Ahora los tres escritores (primer premio, segundo y accésit) tienen que subir al atril y leer sus relatos cortos ante todos. El resto -unas cincuenta personas- estamos sentados en sillas plegables acolchadas; somos los no-ganadores, invitados por decisión del jurado al considerar nuestros textos… textos de perdedores, perdedores dignos, supongo.
(Obviamente estamos en ese punto en el que ya se ha proclamado solemnemente quiénes eran los ganadores.)
Primero leerá la chica que ha ganado el accésit. Su cuento lleva por título: “La mecedora”. La muchacha es «altamente follable», como me indica el colega que tengo sentado al lado (también aficionado a los tacos, Bret Easton Ellis y las metáforas absurdas). Ambos nos presentamos a concurso y a ambos nos llamaron a los dos meses por teléfono para informarnos de que «tienes posibilidades»; luego nos indicaron el lugar de la entrega de premios y nos desearon suerte. La voz de la organizadora que llamaba era, según mi colega, «de locutora», y por tanto «seguro que estaba buena».
La muchacha comienza a leer “La mecedora”. Empieza así:
La madre de mi madre era una mujer robusta. En el jardín de su casa había un manzano que yo me quedaba mirando por la ventana mientras ella me preparaba la merienda. Recuerdo el tacto de sus manos, arrugadas pero suaves y experimentadas…
La muchacha lee con seguridad, pero en cierto momento sus ojos se llenan de lágrimas y tiene que detener un momento la lectura (la gente aplaude; se oye un «¡guapa!»). Mi colega me da un codazo y pone los ojos en blanco. Luego sabríamos que el texto era autobiográfico, y que la abuela había muerto recientemente. Con todo, el cuento resulta neutro y hace que te ruborices en muchos pasajes (los pasajes en los que debería emocionar). La prosa es correcta y tan académica como cabe esperar, y el final es de esos para echar al montón, una imagen pretendidamente poética en la que se ven las costuras de planificación por todos lados. El texto no respira por sí solo, es totalmente dependiente de las concesiones del lector. Y lo peor es que ni siquiera es un tío quien lo ha escrito (con el dañino ímpetu mojabragas que eso puede conllevar), así que encima la chica ha sido honesta, lo cual te lleva a la conclusión de que no tiene y no tendrá jamás ningún talento real.
Luego va a leer el tío del segundo premio. Cabe decir que antes de la lectura, la organizadora/presentadora tiene una pequeña charla con el escritor (y me refiero a una charla en el atril, delante de todos). La mujer hace un pequeño resumen del currículum del ganador, y va apostillando con preguntas. En este caso, el segundo premio se lo ha llevado un señor de unos cuarenta años que es panadero. La tía le hace comentarios como: «Y con lo que madrugas y demás, aún tienes tiempo para escribir?», o, «¿Conoces a más gente de tu profesión que escriba?», e incluso «Vaya vaya, panadero y escritor eh…». Cuando dicha charla cristaliza al fin en cierta humillante condescendencia, dejan que el hombre comience a leer su texto (cara roja, claramente mosqueado). El titulo: “Amor sin par”.
Enseguida descubrimos que el tono es el mismo que el de la chica sin abuela materna. Todo es… superficialmente profundo… o profundamente superficial. Nuevamente el texto es como un crío al que tienes que llevar protegido a todos lados, inocente, que no alcanza a tocar casi nada con su manita porque su propio creador no le deja. Es como esas parejas que se dicen «Te quiero» y «Cariño» con tanta asiduidad que a la larga las palabras ya sólo son ruido, y carecen de significado, por más que sean producto de la sinceridad.
Éste es aún peor que la chica, me susurra mi colega. A mí me parece igual, le digo. No, me contesta, la chica al menos era guapa… Es el tipo de diálogos que solemos tener. En cierto modo nos divertimos constatando el correcto y previsible “buen gusto” del jurado (algo muy habitual en los certámenes). El panadero ya ha abandonado el atril. Lo ha hecho entre los institucionales aplausos, dejando la mano derecha de la presentadora suspendida en el aire cuando esta intentaba darle la enhorabuena nuevamente.
