Archivo por meses: junio 2010

Transmutación

Me agacho, cojo la linterna y la enciendo. El trabajo que se realiza sólo por dinero lleva a la estabilidad material, esa estabilidad lleva a la rutina, y esa rutina a menudo al tedio. Luego hay quien no puede controlarse y acaba hostiando a su mujer, o constantemente amargado, o inmerso en una terrible inopia vital; o a veces incluso acaba muerto por voluntad propia, ya sea en vida o vía suicidio.
De esas opciones, la mayoría de gente elige la muerte en vida, lo que a veces llaman “ir tirando”. Pero claro, esto es sólo mi forma de verlo. De todos modos normalmente no me gusta tener razón. De hecho, ahora que estoy en medio de este bosque y sólo tengo mi linterna, casi estoy comenzando a echar de menos esos grises existenciales. Mis amigos han salido corriendo en todas direcciones, y siento algo parecido a la parálisis, como si alguien que se ha levantado milagrosamente de su silla de ruedas se diera cuenta de que aunque puede mantenerse en pie, no puede andar. Es una sensación terrible.

Así que, después de oír unos pasos nada tranquilizadores, mis colegas salen pitando al ver algo, pero a mí se me cae la linterna y se apaga. Lo que sea que les ha hecho huir a todos, sigue ahí, frente a mí.
Y me agacho, cojo la linterna y la enciendo.
Y llega la parálisis repentina. Delante tengo algo que Kafka describiría con un par de líneas nada definitivas. Qué asco.
Él (o Ello) mide unos dos metros y medio, quizá algo más. Es -en parte- como una cucaracha gigante puesta de pie, pero la verdad es que no me detengo a repasarlo/le/la de arriba abajo, me basta con intuir que no es humano. Lo primero que pienso es que estoy muerto, se acabó, no más competición ni dinero, no más miedo al futuro. Esa sensación dura unos segundos, e incluso llega a resultar agradable. Entonces cierro los ojos y espero. Espero… Pero no pasa nada. Así que enseguida vuelvo a sentir miedo y apego por todo. Abro los ojos y Él sigue ahí, como si nada. Deben ser como las tres de la mañana. En los planes que hicimos antes de venir, una de las actividades era esta, dar un paseo de madrugada lejos de la cabaña y nuestros móviles, etc. Somos jóvenes y nos creemos alguien y, la verdad, lo más arriesgado que hacemos es comprar billetes de avión a meses vista, cambiarnos de compañía telefónica, cosas así… Somos por fuera como esos chicos y chicas brillantes y modernos de los anuncios, pero la mayoría del tiempo sin las sonrisas ni los gritos de euforia. Nadie quiere ser Brad Pitt o Scarlett Johanson, más bien se conforman con parecerse a ellos; nunca es una cuestión de talento o visión, sino de cuánta de la ropa que te pongas, por hortera que sea, te va a quedar bien.
– ¿Así es como sois? – dice la cosa, en un perfecto español. Ni siquiera me sobresalto, sigo inmóvil. No sé si hablar, se han ido amontonando movidas en mi cabeza. Tampoco sé de dónde sale esa voz metálica, no hay boca a la vista.

Lida llega a la cafetería y comienza darme la vara con el asunto de la excursión, que por qué no quiero ir y todo el rollo. Me dice que estaremos dos días en la cabaña, que no es demasiado. La idea no me atrae lo más mínimo, sencillamente me parece una forma ineficaz de Huir. Me da la sensación de que no se trata de conocer nuevos lugares o estar en contacto con la naturaleza; no hay curiosidad alguna, sólo una vaga obligación de “escapar” de lo que llaman Vida Real. Me da mucha pereza recurrir siempre a los mismos trucos extra-rutinarios que luego no hacen más que devolverte a esa Vida de la que no sabes o puedes desmarcarte de una forma auténtica. Lida saca de su bolso mapas impresos de la zona, dice que ha visto fotos y es precioso, todo, el bosque, las rutas, las vistas; dice que quizá podamos hacer rafting. Cuanto más la oigo más pequeña se hace mi polla en los calzoncillos. Otra cosa es que, da igual si voy o no, quiera o no acabaré viendo más fotos a la vuelta.

Esa cosa sigue frente a mí, y ahora parece que sisea, creo que oigo caer restos de baba o algo parecido. Le digo que qué quiere decir con que si así es como somos. El miedo que siento comienza a diluirse en cierto modo, estoy en terreno inexplorado; y aunque sé que el inmenso interrogante puede aplastarme en cualquier momento, al menos se puede recurrir al diálogo. Enfoco al suelo, no tengo fuerzas para hacer nada más.
– Tengo entendido que los seres humanos sonreís con facilidad… – dice la criatura.
Pausa.
– Bueno, yo creo que…
– Un momento – me interrumpe -, quiero decir: tengo entendido que los seres humanos sonreís con facilidad, aunque a veces sea fingido.
– Bueno, a veces es así. Sí.
Oigo ruidos muy extraños, cada vez más. Lo que creía que podía ser baba que caía en la hierba y los arbustos, suena demasiado sólido. Muevo la linterna.
– ¿Por qué? – dice Él/Ello.
– ¿Por qué sonreímos?
– No. Por qué sonreís aunque no queráis.
De entre sus patas/piernas/escamas/etcétera, están cayendo lo que parecen crías, versiones tamaño bebé de lo que tengo en frente; parecen langostas, negras, viscosas, y sólo con tocar el suelo salen corriendo en todas direcciones casi sin hacer ruido.
– De… ¿de dónde vienes? – suelto, con un hilo de voz tembloroso.
– Ahora ya se acabó para vosotros eso de hacer Preguntas. Lo siento.

Al final cedo y les digo a mis amigos que iré a ese sitio con ellos; a pesar de la paliza de coche que supone, y de que no tengo ganas de ir. Voy al despacho de mi jefe y le digo con mucha incomodidad que si puede adelantarme las vacaciones una semana. Dice que necesita comprobarlo, que quizá ya no pueda. Dos horas después me llama y me comunica que he tenido suerte, que le ha costado lo suyo, pero que al final puede adelantarme esos días. Siento una punzada de decepción al oír la noticia. El viaje al final no es de dos días, sino de cinco (aunque quizá siempre fue de cinco), lo cual significa que pasaré un tercio de mis vacaciones autocensurándome en mi discurso, para no parecer un capullo.

La criatura sigue pariendo sin parar, lleva como tres minutos de silencio soltando sus crías, con una inmovilidad pasmosa, como quien caga o mea. Y dice:
– ¿No me puedes contestar?
– Bueno, no sé por qué sonreímos… Solo intentamos ser amables entre nosotros.
Yo no soy embajador de nadie, y mucho menos de la Humanidad. No voy a saber hacer esto. Si lo que busca este ser es claridad, la que yo puedo ofrecerle no va a dejar en buen lugar a nadie, ni siquiera a mí mismo. Con lo cual, no tengo buenas respuestas, sin olvidar que tampoco puedo hacer preguntas…
– ¿Por qué no puedo hacer preguntas? – le suelto.
– No puedes hacer preguntas porque siempre habéis hecho preguntas; y eso no sirve de nada si cuando sonreís no siempre es de verdad. Las preguntas por sí solas no sirven para nada.
Me dice que ahora nos toca responder, a todos; habla en plural y con ese tono de saber todo lo importante respecto a la tierra que pisa. Me vuelve a hacer La pregunta otra vez. Yo sigo sintiendo esa sensación de parálisis involuntaria, y no sé si la respuesta conllevará consecuencias.

La semana antes del viaje nadie sabe hablar de otra cosa. Por más que vea fotos y hasta videos del lugar, sigo sin estar tentado de verdad en ir cinco días a ese sitio (total, parece poco más que una colina). Pero claro, esto no es una cuestión de creatividad u originalidad, sino de liderazgo. Cuando Lida se empeña en algo siempre consigue arrastrar a Monica y Dani, y los demás acaban apuntándose por inercia. Mi gran descubrimiento de los últimos días es que no siempre hay obligación de dejarse arrastrar por esa inercia. Y aunque sea algo muy sencillo y basado en el limitado libre albedrío que tenemos, hay mucha gente que no lo entiende. Es por eso que, a una semana del viaje, no sé por qué me he apuntado, pero ahora echarse atrás sería ya más trabajoso que ir y asentir en los momentos adecuados.

Él/Ello da un paso hacia mí. Ya no cae nada de su cuerpo. Me llega un intenso olor, y me extraña no haberlo sentido antes; quizá ahora estoy menos cagado. Huele como cuando un perro muerto se va pudriendo día a día en verano. Por un momento pienso en si no se habrá comido ya algún animal, o a alguien… Después de algunos minutos vuelve a hacerme La pregunta. No sé qué quiere oír, no sé si quiere que le dé una buena respuesta en defensa de mi especie o si quiere que le diga de verdad lo que yo opino. Como no puedo hacer preguntas, no puedo averiguar qué pasará, si lo que hará será premiar mi sinceridad o una actitud optimista. Lo cual me lleva a la creencia de que quizá al ser el optimismo la actitud demandada por los seres humanos que se consideran responsables y equilibrados, puede que sea ese el tipo de respuesta erróneo si valoramos la situación desde el punto de vista de alguien que seguramente tenga una visión global de cómo están las cosas en la Tierra. O puede que la respuesta errónea sea la de la vertiente más analítica, científica, cínica o hasta pesimista. Valorando la cuestión, para mí la respuesta está clara. Pero ¿qué debo hacer?, ¿hago como siempre hacemos por aquí, quedo bien y punto?, algo como: «No siempre sonreímos de verdad, pero es porque si siempre fuéramos sinceros en nuestras reacciones la relación entre todos acabaría siendo insostenible…» ¿O digo lo que pienso?, algo del estilo: «Mucha gente se sonríe aunque no tenga ganas simplemente por pura hipocresía, para ser aceptados, y porque en el fondo no están dispuestos a dejarte entrever que aunque hayan hecho más o menos siempre “lo correcto”, sus vidas han acabado siendo sobre todo un coñazo insufrible.»

