Archivo por meses: abril 2011

Soy mujer (pero me gusta follar)

Es una mezcla perfecta de bondad e inteligencia. Es como decir: estoy aquí y tengo el equipamiento adecuado, no hay religión en mi vida y no me da miedo disfrutar; no necesito rendirle cuentas a nadie, y mi idea de la moral no tiene que ver con sentirme culpable cuando me meten mano.
Amelia va de un lado a otro de su piso. Sobre su cama rosa (colchón rosa, sabana rosa, colcha rosa…) hay unas bolas chinas. Dice que si una cosa no va a hacer es justificar su vida ante nadie, no va a dejar de vivirla como le dé la gana por nadie. No va a avergonzarse de ella. Estoy escribiendo una especie de alegato feminista, dice. Como una coña, añade, aunque en realidad para mí es muy serio. Murmura que lo va a titular: Soy mujer (pero me gusta follar). Estoy tirado en un puf, o bluf, buf o como coño se llame, esa especie de cojín gigante del que luego cuesta tanto levantarse. Éste tiene forma de vagina gigante; donde apoyo mi cabeza es supuestamente el clítoris. Amelia me pregunta qué opino sobre el incesto de baja intensidad; Amelia es mi prima. Hace tres horas nos dimos dos besos y nos dijimos Qué tal, Cuánto tiempo. Cenamos; un par de copas o tres. Tiene cinco años más que yo y de críos íbamos juntos a la piscina: luego ella se mudó con sus padres y ahora nos vemos nunca o casi nunca. Tiene treinta y un años. No sabe que yo me masturbé por primera vez pensando en ella; aunque sospecho que no la incomodaría en absoluto con eso. Llevo tres gin tonics encima, de los buenos, de los de copa enorme, de balón o como se llame. No tengo la mente muy clara; le digo a Amelia que cómo es eso del incesto de baja intensidad. Aun con las bolas chinas a la vista y el sillón-vagina, su piso no es más que la típica cárcel occidental para el alma: muy caro y muy pequeño. Me dice que la gente se lo toma peor cuando los hermanos follan, pero los primos… Bueno, se corrige, en realidad a la gente le molesta todo, pero aun así tienen distintos grados de intolerancia.
Murmura que sí, que ha puesto lo de “pero me gusta follar” entre paréntesis para añadir cierto sarcasmo; dice: La gente siempre me malinterpreta cuando hablo de esto; porque creen que hay que elegir entre ser una estrecha o ser una furcia; pero yo lo único que les digo es que sean libres, libres de moral gratuita y culpabilidad. No lo entienden, no saben ver de lo que hablo, solo ven una especie de línea de la moralidad en cuyos extremos están las palabras “Normal” y “Puta”. Muchas creen que deben vivir según ciertos parámetros para ser aceptables; y por eso nunca sabrán -por ejemplo- lo que se siente haciendo un mamada de verdad. Es cierto, muchas quieren ser elegantes incluso follando; quieren dar la misma impresión con un vestido y unos zapatos cucos que desnudas con una polla dentro.
