Archivo por meses: septiembre 2010

Lamrabet, Azumi (Revisión)

Lo de siempre y todos los días, Miss simpatía y Miss Universo y Miss Diosas celestiales Azumi abre otra caja marrón en su piso enorme y destartalado. Y saca la AK- 47 que esperaba, un clásico. Esto no es propio de una chica normal, se dice, a pesar de todo; esto está mal, es una equivocación. Esto, de hecho, no es propio de un ser humano corriente (o sea, feo). Carga el arma y apunta por la ventana a una mujer del montón (cincuentona, estéticamente muerta) que dobla una esquina entrando en la calle. Son las tres de la tarde, o algo así, no hay nadie más. Imagínatelo. Un zumbido, y su cabeza, la de la mujer, se zarandea y la pared queda rociada de rojo. Azumi cierra la ventana. Esto no está bien ni siendo la mujer más guapa del mundo, se dice. Pero ahora el mundo es una vieja menos más bonito.

En serio, tía, era aficionada a eso, Azumi se crió pensando que quedarse a medio camino es cosa de cagados, cosa de conformistas e inválidos sociales. Tenía cinco ligues a los que iba llamando; sabía las medidas de todos ellos; hombros, cintura, pene… Siempre firmaba con letra clara y el apellido delante del nombre, y pasaba los fines de semana siempre conmigo: sólo Miss Fotogenia (porque le encantaba mi lengua, o eso decía…). Aunque no dejaba de hablar nunca de sus novios, de sus “setas”como ella los llamaba. Se tiraba horas mirándose al espejo posando con pistolas y munición alrededor del cuello o la cintura. El mercado de las armas va viento en popa si es a base de sexo oral; hay ejércitos que esperan la llegada de cargamentos durante semanas, pero Azumi puede conseguir una ametralladora específica fabricada en el puto mundo de Oz en apenas tres o cuatro días. Podría tener su propio ejército de diferentes razas y orientaciones políticas y religiosas si comenzara a abrirse de piernas para esos patriotas idiotas funcionarios del gobierno. Créeme. El sexo lo puede todo, tía, destroza familias, convierte a las personas en juguetes, y le ha proporcionado a Azumi una colección de armas tal que hasta tiene alguna pistola que también utiliza como consolador.
Lo creas o no, nunca he sido bollera, pero ella me atraía, no podía evitarlo; no era una mujer, era como un pene de metro setenta con forma de mujer, como si a un hombre increíble en la cama le quitaras los únicos defectos que te molestan. En fin, no podrías entenderlo. Azumi era Azumi, podría haberme convencido para que me pusiera polla, me reconvirtiera en artista conceptual, me fuera a París y comenzara a hacer que todos me llamaran Adolphe.
Podría rezarle a Dios si ella no existiera, pero no a todos les gusta unirse al bando sospechoso de calumnias. Te escribo esta carta a ti porque sé que también sabes quién es. Nunca he escrito una carta así si no era a la persona de la que creía estar enamorada. Entiéndeme, estoy un poco descolocada, nerviosa. Ayer en todos lados continuaban hablando de esa luz sospechosa que se ve en el cielo, y de que dentro de poco podríamos estar todos muertos. Y lo único que pude pensar es que he desperdiciado un montón de horas en el gimnasio, con la gente equivocada, el trabajo equivocado, y la actitud polar que le vendía a todos y que he acabado por creerme yo misma. Mi mayor logro en este mundo con cuenta atrás es haber sido Miss Fotogenia. La señorita Palurda Superficial, de los Superficial Occidental de toda la vida. Pero sin mal perfil ante las cámaras. Ya sabes, soy como esas chicas que se ven en los marcos de los escaparates de las tiendas, y ahora veo que no me ha servido de nada. Azumi sabía darle una salida a todo eso, y ahora no sé dónde está. Con ella siempre podía coger y pegarle un tiro en la cabeza a alguien. Me gustaba ser la princesa que escondía una gran verdad, o la mentira que escondía una gran verdad. O bueno, no sé, ahora no sé por qué me gustaba a mí misma con ella. Pero eso es lo de menos. Mira, este era el discurso que tenía preparado si ganaba el certamen de Miss Universo:

“Gracias a todos. (Asentimiento, sonrisa, caída de ojos, limpiarme una lágrima imaginaria con el dedo, volver a sonreír, abrazarme a las compañeras más feas que yo).”

Luego el presentador me hubiese preguntado a quién iba dedicado mi premio. Para lo cual también tenía algo escrito:

“(Sonrisa amplia justo después de la pregunta, caída de ojos menos evidente que la anterior, amago de puchero, esperar mientras el público aplaude mi estado de aturdimiento debido a la felicidad, nueva sonrisa, respirar hondo y vocalizar con seguridad): Quiero dedicar este maravilloso premio a todos los niños que pasan hambre, y desear la paz en el mundo. Y que todos seáis algún día tan felices como yo ahora. (Asentimiento, sonrisa, pedir un pañuelo a alguien, limpiarme las lágrimas aunque a esas alturas aún no haya conseguido llorar, volver a abrazar a las perdedoras. ¡Y no tropezar!).”

¿Lo has leído bien? ¡La paz en el mundo! Para decir esa mierda entonces debía tener unos cojones del tamaño de Mercurio ¡La paz en el mundo! ¡Los niños hambrientos! Creo que en aquella época hubiera matado a niños de esos a cambio de saber elegir siempre el color de pintalabios adecuado según la ocasión; ya sabes cómo son esos artículos de las revistas, aprovechan la más mínima para tirársete al cuello.
La cuestión es que Azumi arrasó en aquella farsa, en todos los certámenes de belleza por los que pasó, y en los que muchas tuvieron que lidiar sexualmente con los tíos más asquerosos para asegurarse un puesto entre las diez primeras de su ciudad o país. ¿Imaginas mejor coartada para librarte de la acusación de asesina en serie que la de ser Miss? ¿Y si eres Miss Universo, la mujer administrativa y legalmente más guapa del mundo? Me hice amiga de Azumi porque ella sabía que no, nadie a priori pone en tela de juicio a una chica guapa en ese contexto.
La cuestión era: ¿matarías si supieras que hay una posibilidad entre un millón de pagar por ello? Yo miraba en los semáforos a la gente enfadada de los otros coches, oía las conversaciones que algunos tenían sobre sus jefes, y hasta los gritos absurdos de muchos padres a sus hijos pequeños. Y no me costaba tanto imaginarles abriéndoles la cabeza con un bate a sus enemigos sociales; rivales en el trabajo, ex-parejas, parejas de ex-parejas, cónyuges, suegros, alguien más guapo, yo misma, un personaje odioso de la tele… Todos muertos. Solo que todos dicen que lo piensan, pero que nunca lo harían. Porque respetan la vida. ¿Lo has oído? Respetan-La-Vida. En serio, tía, ese rollo me parece tronchante. Una vez me dijeron que era tan guapa que no parecía humana, y creo que es el mayor piropo que me han echado. Azumi me desmarcó de todo este juego de hipocresías, peajes y trincheras. Hacer el mal no estaba bien, pero nos pareció que era mejor hacerlo a nuestra manera que hacerlo de forma sutil para luego venderles a todos lo muy digno que es hacer cosas como tirar la basura en cuatro cubos distintos.

