Archivo por meses: julio 2011

Credibilidad oficial

Carta anónima publicada en la revista GGT (Guía de la Guía Tab)
Valoración del editor/supervisor: Una pluma.

Es como antes con las revistas de cine o musicales. Quizá el mundo iba por ese camino. Cierta película tiene tres estrellas de cinco. Tal disco tiene cuatro y media, también de cinco (¡guau!, debe ser bueno…) Es ilusión de control. Un filosofo siempre ha sido alguien que tiene la carrera de Filosofía; si no, eres como mucho un pedante. Siempre hemos tenido facilidad para medirlo todo. Es la cultura de lo mensurable a cualquier precio. Ya lo era antes en muchos ámbitos, no debería extrañarnos tanto lo que ha pasado después.
Primero les tocó a los servicios (los lavabos). Quita las estrellas con las que se valora a las películas y en lugar de eso pon cinco pequeños retretes coronando la crítica. ¿Tú qué tienes en casa, un tres de cinco?, un tres de cinco está bien, es lo aceptable. Si alguien entra en el lavabo que sea y no hay papel higiénico, ese servicio no va a pasar de los dos retretes. Un hotel de cinco estrellas no puede bajar de los cuatro retretes en ninguna habitación; esto incluye pequeños detalles como toallitas de algodón para secarse (una cada vez), ducha, bañera, y por supuesto papel higiénico, siempre ha de haber papel higiénico (no puedes limpiarte el culo con una toallita).

Dada pues la nueva filosofía de ponerle nota a todo -algo que antes solo se hacía vía exámenes tradicionales-, nacieron los Supervisores. Cada vez hay más nuevas carreras de corta duración para seguir estudiando (lo que el escritor Jonathan S. Cuthbert ha llamado: «La inflación gratuita del ego»). Los futuros Supervisores que se encargarán de valorar a los padres, tienen básicamente tres asignaturas a aprobar con nota: Padres por accidente y decisión de continuar, Padres por voluntad propia, y Padres por obligación y/ o deseo ajeno (esto incluye a las típicas niñas que se quedan embarazadas en el lavabo de una discoteca y cuyos progenitores no tragan con el aborto). El Supervisor o Supervisora de turno acompaña a la familia durante un año, y valora la situación en base a dónde encaje entre las tres asignaturas/categorías. Tres bebés de cinco no está mal. Dos de cinco empieza a estar mal visto. Uno puede hacer que la familia tenga que entregar al niño en adopción. Esto último se da en situaciones extremas, en las que los padres maltratan al crío, lo explotan para ganar dinero, o dejan que sea educado básicamente entre canguros (la muchachas cuidadoras, no los animales; aunque esto último tampoco estaría bien visto).
Aplícalo al sexo. Hay Supervisores especializados en valorar a los hombres durante el coito (éstos, en este caso, son siempre mujeres), y Supervisores que se encargan de las mujeres (normalmente hombres). En parejas homosexuales, igual (con Supervisores gays y lesbianas). Esta práctica es la base de diversos conflictos en muchas relaciones. Puede que un día tu pareja se muestre en exceso melosa, incluso habiendo estado algo distante en la cama últimamente. Puede que te lleve a una habitación de hotel cutre en plan Promesa de Sexo Sucio, y que, al llegar, veas ya en una esquina a una extraña con una libreta y gesto adusto: una Licenciada en Supervisión de Capacidad Sexual Masculina (asignaturas básicas: Proceso de Preliminares, Colaboración para la Compenetración, Búsqueda del Orgasmo Femenino y Naturalidad General del Encuentro).
La valoración oficial de un Supervisor es material completamente válido en futuros procesos judiciales. Pero sobre todo es una cuestión de estatus. Se aplica la filosofía del sistema educativo de toda la vida regido por los resultados de los exámenes a básicamente casi todos los ámbitos de la vida. Negarse a todos los modos de supervisión te convierte prácticamente en un anarquista, o básicamente en alguien que tiene demasiado que esconder; tanto como para no dejar que valoren y puntúen debidamente tu vida, con lo que los demás tendrían una idea de a qué se atienen cuando se relacionan a cualquier nivel contigo.
¿Alguien ha puntuado ya tu nivel de higiene general?, ¿sabes organizarte en el trabajo?, ¿cómo empleas tu tiempo libre?, ¿qué puntuación global tiene tu casa?, ¿y tu salud?, tres estetoscopios de cinco como mínimo, espero… ¿Cómo me iba a relacionar con alguien con dos de cinco?… quizá fumador, mala alimentación, poco deporte… Te podrías morir mañana…

Son profesionales, te dirá todo el mundo. Deberías ponerte en sus manos, te dirán. ¿De qué tienes tanto miedo?, te reprocharán. Nunca afrontas las pruebas de la vida, te aleccionarán.

En las distintas publicaciones que nutren los Supervisores, se encuentran distintos ejemplos de esta cultura del análisis concienzudo al que ya la mayoría de personas e instituciones se someten en pos de ganarse la Credibilidad Oficial.
O Filósofo o Pedante. Y nadie quiere que le crean pedante, aunque lo sea. Pero con tus certificados de Supervisión se lo pensarán dos veces antes de poner en tela de juicio tu valía como ser humano, sea en el ámbito que sea.
Tu capacidad sexual se mide con pequeños brazos en tensión mostrando bíceps; tres brazos de cinco es más que aceptable. Si eres mujer, el símbolo son unos labios abiertos en forma de O con carmín rojo; y lo mismo, tres labios está bien, con eso ya eres alguien en la cama. Nadie te lo puede negar.
(Pero. En el caso de las mujeres, en este ámbito sexual, las que tienen cinco de cinco procuran evitar el tema de la supervisión por miedo a ser consideradas poco menos que unas guarras. Nada ha cambiado, con los hombres un cinco de cinco es prácticamente su mayor atractivo como pareja potencial.)
¿Tu casa es acogedora, bonita, etcétera? Eso se mide con chimeneas. Tres no está mal, pero la gente suele buscar las cuatro. Existe cierto tipo de orgullo inmobiliario.
Nivel educativo en la mesa. Platos. Tres platos significa que eres correcto (aunque justito) a la hora comer. Esto se basa en valoraciones como el no hacer ruido al masticar, comer la cantidad correcta, encender o no la televisión, amabilidad para con tus comensales…
Tu nivel de conversación se mide con un punto negro. Nadie sabe por qué… Un supervisor te acompañará a distintas reuniones sociales y se dedicará a tomar apuntes mientras tú haces vida social. Se requieren unas diez salidas de esa naturaleza. Tres puntos significa que se te puede aguantar. Cinco que la gente no se siente incómoda contigo ni tan siquiera durante largos silencios.

Etcétera.

(La lista de Supervisiónes potenciales es prácticamente infinta. Aquí sólo he querido exponer algunos ejemplos.)

Lo siguiente es un artículo/análisis final publicado hace dos meses en la revista Realízate, precisamente aludiendo al análisis conversacional. El supervisado que firmó previo pago el permiso de publicación es Antonio Sánchez Patán, arquitecto, casado y con dos niños. El Supervisor, Lorena Buñuel Retana (a su vez, editora de la revista).

Análisis final general del sujeto Antonio Sánchez Patán. Llamado comúnmente «Toni». Y “Tirillas” si su mujer no es partícipe de la conversación/reunión.

El sujeto Antonio se muestra cohibido en la mayoría de las reuniones. Parece tener un solo amigo auténtico (hay ciertas sospechas relacionadas con él que parecen más bien infundadas, y que por tanto aquí no abordaremos).
El sujeto Antonio, en sus salidas, suda de forma prominente dejando grandes cercos húmedos en la zona axilar en cualquier tipo de prenda. Esto condiciona en grado sumo cualquier tipo de encuentro, ya sea de naturaleza familiar, amistosa o conyugal. En el trato con sus hijos se muestra sorprendentemente seguro, responsable y hasta atractivo desde el punto de vista femenino. Pero en los roces conversacionales con adultos recurre a menudo al silencio, cuando no divaga durante minutos y minutos sobre cuestiones de trabajo o los distintos y poco significativos lances hogareños en casa con sus hijos. El aburrimiento se suele apoderar de la conversación en su turno de palabra. Parece que el sujeto Antonio intenta compensar su aspecto exterior a menudo casi sonrojante con un discurso calculadamente adulto que no suele encajar con el ambiente lúdico que se busca en la mayoría de reuniones amistosas; o en celebraciones como cumpleaños, comuniones, o simplemente cenas de viernes en las que la tranquilidad y el aislamiento de los asuntos laborales deberían ser óptimos.

El sujeto Antonio, pues, recibe la puntuación de dos puntos. A la espera de un nuevo análisis acordado una vez solucionado su problema axilar.

Lorena Buñuel Retana
Realízate

La cultura de la supervisión crece como la espuma en un mundo ya repleto de seres solo atentos con la búsqueda de la aprobación ajena total. Aceptación absoluta.
Servidor no tiene una vida, tiene la carrera de Informática, tres retretes, cuatro estetoscopios, dos bíceps en tensión, cinco chimeneas, tres puntos, dos platos, una mujer con cuatro labios, un perro con dos colas y un jardín con tres flores.

