Yo en el fondo sabía que venir aquí, irnos lejos, no iba a solucionar nada. Y aun así lo propuse porque leí en una revista de colores pastel que era una buena idea, y él me hizo caso. Y ahora tengo que pasar este miedo de cojones, superar esta putada sin sentido. No quiero seguir así, no tengo por qué aguantar esto. No sé si debo llamar a la policía o a un exorcista. Y no sé por qué, justo ahora me da por pensar en las dos cartas que tengo a medio escribir, alguna de las cuales iba a dejarle como despedida después de abandonarle. En una incluso amenazo con el suicidio…, y no sería capaz ni de tirarme a una piscina sin taparme la nariz con la mano… Sencillamente soy gilipollas, por eso ahora tengo que enfrentarme a esta situación de mierda.
Cinco años de relación, tres de ellos con anillos. Siempre me ha dicho que digo muchos tacos, que soy arisca, fría con sus amigos, que hago ruido al comer, que debería cuidarme más, que podría ser mucho más guapa si me arreglara… Y yo fui y me casé con él.
Todas las semanas me lo tiro -o me lo tiraba- tres y cuatro veces , normalmente los viernes y los sábados (y que quede claro que si no lo hacemos más entre semana, no es por mí); de verdad, me lo follo como si fuera la última polla de la Tierra; pero para él eso no basta; al parecer la demás gente también tiene que leerlo en mi cara, en mi ropa, en mi forma de comer… Supongo que andaba buscando una pija que pareciera la bomba en publico, aunque luego en el fondo fuera una mojigata; y se ha tenido que conformar conmigo. Soy yo la que tiene que sacarle a rastras de las tiendas de ropa, la que propone restaurantes baratos para cenar, a la que veces no le gusta salir, a la que le gusta el cine de terror y los videojuegos… Soy lo que se diría un tío con tetas. Pero al parecer el muchacho sólo quería pose: una pipiola siempre subida en quince centímetros de tacón.
Con el tiempo la relación se ha ido yendo a pique, y encima soy yo la que quiere solucionar las cosas. No me entiendo. Y justo ahora tampoco puedo dar sentido a lo que está pasando.
Estoy de pie en la habitación del segundo piso de una cabaña idílica perdida en un bosque que al irse el sol genera ruidos y sombras en tu imaginación; te pasas la noche encendiendo y apagando la luz, afinando el oído para asegurarte de que no hay intrusos. Tengo mi teléfono móvil en la mano, debo decidir qué voy a hacer ante la situación que se me ha presentado. Todo porque hace cuatro días estaba esperando mi turno en la peluquería y abrí una revista femenina y topé con un consultorio sentimental, y estaba tan hastiada que me puse a leerlo. Y una chica de treinta años pedía ayuda para arreglar las cosas con su marido; decía que la relación se estaba enfriando y llevaban sólo un año casados; él ya no la besaba como antes, ya no la cogía de la mano por la calle, se la follaba pensando en las musarañas y ya casi no proponía planes para hacer cosas juntos que no fueran criar malvas en casa viendo la tele. Y blablablá estaba muy ilusionada y ahora él ha cambiado, y blablablá llora cuando está sola porque resulta que está casada con un consolador pequeño que antepone el fútbol a sus necesidades…
A todo lo cual, la experta, diosa de la revista y gurú de las parejas estables, va y contesta:
“No pasa nada. Esa relación tuya tiene taras típicas; nada que no se pueda solucionar con un pequeño cambio de ritmo, un regate a la realidad más gris, un polvo bien echado. Que él recuerde con quién está, por qué está contigo. Debes sacarle de su entropía, hacerle entender que seguís siendo dos, que vivís juntos y que estás un poco preocupada. Una buena solución es arrastrarle fuera de casa, pasad unos días lejos; cuantos más mejor. Seguro que aún te quiere; sólo debéis introducir desvíos en la rutina. Dale un par de toques elegantes en un entorno distinto. Tómatelo con calma. Ánimo y suerte.”
El discurso parecía sacado de una plantilla. Pero aun así yo me lo quise creer, lo hice mio; hasta arranqué la página y la llevo en el bolso. Justo después me estaban lavando la cabeza y me creía la leche. Iba a solucionar las cosas. Me compraría zapatos de tacón si era necesario. De repente ya no se trataba de si realmente quería seguir con él, el tema se convirtió en una cuestión de orgullo rabiosamente actual. Mi relación iba a funcionar por cojones; y si no los ponía él, los pondría yo. Estaba contagiada de repente por ese espíritu tan de moda que se basa más en hacer exposiciones de valor que en poseer algún tipo de valía auténtica. La mayoría de la gente no está preocupada por ser buena, lo que quieren es que los demás estén convencidos de que lo son. Todo es atrezzo, purpurina, piel vacía, focos sin escenario: muchos están tan concentrados en convencerte de que están satisfechos que se han olvidado de mirar qué sienten realmente de puertas para dentro.
