Archivo por meses: octubre 2010

Noche cero (1 de 3)

La venda me ahorca. Me la he puesto a tirones. Se está empapando de sangre. Conduzco serpenteando por una carretera que habré cruzado tres veces en mi vida. Es de noche, llamo a todo el mundo mientras llevo el volante con una mano, tomando realmente mal las curvas, cada vez más débil. Podría poner la radio, pero ando un pelín ocupado. Puede esperar. Nadie responde al teléfono, o no lo cogen o comunica. Hay luna llena, sigo sujetándome la venda como puedo. La herida en el cuello me late, me envía ráfagas a la cabeza, un malestar agudo, intenso. Yo sólo soy un tío anodino de ciudad, todo esto me supera. Decido que debería parar un momento, poner la radio, ver qué se cuece.

Es sábado. Andaba por una fiesta pija. O más bien un intento de ello. La torre de una amiga. Al parecer las chicas, todas esas solteras, o sobre todo “novias de”, querían lucir bikini de madrugada, beber cubatas y cócteles al borde de una piscina que no recuerda nada a Los Ángeles. Pero da igual, la intención es lo que cuenta, dicen; la actitud, la predisposición. Me pregunto si una vida en la que hacen falta tantas dosis de predisposición y auto-convencimiento no tendrá alguna tara seria. Nuestras vidas. Clase media, en algunos casos media/alta. La diversión consistía en ir a esa fiesta y sin más estímulo fácil que el alcohol, pasarlo bien; para decir al día siguiente: “ayer lo pasamos bien”. O eso parecía. Muchas veces me he encontrado en esas situaciones en las que todo el mundo parece forzarse el optimismo; y mientras les acompaño con una vaga sensación de hastío, en lugar de disfrutar como debería según dice el guión, sólo puedo mirar a los demás y pensar: “¿De verdad quieres estar aquí?… mañana dirás que esto fue la leche, pero al menos yo no te creeré”. No sé, cuando me lo paso bien de verdad no necesito justificármelo, la situación habla por si misma. Cuando me lo paso bien no pienso cosas como “¿me lo estoy pasando bien?”.
De más joven me esforzaba de verdad. Iba a las discotecas, y en esas salas de música electrónica cerraba los ojos y movía la cabeza, me decía a mí mismo: “estás disfrutando; es sábado y estás aquí porque quieres y porque te gusta”. Etcétera.
Y era mentira. La mitad del tiempo nos lo pasamos haciendo cosas porque “es lo que se hace”. Nunca me gustaron esas fiestas. Y en esta de la piscina tampoco me sentía muy cómodo de entrada. Sólo decidí tirar del arsenal de bebida para que al menos todo me importara un carajo. Pero ahora ya no es como antes; por poco que beba, la resaca al día siguiente es brutal. Jamás compensa.
De todas formas casi no ha dado tiempo a nada.

Aunque claro, en esas fiestas siempre hay que tener en cuenta que un aliciente claro para muchos es el siempre llamado “las tías”. Es importante la expresión; si dices “las chicas” suena demasiado inocente, demasiado poco sexual; si dices “mujeres” suena excesivamente íntegro, suena a “chaval, yo no trago fácilmente”. Pero “las tías” suena bien en ese contexto. Una “tía” sí puede meterte la lengua en la boca y “aprovechar el momento”. Una “tía” es una chica o una mujer, pero en una fiesta, y probablemente bebida. Ahí sí les gusta jugar, se olvidan más fácilmente de principios, de integridades y valores; saben que la opinión social les da más cancha. Tienen vía libre para ser “tías”. En definitiva, poco más que carne. Esa es la idea. Así pues, el alcohol y el sexo son los dos motivos por los que mucha gente se pirra por ir de fiesta. Y uno de ellos es un gran motivo, pero yo nunca he encajado en el perfil de tío sano que llama la atención a la primera. Las personas que necesitan hablar o mostrarse algo más allá de su ropa o culo o peinado, pues bueno, su lugar relacionado con el sexo no es precisamente una fiesta. Son todos esos que tienen que lidiar con “chicas” y “mujeres”. Y entre los que me incluyo.

La cuestión es que estábamos en ese jardín con piscina, y todo se ha descontrolado. Se ha descontrolado de verdad.
El cómico Bill Hicks decía que lo que provoca pensamientos sexuales no son los anuncios de la tele, ni las películas, ni los libros o el marketing; lo que provoca esa clase de pensamientos solo tiene que ver con tener pene. Al menos en el caso de los hombres. Es más, Hicks en su monólogo decía: “Si los tíos pudiéramos doblarnos hasta llegar a chupárnosla, ahora las chicas estaríais solas sin vuestras parejas ahí sentadas… viendo un escenario vacío”.
Obviamente es un chiste, una exageración, aunque mucha gente interprete todo lo que ve siempre al pie de la letra.
Pero lo que está pasando ahora va en serio, es textual, real, sea lo que sea. La sensación es que por primera vez algo en mi vida y la de los que conforman mi círculo social, es algo perverso, algo que normalmente solo nos afecta como espectadores. La prueba es que me estoy desangrando. La prueba es que no sé detener una hemorragia. Y todo, en parte, me ha pasado porque tengo pene. Muchas de las grandes “malas épocas” y traumas y depresiones de la vida empiezan por una chica mirándote sin parar desde el otro lado del local.
O desde el otro lado de la piscina, en bikini, cóctel en la mano derecha, el pelo recogido, sentada en el borde con los pies en el agua, maquillada de esa forma en que no parece ir maquillada, y con un gesto no lascivo pero sí con mensaje implícito.
Mi primera reacción suele ser huir. Luego me quedo estático. Y finalmente pruebo a mantener la mirada.
De eso hace ya un buen rato. Ahora la prioridad es sobrevivir. Esta es la versión salvaje de cuando tu madre te decía de crío que no te fiaras de los desconocidos. El consejo también vale para cuando eres adulto. Incluso si la desconocida es una tía y parece solo algo borracha y cachonda.

La verdad es que no lo estaba pasando tan mal, el ambiente era relajado; había música puesta pero no era ningún rollo machacón pastillero, y tampoco estaba muy alta. Debíamos ser unas veinticinco personas en el jardín. No era el cumpleaños de nadie. Eso quizá podría haberme hecho sospechar. Yo solo era el amigo de alguien que conocía a La Anfitriona: un animal de escaparate, tan atractiva como superflua, una fantasía de paja rápida; muy abierta, dispuesta a darte dos besos y preguntarte cómo te va sin saber quién coño eres.
Estoy notando una creciente migraña. Ese lugar estaba a unas dos horas de mi casa, y el camino de vuelta no es precisamente muy transitado. Aparco en un lugar en el que nadie aparcaría de noche si no pensara que se ha desatado algo masivo, peligroso y desconocido. Es una carretera de montaña; alrededor, árboles altos, y la civilización aún lo suficientemente lejos. Procuro no desatar mi imaginación, por dónde estoy, por lo que ha pasado. Pero sobre todo porque esa ninfa de la piscina ha acabado mordiéndome como una psicópata en el cuello.

Sacó los pies del agua y caminó hacia mí. Era muy lúcida, parecía tener el discurso perfecto para hacer que alguien obtuso y asocial como yo bajara la guardia. Intentaba no mirale las tetas, no bajar la mirada en resumidas cuentas. Tenía una salud radiante en los ojos, como esas fotos retocadas de los anuncios de colonia, esas mujeres irreales de fotógrafo chic. En pocos minutos consiguió hacer que me sintiera cómodo. Sea como sea, normalmente una mujer en bikini es como una pata de pollo para un mendigo. Sobre todo si no la conoces.
Me llevó dentro, me dejé llevar; que sepa no había ninguna otra pareja montándoselo en la casa. Subimos al segundo piso. Entramos en la primera habitación en la que había cama. Me besaba y entre tanto me hacía preguntas sin dejarme responder.
¿Te gusta ser como eres?
Me besaba el cuello.
¿Cuántos años tienes?
¿Quieres seguir contándolos?

Intento ajustarme bien el vendaje. Llevo un equipo de primeros auxilios en el maletero. Levantarte cada día con la idea de que en cualquier momento podrías morir tiene sus ventajas; si no fuera por eso ahora podría estar muerto. Aunque por algún motivo cada vez sangro menos, cada vez me duele menos el cuello. Quizá ya esté finiquitado y ahora no sea más que un fantasma, pero cuando miro a mi alrededor no veo mi cuerpo por ningún lado.
Se oyen como explosiones a lo lejos, parece vienen de la ciudad. Desde donde estoy no puedo ver nada. El estómago comienza a dolerme. Procuro no pensar en vampiros.

¿Cuántos años crees que tengo?
Cuando me preguntó eso me dio por pensar que quizá era menor de edad, quizá la estaba cagando. Pero justo después comenzó a chuparme el cuello de una extraña forma. Yo la dejé hacer. En ese momento mi pene mandaba, no había mañana. Toda la sangre fluía por mi cuerpo preparándose para lo que tenía que venir. Pero en lugar de eso, la veinteañera en bikini encajó su mandíbula en mi cuello. Y luego la cerró con fuerza. Tanto que mi primera reacción fue empujarla con violencia fuera de la cama. Sonrió y tenía los dientes rojos, las comisuras chorreando. Salió de la habitación como una exhalación, como si ya no le hiciese falta para nada. Mi camisa se estaba empapando de sangre.

El murmullo de ruidos que llega desde la ciudad es creciente. El aire incluso trae sonidos de sirenas. Muevo el dial de la radio con tranquilidad. O bien el vendaje esta vez funciona o bien ya no estoy sangrando. No noto ningún pinchazo en el cuello, el dolor ha desaparecido. Solo mi estómago sigue protestando. En la radio no ha trascendido nada aún, no consigo encontrar ningún informativo especial. Lo que sea que pasa aún no debe haber llegado a las grandes ciudades. Por algún motivo eso hace que me sienta aún más solo.
Intento llamar a casa otra vez. Nadie coge el teléfono. No siento frío ni calor, la humedad de la camisa no me molesta.

Cuando me fijé en la pinta que tenía empapado de rojo, me dio por mirar por la ventana. Abajo en el jardín la mitad de los invitados estaban atacando a la otra mitad. Había dos chicas sorbiendo del cuello de un colega de toda la vida. Había varios cuerpos en el suelo, inconscientes, de los que otras chicas mordían y chupaban. Otros salían corriendo, saltando la valla que separaba el jardín de todo lo demás. Es entonces cuando decidí salir de la habitación; bajé las escaleras y busqué una puerta trasera. Y la había.

Lo que sé hasta ahora es que son las chicas quienes atacan. Y que sus armas para atraer a las victimas son obvias: son tías. Por más que evite pensar en vampiros y súcubos y ese largo etcétera de películas y libros, no puedo negarlos. Explicaría por qué ya no sangro, por qué ya no me duele nada. Por qué mi estómago protesta. La explicación “lógica” sería que soy uno de ellos, y que lo que necesito es sangre.
Si fueras una súcubo y quisieras dominar el mundo con tus amigas, quizá bastaría con que atacaras a gran escala un sábado por la noche. Monta buenas fiestas, haz que todas se pongan monas, que ataquen al primer “pene” que vean. Fiestas en piscinas, bikinis, calor, habitaciones libres. Apunta donde más duele, a la debilidad por excelencia. Si hay un punto débil en un mundo humano dominado por hombres, es que éstos vean alguna posibilidad de echar un polvo con la chica que les mira desde el otro lado de la habitación, de la piscina, de la discoteca. Quizá el futuro que viene esté lleno de presidentas del gobierno.
Me quito la venda. Mi cuello está intacto. Veo bajar por la carretera una camioneta. Llega hasta donde estoy y aparca. Hay como seis chicas dentro, todo sonrisas sangrientas provenientes de la fiesta. Tres asoman por la ventana. Me gritan, mohines, carcajadas. Una me enfoca con una linterna a los ojos y luego asiente vehementemente a las demás. Me dicen que van a la ciudad, que debería ir con ellas, que ahora es mejor que vaya acompañado. Arrancan la camioneta y se incorporan otra vez a la carretera. Me pongo a seguirlas.

[Aprovechando que es Halloween (sí, a mí me mola que importen Halloween), tengo que reconocer un placer culpable. Cuando Wes Craven hizo el primer “Scream” (y esta sí, no consiento discusión, me parece una buena película) no sabía lo que estaba desatando. Luego han salido decenas de películas con el mismo look a todos los niveles; y todas son iguales, estudiantes de instituto que mueren asesinados de forma absurda o rocambolesca. Sin embargo ha llegado a tales cotas de locura este género, que en la saga “Destino final” es la propia Muerte la que asesina. Es decir, por ejemplo, si no embarcas en un avión que se ha acabado estrellando, morirás en breve. Porque te tocaba. En el video, una muestra, la primera escena de “Destino final 3” (sí, ya incluso hay otra en 3D…). Pues eso, pelis hechas con el piloto automático de ganar pasta, pero a que a ratos son divertidas, y que además puedes ir viendo mientras haces cualquier otra cosa, porque de todas formas nunca perderás el hilo ni dejarás de entrar en ellas más que si las vieras atentamente… Para la foto, una musa proyeccionera: Mary Elizabeth Winstead; ya salía en esa Destino final del video; luego la llamó Tarantino y la disfrazó de animadora.]

