Es sábado y son las ocho de la tarde, y Violeta tiene diecisiete años y -según se queja siempre- nombre de dibujo animado. Su móvil no suena. O más bien, cuando suena no es el sonido correcto, no es quien ella espera que sea. A veces es una amiga, a veces su novio. A veces mamá llama a la puerta de su habitación y hace preguntas estúpidas. Violeta escribe en un diario con cubiertas rosas y florituras infantiles. Dicho diario tiene un candado pequeño. Violeta tiene un hermano de veinte años; ella sabe que él sabe que ella sabe que su ordenador está a rebosar de porno, y que en cuanto descubra el diario rosa la mortificará y crucificará. Violeta se sonroja si un chico algo mayor que le gusta dice tacos cerca de ella. Ni tan siquiera hace falta que sea el chico de quien espera ahora la llamada. Tener novio, para ella, es solo un aliciente más para fijarse en algún otro muchacho menos conocido, que por tanto aún presenta algo de misterio; y de paso ofrece la indirecta esperanza que alimenta cierta fantasía romántica que, como dijo Bukowski, suele irse al traste con el primer rayo de luz de realidad.
Pero Violeta aún no sabe quién es Bukowski.
Lo que sí sabe es que no está vestida con sus mejores bragas para nadie que no sea el chico de quien espera la llamada, un amigo de su novio que hace una semana alguien le presentó, y el cual enseguida estuvo dispuesto a intercambiar teléfonos. Violeta -tal y como dijo una vez borracho su padre- sería una puta de lujo cuasi millonaria en cinco años. Su padre es de esos tipos que no tiene problema en admitir que lo que le gusta son las chicas jóvenes. Entra y sale de Alcohólicos Anónimos cada año, y cada año en nochevieja suelta perlas a propósito de lo mucho que le gustaría beneficiarse a todas “esa niñas de instituto”. La madre de Violeta se llama Dolores.
Violeta deambula por la habitación con su vestido minúsculo y casi son ya las nueve. Suele quedar a las once con sus amigas si no le sale plan con el chico que esté en su punto de mira. Otra opción sería que ella le llamara. Pero el orgullo, sumado a la curiosidad de si él estará pensando en ella, la tiene maniatada en esa típica cárcel supuéstamente reservada sólo a la adolescencia.
Algunas noches tiene pesadillas con la posibilidad de que alguien descubra su diario. Lo que más miedo le da es que en él no tiene secretos escondidos sobre sexo o situaciones o pensamientos vergonzantes; lo que le preocupa es que sus reflexiones no son las típicas relacionadas con una chica de su edad. Cualquiera sabe que si hay algo que asusta de verdad a un chico joven es una chica inteligente. Su carta de presentación no puede ser ese diario, deben serlo sus bragas. Ella siempre escribe que el problema del drama adolescente es que los problemas de su vida no son más que algo por lo que todos ya han pasado antes. Lo peor de la adolescencia es la condescendencia de los adultos. Son los adultos quienes crean la adolescencia. Esa actitud a priori extraña de un chico con acné, pues bien, según Violeta opina, no es precisamente culpa del chico con acné. Ese comportamiento a menudo arisco no es más que una respuesta a la radical indulgencia adulta. Lo cual convierte a los adolescentes en víctimas, y a los adultos en niñatos. En el diario de Violeta también se pueden encontrar reflexiones sobre sus padres, e insultos a su hermano, pero esa solo es la parte previsible. Lo que nadie debe saber es que Violeta piensa.
Mientras cena con el móvil a la mesa, su padre bebiendo ya en serio y su madre de la cocina al comedor y del comedor a la cocina, cada vez está más nerviosa. La palabra correcta sería Histérica. Su hermano sale con un prototipo de animadora de dieciocho años que la primera vez que vio a Violeta, preguntó: “¿Eres rubia de verdad?” Ahora deben estar follando en el asiento trasero del coche de papá antes de ir a cenar a algún sitio de comida rápida de los que a ella tanto le gustan.
Dentro de un mes Violeta cumplirá dieciocho años, pero eso no importa nada ahora porque su móvil sólo suena cuando su novio vuelve a llamar. Y mamá dice: ¿Porqué no lo coges? Y Violeta no dice nada, y piensa ya que va a tener que salir con sus amigas y que sus bragas no se van a mover del sitio y que no tiene hambre y está agobiada y deprimida aun siendo sábado. Quiere llamar al chico, pero no lo hará. Ni querrá ver a su novio hoy ni estará especialmente simpática con sus amigas. Porque lo que ahora desea de verdad es quemar su diario y engrosar la estadística de suicidio entre adolescentes menores de dieciocho.
Archivo por meses: noviembre 2010
Relato erótico
Todo está lleno de palabras terminadas en ente. Delicadamente, Suavemente, Duramente, Dulcemente, Tiernamente. Hasta Humedamente, que no sé ni si existe. Una mierda, vamos. Es terrible, ni tan siquiera se puede considerar erotismo, es porno con lenguaje de relato erótico. Borro todo lo que llevo, y empiezo otra vez procurando no escribir lo mismo a la vez que otras cien mil amas de casa malfolladas en el mundo. Mientras vuelvo a intentarlo me pregunto si querer transmitir sexo escribiendo no será lo mismo que darle la foto de un bombero a alguien que está en medio de un incendio. Procuro que quienes follan en el texto no tengan cara, narro en tercera persona para no inmiscuirme por aquello del lector idiota y malpensado, y coloco a los protagonistas en un contexto de perfección lúbrica en el que nunca hay incomodidades ni tiempos muertos (ni mucho menos problemas de erección o tirones). Ella por supuesto tiene que correrse varias veces antes de que él acabe. El tiempo estipulado de duración del coito no se especifica, solo se insinúa, y debe ir asociado a expresiones como “el sudor de entre sus tetas” o los diversos cambios de postura, descritos a poder ser de la forma más escueta posible, dando a entender lo que pasa pero sin largas descripciones ni un vocabulario amplio en exceso. No se puede asustar o hacer pensar al lector/a, se supone que debe ponerse cachondo; cualquier cosa que le suponga un esfuerzo más allá del simple acto mecánico de la alfabetización, puede romper el hechizo (si es que un relato erótico puede ser capaz de generar ese tipo de contexto que hace que quien lee “se crea” lo que lee a algún nivel). Tampoco soy partidario de “exponer” demasiado el físico de los protagonistas; si hay algo que nunca he entendido es cómo el publico potencial de las novelas rosas -a menudo erotismo light encubierto- puede llegar a empatizar lo más mínimo con esas cubiertas pseudo-románticas infladas de esteroides con tíos cachas y tías sumisas.
Escribo ahora más convencido, enterrado en normas autoimpuestas, queriendo fabricar -por decirlo de algún modo- una especie de porno para mujeres. Por otro lado, como todo texto, éste también será literariamente automasturbatorio, quiero sentirme bien cuando lo relea sabiendo que soy yo quien lo ha escrito. Pero además esta ficción en concreto tendrá un fin “indirecto”, y es que cierta chica pelirroja -particularmente cariñosa en la vida real- que me sugirió que se lo mandara por mail para su fanzine, llame a su novio después de haberlo leído, y le diga que tiene que hablar con él.
