Es una quiosquera, me dice mi colega “Pillado por”. Normalmente hay un tipo gordo o un tipo bajito y flaco. O alguien en definitiva anodino, uno de esos tíos a quien te puedes imaginar viviendo dentro de ese chiringuito, sin ilusiones ni metas ni sufrimientos, sólo el objetivo de volver a vender la prensa al día siguiente. Un figurante.
Pero la que te digo no es así, dice. Para empezar es mujer, dice. Sí, le digo, es un cambio significativo. Ya sabes, me dice. Una mujer joven, con todo lo que eso conlleva; agradable al tacto, tetas, tres agujeros, más inteligente que tú, “hermana de”, puede que hasta “madre de”. Tío, me dice, una mujer: se inflan y a los nueve meses se reproducen. Una bomba atómica emocional. Ya, murmuro, hablas de ella como si fuera la primera mujer de la historia. Bueno, aclara, me siento así, creo.
(Cabe añadir que, mientras “Pillado por” me cuenta todo esto, no toca su filete con patatas, tiene los ojos llenos de lágrimas y mira hacia todos los lados como si intuyera que alguien le ha estado siguiendo. Lo hace para no mirarme a los ojos y así quizá disimular el hecho de que él tiene los suyos ya como tras minúsculas peceras brillantes. Total: Fracasa estrepitosamente en su objetivo de relajar el ambiente mientras se confiesa, y de hecho hace que la situación sea aún más “violenta”. Aun así, yo hago como que no me doy cuenta de nada, y ya me estoy acabando mi filete, etcétera.)
Una camarera se acerca caminando entre mesas y al mirar hacia la nuestra ve un plato lleno y el otro casi vacío, y va a decir algo pero al final se echa atrás. Es guapa, otra mujer, ella también se puede inflar y demás… “Pillado por” ni se da cuenta de su presencia, se quita ahora sus horribles gafas indie/grotescas y se pasa una mano por los ojos mientras yo engullo el ultimo trozo de mi ternera. Trago… me recreo en tragar… Y al final tengo que hacerlo: le pregunto si está bien. Él hace un silencio… ¿dramático?, obvia mi… ¿interés?, y dice que no sabe qué hacer con ese asunto, el asunto de la mujer quiosquera (se suele referir a ella de ese modo:La Mujer Quiosquera; lo hace tanto que al final me la imagino con poderes, algo como poder ofrecer la prensa del día siguiente o así).
Lo cierto es que yo también la he visto. La Mujer Quiosquera es un ser humano hembra que debe rondar los veinticino años. La sensación que da es la de estar cubriendo la baja de algún tío suyo (el auténtico quiosquero) mientras él se recupera de alguna operación (no sé por qué siempre imagino que debe ser algo relacionado con la próstata). Es la clásica chica guapa y risueña que, de hacerte el más mínimo puto caso, podrías acabar colgado por ella. Al menos yo siempre he funcionado más o menos así, y obviamente aquí mi colega “Pillado por” tiene esa misma fortaleza emocional de mierda.
Y entonces, sucede, el tío va y rompe a llorar con hipidos y demás mientras le digo a la camarera guapa que yo sí querré postre: flan con nata si tienen. ¿Café? No, gracias, desde que no se puede fumar en ningún sitio es como si a una pizza sólo le pusiesen tomate. “Pillado por” acaba provocando que la camarera se interese por él. Le digo (a ella) que no pasa nada, que solo es un problemilla personal. Lo cierto es que cada vez estoy más incómodo, y esto va a retrasar la llegada de mi flan. Le pongo una mano en el hombro a “Pillado…” simulando un interés lógico por su drama ante los demás comensales.
La muchacha finalmente se ha ido a por mi flan, y mi amigo intenta comenzar a calmarse. Es sorprendente lo poco que me importa su sufrimiento; incluso habiendo pasado por lo mismo en el pasado, lo único que deseo ahora es comerme el postre y salir a fumarme un pitillo. De todas formas, “Pillado…” tiene suerte de que yo no sea como esas personas que luego necesitan vociferar la anécdota («… pues sí, tío, estamos comiendo y “Pillado por” va y se pone a llorar por esa tía; pero llorar llorar, como un crío, y entonces después…»).
“Pillado…” me dice que si luego le podré dar un pitillo. Le digo que si no lo había dejado. “Pillado…” me dice que si luego le podré dar un pitillo. Llega mi flan. Está en algún sitio bajo el montículo -o debería decir La Montaña- de nata. Ataco sin vergüenza. Le digo a “Pillado….” -con la boca llena- que él mismo, si quiere un pitillo yo le daré un pitillo. Y que se calme un poco. Si ese asunto de la mujer quiosquera se ha puesto tan feo, quizá debería acercarse, pedirle un Playboy o algo así y romper el hielo.
