Archivo por meses: noviembre 2011

La cabaña de siempre

Año 2011: Conduces tu coche del año de la pera ya de noche. Salvas curvas de lo más cabronas intentando llegar a la cabaña idílica de siempre, la cabaña del invierno para ti y tu chica, una escapada, la huida a la cabaña de vuestra navidad. Sólo ves lo que las luces del coche ven. Sabes que se te puede cruzar algún bicho en algún momento, alguno más sustancioso que las decenas de mosquitos que llevas ya pegadas al parachoques y que has visto hace unas tres horas, cuando paraste y dudaste con tu novia sobre si follar en el lavabo cochambroso de cierto bar de carretera. Los camioneros os miraron raro (o más bien miraron lascivamente a Sandra) y decidisteis salir de allí, y entonces visteis el parachoques lleno de los cadáveres de esos mosquitos.
Ahora crees que fácilmente podría cruzar de repente la carretera un ciervo, y producirse así un cadáver de ciervo. A veces el animal “vuelca” al impacto del coche, y atraviesa la luna de éste hiriendo de verdad a sus ocupantes. Es una de esas cosas que pasan en las películas y al parecer también en la realidad. Te gustaría estar disfrutando de la conducción, pero no es así, no eres así; está empezando a nevar y sólo quieres llegar a ese sitio y ducharte con Sandra. Iniciar las vacaciones navideñas sexuales esperadas desde las pasadas vacaciones sexuales con Laura, la anterior Sandra. A veces las relaciones no duran, pero al menos sabes que a cada nueva pareja le pertocan al menos unas vacaciones sexuales. Una salida honesta. Nunca nadie es tan sincero como cuando moja las bragas o tiene una erección. Para muchos es como lo contrario a ir de museos. Puedes decirle a quien sea que le quieres, pero no puedes disimular el sexo.

Habéis llegado y os han dado las llaves del nido. Veríais el paisaje de verdad si no fuera ya de noche y no nevara al estilo de los telediarios. Crees que ella debe estar ansiosa, deseosa de saliva y polla y demás, pero en lugar de eso, de repente se da una ducha rutinaria y dice que está cansada. Sandra, la nueva Laura. Y tú decides darte otra ducha meramente dedicada a la higiene; ni tan siquiera te planteas zarandear delicada y conyugalmente a tu novia cuando llegas a la cama de matrimonio, y la encuentras emitiendo sus suspiros habituales por sobredosis de vida.
Son algo como las once. También estás cansado, pero la erección no baja. Vuelves al lavabo y recurres a una foto de Laura que aún guardas porque Sandra confía en ti.

Ha amanecido y sigue nevando, el cielo está blanco de esa forma en que lo está cuando parece que jamás pueda volver a salir el sol. Sandra te ha dicho «prefiero esperar a la noche» cuando has metido tu mano en sus bragas unos dos minutos después de que despertara. Dos minutos te ha parecido suficiente. Pero ella se ha levantado y ha paseado sus curvas hasta el lavabo sin añadir nada más.
Es día veintidós de diciembre. La idea es siempre huir de todos, de la familia y la vida tal y como la entiende cualquiera con doscientas manías inconscientes y conexión a Internet. Una vez te pareció una buena idea sustituir los tumultos y los villancicos por sexo sin más, y así actúas desde entonces. Podías apagar las luces e imaginar que ella era Laura. Podías planear una buena táctica para solidificar tu negación. Es lo que mucha gente hace, pensaste. Si Cupido creyó que le iba a bastar con ese rollo de las flechas y los rizos, ahora ya debe estar realmente pillado por el alcohol o enganchado al juego, endeudado hasta los dientes; probablemente ya hace mucho que perdió su casa y se pone cada día a la cola en los comedores de beneficencia.