El vaso medio lleno

Me he suicidado (bueno, si es que todo ha salido bien, que seguro que sí). Pero eh, antes he hojeado un libro fantástico: La guía Tab. En el libro hay todo un capítulo dedicado a las formas supuestamente indoloras de provocarse la muerte. Es un libro genial, os lo aseguro, te hace reír y te da consejos prácticos para matarte en condiciones.
No os preocupéis por que haya dejado la carrera a medias, en mi caso no podía soportar que tan solo fuera una inversión económica para el futuro. Y no os sepa tan mal tampoco lo de haber perdido un amigo/hijo/etcétera. Estas cosas son un buen punto de inflexión para reunir a la gente, enfatizad en ello. Me encantaría que todos acudierais a mi entierro y todo el rollo, pero en plan relajado: esto es natural, no hay de qué preocuparse. Cuando investigué las estadísticas de suicidio, me dije: ánimo, no te debe dar vergüenza, muchos dan el paso. Además, ya sabéis lo que opino -o aquí debería decir: opinaba- sobre todo eso de dios y tal: nunca he creído, así que no me daba miedo ir al limbo ni nada parecido. Sí es cierto que en algún momento me entró el terror ante la posibilidad de quedarme en silla de ruedas o algo así, pero enseguida recuperé el valor y me olvidé de los riesgos.

Ya lo veis, veinticinco años y muerto, no todo el mundo puede decirlo; y que conste que morir por enfermedad no vale. En fin, debéis saber que ahora ya no siento nada, así que no tenéis nada de qué preocuparos. Diréis que podría haber cambiado de carrera, por ejemplo, o, en definitiva haber intentando coger otros caminos, pero con todo lo que se me ocurría me veía en el futuro con la misma cara que siempre me recrimináis los domingos por la tarde. No es culpa de nadie, simplemente he tomado una decisión. Nunca he tenido miedo a tomar decisiones.

Ahora, permitidme personalizar:

A mis padres: ya sois libres para viajar y vivir sin tener dolores de cabeza por “el niño”. Y no dejéis que os culpen, ha sido una decisión personal: aprovechad esta nueva libertad, hacedlo por mí.

A mis amigos: tíos, que no os sepa mal, ya pillaréis a alguien para el frontón y eso, y no rajéis mucho ahora que no me puedo defender, cabrones (es broma).

A mi novia: ¿sinceramente?, la verdad es que fue con el tiempo como llegué a quererte, pero sé que te gustaba más ese tío de las clases de alemán, así que ya tienes vía libre. Y por favor, tú tampoco te sientas culpable, esto sólo es cosa mía; sigue a lo tuyo, saca partido de la situación, intenta ver el lado positivo.

Os aseguro a todos que no hay enfado ni sarcasmo alguno en mis palabras. He escrito esto de corazón, intentando no dramatizar; no es fácil, espero haberlo hecho lo suficientemente bien. Quiero que afrontéis vuestras vidas y muertes de la mejor forma posible. En definitiva, quiero que hagáis lo que queráis, pero siempre con el objetivo de estar a gusto, sin preocuparos por lo que piensen los demás, y con la mayor dignidad posible.

Un abrazo a todos.

PD: Que quede claro que HE SIDO YO quien ha “desconectado” al abuelo. Ya sabéis lo que opinaba al respecto. Me lo pidió en secreto en repetidas ocasiones cuando yo ya había tomado mi decisión de morir (de la cual él no sabía nada).

[Para el video, teaser de la prometedora “Balada triste de trompeta”, de ese soplo de aire fresco que es Alex de la Iglesia, por desgracia un ejemplar único en la industria española, tristemente plagada cada año de demasiada comedia estúpida publicitada a voces (y luego echan la culpa al cine americano de los fracasos en taquilla). Cuando alguien se lo curra y hace una buena película, da igual de dónde sea. Lo que no se puede es pedir éxito y caridad diciendo que el cine mediocre español es igual de mediocre que el americano. Personalmente me da igual la nacionalidad de la película, si promete de verdad la iré a ver.]

Porno con gorditas

En la revista Pirate de este mes hay un “reportaje” sobre Zuleidy Tit. En su ficha pone que tiene dieciocho años y que su postura favorita es perrito/anal. Claro que sí, por supuesto. Esto es Pirate, no tu dormitorio o el asiento trasero de tu coche. Junto a fotos en las que se separa los labios vaginales ahogada en un mar de photoshop, dice que no piensa abandonar los estudios, que para ella son muy importantes, pero que le encanta que la graben mientras folla. Habla de que sus novios nunca la satisfacen, de que siempre necesita más, y de que el ambiente en su casa es represivo. No se han tomado bien lo del porno. Pero asegura que le da igual, que a ella le encanta, que con quince años ya se lubricaba el ano y se metía los dedos.
Al parecer un hombre mayor muy delicado atravesó su himen, y desde aquel encuentro no ha vuelto a disfrutar de la misma forma de un polvo. Hasta que ha comenzado a hacer cine para adultos.
En la sesión de fotos se lo monta con dos tíos; los penes parecen de látex, apenas el borde de la vagina está algo húmedo. Nadie suda ni tiene una sola mancha o grano. En la última instantánea, enfermizamente calculada, Zuleidy tiene la boca abierta y la lengua fuera, y desde ésta un hilo de saliva que llega hasta el prepucio de alguien. Cuatro gotas de esperma púlcramente salpicadas entre sus tetas indican que el reportaje ha acabado. “Gracias, Zuleidy, mucha suerte en tus futuros proyectos”, “A vosotros, ¡que sepáis que me encanta la revista!”.
Y aún hay gente que va por ahí diciendo que cuidado, que el porno es engañoso. Esos lumbreras. Ese amigo tuyo tan listo: Perogrullo Man.
Estamos rodeados de analistas amateur. Siempre tienen razón porque siempre te ametrallan con obviedades. Aún creen que las adolescentes se quedan preñadas por ignoráncia. Esos tíos cultos, esas sexólogas, esos urbanitas con bufanda de marca. Fumar es perjudicial para la salud. Conducir bebido es peligroso. Follando sin condón con desconocidos te la juegas. Automedicarse no es la mejor solución. Hay que dar cariño para recibir cariño. El porno es engañoso…
Siempre blanco o negro. Amantes del eslogan. “Mi abuela decía que…” “Mi padre dice que…” La voz de la experiencia, estétas de la verdad absoluta. Así, la negociación sigue siendo el camino lógico por encima de la guerra, pero quizá también haya que librar otra batalla contra la frase hecha y superar cierta fase de raciocinio financiado por el gobierno que se puede ir al traste con unas cuantas cervezas. Desinformación por exceso de información (otro rollo que ya roza el perogrullo). Esa voz profunda de la tele que te dice que las drogas matan puede no estar más que poniendo de mala leche a mucha gente, puede ser que justo ése sea el abrazo moderno de la muerte.

Un político que roba en el ayuntamiento corta la cinta de inauguración de un centro de desintoxicación. El mundo moderno se puede resumir con una frase.
Zuleidy seguramente hace bien en cobrar por chupársela a desconocidos si eso le gusta. Al menos ella es sincera.
Ese reflejo que hace el porno del sexo no es correcto. Sin embargo revienta el mercado. Lo cual podría ser la razón por la que Zuleidy es más honesta que tu novia. Que tú. Que el sexo real. Es desconcertante. Si hay tanta gente de la que se masturba viendo cómo otros se chupan entre ellos los genitales, se penetran el culo y se corren encima del otro, ¿qué significa eso? Y así, ¿qué tipo de sexo es más falso, el del porno o el de la vida real? ¿Cuánta gente se reprime? Lo acostumbrado ahora es compartirlo todo. Si te tiras a Julieta a espaldas de Romeo, vas y corres a contárselo a tu mejor amigo, que conoce a alguien que conoce a Romeo. Así que cuando esa chica a la que quieres y con la que llevas unos meses no quiere practicar sexo oral, podría no tener más que miedo a que eso pueda salir de los confines de la cama. Podría ser que queremos ser tan modernos y abiertos que eso nos esté convirtiendo en hipócritas. Porque tú dices que no eres ningún depravado, o que no eres ninguna puta, vosotros no hacéis cosas sucias. No tenéis esa clase de curiosidad como pareja. Conocéis vuestros límites. O, ponéis los límites donde queréis. Porque sois libres. Pero, ¿lo sois?
¿Lo somos?

Me doy auténtico asco llenando folios y más folios con estas diatribas, acabando todos los textos con preguntas pretenciosas que jamás nadie responderá porque jamás nadie cambiará su forma de ser. Solo funciona mínimamente la doble vida, la vida paralela, combinar lo que haces en tu circulo social con lo que haces fuera. Simulando, claro, que no hay nada fuera. Tú eres respetable, no haces esas cosas que te convertirían en un salido enfermo asocial. Ya no tienes veinte años, tienes que sacar tu vida hacia adelante.
Deambulo por mi cabaña vacacional. La casita de verano que uso cuando quiero estar con alguien que no es mi pareja oficial dentro de mi circulo social. Y no me alargaré mucho, simplemente no es mi pareja oficial. “Y dios santo ¿tendrá críos?”. No, no tengo críos. “Pero le pone los cuernos fríamente a su mujer”. Es verdad, nos casamos. Pero no le pongo los cuernos porque ahora la chica que duerme la siesta aquí tenga diez años menos. No se trata de querer volver a ser joven, ni tan siquiera tuve una juventud especialmente excitante. Solo se trata de explorar de verdad ciertos límites. Algo que acabas haciendo con otra persona porque tu pareja de anillo no quiere entender -aun después de años- que te gusta que las mamadas duren más de quince segundos. Si tu mujer te tiene por un icono personal de cierto tipo de moralidad masiva, es absurdo seguir proponiendole ciertas cosas. La chica con la que estoy es capaz de atragantarse con tu pene si le gustas lo suficiente. En serio, podría acabar vomitando esa lasaña que te sale tan rica. Pero para ella solo soy los siguientes veinte remedios antiembarazo. Luego conocerá a algún chaval afortunado, y cuando se canse de follar en su coche pasará al siguiente. No es tan distinta de lo que pueda ser Zuleidy. Es solo que ella, como yo, necesita conservar cierta reputación relacionada con la monogamia y los procesos habituales que dicen son mano de santo para tener acceso a la felicidad y el equilibrio.
El problema es que toda esa gente correcta y fiel consiguen no solo no ser felices ellos la mayoría de veces, sino además que no lo seamos los que nos atrevemos a ser de otra manera. Si ellos tragan con todo el rollo de la fidelidad y la familia y los cientos de protocolos no oficiales, el resto también tenemos que hacerlo. En realidad nos obligan a engañarles. Alimentamos su ilusión de orden y concierto siendo los parias, los salidos y las guarras. Mantenemos ese frágil equilibrio moral relacionado con el amor unidireccional. Alimentamos una mentira; pero no la que ellos creen, relacionada con los cuernos, etcétera, sino la que quieren creerse. La que tiene que ver con la idea de que el ser humano siempre será sentimentalmente cuadriculado, religioso, unidimensional. Esa mentira que debería hacerles tan felices, pues bien, nosotros somos los auténticos románticos que la pulimos. Del mismo modo que la mierda sirve como abono; de la misma forma en que odiamos a los inmigrantes y sin embargo ellos acometen los trabajos duros, hacen girar la rueda y mantienen a flote un país.