La noche antes de irnos, quedamos para cenar. Somos nueve. Es una especie de ritual tradicional, algo como una celebración de la suerte que tenemos de tener el estómago lleno y varios días libres por delante. Es la constatación de que realmente podemos hacer lo que queramos (a veces), y de que nos apetece pasar esos días en ese bosque, porque aunque seamos urbanitas sabemos valorar la calma y ese factor primitivo y puro de la naturaleza. Todos hablamos de lo relajante y saludable que va a ser desconectar. Tenemos los cinco días planeados hora a hora, cada excursión, cada movimiento, sabemos cuáles son las rutas más bonitas y la media de cuánto se tarda -en horas y minutos- en completar cada una de ellas. En un momento de silencio se me ha ocurrido decir que podríamos dedicar un par de días a ir cada uno a lo nuestro, yo tenía pensado llevar un buen libro o… Pero enseguida me han cortado, me han dicho que hay demasiadas cosas que ver, y que la gracia es estar todos juntos. Yo he sonreído ampliamente (creo que con mucha naturalidad) y les he dicho (dando algún rodeo) que tienen razón.

Quisiera pensar que no, pero creo que Ello está empezando a impacientarse, agita lo que parecen unas alas, se oyen gorjeos y una especie de digestión muy pesada y ruidosa. Yo me dedico a enfocar al suelo y no me sale una sola palabra. Y entonces, otra vez la voz metálica, que esta vez casi me hace gritar:
– Así que si no podéis hacer preguntas, simplemente no sabéis decir nada.
Si no podemos hacer preguntas no sabemos decir nada, si no podemos compararnos con los demás no sabemos cómo de bien o mal nos va, si no saboteamos a alguien no podemos hacer ostentación de nada, si no podemos sonreír de verdad lo hacemos de mentira. Todo eso dice. Esas palabras usa; Sabotear. Ostentación. Mentira. Dice:
– Vale. No puedes hacer preguntas, pero reconozco que no es justo que estés totalmente a ciegas con lo que está pasando.
Se agita de tal forma que parece mirar hacia arriba, aunque yo no he visto ojos de igual forma que no he visto boca. Y dice:
– No te voy a decir de dónde venimos, o si es de dónde, de cuándo, o de parte de quién. Sólo tienes que saber que ahora somos muchos aquí, y que muchos humanos adultos tenéis una hora de tiempo para convencernos de que merecéis continuidad. ¿Entiendes?
No puedo hacer preguntas. No se me ocurre nada que decir; mis colegas ahora quizá mantienen una conversación similar a esta. Ello dice:
– Queremos saber en qué falláis, cuál es vuestro problema de base, algo que seguro está incluido de forma casi orgánica en vuestra rutina y que veis como algo respetable y natural. La verdad es que me estás dando muchas pistas con tu silencio.

El primer día en el bosque es agradable, hacemos una excursión que se alarga hasta bien entrada la tarde. He traído un cenicero portátil y cigarrillos de sobras. Me siento bastante bien incluso con las prisas que tienen algunos por ver esto y aquello, que si una cascada, que si una zona que es “un prado la hostia de grande” (en el que luego no pasamos más de diez minutos)… Siento una especie de relajación pos-cabreo-monumental, como cuando has discutido con alguien y luego al paso de los minutos te has ido tranquilizando y vagas como sedado, como si nada pudiera hacerte daño; es algo así como lo que hay después del desespero, una extraña paz, la única paz que suelo sentir de una forma pura, blanca.
Los planes son: Mañana más de lo mismo; y pasado mañana por la noche quieren dar una vuelta por el bosque una vez haya anochecido, quizá hagamos una fogata en algún claro o algo así, aunque no sabemos si es ilegal por la zona.

A las seis de la tarde llegamos a la cabaña, y aunque había como tres o cuatro historias más programadas, estamos demasiado cansados. Unos se dedican a jugar a las cartas, alguno se duerme, y yo maldigo a todo el mundo en silencio por no haberme traído un par de libros para alejarme de todos y leer en algún lugar tranquilo del bosque.

Si lo que tengo es una hora, ya no me debe quedar demasiado tiempo. Supongo que da igual lo que diga, ya que este bicho, sea lo que sea, parece un buen detector de dobleces, de impostura, de comportamiento humano. Me ha vuelto a hacer La pregunta. Y yo vuelvo a hacer mutis involuntario. No sé qué coño decirle, comienzo a sentir una mezcla de terror y hartazgo. Lo más parecido a un trauma que he vivido en mi vida hasta hora, es sentir celos por una chica, o rabia por “tonterías” que nadie considera tragedias; esas pequeñas cosas que te van desgastando y que tienen mucho que ver con la rutina de seguridades que has seguido para no ser ese desgraciado que los adultos te decían que serías si no hacías esto o aquello con tu vida. Esas pequeñas cosas que pueden llevarte a la desesperación más absoluta, o a lo que un profesor mío llamaba Suicidio Neutral. Decía que suicidarse ya es de por sí triste, pero lo es aún más si encima no tienes ningún motivo en especial más que el hecho en sí de estar vivo y tener que afrontarlo.
Le digo a Ello que sinceramente no sé qué decirle. Que tengo miedo. No puedo contestarle cuando no sé si voy a morir en un rato, o qué es lo que va a pasar.
Y dice:
– Te queda muy poco tiempo. Y no estás ayudándote.

El segundo día en el bosque es un coñazo, lo noto además en algunas miradas; pero ya está todo planificado, ahora ya es una cuestión de orgullo, hay que completar los cinco días y después recordarlos el resto de nuestras vidas con cariño, inflando anécdotas y retorciéndolas. La verdad es que alguna vez me gustaría que los hechos estuvieran a la altura de la historia de los hechos. Caminamos y caminamos, haciendo una ruta distinta a la de ayer. No nos encontramos con nadie. La verdad es que quiero sentarme en una cafetería y tomar un cortado fumándome un pitillo o dos, quiero dar una vuelta por la ciudad y volver a reconocer los olores; quiero encender mi ordenador y poner “guarras” en Google. O quizá no quiero hacer nada de todo eso. Pero no quiero estar más aquí.

Le digo al bicho que necesito tener más información, que esto no es justo, que funciona así: tú me cuentas y yo te cuento.
– No. No lo entiendes. Lo que cuentas debe ser de verdad, porque lo quieres contar, porque necesitas contarlo. Si hablas esperando oír lo que yo te diga luego, será como si me sonrieras sin tener ganas. Ahora tienes que ser desinteresado.
Ahora tengo que ser desinteresado; es como si le hablarás a una chica desconocida en una discoteca sin tener la menor perspectiva de tirártela; es como leer un libro de física sin tener exámenes de física cerca; es como casarse con alguien por la iglesia sin tener padres mayores o abuelos a los que dar ese gusto. Como si te sacudieras la sardina o te hicieras un dedo sin orgasmo posible en el horizonte. Como si colaboraras con una O.N.G sin poder comentárselo luego a todo el mundo.
Es como si escribieras sabiendo que nadie va a a leerte.
– ¿Por qué sonreís sin ganas?
– ¡Ya te contesté antes!
– No, dijiste lo primero que te vino a la cabeza… ¿Por qué sonreís sin ganas?

El tercer día despierto (me despiertan) a las ocho de la mañana. Al parecer vamos a ver un sitio «muy bonito», aunque nadie sabe describirlo; tienen un nombre y una cruz en el mapa/guía turística, nada más. Al parecer el resto ya llevan despiertos como una hora, me meten prisa y me dicen que no saben para qué he venido, que no voy con ganas a ningún sitio. No les digo nada, pero por un momento estoy a punto de verbalizar que tienen razón, y que esto pasa cuando presionas a alguien para que haga lo que no quiere hacer. Pero como soy aún joven, tengo que comportarme como tal, así que me visto a toda prisa y afronto una nueva y joven jornada, con jóvenes rutas de montaña y ese entrañable desasosiego por ver si seremos capaces de ver todo lo que tenemos que ver en un solo día. Hay que marcar muchas cruces/lugares-vistos/trabajo-hecho. Si no luego no podremos decir que lo vivimos, que estuvimos allí, con el pulso por las nubes, atragantados de felicidad juvenil.

Me derrumbo y hecho a llorar definitivamente. Él/Ello ni se inmuta. Le digo que me mate si tiene que matarme, que me deje en paz de una vez, no sé contestar a su Pregunta, o al menos no sabré hacerlo de un modo que le satisfaga, porque soy una mierda, un ser patético, seguramente más patético de lo normal. Ni siquiera puedo mover los pies del sitio.
– No puedes moverlos porque yo no te dejo. Venga… ¿Por qué sonreís sin ganas?
Siento una extraña debilidad, me doy cuenta de que, efectivamente, no puedo echar a correr, no puedo huir en modo alguno de esta situación. Miro el reloj, en realidad solo ha pasado media hora. Queda media hora más. Tiene que pasar aún media hora para que sepa qué va a ser de mí.
– ¿Ahora estás llorando de verdad? Tengo entendido que también recurrís a fingir eso para conseguir vuestros objetivos.
Me atraganto, no puedo hablar. No puedo recordar nada de mi vida con claridad. Me vienen recuerdos vagos, momentos insustanciales, pequeños detalles que ahora que seguramente voy a morir no me parecen importantes, sólo paja, horas bisagra de un día de colegio a otro, de una jornada laboral a otra; me veo firmando papeles en el banco, intentando satisfacer a Fulanita, cenando en fiestas de cumpleaños multitudinarias en las que sólo deseaba volver a casa. Me cuesta mucho recuperar los buenos momentos, el pasado positivo. Estoy de rodillas en la hierba húmeda. Y oigo la voz nuevamente;
– ¿Por qué sonreís sin ganas? ¿Por qué lloráis sin ganas?…