Año 2007: Laura, bueno, es como tú siempre habías querido que fuera alguien, o más bien, sobre todo, lo que habías deseado en una mujer en el apartado vital/sexual. Es difícil describirlo elegantemente sin que al oyente se le desencaje la mandíbula bostezando ahogado en metáforas color rosa. En esencia es una chica independiente, capaz de sarcasmo y a la vez tonteo, pero por encima de todo, única en su forma de ser y ver las cosas. No es una chica de ésas que parecen medio sumidas en una necesidad brutal de consuelo por parte de su pareja el cincuenta por ciento del tiempo. Ésas que siempre parecen agotadas y siempre necesitan ir a «otro sitio», «a casa», «…». Habías visto a chicas así, y te costaba horrores imaginarlas teniendo un polvo salvaje una vez llegadas «a casa» o donde fuera. Casi te resultaba difícil aceptar que tuvieran tetas, vagina o alguna clase de apetito sexual.
Laura no veía el sexo en términos de sumisión, moral, u ofensas potenciales que dar y recibir. Lo concebía del modo que una hiena concibe la suerte de tener delante el cadáver de una jirafa. Para ella el sexo no era solo un ritual de consumación romántico, era la oportunidad de pasarlo bomba comiéndose hábilmente al otro.
Luego estaban, por supuesto, las veintitrés horas y pico restantes del día, que fueron las que acabaron jodiéndolo todo. Jodiéndolo de forma gradual y casi imperceptible, como si hubiera un bloque de hielo enorme al sol y al cabo de un rato miras y ya no está. Y entonces la gente te pregunta y no se te ocurre nada concreto que decir. Ni siquiera ha habido cuernos ni nada parecido que tú sepas. Y ninguno de los dos ha sacado el hielo de la nevera. Sencillamente al final ese bloque sólo era agua que también iba acabar secándose.
Como sea, resultó que erais tan originales en pareja como la puta metáfora del bloque de hielo, y eso fue todo.
No es que hubiera sido una farsa, fueron unos buenos años, y muchos. Hubo muchas risas, y para qué negarlo, litros y litros de semen y flujo vaginal. Sabes que fue una relación profunda, pero también deliciosamente cruda, nada de ese rollo “sentido” casi apto para menores que alguna gente parece montarse en pareja; fue algo totalmente para adultos. Y ni siquiera para cualquier adulto.
Tuviste, pues, una época en la que creíste que esa relación se había terminado por cansancio mutuo, creías que estabas en la misma onda de ruptura que ella. Eras tan reflexivo, lo veías todo tan claro. Y en realidad sólo estabas desempolvando tu facilidad para la negación. Resurgía tu vertiente científica en cuanto a las relaciones. Creías ser tan lúcido con esos temas que podrías haber colaborado en una revista femenina. Te mentías haciéndote creer que se puede clasificar y poner nombres concretos a los sentimientos. O provocarlos con un corte de pelo, o colonia. Del mismo modo que creíste que podías dejarlos de lado enseguida en un arrebato gilipollas -y muy popular- relacionado con la «superación personal».

Año 1991: Tienes… muy poco, cuatro o cinco años. Tienes muy reciente en tu cabeza el primer día de parvulario. Un día tus padres te llevan a ese aula y te abandonan allí. El aula está apartada del edificio del colegio de primaria, a una manzana. Con el tiempo, no entenderás por qué son los críos más pequeños quienes tienen que salir a la calle y hacer filas hasta el patio a la hora del patio. Una fila de a dos. Lo cual supone: tú, en tu estado máximo de timidez y una mente demasiado despierta para tu gusto, cada día agarrado de la mano de una niña porque la profesora -primera mujer de quien crees llegaste a enamorarte- quiere que los niños vayan con niñas y las niñas con niños. De la mano; viaje de ida y vuelta al patio. Y con el tiempo, entiendes que la profesora es cariñosa contigo porque eres silencioso y procuras no llamar la atención (aunque a veces llores o tengas algún accidente con la ropa interior), y comienzas a centrar tu atención en un niña en concreto. Ella es también bastante silenciosa. No llora a menos que alguien le tire del pelo o la chinche. Tiene una melena castaña hasta la cintura. Es lo que más te llama la atención de ella (aunque con los años te das cuenta de que era su cara y no su pelo la clave). Cada día montas en un estado de nervios cuando se acerca la hora del patio. Sabes que la profesora irá cogiendo a los alumnos de forma no arbitraria para que se den la mano los niños y las niñas. Ese detalle hizo que te desenamoraras muy rápido de la docente, era la primera vez que sufrías en tus carnes la obligaciones a menudo absurdas de los años de colegio que vendrían.
El día temido acaba llegando inevitablemente, la profesora te junta con la niña que te gusta. Os espolea para que os agarréis de la mano. Estás muy enfadado, porque sabes que no serás capaz decirle nada a la niña, y porque además estás convencido de que la profesora te ha juntado con ella adrede; a sabiendas de que lo ibas a pasar mal. Así, hacéis el camino agarrados sin soltar una sola sílaba; esperas que ella no diga nada, y así no tener que mirarla de tan cerca y responder a lo que diga. Sólo tenerla cogida de la mano ya es todo un trauma.
Media hora después, de todos modos, sabes que, en teoría para volver del patio hay que organizar las filas igual que estaban. Y aun con todo lo mal que lo pasaste en el viaje de ida, se te rompe el corazón por primera vez en tu vida cuando ves que la niña por la que sufres está lejos y la profesora no hace nada, y ella ya va con otro niño que obviamente no eres tú.
El dibujo que hiciste justo después en clase, incluía un coche y copos de nieve. Al fondo había una montaña y una casa pequeña encima de la montaña. Lo pintaste todo de negro y azul porque eran los colores que soportabas; daban algún tipo de empaque que te satisfacía. No querías llorar porque no querías responderle a la profesora por qué llorabas. Entonces todos entregaron al final de la clase su dibujo, el que tocaba, un arco iris que todos debían colorear por numeración. Y la primera reunión que tus padres tuvieron con tu profesora, fue producto del silencio y la mirada con la que respondiste cuando ésta te preguntó por qué tú habías hecho otro dibujo.