Al contrario de lo que se podría pensar, la chica con la que estoy no es una sílfide, no es La Sirenita con piernas. De hecho está entrada en carnes. Aunque me encantan su cara, sus manos y sus pies. Su pelo rizado y negro como un neumático derretido. Sencillamente me activa. Me pone histérico de tan cachondo. Hace unas cubanas a cámara lenta que pueden hacer que delires. Aprovecha al máximo sus facultades, su cuerpo. Nunca sabes si te va a montar o si simplemente te va a hacer una paja (la cual no sabes si será con las manos o con los pies). Nunca estás preparado para lo que viene, y acabas salpicando en todas direcciones cuando no decide que quiere tragárselo. Si mi mujer es Gandhi, esta tía es Hitler. Hay más pasión en un dedo de ella acariciándome el frenillo que en los últimos veinte polvos que he echado con la vida real.
He traído mi portátil, y la idea es pasar una semana aquí con Sandra, follando y escribiendo mientras mi mujer cree que estoy de viaje para reunirme con los tíos de una editorial y asistir a ciertas conferencias. Soy muy malo para los nombres, pero Sandra se ha ganado a pulso mi memoria. Los dos estamos tranquilos. Ella porque sabe que puede utilizarme impunemente, y yo porque sé que llegado el momento del sexo, no será con mi mujer. Será de verdad. Siento una extraña paz, como si hubiera estado castigado sin salir a la hora del patio durante años, y ahora de repente fuera libre.
De golpe la muchacha despierta de su siesta y por algún motivo comienza a hablar sobre Roman Polanski, sobre lo mucho que le entiende. Se levanta del sillón en el que estaba y lleva sus carnes hasta mi lado. Estoy sentando a la mesa delante de mi ordenador. Me abraza por detrás y me muerde el lóbulo de la oreja derecha. Vale, quizá no tenga el tipo perfecto, pero Zuleidy tampoco tiene dieciocho años. Además el porno de chicas con sobrepeso es el porno moderno. Ya todo el mundo te reconocerá que ve porno, pero de igual forma que antes no se atrevían a hacerlo, ahora tampoco se atreverán a decirte que muchas veces se la cascan viendo videos de gorditas. Tetas de verdad, pezones inabarcables. Piel blanca, lechosa, aunque también joven, tersa; y esas sonrisas naturales, joviales, risitas de gordita. ¿Hay algo más excitante que ver cómo pierden el control de todo ese chasis cuando se corren? Lo cierto es que estoy cumpliendo la fantasía de muchos, muchos tíos que andan por ahí con escuálidas adictas al maquillaje que creen que Follar fue un emperador austriaco. Ni tan siquiera tienen la palabra en su vocabulario. Ellas “lo hacen”. O en todo caso, echan mano de alguna interminable lista de eufemismos que se refieren al sexo de un modo sutil y aceptable.

El libro que estoy escribiendo es una especie de suicidio social relacionado con mi idea del amor. El amor como trampa de la naturaleza para que forniques para prorrogar tu especie. Procreas, y después esa puta que tiene árboles por dedos y montañas por tetas te abandona a tu suerte con tus conflictos morales y tus decisiones por tomar. Y si para entonces alguien no te ha lavado el cerebro lo suficiente como para que pienses que casarse es un paso natural en la vida, estás jodido. De eso va el libro, de no creer en dios y tener serias dudas sobre si creer en los seres humanos. Sandra es igual que yo, y por tanto, al igual que yo, sabe que esa supuesta madurez de la edad adulta es tan real como los elfos o la rana de los Smacks. Ese rollo no existe, la gente adulta no son más que seres humanos jugando a ser responsables. Porque se quieren sentir por encima de sus impulsos; creen que controlando eso son mejores, más inteligentes, más acordes al vestuario de hombre mayor, de mujer cosmopolita y con las ideas claras. Creen que si son elegantes por fuera también pueden serlo por dentro. Pero la realidad es que solo copian del de al lado al vestir, y por dentro solo ellos saben de verdad lo que hay. La mayoría del tiempo no son lo que hacen, sino lo que quisieran hacer.
Y lo cierto es que aprehendidos ciertos datos a nivel global, la verdad es que de lo que solemos estar llenos es de mierda. Pero no nos damos cuenta porque nos hemos acostumbrado al olor; somos muchos los que actuamos igual, y por tanto no resulta raro ser así o asá siempre y cuando lo que hagamos esté enmarcado en cierto tipo de pseudo-ética, moralidad o moda.

Lo que estoy haciendo, follar con una gordita liberal en mi cabaña del bosque, es como una patada en los huevos del orden vital establecido. Así es como me siento. No solo estoy poniéndole los cuernos a mi profesional y gélida mujer de ciudad, además lo estoy haciendo con alguien mucho menos acorde al perfil de lo que los cánones dictan que debería ser una mujer. Una mujer debería ser dura, centrada, moderna, tan moderna como un hombre, más moderna que un hombre, y también sexualmente activa (aunque esto último no encaja con mi vida conyugal oficial). Sin embargo estoy con una chica perdida y orgullosa de estarlo, que filosofa hasta sobre los caracoles y que folla como si no hubiera mañana.
Y no lo hay. No hay mañana. Nunca hay mañana. Es como cuando en un bar el dueño pone un cartel en el que reza: “Se fía a partir de mañana”. Y ese día nunca llega, porque al día siguiente ese cartel sigue ahí con el mismo mensaje. El futuro no existe, solo existe un presente que se marchita: tu piel se arruga, tus percepciones cambian y tu tiempo se acaba.
Sandra, por la noche, recostada encima mío, con sus tetas cubriéndome el pecho, me dice que podría estar sintiendo algo por mí. Pero que no me asuste, no se va a obsesionar. Le digo que por desgracia esas cosas no pueden controlarse. Me dice que aún no, pero que ella está en ello, lo está investigando. Esto no es lo que te prometen de pequeña, dice, todos los sentimientos brutales que van y vienen y te hacen daño. Le digo que cuando era crío pensaba que la gente se casaba para poder tener sexo todos los días. Ella se ríe, con su cara de ángel, redonda, preciosa aun siendo proporcionada con sus curvas inaceptables en esta sociedad. Se lo digo en voz alta, le digo que es preciosa. Me dice: ¡Calla! Y luego me pone una mano en el paquete, y me susurra:
– ¿Sabes lo que me gustaría hacer? Salir mañana y quemar todo el puto bosque.

[Del video no digo nada. Habla por sí solo. En cuanto a la foto, es Amanda Seyfried, cuya belleza vertiginosa es culpable de que me haya tragado ya al menos tres o cuatro bodrios… Ya va siendo hora de que alguien le ofrezca a esta chica un papel de verdad, o me va a matar a base de películas…]

Mil bikinis más

La chica se da la vuelta en su hamaca… El bikini lo creó un salido y todas las mujeres picaron. Ese tío debía estar deseando ver a alguien de su círculo medio en pelotas. Ese tal Louis Réard en el fondo sólo quería inventar el desnudo justificado. Si en unos años algún otro francés o publicista o genio empresarial pone realmente de moda el sexo anal, en cuestión de meses tendrás a todas esas chicas que jamás lo harían practicando con el dedo, con consoladores, lo que sea. De lo que se trata es de plantar la semilla de la moda.
Así que la muchacha se da la vuelta en su hamaca, tiene veinte años o algo por el estilo y su bikini es blanco. Y ella también es de piel blanca, así que de lejos al principio puedes llegar a creerla desnuda un segundo. Tiene el pelo rizado, castaño o rubio según el mechón. Tiene -ajusto mis prismáticos- un cuerpo proporcionado, incluso sus pies producen esperma. De lo que aquí hablamos es de alguien a quien el fotógrafo se tiraría al menos los próximos cincuenta sábados, la chica que quedó fuera del catálogo pero que en el fondo era la única mujer de verdad.
Se reajusta la braguita, como si fuera a taparse algo con ella. De no llevar el pubis depilado se le vería el chocho. Quedar dentro de los márgenes de lo “aceptable” tiene que ver con el concepto, no con la realidad. Si te preguntaran no dirías que va desnuda, dirías que va en bikini. Pero la realidad es que lo único que eso tapa son los pezones y la vulva. Es aún peor que si estuviera desnuda, es lo justo para dejar algo de margen a la imaginación; es, según cómo, algo más allá de estar desnuda. Porque así aún presenta algo de misterio. El porno es más honesto que el erotismo, pero en la vida real La Mujer en bikini podría lucir muchas veces mejor que desnuda sin más; es el motivo por el que una playa nudista resulta más grotesca.
El novio (por llamarle así), siempre va por casa con una especie de túnica blanca, y se le acerca de vez en cuando a meter mano. Y tiene como setenta años. Se sienta en el borde de la hamaca con ella y ella intenta evitar que la sobe sin parar. Es como echar plátanos en la jaula de los monos a la hora de comer y pretender que no los toquen. Eso puede hacer un bikini, convertir en monos a las personas equilibradas, y en violadores al resto.

Por mí perfecto, desde mi quinto piso, a cubierto en el reflejo de la ventana, puedo contemplar cada tarde cómo esa Laura o Natalia o Sandra toma el sol en la casa de ese vejestorio adaptado a la vida moderna. Tanto que tiene un jardín con piscina y le come lo suyo cada noche a esa veinteañera que debe preferir ser amoral a acoplarse al concepto de dignidad que cualquier hijo de vecino tiene. Si se lo monta bien, puede que ese tipo acabe haciéndola millonaria. Es verdad que el amor no tiene edad.
Hasta diría que a ese mamoncete septuagenario no le importa lo más mínimo que la tal Marta o Bea o Isabel se folle todo lo que pasa por casa, ya sea para reparar tuberías, hacer una pequeña obra en la cocina o porque simplemente conoce a la tal Maribel o Cristina y tiene su número de teléfono. Ese es el “truco”; ofreces dinero y eliminas de la ecuación la monogamia. Y así la relación perdura, desaparece la cuestión de la edad, y los demás ya pueden llamarte viejo verde; pero ellos también le meterían la lengua en el culo a Estefanía o Clara a las primeras de cambio.

Sin embargo, la chica ha comenzado a repetir polvo con cierto muchacho. Alguien que, dos horas antes de que llegue del trabajo esa versión salida de Gandalf, es capaz de follársela en el jardín hasta que ella tiene que pedir una tregua. No sé si al final de la tarde hay más semen en la piscina o en el estómago de esa Silvia. O Mabel.
En serio, esa chica compite sin saberlo con cada uno de mis ligues, y siempre gana. La fantasía siempre es mejor. Esos que dicen que la realidad supera a la ficción nunca han estado dentro de mi cabeza. O sencillamente están equivocados. Porque seguro que yo no tengo más imaginación que los demás. Ni estoy más salido. Y ni tan siquiera estoy casado, no tengo dos críos berreando por mi piso. No es que yo esté “pillado” y con un anillo en el dedo para querer desear cada día secuestrar a esa Lolita. O Helena de Troya. O Eva.
Pero la verdad, me estoy poniendo celoso de ese cabroncete, ese ligue universitario con sus abdominales y su rollo sexual-maratoniano. Ya ni tan siquiera me masturbo cuando es él quien se la tira. No puedo soportar sus sonrisitas y su rollo sobrado en plan “lo tengo todo duro”. Incluso me está empezando a caer mejor el viejo. Me parece más honesto, menos falso. Ese chico podría sacarla de esa casa y dejarla con el corazón hecho trizas en un par de meses. No creo que tenga derecho a catapultarla a la vida real con su polla joven y sus maneras de “futuro triunfador”.

Y están todos esos bikinis, cada día uno distinto. Y si quisiera quedar como un puto pervertido o un tío raro del que hay que alejarse, me bastaría con confesar que casi llevo la cuenta. Aunque no la llevo. Lo que hago es anotar lo colores y detalles de cada uno. Es la forma de asegurarme de que realmente nunca repite. Al parecer el viejo le ha comprado uno para cada día del verano. Todos minúsculos. Debe ser para su propio recreo. Al paso de los días cada vez admiro más a ese carcamal. Las fantasías que muchos podamos tener, él simplemente las lleva a cabo. Tiene un deportivo, una casa enorme, pene y a su propia muñeca hinchable, un modelo único hiper-realista producto del capitalismo y el sistema. A eso se le llama sacar partido a la tercera edad. Y si aún es capaz de llevar sus negocios, puede perfectamente tirarse todos los días a la reina del baile.

Después de varias semanas de limpiar de salpicaduras de esperma mi ventana, la pregunta lógica sería: ¿Por qué no llamo un día al timbre de esa Verónica o Sara? Sé perfectamente cuándo se va y vuelve el viejo, y jamás he visto un tío que salga de esa casa sin haberle puesto los cuernos a alguien. Desde técnicos de lo que sea hasta tipos gordos que traían encargos en cajas. Mensajeros, butaneros, fontaneros. Una vez incluso salió a la puerta y llamó la atención del cartero. Lo que parece es que se ha corrido la voz. Y no solo la voz. Hay una ninfómana en mi barrio y yo intento ligarme a chicas bien o me hago pajas. No tengo los huevos que tiene ese viejales o todos esos tíos que no dudan en amorrarse a ese coño y sorber. Soy patético, soy falso como un refrán o una frase hecha. Debería armarme de valor, ir a esa casa y tratarla como a un objeto. Es lo que ella quiere, y no distingue entre edades ni clases sociales. Soy una mierda, pero esto tiene que acabar.
Y me da igual si ahora está enamorada o ha descubierto la esperanza o la felicidad con ese pijito que hace pellas. Si se ha montado a media ciudad bien puede dedicarme una tarde. O veinte minutos.
O no lo sé. Es un puto lío. Porque tampoco sé si la estoy mitificando o si utilizando un condón en ese jardín se me pasará este rollo. Pero de cintura para abajo todo está muy claro, no hay ambigüedad que valga. Mi vecino el viejales nos está ofreciendo un servicio a todos, una puta que no cobra y cuya foto del anuncio da lo que promete. Yo sé lo que es hablar con familias, con amigos que ya tienen hijos; sé lo que es que te cuenten que todo va bien, que van tirando; sé apartar la mirada cuando las parejas ponen cara de asco juntas sentadas en una cafetería. Conozco la versión del compromiso, del “amor verdadero”. Sé lo crueles que son el tiempo y la rutina con todos esos que intentan prosperar sólo según las normas del juego; sin trampear, sin poner nada en tela de juicio. Sé por qué siempre asienten ante el modelo de felicidad establecido. Y también les entiendo si luego se pelean, se divorcian, se odian, reparten las sábanas, a sus hijos… Conozco esas rutas, y no hay que ser muy imaginativo para verse acomodado en ellas, evitando pensar las cosas más de dos veces, aferrado a los pequeños detalles.
Sé de qué va todo eso, pero no sé si yo quiero todo eso.

