Llevo media hora bostezando como un idiota. Este es el trato y yo lo acepté. Solo es un cortometraje, pero el director está haciendo que el proceso se eternice. Además, de algún modo, ha reclutado a una modelo de Victoria’s Secret para cierto papel. Creo que ha aceptado bastante engañada. Aun así, va de un lado a otro del set, sonriente, y hasta desconcertando y haciendo que muchos se ruboricen.
Yo acepté mi papel durante una borrachera de las patéticas. De esas de ir ya como una cuba con dos chupitos. El director me dijo que el actor que tenía firmado, al final se rajaba. Yo le dije que a mí no me mirara, no soy actor. Él dijo algo sobre un poco de pasta. Yo dije ¿qué?, él dijo una cifra, yo dije “vale, sí”. Y luego vomité la cena justo en frente de una mesa llena de chicas que estaban engullendo los postres.
Dos de ellas también vomitaron; sus diademas-polla cayeron al suelo, pringándose.
Luego le dije al director que no, yo solo era el guionista, y él dijo en voz alta otra cifra. Estábamos borrachos, a mí en realidad me daba igual intentarlo o no, y a nadie le importaba un carajo.
Bostezo largo…
Esto va de esperar. El director se llama Sergio y es de esos tíos que tienen contactos. Yo escribí una historia corta sobre una pareja que se besaba sin parar. La idea para el corto, era que la pareja no se despegara, el plano se fuera abriendo y cerrando, y el decorado cambiara; algo como: los personajes se besan en el bar donde se conocen, el plano se cierra en el beso, y al abrirse están besándose en un parque, etcétera. Hay que narrar la historia sin diálogos. Es todo pura técnica, pasta, pero un concepto sencillo. Algo que alguien con cabeza podría narrar en cuarenta segundos para un spot televisivo, pero para lo cual aquí el amigo Lynch 2.0 necesita como diez putos minutos.
El guión es pura burla, algo como: Bar: beso. Parque: beso. Cama: beso. Comida con los padres de ella: beso delante de ellos. Comida con los padres de él/yo: beso también. Y así todo el tiempo, toda la relación. La ocurrencia cabe en un post-it.
Pero yo no tenía previsto comerme con patatas ningún rodaje. Yo sólo lo escribí.
Aquí el señor Kubrick de garrafón se cree que le nominarán para los oscars como cortometrajista…, va de un lado a otro, rascándose la cabeza.
Bostezo furioso.
Estoy sentado, apoyado en una pared. La muchacha de Victoria’s Secret viene dando saltitos y se me acomoda en el regazo. Estoy a punto de quemarla sin querer con el cigarrillo. Me habla con su español con acento de Oxford. Tiende a ser muy sobona. Lo cual no me parece mal. Aunque resulta extraño; dejé de considerarme moderadamente atractivo hará unos veinte kilos y como un millón de de cigarrillos.
Es una situación surrealista. Llevamos siete días morréandonos rodeados de gente. A veces, el director quiere repetir las tomas tantas veces que ni tan siquiera nos separamos. El primer día no hubiera podido dar una opinión objetiva sobre si disfrutaba o no con tanto morreo. Pero ahora ya son tantas horas de beso, que en algunas tomas tengo que hacer verdaderos esfuerzos por controlar la erección.
Es cruel. Como si te gustan los coches y te dejan conducir un rato alguna máquina fuera de tu alcance. Y luego te la arrebatan.
Debe ser algo muy parecido a la definición de la prostitución de lujo.
La muchacha en cuestión se llama Kimberly. Es lo más humanamente parecido a una nube neumática color rosa que huele a perfume todo el día. Es rubia de cuerpo entero, y su cara redonda debe ser la misma que cuando era niña. No mea ni caga, y ahora puede tener como 19 años. Aunque teniendo en cuenta mi tino para las edades femeninas, igual tiene 25…
Hay un tipo que suele aparecer por el rodaje, y que creo es su representante. El tío suele mirarme mal. Diría que no es su novio. No les he visto intimar lo más mínimo, y quizá sea la única persona a la que Kimberly no ha abrazado o besado al menos en la mejilla aquí.
Mientras la chica me dice al oído algo que no entiendo, asiento sin parar. Sonrío con moderación.
Y, dada la extraña confianza que tenemos, le pregunto al fin su edad.
18 años, dice.
Abro los ojos como platos y ella sonríe. Cuando sonríe, es como el sol con tetas arrasando la Tierra. No responde demasiado a ese perfil de delgaducha sometida a los imperativos de la moda cara. No te la imaginas vomitando después de las comidas. No tiene lo que se dice un aspecto enfermizo… Ya puesto, le pregunto quién es ese tipo que me mira mal (ahora lo está haciendo). Ella me confirma que es una especie de representante. Me lo define con la palabra «chupasangres». Me cuenta que a ciertas agencias no les hace puta gracia que sus chicas se echen novio. A algunas les da por colarse de algún imbécil insípido con mi perfil, y en lugar de seguir siendo esclavas cool, hacen por centrarse en sus estudios, rechazan trabajos, o hasta dejan la profesión para ser “personas serias” y toda la pesca. No puedes pasarte ni quedarte corta, me dice; no puedes hacer algo más que follar ocasionalmente y desfilar. No puedes irte de la olla y decidir dedicarte al porno. Lo que quieren las agencias y las marcas, es mantenerte en el rebaño de tías buenas mientras sigas siendo una.
Ahora, una mujer en pantalla o en fotografías de catálogo, suele ser más una niña que una mujer. Todo eso me dice. Para la moda o el cine, una chica de más de 28 o 29 años, ya no solo no es joven; es que quizá ya comience irremediablemente a hacer papeles de madre. Y después, a salir en esas webs en plan “¿Qué fue de…?”.
