Archivo por meses: marzo 2011

Delirios

En realidad el lugar no es lo que se dice enorme; no es más grande que los sitios en los que suelen ensayar las bandas locales de rock atrapadas en algún cliché estilístico y estético. No es un lugar amparado por patrocinadores ni marcas. Hay tres camas alineadas, con barandas, como de unas trillizas que durmieran en la misma habitación, parecidas a las de los hospitales (las camas) pero con alguna modificación, refuerzos contra movimientos bruscos más allá de ataques epilépticos y derivados. Está quien se hacer llamar “M”, su discurso recurrente es que No siempre que alguien babea y tiene los ojos en blanco es porque lo esté pasando mal. Está quien se hace llamar “Jota”, que dice que Todas Pueden. Y también está “Meca”, que dice que No todas pueden, y que ella lo sabe porque ella sí es una mujer.
Están también las chicas que ocuparán las camas. Merche se ha querido disfrazar, lleva una especie de traje de lecherita muy aparatoso, una gran falda y coletas rubias; sonríe a todo el mundo y dice que Un pene nunca llega con ella donde es capaz de llegar una mano. Mabel no está disfrazada, lleva unos tejanos y una camiseta negra con el emblema de Rolling Stones; su discurso es: Merche es gilipollas (cosa que suele decirle a ella también a la cara, y que apenas provoca un leve sonrojo en los mofletes Merchiles). Y finalmente está Saray, aspirante a actriz porno, y que suele vociferar: Tío, esto es muy fuerte.

Situate unos días antes. Cuando Jota llama a Merche y le dice que a ella la gustará ese sarao, pero que aún no se sabe si se grabará o no. Merche le dice que se lo tiene que pensar, pero que casi seguro que sí, que quiere hacerlo. Jota le dice que se lo piense bien. Merche dice que casi que ya lo tiene pensado. Jota le dice que si acepta, él sería quien lo hiciese con ella. Ella se queda un momento en silencio y dice Vale, dice Por mí mejor. Entonces es Jota quien hace un silencio y Merche le acompaña en ese silencio, y es justo en ese momento cuando él no solo entiende del todo el rumor de que ella aún va detrás de él, además se da cuenta de que a él ella le enternece, y los siguientes días se pasa las horas viendo a Merche en cualquier mujer rubia de espaldas que sea bajita y den ganas de abrazar.

Jota prepara con mucho esmero la cama de Merche. Mabel le ha dicho a alguien que Merche es gilipollas, Jota le ha susurrado a Merche que no haga caso y Merche ha sonreído con los mofletes rojos y un monosílabo inaudible de resignación.

Día anterior. Mabel toma un café con M y le dice:
– Merche es gilipollas.
– ¿A qué viene eso?
– A que lo es.
– Pero qué te ha hecho esa chica…
– Iba conmigo al colegio.
– ¿Y?
– Es aburrido de contar…
Mabel lleva una camiseta de AC/DC, bebe de su café. Dice:
– Hay cosas que nunca se superan…
– Como cuáles…
– Como que Merche es gilipollas.

Meca y Saray se dan un beso frente a una panadería. Faltan dos días para Delirios. No obstaculizan el paso, pero están realmente cerca de la puerta. Dentro de la panadería hay dos mujeres mayores de cincuenta, dos dependientas de unos treinta. Una de las dos mujeres de cincuenta lleva de la mano a una niña de unos ocho años; la niña mira a Meca y Saray a través de los cristales. Ellas se comen la lengua mutuamente, se muerden los labios y se amorran. Saray se separa y dice Esto ya no va de lesbianismo, cariño, es una cuestión de mal gusto… Meca no dice nada y vuelve a atacar. La niña sigue mirándolas. La dependienta le da dos barras de pan que la niña coge con muchas dificultades; la dependienta y la cincuentona sonríen con la imagen.
Meca y Saray se despegan cuando la señora y la niña salen. La cincuentona mira al suelo y tira de la mano infantil. La niña se vuelve y mira a Meca, y sonríe. Meca, con sus enormes ojos grises y sus labios gruesos, le manda un teatral beso a la cría, besando y soplando después su mano derecha en la dirección en que la cincuentona tira de ella. Saray extiende su mano izquierda y dice que ya han pasado los diez minutos, y que hoy nadie ha dicho nada. Meca abre su cartera, paga y dice que las panaderías no son buenos sitios, que el odio existe igual, pero es ese odio de ama de casa que odia en todas direcciones pero nunca lo expresa. Te apuesto lo que quieras, añade, a que si esa mujer nos vuelve a ver se cambia de acera, lo cual también hará con los negros y todo lo que no quepa en su microcerebro lleno de potaje.
Luego te quejas de que la gente crea que las lesbianas solo somos tías cabreadas con la nuca rapada, dice Saray. No, de lo que yo me quejo es de que las lesbianas sí tenemos motivos para estar cabreadas. Es entonces cuando Saray le dice a Meca que si va a querer hacer eso del Delirios. Meca saca un cigarrillo, y tarda más de tres minutos en responder.

Jota le dice a Meca que él nunca ha fallado, que no existen las mujeres frígidas; Meca mira al suelo y dice con un hilo de voz que vaya si existen, que se llaman Heterosexuales… Saray inicia un ataque de risa y dice Tío, esto es muy fuerte. Jota dice que Meca está desviando el tema porque sabe que él solo se basa en hechos; que si dejaras a cualquier mujer con él durante al menos veinte minutos podría hacer que la chica que fuera regara todas las plantas del piso de una pareja gay a base de orgasmos. Meca le da la espalda a Jota y Mabel le dice a alguien que Merche es gilipollas. Merche está sentada en su cama, apartada, aún con su traje de lecherita; mira a Jota haga lo que haga; tiene, constantemente, esa mirada perdida de quien acaba de conocer una buena noticia inesperada, como si esa noticia cuadrara y le diera sentido a toda su vida actual.
Meca mira al suelo y dice que ella no dice que haya muchas mujeres que no puedan correrse, lo que dice es que no todas pueden salpicar como un puto aspersor porque el señor Jota quiera.
En el local, al margen de los implicados, hay unas diez personas más; se pasan porros, observan cómo los protagonistas de hoy en Delirios charlan y se aseguran de que todo está preparado.

Diez años antes. Jota y Mabel se besan en el lavabo del colegio.

Tres meses para Delirios. Messenger;
Merche Singer dice:
hola?
Merche Singer dice:
estás?
Jota es genocida de moscas dice:
🙂
Merche Singer dice:
Hola 🙂
Jota es genocida de moscas dice:
cuanto tiempo… 🙂
Merche Singer dice:
buff… sisi…
Jota es genocida de moscas dice:
qué te cuentas
Merche Singer dice:
poca cosa, currando mucho 🙂
Jota es genocida de moscas dice:
ajá, muy bien
Merche Singer dice:
y nada que como vi tu dirección por Facebook, me entró curiosidad y te agregué, no te molesta no?
Jota es genocida de moscas dice:
nono, qué va, bien hecho 🙂
Merche Singer dice:
y bueno, cómo te va, aún sigues con Mabel…?

Merche, Mabel y Saray están cada una en su cama. Desnudas. Las barandas preparadas. A los pies de cada cama hay un pequeño cubo transparente. M recuerda el mecanismo. En cada cubo hay una línea de medición de hasta cuatro litros. Habrá tres voluntarios que se encarguen de coger los cubos, los cuales tienen que estar muy atentos de que nada salpique fuera; las propias chicas tienen que ayudar a que la eyaculación no acabe en el suelo o sobre sus propios vientres. La potencial inexactitud de todo teniendo en cuenta que lo que se intenta es recoger una medición -ya subjetiva en sí- de los orgasmos, hace que las personas que están presentes, como voyeurs (aunque tienen prohibido tocarse), deberán ayudar a decidir qué pareja es la vencedora si el suelo o las camas o las propias chicas acaban demasiado mojadas con fluidos que deberían haber acabado en los cubos.
Cada chica será masturbada de forma manual. Está prohibido usar o enseñar cualquier otra parte del cuerpo como ayuda extra, física o mental.
El sistema irá con las tres parejas concursando a la vez. El cronómetro se parará a los treinta y cinco minutos. Luego se revisarán los cubos y se discutirá el resultado.
A diez minutos de que el cronometro llegue a las ocho de la tarde (hora fijada para empezar), Merche le susurra a Jota que ella suele perder mucho el control, y que qué pasaría si se le escapara algo de pis.

Los seis protagonistas el día de antes comiendo en un restaurante aconsejado por M. M, de algún modo, lleva las riendas del asunto. M tiene cuarenta años y ha rodado más de cincuenta videos gonzo que están repartidos por Internet. M dice que ya ha hecho esto algunas veces, aunque nunca planeado, siempre improvisado en ciertas fiestas que ni Mabel (que es novia y amante y amiga y no-novia, no-amante y no-amiga a la vez) se cree que hayan existido. Fiestas entre universitarios en las que había chicas que se prestaban y chicos que sabían lo que hacían. Dice que ha llegado a ver cómo niñas con los dieciocho apenas recién cumplidos dibujaban un arco de fluidos disparado con tal presión que una vez una chica francesa de erasmus llegó a hacer saltar los plomos del piso de un colega suyo. Sí, eran fiestas organizadas con compañeros del gremio, pero os aseguro que todo lo que pasaba en ellas era espontáneo. Eso dice.
Mabel le pregunta a Merche que cómo le va. Merche le dice a su reloj que bien. Mabel dice: Tú eres gilipollas, niña. Jota mira fíjamente a Mabel, Mabel mira a M. M dice que ha llegado a ver cómo una mujer eyaculaba hasta dos litros de fluidos. Saray vocifera que se lo cree, que una vez llegó a estropear su ordenador masturbándose; Meca murmura que es verdad, que ella lo vio. M dice que está deseando que llegue el día siguiente. Una pareja de mediana edad se levanta de la mesa de al lado, y se va con los postres a medias. Saray le da un billete de diez a Meca.

Jota se lleva a un rincón a M. Le dice que qué hay del pis. Qué pasa si la chica se lo hace encima. ¿Me hablas en serio?, dice M. Sí, Merche dice que eso puede pasarle. Pues es un problema…, murmura M. Lo siento, de verdad, añade, pero si va todo al cubo… a no ser que tengas algo con lo que separar el pis de los fluidos, tío… no lo sé, tío. Aunque no sé cómo no he pensado en ello, yo he conocido a más “Merches”…
M se da la vuelta y se dirige a todos:
– Un sola cosa antes de empezar. El pis no vale… ¿Entendéis?
– Joder -suelta Mabel; mira a Jota, a M, a Merche-, gilipollas y además meona.
– Mabel, callate la puta boca -suelta Jota.
– Vale -dice M-, un poco de calma; aquí nadie cree que va a ir al infierno, ¿verdad?
M se acerca a Merche. Ya falta muy poco para empezar;
– Cómo estás, guapa… -dice M.
– Bien.
– Lo que hemos dicho… ¿te pasa mucho?
– No, solo a veces. Solo se lo he dicho a Jota para que quedara claro.
– Muy bien. Pues venga. Esto está a punto de empezar.