Luego, dice, están las que yo llamo Ninfómanas Dormidas. Son las más monas, las que me hacen más gracia; y a la vez las más dañinas, estúpidas e hipócritas. Amelia no para de hablar, y se ha desnudado del todo. Está sentada en la cama con las piernas cruzadas, vello púbico generoso. Dice que las Ninfómanas Dormidas son esas chicas jóvenes y aparentemente lucidas que dicen/opinan que, precisamente porque saben que son libres, jamás harán una felación, ni llegarán nunca a probar el sexo anal, etcétera, porque ellas no hacen «cosas raras». Seguro que has conocido a alguna, primito, me dice. Esas chicas guapas a las que les da cosa acercar la boca al pene de su novio, pero luego les sale una risa tonta cuando tienen ese capullo duro hasta el fondo, o la lengua del Romeo de turno comiéndoles bien la almeja. Ninfómanas Dormidas, recuérdalo. Esas chicas que no la chupan más de diez segundos para no comenzar a sentirse indignas. Para intentar hacer que el sexo también sea algo pulcro y respetable. No algo animal, no algo libre y todo lo divertido que puede ser.
Amelia dice: Es como ir cada dos por tres a una mariscada y asegurar que te encanta, pero que tú no quieres marisco, que eres libre de no comer marisco, y que además siempre traes contigo tu tuper de ensalada…
Qué quieres que te diga, murmura, no se puede ser idiota y lista a la vez. Conservadora y progresista. Feminista y machista.
Esas tías, dice, esas tías son las que nos hacen parecer raras a las demás. Y solo porque ser cualquier muñeca del pasillo de los juguetes con sexo entre las piernas es lo que la gente respeta. Así que llaman inmaduros a los adolescentes a los que no les importa follar en un lavabo. Creen que ponerle fronteras al sexo es una cuestión de madurez. Son capaces de casarse en el juzgado porque ellos pasan de la religión, pero luego para lo que cuenta de verdad son tan carcas como sus padres, tan conservadores que casi se te hace raro que usen condones. Toda esa gente joven, primito, toda esa gente que se cree digna por las razones equivocadas, que están haciendo cola en la taquilla con más gente solo para estar con la mayoría. Esos mamones que prefieren el bar atestado aun habiendo otro al lado en el que puedes estar tranquilo aunque el mobiliario sea más cutre. Todos ellos critican mi puff con forma de vagina; porque no saben lo bien que se folla en él; o quizá porque intuyen que se folla bien en él y pensar en follar ante los demás les da vergüenza aún en la era Twitter.
Viene al puff y me comienza a tirar de los pantalones. Me dice que si quiero ella tiene condones, pero que de todas formas se ha tomado la pildora. Me dice que la idea es que intente partirla en dos; que cualquier otra cosa no es sexo para ella (añade: aquí nadie está enamorado que se sepa); dice que debería verla como una especie de Mercado de la carne gratis. Que sea todo lo machista y misogino que quiera durante el sexo. Que hable en voz alta si me da la gana y no tenga miedo de gritar que ella es mi puta o lo que sea. Que de eso de se trata, que otro día ya me atará y será ella la que me azote. Dice que espera que tenga algo de aguante, que el sexo oral es importante. Se mete casi todo mi pene erecto en la boca, muerde un poco casi en la base, como midiendo sus avances como feladora. Se lo saca; un hilo se saliva une su labio inferior con mi capullo. Pregunta que si alguna vez he pensado en ella de esta forma. Se cierra el círculo.

