tíos normales, a los cuales solo con cinco minutos convertías en hipócritas que habían envenenado todo su pasado, a sus mujeres e hijos, las reuniones familiares y todas sus teorías sobre la dignidad. Cuando Azumi escupía el semen, esos eran los restos de integridad masculina que quedaban desparramados por el suelo, y que esos tíos ya jamás podrían volver a recuperar.
Era una mamada hacia el nuevo mundo. Creías que eras de una forma, y al final resulta que eras humano como todos. Azumi decía: Gracias, cariño. Y pasábamos la aduana, o no nos multaban, o entrábamos gratis, o no pagábamos la gasolina. Y seguíamos nuestro camino.

– Tía, las campañas de marketing hacen llorar a las chicas de quince años.

Esa fue la última frase que me dijo Azumi antes de invitarme a vagar por ahí. Supongo que fue un curso intensivo sobre la naturaleza humana. Las dos en el coche, y cuando llevábamos cincuenta kilómetros y yo aún no sabía dónde íbamos, ella va y dice:
– ¿Lo has entendido?
Para mí era muy importante que ella no me considerara una idiota, así que asentí. Pero me caló enseguida. Y dijo:
– Las campañas de marketing hacen llorar a las chicas de quince años. Porque los tipos de las discográficas se reúnen y eligen a un chico guapo vía casting. Y luego le escriben canciones cualesquiera y le dicen cómo tiene que cantarlas. Y hacen pasar eso por música a través de la publicidad. Y niñas de quince años conocen al chico de tanto verlo en la tele y adquieren su disco; y lo escuchan hasta la saciedad y en los medios no dejan de poner una canción del mismo. Y van a sus conciertos. Y lloran de felicidad. Así que las campañas de marketing hacen llorar de felicidad a las niñas de quince años con banalidad. Y nuestro primer objetivo es uno de esos peces gordos mentirosos. ¿Lo entiendes?
Entonces asentí, y ella se quedó satisfecha. Era una pena que a veces se colocase o se emborrachase, porque entonces surgía su vena más superficial, y no dejaba de hablar de minas antipersona, pistolas elegantes y granadas antitanque. Cosas así. Siempre que se la chupaba a alguien teníamos que volver a verle al día siguiente para repetir la jugada y dejarlo muerto en cualquier lugar. “¿Vieron a alguien sospechoso por la zona?” “No, sólo a dos chicas monísimas…” Dos chicas así jamás le meterían a nadie cinco balas en la cabeza. Ya se sabe. Azumi decía que había que matar a esos tíos a los que les hacía el favor sexual de su vida, porque una no puede sacar a alguien de la mediocridad para dejarlo tirado en la cuneta. De igual forma que la gente sacrifica a un perro terminal, lo más lógico parecía ser hacer lo mismo con una persona social y autoconvencidamente muerta.
Así que las víctimas circunstanciales tenían antes un achuchón de Azumi. Pero los elegidos, como el productor musical, a esos sólo los matábamos. Una gran belleza también conlleva una gran responsabilidad. No puedes tener el poder de conseguir cualquier cosa sólo con sonreír, y guardarte eso sólo para ti.

Estuvimos tres meses de un lado a otro, prácticamente sin gastar dinero. La policía buscaba a un tío, un asesino en serie. Lo hacían fijándose en el retrato robot de un calvo de mediana edad que, mientras nosotras engrosábamos su lista de cadáveres, debía estar en un curro de mierda, o viendo partidos y comiendo hamburguesas.

Luego Azumi despareció de un hotel en el que nos hospedábamos. Desperté y ella ya no estaba en mi vida. Espero que puedas aportar algo de información. He mandado esto a todas las personas allegadas, todas las chicas del certamen. Me ha servido de desahogo, y de testamento espiritual según dicen los telediarios. Podría haber escrito un libro, es la única persona a la que he querido de verdad. Espero que todo te vaya bien, seas quien seas. Te dejo con la carta de despedida que ella dejó para mí en su lado de la cama antes de irse.