El ganador del primer premio firma como Florencio Sabato Kirchner. La presentadora se esmera en pronunciarlo correctamente. A mi colega le comienza un ataque de risa que no puede sofocar (indicativo de que antes cuando se nombraron los ganadores no se había enterado). ¿Así se llama?, susurra, no me jodas, así hubiera ganado el certamen hasta presentando un extracto bancario de la cuenta corriente…
Cuando el tipo sube al atril, bueno… eso no ayuda a sofocar las risas de mi colega, que además se me están contagiando. El hombre lleva un jersey blanco de cuello alto, perilla, pelazo, unas gafas de montura marrón de tamaño considerable. Tiene treinta años y seguramente unas cuatro páginas de currículum (el tiempo que tarda la mujer en resumirlo sólo empeora la situación), la organizadora habla con él como un hobbit que tuviera a Gandalf delante (eso me da mala espina; se avecina un coleccionista de braguitas echadas a perder, pienso). Todo hace que nos sea muy difícil frenar el cachondeo; cualquier detalle de la charla te hace pensar en la presentadora y él cenando con velas, «haciendo el amor», yendo al cine o haciéndose regalos.
Como sea, somos los únicos a los que nos hace gracia el hombre, su nombre y todos sus logros. Mi colega le mira, me mira y dice: «Era el destino…». Nos tapamos la boca justo antes de que el tío empiece con la lectura. La presentadora alza un brazo y nos mira; representa una posturita de profesora enfadada. Entonces, el claro ganador del certamen por designio divino, empieza a leer.
Título: “La mancha”.
Reconozco que el tío tiene muchos más recursos que el segundo premio y el accésit. Aun así, ninguna acción o descripción de la narración escapa nunca de provocar seguro en muchos lectores la sensación de que luego necesitarán algún tipo de Almax para el cerebro. A medida que el cuento avanza, por otro lado, se vuelve cada vez menos “Faulkneriano de garrafón” y cada vez más previsiblemente mojabragas. La historia es la de una mujer que pierde a su marido y tiene que sacar ella sola a dos niños adelante. Pasa de secretaria a camarera, y de camarera a prostituta. Todo viene a ser una especie de disección lírica con «mensaje» que guarda relación con la «crisis económica» y la, a menudo inevitable -y para mí ya irritante- apología de la madre coraje (o mujer sola, etc.).
Al final, en estilo creo que la lectura ha sido destacable (aunque muy pesada, de las que te presentan al autor quitándose un par de costillas para poder “llegarse”), y el contenido en general, tan trascendente como aburrido (debido sobre todo a las formas).
El aplauso es atronador. Supongo que es un tipo listo y sabe vestir. Mi colega, aún imbuido en su coña, aprovecha para gritar: «¡Queremos verte ese pollón!».
Ya hemos visto esto decenas de veces. Sea como sea, ambos sabemos que, sobre todo, lo que es el tío, es un mentiroso.
Una hora más tarde estamos en cierto bareto cercano, y nos damos cuenta de que hay mucha gente de la que había en la entrega de premios (por cierto: 5000 eurazos para PseudoFaulkner, 2000 para el panadero, y 1000 para Heidi).
Al fondo, vemos al ESCRITOR de pie con dos amigos. Pedimos cerveza y no podemos evitar observarle. Dos chicas que estuvieron en la lectura se acercan a saludarle.
Sigue funcionando, dice mi colega.
Claro que funciona, le digo. La gente se llena la boca con la Verdad y lo importante que es, pero eso muchas veces no suele ser más que otro argumento para quedar bien, para destacar, para ligar. Es decir, otra mentira.