[Con mi afición a los videoblogs, de vez en cuanto se encuentra algún canal majo: atención a la muchacha del video. Abajo, sigo con Kate… hacía la compra, parece…]

El centro tóxico de la nube rosa

Solo podía pensar en los mismos poros y agujeros. Las mismas cuencas rellenas. No es tan distinto al mono del no-fumador reciente, cuando todo el cuerpo te pide y te pide y te pide. Cuando parece que te duelan partes que ni sabías que tenías, por dentro y por fuera. Tienes trabajando al sistema nervioso a tal ritmo que temes que se ponga en huelga. Respiras hondo. Solo podía pensar en malas canciones. En las niñas que se desmayarían viendo algo de sangre y sin embargo son exprimidas por vampiros de diseño.
Hay tanto malo que leer, tanta mala poesía y vida y trabajo. Solo podía reaccionar con negación al principio, era un rollo demasiado intenso, un trabajo extra con el que no tenía ganas de lidiar. Pero ahí estaba mi nuevo jefe, con esos rizos rubios horteras y el arco. Un idiota sobrevalorado de postal barata. El terrorista más buscado por la gente sencilla. El desorganizador. Creces e intentas mantener el control, y quizá cuando ya tienes tus fotos de boda surge ese trabajo extra, el jefe extra. El demonio real que vive en el centro tóxico de la nube rosa.
Total, que al menos a ratos crees que podrás mantener el control. Te haces el adulto y comienzas a convertir la cruda verdad en neuras y bajones, idas de olla, razones indeterminadas para una pequeña depresión que enseguida se te pasará… Dado que el asunto es jodido de narices, si lo hablas con alguien lo haces de tal forma que solo le das pie a que te subraye lo de la neura, el bajón, el ya-se-te-pasará… No quieres que te empujen hacia la verdad, quieres que te digan que ya haces bien, que no debes complicarte. ¿Acaso no estás bien como estás y con quien estás?
Lo habías planeado todo. Estabas convencido de que todo era una cuestión de lucha y cariño. Positivismo. De aceptar la convivencia. Ya habías visto películas… ciertas películas sobre… eso. Pero también las habías visto sobre zombis y extraterrestres. La realidad era otra cosa, ¿verdad? Sólo se trataba de tesón. ¿Qué podía torcerse si luchabas y eras honesto y trabajador? Vale, sí, el resto de la gente iba a seguir existiendo. Pero tú no eras tan débil. Por dios santo, en la cama de matrimonio tenéis un cojín con una foto de vosotros dos abrazados. Por narices eso ha de tener algo de auténtico. No puede ser solo “independencia”, “prosperidad”, “cierta garantía de sexo (al menos a corto plazo)”… Y el caso es que, hagas lo que hagas, la titular ahora solo te parece empalagosa. Pesada de narices. Lo hablas con el cabrón de los rizos cada vez que visitas el bar de la esquina (lo cual ya es frecuente), esa niñata ya te gusta tanto como cualquiera de los muebles modernos y rectilíneos que tenéis en casa. A ella le encanta ir a bodas y comuniones y demás zarandajas. Le chifla ser alguien maduro, con pareja y una estabilidad conseguida con razón y cálculos, desde la cabeza; cree que es una sentimental, pero su corazón hace mucho que sólo bombea apariencia. La sensación que da es la de que hace años que no siente nada que no sea más que una reacción a los mandatos sociales. Es tan… aburrida, te dice el de los rizos, reconócelo, ya ni siquiera te gusta “retozar” con ella; odias que te haga mimitos en público. Y yo te diré por qué, dice el muy cabrón recolocándose el arco, es porque ya no es ella la que te gusta…
(…)
Espera un momento, murmura, ni siquiera recuerdo tu cara…, a ti esa chica nunca te ha gustado ¿a que no?…; seguro que tu hermano mayor se casó a los 28 y te pusiste un tiempo límite o algo así, ¿me equivoco?
El golpe que oyes es tu corazón en la tabla del carnicero.
Habías terminado tu sodoku vital mucho antes de los treinta. Ya estaba. Todo hecho. Todos orgullosos. Eras inteligente porque tenías estudios. Eras guapo porque sabías vestir. Estabas enamorado porque te habías casado.
El cupido se retuerce de risa y no puedes hacer nada. Soy lo más parecido a Dios que existe, te dice, ¿acaso alguien en su sano juicio lo puede negar?
Sea como sea, surge un día la morena de los mismos poros y agujeros. Las mismas cuencas siempre rellenas con los mismos ojos oscuros que te miran desde fuera de tu burbuja inmobiliaria matrimonial. El cupido te pregunta si de verdad creías que la felicidad se firma como los contratos, y se retuerce de la risa; tose y está apunto de esturrear todas las flechas por el suelo. Y tú ahí en la barra, como un idiota, con tu anillo y otro sodoku vacío por hacer. El periódico sale todos los días, imbécil, dice el de los rizos, y comienza a tener arcadas.
Vomita y ríe y vomita y ríe, y te señala con un dedo rosado.
El día a día comienza a convertirse en una cuesta abajo cuyo fondo es el suicidio mental, neural, emocional, sentimental. A veces hasta físico. ¿No has visto a esas parejas sin amor que a los cuarenta y pocos y con un crío parece que pidan la eutanasia con cada gesto?, dice cupido. Se mete los dedos y te mira con los ojos inyectados en sangre; vomita mientras pide otra copa, por favor; a veces le vuelve el ataque de risa. Si te fijas, en sus ojos de cerdo sin alma puedes ver reflejada a la chica que ahora te gusta de verdad. El Montón de Problemas con zapatos de tacón. Otro lote distinto de ilusión. Si hasta ahora eras maduro, ¿serás de repente inmaduro al recular? Piénsalo, dice el ricitos, no has llegado a los treinta y estás hipotecado. Y no es una metafora, grita, y empieza a reír otra vez. Nadie más lo ve y tienes que aguantarlo.
Hasta tal punto llega su burla, que hasta toma la forma de ella. La voz de ella.
No es por ti, dice la tía, es por mí. No son neuras tuyas, era sobre esto sobre lo que querían hablar los poemas que escribías de adolescente. Por eso eran una mierda, cariño. Sólo se hubieran parecido a lo que sientes de haberlos escrito con el esperma que desperdicias ahora con tu mujer de 24 años. Ese cosquilleo que sentías al principio con ella no se parece a esto, ¿a que no? Era la mera necesidad de compañía, de otro polvo más; pero ya de paso, aprovechaste para montar el circo… Aunque los payasos fueran pensosos y los acróbatas acabaran día sí día no en el hospital. Porque no era más que un falso circo, cariño. No era más que precipitando los acontecimientos otra vez, encajando dos piezas del puzzle a la fuerza. Ni sospechando que una era del cielo y la otra del suelo cejaste en tu empeño.
El cupido vuelve a su forma normal de cabrón nazi emocional recién llegado de la nube rosa. Y tú ya lloras. Lloro. Le pides que no vuelva a hacer eso jamás, por favor. Él te dice que no te preocupes. Oye, dice, estas cosas las gestamos a diario en la nube rosa; tendrías que verlo, todas esas titis en biquini currando para mí. ¿Has visto esas pelis románticas americanas?, te pregunta, esas en las que siempre hay un personaje que es “la amiga” de la protagonista y que cree indefectiblemente en el amor y la espolea a conseguir al cuarentón famoso de turno… Pues tengo a un ejercito de esos personajes trabajando en la nube, dice; y créeme, de verdad creen que sólo reparten alegría…
Es cruel, le digo/dices. Eres un cabrón. Oye, te recrimina, sois vosotros los que creéis en la navidad y luego os casáis con la primera que pasa porque “sólo buscáis una buena persona”.
Estás bajando por la rampa a toda leche camino al suicidio mental. Tienes que decidir si una relación es algo que se siente o solo algo que hay que trabajarse. Aunque seguramente sea un poco de ambas cosas… Eres idiota, te dice el cupido, nos vemos cuando cumplas los cincuenta y ya ni tengas fuerzas para plantearte nada… No te creas que esto ha acabado.

[Arriba, qué demonios, me gusta el humor de los videos de Katy Perry… Abajo, creo que seguiré con el monográfico Kate Upton durante un tiempo. Y dense otra productiva vuelta por AQUÍ…]

Felación

Biblioteca. Yo ando con mi portátil, con naderías, trasteo. Enrique está a mi lado, repasando no sé qué apuntes de no sé qué carrera que está intentando sacarse poco a poco; de esas no presenciales. Todo muy de ahora. Me hace pensar en el típico abuelo que sale a veces en la prensa porque está estudiando a los setenta años «solo por el placer de aprender» (lo cual me hace pensar en si realmente el vejestorio de turno lo haría si la acción no fuera un hecho público; sería estúpido no reconocer que existe cierto modo de vitalismo de apariencia, un rollo muy en boga…). Enrique no tiene setenta años, pero lo que me hace hacerme preguntas es por qué no dedica aún su tiempo libre a cultivarse en algo que realmente le apasione.