Relato diario (3 de 5) – Eyacular
Verá, señorita, estaba ahí en la barra disfrutando de un vodka con fanta de naranja; o más bien diría simulando dicho disfrute, ya que -y esto es un secreto que jamás cuento- no me gustan las bebidas alcohólicas. Y mientras estaba ahí me he fijado en que a este lado de la barra estaba usted. Y también me he percatado de que estaba sola. Así que me he dicho: “deja de actuar como si fueras monógamo”, y me he decidido a acercarme con claras intenciones lúbricas. Lo cierto es que estoy casado; ella me gustaba al principio, pero ya sabe, éramos jóvenes y no calculamos bien. La verdad es que usted me parece tan encantadora que estoy ensimismado incluso pagando una hipoteca con esa otra, y hasta “queriendo” tener un hijo por aquello de Formar una Familia. Seguro que me entiende. He decidido comenzar a hablar sin filtro; espero no incomodarla, aunque no puedo garantizarlo. No quiero tener hijos, quiero librarme de esa otra y comenzar de nuevo; ciertamente, eso es lo que quiero. No se alarme si nota una profunda sensación de desasosiego, no es que yo quiera sustituirla a ella por usted. En realidad, como ya he dicho, mis intereses esta noche son más bien de carácter primario. He estado ahí con mi vodka de las apariencias preguntándome cuánto tardaría usted en eyacular si yo empleara todas mis armas. Y empleo la palabra «eyacular» -más gráfica que algunas otras- porque se ciñe mejor a ciertas prácticas a las que mi mujer se niega, y que quizá usted aceptaría experimentar con un desconocido, amparada por el anonimato y protegida por la ausencia de compromiso. Por otro lado, probablemente se esté preguntando si ya he hecho esto antes, si he intentado fornicar con otras a espaldas de mi ya desgastada-a-todos-los-niveles mujer. Así que… sí, le aseguro que sí. Unas veces con más éxito que otras, pero como habrá apreciado ya a estas alturas, no me cuesta intentarlo, y le advierto que casi siempre lo consigo… Si su respuesta es sí, podemos irnos cuando quiera; un hotel, bebida, lo que sea… Y si sencillamente está esperando a que acabe de hablar para darme calabazas, le aconsejo que se lo piense un solo minuto. Ahora, volveré al lado de mi repugnante vodka abandonado y me limitaré a esperar una respuesta, con la esperanza de sustituir el sabor de alcohol por el de sus fluidos más tarde.
Relato diario (2 de 5) – Mamá
Verás papá, aquel día estábamos en esa discoteca porque nos llevó ese chaval de, ese que trabaja contigo, el… Y bueno pues estábamos allí y no pasaba nada, lo que pasa es que luego dos chicos empezaron a hablar conmigo y… y uno de ellos se fue con Bea y el otro se quedó conmigo. Bebí un poco y ya sabes que yo nunca bebo… El caso es que luego en la clínica abortiva me trataron muy bien, no pasó nada raro, nadie tenía… osea que todo el mundo era muy amable y no estoy mal ni me duele nada ni… Y eso, que el otro día me volví a encontrar con ese chico después de mucho tiempo en casa de Pablo y resulta que creo que me gusta; osea que vi que me gustaba. Me gusta. Se llama Alfredo… Y tenía miedo porque cuando te contara todo esto me odiarías y le odiarías a él, y bueno, que él me ha comprado un anillo porque dice que está enamorado. Dice Enamorado, papá. Yo le dije que somos muy jóvenes, pero a él a le da igual, dice que sabe lo que siente y que nadie le… bueno, dice que nadie le gusta tanto como yo y que no quiere perder más el tiempo. Y la verdad es que como yo sentía lo mismo, he vuelto a salir con él y nos vemos por las tardes… … ¿Papá?… … Ya sé que… es que tenía que contarte toda la historia porque tenía un nudo en el estómago y eso, y que no quiero que te enfades, porque yo estoy muy contenta con él, papá. Porque… bueno… también tengo que decirte que luego hemos quedado muchos sábados solos y a veces vamos a un hotel… Él me trata muy bien, lo prometo. Lo prometo… En serio… Y todo esto viene a que… a que ayer descubrí que he vuelto a quedarme embarazada… Pero quiero tenerlo, papá, no quiero abortar. Ya estamos pensando hasta en nombres para el bebé, papá. Yo quiero que se llame Alberto… Si es niño, Alberto queda bien con nuestros apellidos y… … ¿Papá?… … ¿A ti te parece bien Alberto?
Relato diario (1 de 5) – Joder
Una mujer está dando vueltas a la casa… Está, bueno, está como una puta cabra… Bueno, no a la casa, al bloque, a mi bloque de pisos… Sí, no sé por qué… Sí, la conozco pero… No, no es peligrosa… No no, no va armada… Oiga, el caso es que no sé lo que puede hacer si la dejo entrar… Está derrapando con el coche, llamando la atención, no paraba de sonar el móvil y… Bueno, no, no estoy solo… Sí, pero que digo que no estoy solo en el piso… Me ha mandado mensajes, sí… No, no sé lo que quiere… Oiga… ¿Oiga?… Sí, bueno… Ya… Lo que pasa es que… ¿Qué importa quién esté conmigo?… Pues no, no lo entiendo… Y no pueden simplemente… ¿Oiga?… Vale-vale-vale… Estoy con una mujer, ¿entiende?… Sí… ¿Y qué importa qué relación tengo con ella?… Sigue dando vueltas por la calle, en serio, ha estado a punto de atropellar a unos críos… ¿Que por qué está así?… ¿Ya viene un coche patrulla?… Sigo sin entender qué importa quién sea la mujer que está conmigo, o la de fuera… ¿Oiga?… … ¡Mierda, no sabía que se cancelaría su puto vuelo!, ¡yo sólo quería joder de verdad un día!, ¿entiende?… No… … Que no… … Que no estoy llorando… … ¿Cómo?… ¿Qué?… ¿Pero con quién hablo?
El videoblog de Olga
Oh, joder, ha vuelto a hacerlo, se ha vuelto a poner esa especie de diadema en el pelo, lleva otra vez ese rollo en plan “mis tetas harían que tu polla pareciera ridícula”, con ese escote y la falda por encima de las rodillas, el cardado del pelo. Y no son los ochenta; no lo son, joder, pero a ella le sienta bien esa pomposidad, ese halo estético hortera. Solo le falta llevar hombreras, y cada vez que besa a su novio todos le vemos la lengua revolotear justo antes de, en fin, de besarle… Estoy volviendo a ponerme duro, y nunca quiero atreverme con esas camisetas que dicen “ahora por las tardes voy al gimnasio”. Porque no he pisado el gimnasio en mi vida. Porque aunque no soy lo que se dice una mierda pinchada en un palo, tampoco soy ninguna maravilla. Hasta se lo oí decir a mi abuela una vez antes de que la muy facha se muriera ahogada en su propio odio; “El muchacho no es ninguna maravilla, va a tener que espabilarse”. Esa cabrona muerta decía a veces la verdad, y le daba igual si estabas en su árbol genealógico o eras un personaje de la tele.
Pero a lo que iba, ésta, la de los ochenta, es de las que compite de igual a igual con todo el porno de Internet. Si la ves demasiado a menudo vuelves a los quince años, cuando te la cascabas hasta con la foto de un estereotipo en bikini. Su novio es de esos tipos fanáticos de la ropa que siempre tienen esa mirada en plan “sí, lo sé…”; nunca he visto que un pelo de su cabeza se mueva un milímetro, bien podría ser un casco; se depila las cejas y sus camisetas dicen “joder que si voy al gimnasio, voy cuatro veces por semana, y nunca envejeceré”. El tipo es lo que se diría un idiota, pero es la clase de idiota que por alguna razón encaja como un condón en lo que buscan las chicas que hablan con su espejo.