Querida Miss Fotogenia:

No quería despedirme de ti. Mientras dormías he estado a punto de matarte, he llegado a poner el cañón de mi Colt favorita en tu nuca. No por nada. Tan solo por el meteorito. Pero luego se me ha antojado que sería muy injusto por mi parte. Has sido una buena chica, has soportado con dignidad que todos los tíos me eligieran a mí para las mamadas. Ya sabes por qué no quería hacer tríos; me parecía injusto matar a un tío después de hacerle realidad semejante relato de Hustler.
Tengo un proyecto para antes de que llegue el fin del mundo. No te he involucrado en él para que pudieras verte libre de ataduras. Además he decidido no matar a nadie más. He tirado toda la munición, y hacen rebajas del cincuenta por ciento en cualquier tienda de ropa que puedas imaginar. Aún hay quien no se cree lo del Apocalipsis. Créeme cuando te digo que somos afortunadas. Tenemos asientos al lado de las ventanas para recrearnos en nuestra propia muerte. Querida Miss Fotogenia, si recordara tu nombre ahora, lo pronunciaría en diminutivo, y lo acompañaría de los adjetivos más cariñosos que pudiese reunir. Disfruta de la vida. He dejado bajo la cama una pistola preciosa para ti. En estos tiempos de final repentino, aprovecha para darle un tiro en la cabeza a algún ser mítico con ella.

Lamrabet, Azumi.

[Hoy voy a hacer video y foto con mitos de mi adolescencia. En el video he metido el trailer de “Surrogates”, nueva película de de Jonathan Mostow. Y el mito es Bruce Willis, que protagoniza la cinta. Con Bruce Willis descubrí al actor que podía ser algo más que músculos. Yo no paraba de ver películas de Stallone y similares durante mi niñez. Hasta que un día vi “La jungla de cristal”, y ese tipo descalzo y sangrando y cagándose en todo durante toda la película mientras soltaba ráfagas de ametralladora y dejaba ir su sonrisa socarrona, en fin, enamoró a mi mente preadolescente. Había dado un importante paso como cinéfilo. Así, que ahí está el trailer de su última película, bastante resultón además.
Por otro lado quiero hacer mención de Silvia Saint, actriz porno (foto). Hay quien recuerda muchos nombres de actrices del mundo del porno (por pura afición), pero el único que a mí se me ha quedado grabado de verdad es el de esa mujer. Todos los tíos tenemos nuestra videoteca mental pornográfica, que suele ir empequeñeciendo con el tiempo. Es así. Normalmente con la edad el porno deja de ser algo novedoso, así que suele ocupar mucho menos tiempo en nuestra vida. He querido recordarla, a Silvia, porque viendo una foto suya se me ocurrió la primera idea para “Oskar y Azumi”, relato que vendría a ser la secuela del publicado en este post. Por algún motivo, hay imágenes, películas, canciones y personas que nunca dejan de inspirarme, en cualquier sentido].

