No te preguntes cuántos infelices ha forjado el miedo, piensa en cuántos suicidios ha evitado. Ya sé, ya sé… soy un optimista, un romántico sin remedio. Y con esta luminosa actitud me acerco un día más a la máquina de tabaco, y tiro de mi historia hacia delante. Tendré que esperar a que venga alguien. No hay nadie en la expendedora de chupa chups. Huele a jazmín industrial. Las Chicas Julieta de la planta quinta a veces se retrasan. Pero no puedo quejarme; como Macho Romeo repleto de semen, estas tardes de CSC (Cita Sin Condón) son un regalo del sistema.
Te aconsejan haber estado al menos cuatro días sin masturbarte; si no estás acostumbrado, el dolor testicular puede llegar ser importante si has tenido la mente demasiado calenturienta.
Al módico precio de dieciséis anarcos con cincuenta obtengo mi paquete de veinte cigarrillos. Me enciendo uno. Tal y como yo lo veo, fumar no está tan mal, con suerte te acorta la vejez y te alivia durante la juventud y la mediana edad. Me hace gracia la gente que te habla del aire puro sin poder separarse de sus juguetitos Apple. Me parece más respetable fumar en la montaña que conectarse a internet desde un bar con los amigos delante.
Este es uno de los pocos interiores en los que aún se puede fumar. Y es importante recalcar el tema del tabaco aquí, igual que lo es remarcar el decisivo rol de la expendedora de chupa chups. Ambas máquinas tienen como propósito potenciar la pose, enviar un mensaje.
Obviamente cualquier chica puede sacar tabaco, y a la inversa. Pero aquí todos sabemos a lo que hemos venido, y los accesorios son importantes.
Viene ese tipo, Romeo 33002, y se pone a fanfarronear como siempre. Un antepasado suyo fue uno de los científicos que aceleró el proceso de embarazo. Cinco meses. Fue el primer paso, pero fue importante. Ahora la mayoría de bebés nacen sanos y completos a los veinticinco días.
Me apunté al PPN (Programa de Potenciación de la Natalidad) por lo que todo el mundo, por sexo y dinero. El tipo, Romeo 33002, me dice que si ya sé lo de las últimas estadísticas, que ya mismo vamos a repoblar el mundo, a llenarlo de pueblos con fiesta mayor cada verano otra vez. Quién sabe, quizá hasta vuelvan los valores familiares, dice, y los críos dejen de educarse en centros de acogida. Y hace una mueca. La verdad es que ante la responsabilidad de tener que educar a un niño… bueno, se me revuelve el estómago. Antes lo hacían como si nada, tío, me dice 33002 repitiendo su sermón diario, tenían críos como animales, ¿te imaginas?, y luego eran todos medio gilipollas, claro. Era como una tradición, creo, lo de, bueno, ya sabes, “prosperar”, como ellos lo llamaban.
Es verdad, y decirlo ya es una perogrullada. Para ellos procrear tan solo era un paso más, como estudiar, trabajar, independizarse…
Ya te conozco, pienso, ya te he oído. Yo también leo libros de historia. Aunque es cierto que no todo el mundo lo sabe: la insensibilidad va pareja con la ignorancia.
Así era. Nada de sexo a partir de cierta edad; es decir, nada de sexo variado; solo un coito semanal, y siempre con la misma Julieta. Esa gente se casaba, tío, dice 33002, ¿lo puedes creer?
Esa gente creía en Dioses, le digo, para ellos educar a un niño era un trabajo a tiempo parcial…
Las Julietas se retrasan. La verdad es que todo aquel pánico de principios del siglo XXI por la armas nucleares estaba justificado. Mi colega 33002 no anda desencaminado cuando habla siempre de niños gilipollas criados en familias irresponsables. Ahora más de medio planeta está contaminado aún de radiación por culpa de aquellos capullos asentados en aquel optimismo vital inértico tan en boga durante la época. Yo me crié en un albergue actual, 33002 también. Pero nosotros no tenemos que pensar en nada más que no sea volver a empezar.
El concepto de familia ahora, o lo más parecido, tiene que ver con reuniones de amigos que quedan para cenar, follar, cosas así. No hay padres desde un punto de vista emocional; todos lo somos a nivel biológico a partir de cierta edad, pero para hacer que esos niños crezcan y aprendan están los profesionales preparados para ello. Antes a cualquiera se le permitía educar a un niño; sólo necesitabas dinero y ganas de tener uno. El problema residía en el autoengaño; no todo el mundo quería tener hijos, aunque los tuvieran, y la educación a menudo se acababa basando en la amenaza y el bofetón. Era un bucle: mi padre no sabía hacer de padre, y por tanto mi hijo lo va a pagar, por muy buenas intenciones que yo tenga. Así iba la cosa. Dos más dos.