Estamos seis o siete sentados en esta cervecería en la que también sirven vino, y tengo la polla morcillona. La chica ochentas se llama Olga y la llamamos Olga. No es nadie, es la novia del hermano de un colega de toda la vida. A veces, cuando no les queda más remedio o lo que sea, salen con nosotros, con mi grupo de amigos desde tercero de EGB. Olga siempre habla más de lo que respira; como si fuera una cría, tiene que interrumpirse a medio soliloquio para coger aire y tragar saliva. A todo esto sus tetas se mueven bajo el sujetador y el suéter de turno, y resulta parecido a lo que debe ser mirar una cama de agua durante un terremoto. Es extraño que su novio, aun siendo puramente estereotípico, tenga buen gusto (o gusto de alguna clase) y esté no con alguna delgaducha discotequera, sino con alguien con curvas e incluso cierto sobrepeso, características que no hacen más que aumentar las ganas y la agresividad con las que cualquiera de los que estamos aquí…
El caso es que esta Olga tiene uno de esos canales de Youtube, un videoblog. Un VIDEOblog. Es importante recalcar aquí el componente audiovisual de la red, potenciador moderno absoluto de la fantasía palpable, a la misma altura que Facebook u otros modos de voyeurismo. Decir según qué cosas te puede convertir en una especie de salido enfermo simplista; como por ejemplo que muchas de las chicas con canales de ese tipo no parecen querer enseñarte a maquillarte como Charlize Theron, ni a usar bien los complementos, ni su nuevo bolso o kit de supervivéncia estético; lo que muy en el fondo quieren -algunas diría que casi sin saberlo- es que cuando tu novio vea sus videos piense que…
Y eso pasa con Olga. Olga graba uno de esos videos cada semana. En el último se pinta las uñas de los pies con florituras; no para de hacer posturitas y mohínes. Son siete minutos de sexo amateur enterrado en formulismos de chica buena que “solo quiere verse guapa al margen de lo que los demás piensen”.
Pero que conste que a mí me parece muy bien. No hace más que usar sus opciones. Ya que no pueden parecer sexuales en este mundo de mamonadas disfrazadas de dignidad y moralidad, lo que hacen las mujeres es ser sexuales a través de los medios que tienen, de la moda, a través de excusas a las que puedan recurrir si alguien las acusa de viciosas.
Es la regla número uno que incluso muchas de ellas apoyan: Si eres mujer no puede parecer que te gusta mucho el sexo.
Los videos de Olga nunca surgen en las conversaciones cuando ella está delante. Ninguno de los que estamos aquí vamos a reconocer nunca que nos la pelamos como monos viéndola recomendar pintalabios por Internet. Y por supuesto tampoco mencionaremos otras pajas gloriosas viendo su galería de fotos de Facebook, red social que a menudo te permite ver a cualquiera de las chicas que tengas agregadas desde todos los ángulos, de vacaciones por Europa, en bikini en la playa, con el puntillo en la discoteca, de cena, de cumpleaños, y con todos y cada uno de los modelitos que ellas quieren seguir creyendo que la gente sólo puede ver en las ocasiones especiales, y no desde casa cómodamente cualquier noche.
Olga, por supuesto, sabe muy bien todo eso; pero su “secreto” es que no sólo le importa un carajo que la vean, es que además con toda probabilidad le gusta. Es algo que no muchas mujeres reconocerán en voz alta seguramente, pero lo cierto es que la masturbación es la forma más sincera de halago.
Estamos bebiendo vino. Al parecer, si en el local sirven vino, todos entendemos de vino. El dueño del lugar nos habla con conceptos como «vino joven» o «vino criado en barrica», y se refiere en algunos momentos a él como «caldo». Y todos asentimos vehementemente. Nos da a probar dos “caldos” distintos, y aunque sí saben distinto jamás sabrías decir cuál es mejor según los parámetros de quien sabe conversar con esa jerga vinícola a la que seguimos asintiendo, como si hubiéramos nacido en medio de unos viñedos en la Toscana o donde coño sea que haya tradición de estos rollos.
Y Olga sigue aquí entre nosotros, haciendo ver que es otra de esas chicas que necesitan “achisparse” para ponerse a tono. Porque no es sucia. No se puede ser igual que un hombre en eso, se pierde la elegancia, la feminidad, la dignidad. Ya lo hemos hablado, serías lo que se llama una puta. Y aunque no lo seas eso dirán de ti. Así que aun teniendo videos grabados en los que adrede enseña la tira del sujetador y se coloca las tetas antes de ponerse sombra de ojos al estilo Angelina Jolie, en público es solo Olga, Olga la “novia de”, esa muchacha normal que necesita algo más que tener órganos sexuales para querer fornicar. Eso se dice, se habla del componente psicológico, de que ellas necesitan unos preliminares en condiciones, necesitan motivarse, es como si el ochenta por ciento de su orgasmo fuera algo abstracto. Es muy elegante, eso sí, suena muy bien; son ese tipo de teorías que gusta asociar a las mujeres, del mismo modo que casi nunca nadie las asocia a necesidades físicas como mear o cagar. Y luego si alguna “fulana” reconoce muy abiertamente que lo que le va es follar en condiciones y sin chorradas, entonces rompe el equilibrio, siembra la duda. Porque quizá ellas también cagan y mean; quizá no sea todo tan psicológico, tan fino, tan de revista, de suplemento con veinteañeras photoshopeadas junto a artículos que complican cada vez más el acto de calentarse y echar un polvo sin -eso sí- mencionar palabras como «cansancio» o «monogamia». Porque el problema nunca es que ya no os excitéis mutuamente, o que llevéis ya mucho tiempo juntos; la cuestión es que tenéis que añadir picante a la relación, poner velas, hacer numeritos con ropa interior de sex shop, alargar los preliminares, quedar en habitaciones de hotel…; incluso podéis comenzar a asistir a una terapia de pareja… o…
Y joder, nunca nadie piensa que todo eso quizá no sea más que Industria, la Industria del sexo “tal y como debería ser”. Los hombres son así, y las mujeres asá. Ahora te voy a decir lo que ellas necesitan, lo que ellos necesitan, lo que Vosotros necesitáis.
A menudo la gente que más presume de “entender de la vida” y afrontar los problemas con valentía es la que tiene más miedo de aceptar la realidad tal y como muchas veces es.
Hay que decir a favor de Olga, y en contra de su pátina de hipocresía forzada por las circunstancias, que su forma de vestir sigue siendo acorde a como parece claro que ella es. Aunque cómo ella sea en ciertos aspectos sólo lo sabe seguro su novio, ese “hermano de” que cada vez que abre la boca dan ganas de partírsela. Lo que todos creemos es que Olga no le tiene miedo al sexo una vez está con las manos en la masa. Cuando llegue el fin del machismo proveniente de las propias mujeres, quizá podamos ponernos a trabajar para eliminar el machismo de los que son capaces de matarlas cuando se atreven a ser ellas mismas.
El vino me está dejando cao, la polla me reposa ya muerta entre las piernas. Todo el mundo se ríe por algo que no he oído. No puedo evitar notar que Olga es la única que no sonríe. Mira hacia el vacío por encima de mi hombro. Alguien pide la cuenta. Todos sacamos nuestras carteras. Las copas están acabadas y el humo del tabaco me irrita los ojos. Dos chicas cuchichean en otra mesa mirándonos de reojo.
[Cuando en Facebook tienes agregados que saben que la herramienta no solo sirve para colgar fotos de “la fiesta de ayer” o decir chorradas, puede que te pase como me ha pasado a mí hoy, que he descubierto a Beth Orton. Me estoy zambullendo en su mundo, el tema del video es un buen ejemplo de que ésta es de las que va más allá de lo comercial o lo “guay”.]