4

Lava

Hazme un favor, no sojuzgues con juicios precipitados: haz como si te hubieras encontrado esto en el hueco de un árbol. Deja de comparar tu vida con la de los demás los próximos cinco minutos. Vale que vayas a toda velocidad gracias al alquitrán y que puedas reconocer la ropa barata a medio kilómetro. Pero no presumas de ello. No quiero saber nada de tu coche nuevo, y no digamos ya de tu piso. Dime qué has aprendido hoy, no me interesa lo tocante a los buenos materiales y esa comodidad que convierte a las personas en idiotas potenciales. Dime que te has leído el último de Douglas Coupland o que ayer tuviste que llorar viendo una película: dime que quieres de verdad a tu pareja. No me interesa tu sistema de calefacción ni los trofeos de las estanterías. Ni tu puto cumpleaños ni la barbacoa que hay programada para dentro de dos putos meses con un montón de semidesconocidos. Dime que el otro día improvisaste y reconoce que te gustó. Atrévete a derramar el café sobre tu agenda regalo del día de tu puto santo. Y no me digas que decir tanto “puto” es una bajeza: deja ya de confundir las buenas maneras solo con el vocabulario. No me digas que la quieres si lo que te pone es oler su ropa interior; autoengáñate solo lo justo, y sólo a ti. No te avergüences de pedir coca-cola light o sacarina para el café después de haberte comido un pollo entero. Pero replantéatelo. No olvides lavarte esa zona baja de la espalda y no mires por encima del hombro a ese tío que te cruzas todas las mañanas. Deja ya esa paranoia de que tu novia mira a los demás tíos y acéptala como una realidad; deja ya esa fantasía de que sólo le gustas tú y mírate al ombligo. Y sobre todo deja ya de disimular y decir que ella es la única.
No hace falta que te desabroches el pantalón disimuladamente después de las comidas, hazlo sin más, y tampoco pretendas hacer creer que con la ensalada que has compartido con tu novia ya tienes de sobras. Vuelve a acostumbrarte a ser tú mismo aunque crezcas, ten en cuenta que la gente confunde la madurez con saber elegir un buen color para las paredes del baño. Convierte en la excepción esos grumos desagradables de fe en los que muchos basan sus vidas. Consigue que te odien en público y te respeten en secreto. No digas nunca en centímetros el tamaño de tu pene, no incluyas faltas de ortografía en tu currículum, y sobre todo no esperes divertirte haciendo un trabajo en el que hayas entregado antes un currículum. Coge la filosofía imperante de los libros de autoayuda y comienza a actuar justo de la forma contraria, poco a poco; y quizá así no serás feliz, pero no tendrás que hacer el esfuerzo por disimularlo. Vete de putas si quieres, fuma, bebe, haz todas esas cosas sobre las que la gente reniega; no temas ser el blanco de las críticas, de todas formas todos están deseando con todas sus fuerzas convertirte en el blanco de esas críticas. Alimenta sus hipocresías rebajando las tuyas y sigue hacia delante; sácale partido a la ambigüedad moral predominante. El cielo se va a abrir un día igual para todos, todos vamos a comprobar que más allá no hay nada, y algunos se arrepentirán por no haber hecho ejercicio de introspección en lugar de haberse pasado la vida venerando estatuas, amuletos y banderas.
Y venga, atrévete a comentarle lo del anal, lo de que quieres probarlo; dile si tienes narices que cada mañana ves a una camarera que te gusta, capullo, hazle creer que sabe tus secretos sólo si los sabe. Sé un cretino pero con elegancia. Levántate, mírate media hora al espejo y después tira de la cadena, y aún se podrá dudar de si es la mierda en reposo lo que se huele, o tu ego invadiéndolo todo. Depílate, pon excusas, di que así se ve más grande; no eres una víctima, no eres un patán, no eres el protagonista del Creep de Radiohead; échate a reír de tu propia petulancia hasta que se te salga una costilla. Llega con una sonrisa extraña hasta el día de tu muerte, declárate, rompe, cásate, divórciate y dile a todo el mundo que eso es vida. Comienza a experimentar la sensación de que tarde o temprano -aquí y ahora- los consejos se contradicen, te manipulan, te aleccionan. Coge la Biblia y métesela por el ano a Dios, y luego dile a todos que se corría como una perra; dilo las suficientes veces hasta que todo el mundo se lo crea; dilo hasta que le recen a un ser mitológico adicto al sexo anal. Dilo hasta que las Iglesias cambien las cruces por banderas de Japón, hasta que las próximas generaciones crean que Jesucristo era japonés y gay. Cambia la historia, no es difícil si te lo propones; controla a los medios y adoctrina a los niños; envuélveles las imágenes de guerra en anuncios de juguetes para navidad. Aconséjales que respondan con violencia a la violencia, que se lo coman todo porque otros no pueden, que aplasten al prójimo, que ganen, triunfen, se follen a la más guapa, que tengan más hijos y les digan lo mismo. Y luego no dejes de mirar su cuenta corriente y deja de dudar sobre si tener hijos era una buena idea para haberlos convertido en tu jefe, al que odiabas y matarías con tus propias manos.
Deja ya de intentar buscar la lógica, de creer, de hacer cuadrar lo incuadrable, deja de actuar. Es demasiado duro de aceptar, pero por lo menos acéptalo con dignidad, no sonrías como un idiota mientras la lava se lleva por delante los necesarios logros de otros para poder conseguir hacer realidad tus caprichos. En un mundo justo una tribu aterradora organizada allanaría tu piso, te robaría el coche, te encerrarían en el lavabo mientras cagas y tapiarían las salidas mientras te miras al espejo. Y esperarían. Y cantarían, botarían destrozando todos tus logros mientras te das cuenta de que dentro de tu cabeza no hay nada que valga la pena, aparte de las cifras que has logrado cuadrar para conseguir lo que los maleantes te están arrebatando mientras cantan, mientras entonan como en una pesadilla pop el Satisfaction de los Rolling Stones. Eres patético, en ese momento eres el cabrón que mató a John Lennon, eres cada hijo de puta que ha matado a los hombres que han intentado propagar un mensaje de esperanza. Eres una farsa, para tu novia, tu familia, todo el mundo, para ti mismo, para Dios, para Satán, y ni María Magdalena te haría una triste paja. Eres esa misma lava artificial que mata todo lo bello, todo lo inspirador; eres la ignorancia que contamina el futuro; lo has hecho todo bien para que todo vaya mal. Eres un auténtico ejemplo a seguir, el rey del mundo civilizado. Las próximas generaciones te saludan, viéndote al abrir sus libros de historia, con sus máscaras de gas puestas al lado de unos grandes ventanales que dan a un parque. Donde una niña decapitada se columpia, mientras su madre, sentada en un banco, sujeta su bolso con la cabeza dentro y la mira con orgullo a pesar de todo, guardando sus ideas a salvo de la naturaleza humana.