Pero con todo, esa revista consiguió hacer que me sintiera una más, leí ese artículo que sólo debía servir para cuadrar la maquetación y pensé que podía darme respuestas útiles. Y eso que justo al lado de la columna estaba el horóscopo…; me sentía al borde del suicidio, fui a leerlo casi sin querer;
Géminis: Va a haber algún cambio importante en tu vida. Alguien lo provocará. Debes ir con cuidado, sentimentalmente tendrás que andarte con ojo. Debes estar atento y mantenerte despierto. No te preocupes, la tormenta sólo precede a la calma.
Y luego leí el mío:
Aries: Amigo Aries, quizá te venga bien desconectar. Necesitas un respiro. Te verás obligado a tomar una decisión, y hacerlo rápido. Debes mirar más por la salud y mantenerte lejos de lo que sabes que te perjudica.
El horóscopo…, si lees entre líneas sólo pone: “No pierdas el tiempo con esto, idiota”.
Pero lo leí, y también lo tuve en cuenta; así de desesperada estaba. La sociedad de consumo es capaz de convertirte en un zombi hasta ese punto, y la mayoría de gente nunca vuelve en sí.
Vale, mi rabiosamente occidental marido siempre lo ha hecho, se levanta tres y cuatro veces por noche, a comer, a beber, a mear. Nunca a nada fuera del otro mundo, que yo sepa. Despierto y no es raro encontrarme sola en la cama, es rutina. Lo que no sabía es que probablemente estuviera sola incluso cuando tenía su polla ensartada en mí hasta los testículos… Aunque claro, capitulo aparte merecen los segundos en que te corres. El orgasmo tiene tan buena fama por eso: todo lo demás desaparece; en ese momento igual podría estar provocándotelo tu marido, el vecino, o tu prima de Salamanca con la legua. Lo que de veras importa es que tu mente está en blanco y sólo sientes alivio. Me pregunto si no será eso lo único verdaderamente puro y honesto que alguien puede ofrecerte… Y si ahora estoy con el teléfono en la mano y dudando con sorna tensa en si llamar a la policía o a un exorcista, es porque hoy también he despertado de madrugada y me he encontrado sola en la cama; yo y las mantas y las sábanas arrugadas con un par de gotas de esperma que debieron saltar del condón unas horas antes utilizado… Y cuando he despertado he creído que era una noche más con mi marido, porque he tardado casi un minuto en ver escrito con pintalabios en la pared de enfrente la palabra: MÁTALA.
Las letras cubren casi toda la pared, atraviesan un pequeño tocador, una pantalla plana y un mueble empotrado; a veces cuanto más a la vista lo tienes más cuesta verlo. Después de percatarme y comenzar a ver además de mirar, me he levantado aturdida, al principio ni tan siquiera asustada. Y lo que ha hecho que de repente todo mi mundo de objetivos y notas y facturas y puñeteros formalismos sociales se haya disuelto, ha sido la imagen que he visto al asomar la cabeza fuera de la habitación. Pocos pasos después de salir de ésta te encuentras de frente con unos veinte escalones hasta el piso de abajo, y si miras justo al pie de ellos ahora, puedes ver a mi marido, con la expresión vacía, mirando hacia mí, en pijama y descalzo. Con un cuchillo de carnicero en la mano derecha. E inmóvil.
Y yo he dicho: ¿Cariño? ¿Qué haces?… Y quizá alguna apropiada vacuidad más. Pero él no contesta a nada. Supongo que en su actual estado de abstracción de la realidad ha cogido uno de los pintalabios de mi bolso y ha pintarrajeado la pared de la habitación. Yo ya sabía que estaba raro, que llevaba raro casi un año. Era consciente de que ya no era el tipo sutilmente transgresor y a pesar de todo divertido de antes; tenía asumido que estaba convirtiéndose en el muerto viviente en el que casi todo el mundo se convierte al afianzarse en la edad adulta. Pero esto es demasiado, esto quizá significa que se ha percatado de que somos otro matrimonio más, otra pareja hastiada que al morir, el Dios del sentido común echará al montón de la humanidad adocenada. Debe haberse dado cuenta de que queríamos ser auténticos y al final nos hemos convertido en el mismo fraude en el que todos se convierten.