Me dice que tiene novio.
Oh… Por algún motivo “Pillado por” ha obviado ese detalle hasta ahora.
Dejo de comer mi flan durante unos treinta segundos, como por cortesía. Le voy a poner una mano en el hombro, pero ya es tarde, rompe a llorar otra vez. Dejo la cuchara en el plato, el flan a medio acabar, todos mirándonos, mi cuerpo en plan sindicatos pro-cáncer, pidiendo nicotina a gritos. Creo que a estas alturas ya todos en el restaurante creen que somos pareja y yo acabo de romper con él. Yo, el gay sin alma. «… ese tío comió tranquilamente mientras cortaba con su novio, yo lo vi, se comió el flan en dos cucharadas…». Ahora los lloros son furiosos, en plan escándalo, en plan “esto tiene que ser una broma de la tele”. Arrastro mi silla hasta su lado y le… bueno, le rodeo con mi brazo y le digo que qué pasa, que no se ponga así, sólo es una tía, hay muchos peces… osea… a ver… que no digo que no pase nada, ya sé que es muy jodido… Alguien grita: “¡Dale otra oportunidad al muchacho!”. Es cierto, un tío ha dicho eso en voz alta. Le digo a “Pillado por” que lo mejor será que pidamos la cuenta y salgamos a fumar. Es obvio que no ha elegido una buena época para dejar de fumar…
(De hecho es la tercera vez que intenta dejar de fumar, después de la Mujer Cajera y la Mujer Contable. “Pillado por” tiene la habilidad de colarse por alguien justo en la peor fase del mono. He llegado a pensar en consultar con un médico sobre la posibilidad de la relación directa entre el déficit de nicotina en el cuerpo y el desorden químico que supone el pillarse de alguien.)
Fuera, fumamos sin ni tan siquiera alejarnos del restaurante; la gente sigue mirándonos desde dentro, probablemente esperando una reconciliación. Me pregunto si ahora mismo no estamos materializando alguna especie de micro-clima de percepción representativo de lo que la sociedad es en general: por un lado la realidad y por otro la realidad que la gente ve o quiere ver. Además, yo no soy tan cabrón, jamás he hecho llorar a una chica así. O al menos no tanto.
“Pillado…” me dice que si le quiero acompañar a verla.
¿Cómo?
A ver a la chica, la Mujer Quiosquera…
¿Ahora quieres ir a verla?
Sí.
Joder, tío…
(Casi todo este diálogo se ha producido sólo con gestos.)
De camino, voy pensando que si algún día una chica se enamora de mí pero yo no de ella, intentaré dejar de fumar. Puede que lo que mi colega necesite es llenar un vacío de alguna clase. Tampoco es tan grave, hay parejas que no se soportan y para intentar arreglarlo tienen un hijo… Mi colega -espero- sólo quiere llevarse al cine a la Mujer Quiosquera. Quizá hacer durar la relación; puede que hasta llevársela un fin de semana a una casa rural en la que lo que menos importará será la naturaleza. No es que mi amigo quiera atrapar a esa chica para toda la vida haciendo que se hinche como una pelota de playa. Pero al menos el muchacho, si ella quisiera, podría quitarse esa angustia de encima, todo ese rollo de llorar en público y avergonzarme.