[Video y foto dedicados a Pj harvey, diosa de la música que publicó un dvd en 2006 llamado «Please Leave Quietly». En el video se pueden ver los primeros diez minutos del dvd; el resto está en youtube. Dvd, además, con una realización impecable, de esos de ver y disfrutar una y otra vez.]

PJ+Harvey+11789

Pl(a)ymouth fury

Por ejemplo, una noche estuve viendo el mundo desde un atalaya sobrenatural. El mundo, o algo así, la Tierra, el futuro. No sé qué era lo que pasaba, pero todo estaba ardiendo. Yo flotaba, hacía pie encima de una plataforma de dos por dos con una baranda y uno de esos artilugios que hay en los miradores. Eché dinero en la ranura y comencé a ver de cerca a la gente corriendo y gritando por las calles.
Luego desperté, me duché y me preparé mi nutritivo desayuno rico en fibra. Cereales industriales, leche desnatada. Luego paseo con el perro. Vuelta a casa. Salir otra vez. Trabajo. Dormir.
Y repetir.

No es que la rutina en si me moleste especialmente, pero mi novia ha dicho que quiere casarse. Conmigo. Y en mi caso esa aclaración es necesaria, porque cuando me lo dijo pensé que lo decía como quien, con el móvil en el bolsillo, la conexión fija a internet y el pulso por las nubes, dice que alguna vez querrá irse a vivir al campo… Pero no, ella hablaba en serio, queriendo hacerlo de verdad, a corto plazo. Ella no está tan presente en mi día a día como yo quisiera, pero de ahí a que se convierta en un apéndice… No es una cuestión de compromiso o miedo al mismo, el debate está en si no son cosas como casarse las que minan el compromiso.
A menudo tengo sueños, y todos suelen ser apocalípticos; pero no soy de los que despiertan y luego los interpretan para condicionar la vida real. Ya no soporto a la gente que quiere sacar conclusiones con esas cosas, como la alineación de planetas, el horóscopo o la carta astral. Lo único que pretenden es negar la realidad; se cree en los signos del zodiaco por lo que se cree en Dios: el filete está mejor si lo acompañas con una buena salsa. Y vale, todo el mundo está en pleno derecho de mitificar su vida. Pero yo no soy así. Lo cual no es óbice para negar la inquietud que me produce el hecho de soñar siempre con el juicio final.
Últimamente, desde que mi novia habló de casarnos, esos sueños se han vuelto más crueles. Antes alguien me llamaba por teléfono y me decía que mirara por la ventana; al abrirla, una onda expansiva de luz llegaba y yo despertaba. Ahora sin embargo puedo verles a todos robando y maldiciendo en las calles, matándose unos a otros mientras una nube negra lo cubre todo. Ahora no solo está el concepto; al mismo se ha unido el detalle, el despertar sudando y tener que ir a lavarme la cara.