Tres noches antes de Delirios. Messenger;
Merche Singer dice:
http://www.xvideos.com/video661214/masaje_vaginal 🙂

Ochos días antes de Delirios. M entra al local con Mabel. Las camas ya están dispuestas. Son las once de la noche y tienen alcohol y están solos. M dice que si no sabe que Este local antes era el garito de una productora cutre que se llamaba Delirios. Ahora Delirios se ha convertido en “Ríos de transparencia”, y se dedican a rodar videos guarros con pretensiones; esos videos pasados de moda llenos de niebla y paneles y esa música que pone de los nervios. Hoy en día ni a un adolescente se le levanta con ese rollo.
Ambos se sientan en una de las camas. Se pasan una botella de vodka caliente. Mabel pregunta que cuántas parejas habrá al final. M bebe, dice que aún no sabe si Jota vendrá con alguien. Mabel frunce el gesto y mira hacia otro lado. M bebe, y le pregunta si está llorando.

Nueve años antes. Mabel encuentra una carta escrita a mano entre los papeles de la carpeta colegial de Jota;

No sé cómo decirte esto. Así que voy a dejar que lo deduzcas tú mismo. Es fácil, es una carta, yo soy una chica, y no puedo dejar de pensar en que tienes novia. Tienes novia a todas horas, todos los días, desde hace dos años. Pero yo tenía que escribirte algo y desahogarme. Lo siento.

Merche

Todo empieza según lo previsto. Todos, tanto M como Jota como Meca, usan la mano derecha. Se oye un ruido como de chapoteo. M es bastante conocido en la ciudad, y en el otro lado del portón, en la calle, se oye a gente; de vez en cuando alguien llama con los nudillos. Uno de los voyeurs está encargado de sacar de vez en cuando la cabeza para decir que el aforo está completo. O que ya lo verán cuando se publique. De hecho hay tres cámaras con trípode, una para cada cama, cada una colocada frente a cada pareja, a media altura. Lo que coge cada plano fijo es a una mujer espatarrada y a alguien vestido que desde la parte izquierda de la imagen mete -normalmente- dos o tres dedos en la vagina, intentando producir lo que M -en un alarde de falta de tacto- llama: “zumo de coño”.
Merche comienza a hacer que no con la cabeza. El glande de Jota se hincha y aprieta contra los tejanos, la tienda de campaña es evidente. Merche dice que no va a poder aguantar, que seguro que se lo hace encima. Jota sigue como si ella no hubiera dicho nada; una gota de algo viscoso ha atravesado ya sus calzoncillos y se comienza a notar en los pantalones.
Meca mete la mano entera en Saray, que abre los ojos como platos. Esa mano se remueve, luego sale de golpe y los mismos dedos palmean la zona del clítoris; eso provoca una productiva eyaculación descontrolada, que va toda directa al cubo que sujeta un chico que no puede evitar palparse la entrepierna con la otra mano.
M trabaja en Mabel, pero ésta parece estar en algún otro sitio; M no puede decirle nada, está prohibido, solo valen las manos. Mabel está en París, de viaje de fin de curso. Jota coge su mano y hacen cola para subir a la torre eiffel. M mete otro dedo más; tres dedos en la vagina de Mabel. Y Mabel está en Las Vegas, y Jota la defiende de los tíos de un casino que aseguran que ella ha hecho trampas. Y M mueve la mano como a él siempre le funciona con las mujeres. Mabel celebra el cumpleaños de alguien, no recuerda de quién; Jota durante la cena le mete un paquete minúsculo en el bolsillo. Luego Jota en el funeral del padre de Mabel; Jota se queda tres días en casa de Mabel faltando al trabajo, y ella llora en su hombro, en su regazo, entre sus brazos. Y ahora mira hacia un lado y ve cómo Merche explota. Todos miran en esa dirección. Un chorro transparente. Otro más amarillento. Merche se aferra a las barandas. Convulsiona. Al menos tres chorros transparentes más. Todo el mundo ríe mientras Mabel comienza a hundirse. Con todo, el cubo de Meca y Saray será el claro vencedor por goleada. Nadie ve llorar a Mabel; la mano de M hurgando en su vagina es como estropajo; está quieta y M mira a Merche. Todos miran a Merche. Jota ríe, y besa en la boca a Merche.

[Para el vídeo, una de esas escenas míticas que a veces pongo. Esta vez es muy reciente, y es de un personaje descaradamente carismático, la HitGirl de «Kick ass». Sobre el texto, decir que ya lo publiqué en Desaparezca aquí y ahora ve la luz en el blog. Abajo + pin-up.]

¡SUFRIR CUAL MAMONAZO!

Una idea. El equipo de rodaje de un lado a otro. Un guionista se pasea fuera de los decorados. Nadie le conoce. Hace unos días tuvo un ataque de ansiedad. Y ahora tiene una idea sobre cómo podría haber hecho que el guión fuera de verdad bueno, y no solo la típica historia con un buen arranque que se va desinflando poco a poco hasta que deja en el publico esa sensación de coito interruptus. Hace paralelismos del proceso de escritura de su guión con la forma en que ha llevado su vida últimamente. Un técnico le pregunta que quién es, que qué hace siempre aquí. El guionista no responde, aunque lo sepa. Normalmente las cosas importantes no se pueden resumir con un par de frases, piensa él, aunque la gente lo haga; algunos son capaces de coger el momento que consideran más importante en su vida y banalizarlo transmitiéndolo en voz alta de forma patética, con discursos entrecortados, eufemismos y gestos de mierda. Hacen eso, le quitan hierro a su propia vida porque creen que eso les da un aura de humildad, y así se sienten abiertos y modernos, y sobre todo libres para hurgar en la vida de los demás.
El guionista está enamorado. Aunque aquí se podría recurrir a muchas otras palabras supone él, pero «enamorado» es una que todo el mundo entiende, aunque sea algo trillada y ambigua y encierre muchas clases de relaciones (algunas sin nada que ver con el amor). Pero lo que el escritor siente es esa clase de calvario genuino que provoca el no poder quitarse a la Persona en cuestión de la cabeza; esos etcéteras: libros y películas y debates y discusiones y gritos y mujeres muertas y depresivos y matrimonios y cuernos…
Dicha persona vaga ahora por el plató. Es una de las maquilladoras. No le mira, y sin embargo antes siempre le buscaba con la mirada. No se acerca a él, y en cambio antes siempre tenía una excusa para venir y darle un golpecito en el hombro. No le habla, y antes cualquier excusa valía para provocar la conversación (aunque hubiera que organizar un brainstorming de silencios para encontrarla). El guionista no se considera muy despierto en estos asuntos, pero tiene una vaga idea de por qué ya no tiene relación alguna con la maquilladora.

Ya es el cuarto mes de rodaje. El director es uno de esos tíos hiperactivos, tiene un carácter extraño, como de mucha seguridad en sí mismo, pero como si en realidad estuviera actuando para que nadie note que en el fondo no es lo que quiere aparentar. Eso hace que el guionista no se sienta cómodo en el trato con él, incluso aunque él siempre se muestre servicial y atento e intente con palabras como «genio» -inyectadas de una supuesta sinceridad- que el guionista confíe.
El guionista tiene motivos para pensar que la maquilladora y el director follan por las noches. Aquí la palabra «follar» es la más adecuada; ya que cuando el guionista llega a casa por las tardes y cena y escribe artículos e intenta solventar compromisos y acabar trabajos, solo puede pensar: «ahora se la estará follando»; y eso hasta que consigue dormirse, y en todas sus distintas permutaciones: «ahora se lo estará follando», «ahora estarán follando», «ahora estarán dándole bien», «ahora follarán», «a estas horas ya habrán follado»…
El guionista ya tuvo un par de enchochamientos destacables en el pasado, pero nunca ha conocido esta clase de sufrimiento emocional tan puro.

Una mujer ha estado intentando llamar su atención últimamente. Él cree que es guapa, es una chica lista y guapa, es simpática, inteligente, y es guapa, indudablemente. Es, de hecho -y eso lo tiene muy claro el guionista- la clase de chica de perfil curvilíneo y llamativo que cualquiera querría llevar un domingo a casa de sus padres; encaja a la perfección en cualquier primera impresión. Es cariñosa y está dispuesta a Escuchar, a Tener paciencia, a Ser discreta para con el guionista. Y además está impresionada, al menos en parte. Lo está porque el guionista publicó una novela corta hace dos años. Tuvo buenas críticas y ventas mediocres. Pero esta chica fue una de las personas que leyó el libro. Para él la muchacha, por tanto, es lo que muchos llamarían “Una presa fácil”. Es, además, esa clase de féminas que le daban casi miedo en el instituto, la clase de curvas y tetas y labios en los que él pensaba de adolescente al masturbarse. En definitiva, la chica tiene un solo defecto destacable de verdad. Pero es el peor defecto que puede tener.

Inicio del rodaje. Todo era un caos. El director aún no tenía perfeccionada una impostura con la que sentirse cómodo. El primer día llevaba una camisa tejana que por la tarde acabó con dos cercos de sudor grotescos en las axilas. Había hecho un par de videoclips, era su primer largometraje. El guionista aún pensaba que su guión valía la pena de verdad. Quizá fuera un poco delirante en su segunda mitad, pero él creía que cierta imperfección podía incluso hacer más grande la historia: algunas de sus películas favoritas eran imperfectas, polémicas, en parte absurdas. Y esta también lo sería.
Los primeros días la maquilladora no le llamó la atención especialmente; sí, era una chica guapa, era femenina y sexual y apetecible, como muchas otras en el rodaje, pero nada más. Era una más, una cara que poco a poco fue recordando mejor, igual que las que deambulaban a diario en plató. No lo recuerda bien, pero fue quizá al sexto o séptimo día cuando ella se le acercó. Se acercó a hablarle. Muy tímida, aunque decidida; roja como un tomate, pero sin tartamudear. Ella también era de las personas que había leído su libro. Dijo que le hubiera saludado el primer día, pero que la perdonara, que no le conocía de cara. El guionista se mostró bastante tranquilo, incluso cuando ella -que tenía el impulso de acercarse mucho para hablar- proyectaba el aliento en su cara, cada minuto que pasaba más relajada y confiada.
Todo iba encajando a la perfección; él sabía hacerla reír, de hecho la había hecho reír tanto que con el tiempo ella ya se reía solo con verle, y siempre tenía una carcajada en la recamara para él. Llegó un punto en que no se trataba tanto de que a ella le hiciera todo gracia como de que quería complacerle. Ella se sentía a gusto con él. Y no tenía ningún problema en verbalizarlo, en decírselo mirándole a los ojos. Ella se acercaba, le cogía por el brazo, se reía, iba a hacer lo suyo y volvía con él. Y él, aunque no fuera necesaria siempre su presencia en el rodaje, cada día volvía por ella. Si algún día faltaba por fuerza mayor, ella se acercaba a él al día siguiente y bromeaba con que la había dejado abandonada el día anterior, con que no lo volviera a hacer. Etcétera. El guionista no sabía entonces que echaría terriblemente de menos esos momentos; que los echaría de menos hasta estar al borde del lloro. Y no lo sabía porque la maquilladora estaba comenzando a darle miedo en cierto modo, le hacía sentir -a un nivel emocional- de la misma forma que las chicas especialmente atrayentes en el instituto a un nivel físico.

