La cabaña de siempre

Año 2011: Conduces tu coche del año de la pera ya de noche. Salvas curvas de lo más cabronas intentando llegar a la cabaña idílica de siempre, la cabaña del invierno para ti y tu chica, una escapada, la huida a la cabaña de vuestra navidad. Sólo ves lo que las luces del coche ven. Sabes que se te puede cruzar algún bicho en algún momento, alguno más sustancioso que las decenas de mosquitos que llevas ya pegadas al parachoques y que has visto hace unas tres horas, cuando paraste y dudaste con tu novia sobre si follar en el lavabo cochambroso de cierto bar de carretera. Los camioneros os miraron raro (o más bien miraron lascivamente a Sandra) y decidisteis salir de allí, y entonces visteis el parachoques lleno de los cadáveres de esos mosquitos.
Ahora crees que fácilmente podría cruzar de repente la carretera un ciervo, y producirse así un cadáver de ciervo. A veces el animal “vuelca” al impacto del coche, y atraviesa la luna de éste hiriendo de verdad a sus ocupantes. Es una de esas cosas que pasan en las películas y al parecer también en la realidad. Te gustaría estar disfrutando de la conducción, pero no es así, no eres así; está empezando a nevar y sólo quieres llegar a ese sitio y ducharte con Sandra. Iniciar las vacaciones navideñas sexuales esperadas desde las pasadas vacaciones sexuales con Laura, la anterior Sandra. A veces las relaciones no duran, pero al menos sabes que a cada nueva pareja le pertocan al menos unas vacaciones sexuales. Una salida honesta. Nunca nadie es tan sincero como cuando moja las bragas o tiene una erección. Para muchos es como lo contrario a ir de museos. Puedes decirle a quien sea que le quieres, pero no puedes disimular el sexo.

Habéis llegado y os han dado las llaves del nido. Veríais el paisaje de verdad si no fuera ya de noche y no nevara al estilo de los telediarios. Crees que ella debe estar ansiosa, deseosa de saliva y polla y demás, pero en lugar de eso, de repente se da una ducha rutinaria y dice que está cansada. Sandra, la nueva Laura. Y tú decides darte otra ducha meramente dedicada a la higiene; ni tan siquiera te planteas zarandear delicada y conyugalmente a tu novia cuando llegas a la cama de matrimonio, y la encuentras emitiendo sus suspiros habituales por sobredosis de vida.
Son algo como las once. También estás cansado, pero la erección no baja. Vuelves al lavabo y recurres a una foto de Laura que aún guardas porque Sandra confía en ti.

Ha amanecido y sigue nevando, el cielo está blanco de esa forma en que lo está cuando parece que jamás pueda volver a salir el sol. Sandra te ha dicho «prefiero esperar a la noche» cuando has metido tu mano en sus bragas unos dos minutos después de que despertara. Dos minutos te ha parecido suficiente. Pero ella se ha levantado y ha paseado sus curvas hasta el lavabo sin añadir nada más.
Es día veintidós de diciembre. La idea es siempre huir de todos, de la familia y la vida tal y como la entiende cualquiera con doscientas manías inconscientes y conexión a Internet. Una vez te pareció una buena idea sustituir los tumultos y los villancicos por sexo sin más, y así actúas desde entonces. Podías apagar las luces e imaginar que ella era Laura. Podías planear una buena táctica para solidificar tu negación. Es lo que mucha gente hace, pensaste. Si Cupido creyó que le iba a bastar con ese rollo de las flechas y los rizos, ahora ya debe estar realmente pillado por el alcohol o enganchado al juego, endeudado hasta los dientes; probablemente ya hace mucho que perdió su casa y se pone cada día a la cola en los comedores de beneficencia.