Es una posibilidad. Ha meditado la idea de suicidarse, y después ha decidido que yo me fuera de este mundo con él…
No lo sé, intento encajar las piezas, por muy paranoicas que sean. Él era lo suficientemente idealista de joven como para hacer alguna tontería si de golpe ve en lo que se ha convertido. Cuando miro hacia abajo otra vez, veo que está babeando, no traga saliva del mismo modo que no parpadea y por lo que lleva como media hora sin moverse del sitio. Como siempre, lo que no sé es la respuesta a la pregunta, porque ya de entrada me da pánico cuál pueda ser esa pregunta. Tengo miedo de llamar por teléfono, de que me oiga susurrar. Creo que ahora preferiría haberme dado cuenta de que no le conozco de un modo más clásico, pillándole follando con mi hermana o saliendo de un prostíbulo…; en cualquier caso de un modo en el que la posibilidad de morir desangrada fuera inexistente.
Es como si hubiera despertado con un plan, hubiera dejado sus intenciones escritas en la pared como un mantra para recordarlas al regresar, y después hubiera bajado a por el cuchillo para cumplir su objetivo. Pero se ha quedado a medio camino, incapaz de volver a mí. E imagino que la pregunta es: ¿Por qué?… ¿Para meterme miedo? ¿Para darme tiempo a saltar por la ventana y quizá romperme alguna costilla y salir corriendo y llorando? ¿Qué cojones le pasa? Puedo asumir la vida y la muerte, pero no esta situación a medio camino. Precisamente me lo traje aquí por eso, porque ya llevo en cierto modo demasiado tiempo viéndole así, ¿y ahora qué?…
– ¡Eh! ¿Qué quieres hacer? – le grito, ya harta de verdad.
– …
– ¿Te vas a quedar ahí toda la noche?
– …
– ¿Para qué has cogido el cuchillo?
Más silencio. Durante un segundo medito la posibilidad de meterme en la cama y seguir durmiendo. Sin más. El poco cariño que sentía por ese mamón se ha esfumado. Se limita a estar ahí, quieto, con el cuchillo; no tiene huevos ni de enfrentarse a mí despierta.
Está bien, no duermo. Pero decido que voy a poner la tele de la habitación. Resoplo. La “T” de la pintada parte la pantalla en dos. Saco un kleenex e intento borrarla. Queda algo sucia, pero mejor que antes. Me acomodo en la cama, doblo la almohada bajo la nuca y me prometo a mí misma que no me dormiré.
Hago un zapping rápido, casi sin mirar. Cuando he pasado unos siete canales en diez segundos, me doy cuenta de que todos están emitiendo informativos. Son especiales, y conectan con casi cualquier parte del mundo. Me incorporo, los ojos como platos. El flujo de noticias te penetra así, de golpe: Hay gente en París y Londres y Nueva York que no se mueve, inmóviles de igual forma que en el resto del mundo. Algunos dentro de sus coches, otros echados en el suelo, siempre en posición fetal. Pero la mayoría están de pie. Tienen la mirada perdida y babean y está claro que mi marido es un de ellos.
Por más que intentó averiguar qué es lo que pasa, todo son especulaciones. Se dice que no hay policía en las calles. Algunos testimonios aseguran que no hay nadie ya ni en la Casa Blanca, ni en el Vaticano; no hay realeza en sus hogares reales; no hay gobiernos, nadie que pueda tomar decisiones en ningún lugar. Sólo hay gente de a pie. Sólo hay medios. Lo cual supone una respuesta en sí. Si los medios hablan de lo que sea que pasa, quiere decir que eran más independientes de lo que pensaba.
Aparte de quedarme pasmada, lo primero en lo que he pensado es en que si nadie se mueve en las imágenes de la tele, mi marido tampoco se moverá: así no tengo que estar pendiente. Unas estadísticas dicen que aproximadamente la mitad del planeta está así; otras que solo es un veinte por ciento… bueno, escuchar a los periodistas siempre ha sido más o menos como escuchar a los políticos…
Se habla en tertulias improvisadas de las vacunas de toda la vida, se especula sobre que nos han inyectado algo con los años y vamos a ser todos como zombis; se dice que todos los mandatarios han acordado disminuir la población; o incluso repoblar el planeta. Corre un río de especulaciones brutales, de frikis, de editoriales pasados de rosca; por primera vez el contenido de la información justifica plenamente el alarmismo de los medios.
Y mientras estoy imbuida de todo ese Apocalipsis, emocionada, aterrorizada y en tensión como jamás lo he estado en mi vida, entonces se oye un ruido abajo.
Salto de la cama y asomo la cabeza por la puerta abierta. Mi marido está en el suelo, en el mismo lugar de antes, boca arriba. Sale sangre de su boca entreabierta. Y lo primero en lo que pienso es en que más vale que esté muerto, porque no estoy preparada para enfrentarme a un hombre lobo o un vampiro ni nada parecido.
Cojo el mando de la tele y cambio de canal como una posesa, cortando frases a la mitad. Pasan más de cinco minutos antes de que en uno de ellos se informe sobre que los paralizados están comenzando a desfallecer; comentan lo de la sangre, que al parecer les sale igual por el ano, la vagina o la uretra además de por la boca. Y mueren.