[Para el video, cover impresionante de cierto tema de Radiohead (Packt Like Sardines in a Crushed Tin Box); a los no conversos, os recomiendo buscar antes el original. Abajo, más Upton; serie de fotos que recuerdo terminará el día de Navidad, siendo la intención acabar con una foto de ella de Mamá Noel o algo por el estilo (no creo que sea muy difícil…)]

La enésima barbacoa

Abandona el plano general y centra tu visión en cierto extremo del jardín. Allí, Ana, la «niña» de la familia, toquetea su Iphone sin parar mientras Carlos, su padre, la mira de reojo atendiendo a medias a las salchichas de la barbacoa en curso. La ve ensartada (esa es la palabra que escoge su mente) esa misma noche en algún imbécil de diecisiete años demasiado lanzado como para no convertirla potencialmente a ella en una imbécil -y puede que hasta en embarazada- mientras juntos llenan de sexo al margen de los spots de condones los lavabos de cada discoteca, antro o bareto que ahora frecuenten los otros imbéciles de esa misma edad, asociándose, quedando, chateando, peleando, hablando mierda sobre el instituto, follando sobre mierda en esos lavabos, confusos, aterrados en el fondo, actores de la vida que casi seguro no saben ésta se les echa ya encima a rebosar de otro tipo de mierdas complejas que dependen de lo que ya mismo decidan respecto a ellos, la forma en que estudian (o no), follan, hablan y razonan.
Futuros adultos a golpe de datos acumulativos. Ana, piensa su padre, se tira a ese cretino -sea el que sea- porque no quiere dar pie a ninguna duda razonable en su entorno; por eso y porque (oh Dios) quizá incluso le guste. Si quieres matar a Carlos, dale una prueba fehaciente de que su hija proporciona el más mínimo placer físico a ese casi seguro imbécil ahora al otro lado del chat. Ese molde para fabricar madres adolescentes.
Los vecinos llegan a cuentagotas. Es la primera barbacoa que Carlos y su mujer organizan. Una de esas cosas de las películas que él nunca pensó que viviría, y que su yo más sincero condena por valorar tal celebración como una especie de modo políticamente correcto de sacársela y medírsela con una regla para que todos vean que supera con creces la media nacional.
Sacúdetela bien antes de llevar a cabo la medición.
Hay infinitas formas de intentar llegarse, piensa; la gente usa maquillaje en exceso, ropa elegida a dedo, clásicos de hoy y de siempre, y no digamos todos esos importantes logros personales impresos en papel.
Algunos incluso empobrecen o hasta matan a sus iguales; estos últimos a menudo son quienes más posesiones, éxito y aceptación acumulan. Esos folladores míticos, siempre enculando a la realidad sin permiso de la misma.
Si te fijas en la mujer con sobrespeso pero súmamente atractiva que recibe a los invitados, enseguida sabrás que es Gabriela, la anfitriona, la mujer de Carlos, la muy probablemente inminente abuela teniendo en cuenta las compañías de Ana y la campaña personal de su madre contra el aborto cada vez que surge el tema en una conversación sobre lo que sea que tenga que ver con niños, a los cuales ella siempre venera y protege en apariencia (una vez intentó justificar a Gustavo -el hijo de catorce años de unos vecinos, que un día metió su miembro en erección en una aspiradora- ante todos, alegando que a esas edades la curiosidad puede matar al gato, y que el muchacho no tenía por qué ser necesariamente un pajillero descontrolado, por más que hubiera perdido más de un cuarenta por ciento del pene en ese accidente).