Cabreo considerable de Casandra Lin en contestación al mail de Julia Wong
Estoy flipando, Julia Wong. No sé a qué coño viene este rollo. Todos saben lo que eres, así que ahora no vayas de listilla. Tú no eres mi amiga, te conocí porque Olaya Ming nos presentó hace dos meses en el Día del Alcohólico Recuperado. Estuviste una hora hablando conmigo de mamar pollas cuando te mencioné lo de Posturas Nazis para Follar; casi ni te dije nada y al final de la noche te despediste de mí como si yo te hubiera hecho puto caso. Que sepas que solo nos hemos estado viendo porque ahora vienes con mi grupo de amigos, y nada más. Y además ya sé que eres una puta, y también sé que Dani Chang se amorra rápido a quien sea. Sois los dos iguales. Y no me engañes con ese rollo de que él estaba pidiendo un chupito y le abordaste y no sé qué mierda; os vi morreándoos como dos minutos y él te cogía el culo. Ya sé que eres de las que regala bragas usadas por ahí. Eres una calientapollas y Dani Chang es un gilipollas y ya me da igual que me haya puesto los cuernos contigo, Julia Puta Wong. No creas que ya no eres mi amiga porque estoy enfadada, no eres mi amiga porque nunca has llegado a serlo. Desde que te vi hace dos semanas yendo de tío en tío en la Fiesta del Día de la Ama de Casa Mutilada, besando a todos los tíos, ya no me cabe duda de que es muy posible que te hayas follado a Dani Chang. Y joder, no me vengas con mierdas de que están ahí contigo él y Olaya Ming, sé perfectamente que por Internet mientes más aún que en la vida real. A ti no te cree ni tu puta madre, bonita. Tú te mojas hasta viendo el telediario, guarra; espero que te folles a algún calvo y pilles el sida y contagies a todos los tíos de esta puta ciudad y os vayáis todos a la mierda. Estoy hasta el moño de vuestra putas fiestas y de las reuniones y de comprar regalos cada cinco putos días. Estoy tan hasta los ovarios que ya hasta había comprado el regalo de Dani Chang para el Día de los Enamorados Aun Habiendo Roto Más de Dos Veces. Y ni siquiera me acordaba de que antes aún está el cumpleaños de Sandra Nakamura y el Día de los Bebés Rollizos de Nestlé. Dani Chang, Sandra Nakamura y mi sobrino. Tres regalos en una puta semana. Estoy hasta el coño de reírme con todo. Así que ya puedes dejar de hablarme para toda tu puta vida, Julia Wong. Porque lo último que necesitaba ahora era que me pusieran los cuernos otra vez. Espero que esto sea ya lo último que tenga que decirte en mi vida, no eres nadie para mí, eres mi amiga doscientos y pico de Facebook, si tuviera que elegir entre matar a mi perra o a ti, te iban a dar por culo, zorra tetona. Si te vuelvo a ver en la misma habitación que yo, ya sea en el cumpleaños de Sandra Nakamura o en el Día de los putos Bebés Rollizos, más vale que me evites, porque como te vea cerca te voy a retorcer los pezones hasta que nadie quiera volver a comértelos jamás, y cuando llegue el Día del Pezón Femenino Orgulloso, me va a gustar ver qué coño haces cuando tengas que representar “Tetas Traviesas” delante de todos en la puta discoteca a la que vayáis las putas ese día de mierda de regalar pezoneras. Así que ya lo sabes, como vuelvas a llamarme o a escribir un mail o a dirigirme la palabra, no va a tardar en celebrarse también el Día de la Puta Muerta por Gilipollas.
[Para seguir en la línea del anterior post, otro tema de Radiohead a capella, esta vez interpretado por otros muchachos distintos… Para la foto, cartel de “Chloe”, de Atom Egoyan (se estrena esta semana), que como no es tonto, ha reclutado a nada más y nada menos que Julian Moore y Amanda Seyfried. Y por si a alguien le interesa he escrito un articulillo para «Desaparezca Aquí» sobre Scott Pilgrim contra el mundo. ]
Mail de Julia Wong a Casandra Lin
Hola.
Casandra, tía, no te chines por ese rollo de tu novio de ayer. Sólo fue un morreo, un desliz o como lo llamen. Él no me devolvió el beso, creo. Y bueno, es que esto es un mal rollo y yo no quiero malos rollos con nadie, y joder, que no se cómo pedirte perdón, pero Dani Chang está desesperado porque no le coges el teléfono y te juro que fui yo la que atacó. Pero ahora estoy super arrepentida, porque somos amigas y todo esto es un mal rollo. ¿Puedes entender que fue un calentón? No sé qué más decir. Te escribo esto porque me lo ha dicho Olaya Ming, porque dice que no eres de las que se guarda los malos rollos y que entre vosotras ya os habéis perdonado mierdas así, y yo no quiero caerte mal ni que no quieras verme más y todo eso. Te juro que estoy super arrepentida, me he pasado la noche sin dormir y encima estoy con la regla y Pablo Tanaka viene mañana de Londres y sería una pena que nos encontrara separadas en el cumpleaños de Sandra Nakamura. La verdad es que he hablado con él por teléfono hace un rato, y no me he atrevido a decirle nada de lo de ayer. No sé qué hacer, tía, porque me gusta un montón y antes de irse hace un mes nos besamos en la fiesta del Bicentenario de Facebook. Estoy muy mal, y es injusto que te diga esto, pero si le dices que besé a tu novio no sé qué pensará de mí. No quiero que piense nada malo de mí, porque ayer bebí demasiado porque estaba un poco rallada precisamente porque ya mismo ÉL iba a venir de Londres y la idea de que hubiera estado follándose a alguna tía allí me revolvía el estómago. Estoy rallada que te cagas y la he cagado, pero quiero que me perdones. Aún tengo tu libro de Posturas Nazis para Follar, y me gustaría devolvértelo en persona. No hace falta que me contestes este correo enseguida, entiendo que estás cantidad de cabreada, pero entiende que necesitaba decirte algo cuanto antes para que supieras que lo estoy pasando mal, y que aunque te intenté besar hace dos semanas sólo fue por experimentar y que aquello no tiene nada que ver con lo de ayer porque no soy bollera.
Olaya Ming me dice que te diga que ella lo vio, que Dani Chang solo estaba pidiendo unos chupitos en la barra con Vanesa Yoshida y Mario Matsumoto y que yo me acerqué y le besé… Bueno, me dice que ya te escribirá un mail ella. El caso es que estoy super dolida y arrepentida, porque te fuiste corriendo de la discoteca y me dijeron que estabas fuera llorando. No me atreví a salir a verte, y cuando iba a salir ya te habías ido con tu coche y Dani Chang se quedó destrozado. Como no te conectas a Internet y no contestas al teléfono…, bueno, espero que este mensaje lo veas y que me llames y que perdones al pobre Dani Chang, que no tiene culpa de nada. Yo fui y le metí la lengua en la boca, créeme, nos vistes en el peor momento, casi no duró nada; él me empujó y tú casi estabas ya en la calle.
Dani acaba de venir aquí, dice que en tu casa no hay nadie. Olaya Ming también está aquí conmigo. Estamos preocupados por ti, Casandra Lin. Solo quedan tres días para el cumpleaños de Sandra Nakamura y ya sabes la ilusión que le hace que vayamos todos. Dani Chang ha traído una caja de diazepam con él, tenemos miedo de que vuelva a engancharse. Por favor, contesta, dinos algo. Fue culpa mía, pero dinos algo. Llevo unos días muy mal entre lo de las zorras de Londres y que mi abuela solicitó la muerte asistida hace una semana. Estoy pasando una mala época de la hostia.
Perdóname. ¿Me perdonas?
Julia Wong
[La cantidad de canciones de Radiohead que hay cantadas a capella por Youtube casi asusta; en el video: “High and Dry”, de los muchachos de… algún sitio. Por otro lado quiero hablar de la revista digital A-Zeta, para la que he venido colaborando, y que se va a dividir en dos partes, una de las cuales -y para la que seguiré colaborando- será/es Desaparezca aquí, la cual está arrancando con fuerza y en la que ya podéis encontrar algunos artículos.]