Año 2007: Laura, bueno, es como tú siempre habías querido que fuera alguien, o más bien, sobre todo, lo que habías deseado en una mujer en el apartado vital/sexual. Es difícil describirlo elegantemente sin que al oyente se le desencaje la mandíbula bostezando ahogado en metáforas color rosa. En esencia es una chica independiente, capaz de sarcasmo y a la vez tonteo, pero por encima de todo, única en su forma de ser y ver las cosas. No es una chica de ésas que parecen medio sumidas en una necesidad brutal de consuelo por parte de su pareja el cincuenta por ciento del tiempo. Ésas que siempre parecen agotadas y siempre necesitan ir a «otro sitio», «a casa», «…». Habías visto a chicas así, y te costaba horrores imaginarlas teniendo un polvo salvaje una vez llegadas «a casa» o donde fuera. Casi te resultaba difícil aceptar que tuvieran tetas, vagina o alguna clase de apetito sexual.
Laura no veía el sexo en términos de sumisión, moral, u ofensas potenciales que dar y recibir. Lo concebía del modo que una hiena concibe la suerte de tener delante el cadáver de una jirafa. Para ella el sexo no era solo un ritual de consumación romántico, era la oportunidad de pasarlo bomba comiéndose hábilmente al otro.
Luego estaban, por supuesto, las veintitrés horas y pico restantes del día, que fueron las que acabaron jodiéndolo todo. Jodiéndolo de forma gradual y casi imperceptible, como si hubiera un bloque de hielo enorme al sol y al cabo de un rato miras y ya no está. Y entonces la gente te pregunta y no se te ocurre nada concreto que decir. Ni siquiera ha habido cuernos ni nada parecido que tú sepas. Y ninguno de los dos ha sacado el hielo de la nevera. Sencillamente al final ese bloque sólo era agua que también iba acabar secándose.
Como sea, resultó que erais tan originales en pareja como la puta metáfora del bloque de hielo, y eso fue todo.
No es que hubiera sido una farsa, fueron unos buenos años, y muchos. Hubo muchas risas, y para qué negarlo, litros y litros de semen y flujo vaginal. Sabes que fue una relación profunda, pero también deliciosamente cruda, nada de ese rollo “sentido” casi apto para menores que alguna gente parece montarse en pareja; fue algo totalmente para adultos. Y ni siquiera para cualquier adulto.
Tuviste, pues, una época en la que creíste que esa relación se había terminado por cansancio mutuo, creías que estabas en la misma onda de ruptura que ella. Eras tan reflexivo, lo veías todo tan claro. Y en realidad sólo estabas desempolvando tu facilidad para la negación. Resurgía tu vertiente científica en cuanto a las relaciones. Creías ser tan lúcido con esos temas que podrías haber colaborado en una revista femenina. Te mentías haciéndote creer que se puede clasificar y poner nombres concretos a los sentimientos. O provocarlos con un corte de pelo, o colonia. Del mismo modo que creíste que podías dejarlos de lado enseguida en un arrebato gilipollas -y muy popular- relacionado con la «superación personal».

Año 1991: Tienes… muy poco, cuatro o cinco años. Tienes muy reciente en tu cabeza el primer día de parvulario. Un día tus padres te llevan a ese aula y te abandonan allí. El aula está apartada del edificio del colegio de primaria, a una manzana. Con el tiempo, no entenderás por qué son los críos más pequeños quienes tienen que salir a la calle y hacer filas hasta el patio a la hora del patio. Una fila de a dos. Lo cual supone: tú, en tu estado máximo de timidez y una mente demasiado despierta para tu gusto, cada día agarrado de la mano de una niña porque la profesora -primera mujer de quien crees llegaste a enamorarte- quiere que los niños vayan con niñas y las niñas con niños. De la mano; viaje de ida y vuelta al patio. Y con el tiempo, entiendes que la profesora es cariñosa contigo porque eres silencioso y procuras no llamar la atención (aunque a veces llores o tengas algún accidente con la ropa interior), y comienzas a centrar tu atención en un niña en concreto. Ella es también bastante silenciosa. No llora a menos que alguien le tire del pelo o la chinche. Tiene una melena castaña hasta la cintura. Es lo que más te llama la atención de ella (aunque con los años te das cuenta de que era su cara y no su pelo la clave). Cada día montas en un estado de nervios cuando se acerca la hora del patio. Sabes que la profesora irá cogiendo a los alumnos de forma no arbitraria para que se den la mano los niños y las niñas. Ese detalle hizo que te desenamoraras muy rápido de la docente, era la primera vez que sufrías en tus carnes la obligaciones a menudo absurdas de los años de colegio que vendrían.
El día temido acaba llegando inevitablemente, la profesora te junta con la niña que te gusta. Os espolea para que os agarréis de la mano. Estás muy enfadado, porque sabes que no serás capaz decirle nada a la niña, y porque además estás convencido de que la profesora te ha juntado con ella adrede; a sabiendas de que lo ibas a pasar mal. Así, hacéis el camino agarrados sin soltar una sola sílaba; esperas que ella no diga nada, y así no tener que mirarla de tan cerca y responder a lo que diga. Sólo tenerla cogida de la mano ya es todo un trauma.
Media hora después, de todos modos, sabes que, en teoría para volver del patio hay que organizar las filas igual que estaban. Y aun con todo lo mal que lo pasaste en el viaje de ida, se te rompe el corazón por primera vez en tu vida cuando ves que la niña por la que sufres está lejos y la profesora no hace nada, y ella ya va con otro niño que obviamente no eres tú.
El dibujo que hiciste justo después en clase, incluía un coche y copos de nieve. Al fondo había una montaña y una casa pequeña encima de la montaña. Lo pintaste todo de negro y azul porque eran los colores que soportabas; daban algún tipo de empaque que te satisfacía. No querías llorar porque no querías responderle a la profesora por qué llorabas. Entonces todos entregaron al final de la clase su dibujo, el que tocaba, un arco iris que todos debían colorear por numeración. Y la primera reunión que tus padres tuvieron con tu profesora, fue producto del silencio y la mirada con la que respondiste cuando ésta te preguntó por qué tú habías hecho otro dibujo.