A mediodía del tercer día, paramos a comer en un claro. Lida se ofrece cada mañana a bajar al pueblo (cuatro casas contadas), que está a unos tres kilómetros. Dani siempre se va con ella. Se dice -en ese tipo de conversaciones extrañamente animadas- que follan juntos; algunos/as están entusiasmados con la idea. Mónica, a mi juicio la chica más interesante del grupo, dice que sospecha querían venir solos a la cabaña, pero que no quieren que se sepa aún que están juntos. Al parecer Lida es algo así como un Objetivo claro para cualquier tío hetero, y no quieren sembrar mal rollo en el grupo. Cada vez se habla más a menudo del tema; hasta se especula con que seguramente paran de camino al pueblo, o al venir de él, para montárselo en medio del bosque; algunos cronometran mentalmente el tiempo que tardan en volver, porque al parecer el hecho de que quizá estén enrollados es emocionante y nos afecta a todos. Sinceramente, la idea de soportar a Lida a solas conmigo mucho más de una hora diaria, hace que tenga que volver a acordarme de respirar.
Nos comemos nuestros bocadillos. Personalmente es mi momento favorito del día, cuando paramos y no parece haber prisa por cumplir más objetivos; sólo comemos. Además el hecho de masticar y engullir hace que algunos dejen de hablar, lo cual proporciona una poco habitual tranquilidad. Quedan dos días y muchas rutas que ver. Una vez llevamos diez minutos sentados, y cuando aún estoy acabándome mi bocadillo, Lida se levanta y dice que hay que seguir, que aún nos falta mucho. Dani se incorpora enseguida y nos anima a todos a «darnos caña», arguyendo algo sobre si somos abuelos o qué, y de repente imagino su cabeza clavada en una estaca y le deseo mentalmente muchos años de convivencia con Lida. Ahora estaría dispuesto a ser el padrino yo mismo en la boda. Me levanto. Mi estómago parece soltar una exclamación.

Digo voz en grito que no sé por qué reímos ni por qué lloramos. No puedo pensar. Lo más exasperante de todo es que todo sigue igual, el bicho como una estatua, el bosque a lo suyo con sus ruidos, con su encanto nocturno de mierda, y el cielo tan sólo parece esperar ver morir a otro más ahí abajo. Le pregunto al bicho, ya furioso (yo, no el bicho) si es un extraterrestre.
– No puedes hacer preguntas.
– ¿Eres un extraterrestre o no?
– No puedes hacer preguntas. Te quedan diez minutos.
– Si no eres un extraterrestre, ¿qué eres, eh?
– ¿Por qué sonreís sin…
– ¿Eres un marciano, no? – interrumpo.
– No podéis hacer preguntas.
– ¿Y qué más te da? Podéis follarnos cuando queráis, ¿no? ¿Qué más te da que te haga una puta pregunta? ¿Eres un marciano o no?
Lloro como una nenaza, pero me he crecido, no le dejo hablar, sólo le interrumpo, le atosigo. Le hago preguntas hasta que desanda el único paso hacia mí que dio. Luego decido quedarme un momento callado, a la espera.
– No podemos ofrecer esa información – dice la voz metálica. Luego se queda un par de minutos en silencio. Y dice:
– ¿Por qué sonreís sin ganas? ¿Por qué lloráis sin ganas?…
Cada vez parece más un robot. Pero no lo es, tan sólo se ha quedado algo sorprendido ante mi ráfaga de rabia. Estoy en un estado que jamás he experimentado; ante la duda de si mi vida se ha acabado. No consigo volver a sentir esa sensación de alivio que tuve ante la perspectiva de la muerte. De estar de rodillas, paso a sentarme en el césped. De hecho, me estiro, me tumbo de espaldas mientras sigo oyendo las preguntas. Desisto de intentar dialogar.
– Te quedan cinco minutos.
Justo después de eso, oigo unos ruidos, sonidos que llegan de lejos. Me incorporo un poco y veo cómo en el horizonte unas ráfagas de luz roja suben hacia arriba y se desvanecen.
– Vuestras horas se están consumiendo – dice la cosa.
– ¿Estáis matando a la gente? – farfullo, rompiendo otra vez a llorar de golpe.
– No puedes hacer preguntas… Aún tienes algo de tiempo para contestarme.
Ninguna idea pasa por mi mente, ni diapositivas ni la cara de la persona que más quiero, sea la que sea. Siento una especie de lucidez extraña, algo cercano a ir demasiado rápido o demasiado alto, cuando la mente se te queda bloqueada y sólo sientes Nada. Es una especie de orgasmo sin el placer del orgasmo, diluido, lleno de vacío.
Una vez más, no hay respuestas.
Intento ponerme de pie. O más bien noto cómo algo invisible me pone de pie. Quedo recto con una facilidad pasmosa;
– Se ha acabado tu hora.
Justo cuando voy a decir algo, noto cómo mi boca es incapaz de abrirse, no me hace caso. Mis pies comienzan a unirse a la tierra que hay bajo el césped, y mis piernas entre ellas. Noto desgarrarse mis zapatillas, mis pantalones, cómo de mi cabeza está creciendo algo, como un tumor terrible y demasiado duro. Al tocarlo noto que es madera, corteza, es rugoso y seco. Mi torso es como de piedra a través de mi camiseta, mis brazos se enganchan a mí. Cuando me doy cuenta, veo que Él/Ello, está unos dos metros por debajo de mi altura. Crezco como en un video a cámara rápida. Todo es indoloro, y aunque también es extraño, no sé por qué no me sorprende, no estoy desconcertado. Comienzo a perder la visión hasta quedarme totalmente ciego. Y justo cuando empiezo a notar una agradable sensación, el aire, la altura, mis molestias de espalda desaparecidas, la ausencia de miedo, la rutina común al margen de mí, etcétera, entonces oigo la voz metálica otra vez, que dice:
– Los árboles nunca hacen daño a nadie, y no tienen que dar respuestas.

Son las dos de la mañana. Todos estamos preparando nuestras linternas. Era una norma traer una cada uno (es una de esas cosas que tienes que hacer para ser guai igual que los demás). La gracia está en llevar sólo las linternas.
Salimos. En realidad no hace nada de frío, así que podemos ir perfectamente en manga corta. Vemos cómo Lida y Dani se agarran de la mano y llevan una sola linterna para los dos (la sujeta él). Mónica me da un codazo y me susurra que es muy posible que todo este rollo de pasear de noche haya sido sólo para que ellos puedan,
a media luz,“oficializar lo suyo”; no me parece descabellado en absoluto. Luego me dice que no se siente muy bien. Ha encontrado en mí una especie de confidente, se sabe de memoria toda mi teoría sobre lo de Huir, y sobre lo absurdos que me parecen a veces estos viajes/excursiones/etcétera. Aunque en todas nuestras conversaciones, y con un optimismo auténtico y encantador, al final siempre me dice que algo se nos ocurrirá a nosotros para huir a nuestra forma.

[Normalmente los canales de Youtube son una basura, o están abandonados o sólo hay chorradas o pijas (algunas ya mayorcitas) que te dan consejos para maquillarte como Megan Fox o te enseñan los trapitos que se han comprado. Pero a veces se encuentran canales de calidad (una muestra en el video). Una tal Grace Randolph, una rubia pizpireta y más carismática que aproximadamente el ochenta por ciento de los periodistas (a nivel mundial…), utiliza su canal para hablar de las pelis que se estrenan; tan sencillo como eso; se espera a la salida del cine y habla con la gente. Ya está, no hace falta más. Eso sí, son videos sólo recomendables a los que sepáis más o menos inglés o no os importe no enteraros de la mitad (como es mi caso) y ayudaros con el contexto del diálogo y la deducción. Así no podréis vivir en Carolina del norte, pero basta para ver los videos de Grace.]