Hay infinitas formas de intentar llegarse. Fijaos en Gabriela, su sonrisa, una boca que Ambrosio, el padre de Gustavo (ya presente con su hijo) calificó una vez de «boca de chupona», pensando que Carlos no estaba cerca, y provocando el subsiguiente silencio incómodo en grupo, uno de los más violentos que se recuerdan en el barrio. Al comentar más tarde su marido y algunos vecinos la anécdota con Grabiela, ésta, siempre intentando diluir polémicas, adujo que los tíos hablan así, que Carlos seguro también ha hecho comentarios así sobre ella y otras mujeres. Incluso acabó reconociendo con la boca pequeña que toda aquella situación le parecía halagadora. Halagadora, pensó Carlos, claro que sí, viniendo del padre del niñato que se quiso follar una aspiradora.
Dicho niñato, ahora con dieciséis años, deambula por el jardín, solitario y sin mediar palabra con nadie. Ahora, para todos, sólo es una suerte de misterio genital. ¿Cómo le operaron?, ¿le hicieron un John Wayne Bobbit?, ¿aprovechó quizá el muchacho para calzarse una hombría de veinticinco centímetros? La madre del accidente genital era Sandra, muerta hace tres años y unas cuarenta pastillas anti-psicóticas. Cuando sucedió, la familia estaba recién llegada a la urbanización. El único ramo de flores entregado personalmente a Ambrosio, fue obsequio de Gabriela. Como un año después, Gustavo se levantaba un día a las seis de la mañana, y peinaba toda la casa en busca de la aspiradora Moulinex que usaba en tiempos su progenitora.
Hay unas quince personas en el jardín. Unas veinticinco si sumamos a los niños, la mayoría de ellos aún bebés, cachorros que gatean, críos que los adultos intentan controlar con escaso éxito. Las madres hablan sobre ser madres, los padres procuran hacer piña, algo más incómodos, algunos hablan de fútbol, otros se quedan ambivalentes cerveza en mano. Carlos sigue encargado de la comida, proveyendo a todo el mundo, haciendo un esfuerzo que parece más un intento por no pensar que un auténtico gesto de colaboración desinteresada para con la anfitriona.
Gustavo anda cerca de Ana, que sigue apartada de todos, con su Iphone, su cuerpo ansioso, y le hace un gesto con la mano derecha al muchacho, fuera de aquí. Gabriela los llama a ambos a voz en grito. El chico se acerca lentamente a las mesas y las sillas, al tumulto familiar. Vigila con no tropezar con algún crío. Ana y él son lo más parecido a un adulto de entre los hijos presentes. Gabriela habla con todos, intenta que nadie se sienta desplazado. Incluso le hace alguna pregunta amable a Gustavo; lo cual resulta inútil, el accidente sigue demasiado reciente, Gustavo no es más que ese asunto demasiado vergonzoso como para afrontarlo, y él lo sabe. Él es la personificación del perdedor a escala nacional. Un mito, en la peor acepción popular del término. La leyenda urbana que es real y camina y hasta podría hablarte.
Es el despojo, ese chico que echa de menos a su madre y tiene al salido adulto oficial del barrio por padre.
Muerde fuerte, a Carlos no se le da muy bien lo de las brasas.
Una vez todos reunidos, para cuando Ana da el primer bocado algunos ya han terminado de comer. Alguien eructa y la esposa de alguien se queja. Algunos fuman. Gabriela intenta hacer reír a uno de los bebés, que al final llora desconsoladamente, luego se calma, y luego se duerme.

