Mi hermana de once años es inquietantemente inteligente, y dice que en cuanto crezca y pueda, piensa largarse de casa. Ya dice cosas así. Hoy, en el desayuno, nos ha acribillado a todos con datos sobre Coca-cola que debe haber leído en Internet. Ayer mismo salió de paseo con mi madre y mientras ella estaba en una zapatería, la muchachita salió a la calle y de algún modo convenció a un chico de unos trece años que iba en monopatín para que la besara en la boca. Mi madre los separó, y hoy mientras Laura -que es como se llama el diablo- nos decía que Coca-cola sigue siendo una marca líder gracias a la inversión en publicidad, mi padre ha pegado un puñetazo en la mesa y ha dicho que alguien debería calmarse en esta familia, y que tiene once años, y no puede ir por ahí besando con lengua a los mayores. Ni con lengua ni sin ella.
Yo siempre callo, soy la voz de la nada, nunca intervengo, nunca opino, nunca aporto, ni ayudo o condeno o recrimino o regaño o doy la razón. Soy el único en casa que parece lo que llaman «normal», aunque eso exista tanto como el interlocutor de un creyente. En general solo existen comportamientos comunes, cosas que la gente hace para ser aceptados por otros. Pero en esta casa nadie excepto yo es así. Yo soy el mayor, semiautista por voluntad propia, pajillero como cualquiera, y pendiente siempre de observar la reacción de mi grupo de amigos cuando me uno a ellos, aterrorizado por qué habrán estado diciendo sobre mí, o si habrán estado diciendo algo sobre mí; y de ser así, el qué, por qué, y quién. Hijos de puta… Siempre sospecho. Se diría que soy más inestable y paranoico que la media, pero solo es una vaga primera impresión; en realidad la mayoría de gente es como yo. Así pues, raramente intervendría en una discusión familiar como la del beso en la boca infantil; y tampoco dije nada cuando mi hermano el mediano hizo las maletas hace unos días para irse a Estados Unidos para conocer y -como él me dijo-: «ganarse» a los padres de la actriz Elisha Cuthbert, y así tener medio camino hecho -según dice- para ligársela. Y en mi casa creen que solo quiere visitar Nueva York, aprender inglés; creen que va a una academia y que nada de lo que hace se sale de lo lógico en alguien de su edad, inquieto, inteligente, ambicioso y culto. Ellos creen que quiere crecer como persona, pero la realidad es que un día vio “La vecina de al lado”, y luego volvió a verla unas cien veces, coleccionó cientos de fotos y videos de la actriz rubia, y decidió que el siguiente paso inapelable para «salvar su puta alma» era tirársela al menos una vez. Esta situación seguramente se pueda extrapolar a la mayoría de vidas; la gente necesita una cortina de humo en la que los demás crean mientras ellos hacen lo que realmente quieren.
También, desde hace unos días, Laura ha estado muy imbuida en buscar información sobre el país yankee, buceando en la red y yendo a su biblioteca habitual; quizá porque Pablo -que es como se llama mi hermano, Ejemplar por fuera y Pscótico gilipollas por dentro- estuvo semanas trabajándose a mi padre para conseguir su permiso para viajar. Será como un segundo erasmus, dijo el muy mamón; lo dijo hasta parecer auténticamente obsesionado por la cultura de otros países, de otras etnias, lenguas, etcétera; y al final lo único que busca es tocar ciertas tetas. Le lleva a uno a preguntarse si todos esos tíos que hacen paracaidismo o bajan por ríos salvajes o se vacunan para ir a “SoyGuayPorqueViajoLandia” cada año, lo harían si pudiesen comerle el coño a quien quisieran cuando quisieran. A veces creo que quizá Pablo no sea un tarado con ínfulas, quizá sea más honesto que tú y que yo. Toda esa férrea filosofía optimista de “persigo lo que quiero” que llevan muchos por bandera, se va el noventa por ciento de las veces al traste cuando les explicas lo que quieres tú. Y mi hermano sabe muy bien lo que quiere.