Vuelo nocturno

Un día de camino a casa son las ocho de la tarde y veo un avión comercial y más abajo algo blanco que cae, a lo lejos, un bulto. Pero todo está tan alto y tan lejos -el avión, el bulto- que enseguida me olvido del asunto. Luego al día siguiente hay un agujero de trescientos metros de diámetro a unos cinco kilómetros de mi barrio, en un polígono industrial. Y sólo está el agujero, no hay nada, no encuentran nada, no hay una piedra espacial ni nada parecido. Y yo asocio el tema del avión y el bulto blanco a aquello, pero decido no contar nada a nadie porque la cordura y la no-fantasía están tan de moda que no quiero que me tomen por loca. A todo esto, el avión que yo vi -está constatado- ha desaparecido, no ha llegado a ningún sitio, ni ha aterrizado ni se ha estrellado ni hay resto alguno de él. Con lo cual las familias de los tripulantes piden explicaciones y nadie puede dárselas y yo sigo sin hablar de lo que vi porque nadie más dice que lo vio (si lo vieron). A los tres días del avión y el bulto todo sigue igual y yo decido escribir un diario de todo lo que ha pasado, incluido el hecho de haber visto lo que vi y que no lo he contado y que los medios no paran de hablar del tema sin saber que había algo blanco cayendo que quizá tiene relación con el avión y el agujero, o quizá simplemente era una bolsa de plástico volando que yo confundí con algo que estaba más lejos y era más grande y sobrenatural.
Al paso de los días, o más bien de las semanas, se comienzan a celebrar funerales en los que no hay cuerpos; la gente llora y no se explica el suceso y yo sigo actualizando el diario despreocupada porque lo más cerca que están mis padres de leer algo tiene que ver con los prospectos de los medicamentos que toman.
Tengo dieciséis años y me gusta un chico de mi misma edad que no se la casca pensando en chicas como yo. En el diario que escribo, poco a poco, voy incluyendo datos personales que son aburridos y grises que tienen que ver con ese chico que nunca se la casca pensando en chicas como yo, que tienen las tetas tres veces más grandes que las chicas que sí alimentan fantasías, pero el culo también. Me cabreo fácilmente y los adultos dicen que es una fase, pero ellos a la más mínima se están cagando en todo, basta con que el coche de delante no arranque enseguida cuando el semáforo se pone en verde. De todas formas luego sonríen y te dan lecciones sobre la vida y, con todo, son muy a menudo tan desgraciados como la chica gordita que está empezando a madurar y cuyas fotos hacen que la gente diga cosas como «qué simpática…», para rápidamente cambiar de tema y rajar sobre alguien que no esté presente o volver a hablar sobre el avión y el bulto y Donnie Darko y lo emocionante que es la vida cuando te quedan bien los bikinis y no eres adolescente ni neurótica y te gusta lo que les gusta a todos y no pareces rara porque conoces al menos a más de cincuenta gilipollas que hayan pasado por Gran hermano. Etcétera.
La vida en el colegio es una sucesión de preguntas trascendentales que no me veo preparada para responder. Todos los adultos te agitan y abofetean -metafóricamente hablando- y te dicen que tomes ya decisiones si no quieres ser una desgraciada y acabar de camarera o pordiosera o puta o vendedora. Hablan de forma atropellada faltando al respeto a tres cuartos de la humanidad mientras te siguen agitando y abofeteando cada vez más fuerte mientras tú, aturdida, cada vez te sientes más confusa y más ansiosa por leer la guía Tab (guía práctica para suicidas) y ver qué posibilidades ofrece. Creo que sé lo que me gusta pero sé que eso no les gustará a los demás, tan responsables y “satisfechos” con sus asentadas vidas de poesía barata cebada de tópicos. Ni siquiera sé comenzar una conversación sin decir algún taco o aniquilar sin querer el modo de actuación de la gente que me rodea. Ver el ejemplo número uno en mi hermano: treinta años, un bebé. Cada vez que le veo por la calle o en situación de no-disimulo, parece que quiera hacerle una mamada a una pistola cargada. Él fue un hijo ejemplar. Pero esto se está volviendo muy personal. Así que volveré al avión y el bulto y la gente desaparecida y el morbo y el capullo que nunca querrá follarme.
Ese idiota, el que me gusta, es un buen chaval, pero sí, es delgado, incluso fibrado; es el típico tío que gusta a todas. Lo cual, supongo, no me hace mejor que esos que cuando ven una foto mía intentan saltarse media hora de golpe. Soy la misma escoria que ellos. Seguramente la publicidad y el cine y los patrones estéticos a seguir han calado en mí igual que en cualquiera. Pero desde hace tiempo, el haber visto aquel bulto blanco, me hace sentir especial.
Pasan cinco meses y ya está todo el mundo enterrado y a los medios ya no les interesa el tema, es como si no hubiera pasado. Debe ser jodido ser familiar del pasajero de un avión desaparecido y que los mismos periodistas y presentadores que trataron la noticia, esas mismas bocas, ahora hablen de lo que sea, pijas que se han operado el culo o mascotas de famosos. Cada día me levanto y me acuerdo de todo; he buscado más de una vez el ser testigo de algo extraordinario, algo que me descoloque y me haga dejar de ser atea. Algo así. Me daba igual si era ver al fantasma de mi abuela o ser partícipe de una ouija en la que el vaso no lo moviera tu amiguita Sarita la flipada.
Lo mejor de todo es que no hay respuestas, nada se ha solucionado, no hay Explicación a la que todos puedan aferrarse y sentirse una vez más Realistas y Adultos. El cinismo que más se lleva, el que está solapado y mezclado con el Comportamiento Ideal a seguir, no puede arrojar luz a la cuestión del avión. Es genial, es fantástico, y lo mejor de todo, quizá es una señal y simplemente dios abrió la boca en el horizonte y se tragó ese vuelo comercial; podría ser eso o que ahora esos familiares muertos estén en el pasado, quizá veinte años atrás, buscando la forma de volver a sus rutinas modernas. La conclusión es que, joder, al fin ha pasado algo interesante, algo que escapa de los putos pequeños detalles que se supone deben hacernos felices a rabiar a todos. Ahora vivo en una especie de viernes metafísico eterno.
Y sí, hay unas cuantas familias que están sufriendo, intentando superar la tragedia sin ni siquiera saber qué coño pasó. Pero esa clase de sufrimiento ajeno nunca nos ha impedido disfrutar a los demás de los ratos de entretenimiento que la desgracia lejana nos ofrece tan generosamente. Por todo esto es por lo que yo jamás conseguiré follar con aquel chico, ni me echaré jamás -si puedo evitarlo- un novio que no moje mis bragas sin tocarme.
Este es mi mundo, profesor. Y también el suyo.
No he querido extenderme mucho en ciertas cosas en cuanto al colegio. O no quería. Pero la putada de tener que escribir «algo», como usted dijo, para llegar al cinco en la signatura es algo que me ha puesto la ocasión en bandeja de oro; teniendo en cuenta que además usted es otro de esos tipos gordos que seguro ha sufrido las consecuencias de serlo; ¿no deberíamos apoyarnos entre nosotros en esta sociedad tan puta y esclava de lo superficial? Ya, ya sé que el ser guapa o fea no tiene nada que ver con la clase de lengua, pero usted seguro que me entiende. Puede que haga años que nadie le llamaba gordo. Pues ha vuelto a llegar el momento. Es usted un puto gordo seboso de mierda con quien jamás me desnudaría en la misma habitación, y lo sabe. Seguro que su mujer se aguanta las arcadas cuando follan y cierra los ojos y se imagina que está con alguien no-repulsivo. Llevo todo el año haciendo estos trabajitos, redacciones, relatos, o lo que sea que se le pasara por su horrible cráneo de gordo. ¿No quería un texto surrealista? ¿O al menos que lo intentara? Ya puede coger el avión, el bulto blanco, los muertos y toda la pseudo basura que se ha leído hasta llegar aquí y metérselos por su culo caído de gordo. Estoy hasta las narices de sus clases y de lo sabio que es. Ya puede volver a reunirse con los otros profesores y volver a llamar a mis padres para hablar con ellos conmigo delante: pero recuerde que le observaré. Sé cómo mira a mi señora madre, y no me gusta un pelo, me saca de quicio; ya sé que ella sí es delgada y guapa, siempre lo ha sido, pero si se le ocurre la gran idea de leer esto en voz alta…: Mamá, a este profe gordo le encantaría que te sentaras en su cara o te mearas en su boca. Y si por el contrario quizá todo esto es muy ofensivo y no lo lee el profe gordo, recuerda mamá que a los otros dos potenciales también les encantaría, e incluso a la única mujer que nos da clase, en mi opinión una lesbiana reprimida con hijos (biológicos): ¿no ha debido ser fácil llevar una vida falsa, no, Ingrid?
Creo que ya no me dejo a nadie. Bueno, tengo muchos compañeros y compañeras que son tontos de remate, pero ya se da por hecho con la edad, y además seguramente después de esto ya no vuelva a verles. (Tengo que acordarme de eliminar mi cuenta de Facebook). Vaya, esto sí ha sido una vuelta de tuerca, eh… A usted le gusta este rollo, hace que le fluya la sangre por su micro-pene de gordo; ya sabe a qué me refiero, todo eso de que en un relato todo debe ir destinado a un buen desenlace. Pues aquí lo tiene, todo esto es el final de mi historia real con esta escuela de pijos y putas. Por cierto, esto es un tiro a ciegas, pero supongo que no es cierto eso que dicen de que le van los niños, ¿no? Aunque tiene que reconocer que siempre lleva una Biblia encima, pillín; he visto cómo la hojea y la toquetea cuando estamos haciendo algo en clase; ¿es una especie de fetiche? No sufra. La verdad es que no me importa si es un toca-niños, y tampoco me extrañaría, de hecho cumple con los rasgos típicos de esos tíos que salen en fotos por la tele cuando se destapa una red de pederastas. Desde luego, si hay algo que a la gente le dé más asco que un gordo, es un gordo pederasta. Entiendo que quiera ocultar esa faceta, es ilegal, y al fin y al cabo los niños ya crecerán y les putearán como para encima meterles traumas tan pronto. Sobre todo si son gordos. Pero no se preocupe, si es tan discreto como dicen puede que no le pillen. Como profesor (aunque a mí no me engaña) da bastante el pego. Aunque me imagino que los idiotas de quince y dieciséis años no le interesarán. Usted es más de extremos; mi madre, los párvulos… No crea que yo no tengo parafilias, lo cierto es que fantaseo con que alguien esté dispuesto a beberse mi pis algún día. Lastima que el “chico que me gusta” antes mencionado no exista. Pero no crea que soy una degenerada, si alguien se bebiera mis pis yo estaría dispuesta a beberme el suyo; sé corresponder a ese tipo de… uhm… ¿cariño?… ¿Se aburre? ¿Ha dejado de leer cuando lo de los niños? No creo. Si lo que piensa hacer es quemar esto, sepa que he hecho más copias, las he metido en los bolsos y la carteras de los otros; ¿nunca han pensado en cerrar con llave la sala de profesores? Definitivamente, creo que esta es mi mejor obra, ¿no cree? Surrealista, misteriosa, autobiográfica, extrabiográfica, con niños, madres buenorras, tacos, pis… Es jugosa para todos, incluso a los que son como usted les puede inspirar y animar a revisar sus archivos de porno infantil. Como ya dijo una vez, puedo ser una “autora total” si quiero; aunque ya no sé si es que creía en mí de verdad o si es que aún era muy pequeña y se trataba de flirteos. Como habrá visto, he pasado de sospechar de su pedofilia a afirmar directamente que a usted le va lo de levantarse en camas mojadas (vaya… no es la mejor forma de decirlo en mi caso). Y ahora pasará a entender por qué todos tienen una copia de este escrito (sí, mi mejor obra). Todos esos pasillos a oscuras del colegio cuando se hace de noche pronto en invierno, pues verá, no podía esconderse en ellos aunque pensara que sí. Quienquiera que sospeche de este gordo (es decir, cualquiera…), que hable con la popular y pizpireta Violeta, la niña de segundo a quien estaba metiendo mano aquí el caballero de los “trabajos para subir nota” en los vestuarios femeninos del gimnasio cierto día de lluvia intensa y supuesta soledad de hace unos meses (¿ve? si al final tendrá razón, en cuanto me despisto me sale la escritora).
Esto le estará pareciendo una putada. No sé… siempre puede alegar que es todo ficción… Si es que… si no fuera por la fama que le precede… Puede consolarse con la idea de que ahora todos sus compinches sabrán que me va lo del pis; aunque claro, al no ser ellos asalta-cunas como usted… ¿Cómo lo llaman los de su calaña? ¿Amor a los niños?…
Quién le iba a decir cuando se estaba preguntando dónde habría ido a parar el avión, que en dos o tres minutos tendría que elegir entre la cárcel o el suicidio, verdad… Porque, con todo respeto, no le veo yo huyendo; no está en forma para pasar desapercibido poniéndose una gorra o una barba de pega, ni siquiera creo que tuviera fuerzas para conseguir pasaportes falsos y llevar una de esas vidas que luego alguien escribe y acaban siendo una peliculilla poco más que entretenida… Si ahora consiguiera verse el pito cuando se sienta, quizá tuviera una oportunidad… Sí, ya sé que yo no soy una sílfide, ni tengo siete años, pero no creo que se me pueda considerar algo más que Rellenita. Sepa que a algunos tíos les mola mi rollo. A mí al menos el sujetador me sirve para algo; aunque lo cierto es que usted casi podría llevar uno…
Bueno, no quiero poner más el dedo en la llaga. Reconozco que esto me divierte, lo cierto es que los enfermos hijos de puta como usted son la salsa del planeta Tierra. Que nadie le niegue nunca eso. Todos disfrutan con las historias escabrosas reales excepto las víctimas. Claro que, sólo es mi opinión. Me gustaría saber qué final le hubiera dado usted al relato del avión y el bulto misterioso, o si cree que la parte en que desarrollo esa idea está bien escrita. ¿Quizá demasiado minimalista? ¿Me he pasado de fría? ¿Qué dirían Tom Spanbauer o Amy Hempel? Sabe, creo que también me bebería el pis de Amy Hempel, esa tía ha hecho que me plantee la heterosexualidad casi como una enfermedad; ¿se ha fijado en los chicos de mi generación?, por dios…
La verdad es que sé más o menos qué final le habría dado yo al relato, seguramente algo a medio camino entre lo masticado y lo acomodaticio. Es decir, sin respuestas. Pero me gusta la idea del viaje en el tiempo. Ya sé que está algo manida, pero siempre he pensado que si hay algo que puede desparecer -aparte de las niñas secuestradas, etcétera- es un avión. Un avión puede esfumarse, cada vez estoy más convencida; la gente no debería tenerle miedo a las turbulencias o los accidentes, lo que deberían hacer es rezar para no acabar en el siglo XV, atrapados. Seguro que usted cogería ese vuelo ahora, aun teniendo que pasar toda la tarde en el aeropuerto, con retrasos y teniendo que salir a la calle a fumar. No parece algo tan malo. Quizá yo también iría, le acompañaría. Ya sé que debo ser demasiado mayor para usted, pero quizá podría mirarme mear algún día, a lo mejor si encuentra otra parafilia consigue olvidarse de los niños. Puede que la coprofagia… O ¿ha probado a vestirse de mujer? Sabe qué, olvide lo de la coprofagia, yo no tendría estómago.
Esto es todo, va a acabar como una especie de ensayo poco inspirado, lo que escribiría un David Foster Wallace encerrado en un ascensor y aguantándose el pis. Le diré una cosa: mi sueño es ser un robot, una chica robot, el modelo avanzado de una mujer cyborg que no tiene que asimilar nada, sólo actuar. Aunque claro, debería ser Water Resist como los relojes, si no a ver cómo cumplo yo mis fantasías.