La policía suele venderse por una experiencia nueva. Cuando conocí a Azumi supe que con ella tenía la misma inmunidad ante la justicia que tendrías siendo el amigo de un mafioso que tiene untado a todo el mundo. Es todo tan trivial y previsible, el sexo, el hombre y el sexo, lo que hacemos si nadie nos ve, que un tío quiera que una chica se la chupe antes de llegar a los cuarenta… Azumi decía que hay por ahí un montón de gente que va diciendo que perdieron la virginidad a los dieciséis, cuando aún nadie se los ha follado de verdad. Prácticas como el sexo oral, o hacerlo con más de dos posturas, son cosas que un setenta por ciento de parejas no han hecho nunca. O eso decía Azumi, y yo la creía. Cuando ella llevaba a la práctica esas teorías siempre funcionaba. Policías, agentes de aduana, vigilantes de aeropuerto… Y a menudo cuarentones, casados, con la cara larga, la polla colgando triste dentro de sus pantalones y sin la más mínima posibilidad de hacer nada que les llenara hasta el día de su muerte. Así que imagina lo que significaba para esos tíos una mamada de Azumi. Para ellos era como meter la mano en el televisor mientras veían algúna porno a escondidas de sus mujeres, y poder agarrar por el pelo a la actriz de turno y meterla en sus salones tristes, perfectos y femeninamente amueblados.
Recorrimos miles de kilómetros. Y con esos tíos, lo agentes de aduana, los policías, etcétera, bueno, lo que luego hacíamos era matarlos. Es decir, con elegancia. De verdad, no montábamos un escándalo. Siempre se iban en paz y felices. Se iban agradecidos por haber vivido intensamente unas horas antes de morir. Y ten en cuenta que la otra opción para ellos era aburrirse durante treinta años más y acabar drogados en una habitación de hospital. En fin, Azumi decía que lo nuestro era humanismo, y que la vejez está sobrevalorada, igual que las parejas estables o la posición del misionero. Azumi decía que seguro que José lo hacía al estilo perrito con María. Decía que ella podía leerlo en las estrellas, y que podías descubrirlo si interpretabas como es debido cierto pasaje de la Biblia. No bromeo, fue una fuerte influencia para mí a nivel espiritual. Yo antes era otra.
Esto fue lo que me preparé para el pregón de las fiestas de mi ciudad de hace dos años:

“Conciudadanos y conciudadanas: Es para mí un honor dar el pistoletazo de salida en las fiestas de este año. Bebed y follad con prudencia. Gracias. (Levantar los brazos con energía y saludar con ambas manos a la gente de a pie)”.

Demasiado corto, me dijeron algunos, pero todos me aplaudieron a rabiar. Azumi me había animado a incluir la palabra «follar» en el discurso. Y era verdad, cuando aparece, todo lo demás importa poco. Y lo mismo pasaba en la vida. Todo el amor y la confianza y la estabilidad, todo el dinero y los logros y la prudencia y la familia formada y el cariño… Todo al traste. Azumi tragaba hasta los veinte centímetros con facilidad, y el resto de cosas desaparecían de sus vidas. El cincuenta por ciento de la gente dudaba, y el resto accedían siempre. De los que dudaban, al final casi todos se lanzaban. Solo algunas mujeres decían que no. Por eso siempre procurábamos canjear sexo con tíos. Viajar sólo es gratis dependiendo del concepto de moral del que hagas gala. Todos esos hombres que se corrían en la boca de Azumi eran tíos normales, a los cuales solo con cinco minutos convertías en hipócritas que habían envenenado todo su pasado, a sus mujeres e hijos, las reuniones familiares y todas sus ideas sobre la dignidad. Cuando Azumi escupía el semen, esos eran los restos de integridad masculina que quedaban desparramados por el suelo, y que esos tíos ya jamás podrían volver a recuperar.
Era una mamada hacia el nuevo mundo. Creías que eras de una forma, y al final resulta que eras humano como todos. Azumi decía: Gracias, cariño. Y pasábamos la aduana, o no nos multaban, o entrábamos gratis, o no pagábamos la gasolina. Y seguíamos nuestro camino.

– Tía, las campañas de marketing hacen llorar a las chicas de quince años.
Esa fue la última frase que me dijo Azumi antes de invitarme a vagar por ahí. Supongo que fue un curso intensivo sobre la naturaleza humana.
Las dos en el coche, y cuando llevábamos cincuenta kilómetros y yo aún no sabía dónde íbamos, ella va y dice:
– ¿Lo has entendido?
Para mí era muy importante que no me considerara una idiota, así que asentí. Pero me caló enseguida. Y dijo:
– Las campañas de marketing hacen llorar a las chicas de quince años. Porque los tipos de las discográficas se reúnen y eligen a un chico guapo vía casting. Y luego le escriben canciones cualesquiera y le dicen cómo tiene que cantarlas. Y hacen pasar eso por música a través de la publicidad. Y niñas de quince años conocen al chico de tanto verlo en la tele y adquieren su disco; y lo escuchan hasta la saciedad y en los medios no dejan de poner una canción del mismo. Y van a sus conciertos. Y lloran de felicidad. Así que las campañas de marketing hacen llorar de felicidad a las niñas de quince años. Pero con banalidad. Y nuestro primer objetivo es uno de esos peces gordos mentirosos. ¿Lo entiendes?
Entonces asentí, y ella se quedó satisfecha. Era una pena que a veces se colocase o se emborrachase, porque entonces surgía su vena más superficial, y no dejaba de hablar de minas antipersona, pistolas elegantes y granadas antitanque. Cosas así. Siempre que se la chupaba a alguien teníamos que volver a verle al día siguiente para repetir la jugada y dejarlo muerto en cualquier lugar. “¿Vieron a alguien sospechoso por la zona?” “No, sólo a dos chicas monísimas…” Dos chicas así jamás le meterían a nadie cinco balas en la cabeza. Ya se sabe. Azumi decía que había que matar a esos tíos a los que les hacía el favor sexual de su vida, porque una no puede sacar a alguien de la mediocridad para dejarlo tirado en la cuneta. De igual forma que la gente sacrifica a un perro terminal, lo más lógico parecía ser hacer lo mismo con una persona social y autoconvencidamente muerta.
Así que las víctimas circunstanciales tenían antes un achuchón de Azumi. Pero los elegidos, como el productor musical, a esos sólo los matábamos. Una gran belleza también conlleva una gran responsabilidad. No puedes tener el poder de conseguir cualquier cosa sólo con sonreír, y guardarte eso sólo para ti.
Estuvimos tres meses de un lado a otro, prácticamente sin gastar dinero. La policía buscaba a un tío, un asesino en serie. Lo hacían fijándose en el retrato robot de un calvo de mediana edad que, mientras nosotras engrosábamos su lista de cadáveres, debía estar en un curro de mierda, o viendo partidos y comiendo pizzas.
Luego Azumi despareció de un hotel en el que nos hospedábamos. Desperté y ella ya no estaba en mi vida. Espero que puedas aportar algo de información. He mandado esto a todas las personas allegadas, todas las chicas del certamen. Me ha servido de desahogo, y de testamento espiritual según dicen los telediarios. Podría haber escrito un libro, es la única persona a la que he querido de verdad. Espero que todo te vaya bien, seas quien seas. Te dejo con la carta de despedida que ella dejó para mí en su lado de la cama antes de irse.

Querida Miss Fotogenia:

No quería despedirme de ti. Mientras dormías he estado a punto de matarte, he llegado a poner el cañón de mi Colt favorita en tu nuca. No por nada. Tan solo por el meteorito. Pero luego se me ha antojado que sería muy injusto por mi parte. Has sido una buena chica, has soportado con dignidad que todos los tíos me eligieran a mí para las mamadas. Ya sabes por qué no quería hacer tríos; me parecía injusto matar a un tío después de hacerle realidad semejante relato de Hustler.
Tengo un proyecto para antes de que llegue el fin del mundo. No te he involucrado en él para que pudieras verte libre de ataduras. Además he decidido no matar a nadie más. He tirado toda la munición, y hacen rebajas del setenta por ciento en cualquier tienda de ropa que puedas imaginar. Aún hay quien no se cree lo del Apocalipsis. Créeme cuando te digo que somos afortunadas. Tenemos asientos al lado de las ventanas para recrearnos en nuestra propia muerte. Querida Miss Fotogenia, si recordara tu nombre ahora lo pronunciaría en diminutivo, y lo acompañaría de los adjetivos más cariñosos que pudiese reunir. Disfruta de la vida. He dejado bajo la cama una pistola preciosa para ti. En estos tiempos de final repentino, aprovecha para darle un tiro en la cabeza a algún ser mítico con ella.

