La escritora

Una vez me dijo que se iba a “celebrar” la mala poesía escribiendo un cuento de terror. (Hizo un microgesto con los dedos para dejar claras las comillas.) Lo que me enseñó la escritora, fue sobre todo a leer de todo. Con eso bastaba. A leer como quien come un día verduras y al otro la hamburguesa más grasienta. Me enseñó una analogía que se puede aplicar a todo: es tan importante saber amar como el sexo por el sexo. Si te limitas sólo a una de las dos cosas, te bloquearás, te secarás. Por resumir, se consumirá lo que eres y te convertirás en un/a imbécil.
Me dijo que ella había conocido a gente que ya no sabía disfrutar de una buena hamburguesa.
Conocía a gente que se conformaba con “magrear a su novia y susurrarle Te quiero, para después, cuando ella ya se había mojado, espolearla a dar un paseo romántico” (lo cual, para ella era el equivalente sexual de leer libros de un solo género, por ejemplo). La escritora decía que había conocido a Cuadrados de todo tipo, ya fuera subidos en andamios o con dos carreras. Ella los llamaba así: «cuadrados». No te conviertas en un cuadrado, me decía. A la hora de escribir, también hay que intentar hacer cosas como dibujar el nombre de uno con orina en la pared, me decía. No es incompatible con saber doblar servilletas o reconocer todas las clases de cubiertos. Es lo que la mayor parte de la gente no sabe, no entiende. Y es aplicable a todo en la vida.
La escritora se suicidó a los cuarenta y tres años. La noche después de asistir al entierro, soñé con un tío del que recuerdo perfectamente las facciones, y que en mi sueño criticaba todo lo que ella -la escritora- había dicho en vida. El tío comía algo complicado, no recuerdo bien, y lo desgajaba con cuchillo y tenedor. Recuerdo que el tío me despertaba repulsión a muchos niveles. Iba peinado con gomina y creo recordar que llevaba corbata. Decía que era batería de un grupo y que su novia tal y su novia cual, hablaba de su máster, y de algún hermano perdido (lo de perdido, en su acepción «sin estudios»). Hablaba por supuesto de literatura, y también escribía. No paraba de decirme que le prometiera que leería lo que él escribía. No recuerdo si se refería a un blog o si había publicado un libro. O quizá era periodista. Aun así, me sorprende la cantidad de detalles que recuerdo del sueño. Cuando desperté, anduve de un lado a otro del piso, con el tío ése rondándome por la cabeza. Entonces, todo lo que no había sabido llorar el día anterior, lo lloré asomado por la ventana y fumando un cigarrillo, comprendiendo que, de haber alguna persona más como la escritora en el mundo, yo difícilmente la conocería.

Ella parecía tener una idea distinta, una idea lateral, apartada, luminosa, una idea sobre la vida a mil años luz de lo que creemos que es la vida, de lo que hoy día se considera una persona sensata. Cada vez que pienso en ella, me da la sensación de que podrían pincharme y no sangraría.
Alguna vez me ha invadido la certeza de que no es que no haya respuestas, sino que las respuestas nos convierten a veces en algo tóxico y patético, algo que no podemos arreglarnos con las herramientas que el mundo nos da. Por eso muy a menudo quien decide poner en palabras una de esas posibles respuestas, es un demagogo para todos.
No puedes dar la solución si la solución no depende sólo de ti, y además, solo con insinuarla, todos te odiarán en silencio. No puedes ser inteligente para nadie si es algo que no puedas demostrar en un tribunal. No estás si no estás en los papeles.
Etcétera.