[Arriba, trailer de “Somewhere”, nueva peli de Sofia Coppola. Una vez dije que no podía entender cómo una peli como “Lost in translation” podía no sólo no emocionar a cualquier adulto con un mínimo de sensibilidad, sino que además algunos decían que les aburría. Y si no puedo entenderlo es porque, en todo lo que tiene que ver con el cine de esta mujer, sólo con el modo de iluminar las escenas y colocar la cámara, ya consigue ponerme alerta, entro de cabeza en una especie de cuento de hadas adulto con banda sonora indie. El reto de “Somewhere” (que parece a todas luces una continuación del espíritu de “Lost in translation”) es que la película siga entrando como el agua y siga quedándose dentro de ti como una bala alojada en tu cabeza que no ha conseguido acabar contigo. De momento, la Coppola tiene toda mi confianza. En el reparto, un rescatado Stephen Dorff, y Elle Fanning (foto).]

Segundo año cero (Revisión)

Mila Kunis deambulaba ante las cámaras, y su dobladora clavaba el texto en sus labios. El argumento nunca me importaba cuando Mila se daba la vuelta y salía de la habitación. Sabes que estás ante alguien magnética de verdad cuando te da igual mirar a su cara que a sus tetas. A su culo que a sus ojos. Puede sonar vulgar y hasta misógino, pero también sincero.
Algo muy fuerte se desata alrededor de una veinteañera moldeada por el espíritu de un salido. Incluso Dios debía tener ayuda allí arriba, seguro; pero debería haber dado un toque a su jefe de personal.

Nadie podía preveer lo que iba pasar. Todos veíamos nuestras sitcoms, íbamos al cine, a IKEA; envejecíamos como todos los seres humanos de la historia, o moríamos prematuramente o teníamos suerte o éramos desgraciados. Y de un modo retorcido y enfermizo todo tenía sentido, eso creíamos: era abarcable, comprensible, explicable, y podíamos olvidar todo aquello que no lo era, porque o nos mataba lo suficientemente pronto o estábamos lo suficientemente lejos para poder obviarlo.
En cualquier caso, cada problema que tenías en la vida era sólo tuyo, y encima era sólo rutina, algo por lo que muchos otros ya habían pasado antes. Así que todo el asunto nos pilló a contrapié. Los dioses no existían. Ni tampoco Mila Kunis.

Conocí a Mila porque, veintiséis años después del segundo año cero, más o menos todos acabamos conociendo a alguna. Aunque espera, es cierto, yo acabé teniendo más suerte…
Ella nació y como bebé fue una niña normal, morenita y encantadora, con sus grandes ojos encandilando hasta al más pintado; Mila era heterocromática, tenía un ojo azul y el otro marrón tablero de ajedrez. Creció siendo achuchada por todas las mujeres que el cochecito de bebé encontraba a su paso. Según los nuevos evangelios a la venta en cualquier quiosco del Nuevo Mundo, unos dos meses desde que comenzara el segundo año cero, un cabeza de familia encontró un día un bebé metido en una cesta nada más abrir la puerta de casa por la mañana para ir a trabajar. El tipo, padre de tres hijos y con veinticinco años de casado a sus espaldas, al principio intentó dar el bebé a otra familia. Pero al final su mujer -se suponía- le convenció, y Mila creció con ellos.
Lo que nadie supo de ella hasta que todo el mundo supo quién era en realidad, fue la cantidad de problemas que dio a sus padres adoptivos; y con problemas no me refiero a malas notas o llegar tarde los sábados a casa. Cuando Mila tuvo doce años comenzó a desenvolverse de maravilla. La táctica era sencilla: morritos. Desde los doce a los quince comenzó a seducir hombres, tíos de más de cuarenta años, con familia, con los que ella se acostaba una y otra vez. Tíos a los que denunciaba después mostrando heridas terribles en su entrepierna; moratones, golpes, desgarros. Al final todos lloraban e intentaban echar la culpa a aquella chiquilla manipuladora; solía elegir tipos con un pasado turbio de adulterios, ladrones de guante blanco, millonarios corruptos, “respetados” banqueros, Hombres De Mundo, Yernos Ideales. Y todos daban con su culo en la cárcel por culpa de aquella Lolita. Porque ella se desvirgaba con todos. Porque si eres hija del Diablo no te hace falta operarte para una reconstrucción de himen.

Cuenta el tema de la pedofília, y suma, por ejemplo, unos cuantos accidentes de tráfico. O bebés que amanecían muertos a los pocos días de haber nacido. O accidentes aéreos… O lo más extraño de todo, todos aquellos casos terribles de combustión espontánea.
Era un modo de actuación aleatorio -acabó siéndolo-, sin un patrón de comportamiento. Cuando Mila comenzó a ver que podía hacer que las cosas cambiaran a su alrededor, simplemente comenzó a actuar. Si iba en el coche con sus padres y al mirar al vehículo de al lado a ciento cuarenta por hora, éste se desviaba y volcaba de repente si ella lo deseaba, pues ¿por qué iba dejar que todo continuara igual? Al fin y al cabo todo el mundo estaba siempre quejándose; por lo menos así el tráfico se ralentizaba y el resto de conductores tenían algo con lo que entretenerse al pasar por allí.
Cuando Mila tenía trece años, una amable enfermera dejaba que fuera a ver a los bebés recién nacidos de un hospital cercano a su casa. Se ponía de pie detrás de aquel cristal junto a los típicos orgullosos padres, y podía sentir quiénes de esos progenitores querían a esos niños y quiénes no. Cuando la respuesta era no (y normalmente lo era por la parte masculina de las parejas), el bebé en cuestión sufría al cabo de unos días el síndrome de la muerte súbita, que es cuando los católicos dicen que Dios se ha llevado a una de sus criaturas con él y en realidad todo ha sido cosa del Diablo. Es muy largo de contar. En definitiva, Mila lo pasó muy bien durante su infancia.
Y esa era la clave, ella se divertía y nunca era inculpada. Otra de sus fechorías favoritas era hacer estrellarse a los aviones. Se pasaba días enteros mirando por la ventana, esperando ver un diminuto aparato comercial allí arriba. Cuando veía uno, cerraba los ojos con fuerza. Y luego los volvía a abrir y miraba nuevamente. Bastaba con desearlo, como cuando la gente normal pedía un deseo antes de soplar unas velas de cumpleaños; solo que Mila siempre obtenía lo que quería.
Por la noche se sentaba a cenar y sus padres adoptivos no comprendían por qué ella sonreía mientras en el telediario hablaban de otro accidente aéreo. Era una locura, decía el presentador, atónito; la frecuencia de los siniestros comenzaba a ser diaria, y nadie entendía nada.