Lo peor, me dice, es que muchas chicas de la vida real se lo creen. Creen con 18 años que tener 25 ya no es ser joven, y que para cuando tienes 30 eres vieja y deberías comenzar a pensar en la muerte o en tener hijos o algo así.
Según la moda y el cine, dice, tu capacidad erótica como mujer se va no muchos años después de haber tenido tu primera regla.
Tengo su culo embutido en mi paquete, y no hace más que moverse, restregarse para cambiar de posición como si estuviera en una butaca de cine.
Luego nos llaman para rodar. Diez años. Tengo diez años más que aquí la amiga íntima de las erecciones accidentales. Y ha resultado que, además de haber tenido suerte en el reparto genético, sabe usar la cabeza.
Nos dicen dónde tenemos que colocarnos, y comenzamos ya a besarnos antes de que nadie grite acción. Inercia.
Pasan hasta dos minutos hasta que comienzan a rodar. Gritan corten y vuelven a pasar dos minutos hasta que nos despegamos.
Y luego toca otra vez esperar.
Pero vamos a regodearnos en el contexto. La mayoría de la gente fracasa al intentar describir un sentimiento. Es como intentar hacer un excel de la textura del pensamiento. Toman nota de sus relaciones personales para afrontar mejor las siguientes. Pero en líneas generales eso es algo absurdo. Las personas no son como los coches. No aprendes a conducir uno y luego el resto ya son más o menos iguales.
Además, esa situación se complica a medida que la gente es más libre. La libertad conlleva una enorme responsabilidad.
La pizpireta Kimberly, con sus 18 años y su chasis sólo potencialmente empeorable con photoshop, es una bomba atómica sentimental. Y yo no soy de piedra. De hecho soy como de mantequilla derretida (quizá espolvoreada con cenizas de cigarrillo). A eso, hay que añadirle que hay dos circunstancias en que el amor sí tiene edad. La primera y más obvia, es si tu pareja te saca por ejemplo treinta o cuarenta años. Puede que vuestro vínculo no tenga edad, pero la muerte sí.
La segunda circunstancia en que el amor sí tiene edad, es por ejemplo cuando tu compañera de reparto en el rodaje de un corto inacabable, no solo tiene diez años menos que tú, sino que además eso te coloca a ti de lleno en la edad adulta, y a ella justo en medio de un campo de minas de novios y relaciones y experiencias que seguramente tú no tengas derecho a estropear con tu detector de metales.
Es decir, da igual que ella se deje, ¿qué derecho tienes a secuestrar a esa chica de su primera juventud para meterla en una relación ni remotamente seria?
Aunque podría ser un error, siempre he querido ser responsable en las facetas de la vida que la gente considera parques de atracciones para sus genitales e impulsos; e irresponsable para lo que todos se ponen serios y sacan pecho.
A todo eso, obviamente, hay que sumarle que, no es que ella sea sexualmente atrayente, es que es empíricamente atrayente. Esto no está sujeto a una cuestión de gustos, solo puedes acertar o equivocarte. Es la base con la que muchos trabajan sus relaciones. Ven a la tía buena y saben que nadie les podrá negar que está buena. Luego se la ligan, salen monísimos en las fotos, y más adelante siguen o no juntos dependiendo del nivel de conformismo que sumen en pareja. Es el ejemplo clásico de emparejamiento: sin amor real ni complicaciones en exceso, y tan extendido en muchas casas como la Coca-Cola o el televisor desde que se inventó.
Al final del día, sólo es el final de otro día de rodaje. Kim y yo nos cambiamos por turnos en una especie de caravana propiedad del director. Luego salimos juntos del set. No estamos muy lejos de ningún sitio, estamos en la ciudad. Caminamos por la calle juntos hasta que tenemos que separarnos. A veces me invento alguna excusa, como que he quedado en cierto lugar con amigos o algo así, y la acompaño hasta el hotel en el que se aloja. Me viene de paso, le digo.
Antes de separarnos, nos damos dos besos. Son dos besos fuera de la ficción, así que de algún modo sí tienen un significado u otro. La rodeo con un brazo y ella se deja hacer. La aprieto levemente contra mí. La beso en una mejilla y luego en la otra. Procuro que siempre haya contacto, que no sea ese rollo simbólico de juntar mejilla con mejilla. Noto a veces sus tetas a través de la ropa. Si me atrevo, incluso le pregunto si está bien, le digo que puede pegarme un toque cuando quiera; intento que el momento de separarnos sea lo menos frío y protocolario posible. No es que pase nada importante, es algo más parecido a un relato de Raymond Carver que a un rollo de comedia romántica americana. Pero no está mal. Porque ella siempre responde del mismo modo, sonríe en plan devastador, y nos decimos que nos veremos mañana.
[Arriba, segundo trailer de «Los hombres que no amaban a las mujeres». Recordemos que lo realmente importante es que es la nueva película de David Fincher. Esta vez el trailer parece más pensado para venderle la moto al gran público (que no me extraña, sobre todo después de las reacciones de éste con «El árbol de la vida»). Abajo, más Kate Upton (esta chica debe guardar toda su ropa en una caja de zapatos…). Había pensado en dejar de poner fotos de ella, pero luego me he dicho: ¿Por qué? Por otro lado, vuelvo a aconsejar cierto BLOG que visito a diario. Y no dejéis de pasar por el MIERDAS; se hace el blog duro, pero en el fondo es todo sentimiento.]