Paseo hasta McDonald’s
En los cafés echo sin querer la ceniza de mi cigarro en la Coca-cola de una tal Ester, o Esther, o algo así. La tía se vuelve y me mira como a escoria. Me levanto de la mesa y salgo del restaurante y fuera hay un mendigo y le echo un euro y luego dudo sobre si era un mendigo. Una tal Laura, amiga de amiga de alguien y con quien he charlado mínimamente al comenzar la comida sobre si Watchmen es realmente un cómic político, sale a la calle y me dice que si me encuentro bien. Le digo que no, y cuando se queda callada le digo que es broma (aunque no lo sea), y entonces parece relajarse y me habla sobre la posibilidad de irnos a otro sitio. Y digo: ¿qué?. Y dice: tú y yo. Y no reacciono y comenzamos a caminar calle arriba o calle abajo y al principio estoy incómodo pero luego me doy cuenta de que todos estarán hablando de nosotros y de que me importa un carajo y de que estoy como fuera de juego, de la vía, la autopista, lo que sea. Eso me hace sentir estúpido y libre a la vez, y Laura, que opina que Watchmen es una excusa para justificar cierta estética del superhéroe depresivo, me coge de la mano un momento, me la aprieta, luego la suelta, me mira y después mira hacia la calle, hacia el cielo, y vacía su mirada y seguimos caminando. Tiene un lunar en su mejilla derecha y los ojos claros, quizá verdes o azules, y le digo en un tono monocorde muy idiota que si ella conocía mucho a la chica del cumpleaños. Mueve la cabeza vehementemente. En realidad, dice, la odia, joder. A esa “puta tetona con ínfulas”. Joder, repite. Y escupe al suelo con un gesto muy peliculero. Yo soy su excusa para huir de allí. Está bien. Dónde vamos, digo. No lo sé, contesta. Da igual, sigue contestando, donde sea menos volver a ese sitio. Y joder, pienso yo también, veinticinco putas personas allí dentro con sus cubiertos delante, con sus regalos preparados la mayoría, y la pava de turno cumple veintidós años. Y todos presumen optimismo y no están celebrando más que que su amiga es joven y no ha muerto. A eso le llaman hoy en día «vitalismo». Si te ríes por todo eres vitalista; si celebras el mes, el año, el aniversario, las bodas de plata; hasta tu funeral acabará siendo una cena en un restaurante y alguien le regalará cosas a tu viuda o quien sea que tenga las narices de decir en público que te quería pese a tus defectos, etcétera. Y es que estamos encerrados en nosotros mismos, le casi grito a Laura. Piénsalo, balbuceo, ansioso como un crío a quien por fin alguien hace caso. Piénsalo. Nunca podemos mover un solo dedo sin tener que justificarnos ante toda esa peña. No disfrutamos de la parte positiva del solitario, del abandonado al borde del suicidio. ¿Qué pasa si no quieres ser como ellos? ¿Por qué parecen tan conservadores siendo como parecen tan libres y sinceros y modernos? ¿Por qué ser demasiado cínico es malo si aparentar ser demasiado optimista es igual de dañino?
Caminamos un rato y le digo de dónde soy, que he venido en mi coche especialmente, que en mi ciudad si quisieras llevar a cabo uno de esos atentados terroristas contra un símbolo bastaría con estrellar una avioneta en un Zara. De donde vengo una librería sirve casi siempre para que los estudiantes adquieran los libros que les mandan y el resto compren los que van a regalar; el porcentaje de personas que entran a comprar una obra para sí mismos tan solo por la pura intención de leer algo sin el sentido de la obligación o la tradición, debe ser ínfimo. Le berreo a Laura que en esa ciudad, la ciudad de doscientos mil habitantes en la que nací, solo hay dos librerías de verdad. Y ninguna tienda de discos. Es real, le aseguro, es mi mundo.
Avanzamos por la calle porque sí, como personajes de una película de Richard Linklater o Alex Holdridge, solo que esto no acabará con una escena ambigua y bonita, no tendrá un lacito al final ni saldrán los títulos de crédito; no, tendremos que acarrear con las consecuencias de lo que hagamos o dejemos de hacer. Por el momento nos hemos largado de esa fiesta de cumpleaños sin poner una excusa, sin dar una explicación. Hemos sido malos; ahora quienes estén sentados allí hablarán de cuánto se nos va la olla, de lo poco que controlamos, de cuán poco fiables somos; pero en realidad les hemos hecho un favor, les hemos dado de qué hablar, a quien mirar por encima del hombro probablemente el resto de sus vidas. Sin gente como nosotros, todos esos libro-fóbicos y zara-adictos seguirían comprando ropa bonita para ir guapos a comprar más ropa a cada hora.
Laura me comenta algo en lo que iba incluida la palabra «coño». Pero no estaba atento, y se lo digo y me dice: No, ahora me da vergüenza repetirlo. Y cuando estoy apunto de hacer la parodia de la súplica me dice que está empapada. Soy de grifo fácil, dice. Dice que tiene las bragas mojadas, que entre los pantalones que lleva y la textura de la silla de aquel sitio… en fin, que ahora está incómoda. No sé por qué te lo digo, añade. No tengo ni idea de cómo responder a su confesión. Es un bloqueo. Así que me río y le digo: Lo siento, chica. Ella no dice nada, y luego dice: sólo espero no mojar también los tejanos, joder. Dice que una vez empieza le resulta difícil dejar de segregar sus fluidos. No es una infección, aclara, ya tengo la opinión médica; es sólo que soy como una fuente. Comienza a describir cómo una vez masturbándose empapó con un chorro de sus fluidos la tele de su habitación y luego ésta no volvió a funcionar. Es así, me dice, cada vez que folla tiene que plastificar la cama, o el sillón, o lo que sea. No es que sea una obsesa de la limpieza, pero llega un momento en el que ya te da igual la cara que ponga el tío de turno, argumenta. Aquella vez, la de la tele, explica que su padre la intentó reparar, que aún no sabía que su hija de diecinueve años podía tener poluciones nocturnas con las que al día siguiente parecía que se había meado en la cama. Por suerte mi madre me ayudó con eso, dice, algunas mañanas me ayudaba a sacar rápidamente las sábanas. Es vergonzoso que tu madre se entere de cada vez que te has mojado, balbucea. Después de lo de la tele, cuando se tocaba, lo hacía con una jarra de agua que compró en un chino; cuando veía que iba a eyacular en plan aspersor, colocaba la jarra de tal forma que todo el liquido acabara dentro. He llegado a chorrear medio litro de fluidos, acaba. Es entonces cuando, después de una historia así, voy y digo: ¿Y en quién pensaste cuando el medio litro?
Oh, dice, en Natalie Portman.
Vaya… Es decir… No, me interrumpe, soy bisexual, también existimos. Se comienza a reír a carcajadas, se detiene y se sujeta la entrepierna. Esto no es bueno, balbucea, nada bueno. No puedo evitar mirar su zona de conflicto, pero desde fuera aún no se detecta humedad ninguna. Una vez se calma, dice que lo crea o no su novio estaba en ese cumpleaños. ¿Su novio…? Sí, dice, el tío que había a mí lado. Creo que en ningún momento he llegado a pensar que fueran pareja. Lo sé, masculla Laura, a él le gusta aparentar distancia en público; lo jodido, añade, es que en privado es igual de distante. Ese tío… ese pavo está liado con la fuente mágica de Montjuic y no quiere que nadie lo sepa. Debe pensar que es la polla, en todos los sentidos. Llega un momento en el que ya no sé lo que estoy diciendo en voz alta y lo que sólo pienso. Laura dice que su novio cree que follar es como ir a Ikea, algo que las parejas hacen.
Evito hacer preguntas, de todas formas ella sola se anticipa y acaba contando todo lo que sabe implica el comenzar a explicar ciertas cosas. Yo soy más de contar las historias a medias. Mucha gente cree -y esto lo digo en voz alta- que lo mejor de una relación llega cuando ya lo sabes todo del otro, ya sea tu amigo, tu pareja o lo que sea. Argumentan que el amor pasa a ser duradero porque ya lo habéis compartido todo. Es una filosofía muy extendida por películas mediocres, series de sobremesa y libros de masas. Pero yo no opino igual, no creo que se pueda sentir más fascinación o cariño por alguien que ya no presenta el más mínimo misterio. A resultas, diría que la mayoría de gente lo que es es adicta al aburrimiento, les encanta; dicen que no, pero son yonkis de los domingos por la tarde, adoran lo de tirarse en el sillón para ver cualquier mierda de telefilm que den en televisión. Están agotados psicológicamente por sus trabajos y asocian cualquier tipo de esfuerzo con el dinero. No creen que algo en lo que puedan poner todo su empeño les pueda dar algo más que una retribución material. Y además son multitud, son quienes dicen no leer porque no tienen tiempo, pero después acuden a todas las reuniones concertadas en Facebook con cara de vaca mirando pasar el tren. Hay algo, le digo a Laura, una tendencia a la apatía del trabajador o algo así; la apatía de quien cuando está en horas libres no hará absolutamente nada si lo que sea no le va a inflar el currículum o le va a aportar más dinero a final de mes. El resto, lo que queda, es demasiado abstracto. Pueden dar clases de alemán, pero no, no se leerán ningún libro que les dejes; no tienen tiempo. Pueden ir al gimnasio o a lavar el coche, pero no les prestes ese dvd de “Banda aparte” al que le tienes tanto cariño. Están demasiado ocupados, en constante evolución, inmersos en un orgiástico magma de acumulación de puntos para el futuro.