Por la noche recibo la llamada diaria de Pablo. Me vuelve a repetir que si le cuento a alguien sus auténticas intenciones, un día me rociará con algo inflamable mientras duermo y me quemará. No siempre parece una forma de hablar. Yo le sigo el rollo, le doro la píldora. Tengo curiosidad por ver cómo acaba, en qué circunstancias, con quién; y sobre todo me interesa su evolución mental, creo que se está volviendo tarumba. Y la familia no la eliges. Él sabrá qué coño hace. Yo aquí sólo soy otro occidental que come viendo a negritos en el telediario. Lo cierto es que mi hermana me enternece, me hace gracia, se podría decir que la quiero de verdad, pero mi hermano… Mi hermano parece el típico traje relleno de años de gimnasio que acabará fundando alguna empresa brutal y despiadada de las que dependen cientos de familias que son tratadas como fichas de dominó en pos de un gráfico de beneficios. No me cae bien, solo entiendo su obsesión esta vez por la cuestión sexual; vale, quiere follarse a la rubia de turno, ¿y quién no? Quien puede suele hacerlo, algunos incluso teniendo mujer e hijos; sé que ese rollo es muy poderoso, muy atrayente: no puedo deshumanizarle por eso. En parte, sería negar nuestros instintos. Un cornudo o una cornuda en este mundo no son más que el resultado de lo que somos desde un punto de vista estríctamente primario. Esas teorías no solo funcionan durante la fase de la atracción; una vez te casas siguen ahí, y tus instintos siguen siendo los mismos
Cada vez me resulta más difícil creer que alguien pueda ser completamente ateo y completamente monógamo a la vez.
Pero lo intento, intento adaptarme, creer que todas las cosas y metas para conseguir más cosas que tiene la gente tienen sentido; tanto como para llenar tu vida con algo más que amoldarse a lo que todos se amoldan sin perder un ápice de dignidad. Aunque por desgracia sigo sin creer, sin tener ese tipo de fe; cuando veo crecer a los de mi alrededor y cómo sucumben a las mismas chorradas y directrices que todos, pienso en esas actrices porno jóvenes y con personalidad, con una belleza peculiar y natural, y en cómo al paso de los años acaban como las otras, con las tetas de silicona y una melena rubia de mentira hasta la cintura.
Entiendo lo desquiciada que está mi hermana. Con su mente privilegiada y su carácter arrollador no está hecha para esto. Con toda la información cruzada y contradictoria, con todo el mensaje de bondad que a ella le venden sobre cómo hay que ser mientras ve la tele sabiendo aun a su edad lo que ve. Y lo que ve a menudo es a más adultos dando un mensaje de bondad, lo cual está mezclado e intercalado con la miseria que esos mismos tíos ayudan a crear. Es lo que se suele hacer, todos dicen lo que saben que los demás quieren oír, y después hacen lo que les da la gana. Es el modo de actuación de un adúltero, o de un empresario, o un político, etcétera. Así somos muchas veces. Y así es como actúa Laura; ella asiente a lo que le dicen, pone morritos y después se dedica a vivir su vida. Cómo regañarla, cómo decirle que tiene comportarse, qué referente se le ha de dar, qué ejemplo femenino adulto. Qué derecho tenemos de decirles a los críos que ya son mayorcitos para hacer según qué cosas. ¿Y qué significa ser mayorcito? ¿Tiene que ver con ser como mi hermano?
Al día siguiente del soliloquio sobre coca-cola, mi hermana nos habla largo y tendido sobre el cóctel que se les inyecta a los condenados a muerte en Estados Unidos. Mientras nos comemos los cereales oímos una descripción paso por paso sobre cómo dicha droga te paraliza y te invade el organismo hasta dejarte al margen de la sociedad y los impuestos. La leche me sabe amarga. Mi padre dice que basta.