La escritora era una de esas personas que tienen un pensamiento propio para rebatir sus propios prejuicios. Puede que, el hecho de que esas personas -que quizá sean una entre un millón- también mueran, sea la respuesta al hecho de sentirse solo en habitaciones llenas de gente.
La escritora había sido camarera y striper, había sido mala estudiante, había sido, como ella decía, escoria para todos. No había querido, como ella decía, “doblegarse”. Por otro lado, el problema, decía, el problema de los ciudadanos modelo, es que es mucho más difícil que hayan escapado al menos a un nivel personal del cutre aire de suficiencia que ha hecho de nuestro mundo el que es.
Una cosa está clara, repetía ella una y otra vez, si de verdad quieres sentirte solo y apartado, a veces hasta humillado, intenta ser tú mismo, persigue lo que quieres.
Es mano de santo, decía, sé tú mismo y fácilmente te lloverán palos desde todas las direcciones de los mismos que se auto-proclaman optimistas y sensatos, de los mismos que dicen que hay que luchar por ser uno mismo.
Eso decía.
Y.
Según todos, no es nada, no pasa nada, era una «nihilista». Normalmente suele haber una palabra salvadora. Da igual si viene a cuento o no, basta con que lo parezca. A menudo suele existir esa palabra elegante de la que tirar para justificarnos y que todo siga igual.
“Amor.”
Responsabilidad.
Crédito.
Dinero.

Según la mayoría, no es avaricia, tan solo somos los mejores sistemas conocidos; llámalo Democracia, llámalo Sistema Educativo. No es que seamos egoístas, es que nos ha costado mucho conseguir lo que tenemos. No es que seamos consumidores, es que es navidad.
Lo que te diría un optimista, quizá, es que somos el mejor mundo que sabemos ser.
Un pesimista… se limitaría a intentar echar un polvo o buscar porno por Internet mientras se come el seso para intentar ser más optimista.
Según la teoría popular, ambas son personas respetables y sensatas.

La escritora tiene una sobrina que ahora tiene veinticinco años. La muchacha era la única de la familia que no se sentía incómoda con la escritora. Creo que era porque la juventud y la falta de prejuicios por llevar menos recorrido vital, hacían que la viera como persona, como la persona que era; la niña no la valoraba según todo lo que no había hecho en la vida, sino por cómo la trataba a ella, por los consejos literarios que le daba, por saber que podía contar con ella.
A su vez, la muchacha era la única persona de la familia a la que la escritora aguantaba desde un punto de vista sincero. El padre de la chica era abogado. La madre -como la escritora decía-: Supermujer. La madre era una alta ejecutiva. Tan profesional, decía la escritora, tan pulcra, decidida, ocupada, moderna y responsable, que te era muy difícil imaginarla teniendo un orgasmo o moviendo un dedo para algo que no fuera seguir siendo una profesional pulcra, decidida, ocupada, moderna y responsable. Tres años antes de la muerte de la escritora, la profesional -hermana mayor de la escritora, por cierto- tuvo un grave ataque de ansiedad. Lo tuvo durante el verano, en su séptimo día de vacaciones. (Aún le quedaban veintitrés días más sin tener que ir a trabajar.)
La solución, en aquel momento, para Abogado y Supermujer, fue tener otro hijo. Muchas veces funcionaba, eso decían, por qué no intentarlo. El segundo ataque de ansiedad de Supermujer, llegó un mes después de perder al niño en el parto. La escritora decía que en realidad había dejado de tratar con su hermana desde que ésta había comenzado a cursar su último año de universidad. Es decir, sí, trataba con un cuerpo y una cabeza y brazos y manos y demás, pero ya no eran los de su hermana, eran los de un ser a quien le habían estado diciendo durante años que fuera hacia a “la luz”. Con confianza. Que hacia la luz era donde había que ir, y que con el suficiente sacrificio y esfuerzo Bien Encauzados era mucho más difícil que las cosas se torcieran. Y ella se fue de cabeza, hincó codos, sonrió a todos, pasó noches académicas en vela, pasó «por el tubo», obtuvo sus resultados, los enmarcó. Ya era una persona.
Aun así, después de perder a su bebé, la crisis de ansiedad pareció hacer resurgir a la chica que ella había sido antes de ir a la universidad (Ciencias Empresariales). La chica que pintaba y hasta llegó a vender algún cuadro. Aquella chica que se centró. Que, según sus padres, se dejó de tonterías y comenzó a esforzarse al iniciar su carrera. La que, al resurgir y no saber bien qué había pasado con su vida, comenzó a ver su trabajo como una condena, y su vida familiar como una gran farsa maliciosa; las sonrisas de sus padres, la reuniones, el hecho de tener que patrocinar cada año cada tradición común… Así, floreció en ella una depresión de las que te arrinconan e inhabilitan, a lo cual siguió el motivo por el que, a corto plazo, la escritora se suicidó, el cual fue una tarde de domingo en que la profesional se abrió las venas, dejando pasmados a su hija y el abogado, y a todo el mundo.
Lo más escalofriante del tema, es que cualquiera diría que los padres de la escritora y supermujer, habían sido ejemplares. Intentando conducir la vida de sus hijas. Llevándolas por el «buen camino», procurando que no les faltara nunca de nada. El mismo proceso de obligaciones y sacrificio concretos que la escritora echó en cara a sus progenitores, asegurándoles que habían amputado toda ilusión a su hermana, habían eliminado de ella cualquier rasgo de carácter personal para convertirla en poco más que una bisagra, un frigorífico, una persiana, un objeto inanimado que sólo sabía llevar a cabo ciertas obligaciones, vacío, sólo parte de un engranaje, de lo cual, decía la escritora, su hermana se dio cuenta tan tarde que ni tan siquiera tuvo fuerzas para reconducir las cosas, enfrentarse a sus padres, intentar volver a dedicar tiempo a las pasiones y la vida que la definían.