Así que pasó un mes. Un mes de cierto flirteo. Ella debía estar medio metida en alguna relación, pensó el guionista, porque a pesar de todo lo cercana y hasta picante que era con él, no fue hasta ya entrado el segundo mes cuando le preguntó si tenía pareja. Volvió a ponerse roja como el primer día. El guionista dijo que no, no la tenía. Entonces la maquilladora comenzó a bromear con que si el guionista era de los que despertaba en habitaciones desconocidas de vez en cuando, o con que si debía tener a unas cuantas chicas rifándoselo; a lo que él contestaba con evasivas disfrazadas de bromas, a las que ella seguía respondiendo con amplias y generosas sonrisas y carcajadas.
Al menos al principio.

El guionista entra en la discoteca tras los demás. Es la oscuridad de siempre, cada palmo relleno de ruido, niñas demasiado pintadas, cubatas de garrafón. La maquilladora baila con el resto del grupo en el centro de la pista, con sus amigas. El DJ tira de bandas pop machaconas, efectistas y vacías. El guionista está cerca del grupo, pero prudentemente observando desde fuera. La maquilladora le mira de vez en cuando, le guiña el ojo, baila sin pudor, está preciosa y está feliz.
Al poco se acerca al guionista y le grita al oído que la acompañe. Le coge de la mano. Le lleva sin pudor hasta los lavabos de mujeres entre todo el gentío. Entran los dos dentro. Ella le rodea con sus brazos y le mete la lengua en la boca. El guionista y la maquilladora se morrean sin importarles el tránsito de chicas y más chicas que entran y salen y se retocan el maquillaje. El guionista casi puede sentir la lengua femenina, baja las manos hasta su culo (el de ella), se lo coge, ella se aprieta más a él, y entonces es cuando él siempre despierta.

Sí, un mes de cierto flirteo. Y sí, luego la maquilladora un día le pregunta si tiene pareja. Y los días siguientes se muestra cada vez más y más “dispuesta”. Pero aun así no acaba de “morder”. De ahí las sospechas del guionista de que quizá ella tenga algún asunto por solucionar en su vida sentimental. Sea como sea, fue en esos días en realidad, ese era el momento cumbre. Ella comienza a tirarle los trastos al guionista. El guionista siempre bromea y comienza a resultar “elegantemente” esquivo. Es como si el guionista quisiera gustar, pero no tanto. Como si quisiera impresionar, pero a la vez mostrándose imposible de “penetrar”. Es como si el guionista quisiera firmarle el lomo del libro que escribió y ella ya pudiera conformarse con eso. En definitiva, el guionista se vio entre la espada y la pared. Vio venir un cambio potencialmente brutal en su vida, de los de casi tener que escribir una notificación a todo el mundo para informar. Esa mujer no era algo pasajero, no tenía pinta de eso; esa mujer parecía decidida a hacer ciertos sacrificios por él, y eso era algo que a él le aterrorizaba aunque no quisiera reconocerlo. Ni tan siquiera estaba seguro de merecerla. Ella era un torbellino, y él solo intentaba pasar desapercibido, y de vez en cuando meterse un chute para el ego escribiendo un guión que pusiese a trabajar a cien personas para hacer la peli; o escribiendo una novela que pusiese patas arriba a quien la leyera. Eso estaba bien para él. Pero lo que representaba la maquilladora, lo que en cierto modo prometía, se le antojaba demasiado intenso, demasiado “grande”. Pero sobre todo, y por decirlo así, demasiado definitivo.

El día que todo se comienza a ir a la mierda -términos en que siempre lo recuerda el guionista-, es como a mediados del segundo mes de rodaje. Los días anteriores ella seguía con él en cada localización, seguía riendo con él y seguía intentándolo con él. Pero como no conseguía que él se abriera del mismo modo, decidió hacer una propuesta de cita más directa. Ella sabía que tenía que dar algunos rodeos, suavizarle al guionista la conversación, hacer que se sintiera cómodo y lo más relajado posible para así ella poder proponer lo que quería proponer.
Estuvo hablándole, muy de cerca, la maquilladora hacía mohínes y su lenguaje corporal era de claro “ataque”. Ella se esforzaba, cosa que, al recordarla un tiempo después el guionista, hace que le dé un vuelco el corazón.
La muchacha entró en materia diciendo que hacía poco había dejado una relación, y que estaba en una época algo turbia; decía que el guionista la había ayudado a sentirse mejor, y que él no sabía lo agradecida que le estaba. El guionista, ante toda esa sinceridad, comenzó a construir un muro invisible entre los dos, un muro impenetrable para la pobre maquilladora. Ella relajó un poco el ambiente diciendo que ahora ya estaba mejor, y que lo peor ya había pasado. Y etcétera. Pero con todo aquel discurso, por más cierto que fuera, lo que el guionista sabía que ella intentaba decir, era: “llevo días tirándote la caña, y no entiendo por qué no te dejas si parece que te gusto…”. Y no era extraño que intentara decir eso, razona ahora el guionista, que además sabe que la maquilladora comenzó a alejarse de él cuando él se sacó evasivas de la manga después de que la chica le insistiera en que esa noche iba a cierta discoteca con unas amigas, y quería que él la acompañara.

Es entonces, justo al día siguiente, cuando él sonríe a la chica y ella sólo deja ir media sonrisa y no habla con él en todo el día y el director comienza a tirarle la caña. Es patético verle soltar chascarrillos. Ver cómo le mira el culo a la maquilladora, cómo se acerca ella y le susurra algo cuando la chica trabaja en la cara de alguien. El guionista no sabe cuántos días pasaron hasta que ese memo se la folló, pero no fueron muchos. Fue justo durante esas horas cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Recuerda el momento exacto. Dos días después de que él rechazara la noche discotequera (y por tanto a ella), al verla llegar una mañana para rodar unas escenas en exteriores, ella le saludó como si fueran semidesconocidos, con una sequedad que era como energía nuclear para el alma. Aquello destrozó al guionista, y fue justo entonces cuando se dio cuenta de que estaba enamorado.
No es que antes la muchacha no le gustara, es obvio que le gustaba, hasta se había imaginado casado con ella, o al menos viviendo con ella; pero esas posibilidades eran justo las que le hacían temblar de terror, no se veía preparado para semejante nivel de convivencia. Estaba a gusto solo, picoteando de la vida en todas sus facetas y sin dar explicaciones a nadie. La maquilladora era un tsunami que iba a arrasar con todo su estilo de vida. No era el compromiso lo que le daba miedo, era la idea de que en este caso la posibilidad del compromiso era real, y no solo el comienzo de otra relación “por probar”; esta vez si él decía sí, era como si fuera Jack y estuviera convenciendo a Rose para que no se suicidara; parecía un rollo hasta la muerte, un nivel de apego y un punto de inflexión en su vida que no sabía si podía afrontar con la suficiente calma. Comenzó a tener el sueño recurrente de la discoteca a la que no fue, y por las noches le dejaba “Holas” a la maquilladora por Messenger y Skype y Facebook que quedaban huérfanos, mientras a él le crecía un nudo en la garganta y respiraba hondo y contenía el aire para después expulsarlo y sentir un mínimo de paz cardíaca.
Ahora, el guionista, era el paciente inglés, pero la enfermera se estaba tirando al director de la peli.
Y no es que no hubiera intentado hablar con ella. Incluso un día, después de un impasse de tres días de descanso del rodaje, él se acercó a ella por la mañana e intentó mostrarse amable, pero ella le dio dos besos secos en las mejillas y le respondió “Es que soy mala persona” al comentario “Ya no se te ve el pelo”. Las distintas intentonas por parte del guionista por conseguir volver a hacerla reír, o incluso que ella misma caminara hacia él entre el decorado solo para saludarle -cosa que ahora haría tan feliz al hombre que casi podría romper a llorar- han acabado en respuestas distantes por parte de la muchacha y sus polveras.

Teniendo en cuenta la incompetencia del director, es probable que la película se alargue al menos un mes más. Aun así, el guionista ya se siente estúpido intentando “recuperar” a la maquilladora. Ya no sabe qué más hacer. La ultima vez que habló con ella repitió como diez veces la frase “Me gustaría que me perdonaras si te he molestado en algo”; pero ella no hizo más que decirle que no pasaba nada, que ella no tenía ningún problema con él, y por tanto él no tenía ningún perdón que pedir. No es que la maquilladora estuviera en una torre peinándose la melena y esperando a que la rescataran, es que había erigido un castillo rodeado de un lago con cocodrilos, protegido por un ejercito de tíos con armaduras mientras se follaba a ese memo en alguna habitación enorme de piedra.
¿Todo era así?, ¿había pasado un tren que él no había cogido y ahora solo podía joderse y arar sus tierras viendo el castillo de lejos?, ¿la vida se reducía a frases hechas? Y, en todo caso, ¿hacía falta que ella fuera tan cruel como para follarse al director? (¿que solo parecía poder ofrecer Polla?) El guionista se hacía esas preguntas por la noche en su casa entre permutación y permutación de la frase «Ahora se la estará follando». Se preguntaba cómo podía hablar con ella de modo que ella volviera a su dulzura inicial con él, le daba al coco mientras miraba la pantalla de su ordenador, que nunca parpadeaba por un mensaje nuevo de ella. Estaba comenzando a odiar al resto del mundo por contraste. Odiaba a todos los que le saludaban y querían, y quería a la única persona que no le hacía el más mínimo caso. Todo él estaba lleno de Ella. Cada noche cerraba los ojos y volvía a esa discoteca a la que nunca había ido.
Y al paso de los días se acordó de aquella otra chica; aquella otra chica que estaba interesada por él. Aquella chica que le saludaba a veces algo vergonzosa por Messenger y que tenía el libro del guionista firmado en casa (él mismo le mandó un ejemplar nuevo). Por un momento se animó. Pero luego recordó que la chica tenía ese terrible defecto que la crucificaba para con él.