Mientras palpo a mi marido y compruebo que tiene uno de mis pintalabios en el bolsillo y la falta de constantes vitales, caigo en la historia que me afecta a mí y de la que no se ha hablado de nada parecido en la tele: MÁTALA. Qué coño ha pasado aquí. Los demás paralizados no iban armados ni han escrito mensajes amenazantes; alguien lo habría comentado… ¿Realmente quería matarme? ¿Por qué querría matarme? No tiene sentido; ahora, después de lo visto, no doy con ninguna explicación plausible.
No estoy especialmente apesadumbrada. No sé si todo esto me está afectando de verdad. Supongo que estoy en shock, y si es así la verdad es que esta sensación está infravalorada. Vuelvo a la habitación, la televisión es interesante por primera vez quizá en toda la historia.
Pasa un rato hasta que me doy cuenta de que puedo vagar por la cabaña, ya no hay ninguna amenaza cercana de la que tenga conocimiento. Mientras bajo las escaleras y paso por encima del cuerpo que me ha hecho viuda, oigo que en la tele hablan sobre lo curioso que es que no haya niños entre los paralizados ya muertos. Y no sé por qué extraño motivo me parece lógico. Ha pasado un buen rato desde que estaba realmente nerviosa; desde abajo aún puedo oír el informativo que haya dejado puesto el azar del zapping, y ya dos horas después de las muertes hablan sobre una especie de estado de hipnosis de los paralizados justo antes del estado de inmovilidad, algunos de los cuales han asesinado a sus familias antes de morir. Pero ya estoy como anestesiada. Llegados a este punto ya ni tan siquiera me importa. Me da igual si ahora hay medio mundo con las paredes de su casa llenas de garabatos Estée Lauder.
Miro por todas las ventanas de la cabaña. No hay nadie ahí fuera, más me vale. Quiero pensar que todo lo malo que tuviera que pasar ya ha pasado. Vago por la alfombra elegante de la sala de estar. Hay una chimenea y dos sillones marrones de cuero colocados cara a cara; me siento en uno de ellos. Necesito un cigarrillo. Me levanto del sillón. No sé si en el nuevo mundo que acaba de empezar mantendré mi trabajo, o si mis seres queridos están vivos o por qué aún no les he llamado. Será que sigue el shock, o que no tengo sentimientos, o que éstos dejan mucho que desear… Sé cuánto dinero tengo. Me da por pensar en principios básicos de supervivencia. ¿Si mis amigos han muerto eso querría decir que eran ya igual de gilipollas que mi marido? ¿Las muertes buscaban un patrón concreto? ¿Si mi marido debía matarme, eso significa que yo merezco morir en el caso de haber formado todo parte de un plan global? Encuentro mi cajetilla de tabaco. Me siento otra vez. Inhalo el humo y mis problemas personales de hace tres horas ahora son nada; menos que nada. Han caído en el olvido. Está saliendo el sol; su luz entrando aquí me hace sentir en paz, una curiosa paz. Miro hacia una de las paredes al notar algo distinto en el salón. Tengo que sonreír quiera o no. En un cuadro horrible y enorme, una naturaleza muerta que tanto mi marido como yo hemos estado criticando estos días, hay dibujado con pintalabios el símbolo de la anarquía. Y ese círculo con la “A” dentro, síntoma de algún momento de lucidez de mi marido géminis, seguramente a sabiendas de que, de algún modo, se estaba acabando el tiempo, ha hecho que de golpe rompa a llorar como una cría.
[De vez en cuando iré dedicando el video a canciones concretas que me han marcado. Pero que lo han hecho de un modo estrictamente musical; no voy a hacer como algunos que se excusan diciendo cuánto les gusta Abba porque les traen recuerdos bonitos; odio ese rollo. La canción que yo ponga será elegida sobre todo por lo que inspira, y no porque un día le tocara las tetas a alguien mientras sonaba… Para este video he elegido “White Rabbit” de Jefferson Airplane. Es una de las canciones emblema de su disco “Surrealistic Pillow” (1967), (discazo). Esta gente básicamente coincidió con la época en auge de las psicodelia y se dejaron influir inteligentemente por esa corriente para crear temas que son perfectos (si la perfección existe). “White Rabbit” es un tema que quizá te suene por pelis como “Miedo y asco en Las vegas” o “The game”, o sencillamente por haber visto algún documental sobre el Vietnam o el rock de los setenta. El tema empieza con una línea de bajo de esas sencillas y gloriosas que se repite y va creciendo durante la canción, acompañada de la marcha de batería apropiada y unos punteos de guitarra que no puedes imaginar concebidos de otra forma. Y luego entra la voz de Grace Slick… y debes procurar no machar la ropa interior. Indescriptible. (Aprended indies actuales; pose, sí, pero también contenido).]