[Arriba, grupo al que me estoy enganchando. Abajo, + pin-up.]

La fiesta

De verdad, han venido todos. Está Pablo, ese tipo que no habla y todos dicen que va detrás de Verónica, que también está. Los detalles sobre Verónica son: La última vez que se refirió a Pablo fue como: «Ese chaval lechoso». Está Esther, con su bolso rosa de “Hello Kitty”. Esther tiene treinta y siete años, es la más mayor aquí al otro extremo de Tania, que tiene veinte, y que hace tres meses que no se me va de la cabeza y -quiera o no- estoy sufriendo.
También está Fran, ese hijo de la gran puta.
Y luego hay como diez o doce personas más, todas figurantes en lo que a mí respecta, amigos de amigos, hermanos de amigos, amigos de hermanos de amigos, y así sucesivamente. Todos son vácuamente amables, se dirigen entre ellos comentarios preestablecidos, bromas con telarañas, las conversaciones son tan moderadamente grises que huelen a cerrado; hay un montón de réplicas en forma de ocurrencias sobadas flotando después de cada anécdota, y todas acaban dichas en voz alta. La mayoría son tíos de veintitantos, normalmente con carrera, o estudiando una carrera, o un posgrado, o un master, o lo que coño se estudie cuando acabas los estudios y aún necesitas otra línea en el currículum. Todos son tipos centrados, chicas moderadamente simpáticas a la par que moderadamente atractivas; abunda ese look indie femenino, es halo pijo en plan imagina-como-son-mis-tetas-si-puedes-bajo-este-jersey-que-parece-de-mi-abuela. Es esa pátina superficialmente moderna que entierra una variedad seguro paralizante de conservadurismo “maduro” veinteañero. Aquí ser progresista tiene más que ver con un pañuelo cuco que con una idea original.
Un chico es un chaval sencillo y con estudios. Una chica no es sexual.
Esto es una coctelería, un antro que han cerrado para nosotros vía enchufe. El motivo es que una pareja de las presentes se va al extranjero un año o dos («Un año, y si nos va bien, ya veremos….») Esto es una fiesta de despedida. Ahora mismo podría estar pelándomela en casa, sin embargo tengo que ver cómo Fran mete mano sin parar a Tania, y se besan, y se besan, y se besan… En cierto momento, Luis, el tipo que se va al extranjero con su novia – … ¿Praga?… ¿Londres?-, coge un micro y comienza a decir que nos van a echar de menos, y que perro ladrador poco mordedor, a caballo regalado no le mires el diente, etcétera. Según lo que dice, son tan felices y se sienten tan afortunados aquí con todos nosotros, que parece que se esté burlando sutilmente en nuestra cara teniendo en cuenta que se van a vivir fuera. Sea como sea, el discurso nos deja perdidos de babas pseudo-melancólicas, como si fuera un aspersor que riega el césped con clichés. La mayoría sentimos esa vaga sensación de vergüenza ajena que, por suerte, enseguida se diluye cuando al término del soliloquio todos aplaudimos aliviados.
Fuera llueve. Hay accesorios, accesorios y extras por todas partes. Obviamente todas las chicas han traído bolso. Pero casi todos los chicos también. Cuando alguien llegaba al local, veías a dos o tres personas quitándose capas de encima como una cebolla trendy; pañuelos, jerseys, bragas… una chica incluso se ha descalzado unas Nike y ha sacado del bolso unas bailarinas.
Le preguntes a quien le preguntes, mañana todos tienen compromisos. Mañana, sábado. Alguien, un hermano de un colega que parece su versión sin gluten, me dice que si de verdad no voy a querer ir con ellos a cierta excursión para la que hay que levantarse dentro de seis horas. Sonrío, tengo una comida, una comida familiar, un montón de gente, comer paella con resaca; no puedo ir aunque quisiera, le digo. Ya sabes, le digo. Me muevo en este ambiente con cierta soltura, me he acostumbrado. La idea es tener siempre una excusa factible con la que rellenar el día siguiente. La mayoría de tíos y tías como los que hay aquí no entienden demasiado eso de que alguien no tenga planes para dos días libres. Es decir, ¿qué vas a hacer?, ¿qué vas a hacer si no has planeado hacer nada? ¿Cómo…? ¿Osea…? Así, se colapsan, y tarde o temprano salta la consabida frase: “¿Si no vas a hacer nada por qué no te vienes?” Cada segundo cuenta para ellos, aunque luego se los pasen fingiendo e imitando a los demás. Ellos controlan; ellos pueden planear la espontaneidad, calcularla. Pueden dibujar un mapa a seguir para ser felices. Incluso expresan en voz alta esas memeces. Tienen un intelecto con marca registrada: optimismo de folletín. Seguro que si les abrieras la cabeza a hachazos, en algún lugar del cerebro podrías encontrar una etiqueta con la “R” dentro de su circulo.
Es la fiesta, una cualquiera, como ésta: es mi época. Está el alcohol y el tabaco, las drogas blandas. Yo no tengo planes, y quizá debería buscar una pareja fija con la que salir en las fotos. Pero no sé si quiero parecerme a según quién. Ni siquiera tengo estilo estético propio. No sé si podría entrar en esa dinámica de protocolos constantes y Rollo Adulto. Soy un crío de veintisiete años. Y esta es la fiesta, y se repite cada dos por tres. Soy el centro irresponsable alrededor del cual se arremolina la diligencia occidental. Son guapos, saben elegir la ropa; ellas… dan ganas de dejarlas con la falda indie hecha jirones y el coño lleno. Y ellos no son malos tipos, pero no son yo. Sea como sea, sigue la fiesta.

