Relato diario: (5 de 5) – Programa de reestructuración

Érase una vez las gemelas Dina y Tina. ¿Qué pasó con la madre?, preguntaban todos siempre en la aldea. Dina y Tina vivían con su padre en una casa pequeña de madera. Los aldeanos podían ver al hombre de vez en cuando realizar pequeñas reformas en el tejado. Las niñas jugaban en el jardín. Cinco años, morenas, con el pelo liso por los hombros, enormes ojos marrones; idénticas peinadas e idénticas vestidas. Escolarizadas en casa, pensaban todos al menos. Y la gente las veía siempre y sonreía y se preguntaban: ¿Qué pasó con la madre?
La peculiaridad de Dina y Tina era que no crecían. Pasaron los años y no crecieron más. Eran niñas sonrientes y cariñosas. El padre tenía tierras y ellas iban con él a todos lados. Los vecinos comenzaron a preguntarse qué pasaba, por qué las crías no se hacían adultas, y también: ¿qué pasó con la madre?
Los demás niños aldeanos se estiraban y se convertían en adolescentes desagradables. Fornicaban entre ellos. No querían estudiar, o estudiaban demasiado y acababan en trabajos que odiaban y esclavizando a quienes estudiaron menos. O se drogaban, o se encabronaban con los padres o volvían de la ciudad en navidad y hacían la comedia de que habían vuelto porque les apetecía y se encabronaban con los padres… En todas las casas había algún motivo de conflicto excepto en la casa de las gemelas. Ese hombre debía ser un monstruo, se comentaba. Envenenaba a sus propias hijas para que fueran eternamente dulces para él. Para no tener que afrontar la idea de que crecieran y se pelearan entre ellas y con él; para no tener que digerir el hecho de que otros adolescentes las desvirgaran y las convirtieran en enemigas de papá. Ese hombre había congelado el tiempo para con sus hijas. No quería perder a sus joyas vivientes. Ese tío sin alma. Ese cerdo; a saber qué hacía con ellas ahí dentro. En esa casa minúscula de ensueño.
Todos fueron envejeciendo excepto las gemelas. También el padre. Todos fueron muriendo. Poco antes de morir también el hombre, los aldeanos comenzaron a ver a otro hombre frecuentando la casita de madera. Era un señor de unos cincuenta años. Cuando el padre primero finalmente murió, él recogió el testigo. Y las muchachas continuaron dulces y pequeñas y cariñosas y sonrientes, pero con ese otro tipo.
La generaciones fueron pasando. Todo se fue renovando y pudriendo alrededor de ellas. Cada nuevo “Papá” que moría había dejado el testigo al siguiente “Papá”. Todos se preguntaban siempre qué pasaba en aquella casa. Cada nuevo “Papá” era un nuevo monstruo sin corazón. Si a alguien se le ocurría contar la historia fuera de la aldea le tomaban por loco. Las ciudades seguían su ritmo al paso de los tiempos, como hormigueros electrónicos llenos de nuevas y viejas y nuevas y viejas generaciones. Bebés naciendo sin parar y adultos muriendo sin parar. Tercera guerra mundial. Cuarta guerra mundial. Quinta. La población del planeta queda reducida a un tercio. Las montañas son refugios. Las ciudades: Máscaras de gas.
Al paso de los siglos, el que sería el último Papá se reúne un día con las gemelas en el jardín. Está a punto de explotar la última gran bomba de hidrógeno. Todo un invento que debe traer la paz. El tercio de la población mundial que quedaba se ha reducido a algo así como el tercio del tercio. Los montes se iluminan cada noche. El último Papá, ese mediodía en el jardín, les dice a las niñas que no se preocupen. Pero que conocerán a alguien justo después de que explote la bomba.

Detonación.

Las dos niñas se desperezan en medio de un bosque. Están desnudas. Sus cuerpos son adultos ahora. Se ponen de pie. Aparentan unos veinte años. Tienen largas melenas hasta la cintura. Se miran entre ellas y se encojen de hombros. Caminan. El sol pega fuerte de verdad.
Se sientan y se apoyan en un árbol. El aire tiene una cualidad de pureza que las chicas jamás han respirado. No sienten la pulsion de hacer nada concreto. Hinchan sus pulmones. No hace frío. No hace calor.
Dina mira hacia el horizonte y se pone de pie. ¿Aquello es un hombre?, susurra.
De golpe, retumba una voz poderosa desde el cielo. Una voz que lo cubre todo. Es una voz de mujer; dice que necesita decirles algo. Tina y Dina miran hacia arriba en todas direcciones. Cada vez que la voz pronuncia una palabra, el suelo tiembla.
Hasta tal punto se mueve todo, que a Tina le cae del árbol una manzana en la cabeza.

9 comentarios en “Relato diario: (5 de 5) – Programa de reestructuración

  1. Was!!! Pues no se que ponerte esta vez, porque cualquier cosa que te diga quedará pequeña. Así que: perfecto, genial, sublime y cojonudo son palabras que se me pasan por la cabeza. Una fabula de la hostia, con una madre que al final aparece y mira tú por donde quien era la tipa, jajajaaj
    Un beso Jordi, yo y mi mediocridad (así me haces sentir durante unos minutos después de consumir inyectadas tus dosis) nos vamos a meditar un rato, jajaja
    Eres la puta polla, ya está, ya lo he dicho.

  2. Lo distinto, lo bueno, por culpa de la envidia que nos corroe, siempre lo achacamos a la maldad, pobres padres, bastante tenían con cuidar dos crías de cinco años desde los 50 hasta su muerte….. tenía que ser agotador.

    La voz que daba las órdenes era de mujer, por qué será que no me sorprende? somos unas mandonas, jajajajajaja

  3. Ay, pues yo creo que deberías alargarlo más. Se me ha quedado corto.
    Como si hubieses querido acabarlo pronto. Como el final de «Riña de Gatos» que parece que le estuviesen apremiando.
    Éste hazlo más largo, porfa, a lo Haruki Murakami.
    Y publícalo (ya sé que no dependerá solo de ti, pero es para enviar buenas vibraciones)
    Ah, hoy no tengo ganas de jugar. No me saques el ovillo.
    Muá.

  4. Una historia estupenda e imaginativa de matriarcado me parece.Un cambio rotundo a esa otra donde la mujer es sinónimo de pecado.
    Un pecado sería no haberla leido.
    Me ha gustado mucho,de verdad.
    Un beso.

  5. Nosotras las mujeres 🙂
    Me encanta este relato (necesito ampliar mi vocabulario). Me imaginé a las hermanas como a las Fanning, pero morochas.
    Saludos.

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