Durante su época del instituto era la sensación de su clase: guapa, mala, guapa. Podía acercarse a ti y decirte: “deberías fumar, deberías drogarte; en serio, la vida sana te mata igual, la única diferencia reside en que a mi manera al menos te divertirás. Hazlo, fúmate este pitillo, ten esta cajetilla, es un regalo. Si dentro de una semana sé que te la has fumado te haré lo que quieras. Y créeme, sabré si me mientes”. Mila invertía el proceso; si alguien pasaba de ella, moría al cabo de un tiempo en un desgraciado accidente de coche, de avión, como fuera, lejos. Para entonces sólo tenía que desearlo, ya no le hacía falta mirar, estar presente, focalizar. Los compañeros que no bailaban a su son pronto tenían billete en clase turista hacia Dios, aunque fuera al Dios rojo. El sexo era un arma, a Mila le gustaba como a cualquiera, y un rechazo le dolía igual que a las demás adolescentes. Y morritos; es importante reiterarlo, ella nunca tenía la culpa, aunque para entonces su mirada ya no pudiera esconder algo sutilmente terrible. “Mírame, no tienes que usar condón, a mí no me podrás dejar embarazada”. La gente seguía muriendo a su alrededor, unos veinte estudiantes y dos profesores creían que la habían desvirgado ellos. Para ella era divertido verles hacer el papel, podía jugar a ser un ángel mientras manchaba las sábanas de sangre. “¿Me prometes que no me dolerá?”. Nadie comentaba nada sobre ella, nadie quería sacar el tema; ella les hacía prometer silencio, y todos callaban indefectiblemente.

Todo aquello era antes de que Mila comenzara a interesarse por la interpretación, el cine, la televisión. Lo que le gustaba era conocer a más gente, hacer nuevos amigos y luego follárselos o matarlos. En su caso era indiscutiblemente cierto que la mejor droga era la vida; era inocente y pura a la vista, y en la primera prueba que hizo la cámara se enamoró de ella, junto a la jefa de casting y el productor de la primera serie que protagonizó.
Se desenvolvía con soltura en la ficción, soltaba sus frases y replicaba con naturalidad, sin esfuerzo. Sus compañeros la adoraban aun siendo tosca con ellos; su aspecto frágil y su baja estatura hacían que incluso enrabietada fuera encantadora. En apenas unos meses, el Anticristo ya era famosa.

Años más tarde, mientras se convertía ya en una estrella de cine, no todo eran risas. La situación familiar no era fácil. Papá a menudo hablaba por boca del padre adoptivo cuando la madre no estaba presente; eran secuestros corporales momentáneos.
Cuando Mila cumplió veinticinco años, Él comenzó a presionarla. Ya estaba bien, le decía, ya era hora; Él no la había dotado para la maldad y el liderazgo de masas para que sólo utilizara eso para follar o divertirse en secreto. El mundo tenía que entrar en su nueva etapa, y tenía que hacerlo ya. Todo estaba preparado.

El cielo respiraba ese olor nauseabundo a humanos perdidos. La modernidad física seguía comiéndole el terreno a cualquier momento inspirado, abstracto, auténtico; las soluciones y la revolución seguían pareciéndonos conceptos ajenos. Todo era un «no es problema mio» generalizado cebado por el sistema. Dios -cualquiera de ellos- era una marca comercial, y la mediocridad había tocado techo en un entorno electrónicamente romántico, falso en el fondo y reluciente en la superficie. El Diablo quería forzar su turno, y aunque su retoño fuera una chica caprichosa ya imbuida en los placeres toscos y la hipocresía de anuncio televisivo, Él estaba seguro de que llegado el momento sabría lo que había que hacer.
Había que ponerle precio al aire y cambiar el agua por sangre. Había que hacer que todo el mundo se mirara al espejo y viera algo más que avances en sus dietas; tenían que ver a un ser vivo sangrante. Todos estaban pidiendo a gritos cercos y fronteras, bodas pactadas y dictaduras brutales. Todos queríamos una patada en los huevos, ser arrastrados hasta un habitación sin ventanas con un guarda fuera. Nuestro modo de vida era un sinfín de rezos sin descanso a Satanás.
Era el turno de Mila en el estrado; la Princesa de las Tinieblas acabó levantando la mano, e inconscientemente entre todos le dimos el turno para hablar.

Tenía una arduo trabajo por delante. Sola no podía con todo, necesitaba ayuda. Y tuvo que comenzar con el ritual que había ido posponiendo con los años. Tenía que ir a ese hospital que ella conocía tan bien, entrar en esa habitación repleta de neonatos e iniciar el proceso de clonación instantánea. Había frases hechas y teorías de la gente de a pie que eran completamente ciertas; y es que tanto Mila como su Padre de sangre creían que nadie más podía hacer ciertos trabajos bien hechos sino uno mismo, o en su defecto alguien completamente igual.
Una noche durante sus veintiséis años entró en dicho hospital, y justo antes de que cualquiera pudiera hacer una pregunta ya estaba gritando por el fuego que comenzaba a comerle la piel. El truco de la combustión espontánea era práctico y creaba un buen entorno en el que trabajar. Todas las enfermeras y médicos de guardia comenzaban a arder cuando entraban en el radio de acción de Mila. Ella era ignífuga, obviamente, era la descendiente del nuevo Dios; podía sobrevivir entre el humo, y antes de que el fuego se comiera todo el edificio ya habría acabado su tarea. Soy Hija de Papá, se decía a sí misma como un mantra, esto debería ser fácil.
Entró en la habitación llena de bebés, con dos maletas enormes; tres enfermeras gritaban y chocaban contra las paredes ardiendo en el pasillo cuando Mila cerró la puerta, dejó las maletas en el suelo y encendió la luz. De la vieja Biblia Satánica que se comercializaba sólo había unos pocos textos útiles y auténticos. Uno de ellos era el de Las Nueve Declaraciones Satánicas. Mila tenía que posar la mano en la cabeza del futuro clon y recitarlas en voz alta. Luego debía repetir el proceso con cada uno de los críos, ya fuesen niños o niñas.
Comenzó con el primero, puso la palma de su mano en la cabecita: el bebé despertó. Mila sólo esperaba que nadie la interrumpiera, no quería tener que volver a empezar a enumerar los puntos con ninguno de ellos para hacer que algún medico comenzara a arder, con esa cara de idiotas que ponían al ver que nada de lo que daban por supuesto tenía sentido ya.
Ya preparada, cerró lo ojos, notando lloros en su mano, y comenzó recitando con energía: “Satán representa complacencia, en lugar de abstinencia”. Dos: “Satán representa la existencia vital, en lugar de sueños espirituales”. Tres: “Satán representa la sabiduría perfecta, en lugar del auto engaño hipócrita”. Cuatro: “Satán representa amabilidad hacia quienes la merecen, en lugar del amor malgastado en ingratos”. Cinco: “Satán representa la venganza, en lugar de ofrecer la otra mejilla”… Cada punto que Mila recitaba de memoria la hacía sentirse más segura. El bebé comenzaba a mutar poco a poco mientras su voz resonaba en la habitación; ese primer crío ya con un ojo azul y otro marrón no tenía nada que ver con el que era antes de que Mila recitara el sexto punto, cada vez gritando más de forma inconsciente: “Satán representa responsabilidad para el responsable, en lugar de vampiros psíquicos”. Siete: “Satán representa al hombre como otro animal más, algunas veces mejor, otras veces peor que aquellos que caminan en cuatro patas, el cual, por causa de su ‘divino desarrollo intelectual’ se ha convertido en el animal más vicioso de todos”. Ocho: “Satán representa todos los así llamados pecados, mientras lleven a la gratificación física, mental o emocional”. Y nueve: “Satán ha sido el mejor amigo que la iglesia siempre ha tenido, ya que la ha mantenido en el negocio todos estos años”.
La chica Anticristo, la antes cría encantadora, adolescente magnética y mujer fatal, supo lo que estaba desatando cuando vio mutar del todo a aquel primer niño; cuando en pocos segundos vio cómo sus brazos y sus piernas crecían y el pelo se convertía en una frondosa melena enmarcando una cara que era otra vez la suya. El cuerpo desnudo creció destrozando la cuna, se puso de pie, y era otra vez Mila Kunis, que sin mirar a la primigenia se dirigió hacia las maletas para ponerse algo de ropa. Papá parecía tenerlo todo controlado, planeado, cercado; igual que ella había sabido cuál era su misión nada más tener uso de razón, las clones se movilizaron justo al ponerse de pie.
Repitió el proceso con cada uno de los bebés. Debía haber unos quince. Más que suficientes para que el nuevo Reinado diera comienzo.