[Para el video, cover impresionante de cierto tema de Radiohead (Packt Like Sardines in a Crushed Tin Box); a los no conversos, os recomiendo buscar antes el original. Abajo, más Upton; serie de fotos que recuerdo terminará el día de Navidad, siendo la intención acabar con una foto de ella de Mamá Noel o algo por el estilo (no creo que sea muy difícil…)]

6 comentarios en “La cabaña de siempre

  1. Comencé pensando en negro, blanco y azul; en el frío. Luego terminé con los mismos colores y habiendo empatizado con ese adulto al que no podía comprender muy bien… Maldito niñito de mirada profunda, su tristeza atraviesa más hondo que cualquier flecha del estúpido de Cupido.
    Le puse play al cover de radiohead porque vi un chelo, pero se pasan todos 🙂
    Buen relato, Jordi, muchas gracias.
    Saludos!

  2. Bien, yo también creo en al vedad genital. Es difícil mentir cuando los fluidos dicen otra cosa. Aparte de eso muy buena reflexión sobre el autoengaño. A veces me gustaría saber qué función biológica cumple lo de decirse mentiras a uno mismo. Desde luego el nuevo corte de pelo y la colonía no marcan diferencias en una relación que hace aguas. Ni siquiera tapa un pequeño boquete del bote que hace aguas. En fín.
    P.D. He recordado que yo también situo el principio de mi vida amorosa, la parte más frustrante, en el parvulario. Esas niñas ajenas dolían mucho.

  3. Raíces y Constelaciones detrás … son las palabras que se me vienen a la mente . . .
    Habrá que reconstruir sobre ellas, basta de las mismas historias con la misma mierda de siempre !!!
    o habrá que mudarse para pavimentar otro Cielo con Estrellas diferentes 🙂
    Un Gusto!! Besos

  4. Ya echaba yo de menos pasarme por los mundos de Jordim. ¡Je,je,je! Y ahora que vuelvo es como si nunca me hubiera ido, porque la calidad y el brillante pulso narrativo que te caracterizaban entonces siguen intactos. Es gozoso volver a casa y encontrarse todo tal y como uno lo dejó en su día. Gracias por el regalo de tu talento indesmayable y eterno. Un abrazo.

  5. Sucesión de argumentos y detalles de una vida amorosa que siempre nos deja a medias, desde el niño que peca de timidez cuando en realidad hierve por dentro, pasando por esa relación que jamás comprendió del todo y que quizás eche de menos el resto de su vida, hasta culminar (aunque sea el inicio) en una de tantas cosas que con el tiempo pasaran a ser un numero más, pero no hay que desfallecer, a veces se encuentra al idóneo, a veces el karma, destino o el hijo de puta de cupido te lo planta frente a la cara, pensando que te hace un favor, lastima que no siempre sea en el momentos adecuado, o en el tiempo correcto, o que no sea mutuo esa manifestación, pero bueno, habrá que seguir intentándolo, tal vez….
    Un texto sobre relaciones y desventuras muy original y magníficamente (como siempre) escrito, eres un hacha cielo. Besos Jordi, no había visto esta cover de Radiohead que me ha encantado (la original ya la conocía) y lastima que el monográfico Upon termine, la echaré de menos 😀

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