Lo cierto es que estamos lo más lejos posible de ella. Pero no ha sido premeditado, Felación es de esas personas discretas que aunque no lo pareciera hacía tiempo que estaban ahí. En esta biblioteca enorme de techos altos tampoco es difícil pasar desapercibido. Quizá por culpa de sus gafas enormes (ahora ya no sé distinguir lo moderno de lo viejo de lo hortera), tiene pinta de empollona de cómic, o de serie de adolescentes. Un rollo a lo nickelodeon, por decir algo. El origen de su nombre se asocia a veces a unos padres hippies; otras veces dicen que ella no se llamaba así y se cambió el nombre sólo por provocar. En ocasiones hay gente que no se entera y piensa que es un mote. Eso ha derivado en que algunos crean que su actitud algo esquiva y/ o tímida ha de contrastar con una vertiente sexual nunca vista.
La muchacha lee uno de esos tochos tamaño bebé. Tapa dura.
Un escote dinamitador de conversaciones. Las gafas deslizándose hasta la punta de la nariz. En general es toda una cucada indie, quizá involuntaria. No casa demasiado con la historia que corre por ahí entre la gente que no sabe divertirse sin colocar de vez en cuando mierdas como pianos ante ventiladores industriales.

Si es verdad que una Felación de seis o siete años empuñó una escopeta de caza y mató a su hermana gemela, de verdad que yo creo que la chica que ahora vemos en la otra punta de la estancia tiene pinta de no poder con un arma así ahora. Imagínate a los seis años. Sentada no parece tan bajita, pero incluso Kylie Minogue puede parecer alta en los videoclips. A todo esto, me dedico a ver videos de Katy Perry con los cascos puestos. El tiempo libre puede convertirse en algo de lo más absurdo. Mirando de reojo, los apuntes de Enrique no me dan pista alguna sobre qué estudia exactamente, pero me da que no puede ser nada vocacional si no eres prácticamente un psicópata o un ordenador que está cogiendo conciencia de sí mismo… Creo que es muy probable que éste acabe siendo también un abuelo universitario. Seguirá acumulando carreras como si los títulos convalidaran para una vida posterior. Es como seguir y seguir y seguir entrenando por miedo a salir al terreno de juego.
No estaría mal hablar sobre el tema con Felación, pero lo cierto es que ni tan siquiera conozco su timbre de voz. Hablando en plata (o no), es un misterio con tetas.
Es cuando veo un video de una entrevista a Katy que apenas entiendo en el cuarenta por ciento que mi inglés me permite, cuando la muchacha se levanta (Felación, no Katy) y se dirige a nuestra mesa acunando el libro contra su pecho al estilo universitaria.
A medida que se acerca, su cara parece transformarse, coger un semblante más amable. O quizá es que desde lejos y leyendo pareciera más “oscura” de lo que en realidad es.
El libro que acuna no es una inversión de futuro en el sentido material. Es Contraluz, de Thomas Pynchon.
Una chica aplicada.
Se sienta en nuestra misma mesa, frente a nosotros. Saluda no sin cierto apuro. Deja su bolso y el tocho de Pynchon en la mesa. (Recuerdo haber fumado un pitillo al acabar de leer ese mismo libro hace años, casi me sentía como después de haber echado un primer polvo exitoso con alguien de quien llevara meses enamorado.) Felación dice:
– Tranquilos. No muerdo.
Es fácil de decir. Por lo que sabemos de ella, podría lanzarse contra nosotros libro en ristre y atizarnos hasta dejarnos en coma a Pynchonazos. Es irónico. Contraluz es de esos libros maratonianos que te pueden dejar igual de aturdido con un golpe que leyendo veinte páginas. La broma infinita de David Foster Wallace no se llamaba así por casualidad, no se trataba solo de una alusión al contenido del mismo. Felación parece una persona de las que te puede descolocar a esos mismos niveles sin necesidad de usar la violencia o sus pechos y demás.
Me quito los auriculares y digo:
– ¿Qué?
– Que tranquilos. Que no muerdo.
Enrique levanta la cabeza y se une a nosotros.
– Qué estudias – le pregunta ella.
Enrique se lo dice. Me quedo igual. Ni idea. Ella asiente por amabilidad. Sonríe mirando de reojo los folios. Felación dice que le duele la cabeza siempre que lee más de media hora seguida. Cuando tiene que estudiar necesita cajas y más cajas de gelocatil. Es lo único que me funciona, dice.
No hay nadie más, así que la muchacha no duda en hablar en un tono de voz lejano al susurro. Tiene un timbre más grave de lo que imaginarías. Esperas que hable con sonidos agudos, pero es como si estuviera aún en esa fase de cambio a la edad adulta sonora. Es ese detalle que da un rasgo de sutil agresividad a algunas veinteañeras por muy dulces que se perfilen exteriormente. De golpe sabes que ya hablas con una mujer, por muy joven que sea, y que los personajes de la pelis porno -con esos tonos de falsete- no son un reflejo de la realidad si no es en un porcentaje ínfimo entre la población femenina.
Entonces Felación dice:
– Oídme.
Dice:
– Esto es serio…
Dice:
– Vengo del futuro.

Vale, algunos rumores eran ciertos. La chica está como una puta cabra. Se llamaba Teresa o algo así y hace que todos la llamen Felación. Felación dice que sabe que no la creeremos, pero que en el futuro casi todo el mundo tiene nombres alusivos al sexo o la idea del sexo. Cualquier cosa asociada al coito o lo que lo rodea. Mi hermana pequeña se llamaba (o llamará) Himen, dice. La pequeña Himen, dice. Y aquí la tarada del futuro arruga el ceño. Se tapa la cara con las manos y empieza a… ¿sollozar? Balbucea cuánto echa de menos a su hermanita. Cuánto echa de menos a su Himen. La adorable Himen.
Enrique me mira de reojo. Enrique el práctico, el realista, el nunca satisfecho. Todo un profesional que nunca está conforme con los conocimientos que atesora (o más bien con los conocimientos que quiere que todo el mundo crea que atesora según sus títulos y logros oficiales). Enrique el talentoso para los exámenes y para torear a los profesores, mira a esta chica que dice que somos agua pasada. Y pregunta:
– ¿Estás bien?
Felación se pasa la punta de un kleenx por el rabillo de los ojos. Y dice que no nos riamos, pero que su padre se llamaba (o llamará) Glande. Su madre era Virginidad. Virginidad Martínez. Y un poco antes de que Felación acabara atrapada aquí en el pasado, estaba a punto de nacer su hermano Dedo. Eso dice. Dedo ahora debe tener unos dos años. Hace dos años que Felación ronda por el barrio y la universidad anexa a esta biblioteca. En realidad no sabemos nada fiable de ella. Con quién vive o qué estudia. Si está matriculada o sólo asiste como oyente. La verdad indiscutible es que nadie ha contado nunca en relación a ella nada de todo esto de los viajes en el tiempo.
Cuando no saben algo de ti, lo que todos hacen es llenar los huecos en blanco. Necesitan etiquetarte. Pero nadie tiene tanta imaginación. Para que la gente te crea, tu historia tiene que ser verosímil. No puedes decir de nadie que viene del futuro y que su padre se llama Glande y esperar que eso cale. La gente quiere oír historias más sobadas, tan típicas como sórdidas. Historias de cuernos y separaciones y desgracias repentinas. Algo en lo que creer y regodearse. Anécdotas sobre desencuentros y peleas de gatas. Cabreos monumentales, indirectas, cenas conflictivas, cumpleaños desastrosos. Grupos de amigos dinamitados. Colegas íntimos que hace años que no se ven. Los jugosos motivos. Los supuestos porqués. Teorías divertidas. Abono con el que cultivar más historias falsas vendidas como reales a las mentes de todos.
Y ahora esta chica se sienta aquí y nos habla de sí misma añadiendo sexo denominativo y viajes en el tiempo. Borra cualquier atisbo de credibilidad de su persona. Pasa a convertirse directamente en personaje. El cuento de su vida es tan estrambótico que no da para alimentar chismorreos potenciales. Demasiada fantasía. No tiene gracia. Lo que tendría gracia sería verla pelearse a gritos con algún novio aquí mismo. Verla agrediendo al novio o siendo agredida por él. O que le acusara de haberla dejado embarazada y negarlo. Una buena ruptura en directo. Un reality real. Si Enrique y yo fuéramos de esa clase de vampiros existenciales, cualquiera de esas cosas nos darían para unas cuantas cenas maliciosas y cutres a costa del dolor de Felación.
Pero esto se pasa de la raya. Toda la historia que ahora nos cuenta sobre cómo su prima Eyaculación ha quedado atrapada en los años noventa es demasiado bizarra para que la gente no pronuncie la palabra «loca», tuerza el gesto de mala gana y pase a otra cosa. Sísí, esa pava dice que viene del futuro, pero lo que queremos saber es lo que esconde de verdad, dirían todos. Lo que queremos saber es la sucia historia real. Todos los detalles. ¿Sexo con su padre quizá? ¿Maltrato infantil? ¿Es retrasada mental y fornica con todo el mundo por ello? ¿O demasiado inteligente y frustrada y fornica con todo el mundo por ello? ¿O virgen y quiere fornicar con todo el mundo por ello? Tiene que tener algo, algo válido aunque solo sea tangencialmente con lo que crucificarla socialmente; algo por lo que ella sufra, se desespere o hasta piense en el suicidio. Necesitamos esa carne cruda por la que pelear.