No hay tiempo.
Laura bromea con que un día podemos quedar para suicidarnos juntos. Le digo que qué va a ser entonces de ese tipo, el tipo distante. Tal y como folla, contesta, si me cambia por una muñeca hinchable no lo notará mucho. Cuenta que al principio se llevaban bien, pero que con el paso de los meses ella ha visto que vive en un error conviviendo con Distante. Eso es lo peor de todo, masculla, él no tiene la culpa, él siempre ha sido igual. ¿Y sabes cuál es el final del chiste? No, digo.
– Llevamos dos años viviendo juntos; estamos pagando una hipoteca. Ya puedes reírte hasta que te reviente el pecho…
Encima, añade, es una casa, hasta tenemos un jardincito. Pongo cara de asombro. Es verdad, no flipes, en serio, por las noches a veces pienso en salir fuera con mi vibrador para marcar el terreno. Es un barrio de gente pija, mi madre está orgullosa, cada vez que nos visita dice que es como estar en una película.
Llevamos tanto tiempo caminando que ya casi ha oscurecido. De fondo vemos uno de esos carteles de McDonald’s, esa “M” como derretida amarilla. Laura dice que hace la tira que no se come una hamburguesa. De ningún tipo. Al parecer Distante es vegetariano. Vegetariano radical, escupe Laura, así que yo, como quería apoyarle y no parecer una cerda a sus ojos, decidí no comer carne cuando estuviese él delante.
– Cuando aún no vivíamos juntos aún comía de todo; aunque por cómo me lo come a mí debería haber intuido lo que vendría.
Nos acercamos peligrosamente a las hamburguesas industriales; estoy convencido de que Laura querrá ir, querrá aprovechar esta huida para saciarse de comida políticamente incorrecta. Lo cierto es que me da igual, no me importa comer comida basura si no pasa de una o dos veces al mes. Son poco más de las seis de la tarde. El cielo ya ha sido azul lo suficiente hoy. Como veo que Laura no se decide, soy yo quien la empuja: Podemos ir a McDonald’s si quieres, yo sí puedo comer lo que sea. Vale, dice, pero que conste que me has obligado.
Nuestros teléfonos móviles han ido vibrando toda la tarde; el de ella en su bolso y el mío en mi bolsillo. Nos sentamos con nuestros menús. Ella tiene veinticinco perdidas, todas de Distante. Yo tengo diez, todas de amigos. Este local de colorines es deprimente en parte, y por otro lado te sientes casi rebelde poniéndote hasta arriba con esas hamburguesas que prefieres no mirar durante más de diez segundos. Laura muerde la suya y mastica con los ojos cerrados. Tanto es así que se me enciende una bombilla. Miro por debajo de la mesa. Sus tejanos -aunque no cante en exceso- están ya empapados en la entrepierna. Laura me pilla mirando y dice:
– ¿Tienes novia? Es igual, va a ser lo que tú quieras. No se tú, pero yo esta tarde ya he tomado unas cuantas decisiones.
[El video es de esos que me hace recuperar la fe en la humanidad. En realidad ya es un clásico. Un tipo llama al Diario de Patricia y… Lástima que esté montado por los del APM, ese programa ultra-sobrevalorado que mete cortes a cada momento muchas veces estropeando los videos. Para la foto, primer poster de “Caperucita roja” de Catherine Hardwicke. Lo bueno es que esta mujer, antes de Crepúsculo hizo dos buenas películas: “Thirteen” y “Los amos de Dogtown”. La mala es que las pocas imágenes que se han visto de la peli recuerdan peligrosamente a la estética de la saga vampírica, que a mí me pareció de lo más insulsa y hortera. En fin, ya veremos.]
Noche cero (3 de 3)
Lo primero que me pregunto después de despertar es qué será de los poetas ahora. No sé por qué. Luego tomo conciencia de verdad de que Ameba ha sido detenida (o algo así) y se la han llevado en ese furgón de policía. Camino por la calle siguiendo a Rubí, Luna y Colirio. La cabecilla al parecer es claramente Colirio. Se ha quitado los zapatos de tacón, los lleva en la mano y avanza decidida a la cabeza del grupo. Ella ha sido la que ha tomado la determinación de que hay que «rescatar a las chicas». En otras circunstancias me desentendería de todo, pero esta vez, en este mundo, necesito el apoyo personal de Ameba. Ella ha sido mi guía hoy, tan capaz de dejarme manipular sus pies como de ponerse roja ante según qué comentarios. Todo se reduce a que me enternece, y por tanto me interesa. Me agita los fluidos. Me da rabia que no esté aquí. El romanticismo no siempre es complicado. En situaciones extremas se reduce al hecho de si recibirías tú la bala por ella. Y ahora la vida es así, básica, muy difícil debido al riesgo pero muy fácil para tomar decisiones. La anarquía solo la podía provocar un virus; las calles ahora son un hervidero de miedo (aún más que antes), de gente en sus casas que ni tan siquiera se atreven a encender la luz. Pero estoy comprobando que el miedo es solo un ingrediente mortal. Antes no sabía si atreverme a pedirle el teléfono a una chica, y ahora no dudaría en matar a puñetazos a alguien por una chica que ni tiene teléfono.
Ya no soy una pulga occidental enterrada en una manifestación de la que después se manipularán las cifras en los medios. Ahora sí me siento con algo de poder. Ahora Colirio se ha puesto frente al primer coche en marcha que ha visto, éste ha pegado un frenazo, y no hemos dudado en actuar. Dentro del vehículo: papá, mamá y dos críos, niño y niña. Una familia huyendo, el maletero seguramente a rebosar. Pero son desconocidos, y ahora ya nos es indiferente que estén en frente o en otro país en medio de alguna guerra capitalista. Así que hacemos lo que hay que hacer. Los sacamos a rastras del coche entre súplicas ahogadas. Nos los bebemos. Mueren. Y Colirio se instala en el asiento del conductor.
Me da sus zapatos. Aprieta el acelerador. En el asiento del copiloto, Luna; Rubí a mi lado atrás. Los semáforos y las señales ya sólo son decorado, el mejor adorno para la proyección del caos. De vez en cuando vemos a alguien despedazando algún cuerpo. La mayoría de los coches yacen aparcados, aún no ha dado tiempo a que se desate del todo la histeria, en algunas partes de la ciudad la gente duerme creyendo que la vida sigue.
Luna guía a Colirio hasta la comisaría. En los cómics el cielo enrojece, en las películas que la mayoría de la gente quiere ver hay luz contra oscuridad. Pero la mayoría de veces en la realidad lo único que hay son cazadores y víctimas. Empresarios y obreros, banqueros y clientes, nazis y judíos. El odio por encima del amor, el interés por encima del altruismo. La envidia. Y el dinero por encima y por debajo de todo.
Sin embargo ahora los matices se van difuminando, el mundo real se simplifica. Elige entre A o B. Muerde o espera. Colirio dice Muerde. Toma las curvas derrapando, escupe por la ventanilla. Ella también quiere a Ameba. Porque Ameba no solo tiene rasgos de depredadora. Todo indica que a partir de ahora la inteligencia sí tendrá que ver siempre con el control de los impulsos. La moral se ha quedado fuera. La Biblia tiene tanto valor como un libro de Dan Brown.