Un día, uno de los últimos teóricos, el guionista fue al rodaje con ciertos ánimos renovados. Se rodaba en exteriores y hacía una día de sol primaveral. Todo el equipo estaba en mitad de una pradera; algunos ya le conocían y sabían que era el guionista, y le saludaban. De verdad se encontraba bien, ya tenía ganas de ver qué era de su guión, incluso aceptó los auriculares que le ofreció un técnico de sonido que estaba intentando captar el gorjeo seco de algún tipo de mantis religiosa. Se dio cuenta de que ya hacía al menos tres días que no escribía sobre la maquilladora en cierto archivo Word que tituló histéricamente: “¡SUFRIR CUAL MAMONAZO!”, y en el que se desahogaba haciendo crecer una especie de diario del odio (o el amor). Es decir, que se notaba más centrado y menos enneurado. Pero entonces vio aparecer de fondo entre unos árboles al director y a la maquilladora. Iban agarrados de la mano.

Por la noche, el guionista vuelve a las andadas, a los “Holas” digitales huérfanos y a los nudos en la garganta. Pero por la tarde ha llamado a la chica, esa chica que sí se interesa por él. Y ahora cenan. Ella ha aceptado el venir a casa del guionista. Vista de cerca, es un bombón, una de esas chicas que oye frases inconexas y gritos ininteligibles al pasar junto a edificios en obras. Es rubia; en cierto modo, el guionista la ve como justo lo contrario a la maquilladora: su némesis estético. Fantasea con presentarse el último día de rodaje con ella de la mano. Sonriente y acicalado. Quizá la bese delante de todos.
La chica que sí le hace caso se llama Lorena, y se la ve receptiva y dispuesta. Cosa que el guionista enseguida confirma cuando la chica se levanta de la mesa después del postre y se dirije hacia su habitación, hacia su cama. Y se planta en ella. Y se pone a esperar. Y sonríe. Y ella sí le quiere. A ella sí le interesa. Con lo cual, el guionista se levanta de la mesa, y se encamina hacia la cama, y hacia ella. Y justo en ese momento, del ordenador portátil del guionista en el pequeño escritorio junto a la cama, saltan tres sonidos, casi seguidos. Son esos ruidos como infantiles que escupe Skype cuando alguien te manda un mensaje. El guionista no puede evitar la tentación de mirar la pantalla. La chica arruga el ceño ante ese desdén repentino. Los tres mensajes son de la maquilladora. Tres:
1. hola
2. estás?
3. me siento fatal, puedo hablar contigo?
El guionista mira a la chica tumbada boca arriba, y dice:
– Lo siento, pero ¿te puedes ir, por favor?
– ¿Cómo?

[Esta vez, me vais a permitir que le dedique el vídeo a Irene, una de las lectoras del blog, por su fidelidad a pesar de los tochos que publico, y por sus esforzados comentarios (que me hacen mucha ilusión por lo detallados). Es un tema de The Raconteurs (de aquellos espatarrantes), en el que el amigo Jack White se luce (y que sé que provoca todo tipo de sentimientos en la lectora mencionada…). Así que para ti, muchacha 🙂 Abajo, más pin-up.]

Una romántica en el planeta Tierra

Verá, dice el señor del traje, esta entrevista no pretende condicionarla; solo queremos que exprese usted en voz alta cómo ha llegado hasta aquí, por qué quiere morir. Dice: Digo “en voz alta” porque es muy posible que aún no lo haya hecho, puede que esté aquí por un impulso, y este servicio no quiere ayudar a nadie que solo esté sacando las cosas de quicio. Clara se remueve en su silla, el señor del traje es como un ruido de fondo; el señor del traje parlotea:… se trata de que haga un pequeño ejercicio de introspección en voz alta antes de… Clara mira la cara cuadrada del hombre, en apariencia tiene unos cuarenta y cinco años (el hombre) y habla con ese tono de quien te pregunta si tienes pareja en una entrevista de trabajo. El tipo arquea las cejas y la mira como si fuera una niña de siete años a quien hay que contarle algo básico de la vida que aún no sabe.
Verá, dice el señor del traje, esta entrevista no pretende condicionarla; solo queremos que exprese en voz alta usted cómo ha llegado hasta aquí, por qué quiere morir… El tipo comienza repetir lo mismo que antes, con el mismo tono de voz y los mismos gestos.
Surge una voz de algún rincón de la habitación. La voz metálica dice:
“No haga caso al entrevistador, lo sentimos, ha habido un pequeño fallo…”
Alguien abre una puerta enseguida, una mujer; sonríe a Clara y le dice que si puede acompañarla, por favor.
Lo sentimos mucho, dice la mujer, el entrevistador es un prototipo en pruebas, yo misma solucionaré lo de la entrevista, vamos a mi despacho. Clara pregunta que si el entrevistador no era humano. Lo siento, dice la mujer, es que por fuera están muy bien acabados, es por esa gente de Laminas Natural; pero por dentro, en fin… aún queda mucho recorrido (y como para sí misma: siempre lo repito, pero nunca me hacen caso…). Clara dice que puesto que quiere morir no le importa, pero que Pretecnotimes debería ofrecer un sistema de filtro suicida de más calidad si lo que pretenden es conseguir empatía con cínicos y depresivos en estado crónico. Lo siento, vuelve a decir la mujer, de verdad.

Cuando era pequeña todo estaba en su sitio y a la vez no lo estaba. Es decir, todo tenía sentido en cierto modo (o en cierto modo nada lo tenía), más que nada porque yo me limitaba a aceptarlo (aunque solo de cara a la galería). Iba al colegio porque me obligaban. Hacía las cosas porque me espoleaban a hacerlas. Hice natación o mecanografía o la comunión por el mismo motivo por el que fui al colegio; era lo que todos hacían, era lo que los adultos me obligaban a hacer. Nunca tuve ninguna motivación personal real. No sé si era por eso por lo que era mala estudiante, pero está claro que eso no ayudaba. La forma que tenían los adultos de intentar motivarme se basaba simple y llanamente en el miedo. Si no estudias serás una desgraciada, Si no estudias no serás nadie, Si no estudias no tendrás futuro… Nunca nadie vino y me habló de las ventajas de estudiar (supongo que eso era más difícil). Cuando mis padres no sabían qué decirme me soltaban un bofetón y me castigaban sin salir. En realidad ese sistema funcionaba con otros críos, pero no conmigo. Cuanto más me zarandeaban psicológicamente con miedo y amenazas más o menos solapadas sobre ese futuro que venía a comerme, más rechazo sentía yo por todo, sobre todo por esas obligaciones que nunca supe bien para qué servían. Yo me fijaba en los demás niños, y su motivación era que si aprobaban todas las asignaturas les comprarían algo, o simplemente sacaban buenas notas para que no les echaran bronca o pegaran. Yo solo vagaba, me levantaba cada mañana como una niña zombie y esperaba a que no me hicieran leer los deberes en voz alta o me sacaran a la pizarra, ya que casi nunca había hecho esas tareas. Lo cierto es que aquel círculo vicioso de desmotivación y amenazas y rutina implacable, sumado a aquel ambiente de clase con treinta críos más a los que no entendía porque ni ellos mismos entendían bien nada de su vida académica, hizo que mi infancia fuera algo rayano en lo insoportable. Le aseguro que cuando acababa un periodo vacacional, el primer día de clase tenía tantas ganas de llorar al despertar que mi cuerpo no daba a basto, y mi aspecto acababa siendo el de un témpano de hielo con mochila. Porque el sinsentido volvía a comenzar, las horas y horas de lecciones que no sabía a qué venían (aparte del hecho de conformar una rutina infantil). Lo más cerca de entender toda aquella época que estuve, fue el darme cuenta de que el colegio era una forma de mantener a los niños ocupados.

La oficina de la mujer no tiene ventanas. Hay un poster de Hawai enorme tras ella. La mujer sonríe. Dice que no es necesario que Clara cuente su vida entera. Clara murmura que quiere morir, y que quizá eso merezca la atención del personal de Pretecnotimes que se encarga del asunto.
Clara dice que aquella época en el colegio ya comenzó a sentirse como un dígito, una estadística. La gente no suele pensar en estas cosas, dice, pero hasta ellos mismos se pierden en esos sistemas; primero son un número de lista en clase, tienen un número de la seguridad social, otro en el DNI, forman parte de más listas en sus trabajos; hasta les gusta unirse a más listas en Facebook con gente que ya tiene trescientos amigos. No sé cómo explicarme, dice, el caso es que no les importa ser siempre insignificantes, números que los demás mueven o tachan, individuos sobre los que los demás hablan de forma seca, nombrándote y pasando enseguida a otros asuntos. Igual todo esto suena muy trillado, o puede que hasta se me pueda malinterpretar. No es que yo quiera ser famosa o popular o tener alguna clase de reconocimiento masivo, pero me gustaría entender esa relajación de mucha gente, esa falta absoluta de curiosidad y emoción, ese carácter aséptico al cambio; me gustaría comprender cómo se puede ser plano hasta el punto de no tener conciencia casi de ningún tipo; hasta el punto de ver el mundo en dos dimensiones y así no sentirse extremadamente fascinados y a la vez horrorizados por su potencial. Me gustaría alcanzar ese punto de semi-coma en el que puedes reducir la vida a objetos, en el que puedes transformar sentimientos apabullantes por los demás en una leve sensación de cariño tranquilizador y estable y unidireccional. Ese cariño que te hace superar años y años, hasta el punto de pagar hipotecas y soportar trabajos vacíos, labores que solo hacen que alimentar un sistema global esencialmente podrido en el fondo.
Y ya estando inmersa en parte de esa rutina, tengo que hacer como que ya no necesito nada más, ya no albergo más curiosidad; y por tanto, como no la tengo, no pasa nada si llego agotada del trabajo y solo tengo fuerzas para ver la tele, dormir y volver a trabajar.

Igual no me cree, pero estoy aquí porque me puse a escribir un diario. No solo por el diario, pero por eso de la gota que colma el vaso. La idea era escribir cada día más o menos lo que me había pasado durante el día. No se lo creerá, pero yo de más joven era una de esas chicas que continuamente dicen en voz alta que son optimistas porque no cabe ser de otra forma, porque no hay que amargarse y hay que ver siempre el vaso medio lleno y etcétera; hasta tenía un blog sobrecargado de rosas y lilas y aplicaciones por todos lados, hadas, muñecas, paisajes oníricos; mi avatar de messenger siempre estaba lleno de arco-iris y corazones por todos lados; si se te abría mi ventana por ahí ya podías prepararte para un festival de emoticons sonrientes y exclamaciones y dibujitos y Hello Kitys por todas partes. Era una chica color rosa en todos los sentidos, y créame, eso me duró hasta pasados los veinte. Para mí era una etapa de madurez; después de una niñez triste y desangelada, quería demostrar a todos que yo sabía vivir, y que sabía hacerlo feliz, sin ser una neuras. Me leía un par de bestsellers al año y veía pelis de moda; cada novio que tenía debía verme como una especie de bragas perfumadas que sueltan una sonrisita si las aprietas. Todo eso era lo que había en la superficie, ese ánimo constante de ser feliz antes de serlo de verdad. ¿Si una intenta ser feliz siempre, lo sea o no, no se acaba perdiendo la perspectiva? ¿No será que interesa que la gente sea así? ¿No es solo otro modo de potenciación de la negación de parte de los que somos para que se nos pueda seguir tratando como a dígitos? La verdad, vivir en un mundo que no acepta mi tristeza da mucho trabajo, y la gente no entiende de términos medios. Nada de eso de Ni una cosa ni la otra, no me trago ese rollo de ellos que son monógamos, de ellos que solo quieren de ti un Sí o un No, o que te valoran y son felices o desgraciados por comparación contigo. Lo siento, pero no me trago cuentos ya de estabilidad inteligente. No me fío un pelo de quien se atreve a dar consejos a todo el mundo.

