Comienza la fiesta. Añade emóticons sonrientes o tristes por todos lados, a tu juicio. Yo lo haré. Son la semilla moderna del amor y el sexo que viene, de las frustraciones futuras y las nuevas familias.
Sigue por el pasillo y mira a Fulana meterle la lengua hasta la garganta a un fulano desconocido contra la pared, a escondidas de la reunión en la piscina. Vienes de uno de los lujosos lavabos de la casa y hay cosas lujosas que ver por todos lados.
Sales al aire libre.
Fíjate en el murmullo de gente en el césped, hay un DJ y una barra y aún no ha dado tiempo a que nadie se emborrache. Alguien te dice que una morena tiene interés en conocerte. Te lo dice la morena a quien tú tienes interés en “conocer” (absorber, fotografiar, sobar, invitar a cenas; esa novia de tu colega de toda la vida…). Asientes agilipollado perdido y vas hacia la barra fingiendo seguridad en ti mismo. En realidad sólo eres el emóticon triste de un chat pasado de moda. Ni siquiera en eso estás a la moda. No te gusta el vodka pero pides un vodka con naranja. No siempre es una cuestión de gustos, a un alcohólico no es el sabor del whisky lo que le pirra; se trata de escupir a la vida, difuminarla. Del mismo modo, te quitas las gafas para perder las formas, para deformarlas; puede que todos te miren, pero a ti te la sopla, por lo que ves igual podrían ser Teletubbies.
Borjita da la nota tirándose a la piscina. No sabes si alguien le ha empujado o si solo es idiota. Es divertido, se ve, todos ríen. Ríen porque es idiota, o porque es divertido, o porque no son ellos quienes pasarán el resto de la noche con la ropa mojada. Todo carece de importancia. Emóticon apuntándose con una pistola en la cabeza y volándose los sesos. Análisis quizá innecesario de cierta realidad. Minimalismo casi seguro gratuito. Se te acerca alguien y te comienza a hablar. Es una chica y supones que es la chica que quiere conocerte. Porque se acerca notablemente y casi notas su aliento a lo que sea que beba, algo como fresa alcoholizada. Cortas su discurso, y al mirarla bien ves una de esas chicas “de ocasión”, como sacada de una serie americana en plan “Felicity” u “Orange County”, de esas tan guapas que casi ni te importa que no tenga tetas. Aun así le dices que si alguna vez ha imaginado una reunión de Alcohólicos Anónimos con fresas. Fresas cada una con su etiqueta con el nombre en el pecho, fresas inocentes obligadas a dar sabor a cubatas que sólo son la consabida excusa para emborronar vidas humanas. “Hola, soy Fresón Gutierrez y soy alcohólico”. Todos: “Hola, Fresón”. La tía te mira y te pregunta si estás borracho.
Felicity al final desiste y se aleja para contarle a todos que estás colgado. Emóticon sonriente con un deje cínico. Bebes un trago largo y tienes la mente en blanco. Se ha acercado ese colega tuyo, te espolea a que vayas a por la morena. La morena equivocada. Le dices que ekjdjodershskhgpasoderollosjkahgkasdjk… Sueltas lo primero que se te pasa por la cabeza, intentas cambiar de tema. Pero tu colega insiste en que esa tía está mojada por ti y que idfsiifdhtópicosgdkdsjkshjsks… porque deberías follartela, carpe diem, a caballo regalado no le mires el diente, etc. Te dice:
– ¿Por qué?
Porque es tu novia la que me interesa y, sinceramente, Felicity necesita ir a más al pueblo y ponerse hasta el culo de morcilla…
Y tu colega, otra vez:
– ¿Por qué?
Kdfhgkidiotezjhfsklshglclichékghjmamarrachadaklshjslk…
Le sueltas un rollo que ni tú sabes muy bien a qué viene… Tu discurso acaba con un intento de apología urbana del amor monógamo. Pero si tu colega hubiera leído entre líneas sólo hubiera visto una sucesión de puntos suspensivos interrumpidos por emóticons la hostia de deprimidos, una suerte de emóticons diseñados por Houellebecq que te miran y te dan ganas de hacer un viaje a África para volver un mes después en plan sentido y espiritual y sonriente porque “aquella gente con nada y menos ya es feliz y yo tengo un Ipod en el bolsillo…”.