Lamrabet, Azumi.

[Antes que nada, decir que el relato (para los que no lo conocieran; es decir, casi todos) tiene una continuación (o algo así) aquí, por si a alguien le interesa. Para el video, he elegido uno curioso para ser de youtube, ya que son nada menos que veintitrés minutos. Es una interesante forma de promoción muy recurrente en Estados unidos; en este caso son Emma Stone y Jessie Eisenberg cuando estaban de promoción por «Zombieland». Ellos mismos se lo guisan y se lo comen; presentan el espacio y contestan preguntas, tanto externas como las que se hacen entre ellos. Los que como yo pilléis un treinta por ciento de lo que dicen (o nada), fijaos más en el formato, o en los ojos de la muchacha, etc; los que ya seáis cinturón negro en vuestra academia de inglés -y si realmente se aprende inglés en esas academias- disfrutadlo. Obviamente Emma Stone pasa a ser a partir de ya musa proyeccionera, todas sus películas me gustan por un motivo u otro, y sobre todo me gusta ella. Aunque son muy recomendables la ya mencionada “Zombieland” y “Supersalidos” (sí, esta ultima incluso llamándose así). En otro orden de cosas, he escrito para Paniko Nuclear un artículo sobre uno de mis heroes personales: Takashi Miike.]

La dulzura

La verdad sea dicha: que una chica pierda demasiado pronto su dulzura, aquello que la hace chica (al margen de la edad), es una tragedia. La lástima es que la gente no le dé importancia; es como decirles que un bebé acaba de morir en África. Quizá sientan un leve pinchazo, pero nada que no se solucione con un chupito o diez minutos de televisión. Y es que, joder, naces y, si has tenido suerte geográfica todo empieza bien, pero luego, ya se sabe, te contaminan entre todos; primero tus padres, luego los demás y, si eres creyente, incluso Dios. Eres una fosa séptica andante. El único individualismo que todos valoran, el de abrazarse con fuerza a lamparitas de diseño, plasmas o teléfonos móviles, es justo el contrario del que deberían valorar. Por eso da igual si un buen chaval se convierte en un ejecutivo cabrón, o si una chica dulce se transforma en una tía enfadada y pintada como una puerta. Por eso nos resbala que mueran bebés en África.
Ya suena incluso a perogrullo decir que damos asco. Pero uno se da cuenta de esa realidad más que nunca en los momentos en los que experimenta esas perogrulladas en sus propias carnes.
Valoremos la vida según cómo la mayoría dirían que hay que vivirla (aunque luego vayan de pseudo-liberales): Estoy en un bar; una chica, la camarera, no para de esquivar los trastos que un tío con anillo de casado le tira. Sí, todo el mundo no es igual, pero me pregunto si es más honesto ese tío o muchos otros que llevan años como en coma junto a alguien simplemente por una cuestión de positiva percepción ajena, pereza, o en el mejor de los casos, cariño. Me pregunto si lo que pone el mundo patas arriba no tiene más que ver con engañarse a sí mismo que con engañar a los demás. Y sí, creo que en el fondo todos querrían dulzura, cada uno el tipo de dulzura que más se adaptase a sus necesidades. La camarera sigue evitando la mirada del tipo, sigue esquivando piropos cutres y bromas idiotas. Hay quien ha dicho que el ser humano está pensado para vivir unos treinta años, y parece tener bastante sentido; así no se agotaría el amor con tanta facilidad; quizá ni el sexo monógamo; así, incluso con muchos menos años de existencia, estaríamos más cerca de conseguir eso que llaman una “vida plena”, sin que ésta acabara convirtiéndose muchas veces en una farsa o un aburrimiento. Del mismo modo que mucha gente necesita llevar encima un Ipod con días de música para elegir y luego sólo escuchan lo que ya cabía en un walkman, de esa misma forma hemos alargado la vida con ciencia, y es probable que nos sobren muchos años de los que viviremos y también tendremos que llevar encima.
Donde algunos piensan longevidad, yo pienso alzheimer.
No lo puedo evitar, soy así. La camarera, ya enterrada en frases hechas y chascarrillos obscenamente sobados, le da conversación al fin al tipo casado. Porque no tiene salida; le quedan horas de trabajo por delante y es más fácil empezar a prestar atención al tío que seguir pasando de él. Es como no suicidarse por desgana; a veces todo se reduce al miedo al dolor. Quizá si la chica continuara haciendo mutis ante el “cortejo” del tipo, éste podría mosquearse y esperar a la muchacha hasta la hora del cierre para vete a saber qué. Hablamos de un tío casado, cercano a los cincuenta, algo borracho, con la mirada vidriosa y ya algunos años que sobraban encima. Lo suficientemente quemado por la vida como para convertirse en carne de programa de sucesos. Es este tipo de personas los que dan contenido a la televisión que ven mis padres. Es lo que ponen antes de las noticias del corazón. El tipo es el acosador, violador, maltratador o asesino, y la camarera es la joven acosada, violada, maltratada o muerta. Hemos visto la historia demasiadas veces como para no intuir cómo empieza.
Es la chica dulce, lo que el tipo amargado ya no tiene en casa. Los contrastes basados en la edad cuando se trata de mujeres son más severos. En algunos casos, cuando ves a alguien de sesenta años, idiota, enganchada al sensacionalismo, a quien nunca has conocido joven y que se llama algo como Francisca, se te hace casi imposible creer que alguna vez ese ser estuvo libre de prejuicios, etiquetas y brutalidad moral. Pero pasó.
Y lo que aquí pasa es que la camarera, una chica de unos veintitantos, aún parece conservar cierta dulzura relacionada no tan solo con su físico, sino también con el hecho de no haber sido arrasada aún del todo por las fuerzas del mal -y o las circunstancias- que nos rodean; eso que ha convertido al prototipo Francisca en alguien que, aun siendo muy mayor, no rige, no parece tener la más mínima inteligencia emocional o de cualquier otro tipo; entre otras cosas porque, en muchos casos, no ha tenido la posibilidad de tenerla. No le han dejado.
E incluso ese tipo odioso, entrado en carnes y pisoteado por la vida, parece saber reconocer a su modo a una persona aún con posibilidades de ser algo más que carne superviviente. Se nota esa energía, algo no necesariamente asociado a la juventud, sino más bien a la actitud, el carácter; algo que ha hecho que celebridades con esa misma fuerza innata acabaran con un tiro en la cabeza. Ya que, esa energía es realmente fascinante, pero también da miedo; y sobre todo les da miedo a quienes nos llevan y nos traen, a quienes les va muy bien con el prototipo Francisca enganchado cada día a la tele, ya tenga veinticinco años o sesenta.
Es ese tipo de dulzura, de magia. A veces la ves en un rockero de aire cínico y a veces en una camarera.
Ese rollo abstracto del que hablo, que hoy en día solo trasciende realmente en forma de películas, literatura, o ciertas piezas de arte concretas, aún no ha salido a la palestra en los ámbitos en que esa energía trastocaría de verdad el mundo tal y como lo conocemos. Se han formado ejércitos de millones de Franciscas que transmiten sus “conocimientos” a las nuevas generaciones. Es la amargura elevada a la máxima potencia. La necesidad de ver sufrir al vecino para poder tener algo de que hablar. Esa misma gente que dice ser feliz vería algunas veces el telediario comiendo palomitas si no fuera por el qué dirán. Es el otro extremo de lo que el tipo del bar ve en los ojos de la camarera. Todo lo cual es demasiado teórico o intangible así expuesto, pero te hace sentir bien, te lleva a lugares en los que jamás has estado y en los que no hay turistas, igual que las canciones, ya sean en tu idioma o no.