A eso de las cuatro de la tarde aún no se ha ido nadie. Ana ha vuelto a su rincón con su apéndice Apple. Gustavo no ha dicho nada en todo el día. Carlos tiene la sensación de que el muchacho carece de apoyo alguno. Mientras muchas personas van por la vida desconsoladas por no haber encontrado a su pareja ideal, él ni tan siquiera tiene algo parecido a un amigo. Desde un punto de vista emotivo, el chaval vive en el tercer mundo de los vínculos emocionales. Y no solo eso, además una aspiradora flotará sobre cada momento de su futuro, sobre cada cena con una chica; en todas las realidades que viva, siempre se preguntará en qué momento los que le rodeen se enterarán de lo suyo.
Es entonces, cuando ya todos comienzan a pensar en marcharse, cuando Gabriela le hace un gesto a su marido y ambos entran en la casa.
Suben al segundo piso, pueden ver por la ventana del dormitorio las mesas abajo. A Ana apartada ahora hablando por teléfono de viva voz. Gabriela dice que esto no ha sido lo que esperaba. Carlos piensa que lo ideal sería encerrar a su hija, evitar que salga y se relacione, evitar que sea una chica joven y libre. Gabriela murmura que su idea era algo más ambiciosa que un montón de gente que sabe disimular. Carlos cree que podría hacerse, incluso podría tener sexo él con su hija si es eso lo que ella quiere, eso de una buena polla de vez en cuando; hay condones, hay soluciones. Su mujer le dice que esperaba más infelicidad, alguna discusión; ni tan siquiera ese crío, ese cerdo folla-electrodomésticos ha roto a llorar o algo así. No te preocupes, dice Carlos; la abraza y piensa que sí, que no ha sido un golpe de suerte lo de tener una hija; un hijo sí hubiera estado bien, malcriar a uno de esos capullines ambiciosos folla-Anas. Uno de esos cabroncetes que van de buenos, dispuestos a exprimir combustible fósil y enriquecerse lo más posible hasta la muerte. Un buen chico, como la gente dice. Gabriela dice que esperaba algo más intenso, algún bofetón, una discusión, puede que alguno de los críos atizando a otro hasta causarle alguna dolencia realmente grave. Carlos decide que sí, estaría dispuesto a probar el sexo incestuoso, no es la primera vez que lo ha pensado. Ella sigue abrazada a él, murmurando, enumerando posibles incidentes que no han acontecido; ¿ninguno de esos tíos pega a su mujer?, pregunta. Carlos piensa que no descarta la violación, de todas formas tal y como vive y se viste esa chica, puede pasarle cualquier día por ahí, y nadie la tratará mejor que él, ni tan siquiera en esas circunstancias. Llevamos ya mucho tiempo viviendo del folla-aspiradoras, dice su mujer, ya va siendo hora de que pase algo más, o este barrio va a morir del todo. Carlos dice que está preocupado por Ana. Yo no me preocuparía por ella, dice su mujer, creo que ella es la que mejor está, hace lo que quiere, va con quien quiere, estudia, se relaciona, es un poco arisca, sí, pero es cosa de la edad, yo no me preocuparía por ella, en serio, pero, ¿qué hay de nosotros?, estamos encerrados en este barrio, con toda esa gente de ahí abajo, sin nada que contar, sin nada que decir, te juro que siento que me ahogo de puro aburrimiento, te juro que he estado pensando en colarme en alguna casa y asfixiar a alguno de esos bebés; así habría un entierro, habría lágrimas, lágrimas de verdad, cariño, auténtico dolor, un trance delicioso que superar en el barrio, malos tiempos que poco a poco se irían; imaginate dar el pésame a unos padres vecinos, cuidarles, llevarles algo de comida de vez en cuando. Carlos acaricia la cabeza de su mujer, que solloza contra su pecho, sin dejar de hablar. Carlos cree que Ana no hará otra cosa que martirizarle, o morirse o martirizarle. Y no se va a morir, esa listilla es como una pequeña locomotora rosa que va por ahí dejando un rastro de fluidos vaginales. Está demasiado llena de vida. No sé si voy a poder bajar otra vez y ver esas caras, dice Gabriela, esas voces son como un pitido constante que no me deja vivir; no hay nada en el horizonte, sólo trabajo y la niña, trabajo y la niña… Gabriela llora intensamente. Carlos dice que ya planearán algo, que no se preocupe, que hay que bajar a despedir a los invitados. Gabriela se separa y se limpia con un pañuelo. A este paso compraré una pistola, se dice a sí misma, compraré una pistola y la dejaré en casa de alguien, seguro que alguien de ahí abajo usaría una pistola, la usaría en algún momento, la mayoría de gente vive al límite de su aguante. Carlos vuelve a abrazarla, le susurra que se calme, y medita qué va a hacer con Ana, no se ve dentro de unos años dando el visto bueno a algún gilipollas que se quiera casar con ella, no le hace la más mínima gracia que ella se convierta en otra Gabriela, alguien estático y muerto por dentro como toda esa gente del jardín, y además aceptando esa situación sin ni tan siquiera levantar la voz. Gabriela dice que está muy harta, que la de hoy es la enésima barbacoa, que ya ni sabe cuántas veces se ha visto a sí misma sentada con la misma gente; ni tan siquiera se ha sentido distinta como anfitriona. Necesito algo más, dice, algo, algo, necesito un escándalo como sea, dice, lo necesito. Se oye a algún bebé llorar, y Carlos susurra: No te preocupes, si tú quieres un escándalo yo te daré un escándalo.