Los mofletes de Felación se llenan de sangre. Lo que sucede a continuación, no sé a Enrique, pero a mí me parece fascinante. Piensa en ese gesto de un niño mientras te cuenta una mentira. Una mentira elaborada quizá, pero mentira. Sus ojos sonrientes no hacen juego con el intento de su boca por parecer seria y segura. Felación se divierte con esto. Ahora lo sé. Le he preguntado cómo fue que viajó en el tiempo. Me lo está contando.
Felación quedó con un tío en el futuro, en su presente. Era un tío interesante, dice, ya sabes, de los que no parecen iguales que la mayoría. Dice que ella había oído hablar sobre los viajes en el tiempo y cómo se estaban produciendo. Pero ella no es de las que se cree cualquier cosa. Felación te mira a los ojos hablando. Te dice sin recular ni un momento en su “encriptación” que jamás vas a conocerla de verdad si ella no te importa de verdad. Nos dice eso contándonos que ese tío y ella fueron a un hotel barato. El tío se llamaba Feto. Pero no os confundáis, dice Felación, de feto no tenía/tiene/tendrá nada. El libro de Pynchon reposa en la mesa, dándome ahora algunas respuestas con su sola presencia sobre lo nada absurda en el fondo que es la chica que tengo delante. La muchacha dice que de verdad, que ella no tenía ningún miedo de la habladurías con ese hotel. Ella no escucha si no se trata de alguien que enuncie algo con sentido. La verdad, se exprese como se exprese, siempre tiene sentido, siempre cuaja, te proporciona esa sensación que lo cuadra todo en tu mente. Es el cosquilleo de la verdad. Yo no soy la única que ha viajado en el tiempo. Ya, decimos, Eyaculación, su prima. No, dice, no se trata sólo de ella. Lo cierto, dice, es que en esta ciudad reina el caos temporal. Es por ese hotel, dice, el hotel María Trona. Es un antro de dos estrellas, murmura, pero creédme, es el picadero más salvaje del país. No se puede comparar con nada. Es como el final del viaje, la última oportunidad. Parejas, tríos, orgías. Es por el objetivo temporal.
Convierte tu vida en una fantasía épica, me digo a mí mismo. Esta tía es Ballard poniéndotela dura. Felación dice que ese tío, el tío, aquel tío, sabía cómo follarla. Estaba encima de ella. Por aquel entonces el hotel aún no se había convertido en lo que es ahora. Dice que sus propios gemidos debieron despertar a todo cristo allí. Lo papeles de Enrique abandonados sobre la mesa; todo su futuro, sus credenciales siempre a medias. Yo hace rato que he apagado el ordenador. Me centro en los ojos de Felación. Y no aparto la mirada de ella cuando dice que fue en el momento del orgasmo cuando todo sucedió.
Cerró los ojos y la invadió toda esa electricidad. El placer se reprodujo subiendo por su espina dorsal. La polla de Feto hasta el fondo de Felación. Ella rodeando al tío con sus piernas. Temblores. Suspiros y demás…
Y cuando se quiso dar cuenta, abrió los ojos y ya no tenía a nadie sobre ella. Justo en el momento del orgasmo da el salto en el tiempo. Mira a su alrededor aún con su entrepierna palpitando, y la decoración de la habitación se ha vuelto retro. Todo era tan cutre, dice. Tan… años 2000… Tuve que buscar ropa en el armario cochambroso que había. Todo había cambiado o desaparecido excepto yo, dice. Total…, que ahora, murmura, todas las chicas que han saltado al pasado vía orgasmo no dejan de ir a ese hotel a tirarse a todo lo que se mueve para intentar volver al presente. Entorna los ojos. O… ya sabéis, mi presente, murmura.
Quiera o no, tengo una brutal erección bajo la mesa. Empieza a entrar más gente a la biblioteca. En fin, dice ella levantándose, acunando otra vez a Pynchon.
– Y dime -dice Enrique, con una sonrisa en exceso sobrada-, ¿los hombres no viajan en el tiempo?
– Cariño… -dice Felación-, ¿licenciatura en ciencias actuariales y financieras?… los hombres no sé, pero yo prefiero viajar en el tiempo…

[Arriba, video añejo de los Artic Monkeys. Llevo días youtubeandolos y ese video es representativo de por qué han llegado donde están… Abajo, tengo que insistir con Kate Upton (es una mezcla de falta de ideas y fanatismo lúbrico, es la novedad…) Por cierto, no dudéis en pasar por AQUÍ, o si eso… DESAPAREZCAN AQUÍ.]