El hombre, apestando ya a alcohol a un metro, sigue hablando con la camarera. Son las ocho de la tarde. Ella habla solo cuando el tipo se impacienta. A este sitio le faltan unas tres horas para cerrar. Quizá más.
Todo el encanto que ella desprende solo fregando vasos o sirviendo café y cerveza, para el cincuentón en cuestión se reduce a sexo.
Probablemente por el mismo motivo por el que esta versión masculina del prototipo Francisca jamás sabría disfrutar de una película compleja, un cuadro o un concierto acústico, la camarera solo es carne fresca para él; aun no siendo una belleza espectacular, ese algo intangible que lleva de serie y que haría que otros se enamoraran, a él sólo le provoca una erección. Es como cuando un crío que apenas sabe hablar se ríe viendo Los Simpson; ve colores, movimiento, golpes, y eso basta.
La chica no muestra señales aparentes de agotamiento o agobio aún; sencillamente va de un lado a otro con los ojos del tipo en su culo, e intenta normalizar la situación. La información que le ha sonsacado Francisca/o: Es estudiante, trabaja aquí para pagarse los estudios, no tiene novio. Y nada más. Se a negado a decir su edad y apenas ha sonreído lo justo cuando su interlocutor ha soltado una risotada sarcástica en el momento en que ha oído que “la niña” no tiene novio.
Luego el tipo ha dicho que no se iba a ir del bar sin saber el nombre de “la niña”. Ella enseguida ha dicho que se llama Lillith. Hasta lo ha deletreado, ha contado por qué su nombre es extranjero y ha seguido fregando vasos con Francisca/o justo delante.
En realidad, el nombre Lillith esconde su propia historia genérica detrás; se dice que Lillith fue antes que Eva. Lillith, al parecer, fue la primera novia de Adán, la primera opción de Dios. Quizá aquella Lillith, que dicen era “un demonio de la libertad”, hubiera hecho otro papel en el paraíso. A veces es más interesante el borrador que el texto final. Quizá Eva no fue más que la primera cagada de Dios. Puede que no fuera una mujer dulce, ni desde la supuesta bondad ni desde la oscuridad. Por suerte casi todo en esta vida es mentira, menos lo que yo siempre he llamado dulzura.
Lillith, la real, la camarera explotada, dirige miradas hacia su jefe, un tipo con barriga, calvo y canoso en la nuca, que no ha dicho una sola palabra en defensa de su empleada. Yo diría que se siente en la misma onda que él, y cuando alguien flaquea en lo mismo que tú, te lo piensas mucho antes de recriminarle nada.
Si el ser humano pudiera volver a empezar, debería comenzar por hacer una buena lista de lo que podríamos llamar “roles inútiles”. Desde un punto de vista, debo decir, radicalmente basado en mi opinión personal, ¿de qué sirve por ejemplo un psicólogo? En el pasado, otra chica dulce que ya tenía su vida organizada lejos de mí, me dijo que al final lo que pasa es que tú pagas a un tío para que te escuche, y es casi seguro que si el tipo te habla no acabe diciéndote más que lo que tú ya sabías; sólo que como tu dinero se ha ido en ello y el hecho de acudir al psicólogo era un claro síntoma de voluntad de cambio, vas y le haces caso. Y en realidad eres tú mismo quien te has ayudado. Así que, ¿ese es un oficio noble? ¿Un proceso de iluminación a través de obviedades y pagos por sesión? ¿Cuántos pacientes hay de verdad necesitados de ese tipo de servicio, es decir, realmente jodidos, con traumas de infancia y mierdas que hayan enterrado tan profundamente que ahora necesiten auténticamente ayuda?
¿Y las sexólogas? ¿Qué demonios hacen esas tías aparte de recomendar lubricantes? ¿Cómo es posible que hayamos sobrevivido sin ellas durante milenios y ahora de repente sean necesarias? ¿Qué hay de los instintos humanos, ya no tenemos de eso? ¿Y alguien realmente en sus cabales que no sepa usar un condón o lubricante o tenga un problema fisiológico realmente grave, de verdad es una sexóloga lo que necesita? ¿Por qué dan ganas de ahogar con tus propias manos a las que salen por televisión?
¿Y los dietistas? Otra vez, milenios sin ellos y de repente están entre nosotros, y al igual que las sexólogas solo parecen estar para rellenar programas de televisión para Franciscas.
Y así un largo y en ocasiones mucho más obvio listado de roles que no parecen más que despistarnos de los asuntos importantes. “Profesionales” que no hacen más que hablarnos de minucias y chorradas, llenándonos y ocupando un espacio que podría servirnos para algo útil de verdad desde un punto de vista primario. Quizá esos problemas mentales, sexuales y alimenticios muchas veces no sean más que el resultado somático de haber ido escuchando año tras año tras año a esos supuestos linces de la mente y la salud idónea.
Francisca/o no se hace ninguna de estas preguntas mientras sigue atosigando a Lillith, sólo camarera, sin ambigüedades. Francisca/o sólo quiere sentir la jugosa cavidad de esa chica envolviendo su pene casado. Y no sabe el motivo, pero lo sabe, pero no. Y esa irritación de no entender exactamente por qué se siente tan atraído por ella, es lo que hace que esto se esté volviendo cada vez más violento. No solo aquí, sino donde sea; imagina esta situación pasando cada día en un lugar distinto, por los mismos absurdos motivos involutivos. Si Lillith, la primera Eva, está en el cielo o en el infierno recibiendo noticias de aquí, debe estar pasándoselo en grande, como si su sed de venganza de primera opción desechada pudiera llevarla a cabo sin mover un solo dedo, solo esperando.
El tipo se baja de su taburete de repente y se pone a bailar de forma absurda. Apenas hay clientes. Yo estoy sentado en una mesa con mi café y un periódico. El tipo dice, canturreando, que está muy contento porque se ha echado novia, una novia guapa y simpática, y la señala con el mentón. Supongo que no solo yo me habré dado cuenta de que lleva su anillo en el dedo anular. Lillith parece estar ya realmente harta; friega vasos que ya están fregados sólo para estar ocupada. El encargado sigue sin hacer nada. El resto de clientes tampoco decimos nada ni movemos un dedo. Me doy cuenta de que llevo aquí hora y media, observando, como espectador. Y creo que esa chica dulce de detrás de la barra está muy cerca, realmente cerca de dejar de ser dulce. Parece ser así como funciona; te aprietan hasta que te rindes, hasta que ya no tienes fuerza ni para seguir ni para detenerte. Y sencillamente vagas, vas perdiendo poco a poco lo que sea que te hace distinto a los demás, y vas mutando gradualmente hasta ir convirtiéndote en otro/a Francisco/a. Las lágrimas comienzan a correr por las mejillas de Lillith mientras el tipo dice que va a esperar a que ella salga del trabajo, ya sin canturrear; dice que quiere dar una vuelta con ella, que por qué no, joder. Grita. Yo me levanto de mi silla. El encargado me cobra. Vista de cerca esta chica aún encantadora es blanca de piel; ahora hace pucheros mirando sus vasos, se limpia la humedad con la manga, incapaz de pronunciar palabra. El encargado me da el cambio. Y salgo de aquí.