Son suposiciones, claro, pero da gusto intuir que muy probablemente a partir de ahora para hacerte daño intentarán matarte en lugar de engañarte y desgastarte poco a poco. Te puedes defender de un ataque físico, pero no de un rumor.
Bajamos al infierno, y cada vez me gusta más lo que veo por el camino.
Mientras Colirio maniobra, vemos cómo dobla una esquina corriendo una chica con dos policías detrás, también a pie.
Volantazo.
Nuestra conductora interrumpe la carrera de los dos tipos. La cabeza de uno choca contra el parabrisas, el otro sale disparado contra la pared. Ambos quedan descoyuntados, inconscientes o muertos. La muchacha deja de correr, y al ver los dos cuerpos se arrodilla y se amorra a sus heridas. Colirio dice: Esperad. Dice: Dejadla. Estamos detenidos y vemos cómo la chica lleva a cabo la ingesta sin tener en cuenta nada de lo que pasa a su alrededor. Colirio sale del coche. Dice: Quedaos aquí. Luego la vemos hablar con la muchacha mientras esta acaba de beber y se apoya en la pared sentada en el suelo. Sus rasgos se suavizan, abre los ojos poco a poco. Colirio se acuclilla, dice algo y la chica sonríe y se pone de pie. Ambas vienen hacia el coche.
La nueva compañera, nada más sentarse al lado de Rubí, vocifera que si no nos importa quiere que la llamemos Atenea. Tiene unos diecisiete años y nos sonríe y nos pregunta los nombres a todos. Nos da las gracias repetidas veces mientras arrancamos. Lleva un bolso de Hello Kitty, tacones y un vestido plateado brillante sin tirantes. Habla como una ametralladora, berrea que un chico la ha mordido hoy y que al salir de la discoteca en la que estaba han comenzado a perseguirla esos polis. Dice que es la primera vez que bebe sangre y que está muy emocionada. Tiene esa piel blanquecina anglosajona, y rasgos suaves que me hacen pensar en Ameba. La nueva incorporación es otra tía buena. Todo el coche huele ahora al suavizante de su pelo negro, es ese negro artificial de Pin up manga. Negro de bote. Toda ella me recuerda a los cómics eróticos japoneses que leía cuando tenía quince años.
Y sin venir a cuento, como si nada, dirige toda su atención a mí y me dice que si yo también soy vampiro. Digo sí. Digo: claro. Las demás sueltan unas risitas. Luego se dirige a todos y nos pregunta que si sabemos las noticias. Saca un htc de su bolso y se conecta a Internet. El actor Robert Pattinson ha sido asesinado en su casa de Londres. La escritora Stephenie Meyer ha desaparecido. Anne Rice también. Nos lo cuenta la nueva a voces, para ella ésas son las noticias. Luego dice que se siente rara porque le gusta mucho Crepúsculo, pero no siente nada lo que ha pasado. Colirio le dice que si antes le gustaba ese actor. Claro que sí, contesta, y saca de su bolso un ejemplar de Luna nueva. No estamos seguros de si somos vampiros, dice Rubí en tono provocador. Atenea mete el libro en su bolso y la mira sin saber qué replicar. Digo en voz alta que da igual, y que de momento todo parece indicar que sí, que si parecemos alguna cosa es vampiros. La chica me mira agradecida, parpadea rápido dos veces. Siempre tengo que hacerlo, no puedo evitarlo, tengo que llegar con mi puto caballo blanco para defender a la dama de turno. Me guste o no. Colirio pregunta suspicaz que si no echo de menos a Ameba. No digo nada. Y Atenea pregunta: ¿quién es Ameba? Me dice: ¿tu novia? Aún llevo los zapatos de Colirio conmigo; los mira y dice: ¿esos zapatos son suyos? Digo no. Colirio dice: son míos. Y Atenea: ¿entonces es ella tu novia? Arquea las cejas depiladas hacia arriba esperando una respuesta. Digo que los llevo porque ella me los ha dado. ¿Por qué? No lo sé. Colirio bufa y murmura que conduce mejor descalza que con esos tacones. Y Atenea, sin haber apartado la mirada de mí, arquea la espalda por encima de las rodillas de Rubí, y bajando la voz como buscando un momento de intimidad, me cuchichea: ¿entonces tienes novia o no?
Son las tantas de la mañana. Seguimos callejeando, pero nos hemos perdido. Seguimos buscando la comisaría para ver qué ha sido de ella. Atenea sigue disparando preguntas en todas direcciones, la mayoría no se las contestamos. Colirio bufa. Luna dice que no entiende cómo nos hemos perdido. Ya es cada vez más difícil encontrar zonas iluminadas con algo más que la luna. Me estoy meando. Atenea le pregunta a Rubí que si tengo novia. Rubí le dice que si se puede callar un ratito, que le dará un «caramelito». Cuando vemos un coche de lejos parece una nave espacial surcando la oscuridad, no parece que sea posible que volvamos a ver el sol. Y me pregunto si lo de mear y cagar no podría habérselo ahorrado el diablo o quien cojones nos haya creado.
Buscando y buscando acabamos por ver en una avenida a lo lejos un vehículo volcado. Aún tiene las luces puestas. Cuando nos acercamos vemos que es el furgón. Nuestro furgón policial. Y Rubí le dice a Atenea: Ahora te presentaremos a Ameba, pregúntale a ella si el Novato tiene novia.
Nos detenemos y bajamos del coche. No parece haber nadie, pero al rodear el vehículo siniestrado vemos a Escarlata en la acera metiendo la cara en el estómago abierto de un poli. No hay nadie más. Colirio la coge por detrás y la pone de pie. Tiene la cara ensangrentada, se vuelve hacia nosotros y al vernos sonríe con cinismo. Mira a Atenea. Murmura: ¿ya estáis reclutando a ninfómanas? Y Atenea dice: ¿tú eres Ameba?
Ahora sí, detrás vamos realmente apretados; tanto que Rubí se ha sentado en mis rodillas. Todo supura perfume femenino y sangre. La cara de Escarlata está llena de rojo secándose. Atenea habla con ella como si fuera Ameba. Es como ir con una Heidi adolescente hormonada hasta los dientes. Me han dicho que te pregunte si él tiene novia, le dice Atenea a Escarlata. Yo no soy Ameba, dice Escarlata. Dice que Marla y Ameba han salido corriendo tras los otros polis hace un buen rato. Rompieron las esposas a pulso. Ellos comenzaron disparar, pero no se veía un carajo, así que cuando se les acabó la munición las chicas tuvieron ventaja. Le he roto la nariz de un puñetazo a uno de ellos, dice, antes ni en coña tenía fuerza para algo así. ¿Tú crees que somos vampiros?, pregunta Atenea. ¿Quien coño es esta niña?, murmura Escarlata. Es Atenea, dice Colirio.
Cuando llevamos como otra media hora buscando a las chicas, digo en voz alta que no puedo aguantarme más, tengo que salir a mear. Vaya, el novato tiene que salir a mear, murmura Colirio, que sea rapidito. Nadie dice nada. Nos detenemos y salgo. Noto la mirada de Atenea clavada en mi nuca. Deambulo y finalmente me meto en un portal, a salvo de los ojos del coche. Está todo en silencio; suelto el chorro sin más en el suelo, donde deben hacer aquí las reuniones de vecinos. Mañana la peste a pis será lo de menos en la comunidad. Con parsimonia, me subo la cremallera, salgo a la calle y vuelvo al coche. ¿Ya está?, dice Colirio, ¿alguna más necesita cagar o algo así? Entonces todo se ilumina de golpe, el interior del vehículo se vuelve blanco. Vemos cómo de fondo en el cielo hay fuegos artificiales. El sonido llega con retardo. ¡Huala!, exclama Atenea. Precioso, añade Colirio, aunque con otro tono. Vamos a ver qué se cuece.