Coco

Coco, dice la profesional, déjame llamarte así; eres una mujer fuerte, de verdad, una mujer preparada. Coco suspira. Fuerte, murmura Coco, fuerte-fuerte-fuerte…: mi padre era mucho de eso, muy fuerte…, se pasó la vida currando y solo consiguió… pasarse la vida currando. Y bueno, murmura, también una hernia. Encima estaba enamorado de otra mujer, y mi hermana y yo siempre nos sentimos culpables de su infelicidad. De su infelicidad y su fortaleza. Su fortaleza para aguantar el hecho de que era infeliz casi todo el tiempo. Para soportar a los imbéciles que utilizaba como confidentes diciéndole que podía cambiar las cosas. La vida ya amueblada. Sin ocasionar daños irreparables. Para mí, murmura, mi padre era fuerte, pero para otros era un cobarde; para los mismos que dicen que una relación hay que trabajarla y no solo disfrutarla; que hay que aguantarla, alimentarla, despojarla de sueños colaterales, otros caminos, otras personas. Esos realistas que hacen filosofía y a la vez te arreglan la vida… y al final solo son unos hipócritas cagados como la mayoría de la gente.
Coco, dice la profesional, ¿podrías dejar de mirar por la ventana y mirarme a mí para variar? Coco se toquetea las manos, la manicura perfecta. Con todo respeto, dice, usted no es para tanto…, el paisaje está bien, usted solo es una mujer…; una mujer con una pared llena de diplomas detrás…: Y yo ni siquiera soy lesbiana… no lo soy. Coco cruza las piernas, las piernas suaves y sin un solo pelo, morenas, adaptadas, fotografiables. La ventana está bien, asegura, me gusta mirar por las ventanas: dan ilusión de libertad.
De golpe, un sonido histriónico. La profesional contesta brevemente al teléfono. En susurros.
Las ventanas…, murmura como ida Coco, con según qué ventanas solo tienes usar una y se acabó…; le dan un nuevo significado a todo ese rollo pseudo-inteligente de «dar el paso».
Huele a flores, o a una suerte de aroma floral: un olor indefinido, “colorido”, artificial.
No es bueno que sigas por ese camino, dice la profesional.
La oficina es amplia, una estancia típica en la sede de Prectecnotimes de Periferia Microsoft. El paisaje suele ser gris al estilo británico. Como mucho, verde polución al estilo humano. Coco tiene la cara redonda, suave, la nariz pequeña, heterocromía en los ojos (verde/azul), pelo lacio castaño hasta los hombros; es un prototipo de mujer que no debería tener una baja autoestima en un mundo aún entregado a lo visual; la dictadura de la superficialidad estética para ella solo debería suponer una ventaja vital. Lo suyo, hablando en plata, debería ser parpadear, sonreír, caminar con gracia, y conseguir el trabajo o el polvo o la relación, todo eso sin tener que hacer esfuerzos titánicos por derribar prejuicios ajenos cebados por la apología humana constante de cualquier tipo de patrón.
Las tetas de Coco. El culo. Manos lo suficientemente pequeñas para no parecer jamás garras. Manos femeninas y suaves de ese modo en que sabes que jamás han manejado maquinaria pesada o apilado ladrillos. Es guapa, particularmente guapa, de esa forma en que ni un fotógrafo acompañado de un ejercito de estilistas podrían hacerla parecer anodina en una foto de marquesina. Tendría que ser un cabronazo que la odiara el que la estropeara con photoshop.
Coco se estira en la silla. Se despereza. De un modo casi infantil. Son las nueve de la mañana. Periferia ha amanecido bulliciosa y fría; lo más cálido que puedes esperar de ella. Su arte moderno, su tecnología, sus profesionales. El nuevo Londres, según algunos.
No me gustan las gafas que me han dado, dice Coco de repente. ¿Las gafas?, murmura la profesional. Sí, esas gafas de pasta enormes que ahora nos hacen llevar a todas en la empresa. Coco rebusca en su bolso a sus pies. Saca las gafas y se las pone. La enorme montura negra hace que su nariz se vea aún más pequeña, su cara parece retrotraerse a una Coco de cinco años. Las gafas infantilizan, casi pornográficamente. Hacen que encaje con palabras como Mona, Nena, Niña, Encanto, etcétera. Me siento como si alguien me tuviera que traer los plastidecor cada vez que me las pongo, dice. Tú no eres así de superficial, asegura la profesional, ¿qué importan las gafas? La profesional dice que si se las deja puestas se acostumbrará a ellas.
Coco, pues, se doblega por primera vez hoy, hace caso. Arruga la nariz y entorna los ojos intentando verse a sí misma, disconforme. Y vuelve a mirar hacia la ventana.
Los informes dicen que tu rendimiento no ha bajado, parlotea la profesional hojeando un dossier. Pero me han dicho que hablas con una persona… Que hablas más con esa persona que con otros compañeros… Y que esa persona es un hombre… Coco hace que sí con la cabeza, casi de forma imperceptible. ¿Me escuchas, Coco?… Coco arruga la nariz, sus gafas grotescas enfocadas hacia la ventana, las manos juntas. Lleva el uniforme de secretaria de diseño actual, de una pieza, sin mangas, falda por encima de las rodillas, zapatos de tacón alto, nada de medias. En una reunión de la junta estuvo a punto de decidirse añadir a la indumentaria un pañuelo al cuello. Se acabó desechando por hacer que todas parecieran azafatas de congresos para eventos puntuales, y no secretarias en una empresa seria y de prestigio.
Coco dice que es verdad. Que habla con un hombre. Un tipo, qué más da. Alguien. Que eso no debería ser relevante si el rendimiento no ha bajado. Sus piernas se descruzan, se acomoda en la silla, las vuelve a cruzar. Parpadea. Mira un momento a la profesional y luego otra vez hacia la ventana. Algún vehículo de carga va marcha atrás abajo en la calle; se oye ese característico pitido. La profesional dice que es verdad, que como ha dicho, Coco no tiene problema con su rendimiento. Pero el tipo sí. Ese hombre, dice, ahora parece desquiciado. Coco tiene que saber, dice la profesional, que ese hombre antes era un ejemplo a seguir en Prectecnotimes, y ahora ha tenido que coger unas vacaciones. Unos días para centrarse y volver a ser el de antes.
Varios trailers siguen entrando abajo en la calle en la zona de almacenes de Pretecnotimes. Todos esos pitidos constantes apagados suben veinte pisos y atraviesan a duras penas el cristal. ¿Son los trailers los que pitan?, pregunta Coco. No, murmura la profesional, son las carretillas que descargan los palés de los trailers.
Coco se quita las gafas. Las guarda en el bolso. Nos soporto llevarlas, murmura, ni tan siquiera tienen cristal. Se levanta de la silla y se acerca más a la ventana. Cruza los brazos. La profesional respira pesadamente. Se levanta también de su silla. Camina y se acerca mucho a Coco. Coco la mira. La profesional derrama lágrimas que bajan hasta su barbilla y hasta gotean. Le dice a Coco que va a tocarle la cara, que no tenga miedo. La mujer pasa la mano derecha por la mejilla de Coco. La mira muy de cerca a los ojos. Cariño…, murmura, no sabes cómo me duele esto. Abajo siguen los pitidos, el movimiento, los distintos tonos de gris. Todo en Periferia parece más o menos gris, incluso los colores más vivos. La profesional dice que ella no decide las políticas de empresa. Ella solo es una mandada. Respiración profunda. Una bisagra. Respiración profunda. Una pieza minúscula del mecanismo. Pitidos. Pitidos. Pitidos… Coco mira a la profesional, arruga la nariz, como consciente de lo que pasa sin saber nada de lo que pasa.
La profesional se sienta en su silla tras el escritorio. Coco sigue atisbando ahora por la ventana. La profesional dice que no está de acuerdo con el proceso para eliminar partidas defectuosas. Dice que ella esto de tener que hablar y dar explicaciones a las Coco le parece cruel. Pero no le queda más remedio.
Pitidos. Pitidos. Pitidos…
Profesional cuenta por qué hay ciertos libros que las secretarias no pueden leer en la biblioteca de la empresa. Dice que Coco no tiene recuerdos ni familia. Que todo eso son ideas de “humanización” para mejorar el rendimiento laboral. Si hay un motivo para trabajar, aunque sea ficticio, eso añade un factor de ilusión. La mujeres humanas comen, dice, hay un comedor especial para ellas en un sótano del edificio. El proyecto Coco tiene tres años, explica. Tú, cariño, eres el modelo Coco B-342.
Coco no deja de mirar hacia la calle. Murmura que ella no sabía por qué por las noches no soñaba nunca. Dice que está algo confusa. Ahora se da la vuelta y mira a la profesional. No tienes hermana, le dicen. No tienes pasado. Por las noches no duermes, eres almacenada. Ese tío, ese hombre con el que hablabas, se enamoró de ti, dice la profesional. El problema, argumenta, es que aún no se ha dado con un modelo de secretariado cyborg cuyo nivel de autoconciencia solo vaya enfocado al trabajo, y no también a los humanos. Las Coco no os podíais sentir alicaídas ni despertar sentimientos en vuestros compañeros de carne y hueso. La profesional se levanta de su silla. Tenías que sentirte realizada, pero sólo para con la producción, dice. Tenías que creer que eras feliz; no ser feliz de verdad. Ni entristecer de verdad. Ni ser de verdad.
Pitidos. Pitidos. Pitidos…
Se ha encargado una nueva partida de secretarias, otro modelo, dice la profesional. Creí que podría salvaros a algunas de vosotras, solloza. Lo de las gafas era una última prueba que os han puesto. Absolutamente todas os habéis revelado en mayor o menor medida. Lo siento, dice, lo siento mucho…
Dice: Hoy os desactivarán.
La habitación queda vacía sin los lloros de la profesional. Se ha ido como una exhalación después de dar la buena nueva capitalista. Los ojos de la secretaria siguen secos. Su hermana se pelea con ella en su mente en una bañera. Son muy pequeñas. Son mentira. Su primer amor, el sexo… nunca ha tenido sexo. El año 99. Aquel año tan genial para ella. Quizá estaría bien conocer al ingeniero que ideó ese recuerdo.
Coco acerca su silla hacia la ventana. La abre. El murmullo de Periferia. Pitidos, los pitidos aún más presentes. Se sube a la silla. El aire a esa altura es constante, azota con energía. El modelo B-342 sale con cuidado y camina por la cornisa. Desde abajo no parece tanta distancia. Coco se pregunta si sentirá algo humano cuando impacte contra el suelo.

[Arriba, temazo de Radiohead en una de esas grabaciones donde los grupos de verdad lucen de verdad (lástima que la grabación entera de 55 m ya la han censurado en Youtube). Abajo, el producto de dos tíos chateando; de repente alguien me pasa cierta galería de fotos de cierta muchacha con propensión al exhibicionismo. Y entre las fotos, me encuentro esta de abajo. Y no encaja… ¿Quién es él?, ¿su abuelo?, ¿un salido que ha coincidido con ella en alguna «fiesta en el jardín»? Mi teoría es la del putero. Tío con pasta. 5000 euros por pasar un fin de semana con ella. Y si eso… DESAPAREZCA AQUÍ.]

Terapia anal

Jamás siento tanto dolor como con eso, dice Esmeralda (Esme, 23 años), en serio, ese rollo es enfermizo, ¿por qué nadie lo ve? Para mí ya es lo más natural que hay, dice Alicia (Ali o Alicia, 25 años), simplemente te relajas, y con el tiempo te acaba gustando…; perdona que te lo diga, Esme, pero creo que lo que te pasa es que no tienes fuerza de voluntad, cariño. Ya, murmura Esme, lo que pasa es que tú no tienes que lidiar con la polla de ese animal… Es una cuestión de diámetro, digo, lo mismo que nos provoca orgasmos al uso es lo que hace que nos duela cuando nos la meten las primeras veces por… ya sabéis. Creo que para que esto funcione, dice Alicia, deberíamos ser sinceras y medir los miembros con los que lidiamos… todo… longitud y diámetro; así sabremos de qué habla cada una.
Yo soy Yo (Yo, 24 años). Esto no es “oficial”, es el grupo de apoyo anal semanal. Solo somos tres. Esme y yo no nos adaptamos aún a los nuevos tiempos, pero al menos lo intentamos. Alicia antes no, pero ahora dice que ya no se acuesta en la misma cama que su novio si en algún momento él no está dispuesto a trabajarle todos los orificios.
Les cuento que mi bisabuela murió hace diez años. Mi bisabuela decía que en su época no había muchas chicas que se dejaran hacer eso. Era algo que se reducía más bien al cine porno. Eran una generación salida de cierta revolución sexual a nivel europeo. Empezaba a darles menos vergüenza reconocerse sexualmente activas, quizá incluso podían practicar algún oral de vez en cuando, pero nada de dejarse dar por el culo… Eso, decía mi bisabuela, era un tema más bien tabú; obviamente a todos los chicos les apetecía, pero es probable que jamás surgiera el tema en pareja, y si lo hacía quedaba claro que la chica no estaba dispuesta a pasar por ahí. Al menos la gran mayoría de chicas. Obviamente a ella todo ese rollo le parecía repugnante, aunque bueno, a mi bisabuela todo le parecía repugnante; la homosexualidad, las demás razas, la viagra, el ateísmo, las demás mujeres… Para ella todo era inmoral. El coño servía para parir y de vez en cuando hacer que tu marido se callara, y el ano… bueno, el ano tenía una labor meramente digestiva, para ella que un tío quisiera meterterla por ahí era como querer metertela por el ojo. Cabe decir que siempre sospeché que la mujer jamás debió tener un orgasmo de verdad.
Me da mucha pena tu bisabuela, dice Alicia. A mí no, pienso, era de esa clase de personas llenas de mierda y con derecho a voto. Esme dice que en la nochevieja del 2083, cuando ella tenía dieciocho años, un tío quiso llevársela a casa. Ella sabía que si se iba con él y ponía pegas con el anal lo más probable era que no volviera a verle. El problema era que el tío le gustaba. Ahora sé que era un gilipollas, pero entonces lo que hice fue prácticamente violarle, dice; tomé las riendas, y cuando él ya gesticulaba para pillarme el culo, se la chupé hasta que explotó. Estuvimos cinco semanas juntos, asegura. De aquella época, susurra, tengo una habilidad para chuparla que me dan ganas de grabarme y compartirlo con el mundo, os lo juro. Esme dice que al final el tío se cansó y dejó de presentarse a las citas. Borró a Esme de los quince o veinte chats y servicios de mensajería y etcétera en los que podía localizarle. Pero por suerte para entonces él ya no me gustaba como al principio, añade.
¿Os sabéis esa leyenda urbana sobre la panadera que nunca la chupa?, dice Alicia.