Existen esas leyes no escritas sobre lo práctico: si os aburrís, casaos; y si, sorprendentemente, seguís aburridos, tened un hijo. Y si aun así no os soportáis, pues no sé, echad a suertes quién le dirá lo del divorcio a Pablito. O si no, tened otro hijo, niña a poder ser; puede que no sirva para nada, pero por lo menos saldréis encantadores en las fotos de familia: basta con que la sonrisa parezca de verdad un segundo. Elegir entre la apariencia y la sinceridad para mucha gente es fácil, ni tan siquiera se lo plantean. De hecho, esa “felicidad” de muchas familias creo que es la que ha potenciado cierta demonización de la soltería. Una cosa es que te dejes arrastrar y acabes con una pareja que odias y varios críos, pero que otros decidan tener otro tipo de vida… eso ya es demasiado. En especial, existe ese terror entre las mujeres; hay por ahí un montón de Ally McBeals que superada la treintena comienzan a tirarse de los pelos. Le hemos dado un significado aterrador y absurdo a la auténtica libertad individual; al parecer, no acabar “legalizado” conyugalmente es algo así como una especie de sociomasturbación; te convierte en alguien incapaz, extraño. Todos te miran, todos piensan: Tiene que ser así, ¿no?, si no estás casado a cierta edad, ¿qué estás haciendo? ¿En qué ocupas tu tiempo? No puede ser, ¡tienes que afrontar este rollo tradicional católico como hacemos todos! ¡Acaso no ves lo felices que somos! ¡Estamos enamorados, joder; desde el puto primer día! ¡Lo pone bien claro en nuestra agenda, somos una pareja estable, tenemos tres bodas, dos bautizos y cinco comuniones programadas para las que comprar ropa! ¡Acaso no te dio envidia el día que te enseñamos el piso y la habitación del niño! Puto depravado sociópata… ¡Sé feliz, gilipollas! ¡Pero feliz como nosotros!

Así que huí. He huido. Pretendiendo montarme una road movie. Cogí el coche una mañana y dejé atrás el trabajo, los miedos, el carril común, la autovía segura. La vida en carretera puede ser la única forma de aislarse, yendo a ningún sitio y siempre de camino a alguna parte; cuando la gente ve pasar tu coche siempre piensan que tienes algún plan, que has decidido ir a solucionar un problema concreto. Muy concreto. Prefieren creer que tienes los mismos propósitos que ellos, y que vas a algún restaurante a reservar mesa, a alguna tienda de enseres para el hogar, a ver a tus padres, a renovar la vajilla para el piso nuevo… Tiene que ser algo de eso, porque todo lo demás es tiempo perdido, horas que se te escurren de las manos y con las que podrías perseguir los objetivos lógicos. Para ser normal, como ellos. Para no ser un fracasado. Aunque no es que esto último les moleste, en realidad les das un tema del que hablar; pueden obviar y a la vez regodearse en sus propias rutinas, comentando cuánto te has equivocado.
En realidad sonríen de esa manera condescendiente, y te agarran por el pelo antes de que puedas escapar de verdad, y te susurran: Despierta, idiota, el lavabo siempre está al fondo a la derecha, siempre nos reunimos todos aquí, y acostúmbrate al olor, porque aquí tienes que pasar el resto de tu vida.

Los primeros días que vi el coche descapotable ni tan siquiera deparé en que nadie lo conducía. No entiendo de coches, es uno de esos coches americanos, enorme, como salido de American Graffiti, grande, antiguo. Al verlo me dio la sensación de que había llegado del pasado. Era parecido a como yo imaginaba a Christine cuando leí Christine de Stephen King. Aquel libro me fascinó en su momento, justo cuando en el colegio estaban intentando convencerme de que leer un libro era algo obligatorio y aburrido, solo algo de lo que dependían mis notas y mi tranquilidad. La mayoría de gente se queda con esa percepción de la literatura para siempre. Pero yo conseguí ser de los que acaba librándose. Lo retorcido me salvó de lo simple. Las novelas de terror consiguieron lo que raramente puede conseguir la literatura juvenil de comentario de texto con fecha de entrega.
Aunque la Christine del libro no era descapotable, no pude evitar que la imagen de ese coche me transportara a muchos años atrás. Y no hay ningún motivo concreto, ya que, como pasa con casi todo el mundo, mi pasado es poco más que mediocre; apenas un puñado de malos ratos, cuatro momentos de felicidad auténtica, y todo lo demás, rutina. No he sido más que otro chicle que gira pegado al neumático gigante de la evolución occidental.

Estoy instalado en un hotel de dos estrellas, un garito cutre para camioneros perdidos, postadolescentes cachondos y diversas parejas adulteras que se esconden aquí para follar a salvo de la vida real. Luego de vez en cuando hay algún tipo confuso y deseoso de soledad como yo. Y a veces también suicidas; según me dijo el dueño, tíos de poco más treinta años que pagan por una noche y amanecen muertos echando a perder la cama y la moqueta. “Esos capullos ni tan siquiera se dignan a cortarse las venas en el lavabo”, me dijo.