Un día vuelvo del trabajo y decido que al día siguiente iré a esa casa. Me presentaré con alguna carpeta y un bolígrafo, le diré si puedo pasar, si puedo hacerle una pequeña encuesta, algo rápido. Y si ella es como creo, me bajará la bragueta al acabar alguna cuenta atrás mental. No es muy exigente. Solo debes tener genitales y una excusa para entablar conversación. Al menos eso se desprende de mi estudio involuntario como voyeur enfermizo. En los dos últimos meses la mensualidad de Internet debería habérsela pagado a María o Teresa o Raquel. Sería lo justo.
Esa noche anterior a mi comedia preparada me voy a dormir satisfecho. Por fin la conoceré más allá de sus bikinis y cerraré un ciclo. Puede que la vuelva a ver o puede que no. O quizá solo con oírla hablar se me caiga la leyenda. Insisto, ráramente la realidad supera a la ficción. Mi cabeza va muy allá. La celebridad y el mito no tienen ropa sucia ni mañanas de lunes. Son nubes, agradables nubes de tormenta que añaden un suave y sugestivo aroma a tu vida. El mito de tu vecina o el de la actriz o la cantante o la presentadora del telediario… Da igual siempre que hayas podido adornar su realidad.
Puedes ser un mito si no llegan a conocerte lo suficiente. Se trata de la insinuación otra vez, del bikini necesario para dejar algo de margen a que la gente fantasee. Es la parte de ficción que te hace grande y que solo puede ser neutralizada por lo tangible.

Un ruido me despierta. Son las cuatro de la mañana. Tengo una erección, creo que he estado soñando, pero el recuerdo se diluye en seguida. Tengo ganas de mear. Estoy a gusto y me jode tener que ir al lavabo. Voy al lavabo y de camino oigo otro ruido. Como un golpe. En este edificio apenas hay vecinos, solo hay tres pisos más ocupados. Todo está en venta, esperando. A sí que no me hace gracia oír ruidos. Pero enseguida comprendo que lo que sea viene de la calle, de fuera.
Meo, pero aún la tengo dura y el chorro sale como a presión, fino; tengo que sujetármela bien para no salpicar por todos lados excepto en el váter.
Al acabar oigo otro golpe, y como un grito. Me la meto en los calzoncillos y voy a buscar mis prismáticos. Algo pasa abajo, donde siempre, en el jardín de Julieta. Veo dos figuras, y también dos bolsas enormes, negras. Miro a través de mis prismáticos. Son Melibea y ese universitario. Ella lleva tejanos y un suéter. Él va sin camiseta, y sujeta lo que parece un cuchillo enorme. Aún estoy medio dormido, ni siquiera me pongo tenso, no me siento nervioso. En el suelo hay un cuerpo. No es que se vea muy bien, pero por la luz de la luna y la calle que se filtra hasta el jardín parece claro que el cuerpo es el viejales. Veo las siluetas. El chico clava el cuchillo en el torso del viejo, pero es obvio que ya no hay más que hacer. Tanto Virginia como ese folla-vecinas parecen tranquilos. Incluso les veo abrazarse. Se besan junto al cuerpo inerte. Obviamente creen que en esta cara de mi bloque de pisos no vive nadie. Creen que nadie puede verles en ese jardín. Que nadie puede llamar a la policía. Pero no sé si hacer algo. De momento solo observo. Por un lado podría estar horrorizado, pero por otro, ese chico ha resultado ser un asesino y un gilipollas. Y eso por algún motivo me hace sentir mejor. Además de que mañana ya no tendré que pasar por el trance de ver si esa Ofelia se me follaría o pasaría de mí. Mañana ellos estarán lejos. Y jodidos tarde o temprano. Permanezco impertérrito cuando veo que el chico entra en la casa y sale con una linterna encendida y un hacha. Deja la linterna cerca del cuerpo y comienza a cortarle una pierna al vejestorio muerto. No es hábil, Olivia se aparta dando un paso atrás cuando le salpica el tercer hachazo. Se aparta sonriendo. Parece que lo que hace es comenzar a despedazar el cadáver desnudo para meterlo en esas bolsas. Pero una vez separa la pierna del resto del cuerpo, se dedica a cortar trozos de carne con el cuchillo, pelando el hueso. Paso de estar adormilado a no dar crédito, a ser incapaz de hacer un solo movimiento. Comienza a verse el fémur con claridad, como una pieza nueva de algo que aún no está montado, algo brillante e industrial. Ese chaval, que al parecer no tenía suficiente con ser el número uno de la chica de la piscina, suelta el cuchillo y separa de un hachazo el fémur de la rótula y la tibia. Parece decirle algo a Calista; ella se lleva las manos a la boca, al principio parece que llorando, pero luego veo que no es más que un ataque de risa. Si alguien más está viendo esto, obviamente tampoco ha llamado a la policía. Esa Afrodita o Aradia ha comenzado a bajarse los pantalones y las bragas. No parece importarles nada el hecho de estar lleñándolo todo de sangre y carne y pruebas inculpatorias. El chico ha entrado en la casa, mientras Atenea se ha acercado a la piscina y se ha sentado en el borde, mojándose los pies. Ese tarado vuelve a salir; coge la linterna y la deposita cerca de donde está Diana espatarrada. Coge el fémur casi pelado de ese desgraciado y se mete en la piscina. El agua le llega por la cintura. Veo que lleva una caja pequeña y que de ella saca un sobre que luego veo que es un condón. Un condón que le calza al fémur. No veo cómo teniendo en cuenta la forma del hueso va a penetrarla. Luego veo que sencillamente la estimula frotando el extremo que unía el hueso con la rótula. Cerca de la piscina sigue el cuerpo de quien ya estaba siendo mi mentor mental. Si no hubiera leído ciertos libros pensaría que es imposible masturbar a una chica con el fémur de un millonario muerto. Decido que de todas formas el viejales debía ser un buen elemento, así que paso de llamar a la policía. Espero a ver qué sera de esos Bonnie y Clyde, esos Mickey y Mallory. La chica de los mil bikinis ha dado un paso más. Ha pasado del cuento de la princesa y el viejo verde a ser la amante de Charles Manson. Yo no soy tan diferente, también odio a la gente que se auto-denomina normal. Y ahora entiendo por qué ese chico le gustaba más que cualquiera. Lo peor que le puede pasar con él es morir. Así que sin miedo a la muerte, y mientras se corre ahora estimulada por un hueso humano septuagenario, pues no le parecería a nadie la chica ideal para llevar a comer un domingo a casa de mamá. Pero es muy posible que se parezca más que la mujer a la que sigues llevando al cabo de diez años.

[La red social (Entrevista a Justin Timberlake y Andrew Garfield en el video) es una de esas películas ideales que sirven o para dártelas de crítico o para disfrutarlas sin más. Yo me he quedado con lo segundo. Dos horas enganchado a la pantalla. Técnicamente brillante, montaje brillante, diálogos brillantes, fascinante a nivel global. Y quien quiere criticarla dice que es fría. Como si Fincher hubiera hecho alguna vez cine cálido, como si una peli tuviera que ser cálida para ser buena. Como si las pelis de Kubrick, justamente encumbradas, fueran cálidas… En fin, el tiempo dirá (aunque supongo que dirá lo que dice con casi todas las pelis de Fincher), que nadie se la pierda.]

MetaBarbies

Empiezo. Al principio crees que estás inspirado, que puedes acabar relativamente pronto. Pero sospecho que esto me va a llevar al menos unas tres o cuatro horas entre el proceso de escritura, las relecturas y demás. Esto no es como el sexo. Y no es sencillo. Ni autobiográfico. Al menos no textualmente, al menos no de una forma en que todo lo que diga no esté codificado entre varias capas de mamoneo literario. Así que nadie podrá reconocerse demasiado aquí. Esto no es el susurro de tu amiga la tontita hablando de quien acaba de ir al lavabo.
Llámalo ficción o como quieras. Pero esto no es exactamente el espejo de tu baño. Ni tan siquiera el del mío.
Esto no.

Se me hace difícil comprender por qué HL llora desconsolada sentada en mi sillón, en el sillón que utilizo para ver la tele o masturbarme. Dice algo de su novio, un cuento repetido. Parece claro que Ken a vuelto a darle largas a Barbie. Pero por si acaso me siento a su lado y le pregunto. Y Ken ha vuelto a darle largas a Barbie, me dice. Aunque no llega decirlo sin intercalar varios hipidos y hasta tos. Por un momento parece que va quedarse sin respiración, y luego vuelve a las andadas con las lágrimas y el moqueo. Es una criatura de cuento hortera, como esas hadas que dibujan ciertas artistas supuéstamente chic, y que son tan luminosas y oníricas que acabas por no creértelas ni como hadas ni como mujeres. No te parecen ni una obra de arte ni una excusa para sacártela.
Pero ésta es real.
(Siempre lo son en estos textos no-autobiográficos, no-nada).
Es rubia, y su melena cae como blablablá, y tiene curvas mareantes y sus ojos son un océano en el que perderse y blablá… Todo eso. Adapta tu mejor fantasía masturbatoria y o romántica a esto; al fin y al cabo es lo que se busca a veces en ciertos cuentos pretendidamente dulces. Rubia o morena o pelirroja da igual si su pelo huele bien y cualquiera se la beneficiaría en un supuesto encuentro sexual salvaje; como todos esos supuestos, como cuando alguien te pregunta qué te llevarías a una isla desierta y les respondes con el título de un libro o algo por el estilo, cuando en realidad te llevarías toda la biblioteca, tu tele, tus muebles, y personal cualificado para construir y electrificar ese terreno.
Así que puedes imaginar a Scarlett Johansson si quieres, o a Kirsten Dunst si te gusta el rollo más frágil y menos carnoso. O a quien sea. (Incluso puedes creer que pasarás toda tu vida con ella).
Pero qué bonito es su pelo rubio o moreno o pelirrojo. Qué bien quedo consolándola como si me importara un carajo su amorío con el Ken de turno, que ya debe estar beneficiándose a una de esas Bratz, y para el que esos supuestos encuentros sexuales salvajes con Ideales de Mujer no son solo una posibilidad remota.
Las chicas como HL tienden a creerse las mentiras de Ken. Creen que Ken está más allá de la carne. Pero Ken tiene una mansión y está bronceado y va al gimnasio y tiene un deportivo. Ken es demasiado joven y “atractivo”, encaja demasiado bien en el ideal de revista para conformarse sólo con Barbie.
Pero Barbie, aun siendo quizá poco más que una pija estúpida -y aun habiendo sido Actriz, Atleta, Azafata, Bailarina, Enfermera y hasta Astronauta, entre muchas otras cosas- sí suele tener sentimientos que pueden ir más allá de la carne, aunque estén enterrados en publicaciones imbéciles y toneladas de maquillaje y ropa.
Con todo, la chica del poster central sufre otra vez por otra “polla bonita”.