La mujer, la entrevistadora, dice algo y luego comienza a repetir una y otra vez la última frase. Clara resopla, sale del despacho; topa con una chica bajita con gafas por el pasillo, y le pregunta que si por favor va a poder hablar con alguien que sea humano, o que la dejen en paz y la apunten ya para el Proceso de Desaparición Práctica. La muchacha titubea; murmura: Un momento, por favor.
Clara vuelve al despacho. Pasan los minutos. Mira el poster de Hawai hasta que pasa de ser playas y palmeras a ser solo formas y colores. Luego, pasado como un cuarto de hora, dos técnicos se llevan a la mujer y entra un hombre de unos treinta y pico, atractivo. Intercala la frase «le ruego nos disculpe» cada cinco segundos mientras se quita la chaqueta, la cuelga en la silla y dispone unas carpetas y varios folios delante de él. Se sienta y dice otra vez Le ruego nos disculpe, y murmura mirando un folio: Clara Martín Navas, treinta y tres años, entrevista para el PDP…; hola Clara, la verdad es que estamos aún empezando con esto y no hay mucha gente que esté dispuesta a llevar a cabo estas entrevistas. Le ruego nos disculpe.

Llega la noche (quizá en todos los sentidos). Ya tengo más de treinta años. Y me enfrento a mi diario, uno de esos con candado y todo. Obviamente la mayoría de días no hay nada que escribir. Y no es porque yo sea soltera o no tenga críos, es sencillamente porque la mayoría de días no son especiales. Y tampoco me vale eso de Tú puedes hacer que lo sean. Nadie que esté sujeto a una hipoteca y un trabajo y facturas y apretones económicos puede hacer que cada día sea especial. Fue el diario el que me hizo verlo todo con perspectiva, me hizo saber que la rutina con la que muchos se conforman a mí no me basta. De hecho, esa idea de Diario Personal puede ser una buena representación de cómo es o intenta ser -o quiere venderte que es- la mayoría de la gente. En mi opinión, alguien que es capaz de escribir cada día algo en su diario sobre su vida real es alguien que necesita ayuda, incluso más que yo. Pero puede que muchos prefieran vivir enmierdados en una mentira que morir en el seno de la verdad (o de algo mucho más parecido a ella).
Desde que me enteré de este proyecto de Pretecnotimes, he comenzado a ver la muerte como una opción más que valida. No soy tonta, ya sé que forma parte de una idea del gobierno, que tiene que ver con la superpoblación y que ahora cuantas más muertes haya mejor cuadran las cuentas. Ya he visto que incluso algunos partidos políticos regalaban la guía Tab antes de las anteriores elecciones. Me pareció un gesto muy sutil… Además me parece muy interesante la idea de no recurrir a la eutanasia, es una jugada inteligente por parte de Pretecnotimes. Antes la gente se iba a los hoteles baratos a suicidarse, pero ahora existen los hoteles de cinco estrellas para suicidarse. Muy inteligente. Pase usted por aquí, en la habitación encontrará todo lo que necesite para una muerte rápida… ¿De verdad se encargarán del cuerpo y aplacarán el dolor de mi familia? Son ustedes la leche, estoy aquí hablando con usted y ni tan siquiera sé si es otro robot.

Antes cualquiera me encandilaba. Me vendían profundidad y futuro y yo tragaba como una buena actriz porno, en serio, luego abría la boca a cámara y no había ni una gota. Era una buena niña, una niña perfecta para este mundo. Hasta me espabilé con los estudios. Durante un tiempo me sentí realmente integrada, encajaba en la sociedad como un pene bien lubricado; cuanto más falsa era, mejor me veían todos; cuanto más me mentía a mí misma más de verdad me veían los demás.
Y no digo que aquella vida no tuviera sus ventajas; me gustaba el sexo, y el arte mainstream tiene sus buenos momentos. Pero claro, obviamente mi forma de ser -la real- estaba en algún sitio, enterrada en peluches y cenas vacías con braguetas llenas. Me topaba con alguien por la calle, y cuanto más ocupada y estresada y copada de todo me veía quien fuera, mejor concepto tenía de mí. Dejé de fumar. Durante un tiempo fui un saco de nervios, pero un saco sonriente. Estaba patas arriba, me sentía mal física y emocionalmente. Cuanto más sana y centrada me veían todos, más enferma y podrida me notaba yo. Estaba haciendo justo lo que tantas personas hacen: entregué mi vida a los demás. En lugar de ser yo, fui Lo Que Hay Que Ser, y fui el orgullo de todo el mundo excepto de mí misma. Fui una buena puta de lujo de occidente. El otro extremo de la mujer apedreada de oriente: estaba Dentro del sistema, de nuestro sistema cultural, y llegué a creerme que era así porque así era como debía ser. Era yo la que había estado equivocada, había un buen programa educativo, un entorno perfectamente libre en el que crecer y expresarse, la gente era buena, la sociedad próspera; todo estaba en su sitio, yo tenía que ser un buen ejemplo de Mujer, y acompañar al resto de ovejas dirección al corral.

No he vivido ninguna dictadura ni ninguna posguerra, ya lo sé. Disfruto de ciertas libertades. Puedo ir por ahí y follarme a todo quisqui, y “lo único” que pasará es que todos me llamarán zorra a mis espaldas (incluidas las mujeres). Si me esfuerzo puedo conseguir muchas cosas; ese era el mensaje -supongo- que intentaban darme los adultos cuando me amenazaban de cría con que sería una desgraciada si no aprendía a hacer ecuaciones; si no aprendía a aprobar exámenes en definitiva. Es pasmosa la facilidad con la que la gente trae a un niño al mundo y luego se extrañan de que el niño arrugue el entrecejo y se niegue a hacer los deberes; como si el niño se hubiera pasado cien años pidiendo por favor nacer, que alguien copulara para que él pudiera hacer análisis sintácticos de oraciones. Es como si miraran al crío y pensaran: “Esta no era la idea.” Como si hubieran tenido un hijo por el mismo motivo por el que la gente viaja dos semanas al extranjero: cuando el muchacho ya lleva años en la familia, se preguntan por qué la táctica para desconectar de los problemas de cuando lo tuvieron aún sigue entre ellos. Y encima quejándose.

Creo que seguramente es usted uno de esos cyborgs de Pretecnotimes, de esos preparados para trabajos administrativos desagradecidos, con emociones de serie y un montón de atrasos. Así que le agradecería que me facilitara el proceso. Si quiere saber lo que pienso, por qué quiero morir, es fácil; quiero dejar de sentirme como una hipócrita; porque cada vez que intento encajar y ser como las personas supuestamente respetables, sinceramente, me siento como basura. He topado con anarquistas que viven como ocupas, sacando calderilla tocando la guitarra en vagones de tren; y he sentido envidia de ellos, por su facilidad para pasar de todo y tener un mínimo de ideología contraria a esta época de Iphones y ropita guay y pijadas. Estoy harta de no poder ser sexual por ser mujer, de pasarlo mal cuando alguien me gusta porque tengo que reestructurar toda mi puta filosofía de vida para que esa persona me haga el más mínimo puto caso. Me siento esclava de un modo de pensar, como si mi verdadero yo saliera solo en momentos fugaces, cuando me río sinceramente, cuando me corro de verdad, cuando le suelto en la cara a alguien que le quiero (solo para que todo se tuerza). Si tuviera que responder con pocas palabras, Señor del traje, diría que quiero morir porque soy una romántica.

El cyborg le dice a Clara que no es un cyborg, y luego lo repite una y otra vez. Esta vez no salta ninguna voz metálica hablando desde ningún altavoz. Dos técnicos con bata blanca entran en la habitación. Evitan la mirada de Clara. Clara saca un cigarrillo; puesto que nadie humano quiere hablar con ella decide que se saltará algunas normas de las instalaciones de Pretecnotimes.
Al cabo de unos cinco minutos, entra por la puerta una mujer joven. Lleva un traje de chaqueta, sonríe. Clara se levanta, coge la cara de la mujer y le planta un morreo en la boca. Se despega de ella y dice en voz alta:
– ¡Sabe a aceite de motor…! ¿Puedo hablar con alguien que mee por las mañanas?
La mujer cyborg se ha quedado quieta con la boca abierta, los ojos abiertos, ojiplática. Clara la observa; por fuera se diría que la tía se lo ha currado para trabajar en Pretecnotimes. La miras y te la imaginas yendo a la universidad, tirándose a su novio, viendo pisos, yendo al médico, estando de mal humor por la regla. Te la imaginas siendo una buena tía, haciendo bien las cosas, siendo el orgullo de sus padres; la imaginas enamorada. La miras a la cara y casi parece que tenga sexo entre las piernas; la ves enjabonándose en la ducha por la mañana, o leyendo algún tocho de moda antes de dormir por las noches. Hasta la puedes ver embarazada, envejeciendo, gritándole a algún crío exacto que ella que no corra hacia la carretera. Clara la ve, y si no fuera porque ya sabe de qué pie cojea, estaría dispuesta a experimentar el lesbianismo con ella. Su pelo real, su aspecto impecable. Clara ha visto cuerpos iguales rellenos de tripas, músculos y huesos.
Una punzada de decepción. Pasillos y más pasillos; Clara va fumando, y se pregunta si el humo del tabaco puede activar la alarma anti-incendios. Nadie la sigue ni la llama. Un ascensor enorme de cristal y metal, siete pisos. Luego camina hacia la puerta de salida del edificio, una de esas giratorias.
Sale a la calle. El típico suspiro del tráfico. Aire de ciudad. Siente una especie de paz provocada por la mente en blanco; esa sensación de encontrarte donde no imaginabas que ibas a estar: en el margen de tu agenda mental. Se pregunta si la estarán echando de menos en el trabajo desde un punto de vista humano. Se mete en el primer quiosco que encuentra. Hay un señor mayor, con cara de salido. Hay tres chicas de instituto revolviendo unas revistas juveniles a las que el hombre no deja de mirar. Clara le busca los ojos al anciano, y le murmura si tiene la guía Tab.

[En los próximos posts me dedicaré a colgar fragmentos de películas que considero memorables por uno u otro motivo (los que vaya recordando). Esta vez son cuatro minutos de «V de Vendetta», una carta que alguien le escribe al personaje de Natalie Portman, que está recluida, y por si acaso no diré nada más para quien no haya visto toda la película: basta decir que el contexto del vídeo es de régimen totalitario y mal rollo (clickad para ver en Youtube). Eso sí, abajo más pin-up.]