[En el video, un plan útil de Sarah Silverman (una de las mejores cómicas del mundo) para paliar la pobreza en el mundo (no os lo perdáis). En la foto (intentaré superar este tema rápido) la explosiva Christina Hendricks, una de las protagonistas de la indispensable “Mad Men”. No suelen irme mucho las mujeres que parecen diseñadas por un salido, pero en este caso no puedo hacer otra cosa que rendirme a la evidencia. Sólo verla pasearse por los platós de la serie ya vale la pena.]

Primera cita con Helena de Troya

Porque el amor es el mejor truco para conseguir sexo. Y porque es más barato beber café en un sitio que huele mal y tiene el volumen de la televisión demasiado alto, estuve yo mucho tiempo agazapado mentalmente, aunque físicamente sólo estuviera casi siempre sentado, y pareciera alguien al uso que nunca lee y sólo espera poder seguir haciendo la compra semanal.
Desde crío he estado metido -literal o metafóricamente- bajo las faldas de mamá, esperando oír ruido de tacones, asomándome de vez en cuando para ver otras faldas cuyas propietarias estuvieran dispuestas y no se asustaran fácilmente.
Fluía la sangre por mi cuerpo, más bien aburrida, como ancianos dando vueltas por una feria de muestras, recogiendo folletos mientras el tiempo se acaba.
Fumaba yo veinte cigarrillos al día y el cáncer no llegaba, me sepultaba en ciencia ficción esperando milagros, entendiendo que la creación artística humana consigue lo que jamás consigue el ser humano en sí mismo para con sus congéneres: coherencia, perfecta sugestión, belleza anti-arrugas, inmortalidad.
Porque una inyección letal es una buena idea en un mundo en el que muchos creen sufrir por culpa de Eva. Todo puede ser fe con el estómago lo suficientemente vacío, con los suficientes políticos rondando, con todos esos millones de optimistas aún sonrientes aunque ya estén hirviendo en la olla con la tribu bailando.

Estaba yo así, a medio camino de mi tumba, con cuarenta años recién cumplidos, con montones de libretas llenas de garabatos que nadie ha leído nunca. Poesía. Mi padre me dijo de crío que la mayoría de las mujeres no leían ni la etiqueta del champú, así que menos iban a leer poesía. Yo no paraba de construir textos sobre atardeceres, los putos atardeceres. Siempre me han encantado y siempre me han recordado a la muerte. Es la muerte del día, el reloj corre, otro tren ha pasado, no has aprovechado otra oportunidad… Todo ese rollo de manual de supervivencia.
Tengo centenares y centenares de fotos gracias a la tecnología. Antes alguien sacaba un par de álbumes y podías estar media hora entretenido. Ahora, a ese ritmo, necesitaría dos semanas para comentar y reconocer todas las fotos. Según todo ese material he vivido en un delirio de felicidad, siempre sonriente y a gusto. No hay modo más directo de deprimirse que mirar atrás; si has tenido malas experiencias, por eso mismo, y si las has tenido buenas, por eso mismo también. Pero todos son adictos a la memoria selectiva. Desde el momento en que empiezas a mirar fotos cada dos por tres en tu vida, menos queda del presente, más desaprovechas el momento. Y luego son esos mismos nostálgicos los que te vienen con el Carpe Diem por bandera. Esos recuerdo-adictos, que diría Palahniuk.

Así que ahí estaba yo, a mis cuarenta, soltero, viviendo solo. Y la vida era aburrida y previsible, porque la mujer que yo quería no solo tenía veinticinco años, además era la novia de un colega, un colega también de cuarenta años, amigo mío desde que nos cagábamos en los pañales, con quien jugué en el parque, con quien comencé a salir, a quien abracé borracho, alguien a quien he mentido, he dicho la verdad, he hecho reír, he puteado; lo que viene siendo un compañero de vida, de oxigeno.
Y él, divorciado igual que yo, va y se liga a la jovencita. Y no la quería, sólo quería tener algo más que porno. Pero el amor es el mejor truco para conseguir sexo. Así que lo que él me decía al principio es que estaba enamorado, me lo prometía, se hubiese cortado un dedo por ella, y así una multitud de etcéteras color rosa condón.
Capullo de mierda…
Le odié desde el mismo momento en que me presentó a esa Helena de Troya, esa post-universitaria adicta a Bukowski. Bukowski… Mi colega era de los que sólo se leían la contraportada de los libros para hacer los comentarios de texto en el colegio. Su última “lectura” fue un libro juvenil sobre perros parlantes que aprendían grandes lecciones de la vida.
Al principio la muchacha sólo me pareció una prueba de resistencia, sólo podía pensar en maratones de sexo cuando la veía. Pero luego la conocí, y me salió el poeta barato de dentro, aullando atardeceres, agilipollado perdido. Esa chica recitaba poemas de Bukowski de memoria, podía hablar una hora seguida sobre cualquier tema sin que te doliera la cabeza. Y luego, su encantadora timidez, los gestos… En fin… Atardeceres, me gritaba mi mente. Te mueres, me decía. Ya fumas dos paquetes al día y te cuesta unos dos minutos ponerte cada zapato con esos michelines. ¡Atardeceres!

Salíamos a garitos en grupo, todos, yo, mi colega, los colegas, Helena… Todo iba bien, eso parecía, nadie tenía problemas, todos estaban satisfechos con sus parejas, sus vidas, la rutina. Ya teníamos todos una edad, pero seguíamos activos, cenábamos juntos, íbamos al cine, incluso algunas veces a la discoteca. A esas alturas yo era el único que no había dejado el tabaco o estaba intentando dejarlo. Mi divorcio ya quedaba muy atrás. Había conocido a una chica de veinte a los veinte y nos casamos a los veinticinco; no debimos calcular bien, aún nos quedaba mucha vida por delante, y el cura no hizo desaparecer al resto de las personas. Así que con treinta y dos años, después de tontear ambos con otros, decidimos separarnos. Fue una separación amistosa. Aunque no debió serlo del todo, porque no volvimos a llamarnos. Y menos mal, al menos no tuvimos ningún hijo al que putear con la vida real.

Siempre se me daba muy bien disimular. O eso creo. Nadie sabía que ya no necesitaba porno para masturbarme. Aunque el sentimiento de culpa hacía que lo intentara, y cuando veía a todas esas ninfas gimientes, la cabeza siempre se me iba a otro lugar, y tenía que cerrar los ojos para poder correrme.
Sólo funcionaba una fantasía, o varias, pero siempre con la misma protagonista. Era la primera vez que yo era tan patético como mis poemas.
Y pasó un año, año y medio. Y mi colega llegó a decirme que ya solo seguía con ella por pereza, por desgana de ir a por otra, eran amigos y eso estaba bien. Tenía razón en base al pensamiento popular. Porque si tienes pareja estable sales mejor en las fotos, vas a las bodas, eres adulto, has madurado, etc. Es, ya estés siendo o no sincero contigo mismo, apariencia. Y para la mayoría de gente eso lo es todo. Necesitan mirar a un lado y ver su tele, mirar al otro y ver un sillón, y tener siempre rondando por casa a una chica a la que puedan llamar novia o mujer. Es el lote completo. Es, tal y como casi todos planean su futuro, el ideal perfecto de vida. De ahí a que yo me casara tan convencido a los veinticinco: ya lo había logrado, ya estaba, ya sólo quedaba ir tirando.