Una fresa enorme se tambalea por la calle en medio de la noche. Siete sesiones en los AA y aún le gusta ser explotada por chicas delgadas en suntuosos cócteles color rojo llenos de grumos y que hacen juego con el vestido de Miss Etiopía Cool Indie que te cagas… Ahora la piscina está llena de tíos intentando llamar la atención. Son ese perfil de gilipollas-superficial-pero-cahitas que hace que muchas digan eso de En el fondo es un trozo de pan, más mono… La cualidad del tipo estándar de chulito que muchas usan como excusa para clavarse sobre algo duro y con abdominales, es que quizá no es un delincuente. Mientras tanto, quizá el chico gordito del instituto estudia a conciencia para mutar en empresario y joder a los tíos que se follaban a las chicas que a él le gustaban en la universidad. Puede que esa clase de superficialidad sea la raíz de todas las catástrofes. Puede que una mamada en el lavabo de una discoteca en el momento oportuno sea la clase de detalles que harían de este mundo un lugar mejor. No viajes a África, chica mona, mejor pilla a los gorditos de tu promoción y dales el repaso de su vida.
Menuda existencia barata que llevas. Te sientes como el chavalín de “Aquellos maravillosos años”, el que estaba colado también por una morena que era más alta y más guapa que él, y cuyo mejor amigo se decía que era Marilyn Manson de crío. Emóticon furioso. Hazlo, conviértete en otro depredador, te dices. Y, con tu mejor estado etílico, cuando, joder, piensas, tampoco estoy tan mal, tomas una decisión, una cualquiera, en este caso la más popular. Una vez te mediste el pene con una regla, y lo sabes. Tienes unos cuantos centímetros por encima de la media nacional de la que se habla en esos telediarios actuales en plan guerras-DEPORTES-gilipolleces (en China tu polla sería una monstruosidad). Tienes pensamientos de borracho mientras caminas hacia el grupo en el que está Felicity con otros homenajes a la anorexia.
Te acercas pues a ella, y no sabes ni qué coño dices. En cualquier caso, ella sabe leer entre líneas lo de “Antes no sé qué me ha pasado, pero sí, quiero follarte y demás…”. Y aunque la muchacha sabe que tú no tienes abdominales a menos que te untes con aceite, te pongas en tensión y hagas un ejercicio asombroso de autoconvencimiento ante el espejo. Aun así, te acompaña y te lleva directamente hacia la casa. Caminas con ella al lado, y es tan delgada y femenina que temes se te desmonte y la tengas que llevar al hospital (o a un mecánico) para reestructurarla y que pueda seguir pensando que tíos como tú se pirran por poder ver el esqueleto de las veinteañeras cuando van en biquini.
Entras con ella en una de las cuatro mil habitaciones-con-cama que hay en la casa. Ni siquiera sabes quién coño es el anfitrión o anfitriona aquí. Lo tuyo es más ir a baretos cutres o quedarte en casa satisfecho de no haber ido a ningún bareto cutre. Lo tuyo siempre ha sido estar en un local mientras alguien te habla sin que puedas escucharle bien mientras la canción que suena es imposible de identificar entre todo el ruido de grupos de amigos maquinando excusas para salir del antro cuanto antes sin parecer unos aguafiestas.
Felicity no quiere “charlar”. Quiere meter su lengua en tu boca y procurar que no pierdas la erección mientras trasteas con el condón y te lo pones en tu polla occidental sumamente condescendiente con las pollas chinas.
Luego todo va de fábula. Sientes como su vagina se contrae y piensas en ir al gimnasio de ahora en adelante, o al menos en apuntarte a uno. Sin embargo, estando encima de ella, puedes ver lo que pasa abajo por la ventana. Aceleras el ritmo. Ves a la morena “original” paseando alrededor de la piscina, como husmeando a su alrededor, buscando a alguien.