A más sesiones llevamos menos definidas están la reuniones. Últimamente nos las pasamos hablando sobre la “Pareja recién instalada”. La Pareja recién instalada está formada por unos amigos comunes. Ella tiene 24 años y él 27. Se dice que ella aceptaba independizarse con él si él prometía no intentar nunca con ella el sexo anal. Él estaba tan enamorado, dice Alicia, que acabó aceptando. Los rumores dicen que el chaval tiene un ano amante. Que queda con una puta sólo para aliviar sus necesidades anales. Todo lo demás va bien en la convivencia; ambos tienen trabajo y se quieren de esa forma en que la otra persona es como una extremidad tuya y demás. Casi te los imaginas agotando la esperanza de vida juntos. Enterrados para siempre ataúd con ataúd. Esa chica es cruel, dice Alicia. No estoy de acuerdo, dice Esme, hoy por hoy yo no podría casarme con nadie, por ejemplo. Lo tuyo solo es un problema de no-dilatación personal, dice Alicia; es un rollo mental, te cierras de mente y se cierra todo lo demás. Pasa en todas las facetas de la vida, dice, no se trata solo de impedir que la polla de turno entre, además dejas de absorber conocimientos; dentro de muchos años seguro que habrá una leyenda urbana sobre alguna panadera que se niega a practicar sexo anal. Ése es el problema, digo yo, que ya casi es imposible creer que haya chicas que se niegan a practicarlo.
La pareja recién instalada se instaló recientemente en un piso al uso. Ochenta metros o algo así. Todo tal y como lo esperas; la cocina (una cocina), el salón (un salón con su sillón y la tele plana y demás), las habitaciones (habitaciones… cama de matrimonio…). Todo tan práctico como aburrido si no es tu piso y aun así tienen la necesidad de enseñártelo. Se dice que esto lo suelen hacer las parejas recién instaladas porque les ha costado mucho esfuerzo conseguirlo. Alicia dijo un día: A mí también me cuesta la tira madrugar cada mañana, y no invito a nadie a verlo: no tiene puta gracia… Todos hemos pasado por ello más de una vez, y la “Pareja recién instalada” ha estado dando la vara recientemente. Te ves ahí asintiendo mientras ves una lavadora, una pila o un balcón pequeño; abres los ojos como platos viendo una cama de matrimonio; ¡el sillón es extensible!, y cómodo, no te creas. Los cuadros que han puesto también son fascinantes, todo es sencillo pero acogedor; el piso también está bien ventilado por supuesto… Haces el papel. Pero con la “Pareja recién instalada” sólo puedes pensar en que el culo de ella está cerrado por principios.
Para un tío debe ser como lamer una teta que no tiene pezón, dijo una vez Esme.
Un piso cuco en pareja, sin pezones.

Un día Alicia va y llama al cincuenta por ciento femenino de la “Pareja recién instalada”. La llama y la trae engañada a nuestra reunión anal semanal. Viernes por la tarde. Estamos donde siempre, el sótano minúsculo de la casa de los padres de Esme; y Alicia se ha presentado con Olga del brazo. Olga y su culo con ideología física, o hasta política, o feminista, no lo sé… ¿Un culo de dirección única sería un culo de derechas?, ¿o todo lo contrario?, ¿un culo que reclama sus derechos de culo meramente funcional para una necesidad básica podría hasta ser un culo sindicalista…?, ¿la clase de culos que están en contra del sexo anal serían la clase de culos que se manifestarían ante una clínica abortiva? No paro de pensar en todo ello mientras Olga nos da dos besos a todas, y capta cada detalle del sótano con su mirada verde, con su cabeza pelirroja y quizá análmente cornuda.
Olga pregunta luego que por qué estamos sentadas en sillas y formando un círculo. Alicia sonríe. No te preocupes, dice, es un rollo de chicas, venimos aquí a veces, echamos el rato… Sí, dice Esme, no somos una secta, no te preocupes… Olga me mira a mí. Sonrío sin decir nada y miro a Alicia, casi formando con los labios la palabra «ayuda». Bueeeeno, dice Alicia, pues ya estamos aquí. ¿Cómo te va la vida de… en pareja, Olga?, pregunta. Me sudan las manos. Esme me mira y mira a Olga, y me vuelve a mirar a mí, y Olga dice: Pues muy bien, no me puedo quejar… Y todas reímos, en un intento lamentable de relajar el ambiente. Un enorme ano cerrado flota sobre nuestras cabezas. Se hace un silencio violento de verdad. Todas miramos a Alicia. Alicia mira a Esme y dice que si hay algo de beber, cerveza o algo así, o vino, algún vino, ¿tienes vino?, pregunta mirando de reojo a Olga y luego clavando su atención en el centro de las pupilas de Esme.