Mientras toda esa gente iba por ahí proclamando el Carpe Diem aun embarcados en hipotecas de tropecientos años, yo volvía a ser un adolescente enchochado con la delegada de la clase. Creí que al paso del tiempo se me pasaría, que quizá no sería más que una obsesión, envidia, o mera atracción sexual convertida en mito. Pero no, cuando sacaba a mi pene de paseo seguía teniendo que cerrar los ojos al final.
Dadas las tópicas circunstancias de historia de amor barata, y ya harto, decidí hacer algo.
Obviamente el plan no fue quedar con la pareja y decirles la verdad. El mundo es un lugar retorcido demasiado a menudo. Por más que mi colega le diera más o menos la misma importancia a su coche que a su novia, era demasiado orgulloso para dejar que las tornas cambiaran. Alguien templadamente reflexivo y optimista me hubiera dicho que hablara con él a solas, que le dijera que lo que para él sólo era un coño veinteañero para mí era mucho más, y que estaba sufriendo por eso. Pero como digo, las cosas no suelen funcionar así. En general somos egoístas, posesivos y crueles en el fondo; nos gusta el poder, sentirnos siempre orgullosos; tiramos bombas, nos matamos entre nosotros, nos ponemos histéricos conduciendo. Somos humanos.
De modo que la acción inteligente, sincera y altruista, ráramente tiene cabida.

Tenía que ser una carta anónima, depositada en su buzón. Algo agresivo. La idea era que mi colega pasara de problemas. Era mi oportunidad de alejarla de él y perseguir una cita con ella al cabo de un tiempo; teníamos cosas en común, éramos amigos, tenía su teléfono. Ella aceptaría verme, y yo se lo soltaría todo.
Si era verdad que mi colega ya sólo estaba en esa relación por apariencia, quizá un último empujón le sacara de esa obcecación monógama; puede que se planteara el follarse a otras, quizá volviera a sentirse joven, a recordar que todo eso de la estabilidad conyugal no iba con él, que él era libre y no estaba para aguantar tonterías. Él se había divorciado un año antes de que yo me casara, y lo que yo quería era que volviera a ser el tío que me intentó convencer de que me había vuelto loco cuando compré el anillo; el tío que después me dijo “Te lo dije”. Ese tío seguía dentro de mi colega. Sólo había que despertarlo. Además jamás aceptaría explicaciones de ella. Sólo obedecería a su propia tozudez, su encefalograma plano, su humanidad:

Esta carta es sólo para avisarte. Esa chica con la que estás no es trigo limpio. No importa quién soy, no me conoces, sólo importa la información que voy a darte.
Hace poco estuve con tu novia, quedamos un par de veces y follamos. Yo no sabía que ella tuviera novio. Pero ahora que lo sé quiero avisarte. Porque además no soy yo el único que se la ha beneficiado. Se dedica a chatear para quedar con tíos. Engaña porque parece tímida al principio, pero está claro que tiene un problema con el sexo.
Puede que seáis una pareja liberal. Pero por si acaso he querido que sepas lo que hay.

[Nueva recomendación musical: The National. Poco puedo decir sin decir alguna tontería de fan, hay que escucharlos (video). Solo diré que hay mucho estilo, mucha elegancia de la de verdad y por lo tanto, temazos. Cambiando de tercio, ya se ha acabado el festival de Venecia; “Somwhere” de Sofía Coppola se ha llevado el gordo (lo cual hace que se doblen mis ganas de ver la peli, así que la espera será insoportable). Por otro lado, «Balada triste de trompeta» de Alex de la Iglesia se ha llevado los premios de mejor director y mejor guión. Y Mila Kunis, musa reconocida (por mí) de este blog, ha ganado el premio a la actriz revelación, por «Black Swan» de Aronofsky. Me encanta este Palmarés. Para la foto, como Coppola ya tiene hasta un oscar, he tenido que elegir entre Alex y Mila.
Actualización: A propósito de «The National», podéis encontrar un artículo mío sobre ellos en la revista digital Paniko Nuclear (blogroll)]

El ático de Eva

Todo sucede con rapidez. Alguien nos abre la puerta. Huele como si machacaras rosas, las mezclaras con semen y añadieras perfume femenino. La mitad de la gente solo mira. El lugar es amplio, una sola estancia, están prohibidas las cámaras de fotos y grabar en video, todos los móviles yacen apagados dentro de una cesta al lado de la puerta de entrada. El ochenta por ciento del suelo son colchones dispuestos de tal manera que hay dos pequeños pasillos para voyeurs. Verónica me dice que de momento prefiere mirar, que ya veremos luego.
Las paredes están forradas con páginas de Hustler y otras publicaciones por el estilo. La anfitriona, una mujer de cincuenta años con los labios operados y un camisón rojo a través del cual se le ve todo, nos da la bienvenida. Nos dice que aquí todo el mundo está sano, que hagamos lo que queramos, nadie se va a reír de ese modo en que “la gente se ríe de los demás fuera de aquí.”
Nos llama la atención una pareja, una chica latina de unos veinte años; es entonces cuando vemos que algunos colchones están plastificados. La chica se acuclilla de tal forma que su vagina roza el pene semi-erecto de su pareja; la muchacha parece concentrarse. Finalmente comienza a orinar en el miembro, y este endurece a medida que siente la calidez y la humedad del pis. Cuando la muchacha ya no suelta ni una gota más, coge el miembro ya erecto con su mano derecha y se lo introduce. Luego cabalga con ganas. El resto de las parejas parecen menos entregadas; hay mucho sexo oral, y algunos practican el coito como si tuvieran miedo de romper algo. No nos sentimos incómodos mirando porque estamos acompañados por el resto de mirones. La mayoría observan como ante un escaparate aburrido; sólo algunos hombres se palpan el paquete por encima de los pantalones. La anfitriona nos dice que aquí la mayoría se han visto hoy por primera vez, que muchos ni se conocían, que hace esto los jueves, que vengamos cuando queramos: que si nos gusta no tardaremos en ser una de esa parejas liberales; algo del tipo «yo follándome a una negra mientras mi novia disfruta de un pene más grande que el mío.»
La chica latina sigue cabalgando, mueve su culo de forma frenética. El hombre que tiene debajo debe tener unos cuarenta años, no se ha molestado en quitarse el anillo de boda, y parece estar haciendo auténticos esfuerzos por no correrse. Finalmente palpa las tetas de la muchacha y pone esa cara tan descriptiva de llenar condones. La chica se incorpora y se une a la pareja que retoza justo al lado. Hay unas veinte personas desnudas; hay tríos, no vemos parejas homosexuales masculinas, aunque todas las chicas parecen a gusto entre ellas y con cualquier hombre. La anfitriona nos dice que una de las mujeres se quitó el hábito hará unos dos años. Nos la señala; le está chupando la polla a un negro; de hecho son dos, el otro está estirado en el colchón y pasa la lengua desde el ano hasta la vagina de la ex-monja, sin parar, una y otra vez. Como bebiendo en el desierto.
La anfitriona nos dice que la disculpemos, pero que su pareja de hoy ya ha llegado. Es un tipo muy rubio, albino, como una mancha; está musculado y ya se le puede ver un bulto en los pantalones. La pareja se va a un rincón, se desnudan con tranquilidad. Se acomodan. La anfitriona lame el miembro del tipo rubio, una polla roja más larga que la mía. Y más gorda. Detrás de nosotros alguien gime y nos volvemos. Una mujer de unos treinta años recibe las embestidas a cuatro patas de un chaval que no debe pasar de los dieciocho. La mujer lleva anillo de boda. Doy un vistazo rápido y veo que al menos unas diez personas los llevan. “La gente se ríe de los demás fuera de aquí.” Verónica me dice que no se lo esperaba, pero que se está calentando. El chico folla como si estuviera realmente cabreado. Como si el culo de esa mujer fuera el enemigo. La mujer llega a decir en voz alta «me corro» unas cuatro veces. A la cuarta el chico saca su pene y salpica literalmente toda la espalda femenina, mientras la mujer se derrumba resollando sobre sus tetas.
Los ventanales que hay parecen ser de esos con los que desde fuera solo ves tu propio reflejo. El sol entra filtrado, de una forma tímida. En uno de los colchones una chica hace que el tío de turno con anillo se corra sólo masajeando su miembro a horcajadas sobre él, con el pubis rasurado, sin llegar nunca a la penetración, sin usar las manos. El tipo eyacula salpicándose todo el torso y la cara. Otra chica se dedica a besar el frenillo de su pareja, lo besa y lo lame, pasa la lengua solo por esa zona mientra masajea los testículos. El tipo tiene convulsiones sin llegar a eyacular, hasta que finalmente ella deja de tocarle y la polla, ya sola y sin ayuda, escupe tres chorros blancos en el vientre masculino. Otro tío lame sin parar el ano de una chica joven y pelirroja. Ella se frota el clítoris con dos dedos y aprieta con la mano la cabeza de su amante contra su culo. El tipo lame ese punto rosado hasta que los dedos de ella separan los labios vaginales, que bañan con dos chorros transparentes de corrida la cara de él. Un par de parejas cercanas aplauden al verlo.
Al rato, la anfitriona vuelve y nos dice, mientras se limpia la cara con un kleenex, que hay vino, susurra que incluso porros si necesitamos deshinibirnos. Estamos aquí porque esta mujer es compañera de trabajo de mi novia, mi novia tenía curiosidad, y yo estoy tan salido como cualquier otro. La anfitriona bromea y le dice a Verónica que en cuanto ella se relaje yo podré tirarme a una cincuentañera ninfómana. Los dos sonreímos como si nos apuntaran con una pistola. Dice que en el fondo todos aquí vienen a por lo mismo, esto no es más que otra forma de porno. Como no pueden tirarse a las hermanas de su mujeres o a la vecina, etc, aquí se desahogan. Esto, dice, es como la versión sexual de una galería de tiro. Vienen los tíos que necesitan más, y las mujeres que se han forjado una imagen de corrección que no quieren ensuciar. No digo que vosotros seáis así, añade. Aquí encuentran el sexo oral y la lluvia dorada que les es imposible conseguir en la vida real, dice. Lo creáis o no, mucha gente no quiere comerle los genitales a su pareja. Y esas parejas acaban aquí. Aquí yo soy Dios y os podéis comer las manzanas de todos los árboles.
Suelta esa frase, que suena como si la hubiera dicho ya mil veces, y vuelve con su mancha amarilla con polla.
Algunas parejas follan tan despacio que es como mirar una pecera, dan ganas de ir a tocarles en un hombro para ver cómo reaccionan. Otros/as en cambio parecen haber pasado un mal día, y necesitan clavar o que les claven, a toda velocidad; acaban y se van a por la siguiente polla, a por el siguiente coño mojado. Hay tíos que son capaces de parar, sacar el miembro, escupir un par de chorros y después seguir dándole. Se oyen cachetes y gemidos. Verónica dice que se está mojando. Que deberíamos irnos a casa. Le digo que espere, que se fije en la muchacha pelirroja de antes. La chica solo quiere que le coman el culo, que le penetren el culo, dice que lo otro ya lo tiene en casa. Lo dice en voz alta. Verónica murmura, en un tono neutro, que si quiero montármelo con ella, esa tía. Le digo que no.