[En la categoría de «Gente chunga de Youtube», podrían entrar perfectamente los del vídeo; hurgad en su canal, vale la pena. Abajo, + pin up.]

El diario de Alicia Bot

Diez de la noche. Es el momento del bajón; los lloros contenidos (cuando los contengo), las miradas perdidas por la ventana, pasarse media hora clavada en el mismo párrafo de un libro. O con la página de Google mirándome, con Facebook parpadeando: notificaciones que me resbalan. El libro (el mío) a medio hacer. Me miro las piernas, una carrera en las medias; me pregunto si habrá estado ahí todo el día. Alicia, ¿estás atendiendo? Alicia, ¿aún no sabes si vendrás a la cena del sábado? Alicia, nunca sales de compras, ya no ves a nadie (suposición), no hablas con nadie (invención directa), se te va a olvidar cómo tratar con la gente (repetición por falta de ideas), nunca te da el sol (esto técnicamente no es verdad…), ¿cuándo nos vas a presentar a un novio? (si puedo evitarlo, jamás)…
Alicia, tu Glock intra-uterina es del año de la pera, ¿cuando te la vas a cambiar?

Ahora las intra-armas son los nuevos móviles, si la gente te calcula más de tres años con la misma (lo cual se deduce por la carencia superficial de secuelas post-operatorio), se extrañan y te hacen preguntas. La nueva mendicidad es tener tan solo un cañón interno de cincuenta balas en el cargador. Da igual que no lo uses. El día que decidiste convertirte en bot porque todas tus amigas se estaban apuntando al carro de Pretecnotimes, no eras tú misma. Porque eso es lo que a los demás les extraña, ver rasgos realmente particulares en alguien. Quizá hasta les molesta, porque ellos ya hace mucho que se extirparon esos rasgos para encajar. Es practico: ¿por qué vas a ser tú misma pudiendo ser aceptada por todos? Pero sólo tengo diecinueve años, joder, creo que aún me queda un tiempo de ser Alicia de Verdad; y no Alicia la Responsable, Alicia la Siempre ocupada, Alicia la que Mantiene varias pelotas en el aire, Alicia la que Tiene que apuntar las citas en una agenda electrónica, o Alicia la que Va tirando. Creo que aún deberían quedarme unos años antes de convertirme en otra de esas personas que necesitan decir en voz alta que son felices y libres intentando convencerse a sí mismas.

Cuando mi madre me informa con segundas de lo bien que se está por ahí fuera paseando o con el sol en la cara, en realidad habla mucho más con ella misma que conmigo (autoconvencimiento maternal). Es el primer fallo típico de los padres, proyectar frustraciones personales en sus propios hijos. Esa máxima tan cierta que habla de dejar libre a lo que más se quiere, pues bien, los padres suelen hacer todo lo contrario. Los padres creen que sus hijos son una propiedad. Pero claro, luego tú no puedes preguntarles si te tuvieron porque de verdad querían o porque ya estaban aburridos de salir y pasear y tener el sol en la cara.
Por ejemplo, ¿sería una completa estupidez que dijera que las madres están muy sobrevaloradas?
De todas formas esto no lo va a leer nadie… y si no es así… Hola, mamá, ¿otra vez metiendo las narices donde no te llaman?; yo no soy como la tele que ves, sal de mi cuarto, por favor, y deja el diario donde estaba…
Por dios, si hay algo chismoso y chabacano y simple y deprimente como un donut sin azúcar, es ciertas madres. Sé de algunas que llevan más de treinta años sentadas en el mismo puto banco comiendo pipas. Cabronas xenófobas y machistas pasivo-agresivas que parecen no entender por qué no informas de adónde vas cuando pasas por delante. ¿Eso tiene algo que ver con el amor?
Estoy harta de oír esas idioteces, todo eso de Esa fuente inagotable de cariño que son las madres, o Nadie te va a cuidar como una madre o… O todo ese rollo sobre cómo cocinan, como si el ser madre te tocara con la varita mágica de la Cocina o alguna chorrada parecida…
Estoy harta de clichés, de mentiras, de verdades a medias… Y no creo que pase nada por decirlo. Tengo una Glock con un cargador de cincuenta balas dentro de mi cuerpo, por el amor de dios; vivimos en un mundo absurdo, ¿es que nadie más lo ve?