Cuando “llegamos” a donde está la muchacha en su garito (uno de esos en medio de la calle, al lado hay una cabina de la once), “Pillado por” me detiene a unos cuarenta metros. ¿Aquí?, le digo, ¿desde aquí quieres verla?, ¿quieres unos prismáticos?, esto no es La Sabana, tío, ella no es un león, si nos ve no nos perseguirá para mordernos el culo…
No le hace gracia ninguno de mis comentarios, y creo que está a punto de romper a llorar otra vez. Vale, le digo, nos quedamos aquí, a mí me da igual…
Es entonces cuando comienza a ametrallarme de verdad con su discurso. Cuando sale la verdad. Toda la historia. La chica lleva tres años con su novio, dice; el primero tuvo la esperanza de que lo dejaran; el segundo comenzó a desesperarse; y tres…, tres es demasiado. No puedo hacer nada, me dice. Estoy jodido, me dice. Sufro, murmura, rompiendo a llorar otra vez. Si veo porno, vocifera, sólo puedo ver a ese cabrón follándosela. El cabrón es el novio, se supone. Dice que la única forma en que puede correrse es pensando en ella; que está tan pillado que ha llegado a tocarse imaginándola con su novio. ¿Sabes lo que es correrse y llorar a la vez?, me grita. ¿Lo sabes? Vale, digo, ahora todos en la calle piensan otra vez que somos gays. ¿Me estás escuchando?, me grita. Me alejo tres pasos. Vale, tío, perdona, murmura, ya sin dejar de berrear como un bebé todo el tiempo. Los viandantes nos miran, la quiosquera nos mira. Hasta un perro abandonado nos ladra. Estás sacando las cosas que quicio, tío, le digo. Me pregunta que si conozco el libro de cocina del anarquista. Le digo que de qué carajo está hablando ahora. Comienzo a caminar. Explotará en cinco minutos, me dice. El qué, le digo, de qué coño hablas. Pero se enciende una bombilla en mi cabeza, una de las de verdad. Mi amigo de la infancia está tarado. Pon el freno, me digo. Se acabó. No dejes nunca el tabaco, me digo. Tío, me dice “Pillado por”, es una bomba, una bomba pequeña con temporizador. Me digo: Borra el teléfono de este tío de tu agenda. O bien llévatelo de putas, o bien, no dejes que vuelva a dejar el tabaco. Camino hacia el Quiosco. La Quiosquera nos observa sin mucha confianza. Perdona, le -casi- grito, ¿puedes venir un momento?… ¿Qué?, ¿adónde?, dice ella. Le digo que salga de su garito, que… en fin, no sé qué decirle. Así que la cojo de la mano y la saco más bien a rastras de entre las torres de postales y montones de periódicos y revistas. ¡Oye!, me grita. No hay demasiada gente en la calle. Es por la hora. Miro hacia atrás y veo que “Pillado por” se ha largado. Corre ya a lo lejos, aún le puedo ver, una figura patética, seguro que sigue llorando. La chica me mira con incredulidad mientras la alejo del Quiosco. ¿Tú de qué vas?, repite una y otra vez. Nos detenemos, o más bien me detengo y obligo a la muchacha a quedarse conmigo. Estamos lo suficientemente lejos. Miramos hacia las pilas de papel, los plásticos, los coleccionables…
Detonación.
Todo salta por los aires. Saltan las alarmas de una veintena de coches. Una pequeña nube de humo sube. El garito queda deformado, chamuscado. Me pitan los oídos. Llueve confeti de quiosco. Sigo agarrando a la chica de la mano. Le digo que si ha visto al chaval que venía conmigo; que si alguna vez se acerca a ella corra en dirección contraría o llame a la policía o a su novio o a alguien. Me asegura que no tiene novio. Estoy harto de preguntas. Suelto su mano y comienzo a caminar hacia el ruido de sirenas; hay que alejarse del lugar. Todo el mundo está asomado por las ventanas. Sólo espero no estar en Youtube dentro de cinco minutos. La chica me sigue por la calle y grita: ¡Oye!
[15-M: la demostración de que esta democracia no funciona, esta clase política es asquerosa, y los medios con más poder e influencia son penosos y dañinos. Espero que lo del video crezca y crezca. Abajo, + pin-up.]
Uuufff, lo que la mente humana puede llegar a procrear y dilucidar, madre mía (y esta vez creo que hablo tanto por el protagonista como por el escritor de este peazo relato) porque ojo que mente tenéis los dos, uno por genialidad y el otro por perturbación, jajajaja
Me ha gustado mucho este relato de personalidades desnudas. Me gusta si. Un chaval algo narciso pero al la vez consolador, un amigo perturbado y desequilibrado con claro síntomas (el final me lo ha evidenciado) de esquizofrenia, y una pobre victima que pasa ignorante ante todo y por suerte no llega a ser victima física. Uuufff, fuerte, espeso al tiempo que se lee con una agilidad impactante. De regusto calido. Gracias por la ración de tus letras hoy, que me ha venido magnifica, dormiré como una enana. Besos tamaño del mundo.
Para mí, esto va de la mano con los sinsabores de relacionarse con la gente. La sensación de que algo va a salir muy mal primero empieza pareciendo un chiste y luego… ya ves. Este sí que era una bomba de tiempo ^^.
Me dio gracia lo de «hasta un perro abandonado nos ladra». Me gustó, sisi.
Un beso grande!.
😀
Juas, es brutal, el relato hace pasar el tiempo como el de la bomba, tic tac tic tac tic tac, intuyes que va a suceder algo, pero no sabes qué.
Magnífico.
Pues quitando el final, no hay ni gente que actúa de maneras así de melodramáticas! hasta a mi me ha dado verguenza de leerlo e imaginarme en una situación así
Un gustazo volver por aquí. Besos!!
BRUTAL.
Te llamas Quentin?
Me pasaré a menudo, me ha gustado tanto forma como fondo, abz