La madre de Elisha Cutbert se llama Patricia. El padre, Kevin. Kevin Cuthbert. Además tiene dos hermanos, Jonathan y Lee-Ann. Pablo me llama a mediodía, pongo el manos libres en el coche, y me habla sobre todo lo que rodea a “su chica”. Le digo que si está seguro de que sus padres están en Estados Unidos, que esa tía, bueno, que son canadienses. Me dice que hace poco la actriz les compró una casa en Sacramento, y que no están allí siempre, pero sí en esta época del año. Le digo que cómo lo sabe. Pregunta que cómo está Laura. Lo único que tenemos en común es que los dos queremos a nuestra hermana. Le suelto algún monosílabo como respuesta y él asiente con otro. Me salto un semáforo y alguien pega un frenazo. Cuelgo sin despedirme.
Por la tarde Laura bucea en páginas web en inglés en su portátil. Le pregunto que si entiende algo. Me responde que lo mismo que yo. Uno de los problemas en esta familia es el dinero; mi padre es uno de esos tíos que hacen una llamada y al día siguiente sube la tasa de paro. Es lo mismo que quiere ser mi hermano, pero mi padre ya ni tan siquiera parece tener instintos naturales, sólo le obsesiona cierto tipo de orden. Tenemos que desayunar juntos todos los días, por la mañana mi madre prepara zumo natural y tostadas con mantequilla. Todo en nuestra nevera es sin gluten, sin sal, sin azúcar, sin calorías, sin… Son todos esos productos despojados de todo lo que te hace disfrutar al comer. En todos los envases puedes leer cosas como “¡el mismo sabor!”; ahora con la publicidad ya te mienten hasta desde la etiqueta. Pero eso sí, cuando hay una fecha oficial de por medio, mi padre está dispuesto a estirarse. El pasado santo de mi hermana cayó un portátil, con todas las pijadas y aplicaciones, uno de esos trastos a los que sólo les falta satélite propio, y del que luego sólo usas un cinco por ciento de todas las monerías de serie que has pagado. Laura me dice que si yo la llevaría a Estados unidos algún día de estos. Murmuro que quizá debería decírselo a nuestros amados progenitores. De hecho mi padre ha ido ya unas cuantas veces por cuestiones de capitalismo sangriento. Qué elegancia siempre… Yo decidí ser el paria para tener la conciencia tranquila. Laura sigue insistiendo. Le digo que yo no tengo tanto dinero. Trabajo en una cadena local redactando noticias coñazo de las que te hacen hacer zapping cuando te las encuentras; “El alcalde hoy le ha dado la llave honorífica de la ciudad al poeta Fulanito Nosequé, sin duda un mito y un ejemplo y un gran literato que…”… No conocía ni dios. Mi consuelo, como digo, es que no tengo una gran responsabilidad; y es obvio que si eres uno de eso tíos que lee la revista “Emprendedores” eres uno de los culpables directos de todo lo malo que pueda pasar en este mundo. Los granitos de arena no sólo se acumulan para buenas causas.
Salgo por la tarde a dar una vuelta, necesito estar solo, aislado de amigos y compañeros y familiares. Salgo sin móvil. Son las seis, mis padres no llegan de trabajar hasta tarde. La obsesión por el triunfo material de élite suele ir ligada con la adicción al trabajo. Sin embargo, yo que llevo años escuchando eso de que “el trabajo dignifica”, nunca me he sentido excesivamente digno o a gusto un lunes por la mañana. Diría que solo puede ser medianamente feliz de verdad alguien que se sienta cómodo en esa rutinaria circunstancia. Los demás solo vagamos, hacemos lo que podemos. Echo de menos mi infancia, cuando mi hermana aún no había nacido y los sábados por la tarde veía con mi hermano películas como “Cazafantasmas” o “Regreso al futuro”. Entonces no pensábamos en nada. El colegio solo era eso que nos obligaban a hacer, el peaje a pagar. El mundo era un sitio curioso, mágico gracias a las películas americanas; sí que había profesores coñazo y deberes que hacer, pero eso no convertía existencia en algo hostil y falso. La vida solo era. Y estaba bien así, era tan real comerse el arroz de mi madre como ver a Terminator ametrallando a los malos o a Pamela Anderson corriendo por la arena en “Los vigilantes de la playa”. Joder, hasta la publicidad resultaba emocionante. Nada tenía un significado concreto, o era aburrido o era divertido. Nada más. No pensábamos en mujeres ni en trabajo ni en futuro. Y todo eso dio paso a la mitomanía. Cosa que mi hermano aún tiene muy presente, y que en mi casa siempre ha estado íntimamente ligada con Hollywood y el cine en general. Cuando ves que el presente no te llena y que cambiar las cosas supone casi una imposibilidad a muchos niveles, te refugias en las cosas buenas del pasado y lo poco que puedas arañar del ahora. Por eso mi hermano tiene ese proyecto con Elisha Cuthbert. Era su excusa para ir a Estados Unidos, quizá mintiéndose a sí mismo, montando una historia insólita para ligarse a la chica de la peli. Quizá sí puedes huir de ti mismo si no te justificas por cada cosa que haces. Puede que la felicidad real muchas veces esté en el sinsentido.