El foco del problema

Cuál es su situación, pregunta Profesional. Usted siempre tan concreto, responde Sobreviviente. No lo sé, prosigue, usted y yo llevamos ya tiempo hablando, y se supone que usted es el profesional: yo solo estoy aprendiendo. No sé a qué se refiere, murmura Profesional. Verá, no soy yo quien cobra por venir aquí. Se supone que debo hacer mejor mi trabajo, ¿a eso se refiere? Sobreviviente se remueve en su silla; dice: No lo sé, porque la verdad, no sé cuál es exactamente su trabajo; desde luego si su trabajo es que yo me sienta mejor o más optimista o todo ese rollo de álbum de fotos de Facebook, desde luego no está haciendo bien su trabajo. ¿Tiene algo contra Facebook?… ¿Cómo se las arregla para llevar la conversación siempre a conceptos concretos? ¿qué espera sacar del hecho de saber mi opinión sobre Facebook?… la verdad es que desde la anterior sesión me parece que solo llena usted los huecos, en cuanto menciono algo aunque solo sea para hacer una analogía o una comparación, usted se aferra a ese algo y me pregunta qué opino sobre ese algo. Profesional anota algo en su cuaderno. ¿Suele apuntar cosas que le parecen importantes ahí, o solo dibuja monigotes?… ¿Por qué sigue viniendo a la consulta si cree que no hago bien mi trabajo? Sigo viniendo para no tener que aguantar a todo el mundo preguntándome por qué he dejado la consulta; usted sabe que juega con ventaja; si yo dejo la terapia y digo que usted me parecía un incompetente, la gente solo pensará que pongo una excusa, se pondrán a favor de usted aun sin conocerle, ¿sabe lo frustrante que es eso?… ¿Hace muchas cosas solo para complacer a los demás? Ya se lo he dicho, venir aquí. Pero usted podría no venir aquí, es libre de no venir. Ya, siempre me ha gustado mucho lo sutilmente que utilizan la demagogia las personas que se creen equilibradas y pragmáticas y cuerdas. ¿Demagogia? Sí, usted ya debería saberlo; esa gente que se pasa toda una semana pinchándote para que vayas con ellos a tal o cual sitio porque tú no quieres ir, y cuando finalmente vas o accedes o te rindes solo por ellos, entonces cuando te ven de morros el día clave, te dicen: podrías no haber venido… a esa clase de demagogia me refiero; esa sutil pero aplastante presión social, ese chantaje emocional, esas putas cenas de Facebook. Vuelve a mencionar Facebook… ¿Esa secretaria que tiene usted… ¿qué hace? No creo que eso sea asunto suyo, papeleo y demás. ¿Ordena sus monigotes por orden alfabético o algo así? Usted no viene aquí a hablar de mi secretaría. ¿Entonces quiere que le hable de Facebook? ¿Usted quiere hablar de Facebook? No, pero parece que usted tiene algún interés al respecto, y usted es el profesional. Debería hablarme de lo que le preocupe, del porqué está usted aquí. Ya le he dicho por qué estoy aquí, por los demás. Pero los demás no tienen necesidad de que usted venga. Los demás quieren que venga porque en el fondo sabían que yo no quería venir. No entiendo. Los demás creen que ahora, cuantas más cosas haga que me hagan sufrir, es mejor para mí. No entiendo. Sí, el sacrificio, los cambios, todo ese rollo; como cuando la gente al llegar las elecciones vota a un partido político que no ofrece ninguna garantía solo para poder decir que han votado por el Cambio. Usted cree que cambiar no es bueno. No, yo creo que cambiar es bueno cuando el cambio te lleva a algún sitio distinto, mejor. Pero eso no lo puede saber, nunca podrá saber si cambiando su vida va a mejorar o a empeorar. Ya, esa es otra cosa que ustedes las personas cuerdas hacen muy bien, recurren a la duda razonable cuando les interesa, y cuando quieren no tienen problemas en decirle a quien sea qué es lo mejor para él, aunque ustedes tampoco sepan el futuro. Pero es cierto que usted no puede saber su futuro. Pero es algo más cierto aún que usted mucho menos… ¿Y ese carácter individualista tiene algo que ver con sus continuas referencias desacreditativas a Facebook? ¿Continuas referencias?… me siento como si hablara con aquella rata que daba ordenes a las tortugas ninja… ¿Vio esa película de pequeño en el cine? ¿Me está tomando el pelo? Solo le hago una pregunta, es usted quien está todo el rato a la defensiva. Es frustrante estar aquí, es como esa sensación sutil de desespero de cuando el pastelito se queda enganchado en esas máquinas expendedoras… eso pero todo el rato. Pero incluso en esas máquinas con un pequeño golpe el pastelito puede ser suyo. Splinter… así se llamaba, usted me parece como ella, igual de sabio, igual de ficticio. ¿Le parezco ficticio? Usted quizá no, pero me da que alguno de los diplomas de la pared podría ser puro atrezzo… Le aseguro que no hay nada falso aquí, incluso usted parece estar siendo más usted mismo que nunca. ¿Eso ha sido un piropo, o como uno de esos ataques callejeros en los que la víctima no se da cuenta de que tiene un pincho clavado en un costado hasta que llega a casa? Sigue usted a la defensiva. De lo único que me puede acusar es de estar dando rodeos. Da rodeos para no entrar en materia. Doy rodeos porque no quiero estar aquí. No está obligado. Llevo solo tres sesiones, deme tres más y me largo soltando pestes (creo que grabaré las dos últimas para tener pruebas sobre por qué…). Entonces no me va a contar absolutamente nada sobre su vida. ¿Le parece poco el saber que vengo aquí solo por los demás?… es algo que no sabe nadie. Entonces usted dinamita las sesiones para reaccionar a la supuesta obligación de venir aquí en contra de su voluntad. Yo creo que usted se cree demasiado despierto y listo como para creer que no está sacando nada de estas sesiones; de hecho casi estoy seguro de que no dibuja monigotes en esos papeles… Creo que intenta picarme, pero debe saber que… A todo esto, ¿cómo se llama su secretaria?… Si es para agregársela a Facebook es mejor que sepa que ya tiene pareja; de hecho creo que lleva un anillo de compromiso. No le he preguntado nada de todo eso, sólo quiero saber su nombre. Pero quizá ella no quiera que usted lo sepa. ¿Insinúa que debería preguntárselo a ella? Sigue dando rodeos y no me cuenta nada de lo que le preocupa… La diferencia es que Splinter no me caía mal, tenía ese encanto de los animatronics de las películas viejas; aunque los dibujos eran muy malos; sí que es verdad que las tortugas ninja eran muy infantiles, eran absurdas, pero aun así… ¿Qué le parecía la reportera? ¿Ahora quiere que siga hablando de las torturgas ninja?, ¿es algún truco de empatía?… creo que April era más mona en los dibujos, más erótica… pero nunca supe muy bien qué pintaba en la serie… de hecho en aquella serie nada de lo que había pintaba mucho… no entiendo cómo de crío uno puede normalizar tan rápido el hecho de que una tortuga haga karate y coma pizza sin parar; hoy en día prohibirían esos dibujos… ¿Tiene nostalgia de aquella época? Por qué, ¿porque usted me recuerda a Splinter?… ¿no es agotador querer sacarle partido a todo lo que le digan?; por dios… la mayor parte del tiempo la gente nunca dice nada por más que hable, y seguramente están tan acostumbrados a ello que no tienen ni idea de cómo expresar las ideas trascendentes. ¿Se refiere a alguien en concreto? ¿Ve a lo que me refiero?… tiene que ser alguien concreto porque si no de qué ha servido mi comentario… Solo era una pregunta. Ya, ¿y sólo son cuántos años de carrera para hacerla? Esto es… ¿Nunca ha visto a esas persona mayores, a menudo señoras, que no hacen más que hablar y hablar…?, es como tener ese pitido de las torturas de Guantánamo en los oídos… esa gente mayor que parlotea en el cine… esos cabronazos que cuanto más mayores se hacen más gilipollas son… ¿Está resentido con alguna persona mayor…? Usted siga a lo suyo sí… Se llama Raquel. ¿Cómo? Que se llama Raquel. No entiendo a qué viene eso ahora… Quería saber el nombre de mi secretaría ¿no?, es Raquel; tiene veintitrés años y un novio desde los quince o algo así. Bueno…, me da igual, solo era curiosidad… y tampoco esperaba que me lo dijera… ¿Por qué la ha mencionado entonces? Por sus piernas. ¿Sus piernas? Sí… puedo recordar esas cosas… las piernas, las manos, incluso los pies si los veo un par de veces… ¿Habla de alguien en concreto? Es usted como una ametralladora, sigue con el gatillo apretado hasta que da una de casualidad; sí, hablo de alguien en concreto… Ajá… Sí, eso… apúntelo ahí en su cuaderno, hacemos progresos… y apunte también que usted no puede hacer nada; sería más productivo que dibujara penes…
Esto en realidad no va a ningún sitio, pero es la clase de asunto que uno arrastra toda su vida, dice el Sobreviviente. Ahora me he perdido… Hablo de las piernas. ¿Las piernas de mi secretaria? No, hablo de que las piernas de su secretaria me recuerdan a otras piernas… Bien, si no me equivoco usted está aquí porque ha tenido ya varios ataques de ansiedad… Sí… pero sabrá que todo cuenta; uno no sufre esos ataques si no es por un cúmulo de cosas, de factores… Muy bien, hable de las piernas entonces. No entiendo ahora su ambivalencia; yo no sé qué hago aquí, solo vine cuando la tercera vez que acabé en el hospital histérico perdido me pusieron cara de perro mirando por la ventana y me dijeron que debía acudir a un psiquiatra… Le he dicho que hable de esas piernas, si usted quiere… Esas piernas… verá, era una chica que me encontraba cada mañana en el tren; era… tenía el pelo castaño, ondulado, los ojos negros… no sé qué quiere que le diga… ¿Ella es el foco del problema?… ¿El foco del problema?… esto no es como localizar lo que falla en un coche y cambiar la pieza… Pero esa mujer, esas piernas, es lo único con lo que usted se ha abierto, es lo único que me ha ofrecido. En realidad es el tópico de los tópicos. ¿Por qué recuerda tan bien sus piernas? Siempre llevaba faldas, no lo sé, ¿por qué un tío siempre mira las piernas de una mujer que lleva falda? ¿Pero habló con ella? Sí, claro que hablé con ella… ¿Y bien?… ¿Aún tengo que seguir?…

Mientras todo el mundo se dedica a hacer montajes con el videoclip de «Lotus Flower» de Radiohead, ojo a lo que hace el tipo de arriba… Abajo, más pin-up (esta vez, la jefa) por cierto… RELATO INÉDITO.]