[En el video un temilla de Radiohead, que siempre viene bien (de muy pocos grupos se puede decir eso al cabo de los años…) Abajo más Upton. El MIERDAS ha actualizado. AQUÍ, cosas que ver.]

¿Adiós?

Bienvenidas a este primer número de ¿Adiós?, la primera revista especializada sobre el suicidio femenino. Creo que muchas estaréis de acuerdo con el equipo de esta redacción en que ya era hora. Ya era hora de que una publicación mensual dedicara su contenido a esas mujeres que no sólo podrían querer, digamos, irse, sino que además buscan comprensión y apoyo, y toda la ayuda y el cobijo emocional que alguien que piensa en la muerte (y que no siempre es hombre), necesita.
Sabemos que se nos presentará como la respuesta femenina a La guía de la guía Tab, una publicación por la que, dicho sea de paso, sentimos todo el respeto que una periodista puede sentir por un colega de profesión.
Pero no nos engañemos. Una mujer es una mujer, ya sea de lo más vital o esté pasando por esta vida con una constante tentación por librarse de ella.
Nada más lejos de nuestra intención el provocar una nueva guerra de sexos. La guerra de sexos es, en opinión de las que intentamos dar vida a esta publicación, de lo más aburrido.
Pero es innegable que hay ciertas diferencias entre hombres y mujeres, diferencias a veces sujetas, es cierto, a generalismos, pero que no es aconsejable ignorar del todo.
En ¿Adiós?, daréis con los matices terminales femeninos adecuados, entraremos a analizar con bisturí qué es lo que pasa por la cabeza de una mujer para llegar al punto de plantearse la muerte. Intentaremos ayudar por igual a las que en el fondo no quieren suicidarse y a las que no ven ninguna luz al final del túnel. Respetaremos a ambos grupos potenciales sin juzgarlos jamás, sin intentar que nadie cambie su decisión basada en lo que, repetimos, en el fondo quiera hacer.
Como revista que nace, obviamente aún estamos en construcción, en constante evolución. Sin olvidar el sentido del humor con el que hay que abordar cualquier tema, intentaremos que os sintáis siempre apoyadas, os ayudaremos a hacer las cosas bien, ya sea en vuestra vida o en vuestra muerte. Queremos que esta publicación sea algo que puedan leer esas mujeres que son a la vez amas de casa, trabajadoras, madres y suicidas potenciales.
Sabemos que las estadísticas siempre muestran un mayor ímpetu suicida masculino, pero no por eso hay que dar de lado al género femenino. Creemos de verdad que esta publicación hacía falta. Se trata de ver la vida y la muerte con los ojos de una mujer. Como decimos, sí, hay diferencias de género, y algunas son de lo más palpable y significativo. Decidme si no por qué los hombres suelen suicidarse casados y las mujeres cuando están solteras. Decidme por qué los intentos de suicidio femeninos tienden a fracasar más que los masculinos. De esos matices hablamos, esas cuestiones y muchas otras son las que darán pie cada mes a que aportemos nuestro granito de arena, en pos de aliviar a ese porcentaje de mujeres que no pasan noche alguna sin hablar con la almohada.

Queremos también avanzar algunas de las secciones que podréis encontrar en ¿Adiós? Como decimos, aún estamos, como quien dice, con la redacción llena de cajas de mudanza. Ése es nuestro espíritu, viviremos cada día un poco aquí, trabajando para que cada mes salga el mejor número posible, el más útil y respetuoso para con nuestras lectoras. Una de nuestras secciones principales será nuestra Agenda estertor, en la que os ayudaremos a gestionar vuestra decisión de suicidaros (o no) siempre en el plazo de un año. Os recomendaremos lecturas y nos cartearemos con vosotras para saber de vuestras evoluciones. Necesitaremos de vuestra sinceridad. Nuestras dos psicólogas del equipo serán las encargadas de decidir en qué punto estáis y cuál es vuestra situación, para así actuar en consecuencia. No os debe asustar la palabra «psicóloga», tened en cuenta que la línea editorial siempre respetará vuestra decisión y os ayudará a llevarla a cabo sea cual sea.
En nuestra sección Cama y pastillas, os ofreceremos una guía que se ampliará mes a mes sobre hoteles y emplazamientos útiles si vuestro propósito suicida ya no cuenta con marcha atrás alguna. Tendréis amplios reportajes y críticas con puntuación incluida de cada lugar sobre el que nos informemos. Las puntuaciones las veréis en la cabecera de cada crítica junto al artículo. Una nube corresponderá a un “lugar nefasto”. Dos nubes, “aceptable”. Tres nubes, “merece la pena el desplazamiento”. Cuatro nubes, “se acabó el madrugar”. Y cinco nubes, “habitación Tab”.
En otra de nuestras secciones, Dios es mujer, seguiremos carteándonos con vosotras, os asesoraremos en relación a los mitos y las creencias, y lo haremos según cuál sea vuestra condición espiritual, ya seáis creyentes, ateas o agnósticas. Debatiremos sobre el muy cacareado Limbo, e incluso indagaremos en vuestro potencial ateísmo en busca de posibles claves de la asociación directa de éste con vuestras ganas de morir.
En la sección Viudas vitalistas, os ayudaremos a reiniciar vuestras vidas después un intento fallido (no per se) de suicidio. Una sección que servirá no sólo a ese grupo demográfico de supervivientes “a su costa”, sino también a mujeres de naturaleza jovial que hayan sufrido alguna terrible experiencia, como la perdida de un ser querido.
Otra de nuestras secciones, será Suicida pero mujer. Éste será el rincón voluble de la revista. Escribiremos sobre suicidas célebres de la historia (obviamente sólo mujeres). Además tendremos en cuenta a todas aquellas de vosotras que queráis reivindicar vuestra feminidad hasta el último momento. Hablaremos de los métodos más eficaces para llevar a cabo vuestro suicidio sin dejar la más mínima gota de sangre, saliva o fluido cualquiera. Os aconsejaremos a través de reportajes gráficos, sobre modos de decorar la habitación o emplazamiento que decidáis sea el último sitio que veáis en vida. Os aconsejaremos sobre los vestuarios ideales, el maquillaje ideal. Cualquier mínimo detalle, si es mejor de noche o de día según el lugar, sobre qué ropa de cama o superficie, qué cortinas, qué nivel de luz, dónde podéis conseguir el mobiliario adecuado. Os ayudaremos a todas aquellas que queráis iros de este mundo del modo más elegante y femenino posible. Podréis dejar de preocuparos por cómo os encontrarán. De modo que cuando vean vuestro lecho de muerte, enseguida sepan de vuestro suicidio, y a la vez el entorno estético suavice lo máximo posible el golpe.