Releo siete u ocho veces lo que llevo hasta ahora, y creo que se intuye bastante la posibilidad de que Narrador acabe de un modo u otro entrando en Barbie. Pero aún no sé si a un nivel emocional, físico, o de ambas formas. Lo que se suele hacer es dejar claro que hay un vínculo amoroso, y luego hay un “fundido a negro” literario o algo así mientras los protagonistas se besan y el lector intuye que más tarde habrá penetración física. Novela rosa. Es lo que le gusta a mucha gente, que les digan que los personajes se quieren, pero que les ahorren el porno, la visceralidad, lo que viene después, las citas conflictivas, las discusiones, las tardes frías, las quedadas en cafeterías en las que no surge ninguna conversación, los polvos mal ejecutados, los celos por terceras personas, etc. Pero aún no sé bien adónde va esto.
HL se tranquiliza y la rodeo con mi brazo derecho. Le digo que si quiere dar una vuelta y calmarse. HL tenía que pasar sólo esta tarde aquí. Pero perdió un vuelo y yo le ofrecí quedarse a dormir, descansar y que cogiera otro mañana. Ella tiene que interpretar el personaje de una película para televisión. Yo la escribí. Ella quería verme; es la protagonista y considera importante el hecho de dejar las cosas claras con el director y el guionista. Se comporta como si fuese a triunfar, como si ese rollo fuese a estrenarse en cines o algo parecido. Y pasan unas horas mientras hablamos del guión, etcétera, y entonces Ken llama a su móvil y dice que se acabó.
Luego me doy cuenta de lo complicado que es para ella dormir aquí. Lo que para mí se hubiera reducido al hecho de quitarme los zapatos y estirarme en un sitio blando, para ella es una odisea. Hasta sale a comprar un cepillo de dientes. Le digo que puede dormir en mi cama. Pero dice que el sillón ya está bien. Le dejo uno de mis pijamas. Pone el móvil, y lo vuelve a apagar haciendo pucheros al ver que no hay ningún mensaje ni llamada perdida de Ken; murmura que se le acaba la batería. Cree que quizá él se arrepienta. Le digo que quizá debería llamar ella e intentar calmar las cosas. Pero se niega. Y seguramente ella sabe por qué. Son las muñecas Bratz, todas esas cabronas, el resto de las mujeres que no son ella, todas esas Nancys y Chochonas, esas zorras que imposibilitan la monogamia en el mundo de las hadas reales.

Me dice que le gustaría ser más del montón. Lo cual se traduce, supongo, en: menos guapa. Dice que me agradece mucho mi amabilidad, pero -después de haberse pasado una media hora recostada sobre mí contándome su vida- me avisa de que no me confunda. Lo cual se traduce en: No. Y yo, en resumen, le digo que no pretendo tirármela ni nada, solo le ofrezco un techo. De lo cual se desprende que no sería la primera vez que folla por ahí para conseguir cosas o evitar cosas. Pero como me ha calado, se siente muy segura mientras habla de lo poco “su tipo” que soy. A mí me gustan más altos, más dominadores, dice. Lo cual indica que muy pronto otro Ken va a llamarla para dar paso al siguiente Ken, y el siguiente y… O puede que al final encuentre a un tipo que además de ser alto y fibrado y metro-sexual y portada potencial, también sea algo sentimental más allá de unas bragas tiradas en medio de una habitación.
No es que yo sea mejor por ser más feo. Pero la ventaja de ser del montón es que la percepción que una chica así tiene sobre ti sólo puede mejorar; así que si le caes bien, quizá con el tiempo confunda ese mejor concepto que va arraigando en ella respecto a tu persona con algo más profundo. Es como si no pudiera aceptar la idea de que podría haber algo atractivo en alguien que no es atractivo superficialmente. Y cuando ese atractivo finalmente se materializa en lo no-atractivo, puede que acabes teniendo acceso a la modelo de portada.
Es lo que en el fondo quiero yo ahora. Subirle la falda a la Barbie y que esta vez tenga sexo. Quiero la Barbie de carne y hueso, con todos sus complementos, con todo su rollo de pija, de perfumes y gilipolleces. Odio esa mierda pero amo esa mierda. Me parece superficial y desolador pero también me la pone dura. Es la princesa del cuento; es lo que siempre, desde niño, te han vendido como Mujer. Una mujer es débil y te está esperando, debes rescatarla, protegerla; es suave y le gustan los niños; es tierna, vulnerable, delgada, con los ojos enormes y un vestido rosa. Nosotros llevamos pantalones y ellas falda. Ellas son las que tienen que aguardar a que las saquemos a bailar, son las que nos apartan la mano de su entrepierna en las primeras citas, las que nos cogen del brazo en las películas de terror; son inocentes, les gusta ir de compras y las películas empalagosas americanas.
Ese rollo, todo ese rollo en teoría del pasado de lo que deberían ser supuéstamente los hombres y las mujeres, aún lo tenemos metido bajo la piel; y por más que luchemos por ser más abiertos, etcétera, seguimos teniendo mucho de eso. Nosotros salimos de caza y ellas se quedan a cuidar de los niños. Haz la prueba; la situación recurrente de las situaciones recurrentes: Ves al cine, a una sesión numerada de sala llena, un sábado. Si llega una pareja y le toca sentarse a tu lado, verás cómo enseguida es el hombre quien ocupa la butaca junto a la tuya. Porque eres una amenaza, porque ella es su novia; porque vete a saber qué cosas terribles podrían pasarle junto a un desconocido macho a esa pobre chica de vestido rosa y ojos enormes, inocente, cándida, débil, desprotegida. Esa mujer no-independiente que además es tuya porque tú eres el hombre.
La diferencia es que antes ellas eran lecheritas y ellos no se depilaban, y ahora ambos llevan piercings y tatuajes. Pero en muchos casos, el juego de relaciones sigue siendo el mismo.

Creo que Narrador está en un mal momento para atacar a su Barbie, pero todo es posible: es lo que le gusta al lector. Esto no es la vida real. Y dejando al margen el hecho de lo raro que es hablar sobre uno mismo en tercera persona, la verdad es que hay multitud de posibilidades para Narrador. Y aunque los personajes, aun siendo tan distintos, acaben juntos, siempre cabe la posibilidad de cortar esto cuando mejor estén: algo como besándose al atardecer o… no, demasiado trillado. Pero sí algo por el estilo.
HL dice al final que prefiere mi cama. Ya era raro que esta muñeca de anuncio de colonia se conformara con un sillón. De todas formas, dice que mi pijama es muy ancho, que quizá prefiera dormir en ropa interior. Es decir, si a mí no me importa. Así que se mete en mi habitación y supongo se quita mi pijama y se mete entre mis sabanas. Y mañana sale su vuelo a las once. Lo cual significa estar como mínimo a las nueve despierta.
Y aquí llega el parón, el vacío narrativo. Para que pasara algo tendría que irme a dormir y, mañana, recién levantado, tirarle los trastos. Como casi todo el rato hablaba ella -y sobre sí misma- no me ha dado tiempo a soltar un solo chascarrillo, no he podido hacer que se riera. Solo escuchaba y escuchaba cosas sobre ese Ken, ese folla-Bratzs que ya seguro ni se acuerda de HL.
O.
Espera.
¿Ha insinuado algo con lo de dormir en ropa interior? Y teniendo en cuenta lo altiva que ha sido todo el rato ¿no es extraño que me haya pedido permiso para quitarse mi pijama? Tal y como iba todo, más bien hubiera esperado un tosco “no se te ocurra venir a la cama”. Pero en cambio me ha mirado a los ojos y me ha dicho que iba a quitarse ropa, que quería quitársela. ¿Tan grande le iba el pijama? Yo diría que no. Pero es un riesgo, la verdad, teniendo el carácter que tiene podría denunciarme por un solo cachete en el culo. Aunque por otro lado, quizá quiera un polvo vengativo, quizá yo pueda ser su muñeca Bratz. ¿Quiero que me utilice?
Sí.
Pero ¿querrá luego algo a cambio? ¿Será esto algún tipo de trato vía -llamémoslo así-: prostitución blanca?
Me revuelvo en mi «cama», no paro de darle vueltas. Pero un pensamiento me tranquiliza: si ella quisiera realmente algo, lo habría dicho directamente, o al menos se habría insinuado más claramente. ¿Qué haría ahora mismo un Ken? No tendría que hacer nada, ya se la habría tirado dos veces, estaría durmiéndose con el sabor del tabaco en la boca.
De golpe, oigo un ruido. Pasos. HL abre la puerta de la habitación. Por un momento creo que viene hacia mí. Pero solo va al lavabo. Cierra la puerta, pone el pestillo. Se me ha puesto dura de tanto pensar en si ir o no ir a la habitación.
Es raro, pasan los minutos y no se oye nada. Nadie coge papel higiénico, ni sorbe, ni abre un grifo, nadie parece estar usando de verdad el baño. Bueno, supongo que llevaría alguna revista en el bolso, o quizá me ha cogido un libro. Puede que sea de las que se toma su tiempo. Sea como sea, voy a estar en vilo hasta que salga y vuelva a la cama. De hecho, incluso, una vocecita, me dice: “quizá se está aseando para ti, puede que se haya dejado de tonterías, igual sale y se te folla en el sillón.” Quién sabe. Pero es poco realista, incluso no siendo esto autobiográfico. No es que haya límites, pero el lector necesita sentirse mínimamente en los raíles.
El silencio llega a ser desconcertante. Pasan veinte minutos y aún no sale nadie del lavabo. Me levanto del sillón, de verdad preocupado. Golpeo la puerta con los nudillos: ¿HL, estás bien?…
Silencio.
Enciendo la luz del comedor. Vuelvo a golpear la puerta. ¿Se habrá dormido ahí dentro? ¿HL, estás bien?, grito. Y silencio. Comienzo a dar vueltas por el piso, nervioso. Son las dos de la mañana. Puede que despierte a medio vecindario, pero tengo que echar la puerta abajo.
Cojo carrerilla. Y el primer intento es patético. Caigo al suelo con el hombro dolorido, soltando tacos. La puerta está intacta.
Joder.
Vuelvo a coger carrerilla. Y esta vez consigo cargarme la madera por la zona del pestillo. La puerta rebota dentro y queda entreabierta.
La abro del todo.
Y dentro no hay nadie. Me quedo aturdido. Miro al techo, a las paredes. Noto un mareo, creo que por el golpe, me he dado sin querer en el marco con la cabeza. Salgo del lavabo y voy hasta mi habitación. No hay nadie, mi cama está hecha, las cosas de HL no están. La habitación me da vueltas. Demasiadas vueltas.

Alguien me da palmaditas en la cara, y dice: “ya abre los ojos…; dice algo de… palmaditas, está murmurando cosas”. En mí campo de visión aparecen dos hombres con traje y corbata, y también está mi hermana. Mientras me desperezo hablan entre ellos;
– Sí, creo que lleva días sin salir de casa.
– ¿Qué le ha pasado?
– Hace un mes Laura le dejó. Su novia.
– Es la chica con la que hablabas antes por teléfono?
– Sí, Laura Hernández, la conocemos desde críos.
– ¿Algo más?
– Hace tiempo que intenta vender un guión. La última vez que se lo rechazaron se lo tomó muy mal.
– Ha dicho algo de su «campo de visión». De unos hombres con traje…
– No sé de qué habla, la verdad.

[Por regla general los trailers suelen ser muy malos. Suelen intentar acaparar el máximo publico posible para las películas; así que los suele haber de dos tipos; o son siniestros (efectos de sonido, golpes, etc), o son en plan comedia estúpida (los típicos que te cuentan casi toda la peli). Pero de vez en cuando sale alguna joya, algún trailer realmente precioso que hace que se te haga la boca agua. Es lo que me ha pasado con el de «Blue Valentine» (trailer en el video), una peli que está acumulando premios, protagonizada por Ryan Gosling y la gran Michelle Williams. Una peli que desde luego pienso ver sí o sí.]