Creo que tendré que acabar cediendo, a los veintitantos sonreiré en los cumpleaños y ya casi no me quedarán ideas propias. Todos estarán orgullosos de mí y algunos me recordarán lo arisca que era de más joven, cuando aún era yo misma y quizá aún podía aportar algo positivo al mundo. Pero no, acabaré siendo otro maniquí tipo Sexo en Nueva York (pero joven de verdad); encubierto, eso sí, con una fina pátina de dignidad tan de diseño como la ropa que me pruebe. Supongo que tendré que acabar siendo tan “diligente” como todos los demás ¿verdad? Por la vida y todo eso. Por evolucionar, salir adelante, “mejorar”. Ser adulta. Madura. Y si no es así… entonces qué ha sido de ti que antes eras divertida, que eras discreta, que tenías gustos propios y ganas de ser libre. Qué ha sido de ti que eras única y ahora sólo eres un anuncio, un montón de eslóganes, un cinturón mono, datos, una marca de cosméticos, o lo que los demás piensen de ti. ¿Por qué tú no has crecido sin dejar de ser tú misma?

Tías de veintidós años que de golpe ya son puro procedimiento profesional. Una concatenación de objetivos encadenados por fotos engañosas en Facebook. Sonríe. Valentía, dar el paso; hacerlo y hacerlo ya, joder. Todo lo demás es torpeza adolescente. Y ya no eres adolescente (recuerda que siempre hay fases, siempre, fases que superar). Eres una mujer; el modo en que vas vestida no puede ser casualidad, ni tan siquiera cuando lo parece. Ya no eres una niña, tienes cosas que hacer, que solucionar; no tienes tiempo para recordar cómo funcionaba tu mente cuando fantaseabas con pintar o escribir. Cuando disfrutabas leyendo un libro o viendo una película al margen de tus puntos en la agenda, la carrera, el cursillo, el taller, el módulo. Cuando hacías las cosas más por llenarte que por contar que te llenaste, más para reír que para rellenar una hoja con tus impresiones concretas y calculadas en pos de convencer a algún profesor que vive en un planeta distinto al tuyo. Estoy segura de que la mayoría de sonrisas sinceras jamás las captan las cámaras de fotos. Una vez una amiga me dijo que le había tocado una videocámara en no sé qué sorteo. Le dije Pues que bien. Me dijo No es para tanto, una día me grabaré follando con mi novio y luego se la regalaré a alguien. Me dijo que eso era lo más honesto que podía captar ese «chisme».

He decidido que me voy a operar para dejar de ser bot. Creo que ya no siento nada. “Nada”. Estoy en una fase radical de mi propio Yo. Una fase de rechazo excesivo hacia todo. Ahora soy mi Yo Nesquick; y quiero volver a ser Cola-Cao. Sé que puedo serlo. No sé cómo podré con el futuro. Porque imagino que si no puedo seguir siendo yo y me convierto en (sólo) una zombie reluciente y con estudios y con un “buen trabajo” del que quejarme los domingos por la tarde… ¿qué me queda? ¿el suicidio?
Tengo que dar con un modo de salir adelante sin convertirme en una urbanita que diga cosas como: “Uh, no podré, tengo los siguientes tres fines de semana ocupados”. La gente tiene miedo de que se acabe el mundo al estilo meteorito, o por lenguas de fuego solares. Yo sin embargo tiemblo de miedo cuando llegan las rebajas y, sentada a una mesa con otros veinteañeros, oigo que eso ocupa autentico espacio en sus vidas. La «tontería» pasa de unas generaciones a otras. Ahora somos bots de última generación; idiotas, pero en videoconferencia por Skype. Pijitas con Iphone (o Blackberry, que suena más… empresarial).
En fin. Al menos tengo la oportunidad de ser tu versión áspera: la Kitty mala (para entendernos).
Buenas noches. Procedo a seguir muriéndome.