La escritora, publicada poco antes de la muerte de su hermana y la suya misma, intentó hacer entender a sus padres y la gente a la que quería, lo equivocados que estaban. Lo tristes que resultaban en realidad. No dudó en dejarles claro que ellos habían preparado el escenario ideal para que alguien como su hermana acabara un día explotando. Admitió su propia culpa por no haber hablado con ella, por no haberla apoyado más y no haber dicho antes en voz alta lo que pensaba. Y lo que la llevó a la desesperación más absoluta, fue el hecho de no conseguir que sus padres admitieran culpa alguna. El hecho de que además comenzaran a verla a ella como una tarada que no sabía admitir que su hermana sencillamente había perdido el juicio y se había suicidado, y que el mundo que la rodeaba no podía ser más ideal. La escritora no había visto más que a un grupo de gente ahogando a su hermana con una sonrisa en la boca, hasta que dejó de patalear y pudieron enterrarla en una «sentida» y ordenada ceremonia.
Aquello, para ellos, era amor. Había sido amor. Sólo había que mirar para verlo, el archivo estaba perfectamente etiquetado y en su sitio. Sección: Vida. Pasillo: Sentimientos. Estante: Amor. Y todo está ordenado alfabéticamente. Amada hija, esposa y madre, muerta a los tantos y tantos, año tal y año cual. Para ellos, había que estar ciego para no verlo.

Según la escritora, para todo el mundo hay tan sólo unas pocas clases de amor; las subdivisiones del estante situado en el pasillo Sentimientos. Antes de publicar su segundo libro, antes de morir, me hablaba de esas cosas en susurros de biblioteca, en la biblioteca en la que trabajaba en lugar de estudiar «algo» y buscarse un «trabajo de verdad» como querían sus padres.
Está el amor de pareja, decía; somos pareja y salimos y follamos, es lo que hacen las parejas. Está el amor de familia, somos familia y tenemos la misma sangre, y por tanto nos queremos. Y está el amor relacionado con la amistad, somos amigos y quedamos de vez en cuando para no estar solos.
Si no te adecuas a alguna de esas etiquetas, olvídalo; si la gente acude con diligencia al pasillo Sentimientos y no encuentra tu nombre en ninguna de las subdivisiones asociadas a su nombre, déjalo, no hay nada que hacer. La mayoría de gente no entiende el interés por su persona si no está previamente firmado en el “orden de las cosas”. Clasificado.
Es una especie de jerarquía impuesta respecto a los sentimientos, decía; del mismo modo que aún mucha gente no entiende la homosexualidad respecto al sexo. La gran mayoría de gente prefiere un amor falso que puedan clasificar, a uno verdadero que no sepan ubicar dentro del sistema. Porque dentro del sistema se sienten seguros, saben lo que esperar. Todo eso decía la escritora.
Si introduces, por ejemplo, la palabra «poligamia» en el ordenador de la sala abstracta en la que todo el mundo tiene clasificado lo que siente o espera, el ordenador parpadea y te invita a volver a intentarlo.
Lo cual pasa con muchas otras palabras. Es el factor indicativo de que las palabras tienen demasiado poder a veces, y aun así no son capaces de definir el hecho de estar vivo a muchos niveles. Eso da mucho miedo, significa descontrol. Y hay que crear al menos una «ilusión de control». La mayoría de actitudes que tienen las personas frente a la vida, son lo mismo que creer en Dios, crean o no en él.
Si sencillamente sientes algo y necesitas darle de comer a ese sentimiento, decía la escritora, estarás perdido si no sabes ponerle un nombre incluido en el archivo del ordenador de la sala abstracta.