Exprimiendo a Grace

Sabes, me he fijado en esa tal Grace Randolph; esa rubia de la que me mandas videos aun sabiendo que yo no sé apenas inglés. Es muy guapa, la verdad. Puta esnob intelectualoide… Perdona, me refiero a ti, no a ella. Ella me parece encantadora, con sus camisetas, con sus abrigos y su micro, con sus tics, sus mohines… En serio, ese es mi problema, veo a cualquiera que no seas tú y me pregunto qué sentiría apretujándola, teniéndola acurrucada contra mí como te he tenido a ti los dos últimos años. (Dos años… dios santo…). Así que ahora quien me gusta es Grace. No por nada, más que nada porque es la última chica a la que he oído hablar más de dos minutos aparte de a ti; aun siendo solo videos, y aun estando ella en las calles de Nueva York y yo en mi casa sabiendo un solo idioma.
Ahora quiero a Grace, me gustan más sus peroratas en inglés sobre cine que tú; me ponen más sus entrevistas de treinta segundos a esos americanos de a pie que salen de los cines que tu “ropa interior para follar”. Su canal de youtube me erotiza más que tus tetas. Amo a Grace. Esa cabrona sin escrúpulos que se cree el puto centro del mundo… Disculpa, volvía a referirme a ti. Nunca se me ha dado bien redactar estos rollos, y cuando pienso en ti últimamente sueles aparecer en tercera persona y con tacos. Siempre estás en mi mente, taladrando. Joder. Sé que todo esto es un rollo agresivo, pero llevo como cinco meses leyendo a Hubert Selby Jr. Aunque a decir verdad sólo estoy dejando salir toda la bilis sin filtro. Esto no es más que lo que no te digo cuando estamos en silencio en una cafetería o uno de esos restaurantes pijos a los que siempre quieres ir. Pero ya se acabó, prefiero los videos de Grace. Ayer mismo me la casqué viéndola hacer su última crónica, y ni siquiera llevaba escote. Y no es porque te compare, es peor aún; un solo video de ella de cuatro minutos me hace sentir mejor que tú; al menos siempre que tengas las bragas puestas.
Lo cierto es que ayer me empapé más que nunca de tu Grace; y la verdad, no sé qué interés te despierta. No te gusta el cine, no te gusta la música, no te gustan los cómics… Solo te gusta vivir a toda leche y engordar el currículum. No te gusta leer ni follar. Te gustan los cuarenta principales, hacer el amor y tu ropita siempre nueva. No tienes puto criterio para nada que vaya más allá de los colores y las formas. Sólo eres una “tía normal” que cree que ser rebelde tiene que ver con hacerse tatuajes y ponerse piercings. “Soy muy buena, pero mira qué anillo llevo en la nariz; qué, qué te parece, puede que esconda algo, ¿no te apetece intentar ligar conmigo para yo poder rechazarte y contarles luego a todos que lo intentaste y así quedar como una tía maciza y rebelde que aun así no se lía con cualquiera y que tiene novio?”. Grace, en cambio, jamás se las daría de nada. Puede que ella no lleve tatuajes ni piercings, pero seguro que se ha leído el primer número de Spiderman; y créeme, en este mundo de tópicos y frases hechas y etiquetas, eso sí es un acto de rebeldía. Eso es encanto, es la magia de Grace, otro amor platónico que es otra vez mejor que lo que tengo contigo. Es Grace la superheroína. Jodida cabrona creída, pija de los cojones… Disculpa, lo digo por ti otra vez, no quiero confundirte. Quiero que quede claro que ayer tuve un montón de fantasías con esa americanita, que es una “vecina de al lado” de verdad; no como las vecinas de al lado que nos pintan en el cine o en la tele o en el porno; no; es la vecina de al lado auténtica, con su tímido y a la vez arrollador atractivo. ¿Te imaginas que ella pudiera leer esto? La verdad, no sé si escribiría según qué cosas. Pero el mundo no es pequeño, joder, eso sólo es otra frase hecha. El mundo es jodidamente grande. Estamos jodidamente lejos -por un motivo u otro- de nuestros amores platónicos. Así que, si uno de ellos resulta ser más potente que la realidad erótico-amorosa que tienes a mano, es que joder, hay algo que va como el culo. ¿No crees?
No te chines, esto podría ser peor, podría estar fantaseando con tu prima o una amiga, o con tu madre…
Pero solo es Grace, la cándida Grace, lejana y tras la sólida barrera del idioma. No te haces una idea de lo dura que me la pone el solo hecho de imaginar cómo serán sus pezones. No digamos ya cómo serán sus bragas o, dios santo, cómo llevará recortado o no su felpudo, o si se lo afeitará todo, o si se mojará con facilidad o…

Disculpa, he ido a hacer unas cosas… He perdido el hilo… Como te decía, ayer estuve viendo videos de esa chica, esa Grace. Zorra ambiciosa… (tú, ya sabes)… Y el caso es que llevé tan lejos la imaginación que tuve que quitar el ordenador para poder centrarme mejor en mis pensamientos. Comencé imaginándola pidiéndome algo lo suficientemente guarro. Pero nada extremo como que le permitiera cagarse en mi cara ni nada parecido; básicamente me la imaginé espatarrada, suplicando con gestos que le chupara el culo (no la podía «materializar» hablando en mi idioma)… Y yo lo hice, se lo chupé. Ella se estimulaba mientras tanto el clítoris con los dedos. A esas alturas ya la tenía tan dura y dispuesta que podría haber acabado relativamente pronto. Pero quería seguir imaginando. Unos minutos después ya estaba tan cachondo que Grace hablaba en un perfecto castellano cuando me pedía que por favor, que la follara más fuerte. Ya sabes, lo típico, nada muy elaborado; no se trata de las cosas que hagas en tu fantasía, sino de con quién las haces. Ella por supuesto gemía, pero no como una actriz porno o una actriz mala sin más, más bien eran esos gemidos entrecortados de cuando de crío oíste aquella vez a tu madre y tenías que taparte los oídos para poder dormir.
Puta sin corazón…
Me refiero a ti otra vez, por supuesto. Y no quiero alargarme mucho más, aunque tampoco lo podré controlar. Tú ya sabes por qué te dejo, ya sabes que mucha parejas cortan por mucho menos. Así que no des por culo, por favor; ya sé que hay bodas y comuniones a la vista a las que ya no irás, o al menos conmigo… Sé que te importa mucho todo ese rollo de la parejita, de la foto, de discutir con tus amigas sobre vuestros novios, mientras os regocijáis en esas habladurías y mierdas que no os permiten avanzar para ser personas de verdad y no solo espejos entre vosotras. Pero hasta aquí hemos llegado. Prefiero el canal de Grace. La Grace falsa de mis fantasías. A estas alturas ya no puedes competir con mi imaginación. Te estoy borrando del mapa digital, el telefónico y el mental. Este es mi último mail. Y por si tenías curiosidad, sí, Grace sí dejó que me corriera en sus preciosas y turgentes tetas.

[La tal Grace del relato existe (arriba su último video), ya la nombré, y tiene su canal de Youtube (muy currado), y me cae muy bien. Aunque espero que si por una serendipia (como dice Iker Jiménez), o una coincidencia cósmica o lo que sea, descubre este relato, y sobre todo su contenido, no le ofenda: sólo me gusta jugar, Grace, coleccionar amores platónicos, sin maldad… Por otro lado, hoy he vuelto a ver “Lost in Translation” (foto: su glorioso primer plano), y he vuelto a corroborar que es una de mis películas favoritas. No soporto cuando alguien me pregunta cuál es mi favorita absoluta (¡no lo sé!), pero sí tengo claro que algunas tendrían muchas posibilidades de entrar entre las diez primeras. La joya de Coppola es una de ellas.]

Anyone’s Ghost

Vas tropezando, agotado, atinando a tocar una teta, un billete de quinientos, una nube… Esta es la parte del texto/vida/existencia más desagradecida, cuando aún tienes que esforzarte por seguir adelante, dudando de si estás perdiendo el tiempo otra vez. Tienes que apartar rocas y telarañas, librarte de tus prejuicios. Y puede que veas una luz al final del túnel, pero al final la mayoría de veces no es más que otra persona perdida igual que tú. Con una linterna.
Y tú ya tenías linterna, todos la tienen. Y esa persona igual de despistada, la mayoría de veces tira por otra galería; bastante tiene ya con aguantarse a sí mismo/a como para lidiar también contigo. Con tu linterna de los chinos y tu rollo patatero en plan “voy a pegarme un tiro cualquier día de estos”. Nadie quiere esa mierda. Quieren que les compres con colonia y una presencia decente; quieren hacer manitas contigo en el cine, ya sabes. La mayoría de esas parejas tan apasionadas después no deben pasar de la postura del misionero. Esa gente que se pierde la peli, muchas veces no está más que protagonizando una mucho peor que ya hemos visto todos.
La historia se repite y se repite y tú no eres más que el siguiente en la cadena de montaje. Pero aun así miras esa luz cuando surge, y te preguntas si no será natural de verdad. Todo eso mientras intentas recordar cómo te perdiste, por qué no se puede ir marcha atrás.

Elevemos el costumbrismo. Recuerdos.“Californication”. Capítulo ?: La mujer de mediana edad afirma: “Me encanta cómo escribes”. Y Hank Moody responde: “Esas son mis palabras favoritas del idioma”. O algo así. Abría los periódicos todo los días, da igual si eran gratuitos o digitales o si estaba en un bar hojeando La Vanguardia. Y todas esas noticias redactadas supuéstamente en nombre de la verdad, resultan cada vez más ajenas a ella. Otra cosa son los artículos de opinión; vale, ahí hay una visión correctamente subjetiva. Eso está más cerca de algún tipo de autenticidad. Pero si realmente quieres Verdad, sal a buscarla a la calle, viaja. O en su defecto, lee ficción. Buena ficción, claro. Qué hay mejor para enterarse de verdad de lo que pasa en el mundo y la vida y la existencia, que un escritor medio borracho que necesita vomitar algo en el word o el office o su máquina de escribir vieja. No, no vas a encontrar más verdad en ningún otro sitio. Nadie que escriba con un horario apretado en medio de una oficina a dos horas del cierre te puede contar nada que merezca la pena ser leído o escuchado. Lee al tío al que se le hace de día escribiendo, ese que escribe porque sí, o al menos con un mínimo margen de acción, sin presión, y si puede ser hasta sin nómina de por medio. Un periodista debe concentrarse más o menos igual para redactar su rollo que para cagar después de haberse dado un atracón de café. Pero otro de esos tíos perdidos en medio del túnel que ven linternas ajenas de lejos como yo, esos tíos quizá te digan algo atinado, ya que, en cualquier caso, no tienen ninguna necesidad profesional de decírtelo, sólo quieren sacarlo de su organismo.

Caminas y caminas, e igual ves otra luz; esta vez parece más estática, más brillante. Pero no. Enseguida, cuando apagas tu linterna para apreciar el pequeño fulgor, éste se asusta y recula, o cambia de túnel. Más gente perdida.
A ratos parece sonar una melodía. Al final acabo reconociéndola. Es el pop que viene a rescatarnos. Quizá. Pero lo que es es una canción: Anyone’s Ghost. Sí, elevemos el costumbrismo. Es un tema de “The National.” Parece ir y venir con la corriente de los túneles. No puedo estar lejos de la luz natural. Quizá esa música no sea sólo ensoñación, quizá no tenga nada que ver con que en cierta época escuchara cierto disco unas tres veces al día durante semanas…
Didn’t want to be… your ghost
Didn’t want to be… anyone’s ghost…

El estribillo se repite una y otra vez. Estoy en casa, tengo cinco años, mi madre ya no me coge en brazos tanto como antes. Y mi vecina, mi vecina se baja las bragas para mí en las escaleras del edificio. Mi vecina de ocho años. Cada día. Y no hay nunca respuestas en el pasado: el caldo de cultivo de Freud no es más que tinta desperdiciada. Y con doce años mancho un sillón con mi primera paja. Y no es más que una paja, una paja viendo no sé qué concurso de televisión solo en casa, el escote de alguien. Y luego mi madre muere cuando yo tengo catorce años. Mi madre, no-fumadora, no-nada. Un infarto. Y ya está, no busco otra mujer a la que poder llamar mamá: ya superé aquella mierda. Y mi linterna sigue enfocando paredes curvas, suciedad vital, caminos incorrectos. Tropiezo y alguien me echa la bronca en el colegio; me tiro a una chica en los vestuarios del gimnasio; un profesor me pide la agenda y ve mis dibujos obscenos de pollas y tetas y llama a mis padres. Dejo los estudios y me pongo a escribir. Trabajo en lugares infectos que no merecen palabras. Mi padre se desespera. De vez en cuando me lío con alguien y no la vuelvo a ver, entro en chats, me la casco con fotos de Facebook. Un día me sale sangre por la rajita del pis de tanto machacármela. Al día siguiente miro las mismas fotos otra vez y comprendo que estoy colado por esa tía. Una tía, cierta tía, amiga de amigas; habremos coincidido seis o siete veces con seis o siete personas más. Si que alguien sangre por ti no significa nada, pensé, ya no sé qué es lo que coño cuenta en esta vida.