[Para el video he elegido uno de esos que me suscitan muchas preguntas (casi todas estúpidas). La muchacha de arriba recibe tropecientas mil visitas cada vez que cuelga un video. Lo que me desconcierta es su actitud; parece totalmente inocente y honesta (aun con esos escotes), y da la sensación de que cree en todo lo que dice, ya sea en relación con sus pequeñas lecciones de japonés o lo mucho que le gusta todo lo relacionado con el anime, el manga, etc. Sin embargo, habría que ver qué pasaría si se… tapara. Aunque pensándolo bien, la muchacha tiene todo el derecho de usar como reclamo su (“terrible”) cuerpo, ¿no?. Como internauta me parece estupendo, es encantadora, dan ganas de “adoptarla”, aunque no sé si su “mensaje” llegará como es debido a las mujeres heterosexuales o los gays (aunque igual a estos últimos, que suelen ser más abiertos y menos cínicos, les podría hacer gracia…). En la foto, un dibujo de la ya mítica Lolita internauta.]

Lily

Estoy que muerdo, estoy sangrando. Son esos días del mes. El móvil no para de sonar porque ayer iba borracha y me puse a hablar con un tío, un tío sin más, repleto de “buenas intenciones”, a reventar de frases hechas, con los testículos produciendo semen mientras me decía lo mucho que necesita siempre “estar con alguien”. Miradas a mi escote, polla morcillona. Hacía meses que no salía un sábado y me metía en una discoteca. Ahora recuerdo por qué. Me puse mi vestido, me embutí en ese trapo como siempre hago cuando mis juguetes me empiezan a aburrir. Pero ellos no hablan, no te intentan convencer, no son “ingeniosos”. Ese tío no paraba de apartarme el pelo de la cara, me acariciaba la barbilla con un dedo cada dos por tres. Mis bragas estaban secas, mi cabeza ida, las defensas bajas. Me sentía bien y me reía de él, pero a él no le importaba. Todo vale, la química entre dos personas para muchos consiste en el mero encuentro. Le di mi número de móvil como a la décima vez que me lo pidió. Sexo a la fuerza. No son ni las once de la mañana y el móvil no para de sonar. Mis amigas nos observaban desde un rincón. No sé bien el grado de amistad que me une a ellas; creo que solo sigo en contacto por el miedo. Mi gran aliado.
Nos fuimos y el tío se quedó contento con mi número. Podría haberle dado uno falso. Podría habérmelo tirado a oscuras y seguramente hoy ya no se le ocurriría llamarme. Podría haber hecho tantas cosas. En la vida. La alarma de este trasto no deja de sonar; qué moderno, qué bonito, qué montón de mierda. La melodía es la de una serie de cuando era cría. Y ni siquiera veía esa serie, sólo la conozco de oídas. Sólo estaba un día sentada en una terraza con alguien y me la descargué de puro aburrimiento htc. Que es cuando estás con alguien que en lugar de relajarse se conecta a facebook o intenta averiguar cómo narices se utiliza tal o cual aplicación que jamás volverá a utilizar. Esos pequeños retos, esas personas siempre conectadas, siempre con quinientos euros listos para comprar el siguiente trasto que salga al mercado: optimistas por fuera y usuarios de Twitter por dentro. Profundidad de unos pocos centímetros, y luego, a rajar de quien no esté. Odian su trabajo pero adoran su trabajo. Tienen pareja pero al verlos juntos a menudo dan ganas de inyectarse aire en las venas. Adultos, modernos, sencillos. Sencillos. Muy sencillos. Nada ambiciosos pero atentos a cuando alguien es menos, tiene menos, busca menos, o simplemente es distinto. Siempre tienen un libro esperándoles, nunca tienen tiempo, todo es maravilloso.
Me chuto dos tazas de café. Dos aspirinas; una de ellas la chupo como si fuera un caramelo; es como saborear yeso. La radio me grita que vuelva a otra discoteca. La apago y me voy a la calle. El móvil deja de sonar: doce perdidas en dos horas. Al final del día podré hacer un cálculo simbólico de lo buena que estoy.
Decido que no llamaré a nadie. Si me llaman quizá me mueva o quizá no. Comeré fuera. Puede que luego me meta en el cine. Y todo sola. Hay gente que hace terapia por menos. Siempre depende del caso que quieras hacer a los demás. No es que quieran que seas feliz, quieren que seas feliz como lo son ellos. ¿Al cine sola? ¿A comer sola? ¿No llamar a nadie? ¿Diecinueve años? ¿Mal gusto vistiendo? ¿Y siendo tan guapa? ¿Vibradores? ¿Enseñar demasiado escote? ¿Chupársela a los tíos?
¿Odiar a la humanidad?
A mediodía me meto en un bar inmundo. El tío tras la barra no para de mirarme mientras juega con su anillo de boda. Hace unos bocadillos cojonudos, me como uno de beicon, luego un flan; cortado, dos cigarrillos. Me quedo un rato mirando la tele de plasma que el tío aceitoso tiene puesta con el volumen demasiado alto. Una señora grita a otra en un plató colorido; no parece estar cabreada de verdad; sin embargo el publico aplaude cada diez segundos. Cuando veo que fuera se está nublando, pago y salgo a dar una vuelta.
Huele a lluvia. Son las tres de la tarde. La cartelera es una mierda. Me siento en el banco de un parque. Hablar y hablar y hablar y hablar sin decir nada, eso es pensar. Yo soy una experta. En mi mente he sido una homicida, he llevado un uniforme nazi masculino y he comandado ejércitos ordenando ejecuciones cuando estaba harta. He sido actriz porno, panadera, mecánica, azafata de las que se tiran a los viajeros en el lavabo del avión. He sido presentadora de televisión y puta de alto standing. Todo parece más emocionante que la vida real. Todo lo que hacen los demás. No conozco ninguna de esas vidas, así que puedo imaginar que son fascinantes. Me imagino con mi pelo y mi cara, sin envejecer, cambiando de uniforme cada dos meses, de país cada dos años, y de pareja cada tres. Eso dicen que dura, tres años; el amor de verdad quiero decir. El resto al parecer es tesón y paciencia, hijos, proyectos de futuro, miedo a morir solos. Me encanta estar viva y que la gente crea que no cago al mirarme a la cara. Me levanto del banco del parque. En un banco de al lado había tres viejos, tres carcamales que no paraban de hablar en voz alta, discutiendo sobre mi más que segura nacionalidad sueca. He dejado que crean lo que quieran, que sueñen lo que quieran. No hay mayor halago que la masturbación ajena. ¿Y tan sucia? ¿Tan malhablada? ¿Está teñida? ¿Siempre con las uñas de negro? ¿Es inmigrante? ¿Conoce a mi novio? ¿La ha visto mi novio alguna vez?