Cuando vuelvo a casa oigo el teléfono fijo desde fuera. Abro la puerta y voy hacia él, pero no me da tiempo a cogerlo. Mi móvil tiene diez perdidas de Pablo. Le llamo. Me lo coge a los dos segundos y me dice: “¿A que no sabes dónde estoy?”. Me asegura, y no parece mentir, que está tomando un té en el salón de Patricia. Tío, me dice, es su puta madre… La madre de Elisha, su excusa. Le pregunto que cómo ha hecho para ganarse su confianza. ¿Allí qué hora es? No me contesta, solo balbucea que ahora lo siguiente es localizar al retoño. Le comento que ese retoño, bueno, que no quiero desanimarle, pero que hace ya tiempo que anda follándose a un jugador de hockey sobre hielo. No atiende, le oigo hablar en inglés; de fondo, una voz de mujer. Luego comenta que quizá se quede un par de días en Sacramento, puede que incluso les haga una segunda visita a los padres. El padre ahora no está y le gustaría conocerle también. No sé qué decir, voy a la habitación de Laura, a ver si está. Llamo a la puerta golpeando dos veces con los nudillos. Nadie contesta. Pablo me dice que si esa tía, la madre, se le insinuara, no lo dudaría un momento. Abro la puerta. Y sí, Laura está en su habitación; está de pie, y tiene una jeringuilla en la mano.
Dice:
– En teoría a esos tíos les inyectan tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio, creo… Pero sólo con aire también funciona.
Hay una niña en la cama, tiene la cara grisácea, los ojos cerrados. Es Sandra, la vecina, la amiguita de Laura. Me quedo petrificado. Pablo me dice que volverá a llamarme cuando se la haya tirado. A Elisha, aclara, por supuesto.
[Antes que nada decir que el relato estaba ya publicado en la revista A-Zeta (ahora Desaparezca aquí), y que ahora (revisado) ve la luz en el blog. Por aquello de si a alguno os suena… Por otro lado, esta vez he elegido un video (más bien al azar) que no me gusta, para hablar de cierto programa que se emite en Cataluña llamado: APM (Alguna pregunta més). He de decir que sí, es un programa respetable (no se basa en la humillación de nadie en directo ni en corazoneo). Pero. Eso no quiere decir que sea bueno. Es mi opinión obviamente, pero ese formato de zapping con cortes a cada segundo, metiendo guiños y patochadas y repitiéndolas hasta la saciedad para que la gente las recuerde, me parece de lo más irritante. Así que tengo que decirlo, NO ME GUSTA EL APM, EL APM ME PARECE IRRITANTE. Me sobrecarga y me hace echar de menos los tiempos de Lo + Plus, cuyo zapping (el primero en este país), sí estaba bien hecho, y no necesitaba de efectismos y cien mamonadas por segundo para ser interesante… Y eso, abajo otra pin-up. (Ah, y me he hecho un Tumblr, aunque aún no sé bien para qué… ya lo iré viendo.]