Siguen retumbando “The National” en mi cabeza, una y otra vez, la misma melodía. Matt Berninger no quería ser tu fantasma. No quería ser el fantasma de nadie. Las luces aparecen de forma cada vez más habitual. Muchas almas perdidas. Entro a hurtadillas y de noche y por una ventana en casa de mi primera novia de verdad. La asfixio con su almohada, nadie me pilla. Yo sí quería ser el fantasma de todos. Créeme. Observé el cadáver y me masturbé antes de salir de su habitación de postadolescente; todo era rosa, todo insinuaba el hecho de que allí dormía esa putita de coño realmente estrecho; esa conejita que me dijo unas horas antes que estaba por otro, otro tío, un chico, dijo, alguien más de su edad. Y no lo pude soportar. Aun sabiendo que la chica que a mí me gustaba, por la que llegué a sangrar, seguía siendo la primera en la lista. Aun con novio. Aun en este mundo.
Y se había abierto la veda.
Yo sí quería ser el fantasma de todos. De todo el mundo.
El túnel sigue y sigue como la vida que es. Una calle por la noche sirve para cazar a ese cabrón. Ese “novio de”, ese estorbo. Tantos y tantos días y semanas, ella con ese tío, ese chico inútil con cara de empollón eterno. Ese más que probable gay reprimido. Ese mamón realmente se estaba tirando a la fantasía de mis pajas. No era la chica del poster, joder. No lo es. Pero era mi chica, esa muchacha sencilla con su bikini en la playa, de fiesta con sus amigas, en el cumpleaños de alguien… Yo conteniendo la respiración cada vez que actualizaba su cuenta, cuando añadía fotos. Lo que fuera bastaba, y esa noche tenía que frenarme antes de destrozarmela.
Pero luego llegó la nada, otra luz que era linterna. Luego no supe ir a por ella. No supe hacer el papel. ¿Qué pasa si sale conmigo y luego…? ¿Podría contenerme? ¿Soportar la idea de perderla? No era capaz de afrontar eso, y la forma de postergarlo fue esperar. Y por supuesto ella comenzó a tirarse a otro. Y luego a otro. Y así durante años. Hasta que yo acabé aquí. Y ahora no sé por dónde salir. Tampoco fui capaz de ir matándolos a todos. Era una idiotez. Yo era el idiota.
La historia sobre cómo se pasa de ser alguien normal a ser un asesino cutre, es tan chocante como aburrida. Es como leer un periódico sin artículos de opinión. Y ni tan siquiera he seguido. Nunca he conseguido acabar nada de lo que empecé. Ni aun metido en la mierda en este túnel sé seguir siendo algo de lo que fui.
Y.
Meando solo por primera vez. Matando hormigas después de volverlas locas al remover el hormiguero como un pequeño dictador genocida. Anuncios de Cola-Cao y Coca-Cola. Películas de acción de los años ochenta. Mirar al cielo tirado en el puto suelo porque eres muy pequeño y nadie lo va a tener en cuenta. Malas notas, gritos, más malas notas. Las tetas de Pamela Anderson a las siete de la tarde en “Los vigilantes de la playa”. Música Dance. Luego Brit Pop. Luego lo que fuera. Al final “The National”, el último grupo que escuché de vedad. Y Amargura, Remordimientos: me entrego. Y ahora oigo el ruido de mi celda abriéndose otra vez, y a ese funcionario capullo gritando a todo el mundo para pasar revista.

[En el video, el tema que da titulo al relato. Llevo muchos días in parar de escuchar a The National, empieza a ser preocupante… Por otro lado, la recientemente musa proyeccionera Emma Stone suena para protagonizar lo que ahora llaman el reboot de Spiderman. Parece que sale una chica en este blog, y al día siguiente le ofrecen el papel de su vida… Igual hasta veo la peli, no la pensaba ver…]

Aileen

Un colega, otro de esos perdidos ya en la inmensidad de Facebook, alguien más a quien antes le contaba mi vida sin miedo a que la amplificara con sarcasmo para su propia diversión y mi perjuicio, me dice que si sé algo de esa máquina que hay expuesta en el Poma, ese museo del centro. Arte moderno.
¿Como?, le digo.
Me dice que te metes dentro y que estás a oscuras. Pero que el silencio es lo importante. Este chaval, ahora amigo número setenta y pico por orden de agregados, me dice que el silencio es de verdad; no como el de un estudio insonorizado o un barrio pijo apartado por la noche. Es silencio espacial, absoluto, el que sentirías en el vacío, sin oxigeno ni traje de astronauta, flotando en órbita antes de morir.
Me llega un mensaje de Allegra al móvil: Mi perro está vomitando, ¿te importa si quedamos más tarde? Te llamo. Conocí a Allegra porque alguien, por algún motivo, me dio su dirección vía messenger, sin más. Me pareció una grosería no agregarla, y ahora llevamos un par de semanas viéndonos. El problema es que ella sí busca “algo más”, pero yo sólo quiero lo de siempre; y soy demasiado perezoso para mentir, mojar, dejar pasar un tiempo y cortar. Mi colega sigue hablando de esa máquina, de que está siendo objeto de leyendas urbanas, la gente habla de ella, tiene varios grupos de seguimiento en Facebook; “Yo también estuve en la máquina del Poma y sigo queriendo a mi pareja.” “Yo también entré solo en la máquina del Poma y no me pasó nada.” Este desconocido amigo del pasado me recita cada uno de los grupos, se los sabe de memoria. Estoy con él porque bombardeó mi muro. Hacía como cinco años que no nos veíamos. Hemos estado varios días hablando por Internet, y ayer me dijo que si no tenía nada que hacer hoy por la tarde, él tampoco, y que podíamos tomar un café; un rollo de amistad, aclaró. Me dio cosa darle largas, y ahora hago como que le escucho con interés mientras me dice que dos de las personas que entraron en esa máquina se suicidaron al cabo de los días, y que no dijeron nada desde el momento en que pusieron un pie fuera de Aileen. Así es como su creador llama a ese trasto del silencio: Aileen. Y yo asiento, asiento. Ajá. Vaya. ¿Sí? Ajá… Como si no hubiera oído nada antes de toda esa mierda.
Este tío no para de parlotear. Y creo que si fuera otra persona quien me hablara del tema podría sentir mucha curiosidad, pero con él nada hace click dentro de mí, es como cuando de crío mirabas una pizarra llena de ecuaciones sin prestar atención y esperando a que acabase la clase. Asiento. Asiento. Con los años perfeccionas la impostura, puedo sonreír los lunes por la mañana y parecer aceptablemente natural; incluso estoy mejorando mucho en mis gestos de asombro y mis réplicas cuando alguien me enseña a su bebé o su coche nuevo.
Dicen que Aileen te puede trastocar, que la mayoría de gente nunca ha estado un buen rato sin oír absolutamente nada, o realmente a solas con sus pensamientos. Casi todos entran en esa máquina acompañados, entre risitas de turista que mira los cuadros en los museos como quien ve pasar el tren. Es lo que pasa, eso dicen las leyendas urbanas; los que no se toman en serio ese rollo del silencio salen de allí como si nada; pero hay algunos que realmente se sientan a solas en la pequeña butaca que hay dentro, e intentan percibir el ruido exterior. Luego, cuando se dan cuenta de que realmente están en esa quietud absoluta, y si pasan un rato más, piensan. Se aíslan. De repente están en paz para hacer balance de todo. Eso dicen. Es un paréntesis minúsculo y punzante en tu vida, un trasbordo forzado, un charco de lava que pisas sin haberte dado cuenta, y luego, fuera, enloqueces o pones tu existencia patas arriba: de golpe decides sincerarte brutalmente en una reunión familiar, o dejas pasar ciertos días del año sin regalarle nada a nadie, o poco a poco vas cambiando hasta volverte irreconocible para los demás, quizá porque estás empezando a ser tú mismo. O no. O en casos extremos, te conviertes en un autista o te matas. Son historias, cosas que le gusta contar a la gente como el tipo que tengo en frente. Aunque no por ello son menos inquietantes.
Entonces, cuando estoy a punto de aportar algo a la conversación, el tío cambia radicalmente de tema. Comienza a hablar de su novia. Es obvio lo que está pasando, me habla de todo lo que no hablaría con sus amigos o su entorno. Soy su confidente forzado, se supone que tengo que decirle que no se preocupe, que no es nada raro que ahora lo único que le interese de su “churri”, con la que lleva tres años, es que le haga pajas con los pies. Quiere que le diga que no es normal que ella no quiera practicar sexo anal. Es verdad, al principio duele, pero luego el tema se dilata. Y no, no tienen importancia esos sueños que tiene en los que la degolla y luego sodomiza el cadáver. Ya ves tú, la de cosas raras que he soñado yo también. Y sí, quiere que le apoye cuando me dice que Freud era un capullo. No pasa nada por que sueñe con ese rollo cada dos por tres, no significa que en la realidad le ponga la idea de follar con cadáveres. Asiento y asiento por más barbaridades que diga; subrayo sus explicaciones. No, tampoco es un problema que de chaval tuviera ganas de “tirarse” a su madre. Y tampoco importa si aún le vienen esos pensamientos a la cabeza aun teniendo ella ya sesenta años y él veintisiete. Ya sabes, Edipo. En el fondo todos queremos hacerlo. Y asiento, aunque se me revuelva el estómago. Si he sido capaz de aguantar cenas eternas y bodas y comuniones y toda esa multitud de quehaceres adultos, también puedo asentir si un tipo me dice, después de haber reconocido que se tiraría a su madre, que además le va la coprofagia. Bueno, está bien, son heces… a mi no me van las heces, le digo, pero cada uno… Luego me dice que si me parece un tío raro, que si a mí no se me pasan según qué cosas por la cabeza. ¿Nunca me avergüenzo de lo que pienso? Le digo que bueno, que mi madre ya murió, y que en mi familia todos acaban siempre hechos cenizas dentro de una urna… Y sí, me queda una abuela con vida, pero nunca he fantaseado con tirármela o comerme su mierda. Yo soy así, muy del montón.
Mi amigo número setenta y pico me dice que si le estoy tomando el pelo.

Allegra, mi pseudo novia, se llama así por una cantante de opera o algo parecido; no me quedó claro la primera vez que nos vimos, cuando me ametralló con cientos de datos autobiográficos que yo tenía que saber, según ella, para estar tranquilo. Ella no era una tía rara ni nada de eso, decía, quería que eso quedara muy claro. Me dijo que había visto mi perfil en Facebook y que le hizo gracia y que sintió una conexión, algo muy fuerte. Luego me preguntó que de qué signo soy. Habían pasado unos veinte minutos, y para entonces yo ya pensé que no… que nada… que… eso, tetas y nada más. Le dije que Libra. Abrió el periódico y buscó el horóscopo. Ese día iba a tener que tomar una decisión importante relacionada con mi familia, pero también iba a conocer a alguien especial. Eso decía mi signo. Allegra se sonrojó y cerró el periódico. Yo le dije que no creía mucho en esas cosas, ella pensó que lo dije para que no se avergonzara y, desde un punto de vista realista, probablemente nuestra relación acabó ahí.
Para parafrasear a Hank Moody en “Californication”, Allegra es una tía que a veces te provoca una extraña sensación, no sabes si te apetece más follártela o darle un puñetazo en la cara. Aunque mentiría si negara que soy capaz de cogerle cariño a lo que sea. Creo que si pasara veinte años en una celda, cuando me soltaran, miraría hacia atrás y sentiría cierta nostalgia de mis momentos privados de libertad, tocaría el camastro y los barrotes por última vez y respiraría profundamente el olor del lugar antes de irme.
Veo a Allegra unas horas después de haber tenido mi encuentro con setenta y pico. Vamos a cenar. Al olerla y besarla me siento mucho mejor que con mi anterior compañía. Por más que me extrañe pensarlo, por primera vez reencontrarme con ella es algo así como volver a casa. Quizá haya hecho bien en no mandarla a paseo elegantemente hace unos días. Ahora comienza a hablarme a su modo atropellado de cría ansiosa, y se me hace relajante escucharla. Dan ganas de apretujarla y protegerla; vale, quizá no sea mi tipo por dentro, pero es innegable que hacerle el más mínimo daño a cualquier nivel sería propio de un hijo de puta. No hay maldad ni doblez posible en ella. Es como lo contrario a mí en muchos aspectos. Ahora soy consciente de ello; es el otro extremo del cinismo y el pesimismo y hasta la fría racionalidad. Y no es una pose. Es tan malévola como lo pueda ser Minnie Mouse.

Piensas siempre en un ideal, una mezcla de fantasías autofelatorias y perfeccionismos relacionados con cómo te verán los demás con esa tía, o esa otra. ¿Parecerá que estoy a gusto? ¿Cuando me juzguen sin que estemos delante dirán que estoy desesperado?, ¿que me estoy agarrando a un clavo ardiendo? ¿Cuánto tiempo nos darán?, ¿dos meses?, ¿un año? ¿Qué tipo de insultos -directos o indirectos- utilizarán para con ella? (En este caso aludirán a su peso, seguro, aun no siendo nada alarmante e incluso añadiéndole atractivo.) ¿Qué dirán sobre nosotros esas parejas que ya hace años que conviven juntos? Y lo más importante, ¿me importa todo eso? No lo sé; diría que, de un modo individual y para conmigo, objetivamente, no. Pero, ¿debo sonreír como un capullo cuando me reúna con la gente?, ¿haciendo como si no hubieran estado juzgándome, asintiendo como un imbécil a cada chascarrillo y comentario como si nada? ¿Me hago demasiadas preguntas? ¿Significa eso que estoy amargado? ¿Y los que te llaman amargado, estés o no delante, seguro que ellos no lo están aun teniendo la necesidad imperiosa de juzgar a todo el mundo para después hacer el papel con todo el mundo? ¿Esa gente que es capaz de compartir sus intimidades como si nada, y que luego se cabrean si alguien les roba una pulsera o un reloj, no están amargados? ¿O son quizá demasiados los que son así y es un alarde de pesimismo relacionado con la naturaleza humana muy arriesgado hablar de ellos en esos términos?
Y.
¿Qué papel juega Aileen en todo esto?
Esa gente que entra en la máquina y que de repente necesita recuperar su individualidad, que dejan a sus parejas para tener algunos pensamientos distintos antes de dormirse, ¿qué habían estado haciendo antes? Mi teoría es que lo que hacían de verdad era demostrar que pueden ser uno más, pueden sumar; pueden convencer a su entorno de que son responsables, adultos, monógamos, todo eso. Pueden convivir en pareja a la voz de ya si les apetece, tengan veinticinco o cuarenta años. Da igual. Si mi hermano ha podido, yo también puedo. Si mis amigos lo han hecho, yo también debo hacerlo. Yo también puedo conseguir que todos digan que he madurado cuando no esté delante. Puedo conseguir que afirmen que he mejorado, que ahora soy estable, sé afrontar mis responsabilidades y poner la otra mejilla o el culo ante la vida. En definitiva, tengo cojones y puedo hacer esa mierda. Así, si igualas tu situación a la de todos, serás digno del mismo modo que todos. Arrinconarás lo “abstracto” y te sentarás orgulloso a cenar con tu entorno en nochevieja procurando que se vea bien tu reloj nuevo, tu pulsera comprada en marruecos. Sonríe, todo está buenísimo, ya eres completo, y la cámara está a punto de disparar.