En cuanto al coche descapotable, la secuencia de los hechos es sencilla. Cada día a las tres de la tarde el coche pasa por la carretera desembocando desde la autopista, y aparca justo media hora delante del hotel. Justo debajo de mi ventana. Y yo sin gafas no veo nada.
Como sin gafas no veo nada, los tres primeros días sólo conseguía ver un coche enorme, y oía el ruido del motor.
Al cuarto día decidí ponerme las gafas, ya con curiosidad. Al enfocar, el coche ya emprendía de nuevo la marcha. Y al volante no había nadie.

En el asiento del conductor nunca hay nadie. Cada día me asomo e intento ver el truco; en el cine trabajan escenas de riesgo con coches de verdad a los que manejan con mandos a distancia como si fueran juguetes. De entrada esa parece ser la única explicación. Pero en este caso la explicación es tan absurda como el hecho en si.
Me empecé a mosquear cuando bajé a hablar con el dueño, y le hice un par de preguntas.
No, me dijo, él no había visto ningún coche descapotable enorme aparcado frente a la entrada del hotel. Él no había leído Christine; él, de hecho, no había leído. Comenzó a reírse en mi cara. Y yo decidí hablar con clientes habituales, los jóvenes salidos y follamigos de turno. Según la fauna del lugar, ese coche sólo está en mi cabeza. Y esta cuestión deja mis teorías sobre la vida y mis sueños apocalípticos muy lejos. Ahora llevo ya veinte días metido en esta habitación sin apenas salir; sólo escribiendo un diario, leyendo y esperando cada día a Christine. Y lo que es peor, Christine aparca cada tarde frente al hotel su media hora de rigor, y cada vez estoy más convencido de que quiere que yo me suba al asiento del conductor.

Mi vida de análisis y sueños y huidas hacia ningún lugar, me ha traído a un sitio apartado y cochambroso rodeado de desierto, y flanqueado por camiones cuyos conductores vienen a beber al bar cutre que hay en el mismo edificio que regenta el señor analfabeto, el cupido moderno, el tipo indeseable pagado de si mismo que ofrece a la gente la oportunidad de follar como siempre han querido, suicidarse o aceptar el fracaso en que se han convertido sus matrimonios y sus vidas.
En todo caso, mi viaje está siendo tan efectivo que ya casi no recuerdo a mi novia; no pienso en ella, y no me duele, no me preocupa, porque ya sé que no me gusta, y no creo que volvamos a saludarnos nunca cuando le diga que se acabó. No estoy preparado para lo que ella quiere; o mejor, no sé qué es estar preparado. Y en todo caso, supongo que sentirse preparado significa amor, lealtad, sinceridad y sentimientos al margen de la vida real preestablecida. O dicho de otra forma, al final llegan a tu mente verdades como puños que acaban imponiéndose, y a las cuales no se las puede engañar con viajes, álbumes de fotos, pisitos apañados, o hijos.

Después de sentir mi clarividencia sentimental; después de pasar dos días sonriendo como un bobo al haber conseguido encontrarme a mí mismo por primera vez en muchos años. Entonces, decido hacerlo. Decido acabar con esto.
Cuando despierto el día en que me montaré en Christine -ya pasado un mes de hotel-, noto una pequeña punzada, aunque no muy desagradable. Es más bien como cuando tienes un examen pero has estudiado de verdad, estás preparado y dispuesto, eres un tío de puta madre y vas a triunfar. Mientras desayuno la mierda que en este tugurio hacen pasar por comida en la habitación que hacen pasar por cafetería, estoy deseando acariciar la tapicería del coche fantasma.