El hecho de que casi todo el planeta muriera en la guerra nos dio la oportunidad de volver a empezar en algunos aspectos. La población superviviente tenía demasiado miedo de la radiación y otras historias como para discutir sobre ciertas leyes, imagino. Ni sé los niños que habré traído al mundo, pero quizá los suficientes para llenar una pequeña fábrica. La mayoría los tuve con Julieta 40032, pero en su último parto la cosa se complicó y ella murió. Lo cierto es que sentí cierta punzada de culpabilidad, pero al centrarse nuestra relación sólo en la cuestión reproductiva, superé su desaparición en cuestión de días. Era mi pareja sexual habitual, pero antes en estos centros no te ponías a charlar con nadie antes o después del coito. Pagaban -y pagan- bien, pero no para que te enchocharas. Nunca quedé con ella fuera de aquí. Era dulce y callada, pasiva al follar, pero de coño siempre estrecho y humedad siempre servicial. Creo que le gustaba trabajar conmigo por que no le hacía preguntas ni la atosigaba, y no me interesaba demasiado tener una relación monógama.
Quienes deciden tener pareja estable, no pueden tener un hijo y mantenerlo fuera del sistema educativo. De todas formas ya nadie lo intenta. Si te falla algún remedio anticonceptivo también puedes abortar, pero al ser barata la posibilidad de ceder el niño a un centro, la gente lo deja allí y se olvidan. Aquí, unas plantas más abajo, hay escuelas y guarderías; los críos aprenden y aceptan el nuevo sistema de forma natural. Al no inculcarles valor familiar alguno, no notan ninguna carencia afectiva, aceptan su condición de neo-humanos e intentan divertirse.
El Programa de Potenciación de la Natalidad alberga el cincuenta por ciento de los puestos de trabajo a nivel mundial. Debido a que mucha gente muere aún por la radiación, el crecimiento de población es lento. En mi revisión médica semanal siempre estoy esperando una noticia terrible, pero al parecer, sigo sano.
Un par de Julietas se acercan a la maquina de Chupa Chups. Sacan uno cada una. Se ponen a hablar entre ellas y chupetean de forma mecánica, sin mirarnos. El problema de este sistema de cortejo es que la gente ahora a veces también se relaciona a otros niveles, y vienen y se entretienen mucho tiempo antes de los dos coitos obligatorios. Yo nunca hablo con ellas, no me interesa generar vínculos con lo que aquí son meros recipientes para espermatozoides. Y tampoco es que en este lugar suela encontrar el tipo de chica con la que establecería algo más que un intercambio de fluidos. Cuando aún estaba viva Julieta 40032, el centro era mucho más estricto con sus trabajadores. Aquí se venía a follar, no a montar tertulias. Pero quizá luego entendieron que cierto intercambio verbal o juego de miradas podía ser beneficioso para la repoblación. Si una chica te mira chupeteando su caramelo de forma insistente, es que le interesas, y acto seguido -si respondes a su mirada mientras fumas- os vais a una de las habitaciones de la planta. Es la simplificación de la química que puede surgir en una discoteca, pero sin ruido, sin malentendidos, sin dudas.
Romeo 33002 intenta captar la mirada de una de las dos chicas, pero no obtiene respuesta. Yo me limito a apurar mi turno para ver si viene o no Julieta 9800, una chica por la que estoy comenzando a sentir algo más que erecciones, y la cual, creo, tiene el mismo interés por mí. No hemos hablado, pero hay algo más que mete-saca entre nosotros, se nota en la forma de relacionarnos, en la excesiva educación y delicadeza; ya todos saben aquí que ni ella ni yo, coincidiendo, trabajaremos fácilmente con otros.
Una tercera chica sale del ascensor del fondo del pasillo, y llega hasta la máquina de chupa chups. Y menuda es. Julieta 69. 33002 y yo la miramos hasta que mete su moneda en la expendedora y saca su acostumbrado caramelo de fresa. La asignación de números a Romeos y Julietas no sigue un orden establecido -o al menos conocido-, pero en nuestra generación un número de solo dos cifras es harto extraño. Las malas lenguas (y las buenas) dicen que 69 hizo un par de favores a dirección para conseguir dicho número. Se dice que es una ninfómana de tomo y lomo, y que suele operarse la vagina para parecer siempre una pipiola en cuanto a estrecheces. También se comenta que ha llegado a hacerse reconstrucciones de himen para algunos tíos que se lo pedían. Pero la única verdad que está a la vista es su aspecto, su forma descarada de vestir y de lamer su chupa chups, a menudo con toda la lengua fuera. Tiene esa recurrente cara de zorra con la que siempre parece estar mojando las bragas, con su media sonrisa permanente, ese brillo de putón en los ojos. Si hay algo más que le interese aparte del sexo, desde luego no está dispuesta a dejarlo entrever.
La verdad es que es la única Julieta aparte de 9800 que me atrae de verdad, aunque sea por motivos muy distintos.
Sucede de golpe. Nunca lo he probado, así que, sin pensarlo, lo intento, la miro. Miro a esa furcia, la muñeca hinchable real del mundo moderno. Aspiro fuertemente el humo. Lo expulso. Para cuando la nube tóxica me dejar ver a 69, ella se percata de mi atención, creo que algo sorprendida; no halagada, pero sí llena de curiosidad ante el hecho de que precisamente yo, que nunca he intentado nada, hoy tenga pensado descargar mis huevos en ella. 9800 sigue en mi mente, pero parece que hoy no vendrá. Además me aterra la idea de no erectar más que por una mujer en todo el mundo, y 69 es la prueba definitiva.