Mila hizo su ritual con bebés porque era fácil. El mismo proceso funcionaba con adultos, pero era claramente más complicado, algunos de ellos incluso aún decían creer en Dios. La verdad es que Dios había tirado la toalla hacía siglos, y además el cambio de estar con él a ser abandonados fue nulo. Muchos católicos se quedaban atónitos cuando, al morir, en lugar de ir al cielo a reunirse con sus seres queridos en paz, acababan reunidos con el Papá de Mila para escuchar las noticias: “Chico, no es que Dios no exista, es que hasta la misericordia tiene un límite. Tranquilo, te harás rápido a esto”. El cielo no era más que una suerte de realidad paralela donde los espíritus acababan tomando otros cuerpos para vivir en una especie de intención de paraíso organizado; es decir, según las escrituras auténticas, no era más que la Tierra 2. Con lo cual no se mantuvo en pie demasiados siglos; ese paraíso obviamente existía sólo por la voluntad de Dios, hasta que éste se hartó de que nadie quisiera acatar sus normas aún perdonando a diestro y siniestro. Además, dicho Dios no tenía una forma ni una doctrina concreta, era una especie de compendio de los de todas las religiones, así que nadie acababa de estar a gusto en ese ambiente. La razón de esa incomodidad era que allí no había ateos, y ningún ser humano creyente había estado completamente equivocado antes de morir, pero nadie tenía tampoco toda la razón.
Dios hizo las maletas y ahora nadie sabe dónde está; probablemente en un paraíso para él y quizá algunas santas que le hagan caso. El Papá de Mila siempre dice que al final “ese mamón seguro que se lo debe haber montado mejor que yo”. Los espíritus que vagaban en el el cielo, debido a que no existe el Limbo, acabaron en el infierno de los Kunis una vez se desentendieron de ellos. El Papá de Mila los acogió varios siglos antes de que Mila naciera. Y fue entonces cuando comenzó a hacer planes para mandar a alguien a tierra firme y conquistar esa parcela, de la que todo el mundo hablaba mierda un tiempo después de haber llegado al Infierno.

Las clones se paseaban por ahí creando Milas en cada niño con piruleta que veían. En todos los medios comenzó a hablarse de esa chica multiplicada, de experimentos científicos secretos; se hablaba hasta de extraterrestres. Se tardó poco en asociar a esas chicas morenas con la actriz emergente; sus entrevistas eran estudiadas y nadie veía nada raro en ella, aparte de que desapareció de los rodajes y abandonó sets carísimos para multiplicarse; como si el Diablo se hubiera corrido y todos sus espermatozoides estuvieran invadiendo la Tierra; cosa que, más o menos era así.
Las clones se descontrolaron, no eran distintas a la Mila original, tenían las mismas habilidades. La gente echaba a arder cuando ellas daban la vuelta a la esquina y entraban en una calle, las gasolineras explotaban y pronto cualquier gran ciudad del planeta humeaba hacia el mitificado cielo sin Dios.
Todas tenían la misma adicción al sexo; formaban orgías en parques con tíos encantados de no saber si al correrse arderían hasta morir. La idea de entrada era la anarquía, pero obviamente Papá no quería un mundo en que todos sus habitantes fueran mujeres calcadas a su hija. Y ahí fue cuando comenzaron los problemas. Había que frenar a las clones, pero las clones estaban encantadas de haberse conocido.

La Mila original se reunió con su padre adoptivo, y Papá comenzó a darle las indicaciones, mientras renegaba para sí mismo entre frase y frase; “sabía que una mujer no era la más indicada para el Reino de las Tinieblas”. Mila, algo avergonzada, le dijo que no sabía qué hacer, que las mujeres de la Tierra estaban extinguiéndose;
– Mi hija tenía que ser bisexual, no una hetero descontrolada…
– Lo siento, Papá.
– Aquí abajo se está llenando todo de católicas llorosas. Tienes que parar a esas putas ya, cuanto antes. En dos semanas habrán quemado la Tierra y sólo quedarán un montón de clónicas tuyas vagando entre cenizas. Tú sabrás lo que vas a hacer.
Mila se encerró en casa, en su cuarto lleno de posters, mientras fuera se oían gritos y explosiones. Estaba defraudando a su padre, mandando al garete los planes de conquistar el mundo. Después salió a dar una vuelta, a buscar inspiración. Y fue entonces cuando la conocí. No supe que era la Mila original hasta pasados unos días. Pensé que era una más, que me mataría o me usaría y no la volvería a ver. Me di cuenta de que había matices entre ella y las demás. Ella parecía sentir, parecía haber madurado de algún modo. Supongo que las clones actuaban de aquella forma porque no eran más que bebés que podían divertirse pilotando el cuerpo de una adulta.
Yo estaba sentado en un banco, en una calle relativamente tranquila; de vez en cuando alguien pasaba ardiendo y gritando, pero cuando llevas unas semanas viendo cosas así cada vez te alteran menos: en definitiva has pasado de verlas en la tele a verlas sin más.
Ojeaba un libro; creo que ella se sentó a mi lado porque era El Infierno de Dante. Al verla me alteré, pero algo en sus ojos enseguida me calmó; estaba destrozada, buscaba un hombro en el que llorar: tenía algo frío en la mirada, pero a la vez parecía que fuera a desmontarse en cualquier momento.
– Tranquilo, no voy a hacerte nada – me dijo.
Me dijo, como hablando para sí misma, que necesitaba ayuda, que no podía arrasar el mundo sola, o no como su padre quería. Su padre quería esclavos que creyesen que eran libres; quería que la gente pensara que había un paraíso para ellos aunque se pasaran los días cargando yunques como en un campo de concentración; quería a un montón de animales obedientes incapaces de revelarse ante las injusticias, que estuvieran atemorizados en secreto y relucientes en público; Él quería eso, idiotas que caminaran con la barbilla en alto aun siendo unos hipócritas asqueados. Y yo supe enseguida, que el Diablo no quería ser más que un político al uso, sólo que honesto de algún modo, no moralista, y directo en sus ambiciones. Yo había vivido eso, lo había comprendido y aprehendido, llevaba más años que ella en la Tierra, y ella no parecía haberse dado cuenta de cómo funcionaba todo. El infierno era la respuesta. Lo supe cuando me enteré de que Dios no existía, cuando estuve seguro de que el Diablo era lo que merecíamos. En ese banco, al cabo de una hora de conversación, una bombilla se encendió en mi cabeza al no tener ninguna duda, al experimentar el vacío de la nada en mi cerebro. Me había enamorado.

El proceso no fue nada gradual. Ella quiso que la acompañara, y yo fui detrás como un perrito faldero; quería saber más; quería ser su secretario, su mano derecha, su perro, su ropa interior, su puta.
Quería conocer al Diablo, y así fue. Él estuvo receptivo mientras me hablaba por boca del padre adoptivo de Mila. Le gusté. Quiso que la aconsejara, que trabajara para ella en la sombra. Quiso que fuera un secretario sumiso. Y dadas las circunstancias, ha sido lo mejor que me ha podido pasar. Tuvimos que reducir considerablemente la población mundial para poder acabar con aquellas termitas que Mila había creado. Pusimos a la gente a trabajar redistribuyéndola en empleos básicos, útiles. Ayudó el hecho de que la población fuera un tercio de la que era. Desapareció la pobreza y el control sobre la especie se redujo al tiro en la cabeza. Desaparecieron las cárceles y los medios de comunicación; no hacían falta. La información se redujo a obras intelectuales como libros y películas a los que Papá no daba importancia. Era una dictadura sin tapadera a nivel mundial: el mundo en el que yo había vivido, pero sin cabrones con corbata susurrándose al oído entre ellos. Era el infierno en la Tierra tal y como Papá tenía planeado. Éramos igualmente indignos, pero doblemente honestos. Sentí que por primera vez en la Historia de la humanidad el humano se reconocía como el egoísta que siempre había sido. Necesitábamos un héroe, y ya teníamos a la indicada. No existían los derechos humanos, pero antes tampoco habían servido de mucho; la gente se acomodó en sus restricciones, y yo vivía cómodo en mi puesto de funcionario satánico.
Los miércoles montábamos un desfile. Mila se sentaba en un trono subido a una enorme carroza sobrecargada de motivos góticos. Yo me ponía de pie detrás de ella, unos peldaños por debajo, en la sombra, como su consejero. Y como si Mila fuese el Cesar, yo de vez en cuando le susurraba indicaciones, para que sonriera, para que levantara la mano; “Saluda, Mila. Mira cómo te quieren. Casi tanto como yo”. La gente nos coreaba en lo que fue el principio del único orden establecido posible en esta tierra firme. La prosperidad no existe, ni las ambiciones ni las grandes lecciones de la vida. Sólo somos.

[Los americanos serán lo que sean, pero al menos ellos sí se curran los espectáculos de variedades. Uno a veces se queda de piedra con Youtube. En el primer video, el tema “reckoner” interpretado por los propios Radiohead, y en el segundo video una versión a capella. Un día las discográficas perderán el control del mercado y la publicidad, y las crías de quince años escucharán canciones así. Alguien debería hacer un busto de la cabeza de Thom Yorke que se pudiera ver hasta desde el espacio…]

Chico Listo

Llevo dos meses ya en mi propio piso, atrapado y condicionado por él, independizado y, según dicen, libre. Pero esto obviamente no se parece a la libertad que se desprende de muchos poemas y libros y películas: debe ser por eso que la gente quiere asociar esa sensación de agradable desarraigo familiar no a la libertad de movimientos, sino a la libertad emocional. Es decir, al menos quizá puedas elegir con quién follar en tu cárcel.
Lo cual no te pasa si la chica que te gusta se llama Chica Volátil y está liada desde hace un año con un tal Chico Chic, que tiene más estudios que tú, más dinero, una familia ejemplar, y un gusto exquisito por todo lo que esté a la vista, ya sea la ropa, tu coche o tu pecho depilado. Tatuajes, tus uñas, el corte de pelo, el vello púbico bajo control, dejando sólo un poco por encima en la base del pene; así si tu novia tiene las manos pequeñas y te afeitas con regularidad, tu polla parecerá más grande. Aunque esto último ya es especulación mía. En cualquier caso, uno de los objetivos básicos de los de mi generación sigue siendo tener buena pinta sin camiseta. Valoran la generosidad y los buenos sentimientos, aseguran que no podrían estar con alguien que no les cayese bien, con quien no conectaran. Pero siguen priorizando por encima de casi cualquier cosa el tener un desnudo de revista, con buen color, y quizá algún elegante/morboso piercing. La modernidad sigue presa de la superficialidad; lo que te pase por dentro son neuras tuyas; todo eso, como mucho te va a convertir en un friki. La mayoría de gente no ha leído el Ulysses de Joyce, lo cual no tendría importancia si del porcentaje de los que han oído hablar de él, muchos no presumieran de no haberlo leído.
Pero sobre todo eso, todos esos principios míos tan profundos y de los que tanto me vanaglorio y enorgullezco, Chica Volátil no me debe nada. Ella no. Ella no tiene que hacer nada, o más bien, puede hacer lo que quiera. Porque ella me gusta mucho, así, a secas.