[Para el video, grupo curioso: Metronomy. Teniendo buenos contactos en Facebook es más fácil encontrar las cosas interesantes. Me han recordado la primera etapa de Blur (hay que investigarlos). El videoclip, por cierto, es cojonudo. Abajo + pin-up (esta vez, Emma Stone haciendo posecitas, quizá el único motivo por el que me animaré a ver la nueva de Spiderman.]

David

David tiene trece años y una camiseta negra con el emblema de Superman en el pecho. Está sentado en el despacho del director; le flanquean sus padres, también sentados. Su padre dice: ¿Pero cómo va a ser peligroso un crío de doce años? El director y la madre se miran. La madre dice mosqueada que ya tiene trece, en un mes catorce. David carraspea. El padre murmura: “¿qué más da doce que trece?”…
Mamá le pregunta al director que si van a expulsar al niño. El director mira la pantalla de su ordenador, teclea. Dice que la profesora de ciencias naturales lleva un mes de baja por depresión, y que la sustituta va por el mismo camino. David dice que él no fue quien colocó esas cámaras en casa de la mujer. Tú lo urdiste todo, David, y lo sabes, murmura el director. Cinco videos de la profesora convaleciente por Internet. Un plano fijo en gran angular, ella felando a su novio, ella cabalgando a su novio, y hasta ella meándose en su novio. Ella gimiendo, hablando, diciendo a voz en grito cosas como “soy tu puta”o “reviéntame” o “párteme en dos”. En una reunión de la junta se decide que la mujer es mujer y por tanto, humana. No se la despide. Pocos días después, en clase, una niña levanta dos dedos en señal de victoria mirando a la profesora, y aletea la lengua entre ellos (no se atreven a castigarla) Ese mismo día, unas horas después, la mujer sufre un ataque de ansiedad y su novio la lleva al hospital.

David, ¿me escuchas?, dice su madre. El director le mira, su padre mira al director, después a David. Su madre pregunta que si era verdad lo del profesor de matemáticas. David dice que si está en la cárcel será porque era verdad.
El padre resopla mirando al techo. Piensa: “Codornices. La película de ayer no estaba mal. Tetas, pero no las de mi mujer. Otras. Coños, también otros. Más codornices. En Salsa. Más tetas, grandes, pequeñas, universitarias. Otra vez van a echar al niño de otro colegio. Mi padre cazando codornices. El cabrón de mi padre; menos mal que ya murió. Puto crío. Codornices en… Salsa de coño. Un coño joven. Estás en el despacho del director…”
– … así que le pillaron y por eso fue a la cárcel – dice David.
Por qué será que no te creo, dice el director. La madre empieza a hablar. El director piensa: “No sé qué edad tiene, pero me la follaría. Seguro que este tío ya ni la toca. Me encanta esa Paula de sexto, cuando crezca va a ser tremenda. Tetas. Culos. No sé si hice bien en divorciarme, voy a acabar yéndome de putas. De todas formas ¿qué tiene de malo irse de putas?… Le comería el culo a esta mujer… No sé dónde he dejado las llaves de casa…
– … otra cosa es que, este niño es como es – determina la madre.
El director asiente. David ríe de repente. Dice: Yo no le endilgué el material pedófilo a ese tío. Él mismo se lo buscó. Yo no tengo la culpa de todo lo que pasa en el colegio. Además, si ni siquiera sabía dar las clases de matemáticas…
Esto es muy serio, dice el director, así que más vale que salga la verdad sobre todo lo que estamos hablando.
¿Y qué pasó con la niña bot, David?, pregunta la madre.
David calla, su gesto se ensombrece.