De momento, eso es todo. Me presento, quiero hacerlo aquí: yo soy Clara, la editora. Y aquí acaba el primer editorial de ¿Adiós? Una vez cierta persona cercana a este proyecto de publicación, me dijo que la mujer era el único ser al que potencialmente se le puede ocurrir encender velas para hacer el amor, y también para morir. Me dijo que pensara en ello. Y creo que, de algún modo, ése es el motivo por el que ha nacido esta revista. Os dejo pensando en ello.

[Youtubeando, recupero uno de esos buenos momentos que ofrece a veces El hormiguero, ese programa irregular que de puro arriesgado a veces es de lo mejorcito que hay (seguid viendo la cuarta parte). Abajo más Upton.]

Diario del odio

Gente a la que odiar justificadamente. Los clásicos. Esos que te preguntan si tienes novia (y si dices que no, por qué no). Esos que cuando la tienes comienzan a preguntar si no te casas. Esos que, te cases o no, con el tiempo te preguntan si no vas a tener hijos. Es esa gente a la que odiar con plena justificación, y que te hacen tantas preguntas sobre tópicos de la vida porque ellos se han aferrado a esos tópicos, y ya no se atreven a dar marcha atrás. Y claro, ¿qué coño te has creído que eres tú?, ¿libre?
Esa gente aferrada a los tópicos, existe, y son multitud. Están en cada norma, quizá en cada una de las decisiones que tomas, en cada papel que firmas, puede que en cada gesto que hagas. Están ahí, asintiendo o señalándote con el dedo. Haciendo que te sientas integrado o como basura. Son los enemigos reales de la creatividad, el cambio y la ilusión. Aseguran constantemente que son optimistas, pero que también son responsables, y luego te comienzan a hacer preguntas de ese modo autofelatorio.
Esas personas llegan a los treinta y tienen su vitrina mental ya llena de trofeos… Están al mando de la situación -o eso creen ellos-, y sonríen. Cuando sonríen no es tanto el resultado de su bienestar como algún intento más de quedar bien, o hasta de escalar más posiciones; ni tan siquiera sus sonrisas están al margen de sus currículos. Ellos no sonríen, es una inversión. Una comida de trabajo. Una comida de coño potencial… Ellos no se relajan, eso no va con ellos. Ellos saben sacrificarse. Han forjado sus vidas y este mundo. Hablarán cada cinco minutos por el móvil, tienen demasiado a lo que atender. Se desesperarán ante un mes de vacaciones; lo llenarán de deberes vacacionales. Es esa raza ya asentada de millones de personas que necesitan que alguien les dé cuerda para hacer algo. Personas a las que merece la pena odiar, aunque sea en secreto.
O sea, odiar el mundo tal y como es.
Por algo esto es el diario del odio, y este escenario se va a llenar hoy de educativo odio.
Dejadme que os hable de una pareja entrañable. Un par de chicos que un día deciden armarse y entrar en un Corte Inglés el día de los enamorados. Es curioso ese día, el de los enamorados. Alguien inventó esa palabra, «Amor», y ahora se usa a diestro y siniestro. Alguien se da un beso en los labios con una niña a los trece años, y a eso lo llaman “primer amor”; alguien se folla a una chica y se pelean al cabo de tres meses de folleteo, y hablan de un amor complicado; una pareja se aburre, por tanto se casan, tienen hijos, etcétera, pero sobre todo lo que les da es mucha pereza separarse y volver a empezar, y a eso lo siguen llamando amor. Mucha gente se morirá sin haberse enamorado, y sin embargo la gente ve amor por todos lados; del mismo modo que ese día de San Valentín hay corazones por doquier, pegatinas, globos, flores, cajas de bombones…
El amor es esa marca registrada por todas las empresas. Se trata de cuál es capaz de explotarlo mejor.
Así que esa pareja entrañable entra en el Corte Inglés. Ni tan siquiera voy a decir qué Corte Inglés era; hablamos de ese país maravilloso del comercio; ese lugar que ama de verdad toda esa gente que habla de amor sin parar. Esos lugares que “dan ambiente”. Lo artificial casi siempre es bonito. Fijaos en esas fotos de las bombas atómicas en acción, esa seta gigante de humo; ese penacho como lo llaman. Fijaos y decidme si esa imagen no es preciosa y espectacular. De hecho, nos tendrían que parecer preciosas hasta esas instantáneas de críos desnutridos y llenos de moscas: son nuestro seguro de vida. Más de un fotógrafo ha ganado premios con eso…