Al mear me he dado cuenta de que necesito metérsela a alguien; o al menos masturbarme. Tengo una mancha viscosa en los calzoncillos. Me pregunto qué pasaría si lo dijese en voz alta, cómo reaccionarían todas estas tías, mi familia nuclear extrañamente fiel y atenta. Luego me doy cuenta de que la idea de que todos mis amigos y familiares y amigos de amigos, etcétera, puedan estar muertos, resulta curiosamente sugestiva. En realidad es la forma más pura de comenzar de nuevo, cuando todo el que te conoce ha dejado de existir, has tirado el teléfono y tus nuevos compañeros de vida no parecen ser de los que se deprimirían si no les regalaran nada en su cumpleaños. Atenea trastea en su htc mientras vamos hacia la luz, y dice que en Facebook ya hay grupos como “Yo también he matado a mis padres y no siento nada”. Dice que en otros países el caos parece mayor que aquí, y que muchos diarios digitales han dejado de actualizarse hace horas. Espero no encontrarme con mi novio, añade.
Parece cada vez más claro que las luces y los petardos salen desde la playa. Si se están reuniendo los nuestros allí, puede que encontremos a estas dos allí, dice Colirio. Marla y Ameba. Ameba. Ameba. Ameba. Hace un rato que no pienso en ella. Me pregunto si es porque simplemente a veces pasa o si lo que pasa es que a pesar de ser ahora lo que soy sigo siendo un cabrón miedoso pseudo polígamo como antes. Pero lo cierto es que su imagen ha vuelto poderosamente a mi cabeza. La idea de vaciarme en todos los sentidos en ella parece lo mejor que puedo hacer en las próximas horas. Y probablemente en lo que me queda de vida. Define ahora Vida. Es así de intenso. Y aún con todo, puede que esta sensación solo signifique que estoy cachondo y quiero descargar.
Cuando llegamos al paseo marítimo se hace difícil ver lo que pasa en la arena. Luego vemos que hay unos postes clavados cerca del agua, y que de ellos cuelgan cuerpos boca abajo. Lo cual hace pensar en Punto de reunión. No puedo entender cómo ha pasado esto de la noche a la mañana a escala mundial. O si ya estaba pasando y no me di cuenta. Pero es lo de menos. El cielo comienza a clarear. Me viene a la mente la pregunta obvia: ¿Nos vamos a quemar? No, Novato, contesta Colirio, podrás pasear con Amebita al atardecer sin problema. Atenea, que lleva un rato inmersa en su htc, se vuelve hacia mí y dice: ¿Entonces Ameba es tu novia o no?
Finalmente aparcamos. Estamos a cinco minutos a pie de la playa. Colirio dice que vamos a ver qué hay atrás en el equipaje, que seguro que se puede aprovechar. Lo cierto es que todos tenemos la ropa húmeda, llena de sudor y sangre. Y efectivamente, en el amplio maletero hay dos maletas grandes y dos bolsos. Hay dos pelotas de playa desinfladas y hasta un álbum de fotos. Me llama la atención. Lo cojo y lo hojeo. Son las típicas instantáneas, el bautizo de los niños, la boda de los padres, cumpleaños, etcétera. No hay ninguna foto para la que antes no haya habido que reservar en un restaurante y haber hecho decenas de llamadas. Puede que lo positivo de este cambio sea el hecho de quizá haber dejado atrás ciertas celebraciones del protocolo como éstas. Fechas señaladas para ser feliz. Ya hacía mucho que habíamos asesinado la espontaneidad. Quizá ahora tengamos una segunda oportunidad. Y ni tan siquiera será un mundo mucho más violento que antes; puede que el cambio resida en que la violencia ahora estará más repartida. De momento la anarquía no parece una mala idea provisional.
Las chicas se quedan en ropa interior (o solo en bragas) y aprovechan para rebuscar entre la ropa. Colirio coge un traje de hombre y empieza a ponérselo. Atenea se embute en otro vestido parecido al que llevaba puesto, la madre de familia también era delgada. El tipo era más bien chato. No hay muchos problemas con las tallas. Yo me limito a cambiar de camisa, y cojo una chaqueta que me va algo estrecha; es una pieza beige horrible de llevar veinte años casado. No me importa, abriga y cumple su función. Cuando las chicas acaban de cambiarse caminamos hacia la arena. Al llegar a ella todas se quitan los zapatos de tacón para llevarlos en la mano. Atenea camina a mi lado sin decir nada; parece estar a la expectativa.
Nos quedamos quietos aún algo lejos de donde está la gente cerca del agua. Cada vez hay más claridad. Colirio está un par de pasos por delante de todos, con su traje de corbata, su pelo suelto y sus zapatos en la mano. Intentamos localizar a las chicas. Nos acercamos un poco más y decidimos -o más bien Colirio decide- que paseemos por la cala a ver si nos las encontramos.
Hay hogueras. La gente está vestida, tumbada en la arena y charlando. Cuando ven nuestras manchas de sangre en la cara enseguida se dan cuenta de que somos bienvenidos. De cada poste clavado cerca del agua cuelgan tres cadáveres como mínimo. Hay uno más o menos cada diez metros, y los cuerpos oscilan ya blanquecinos y vacíos. Algunos están destripados, pero la mayoría sólo están llenos de desgarros por la zona del cuello. Se mezcla el olor a sal con la peste a putrefacción; pero todos asociamos ya ese olor al hecho de saciarnos. Somos la nuevas moscas que van a la mierda. Moscas orgullosas.
Cuando Atenea vuelve a preguntarme sobre Ameba, no me queda más remedio que decirle que sí, que la he conocido hoy y es ella quien me interesa. Ante mi explicación, decide aparentar dignidad y me dice que podría haberlo dicho antes, que no pasaba nada. Le digo que lo sé, que me entienda, que no suelo hablar sobre esos temas fácilmente. Pero no siento nada al decirlo, y creo que ella en realidad tampoco está disimulando. El silencio se adueña de la situación. Rodeo a Atenea con mi brazo derecho, sin pensarlo; ella responde pasando su mano izquierda por mi cintura. Me sonríe, nos separamos. Quedamos en paz sin decir nada más. Mi polla cuelga semi-dura en mis calzoncillos. Las demás chicas hablan entre ellas, ya han perdido interés por nosotros. El olor a muerte se me hace cada vez más neutro, como intentar oler el agua de un manantial metiendo la nariz en el vaso.
Un cartel inmenso de Coca-cola flota en el agua a unos treinta metros de la orilla. Navega en la misma dirección en que caminamos. Alguien lo ha sacado de cuajo de donde estuviera y lo ha lanzado al mar. Alguien… al menos cinco vampiros, o súcubos, o lo que sea. Los bañistas vitorean cuando esa publicidad pasa flotando frente a donde están tirados en la arena.
Al fondo aún hay gente mordiendo de cuerpos colgados aún jugosos. Nos vamos acercando a ellos, cada vez oímos más los gritos y súplicas. Letanías del pasado, todo eso, vivos con fecha de caducidad cuyo plan siguiente era bajar la basura. Atenea dice que no le importaría comerse a alguien ahora. No en el sentido sexual, aclara. Ya todo es más textual, la metáfora está en declive. Y yo vuelvo a pensar en qué será de los poetas ahora, mientras Colirio grita: ¡Ameba, estamos aquí! Entonces vuelvo la vista hacia donde Colirio mira: y ahí está. Ameba mordiendo de una mujer colgada boca abajo. Tiene toda la ropa roja, alza una mano y saluda hacia donde estamos. Puede que estemos más a salvo de la luminosidad postiza, es una sensación repentina. Ameba me mira a los ojos. La miro. La gente vitorea. Es navidad en mi puto estómago, más de lo que lo haya podido ser jamás entre los que nunca la han odiado.
[Arriba, segundo trailer de «Sucker punch», esa nueva ida de olla de Zack Snyder que veré. Abajo una foto de Emma Stone (nueva musa proyeccionera) que vi en un blog y que no he tenido más remedio que ponerla también en este. La belleza es como el dinero, cruel y mal repartida…]