Veréis, dice Olga media hora después, a mí me da igual lo que hagan las demás; por mí como si os queréis meter una frutería entera por ahí, pero yo no soy como una bola de bolera con tres agujeros… Nadie va a… cogerme como le de la gana. A mí no me va ese rollo, dice, y desde el primer día se lo dejé claro a Tomás (el otro cincuenta por ciento de la “Pareja recién instalada”); y en serio os lo digo, soy una gran feladora, soy… lo digo en serio… hay… ¿queda vino? Alicia le rellena la copa. El caso, dice Olga, es que… Esme resopla e interrumpe preguntado si Alicia ha llegado a ver el piso de la “Pareja…”. No cambiéis de tema, dice Olga, esto es importante; es importante saber decir no, porque… ¿Tú estás a favor o en contra del aborto?, la interrumpo. Yo…, balbucea, respeto mucho a los fetos, pero creo que la mujer debe decidir…; como iba diciendo, mi culo… Entonces, pienso, un culo cerrado podría ser un culo de izquierdas, quizá hasta un culo comunista radical (toda esa intransigencia sexual…)… A Olga le entra una arcada. Todas nos incorporamos en nuestra sillas ¿Estás bien, cariño?, pregunta Alicia. Quizá debería acercarle un cubo, dice Esme, aquí abajo no hay lavabo… No os preocupéis, murmura Olga, solo ha sido…. Y entonces sucede, toda su cara se arruga alrededor de su nariz. Rompe a llorar.
Algo se desmorona dentro de Olga. Alicia se arrodilla frente a ella arriesgándose a ser duchada por vómitos comunistas anales. Una mano primorosa de Esme empuja un cubo hasta dejarlo entre los pies de Olga y las rodillas de Alicia. Esme y yo arrastramos nuestras sillas para acercarnos a Olga; miramos el cubo y la miramos a ella, y luego volvemos a mirar el cubo… El cubo es muy pequeño, casi como de juguete, para llevárselo a la playa para los críos; tiene un dibujo de Minnie Mouse casi desgastado del todo. Esperamos a que Olga pueda articular palabra entre tanto lloro. Creo que las bragas de algodón se me están metiendo por la raja… tanto que para recolocarmelas tendría que bajarme los pantalones. Hace un calor asfixiante (o quizá es la situación). Esme mira el cubo y a veces lo acerca un poco más a los pies de Olga. Alicia acaricia el pelo de la muchacha, que sigue hundida. Minnie juega con unos globos, alguien le ha pintado unos dientes horribles con tipex. Olga respira pesadamente y levanta una mano, comienza a abanicarse con ella. No lo soporto más, dice. No aguanto, dice. Y: No puedo seguir viviendo así. Esme y yo miramos a Alicia, suplicantes. Alicia susurra: Viviendo cómo, cariño… Mintiendo, dice Olga, mintiendo como una puta… Parece que va a romper a llorar otra vez en serio, pero se contiene, e inesperadamente suelta un eructo. Esme empuja un poco más el cubo de Minnie hacia los pies de Olga. Alicia le dice que puede hablar sobre lo que sea, que cada semana nos reunimos aquí para eso; nada de lo que hablamos aquí sale de aquí (aunque eso solo es un mantra… un mantra que es mentira…). Olga dice que vale, que está bien, que decirlo en voz alta le ayudará. Claro que sí, dice Alicia, seguro que no es tan malo… cuenta lo que quieras.
Olga dice que los primeros días de convivencia en casa “Pareja…” fueron viento en popa. Eran un equipo. Todo funcionaba, y Tomás jamás sacó el tema anal. Se limitaba a lamer esa zona, pero ni tan siquiera se atrevía a probar con un dedo. Mi argumento más potente, dice, es que a él seguro que no le gustaría que le insertaran nada por el culo… cada vez que le decía eso antes de vivir juntos se callaba o cambiaba de tema; es el punto débil de los tíos casi siempre cuando se trata de sexo anal. Pero con el tiempo, balbucea, yo misma comencé a no poder quitarme el tema de la cabeza. Olga narra su experiencia con cierto video que encontró por Internet. No sabéis la vergüenza que me da hablar de esto, dice.
En el video alguien le metía un pepino a una mujer por el ano. Era casi violento, dice Olga, pero la mujer… La mujer eyaculaba a chorro, no parecía apenas quejarse de dolor alguno; de hecho podías notar que la pizca de dolor que sintiera formaba parte del juego, era en parte lo que hacía que eyaculara de esa forma. El video era bastante largo, dice, y era asqueroso…; pero era real, ¿sabéis?
Olga dice que se sentía incapaz de contarle eso a Tomás. Lo que había visto y cómo se había sentido al verlo. Llevaban cuatro años juntos, y antes de irse a vivir al piso ella había dejado muy clara su opinión respecto al tema. Era casi moralmente inaceptable que se retractara con eso. Fue cuando él dejó de hablar de ello cuando me comenzó a interesar a mí, dice Olga. Creo que porque ya no tenía que reafirmar ningún tipo de integridad en relación con el tema, dice. Olga cuenta que al no hablar de ello acabó cogiendo perspectiva con la idea. La idea de que alguien con pocos miramientos la penetrara por ahí.
A media confesión, Olga rompe a llorar otra vez. Alicia se encarga de ello. Olga sorbe, se abanica con la mano. Esme empuja el cubo con el pie, un poco más.
Una noche le dije a Tomás que quería da un paseo sola, dice; fue una excusa muy mala, él no se quedó tranquilo; además lo del paseo no me daba mucho más de media hora; y más de noche; y más sola…; pero, qué queréis que os diga, no se me ocurrió nada más. Olga pega un trago largo de su copa. Todas miramos el cubo, incluso ella. Luego mira hacia el techo, se abanica. Cuenta que hacía dos días había conocido en su trabajo a un chico cubano. Era un chico de la limpieza en las oficinas. El muchacho bromeaba con ella, y a la vez no dudaba en probar a ver qué pasaba si de vez en cuando hacía un amago de tirarle la caña.
Total, que acabé quedando con él al día siguiente para vernos; para vernos en su piso. Además, dice, vivía con otro chico: comparten piso…
Es verdad, dice, el primer día no fue agradable… o al menos no todo el tiempo; pero al día siguiente…
…me acabé… corriendo…
Olga dice que ese tío la estimulaba vía clítoris mientras la penetraba por el ano. Ese tío hace las cosas de tal manera que confías en él, dice; confío en él más que en Tomás. Me estimulaba el clítoris y a veces hasta me penetraba la vagina con los dedos y… no tenía sentido… porque él la tiene más grande que… ya sabéis, murmura Olga. Con Tomás sólo lo intenté dos veces, y la sensación era de… torpeza… y… da igual si yo no estaba igual de colaborativa. Bebe de su copa, la acaba, Alicia la rellena, Esme acerca el cubo hasta el punto de tocar con él los pies de Olga. Olga dice que ahora si no tiene una polla por la vagina y otra por el ano, no llega ni a correrse. Un día se apuntó el compañero de piso, dice, vino a la cama conmigo y el cubano… Dice que hace un mes que sale todas las noches a dar un paseo nocturno. Una hora. Tiene una arcada. No sé qué hacer, susurra. Ya no soy feliz en mi vida “oficial”, murmura. Y: Es mi terapia anal…

[Arriba, tema de un buen grupo que publica primer disco más que interesante: The Vaccines. A ver qué es de ellos. Abajo + desnudo. Y si eso… DESAPAREZCA AQUÍ.]

La autovía de los mil carriles

No ha sido una buena idea leer a Borges hoy. Miro a mi alrededor en la terraza, la chica no llega. Quince minutos de retraso ya. Según las fotos es perfectamente apta para un poster de taller mecánico. He visto su perfil sólo por encima, aficiones y demás; algún dato en cuanto a gustos musicales ha hecho que deje de mirar rápido. Me pica la polla (no el prepucio en sí, más bien la zona del perineo), siempre que hace demasiado calor me pica la polla. Me suda la espalda. El objetivo hoy es meramente superficial. La idea es la humedad subyacente en el deseo ancestral + caja de condones. No ha sido una buena idea leer a Borges hoy porque el plan de la jornada no casa con la profundidad, no al menos con el modo de profundidad que incluye el no quitarse la ropa interior. Cuando la muchacha llegue debo filtrar el pensamiento, convertirlo en «normalidad». La mayoría de gente arruga el ceño si tienes más de un punto de vista sobre cualquier tema. Si dudas. El objetivo es saber bien qué ruta ha cogido la chica en la vida, salir de mi camino lleno de trampas y acompañarla al menos esta noche. Y sospecho que su ruta es la de la autovía de los mil carriles. Ovejas con carnet de conducir. El canto del loco.

Es tal y como la imaginarás. El resultado de una genética afortunada, ese moreno que hace que tu dentadura parezca más blanca de lo normal, pelo largo (no importa el color, no suele ser el natural), ese tipo de peinado que te hace pensar en muñecas y prostitución. En su cara: Varias tardes en busca de cosméticos. Esa clase de escote en el que quieres hundir la nariz. Piernas entre las que quieres estar ahora. Sandalias de talón alto, uñas de los pies rojas. Y todo parece indicar que, cerebro de diseño. Otra buena chica salida de la cadena de montaje de las buenas chicas. Otra persona educada en la “humildad” teledirigida. Un coche de scalextric que de vez en cuando se sale del circuito, pero sólo sin querer (rebeldía con horarios). Sentimiento de culpabilidad femenino adaptado al machismo más puro. Un interior ideológico, sospecho, formado por la peor clase de “sutil” conservadurismo. Un móvil al que sólo le falta satélite propio. Bolso: Una tarde entera de tiendas, quizá dos. Sus tres últimos estados en Facebook: “¡Hoy cena de chicas!”, “Recién llegada del curro, y muy cansada…”, “Día de lluvia, tarde de peli :D”.
Habla de su trabajo todo el rato. De sus horarios. Desarrolla anécdotas de oficina que acaban indefectiblemente con un resoplido. Es esa clase de vida que te deja tan agotado que cuando tienes tiempo libre te pasas la mitad del mismo pensando que estás agotado, y que ya mismo tendrás que volver a hacer eso que hace que estés agotado. Eso que hace que un cubata sea casi un símbolo de la felicidad profunda en nuestro mundo. Lo que convierte una discoteca oscura y ruidosa en sinónimo de libertad; porque nadie te manda allí dentro, allí no tienes por qué hacer nada. Emborracharte hace que dejes de pensar en lo que te agota, o al menos deja de importarte durante un rato. Entiendo perfectamente a la chica; pero esa es justo la clase de vida que hace que dejes de aprender y profundizar en la misma aproximadamente a los trece años.
Entonces te unes a la autovía de los mil carriles. Sales adelante. Vas tirando. Y la autovía es tan ancha y hay tantos como tú, que te sientes arropado, no eres un idiota porque toda esa gente te acompaña, todos hacen lo mismo. Son honrados, luchan. Poco importa si hace años que dejaron de tener curiosidad o ilusiones. Da igual si la felicidad ya significa simplemente no tener un accidente de coche. No importa si lo que queda de vida ya es una especie de domingo por la tarde alargado hasta la muerte. Hay tantos coches…, es un mar de coherencia y sentido común en la autovía de los mil carriles, eso dicen; porque todos vamos a una, todos hacemos lo mismo y por tanto eso es lo que hay que hacer. Nos damos palmaditas entre nosotros al parar en una estación de servicio. Follamos para aliviar el dolor que esconden tan a menudo nuestras sonrisas. Apoyamos con la boca pequeña creencias increíbles para no dejar de creer en la vida después de la muerte, otra vida que -por favor, por favorcito- no se parecerá a ésta. Llenamos el coche de gasolina otra vez. Volvemos a follar si podemos.
Porque follar es fácil, es el alivio instantáneo. No es de extrañar que los fanáticos religiosos carguen siempre contra la marcha atrás, el condón o los anticonceptivos. Es como si en la creación se hubiesen decidido ya las sagradas bases del juego, de la vida, y con el tema de la procreación nos hubiésemos librado. Es como si hiciéramos trampas. Quizá la forma en que luego se intentó compensar esa falla organizativa fuera incluir el amor en la ecuación. Eso indudablemente complica las cosas. Meter en el mismo saco sexo y amor podría haber sido la última apuesta de nuestro Señor. Porque es obvio que si Dios existe es cruel. Por eso he quedado hoy con la chica del poster; no se trata tanto de relacionarse como de huir. Lo bueno es que el tiempo pasa, las ideas cambian, y si te adentras en la autovía de los mil carriles ahora, te darás cuenta de que hay tanta gente circulando ahí que cada vez los hay más que están dispuestos a disfrutar sin pagar peaje; cada vez hay más “irresponsables” que paran para hacerlo en el asiento de atrás en cualquier sitio. Hay quien dice que la mujer es la mayor creación de Dios; pero si Dios es un cabronazo tal y como queda reflejado en el sentido común y los libros de historia, está claro que la mujer es su mayor error. De hecho, seguramente la mujer es la mejor prueba palpable de que Dios no existe.