Total, esa pareja de la que os hablo, entra en ese comercio del que os hablo, y va planta por planta preguntando a parejas si estarían dispuestas a morir por su amor. Es decir, ¿morirías por tu pareja si sabes que de no morir tú morirá ella? Y claro, supongo que esa pregunta se complica si en la pareja no hay amor; es decir, cuando hay una relación, sí; cariño, puede; sexo, no puede faltar. Pero, ¿amor? Así que ahí los tenéis, a esos dos chavales quemados por tanta tontería, y a los que por otro lado entiendo perfectamente, poniendo a prueba la autenticidad del amor en parejas en las que probablemente sólo había una vaga intención por encajar en esta sociedad de valores a menudo ya terriblemente rancios.
Imaginaos esa pistola en vuestra cabeza, y ese ligue de turno a vuestro lado. Pensad en ello. Puede que siempre hayáis actuado como lo habéis hecho porque constantemente os han tenido puesto un cañón en la sien. Podéis notar su presión. Cualquier chaval no llegado a los treinta y con un hijo en camino nota esa presión seguro todos los días.
Cada pareja que comienza a aburrirse.
Cada estudiante que escogió la carrera supuestamente útil en lugar de la que quería de verdad.
Es una bonita metáfora, ¿no es cierto?
Esa pistola que cada uno se crea o le crean.
Cada día de cumpleaños y en navidad, y el día de los enamorados y en los santos y en los putos aniversarios de pareja… siempre ese cañón imaginario amenazándonos para que hagamos todos lo mismo.
Porque o lo hacemos o estamos muertos.
Y luego yo no tengo derecho a odiar. No tenemos derecho. Nos bombardean con literatura sobre levantarse con el pie derecho y ser honestos y usar siempre la palabra y nunca la violencia.
Hay una manifestación. La gente no tiene un duro, se han quedado sin curro ni perspectivas, sus derechos recortados, sus ilusiones ya no digamos… Y entonces un grupo de protestantes decide pincharle una rueda a alguien, o bloquear el parlamento, quizá hacen unos cuantos graffitis, algunos destrozos… Son esas muestras de odio, querido publico. Ese odio que no surge de la maldad, sino de la desesperación. Y sin embargo luego coges los periódicos y hay una avalancha de artículos que condenan ese odio, esa violencia. Un periodista, en casa, bien calentito, alguien que seguro colabora para varias publicaciones y que tiene un piso cojonudo, se pone a rajar contra quienes tienen menos suerte que él, se pone a defender a los que oprimen a ésos que tienen menos suerte que él. Porque antes de todo está la paz. Claro. La bonita paz y el diálogo con los que todo se debería solucionar.
Es la nueva moda, amigos. La opresión a través de la idea de que cualquier movilización o protesta es una provocación antidemocrática e inadmisible.
No sólo no tenemos derecho a ser libres, además tampoco podemos odiar esa situación. Si lo hacemos, no seriamos lo suficientemente inteligentes. Sólo seriamos unos negados, unos vagos, pesimistas, narcisistas. Seriamos todo lo negativo.
Así que, qué nos queda.
Yo os lo diré. Y luego me largaré de aquí; puede que birle algo en alguna tienda de ropa de camino, seguiré librando mi guerra personal desde el bando del odio.
Lo que nos queda, al parecer, es ser como ellos, y lo que tenéis que decidir es si queréis ser así. Si lo queréis sólo tenéis que seguir la corriente. Estudiad mucho -siempre dentro del sistema educativo- y sed emprendedores. No mováis un solo dedo si no es para formar a vuestro yo profesional. No dudéis. Sed voraces. Triunfadores tal y como se puede triunfar en este mundo. No penséis, la filosofía sólo es una, y se puede calcular de forma numérica. Todo lo demás es perder el tiempo. Se trata de que tengáis un trabajo de responsabilidad, y que ascendáis. Se trata de que no penséis en Bukowski cuando escribió que él prefería tener un trabajo de poca responsabilidad porque así se sentía menos partícipe del funcionamiento de este mundo. La clave es que todo te importe un carajo, que te dé igual contribuir a que todo siga igual si eso te lucra.
La pistola imaginaria seguirá ahí, pero cómo os va a querer el sistema.
Por mi parte, hablo de odio porque amo este mundo, y ahora odiarlo me parece lo más inteligente para que despierte. De eso, creo, es de lo que va el amor.

[Arriba, «supercollider», tema inédito de Radiohead, es de un EP con otro tema más, y ambos me encantan. Abajo, más kate Upton (mi idea es actualizar el día de navidad con una foto de ella vestida de Mamá Noel: ése es el motor del blog ahora…).]