Te corres en el condón. Otro genocidio católico.
Felicity parece satisfecha, o lo disimula muy bien. De todos modos, no te la imaginas siendo feliz en China.
Se viste. Te pide tu número de teléfono con un tono como de “otro-para-echar-al-montón”. Se despide dándote un beso en los labios. Parece más satisfecha por el hecho de haberlo “conseguido” que por el sexo en sí. Te la imaginas perfectamente llegando a casa y apuntando tu nombre en su diario cual niño pega cromos nuevos en su álbum de fútbol.
Abajo el ambiente está caldeado. Tardas un buen rato en enterarte de lo que pasa. Aún sientes la vagina de Felicity. Ella ha vuelto con sus amigas del “Foro para perder cinco kilos en tres semanas”. Te miran de soslayo y cuchichean. Primero piensas en que bueno, te acabas de follar a su amiga y ella está enseñando la medalla y demás. Luego te entra el pánico y dudas sobre si estarán dudando sobre la nacionalidad de tu polla. Paras de andar justo al borde de la piscina, aún drogado de vodka y zumo de veinteañera. Un par de chicas chapotean y te miran con malas pulgas. Aún no eres del todo consciente de que el ambiente está caldeado y la cosa tiene que ver contigo. No es que más adelante vayas a enterarte del todo de lo que pasa, pero al menos te podrás hacer una idea. La morena que te gusta de verdad está rodeada por sus amigas. No ves a su novio, a tu colega. Más tarde alguien te dirá que “se fue hace ya rato”. Tiene uno de esos trabajos que te obligan a ir de traje y que tantas bragas moja por una mera cuestión de estilismo chic y estatus social. El tío tenía que madrugar para coger un avión.
El caso es que, la que hace meses consideras algo así como «el amor de tu vida» (esta expresión es muy maleable en tu mente, en realidad imaginas que jamás llegáis a casaros o tener hijos, os limitáis a follar como conejos monógamos mientras criticáis a las parejas que en realidad no están enamoradas y aun así necesitan casarse y tener hijos para sentirse completas), la chica que se te aparece en sueños que normalmente solo son absurdos y te convierten en alguien perturbado, te está mirando de reojo. Y lo está haciendo con auténtico y puro odio.
Emóticon cabreado que no veas; un emóticon de un chat hipermoderno con una variedad de emóticons cabreados que raya la brutalidad digital.
Te quedas quieto al borde de la piscina. No entiendes nada o no quieres entenderlo. Además, todo el mundo parece entenderlo todo de sobras. Eres el malo. O peor, eres uno más. No te enteras. Te han puesto una prueba. La morena a la que quieres de verdad, ahora solloza y una amiga la abraza. No eres especial. Al parecer a veces un novio solo es un complemento. Eso te dice ella sin hablar mientras sorbe y mira en tu dirección. El club de los huesos hundidos en aceptación social sigue con las risitas; y al parecer éstas no tenían nada que ver con tu papel en la cama o la dudosa nacionalidad de tu polla. Es posible que la hayas perdido hoy -a ella, no a tu polla- jugando al cachitas falso folla-anoréxicas. Esperas a que alguien te empuje y te tire a la piscina. No eres capaz de dar un solo paso. Tampoco te atreves a preguntar qué pasa. La chica que te gusta de verdad está más cerca de una pin-up que del esqueleto de Kate Moss. Eso ahora te duele, solo ese detalle. Sabes que es tu tipo. Sigues quieto, sin ser capaz ni de planear tu siguiente movimiento. Y sigues oyendo risitas y lloros. Ni siquiera hay emóticon para ti.
[Sigo con el monográfico (pereza-por-buscar-videos) sobre kate Upton; esta vez, en el spot de Sobe se os reta a mirarla tan solo a los ojos… La gestación del libro sigue su curso; quizá pronto pueda ver algunas ecografías (no estoy seguro de que esta analogía tenga sentido…) Por cierto, os invito a visitar mi otro blog de reciente nacimiento, el MIERDAS.]