Cuando lo veo venir desde la autopista, creo sentirme vivo por primera vez en mi vida.
Cojo mi maleta y bajo las tres plantas hasta el hall (hall, por decir algo). Justo al topar con el dueño, el sonido del motor se oye desde fuera. Le doy una tarjeta de crédito al tipo, y mientras me cobra, le digo si no oye el coche que está tras la puerta de su hotel ahora mismo. El tío se me queda mirando y me devuelve la tarjeta, sin decir nada. Y a mí me comienza a dar la risa, y no puedo parar de reír, de reírme en su cara. Él saca una escopeta de debajo del mostrador y me apunta con ella, me comienza a gritar que me vaya, que ya está harto de tenerme por aquí, haciendo preguntas estúpidas y asustando a los clientes. Y yo, a carcajada limpia, abro la puerta, salgo.
El coche está aparcado como siempre, en el mismo sitio, esperando. Es de color rojo y parece nuevo. Al acercarme a tocarlo, comienza a sonar en la radio un tema de los Rolling Stones: Get out off my cloud, que reconozco al instante. La primera posibilidad de miedo o arrepentimiento pasa con la voz de Jagger, con la alegría de una canción que enseguida asocio con la estética retro del coche. Monto en el asiento de cuero y cierro la puerta. El motor se pone en marcha solo y no tengo que hacer nada. Se mete en la autopista y se sube el volumen de la radio. Me estaba esperando, me esperaba a mí. El aire me da en la cara y el sol terrible de esa hora no me molesta en absoluto. Suenan temas de los sesenta y los setenta, el viaje sigue y sigue, y no tengo miedo.
Al cabo de unas horas veo un cartel verde en el que pone: Maine, y los kilómetros que faltan. Y otra vez me da la risa y no puedo parar. Es imposible. El estado de Maine es donde Stephen King localiza muchas de sus novelas. Y es imposible, es brillante, creativo, sorprendente y muy difícil de mejorar. Estoy camino de Maine en Estados Unidos, y conozco esta sensación, no me asusta, y poco importa no saber en qué punto comenzó, simplemente hay que dejarse llevar, y disfrutar del espectáculo.

El coche comienza a recorrer sus calles, sus zonas residenciales y cuestas, los lugares comunes donde pasaron las cosas terribles de los libros. Los arrebatos psicóticos, las lectoras sociópatas, los Apocalipsis creativos; horas y horas de diversión adolescente, máquinas asesinas, vampiros, espíritus y chicas de instituto.
Mi descapotable dobla una esquina, y veo una cara conocida. Mi proyección mental de Leigh Cabot, la chica de Christine, la novia de Arnie, una mezcla de Cameron Diaz en sus comienzos y cualquier animadora rubia adolescente.
El coche se detiene, y no me sorprende en absoluto. Ella me sonríe, abre la puerta y se sienta en el asiento del copiloto sin decir nada. Y no parece sorprenderse lo más mínimo cuando el coche arranca sin que yo deje de mirarla.
Christine comienza a callejear. Leigh cabot me coge la mano, con toda naturalidad, como si en una realidad paralela Stephen King estuviera revisando su clásico del terror delante del teclado.
El coche se detiene en un cruce amplio, en medio de todo el tráfico. Y cuando Christine lo hace, todos los demás la imitan. El resto de coches, con su misma estética, se detienen.
Todo tiembla de repente. Hacia el sur, a lo lejos, comienza a crecer una seta gigante de humo, como la de los libros de historia. Y justo después todo tiembla otra vez, y cerca de la anterior crece otra. La gente de repente corre aterrorizada hacia sus coches, hacia sus casas, pero Christine no se mueve. Intento abrir la puerta, apretar los pedales, pero no puedo hacer nada. Leigh Cabot coge mi cara con su mano derecha y la atrae hacia la suya. Comienza a besarme en el cuello, ávidamente, casi con furia, juega con su boca. La calle empieza a temblar de verdad. Leigh me mete su lengua hasta la garganta, y no puedo evitar toser. Me separo cinco centímetros, avergonzado, y ella sonríe. Ese beso es una señal, el final de una etapa. Una luz lo invade todo. Comienzo a notar la falta de oxigeno, la invasión brillante en mi piel, y oigo su voz femenina, y me dice:
– Ya llega, pero a partir de ahora debes recordar la lección.

[En el video, trailer de la próxima película de Michael Mann, hacedor de trallazos como «Heat» o «Collateral» (olvidemos Miami Vice…). Se llama «Public Enemies», y junta a dos chungos como Johnny Deep y Christian Bale. Ante la pregunta de si se puede hacer una de gangsters de porte clásico y rodada en digital, Mann responde sí, y como, sólo hay que ver el trailer. La gran duda es si volverá a su mejor nivel en el conjunto, y de momento las sensaciones son más que buenas.]