Olvida las metáforas. Quizá. Vamos en coche. Ella conduce. Dice que le quedan algo así como mil años y trillones de horas extra para acabar de pagarlo (el coche), pero aun así lo trata con bastante brusquedad. Saca la cabeza por la ventana y grita que tiene las bragas mojadas. Metáfora o no, vamos como a cuarenta carriles del arcén derecho. Somos tantos que no puedes avanzar a más de treinta por hora. Nada de viento en la cara, nada de “el placer de conducir”. Piensa más bien en cuando tu madre te daba de crío una bolsa de plástico para que mearas estando en un atasco. Siempre de camino. La felicidad está en el camino. Palabra de Dios. La chica me sonríe porque está borracha. Somos jóvenes y necesitamos ocupar nuestro tiempo libre con nada. Ya hacemos lo suficiente en el trabajo, aunque en realidad odiemos nuestro trabajo. Nuestro trabajo porque nuestra carrera “tenía muchas salidas”; ahora no sé si se referían a las tías a las que podías haberte follado por aquel entonces o si de verdad hablaban de felicidad. Ahora creo que realmente solo hablaban de esto, la autovía de los mil carriles. La felicidad está en el camino, o más te vale. La muchacha me pide que le sujete el volante, saca la cabeza otra vez por la ventanilla, esta vez para vomitar… Los coches de alrededor hacen sonar el claxon. Por algún motivo. Quizás simplemente por tenerlo a mano. La tía mete la cabeza y ahora todo huele a vodka y jugos gástricos. Le digo que quizá sea mejor pillar la siguiente salida, que salga a caminar y le dé el aire. Hace que no con la cabeza. No-no-no-no-no. Dice que ya estamos llegando. Sin duda era un día de mierda para leer a Borges. Le pregunto que a dónde estamos llegando. Y se ríe en mi cara. Su aliento oliendo a vomito, el olor asociado a haber pasado un buen rato en nuestra vida. Olor a descomposición. La idea de que se siente en mi cara ya no es tan atrayente como hace dos horas. En serio. Hasta la idea del sexo puede corromperse; incluso en una mente masculina. Todo es un mar de luces traseras; de luces de freno. Pasamos al lado del coche de un señor realmente mayor. Aquí mi pareja sexual de hoy, saca la mano y le saluda con vigor. El hombre nos mira, y a la mínima oportunidad cambia de carril, se aleja. Le pregunto a mi ligue que si está segura de saber a dónde vamos. Vuelve a reírse. ¿Tú lo sabes?, me pregunta, y lo hace gritando. Por mi lado pasa un coche lleno de niños. Como cuatro o cinco críos. Me gritan que han visto un accidente, que si yo lo he visto. Uno de los críos sangra por la nariz. Desvío la mirada. ¡En el carril veinte!, grita la chica a mi lado, ¡dos muertos! ¡Dos muertos a treinta por hora!, grita, y se ríe con tanta fuerza que cabecea el claxon dos veces. Algunos coches se contagian y también tocan el claxon, y mi ligue circunstancial ríe aún más fuerte. Le digo que si aún está mareada; me dice que no disimule, que el rollo de verla vomitar me ha puesto cachondo. Me cuenta que hasta la chica más mojigata contrae la vagina mientras vomita, y que si en ese momento tiene un pene dentro, el tío que sea puede conseguir el orgasmo de su vida. Seguro que pensabas en eso, me dice, arrastrando las sílabas. Sílabas de borracha. Y le digo que se deje de mierdas, que pare donde sea, que en ese sitio, en esa terraza nos han echado algo en la bebida. Está clarísimo. ¿Eso quiere decir que no se te va a levantar?, susurra, y me pone una mano en el paquete invadiendo el carril contrario.
Porque no estamos en una autovía inmensa ni vamos a treinta por hora, y un camión viene de frente. Cojo el volante y meto el coche en nuestro carril de golpe. Ella se ríe con esa risa de borracha, otra vez. Ella disfruta del camino. Nuestros esfuerzos se centran en los motivos por los cuales ahora necesitamos estar borrachos. Ponemos a prueba nuestros límites. ¿Hasta qué punto puedes esforzarte y exprimir tu físico y tu mente en algo que te es indiferente o hasta insoportable a largo plazo? La chica ahora coge un desvío. Por algún motivo (alguno entre cientos) rompe a llorar. Es sábado noche. Ya no queda tanto para volver a alimentar nuestro ansia de desconexión. Una vez leí que un tío no podía tragar líquido ni sólido por una infección de garganta, y a resultas se emborrachó vía intravenosa o algo parecido. El trabajo da la dignidad, dicen. El tío murió al ingerir no sé cuántos litros de Ginebra. Me extrañó el hecho de que no se especificara de qué vivía el hombre, a qué estaba dedicando su vida para después necesitar emborracharse a cualquier precio.

Al final la tía sí sabía a dónde iba. Un hotel cochambroso. Pensado para vidas paralelas, deslices matrimoniales, choques frontales contra la existencia y demás metáforas más bien poco originales para hablar de sexo y suicidio. La colcha de las camas es como plástico al tacto, y no es gratuito. Si el conserje o quien sea oye un disparo, llama a la policía y prepara los productos de limpieza. A veces, si el tipo que pide la habitación tiene la suficiente pinta de acabado, el conserje llama sin esperar a la policía y lo prepara todo mientras el desgraciado que sea sube las escaleras con la bolsa sospechosa de turno. Es otra cabeza llena de ideas fracasadas que se van a escapar por el orificio de salida…, y eso lo va a tener que limpiar alguien, todos esos planes para ser feliz estropeando otra moqueta.
Gracias a Dios la ducha que hay en la habitación es practicable. La muchacha, sólo entrar, se deja caer en la cama. Esa especie de plástico resbaladizo hace que se deslice y caiga en el suelo al otro lado. Se oye un quejido. Y luego risas. Sería horroroso estar aquí con ella si no fuera porque puedo compararlo con volver el lunes al trabajo.
Al final consigo arrastrarla hasta la ducha. El efecto de lo que sea que nos metieran en la bebida ya se está pasando. Al entrar en la habitación tenía la sensación de que las mesillas que flanquean la cama tenían ojos y boca. Como emóticons-mesilla. Me estiro en la cama mientras esa mujer de la que ni recuerdo bien el nombre se ducha o se queda inconsciente bajo el chorro y luego tengo que ir a sacarla del baño.
Al final no pasa nada. Sale con una toalla liada sobre las tetas, y parece algo avergonzada. Le digo que voy a ducharme yo también. Ella lleva condones, yo llevo condones. Me sigue picando la polla, necesito agua fría, sentirme más como un ser humano y menos como una patata frita…
Luego, cuando ella está encima de mí, aún con el pelo mojado ambos, cuando mueve el culo con mi polla dentro y parece sorprendéntemente enérgica y reestablecida (ella, no mi polla; aunque a mi polla no le pasa nada), entonces pienso otra vez en todo. Todo. Las paredes vaginales suelen darme una suerte de lucidez superior; además añaden un componente de desdramatización. Nada parece tan amenazante ni deprimente durante el sexo. Parece que las cosas puedan arreglarse de verdad. Que nada puede ser tan malo como para no poder afrontarlo. Hasta la chica que me cabalga -unos minutos antes no apta ni para quedar otra vez con ella para echar un cortado- ahora parece una buena opción hasta para la convivencia, una buena tía a la que querer y mimar. Alguien de quien enamorarse y por quien sufrir. Una mujer con la que envejecer. Esta es la mejor parte -quizá la única parte buena de verdad- de la autovía de los mil carriles. Ahora ella arquea la espalda y me pide que me corra. Llega la luz blanca que no lleva a la muerte. El error de planificación de Dios con final feliz.

[Arriba, en el video, concierto de hora y media de Radiohead en Glastonbury (2009), que para lo que me gustan pocos videos he puesto de ellos. Abajo, más desnudo, y si eso… DESAPAREZCA AQUÍ.]