Pasan los días y Allegra cada vez me enternece más. En cuanto al sexo, sólo diré que ahora el olor a pis me la pone dura. Digamos que, Allegra no es de esas que baja un momento al pilón y en cuanto aquello erecta pugna por pasar a lo siguiente. Ese contraste entre su actitud melosa y su falta de escrúpulos en la cama satisfaría a cualquiera. Quién iba pensar que en ese tipo de aspectos es la típica mujer que podría romper matrimonios.
De todas formas, seguimos chocando en cuanto a nuestra visión sobre la rutina y las personas. El tema es que yo siempre he creído que todo esto no es más que una batalla: tú contra la vida; y que al final gana la muerte. Ya sé, así dicho puede sonar muy extremo, pero -aunque a distintos niveles- la mayoría de gente piensa así (quizá todos excepto los suicidas…). Y creo que todos piensan así porque constantemente te están diciendo que te levantes, que sigas, que actúes ya, que superes los obstáculos, que nada debe frenarte… ¿Y qué es todo eso sino una batalla? Todos lo transforman todo en una contienda. Si les hablas del matrimonio te hablan de que hay que luchar por mantenerlo en pie, si estás solo te dicen que para estar acompañado hay que mover el culo y salir de la trinchera. Si estás realmente enfermo te dicen que luches por tu salud. Todo es una guerra. Contra el colesterol, contra el nivel de azúcar en la sangre, el tabaco, el alcohol, las drogas duras, la edad… Es un enfrentamiento constante con todas las circunstancias que pone en tu camino la existencia.
La diferencia entre Allegra y yo, es que para ella toda esa lucha es bonita, y yo intento valorar las cosas por separado. Porque puede que pensando al modo simple o vitalista u optimista, acabes perdiendo más la perspectiva que si eres un puto cínico aferrado a los rincones oscuros de la realidad. Es la diferencia entre sonreír para estar contento, o hacer algo, estar contento y como respuesta sonreír por ello. Y yo nunca he sabido alegrarme porque sí para ser feliz. Ese rollo me parece algo así como el capitulo uno de un libro de autoayuda escrito por alguien mucho más mezquino que yo.

Una de las cosas que más me gusta de Allegra es que siempre está localizable; no tiene una de esas agendas a reventar de cursillos y clases de idiomas y terapias de la risa y toda esa lista de quehaceres que te convierten en alguien tan “preparado”, moderno y cosmopolita. No necesita saber cuatro idiomas para sentirse realizada, ni hacer actos altruistas en pos de algún tipo de insatisfacción sin nada que ver con el altruismo. No, ella puede ir a trabajar, volver y calmarse; no se pone nerviosa con siete horas libres en las que no tenga que dormir. No es como esa tanta otra gente que necesita tener al menos cinco o seis frentes abiertos en su vida para mantenerse ocupados. ¿Dónde está la pasión? ¿Pasión es hacer muchas cosas a toda leche? Yo al menos no podría disfrutar de una clase de japonés (por más que me pudiera interesar) si después tuviese que ir a clase de yoga y después a algún taller de cocina. Y lo que creo es que mucha de esa gente no haría la mitad de las cosas que hacen si después no pudieran contar que las están haciendo. Es algo que jamás entenderé; he llegado a ver esa actitud incluso en relación con el sexo: “¿qué sentido tiene tirarse a Fulanita si luego no lo puedes contar?” Sueltan cosas así y se quedan tan anchos. ¿Es que vivimos en una puta comedia romántica americana? He llegado a oír cosas como: “podemos ir a ese bar que está un poco después de donde voy a hacer yoga y un poco antes de la academia de baile.» ¿¿¿¿¿¿?????? ¿En serio necesitas contarle tu vida a alguien para llevarle a un sitio que ya sabes dónde está? Y, con todo, la pregunta, en este caso genérica y plenamente justificada, sería: POR QUÉ (o, qué papel juega Aileen en todo esto). Es decir, ¿se puede profundizar en algo en la vida -lo que sea- que siempre, y repito, siempre esté sujeto a horarios y enterrado en otras actividades?
En eso coincido plenamente con Allegra. Lo importante es Hacer (si te apetece), y luego contar lo que te dé la gana, si te la da. Además, insisto, de todas formas la gente suele gestionar muy mal la información (por decirlo finamente).

Tenía un amigo, ahora el ciento y pico por orden de agregados en Facebook, que decía que la vida es un coñazo, pero que al menos está salpicada de coños. Lo decía siempre que me hablaba de las amigas de su novia, con las cuales no tenía problema en flirtear. Cuando ya llevo un mes y medio con Allegra, se empeña en presentarme a su círculo. Concrétamente, son tres chicas, y muy parecidas a ella físicamente. Estamos en la terraza de un bar. Si has visto uno de esos videos porno en los que al principio tres mujeres disfrazadas de adolescentes se pelean con almohadas dando grititos y sonriendo estúpidamente, pues esto es bastante parecido. Lo bueno es que también son tímidas, y parece ser que respetuosas; saben que no las conozco e intentan entablar conversación de una forma educada. Al menos dos de ellas… La otra no habla, permanece seria, o más bien meditabunda, como si tuviera la cabeza en otro sitio.
Llega un momento en que se levanta sin decir ni pío, entra en el local y va al lavabo.
Y, ni que decir tiene, su silla la ocupa Aileen.
Allegra y las otras dos chicas me dicen que hace dos días que Sandra fue al Poma. Que entró en esa “máquina rara”. Les digo que ya sé de qué hablan, pero que todo ese asunto es una chorrada. Y aun así les pregunto:
¿No ha hablado nada?
Me dicen que solo con monosílabos. Pero que lo extraño es lo seria que está, que ella ha sido siempre muy sonriente, muy centrada. Podría pensar que me están gastando una broma, pero estas chicas no parecen ser de las que maquinarían una historia así. Les digo que no tiene por qué ser por la máquina, quizá está preocupada por algo. Dicen que vale, que es una posibilidad, pero insisten en que está muy extraña, nunca la han visto así.
La muchacha vuelve, pega un trago de su vodka, y sigue a lo suyo.
En el local tienen un plasma dirigido a la terraza. Al cabo del rato, alguien le ha pedido al camarero que suba el volumen. Todos miramos la pantalla. En el telediario dicen que el sueco Bjorn Anderson -el creador de Aileen- lleva días desparecido. No tiene familia, y sus allegados y compañeros de trabajo no saben nada, solo que no responde a las llamadas y los mensajes. Su casa está vacía y no hay notas ni pistas de dónde puede haber ido. A las chicas y a mí nos da por mirar durante un segundo a Sandra, la neo-autista. Ella responde a nuestra mirada y después desvía la vista hacia su regazo, mientras hace que no con la cabeza, dejando ir una media sonrisa algo siniestra.

El día siguiente amanece con una extraña noticia. Dicen que una chica inglesa de quince años entró hace tres meses en Aileen. Y la muchacha, aun con el himen intacto, está comenzando a engordar. Está embarazada, y la única explicación plausible es la de que se haya tirado a alguien y haya pactado con quien sea una reconstrucción de himen. La explicación lógica es esa, que la chica, aun con su pinta de no haber roto un plato, ha llevado a cabo una táctica de desconcierto para echar la culpa a Aileen. Aileen siempre tiene la culpa. Todos cambiamos por Aileen. Un grupo satánico dice que esa niña está engendrando el anticristo. Se dice que los médicos no quieren enseñar las ecografías a nadie. Los padres de la chica no hacen declaraciones. Hay un buen puñado de datos extraños, de incoherencias. Mi teoría a bote pronto es que el cabrón que se la ha tirado es cirujano. Se la tira y luego la “arregla”. Y misterio. Pero lo que sigue sin cuadrar es la imagen que la chica da en los medios. Parece tener ese perfil a lo Minnie Mouse de quien no pensaría en nada tan retorcido para ocultar el hecho de que alguien seguramente mayor de edad le ha dado un buen repaso. Lo cual además sería abuso de menores. Pero Aileen está tan de moda que quizá la menor haya cedido a los deseos de ese mamón cirujano reconstructivo y ahora no sepa cómo salir del entuerto en que se ha metido. Es delgada; ha ocultado su barriga hasta que se ha hecho demasiado evidente. Por más que le preguntan, la muchacha dice que nadie la ha violado ni nada parecido, que incluso tiene un novio de su misma edad que puede constatar que ella no ha estado nunca por ahí follándose a mayores de edad. Dice que él, ademas, la vio entrar en Aileen, y que si entró sola fue solo porque quería estar en silencio un momento, sin nadie más. Y yo creo que quizá debería apuntarme a clases de alemán, me siento muy poco internacional últimamente. La muchacha dice que meterse en esa máquina es lo único extraño que ha hecho en su vida, y que en cuanto supo que estaba embarazada, Aileen fue lo primero que le vino a la mente. Y yo me pregunto cómo serán esos ejercicios de terapia de la risa. Dice que no, que ella no conoce al creador de la máquina, y que no se han encontrado ni fue él quien practicó sexo con ella, porque ella no practicó sexo con nadie. No creo que sea tan raro eso del yoga, quizá incluso sea útil; quizá todos necesitamos relajarnos un poco, puede que haya recetas de verdad para eso. Allegra mira como hipnotizada la tele. Todos los canales hablan de lo mismo. No se trata de una adolescente embarazada más. Es la novia de Aileen, y dice que lo suyo ha sido como la inmaculada concepción. A todo esto, el sueco sigue desparecido, se lo ha tragado la tierra. Si la realidad comienza a distorsionarse tanto que no alcanzo a comprender al menos un tanto por ciento respetable de ella, quizá sea una buena idea que me apunte a unos talleres de cocina, por ejemplo. Al fin y al cabo salgo temprano del trabajo. Una locutora de la radio dice que los ojos de la muchacha quinceañera están cogiendo un tono rojizo. Dicen que se aprecia en las entrevistas de televisión. Que antes eran verdes. Allegra abre su portátil y pone “Biblia Satánica” en Google. Parece que su perversión en la cama se está extendiendo un poco hacia otras áreas. Y yo podría incluso dar clases de esgrima, debe ser divertido, y además esas espadas no pinchan, les ponen un tope, una bolita o algo así. Pero ¿por qué una reconstrucción de himen? ¿Por qué no abortar? Alguien llama al móvil de Allegra. Allegra descuelga, espera, y cuelga sin decir apenas nada. Luego consigo sonsacarle mientras llora que han encontrado el cadáver de Sandra en las vías del tren.

[Arriba, trailer de “Skyline”. Que me viene bien para rajar un poco sobre cierto tema: efectos especiales. ¿A nadie más le parece que “Avatar” está sumamente sobrevalorada en ese aspecto? A bote pronto se me ocurren varias películas que me gustan mucho más visualmente (Amelie, Sin City, 300, Watchmen…). ¿Y nadie cree que los avatares eran directamente muy feos? (azules, con trenza, estirados) Además no acababan de convencer; mirabas a Sigourney Weaver, que era la cara más conocida, y su avatar resultaba extraño, desde sus movimientos hasta sus facciones; para lo que nos habían vendido, aquello para mí dejaba mucho que desear. De hecho, solo esta “Skyline”, que quizá será peor que “Avatar” (aunque no es muy difícil igualar a “Avatar” en argumento, etc.) ya me parece mejor acabada en sus efectos especiales, como si sus directores se hubieran empeñado en lavarle la cara a “Independence day”. Echadle un tiento. Por otro lado, y cambiando totalmente de tercio, ha salido el cuarto número de la revista A-Zeta, esta vez abordando como tema el Humor, y en la cual encontraréis un relato inédito de servidor: «La encantadora Lily».]