Creo que, por el solo hecho de la novedad, Julieta 69 me agarra de la mano y me lleva a una de las habitaciones.
Está atardeciendo, hay una cama redonda, unos amplios ventanales que llegan del suelo al techo, que por fuera se ven como espejo, y 69 dice:
– Ya pensaba que me tenías manía.
Y sonríe.
– ¿Por qué te iba a tener manía?
– Nunca me has follado.
– Que nunca te haya follado no quiere decir que no haya querido follarte. O que te tenga manía.
– Entonces mentías cuando no me mirabas.
– Sí.
– Pero ahora tienes a esa chica, esa 9800. Es muy mona.
– Sí.
– Te gusta más que yo.
– Sí.
– ¿Y por qué hoy quieres follarme?
– Siempre me ha apetecido follarte ¿Por qué no?
– Quiero decir que… has tardado mucho.
– Sí, pero por nada en especial.
– Creía que me odiabas.
– No te odio.
– Pero tampoco me quieres.
– No.
– Quieres a 9800.
– Sí.
Follamos duro, dos veces. Luego 69 dice:
– ¿No se enfadará ella?
– Si se entera, sí.
– Si ahora salimos y está ahí fuera esperándote… ¿qué vas a hacer?
Atardece tras lo edificios, la vista desde aquí es perfecta, el sol cada vez se ve mejor con los años. Me quedo en silencio, tirado, desnudo junto a 69. Desearía creer en dios y en el diablo. Quisiera creer en todo hasta tal punto que me viera a mí mismo como el muñeco de una maqueta, rodeado de gigantes que deciden por mí. 69 se pone de pie ante la ventana, mira hacia abajo. A solas con ella me parece mucho menos intimidante; más bien parece una cría, curiosa, preguntona. Vuelve a la cama y me dice que si quiero ella puede salir antes y entretener a 9800 si está ahí fuera, podría echarme un cable para que no se entere de que he estado con otra;
– Los demás hablarán, y se enterará. Pero gracias – digo.
– Tienes razón.
– Sí.
– Eres muy listo.
– No.
– Bueno, eres más listo que yo.
– Sí.
– Vaya… eres muy sincero.
– No.
– Ah, es verdad, le acabas de poner los cuernos a tu novia.
– No es mi novia.
– Sí que lo es.
Lo pienso mejor, y digo:
– Tienes razón.
– Y aunque creas que no, ella cree que sí. Yo creería que sí…
– Ella… Bueno, nunca hemos hablado.
– Uf… Esas son las peores.
– No te pases.
– Perdona… Pero ella te quiere, eso es seguro.
– No lo sé.
Silencio.
– Bueno – dice 69, sonriendo -, si me has dejado preñada tendremos un bebé muy guapo, ¿no?
– Sí, Romeo 666…
– ¡No seas malo!
– Es broma…
– Ya lo sé, no soy tan tonta.
69 saca un libro de su bolso. Es la guía Tab, una guía útil con consejos prácticos para suicidarse.
– No te creía una depresiva – digo, señalando el libro con el mentón.
No lo soy… No sé, Tab tiene algo que me pone burra. Y me hace reír.
Creo que 69 está dispuesta a quedarse conmigo para hacer tiempo. Si 9800 está ahí fuera, ya estará a punto de irse; ni yo tengo su móvil ni ella el mío. Dudo mucho que se acostara con otro. Aunque yo lo he hecho… Quiero darle las gracias a 69 por hacerme el favor, pero no me sale. Ella tampoco espera nada. Ahora hojea el Tab. Masca un chicle de menta. Es como si tuviera catorce años. Siento ganas de estrujarla, de besarla en la frente; es por esto por lo que no hay que intimar con nadie. Ahora siento ganas de protegerla, y no debería ser así. Hay muchos factores en contra, y no solo hablo de 9800. Le doy un beso en los labios. Ella lo toma como mi agradecimiento por la compañía, por aguantarme o algo así. 69, sin levantar la vista del libro, me dice que no me preocupe por esas dos que había antes fuera. Dice:
– Esas dos no dicen nada. Ya me encargo yo.
Comienzo a vestirme. No consigo recordar con claridad la cara de 9800, y siento una inmensa tristeza por ello. Luego recuerdo que no conozco a ninguno de mis hijos, y esa idea me anima. Y después me viene a la mente 40032, mi ex Julieta favorita muerta, y solo es un borrón, como un periódico con fecha de hace cinco años. Ya vestido vuelvo a tumbarme en la cama junto a 69. Ella, de súbito, se vuelve hacia mí con la cara seria, los ojos apunto de derramarse. Y con voz temblorosa, dice:
– Si yo me muriera… ¿te daría pena?
Repeat: Video de Reznor (clikar para ver en Youtube). Foto de Lily.