Tengo la garganta áspera, dolorida, no tiene buena pinta cuando abro la boca ante el espejo. Es la independencia. Pasar de cinco o seis cigarrillos al día a un paquete y pico ha podido tener algo que ver. Pero si una cosa tengo clara es que jamás dejaré el tabaco; es algo que está por encima de mis posibilidades, no tengo esa clase de fuerza de voluntad. Solo un gran susto haría que me lo planteara seriamente, quizá un infarto o algo así; un medico tendría que mirarme a los ojos y decirme que he vuelto a nacer, y que eso del humo la siguiente vez me matará. Aunque otra posibilidad sería la de seguir fumando a pesar del susto, y un día quizá entrar a hurtadillas en casa de Chico Chic y acabar con él. Debería parecer un accidente, aunque eso no tiene mucha importancia; la gracia estaría en que libraría a Volátil de ese capullo (y por ende al mundo), yo moriría tarde o temprano a manos de Chico Strike, y la vida continuaría para todos igual. Ese es mi final dramático favorito: una especie de poema de Bukowski con Bella, Bestia y Pijo.
En la mudanza, por supuesto, traje conmigo la guía Tab. Si no me mata el tabaco, podría encargarme de ese asunto yo mismo. He pensado en repetidas ocasiones en el suicidio. Pero no por la guía, sólo hace un año que la descubrí. La guía, de hecho, creo que tiene más aristas de las que cualquiera puede apreciar; parece que a más me planteo la muerte, menos me apetece. Si hay algún mensaje entre líneas en ese tomo, no parece ser el de “acaba con todo de una puta vez”, sino más bien algo como “tú sabes que esto sólo es para echarse unas risas, ¿verdad?”. Y si no lo sabes, jódete. Es algo así como el primer libro que, si no te esfuerzas por apreciarlo en su verdadera esencia, podría matarte. Y la verdad, esa es una idea que me encanta. Es literatura poética y prosaica a la vez, política y anárquica, es agua y cianuro. O te adaptas a este juego con más de dos dedos de frente, o aquí sobras. Claro que, esa sólo es mi forma de ver el libro. Por otro lado, siento mucho respeto por aquellos que son capaces de asestarse el golpe de gracia a sí mismos por gilipolleces como que les deje la novia. ¿No pudieron ser acaso muchos suicidas los últimos románticos que quedaban? ¿No son gran parte de los triunfadores vivos de este mundo unos auténticos hijos de puta que lo joden todo?

Mi relación actual con el romanticismo viene a ser la misma que puede tener un yonqui con la coca: sé que me puede dejar un día tirado en una esquina, pero no puedo evitar seguir a lo mío. Es sintomático el hecho de que sólo pueda masturbarme pensando en ella. Es una de las pruebas definitivas. No basta con el cuelgue emocional, también tienes que estar deseando tirártela como un animal. Es algo muy chungo sabiendo que ella tiene novio, y que cualquier día de estos él hará lo que hace cualquiera que sabe siempre qué pone en sus camisetas y presume de no haber leído a Joyce: comprará un anillo. Él es de ese tipo de gente que cree que si pasas demasiado tiempo con alguien sin casarte eso te convierte en un hippie, en una especie de tirado irresponsable que no quiere afrontar el futuro ni adquirir responsabilidades. Sí, es más ególatra y conservador de la media. Pero a su favor hay que decir que al menos tiene más motivo que otros; sus padres tienen pasta, ha crecido rodeado de gilipollas conservadores, y en su mundo dios existe. Básicamente no es un capullo sólo por cuenta propia; más bien tiene el cerebro lavado, es un treintañero de los que cree que todo está bajo su control: te imaginas a unos cuantos así tirándose de las torres gemelas cuando aquello del fuego de la venganza, pensando mientras caían: ¿qué ha salido mal?
Y no sería lógico exculpar totalmente de esa relación a Chica Volátil, ella también se lo folla, los dos tienen su papel, y obviamente ella está interpretando el suyo gustosamente. O al menos eso parece. Lo cual indica que tiene mal gusto con los tíos. Lo cual me mete a mí en la ecuación, me da esperanzas. Porque ella no está con él por el dinero, la conozco muy bien para saber qué es lo que busca. Ella, ahora, lo que de verdad cree, es que ese tío es guai. Cree que al tirarse a ese mamón de trajes caros eso la convierte en alguien in. No sé si Chic caerá bien a sus padres, pero a bote pronto es obvio que él da mejor impresión que yo; es decir, si lo que te preocupa es el dinero… Ese tío usa en un solo día la gomina que yo puedo utilizar en todo un año para recolocar mechones rebeldes. Se pone trajes todos los días por su trabajo in, y seguro que recibe cada mes en casa la revista Emprendedores. Donde él en casa debe tener arte moderno, yo acumulo cómics. Su certificado de carrera colgado en la pared, en mi caso es un poster del Joker. Es el tipo de tiburón de despacho que mueve el dinero de un lado a otro, un inversor financiero que entiende de vinos y que dudo mucho le haga el cunnilingus a Volátil, al mismo tiempo que ella le chupa gustosa la polla. No hace mucho volví a ver imágenes del 11-S. Si ese mamón hubiera nacido unos años antes, quizá podría haber hecho esos viajes de negocios que también hace ahora, por toda Europa, por Asia, Estados unidos; y quizá aquel día del dos mil uno, podría haber tenido una pequeña reunión mañanera en uno de los últimos pisos de cualquiera de las dos torres del World Trade Center. Es mi nueva fantasía favorita después de Volátil desnuda, ese cabrón muriendo de la forma más absurda, con toda su confianza, saltando de una de las torres, volando con su traje caro, una peripatética figura humana cayendo con el logo de la CNN a su lado. De hecho, el terrorismo a esa escala siempre me ha parecido culpa de tíos como él. Como digo, yo tampoco soy ejemplo para nadie, pero no podré hacer mucho daño desde mi humilde curro y mi piso de mierda con poster enmarcado del Joker.

La historia de cómo conocí a Volátil es sencilla, y aburrida de escuchar. Una fiesta de cumpleaños. Amigas de una amiga. Chic no estaba, tenía que avanzar trabajo; puedo imaginarle apuntando en su agenda las horas en que podrá follarse a su novia. Fue hace unos cinco meses. Y hace uno mi hermana menor intentó suicidarse porque la vida es injusta y triste. Así me lo dijo, y no añadió nada más. Mi madre por teléfono me dijo que fue por un chico. Y cuando pasó aquello, durante un día o dos, Volátil se me fue de la mente. Y valió la pena, incluso asimilando que mi hermanita había mirado a la muerte a los ojos. En efecto, por norma general, la vida es injusta y triste. Los mejores momentos que paso últimamente son las pajas que me hago a oscuras. Hace mucho que no necesito porno; sólo me hace falta cualquier idea respecto a Volátil. Hemos salido juntos con más gente varias veces. Chic y ella se han unido a mi grupo de amigos, lo cual es sospechoso. Puedo imaginar a las amigas de Volátil distanciándose de ella por culpa de ese capullo, y cómo de rebote y al no tener Chic amigos de verdad, los dos han acabado con nosotros. Ella cae bien a todo el mundo, él les cae a todos igual que a mí. Se especula con que la tenga muy grande, o con que Volátil quiere su dinero, se dice que sea como sea, esa pareja no está junta porque se quiera. Sencillamente una tiene un polvo brutal, y el otro el futuro asegurado.

Y de repente me levanto hoy y en mi buzón hay una carta, una de verdad, escrita a mano, como las cartas de amor del colegio cuando te gustaba la niña rubia del pelo largo. Un folio escrito por delante, letra redonda e inconfundiblemente femenina. Es un texto copiado de Jonathan S. Cuthbert, el autor de La evolución de la depresión justificada;

“Puede llegar un momento en la vida en que la mentira te salve el culo. No importa si le dijiste a alguien neutral para ti que le querías, siempre que fuera algo irreal en el fondo. Toda una vida de autoengaño y falsedad puede ser compensada si eliminas el autoengaño y te quedas sólo con una falsedad que te ayude a mejorar, a superar tu obstáculo hasta que puedas quedar libre del todo. En el peor de los casos, podrás seguir hacia delante aunque engañes a los demás, pero no engañándote a ti mismo.” – Jonathan S. Cuthbert.

Acabo de leer el párrafo y me quedo dubitativo. Luego veo que abajo aún hay un garabato: Chica Volátil. Y su número de teléfono.

[Arriba, para los que nos merendamos un buen cómic de vez en cuando, nuevo trailer de “Scott Pilgrim…”, que parece ser la única película/cómic de este año que va a poder mirar a los ojos a “Kick-Ass”. Al menos los avances ponen los dientes largos. Y abajo, poster de la nombrada, que al fin se estrena este fin de semana. Es la última vez que hablo de ella; insisto tanto en esta peli porque creo que es de esas que convierte a espectadores Indiferentes en Cinéfilos. Si a mí me paso a los dieciséis con “Pulp fiction” es probable que a algunos esta les haga click! con su saludable anarquía y su gamberrismo.]