Las frases tipo “Sed vosotros mismos”, etc., o los consejos relacionados con afrontar los baches con una buena actitud, sólo funcionan dentro de ciertos parámetros normalmente limitados por tradiciones y prejuicios, entre muchas otras calamidades intelectuales. Podredumbre personal que solemos admitir con una sonrisa. Porque somos naturales, o esa es la imagen que queremos dar.
No se trata de querer a nadie o entregar tu vida a una pasión. Se trata de que puedas explicarlo con palabras a bote pronto en una conversación. Yo jamás supe definir mi relación con la escritora, pero nunca dudé que la quería más allá de lo que la gente haga o deje de hacer para demostrar a todo el mundo que quieren a alguien. Era La escritora; así la conocimos muchos. Según casi todo el mundo, estaba loca. Todos ellos eran cuerdos; todos estaban en tu mente fácilmente a mano. Lo que todos al parecer debemos ser, es información a un par de clicks de distancia. Hasta que alguna nueva especie nos domine con energías e inteligencias renovadas, y pasemos a ser la piel de sus zapatos, sus alfombras, sus cabezas humanas en la pared. Especie humana, muerta a los tantos y tantos, año tal y año cual.

[Arriba, uno de los temazos de la banda sonora de «Drive». Abajo, + pin up.]

5 comentarios en “La escritora

  1. Ser tu mismo solo funciona si tu mismo no eres un imbécil o si evitas rodearte de gente que siendo ella misma no decida que tú eres alguien a quién hay que pisarle la cabeza por ser él mismo. Pero es cierto que la escritora no me parece nada loca. Y que a muchos sí se lo parecería.

  2. Excelente relato! El personaje de la escritora está tan bien compuesto que se transmite de forma muy clara y cercana las peculiaridades de esta persona como si fuera real, pero a la vez destila la esencia universal de esos personajes anónimos únicos e intemporales a los que se admira o se rechaza por ser fieles únicamente a si mismos y atreverse a vivir a tumba abierta. Un placer leerlo!

  3. «Lo que te diría un optimista, quizá, es que somos el mejor mundo que sabemos ser.
    Un pesimista… se limitaría a intentar echar un polvo o buscar porno por Internet mientras se come el seso para intentar ser más optimista.» Frase que se te pega al cartílago, joder!
    Bueno, pues esta escritora, que en paz descanse, es de esas personas que deberían durar eternamente, y que aun viendo lo difícil y podrido que está todo a su alrededor, tendrían que haber usado su intelecto para declinar la opción del suicidio, habría ayudado mucho mas a su hermana y sobrina si viviera para apuntalar sus futuras buenos pensamientos, de todos modos veo que dejó cosas buenas, y es mas de los que muchos que han muerto pueden decir, y solo queda gritar ¡VIVA LA ESCRITORA! un beso Jordi, fantástico texto y que rapidito se lee cuando te intriga desde la primera línea, reivindicativo como siempre ;P

  4. increible que uno no se de cuenta que tu vida es una mierda (lo digo por supermujer) y acabe suicidando antes que la escritora, todos tenemos formas de explotar segun sea conveniente,supongo.Me gusto.

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