Modos creativos de leer Tab sin alterar tu entorno

Te damos la bienvenida a este Libro/Tomo/Guía que finalmente has decidido comprar, descargarte ilegalmente o pedirle a un amigo.
Bienvenido/a. De verdad.
Tienes que saber que lo mejor de esto es que desde estas páginas no te vamos a juzgar. No te vamos a decir si haces bien o mal o si deberías levantar el culo del sillón y ponerte a estudiar una FP o Empresariales. Ni siquiera te haremos esa clásica pregunta con tono condescendiente, esa que reza: “¿Pero a ver, a ti qué es lo que te gusta?”
No te preocupes, porque desde este tomo no te vamos a aleccionar; si estás alfabetizado, para nosotros basta. Si eres capaz de haber llegado a esta línea (ya la décima), leyendo con tus propios ojitos, seguro que eres una persona como mínimo curiosa, seguro que ya eres mucho mejor de lo que quizá muchos y muchas creen que eres.
Esta guía está escrita con el propósito de hacer una clara apología de la libre elección. Así como siempre se dice que la muerte forma parte de la vida (sí, esto no solo lo decía tu abuelo), nosotros creemos que también funciona al revés: la vida forma parte de la muerte; de hecho la vida, obviamente, es la principal causa de muerte, ya sea propia o ajena. Poco importa si eres un león o si llevas trenzas y te examinas para un doctorado. La única diferencia entre el león y tú es que el león no va a saber poner excusas después de una potencial pulsión violenta.

Algo de lo que te das cuenta haciendo zapping o leyendo o comprando el diario o viendo los informativos, es de que el suicidio es sobre todo un tema tabú. Cuando se habla en términos de autodestrucción comienzan a llover eufemismos.
Se supone que es una cuestión de prudencia. Lo que todos esos profesionales de la información o la comunicación creen, es que no es prudente airear esas cosas; creen que el suicidio se contagia, o al menos que es una palpable posibilidad.
Por hacer una analogía entendible, si cada persona que se suicida luego se levantara del suelo o la bañera o se descolgara de su soga y se convirtiera en zombi, todos tendríamos que salir de casa cada mañana con una escopeta.
Esto significa que, al igual que el amor, el trabajo, el sexo, el terrorismo, la mortalidad en carretera, etcétera, el suicidio, queramos o no, es un tema genérico. Con sus debates potenciales y sus estadísticas, con sus causas y sus soluciones a estudiar. El suicidio es eso que pasa cuando viendo un informativo el presentador, muy serio, comenta que tal celebridad “falleció ayer en su casa por circunstancias aún desconocidas”.
Ese tabú que a menudo se convierte en demonización del tema, es lo que indirectamente hace que aunque estuvieras en cama como un vegetal, alimentado por tubos y cien por cien dependiente, tu abuelo el sabio seguiría impidiendo que tuvieras una eutanasia tranquila. Porque eso no se hace. Porque de eso no se habla. Es inmoral. Porque si eres chica, tienes veinte años y en tu primera cita con Amigo de Amigo le haces la mamada de su vida, al día siguiente podrías ser la guarra oficial. Porque, básicamente, en esencia y fondo, la gente suele ser mezquina, injusta y gilipollas perdida.

La guía Tab nace con un propósito claro de generar polémica. Pero no por ello no supura honestidad y buenas intenciones desde cada una de sus páginas. Tampoco es para tanto, solo se trata de lectura. Si alguna vez has salido de tu casa y luego en el ascensor te has quitado parte de la ropa para ir vestida como tu realmente querías. O si has sido de esos chavales que mentían sin parar a unos padres obsesivos para poder ir de juerga y dormir fuera y etcétera. En definitiva, si eres humano/a y has luchado alguna vez por ser tú mismo, sabrás captar lo que es este tomo. Este tomo es tus mentiras, tu ascensor. Es quizá el vehículo para tu siguiente carcajada. Todos te dirán que esto solo va de muerte, de muerte absurda. Pero tú sabrás que no solo se trata de eso, porque tú sí sabes ver lo que hay entre los extremos, las diferentes tonalidades. Tu sabes ver donde los demás solo miran y sacan conclusiones precipitadas, porque tienen demasiada prisa en volver o ir o llegar a otro lugar en el que seguir siendo inteligentemente irreflexivos.

La ventaja de este formato es su carencia de popularidad masiva. Así como la televisión o la radio o Internet son medios casi vivos, potencialmente ruidosos y prácticamente con personalidad propia, la mayoría de gente ve un libro como algo inerte y carente de interés instantáneo; lo hojean y solo ven texto impreso, y se preguntan por qué aún no tienen la tele puesta o algo que aporreé sus oídos y les haga olvidar en un segundo y sin esfuerzo alguno que odian su trabajo, o quizá incluso a sí mismos.
Sea como sea, que un libro aún tenga la posibilidad de levantar polémica, da esperanzas a la humanidad.
Este prólogo, por otro lado, no quería ser sólo un discurso supuéstamente antisistema que disparara en todas direcciones, se contradijera a sí mismo u ofendiera a cualquiera que condene la eutanasia o piense que una mujer es un ser inferior y no puede ser un ser independiente y sexual. No se trataba solo de escupir dardos envenenados contra conservadurismos latentes. Esta parte del libro también tenía que tener contenido. No solo cháchara autocomplaciente.

Hemos querido titular este prólogo “Modos creativos de leer Tab sin alterar tu entorno” porque sabemos lo que puede significar para muchos el hecho de verte con la guía Tab bajo el brazo. Como hemos dicho, la gente suele moverse en la vida basándose en extremos, teorías populares y pensamientos rancios. Es la forma de evitarse el supuesto martirio de pensar por sí mismos. Si ven que para ganar dinero y echar un polvo de vez en cuando no les hace falta, sencillamente no lo hacen. Y si te las arreglas para preguntarles por qué, sacan a colación alguna frase de mierda que dijeran sus abuelos y suben el volumen de la radio o la tele. Por tanto, modos creativos de leer Tab sin alterar tu entorno:

1. Esta opción es más efectiva de lo que parece. Se trata de jugar con la credulidad de tus allegados e intentar quitar hierro al asunto de tal forma que ellos pasen a otra cosa sin ganas de agrandar la bola de nieve. Es simple. Compra tu Guía y la dejas en esa mesita que hay a menudo entre el sillón y la tele, y en la que suele haber otras revistas. Cuando quien sea que vive contigo la vea, le dices que te la has encontrado en un banco y la has cogido. Luego, cambias de tema radicalmente. Es una opción arriesgada, pero teniendo en cuenta el ambiente que haya en casa, puede funcionar. Luego solo debes leerla -obviamente- cuando nadie te vea.

2. Escóndela fuera de casa. Elige un sitio. A veces funcionan los más obvios. Si eres hombre haz memoria, recuerda qué hacías para esconder tu porno hace años. Quizá tengas que andar diez o quince minutos hasta donde esté escondido el tomo. Pero de esta forma solo tienes que pasarte por esa zona (si puede ser apartada) y luego volver a casa con alguna excusa preparada si el retraso ha sido notable.

3. Lee en la biblioteca. Escoge una buena hora. Si tus allegados son de los que al verte con la guía creerían de forma instantánea que quieres suicidarte, la biblioteca es un escondite prácticamente perfecto. Ellos jamás la pisarán, y tú solo tendrás que poner alguna excusa sobre dónde has estado al llegar a casa.

4. Fotocopias. Haz fotocopias… Ves leyéndolas y ves tirándolas. Los folios son fáciles de esconder entre los libros que tengas por casa, esos que hace años que solo sirven como decoración.

5. Pide ayuda a un amigo. Si tienes algún colega que viva solo, o que no pero no le importe guardarte el tomo y que pases un par de veces por semana a leer un rato, pues no es tan mala idea. No es algo permanente, y tampoco le estás pidiendo peras al olmo…

6. Excusas. Este es el punto más delicado. Si te pillan in fraganti leyendo el tomo tranquilamente en tu casa por h o por b, debes tener algún argumento preparado. De entrada, si ves que se oye la puerta y ya no estás solo, lo que no debes hacer es agitarte y buscar un sitio en el que esconder Tab. Lo mejor es que sigas leyendo como si nada. Saluda cuando la persona llegue hasta donde estás. Si te pregunta qué haces, di que lees (arquea las cejas). Es mejor que uses frases cortas o monosílabos. Si te pregunta qué lees, ni tan siquiera digas nada, enseña la portada y sigue a lo tuyo. Si te preguntan qué libro es ese, les dices que te lo han dejado (rehuye el tema), que es divertido, o que no está mal, cosas así… Si aun así siguen haciéndote preguntas y no hay forma de hacer que se olviden del hecho de que lees la Guía Tab… recurre a los puntos anteriores, o exprime tu imaginación. Y sobre todo evita accidentes con los que puedas quedar como un vegetal… De verdad, esto, todo, es lo de menos.

Relato diario (4 de 5) – Suites

Señor Morales. Como nueva directora y gestora del Grupo Suites, me veo obligada a comunicarle ciertos cambios que atañen a la empresa y -como es lógico- también a usted.
Para empezar, debe saber que soy la hija del anterior director, pero quiero que sepa que no soy ninguna juez de la moral, y que no pretendo juzgar su estilo de vida ni sus vicios o costumbres.
Como ya sabrá, mi padre murió hace unos días en circunstancias aún desconocidas. Como entenderá, me resisto a creer la posibilidad de la hipoxifilia, y mucho menos esa historia sobre un ataque cardíaco mientras mantenía sexo con alguien que no era mi madre.
Sabrá también que mi padre y yo estábamos distanciados, pero que aun así él me quería, y yo también a él aun con todos sus repugnantes defectos.
Le hablo con esta confianza porque sé que ustedes dos eran amigos. Sé que usted al principio solo era cliente en nuestras tiendas, y que poco a poco comenzó a interesarse por la empresa. O al menos casi tanto como por nuestras dependientas…
No conozco bien la historia. Lo que me dicen es que usted venía al menos una vez a la semana a alguno de nuestros puntos de venta y compraba cualquier producto de lencería nuevo que estuviéramos lanzando. Con todo, tengo entendido que tiene predilección por cualquier tipo de bragas o tanga.
De verdad, lo que usted haga en casa con toda esa lencería femenina, es asunto suyo. Lo único que a mí me atañe es que desde hace un año es usted uno de los mayores accionistas del Grupo.
Es obvio que es un hombre adinerado, y que no tiene miedo de ser usted mismo. Lo cual está bien, porque seguro que así entenderá muy bien el hecho de que yo necesite seguir siendo también yo misma bajo mis nuevas circunstancias.
El Grupo Suites necesita renovarse en algunos aspectos. Y esto no es algo que haya decidido yo. Tiene que reconocer que teniendo en cuenta nuestras cifras de venta y nuestro buen momento siempre en ascenso, es muy poco probable que nuestra imagen saliera intacta de algún rumor sobre bragas usadas que viajan por correo ordinario.
Hay habladurías, comentarios sueltos. El perfil de dependientas que contratamos no siempre está abierto a según qué sugerencias. No sabemos qué clase de colección lleva cabo en su casa, ni si usa su esperma para pegar cromos o posters. Pero debe saber que hay muchas chicas que pueden sentirse profundamente ofendidas si en la entrevista de trabajo se les sugiere (con un tono de clara obligación) que sería bueno que trajeran unas bragas usadas si quieren trabajar para Suites.
He hablado con Maite, la chica de Personal que ha tenido que hacer muchas de esas entrevistas. Que ha tenido que hacer sugerencias absurdas a las chicas de las tiendas (sujetadores requisados, tangas, bragas…) amparada en excusas que ni ella misma podía comprender.
He sabido que toda esa ropa interior va por correo toda dirigida hacia su palacete en las afueras. Y la verdad, señor Morales, no alcanzo a comprender cómo esta situación se ha postergado hasta el límite de verme escribiendo estas líneas.
Maite está pasando por un proceso de depresión que ya hace dos meses que dura: está postrada en casa; no digo yo que sea culpa suya, pero obviamente la situación en Suites no debe haberla ayudado. Cuando he hecho preguntas en la junta de accionistas, todos han bajado la cabeza y se han puesto a silbar. Todo hombres… No sé si hay algún otro caso como el suyo en la empresa, pero le agradecería que en respuesta a esta misiva se me informara sobre dichas incidencias.
Como verá, no estoy entrando en detalles escabrosos, como esos ejercicios físicos que se les ha obligado a hacer a algunas dependientas de nuestros puntos de venta antes de ceder su ropa interior, o esas demandas de muestras de ADN para que usted pudiera comprobar que los sujetadores y bragas que le llegaban a casa eran de las chicas que usted había señalado con el dedo (o lo que sea que hiciera para informar a Personal de sus intenciones).
En la próxima junta de accionistas (a la que tendrá que acudir) se aclararán algunos términos de los nuevos cimientos sobre los que se van a construir las nuevas filosofías de esta empresa. Tendrá usted que decidir si las nuevas políticas le siguen interesando, o si por el contrario prefiere dedicarse de lleno a sus otros negocios. Pero tiene que saber que, al menos el Grupo Suites, va a dejar de llenar su buzón con la ropa interior de sus trabajadoras.