No es verdad que yo estuviera enamorado de ella, murmura David. La madre suelta una risotada, el director se remueve en su silla. El padre piensa: “Tetas”. Vi las fotos que tenías de ella, cariño, dice la madre. No me llames cariño, dice David. Era una bot muy guapa, y muy buena niña, suelta la madre ahora ya más seria. Tienes suerte de no estar en un reformatorio, añade. El padre murmura: Este niño se está buscando un Erasmus Lunar forzado… El niño resopla, dice que esa niña era estúpida, que le trataba mal a él y a sus amigos. Y además, añade, ¿cómo se puede operar a una niña tan pequeña para convertirla en bot? El director aclara que David sabe perfectamente que la niña tenía graves problemas cardíacos, y que la operación ayudó a resolverlos. David dice, casi gritando, que los bots están pensados sólo para sobrevivir en el espacio; además, ¿qué va a hacer ella con un arma de serie? ¿Y cuál es? ¿Es una bot lanzallamas, dispara por la boca? ¿Cómo puede saber el director que un día no se le irá la olla y matará a toda la clase?
El padre piensa: “Coños”.
El director dice que de hecho la niña va a llegar de un momento a otro, que quiere oírla a ella también, saber su opinión. Todos miran a David, él es el único que no sabía que iba a venir la niña bot. La madre dice, sin hablarle a nadie en concreto, que quizá «este niño lo que necesita es pasarse un buen año en las galerías lunares, trabajando codo con codo con otros niños problemáticos»; que «le vendría bien pasarse un buen tiempo lejos de la Tierra y la consola y la buena vida». El padre piensa: “Sexo anal, aunque sea con mi mujer…”.

La niña bot llega enseguida. Sola. El director sonríe y le pregunta si ya le han dado el alta. La niña sonríe a pesar de todo, dice que sí. Los padres han decidido apuntarla a otro colegio mejor adaptado a la naturaleza bot. David y la niña no se miran. La niña se sienta en otra silla, a la derecha de la madre de David; ésta le pasa una mano por el pelo, le sonríe a modo de tierno saludo. El padre piensa: “Es verdad que es mona”; y luego: “Coños…”.
La niña, espoleada por el director, cuenta por qué acabó en el hospital. Y es que, según ella, alguien añadió un día mostaza a su papilla protoorgánica (el menú único pensado para cualquier bot.) Dice que David aprovechó que ella salió un momento del comedor para añadir un buen chorro de esa mostaza casera del centro en su plato. Dice que él sabía muy bien que una sola cucharada de esa mezcla haría mucho daño a su organismo. De hecho, la niña se quedó blanca y estática solo con probar un poco, muy cerca del paro cardíaco. Se la llevaron corriendo a las instalaciones de Pretecnotimes, donde podían curarla y repararla. La niña bot, ya algo alterada y con los ojos llorosos, dice que no entiende por qué David hizo eso, que ella no le había hecho nada.
David ahora baja la cabeza, la cara roja. Su madre le pone una mano en la barbilla, se apiada de él. La niña bot llora y dice que ya no pasa nada, que ya está curada, pero que ella no miente, eso fue lo que pasó, Estuvo a Punto de Morir Intoxicada. Marca cada sílaba de esa frase, y busca los ojos de David. La muchacha bot tiene el pelo castaño y ondulado por los hombros, unos ojos negros enormes, la nariz salpicada de pecas. David la mira y piensa: “La quiero… La quiero… Te quiero…”.

[Video (clickar para ver en Youtube): ME ENCANTA lo que han hecho Phoenix para la banda sonora de «Somwhere» (lo nuevo de Sofía Coppola, ya mencionado por aquí, y a mi juicio una señora peli) Abajo,+ pin-up.]