Tengo el pelo demasiado largo y rizado, no hay apenas diferencia entre mi bello púbico y lo que tengo en la cabeza. Tengo buenas tetas, grandes pezones rosados, tengo curvas hasta el punto de no poder dedicarme a la pasarela. Soy ese tipo de chica que se salva por la cara bonita, pero que muchos verían perfecta solo con unos kilos menos. El móvil sigue sonando a ratos, hace que suba mi autoestima. Camino sin rumbo y no rompe a llover. Nadie que no sea ese salido me llama, aunque creo que no tengo ganas de hablar con nadie hoy. Quizá sí acabe en la consulta de un psicólogo, puede que saliera un buen material de ahí. Desde hace unos tres años acumulo libretas llenas de garabatos que escribo por las noches. Relatos, pensamientos, a veces solo tacos, el dibujo de un pene con venas, o ángeles sin cabeza, tubos que entran por los orificios de chicas manga dibujadas a lápiz… A veces lleno cinco páginas y a veces me conformo con escribir una frase del tipo: “La cajeras de los supermercados quedarán un día todas para suicidarse en Port Aventura”.
Paso por delante de los escaparates y los tíos que esperan a que sus novias se sacien se me quedan mirando. Creo que dejé de hacer eso a los diez años, y solo me pasaba con las jugueterías. Me habré fumado unos veinte cigarrillos desde que desperté. No deja de sorprenderme el tesón del tipo de ayer, parezco una alarma humana. Me meto en una cafetería y nadie entiende por qué no cojo el móvil o lo apago. Ya me he acostumbrado al sonido. Alguien sube el volumen de la tele. De golpe me entra la risa floja y todos me miran, la alarma sigue sonando y encima ahora no solo no cojo el teléfono, además me hace gracia la situación. Me bebo de un sorbo mi cortado y salgo entre el murmullo de la gente; esos grupos de amigos y amigas, esas citas incómodas post virtuales, esas señoras mayores viudas que parecen más idiotas cada año que pasa. El local está abarrotado, y justo cuando pongo un pie fuera, el móvil deja de sonar, y soy una gilipollas para todos. Para el mundo.

Me doy cuenta de que llevo todo el día fuera, vagando por las calles, como buscando que alguien me atraque o me viole. Eso diría mi padre. Para mi padre sigo siendo un adorno, una niña que debería estarse quietecita y a cubierto. No es mal hombre, pero ni mucho menos es buen padre. No es que haya muchos. Se ve que con la intención basta. Tengo la suerte de ser la hermana pequeña de alguien que ya está casado y con dos gemelos de lo más monos, siempre serios e impertérritos. Mi madre dice que si salen como yo acabarán envenenándose la sopa algún día. Mi madre siempre ha pensado que soy una mala persona, siempre saca la peor conclusión respecto a mí. Ya me da igual si en el fondo me quiere o es la bruja del cuento. A mí tan sólo me parece una zorra, una cabrona amargada que no quería tener hijos. No la culpo.
Voy de local en local, entro en bares y llevo tanta cafeína en las venas que me tiembla la rodilla cuando estoy sentada. Un tío intenta darme conversación en la barra de un garito lleno de obreros. Me pregunta que si soy rubia de verdad, que de dónde he sacado “ese pelo tan bonito”. Va borracho, aunque me atrae más que el gilipollas de ayer. Me dice que quiere dejar el curro y echarse una novia guapa como yo. Le digo que debería dejar de beber por hoy. Me pregunta que por qué no descuelgo. “¿Es un pesado? ¿Quieres que me ponga yo, cariño?”

Ya siendo noche cerrada, decido que debería volver a casa con mis amados progenitores. Subo en el ascensor de mi bloque de pisos. Creo que no cenaré, dejaré que mi madre grite un rato. Me meteré en mi cuarto.
Me estiro en la cama. Abro esta libreta y apunto la fecha.
No sé si he escrito todo lo que me ha pasado al pie de la letra, pero se acerca mucho. Puede que haya exagerado un poco con lo del obrero o los viejos del parque, pero ha sido muy parecido. Lo que sí es verdad es lo de las llamadas perdidas. He recibido un total de treinta y ocho. Así de buena estoy.

[Ricky Gervais es seguramente uno de los tipos más divertidos del mundo. La prueba en el video (tiene más partes en youtube), en su espectaculo «Politics». Algunos le reconocerán por la serie «The office», pero para la foto he preferido destacar otra gran serie en la que él era protagonista: «Extras», la cual tenía grandes colaboraciones y guiones que dejan en ridiculo al noventa por ciento de la producción de ficcion que hay en España.]

Voluntad

Rufino no puede dejar de mirar a las crías sentado en el banco del parque. Tiene sesenta años y siempre, toda su vida, ha mirado a las niñas. No es que los niños no le gusten, pero le gusta más mirar a las niñas. Rufino se casó con veinte años con una mujer mayor que él, por aquel entonces ya se sentía culpable. Tiene dos hijas a las que miró en su momento, y una de ellas tuvo dos hijas más a las que le encanta mirar los domingos cuando vienen con su madre a comer a casa. Sueña con niñas, de cinco años, de seis, no más. Pero Rufino cree que podrá aguantar toda su vida sin llegar a tocar jamás a una.