Relato diario (3 de 5) – Miss Diván

Querido diario (…) … la verdad es que estoy a un tris de dejar de escribir gilipolleces aquí. A veces ni yo me creo los discursos adornados que incrusto en estas páginas. Si aún fueras árbol serías más útil de lo que eres. Porque como libreta, al menos en mis manos, no sirves para gran cosa.
La verdad es que he pensado en abrir un blog y usarlo como diario… pero luego se me ha ocurrido que no tiene sentido… Un diario siempre ha servido como modo de masturbación mental, ¿no? ¿Escribir intimidades en un blog no sería como ducharme en un escaparate a la vista de todos o algo así? ¿O como meterme los dedos pudiendo cabalgarme la gran polla?… No sé, cuanto más lo pienso menos sentido le veo. Si la gente se lo contara todo no existirían los diarios personales… Así que, ¿dónde coloca eso a los blogs que se usan como diario? (Aunque quizá sí son un buen reflejo de la actitud acostumbrada de la gente en público, esa cosa a medio camino entre la amabilidad y la hipocresía. O algo así. Ese rollo de “¿No ves que estoy siendo amable contigo?”, esa forma de abrirse a los demás que luego incluye frases como “Ya habéis visto que yo se lo he dicho en la cara…”).
En fin, que lo piense como lo piense, no sabría cómo gestionar un blog de ese tipo. Una cosa es escribir aquí y otra cosa esforzarse por escribir algo que suene creíble a los demás y no haga que se me caiga la cara de vergüenza del todo a mí… (ya sea por mentir o por vender una vida feliz inexistente, etcétera).
Total, que tenía que expresar mis dudas sobre esta forma de llenar el tiempo, porque no sé muy bien adónde me lleva, no sé si es saludable o si sería mejor que me comprara un vibrador y algún lubricante…
Hoy me ha tocado sesión con el psiquiatra otra vez. Eso sí mola cada vez más. En realidad me parece un rito enfermizo, esa clase confianza entre dos desconocidos, y uno que cobra por tenerla… Todo ese rollo cada vez me parece más ambiguo y desconcertante. Pero tiene su punto divertido.
El tipo es maduro, pero se mantiene bien, es algo como un tío moderno; creo que después del trabajo se va a hacer yoga o así; como mínimo va al gimnasio; un día me tocó ir a última hora de la tarde y en su despacho había una mochila de esas muy cucas, de marca. El tipo habla con un tono de seguridad tan brutalmente impostado que te lo puedes imaginar haciendo cualquier cosa con su tiempo libre; desde engañando a su mujer hasta follándose a una cabra o comiéndose la mierda de alguien en una orgía coprofágica. Lo que sea. Representa todo lo que pueda haber justo al otro extremo de conceptos como «natural», «espontáneo», etcétera.
Lo que sí sé es que le va la carne. Hace unas sesiones estoy jugando a la zorrita despreocupada. Es un juego sencillo, pero muy entretenido. Consiste en ponerse cierto tipo de faldas notablemente cortas. A veces, si puedo pasar por casa antes, me calzo un vestido y le digo que luego tengo que ir a vete a saber dónde, y que si no le importa que hagamos la sesión conmigo disfrazada de putón de nochevieja (no se lo digo así, pero ya sabes…).
Entonces el tipo intenta mirarme a los ojos durante la sesión, pero éstos van a su bola, se dan un paseo por mi escote de vez en cuando, y a veces hasta llegan a mis piernas, momento en el que aprovecho para descruzarlas y volverlas a cruzar de un modo descaradamente lento y gratuito.
Esto que no es más que flirteo gamberro para torturar al cerebrito, si mi padre supiera que lo hago no dudaría en dejarme los ojos morados y tirarme en una cuneta. La vida de verdad tiene mucho que ver con ese tipo de acciones.
El cambio hoy es que he visto que al tipo se le ponía dura, una tienda de campaña ha comenzado a crecer en su entrepierna. Él ha querido disimularlo, pero ha sido imposible. Me he sentido orgullosa. Era mi obra, el producto de mis esfuerzos; toda esa sangre acumulada en el capullo de ese mamón con estudios; es probable que él haya conseguido menos con sus años de carrera para con las mentes ajenas, que yo en su despacho con mis trapitos en apenas cinco días. He tardado cinco días en derribar el muro profesional. Pido un gran aplauso para mí. Ha sido una erección brutal. Es merecido. (Creo que cuando acabe dibujaré algunas pollas en el margen para celebrarlo…)
Y ahora toca el siguiente nivel. ¿Cuánto tardará Mister Amabilidad Intelectualoide Occidental en hacer desaparecer de su escritorio la foto de sus dos preciosas hijas?


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Relato diario (2 de 5) – Comunicado

Antes de nada, hemos de decir que siempre estaremos agradecidos por la certidumbre que se ha tenido con nuestra marca desde que nació. Llevamos ya -de hecho- muchos años contando con la confianza de mucha gente, y creemos de verdad que tanto ustedes los consumidores como los medios que publicitan nuestros lanzamientos, entenderán que los sucesos de las últimas semanas sólo indican que nuestra empresa, como cualquier otra, está compuesta por seres humanos.
Cuando en los pasillos de higiene de los supermercados se comenzó a vender nuestro nuevo champú de hierbas, nuestro historial como empresa aún era impoluto. Es importante recordar esto, y creo que también justo.
La elaboración masiva de esta clase de champú por desgracia no siempre estará exenta de error. Pero Avinal, como marca, tiene la obligación de ofrecer un producto eficaz, y obviamente también seguro. No crean que no sabemos qué responsabilidad tenemos, ni con cuánta gente.
Ser una de las primeras marcas del mercado hace que cualquier tropiezo relacionado con la salud suponga casi una herida de muerte.
Pero creemos que han comenzado a correr ciertas -vamos a llamarlas-: leyendas urbanas, que no se corresponden con la realidad, o al menos la exageran y manipulan.
No existe ninguna chica que haya esputado sangre después de haber tragado un poco de nuestro producto Avinal Esencia de Romero.
Tampoco es cierta esa absurda historia de que con nuestra gama de espumas de afeitar nadie haya tenido un infarto por culpa de ningún componente llamado Orisán.
Es mentira también que usando Avinal Esencia de Albaricoque se le pueda caer la piel a nadie. Señores, nosotros también hemos visto películas de terror, pero no hay ácido sulfúrico entre ninguno de nuestros productos.
Y teníamos muchas dudas sobre si mencionar cierta historia absurda que cuenta que en cierto pueblo andaluz hay una “Chica de la curva” que suele comentar desde el asiento de atrás que murió en no sé qué carretera por haber usado esa mañana nuestro Avinal Esencia frutas del bosque (una variedad que hace cinco meses que dejamos de comercializar). Y cabe decir que esa historia es mentira, porque NADIE ha muerto usando ningún producto de Avinal.
Sabemos que a la gente le gustan las historias, pero estamos en nuestro perfecto derecho de decir la verdad de los hechos, de aclarar que seguimos trabajando para mejorar y de que, aunque aún no sabemos exactamente qué ha pasado -o precisamente por ello-, nuestros nuevos productos siguen en cuarentena en todos los almacenes.
Lo que sabemos es que nuestra última línea de champús ha ocasionado leves erupciones cutáneas. Sobre todo en pieles jóvenes y cutis secos. Lo cierto es que hemos ocasionado algunas molestias entre chicas jóvenes que han podido vivir algún pequeño trauma en relación con un cambiante y repentino aspecto exterior que en medio de la clase de un instituto puede provocar ciertos sucesos traumáticos, pero no imposibles de superar ni especialmente nocivos para la salud.
En cuanto al famoso vídeo que cierta chica canaria ha colgado en su canal de Youtube, solo podemos decir que lo investigaremos. Ella se muestra blandiendo uno de nuestros champús, y el bote que tiene en su mano es efectivamente de nuestra marca, así como también parece auténtica la erupción cutánea de sus mejillas y sus hombros. Por otro lado, el hecho de que se le desprenda parte de la nariz, y el subsiguiente sangrado, nos hace sospechar. No sabemos de ningún otro caso más, pero sí creemos que ciertas marcas estarían dispuestas a financiar un montaje así para destrozar nuestra imagen y dar una notable ventaja a sus productos.
Además -y para acabar-, Avinal no tiene ningún historial relacionado con productos potencialmente cancerígenos; trabajamos con materia prima natural, y sinceramente creemos que todo lo acontecido no es más que una bola de nieve que se ha ido haciendo más y más grande en pos del espectáculo, la burla, el humor negro, y otros asuntos más serios, y que son los que realmente nos preocupan.
Aun así, les invitamos a todos a seguir confiando en los productos de nuestra marca que siguen en exposición, y les aseguramos que pueden hacerlo con total confianza.

Atentamente:
Eva Avinal

(…)