Ese tío no ha escrito un relato, ha diseñado un vehículo para su lucimiento apelando a uno de los trucos más manidos (mujeres que lo pasan mal, pobrecitas). Su gesto ha cambiado radicalmente al pasar de hablar con sus colegas a hablar con las dos chicas. Poco después ellas le conducen a un reservado, y comienza lo que parece una entrevista. Una revista digital, dice mi colega. Es increíble que algunas aún tengan estómago para tragarse… eso, digo. Las tiene en el bote, tío, dice mi colega. Seguro que también escribe poesía, digo. Voy al lavabo, dice mi colega.
No puedo evitar acercarme (disimulando fatal) a la zona de la entrevista. Una de las dos chicas tiene una libreta en la que toma notas. Las dos le miran con algo entre adoración y timidez. Sentiría envidia -o más envidia- si no fuera porque lo que hace el tipo es como sacar una zanahoria para que los conejitos acudan a la trampa. Porque eso es lo que es, y es lo que más se lleva, lo que casi nadie quiere reconocer que en el fondo no es más que eso, engañar. Además, lo más triste del asunto es que la mayoría de gente no podría escribir un buen cuento o un libro, pero este tío podría. Es lo que creo. Tiene todo el potencial necesario para hacerlo; pero en lugar de eso, lo único que él quiere son lo que mi amigo llama siempre: «chochitos».
La gran paradoja, es que todo ese talento y sensibilidad que ellas ven en él, no es más que un plan. Donde ellas ven a alguien atento y capaz, en realidad sólo hay un pseudo-intelectual que raya la misoginia. Es la clase de persona que no mueve un dedo si no puede conseguir algo a cambio. No se trata del arte. Casi nunca se trata del arte.
Ese halo de superioridad que se ve en algunos artistas (o artistas oficiales), surge precisamente de esa actitud que consiste en centrar todas tus energías no en la obra, sino en el después de la obra. ¿Qué pasará con esta obra? ¿Me conseguirá algo? Da igual si son chochitos o dinero o reconocimiento. Si quieres lastrar tu idea, sácala del núcleo fuerte de tus esfuerzos, conviértela en mero peldaño para subir un poco más en cualquier faceta de tu vida.
Lo que el tío está haciendo es vender la monserga de que es él mismo, en la vida y en la literatura. De que no hay sótano ni buhardilla ni cajones secretos en él. Él ama los libros. En lo poco que he oído de la entrevista, ha vertido unas veinte referencias. Tantos autores y tan densos, que incluso a los treinta años -y teniendo en cuenta su frondoso currículum-, es difícil que haya podido leerlos a todos con la suficiente atención como para acordarse de algo más que el título y los colores de las cubiertas. Leer a la mayoría de autores que salen de su boca, a bote pronto es como masticar cartón. Quiere hacerles creer a las chicas que él es selectivo, cuidadoso, crítico; pero en general, sobre todo dice, pues eso, que tiene un pollón, y que si alguna de ellas va a querer verlo.
Mi colega vuelve del lavabo. Se llega hasta donde estoy, observa la escena con descaro. Es increíble, me dice, a los veinte años eso es normal, pero ¿ser LQY a los treinta? La entrevista se alarga y alarga. El motivo por el cual mi colega y yo tenemos un radar de lo más fino para captar a este tipo de sutiles farsantes, es que nosotros lo fuimos años atrás. Es casi un estilo literario (y de vida). Un género. No siempre es impotencia, llega un momento en que sabes que si te esfuerzas, al menos un diez por ciento de lo que escribas no será basura. Pero a cierta edad es posible que eso te importe un carajo. Date una vuelta por entregas de premios o lugares en que reine ese ambiente. Al principio está muy bien jugar sólo a impresionar, y quizá incluso metas mano o consigas algún polvo gracias a poemas baratos o prosa pseudo-melancólica; pero a la larga, es como convencer a dos chicas ebrias para ir a tu piso, y una vez allí, hacerles un espectáculo de marionetas mientras les pides que por favor no se desnuden. Te das cuenta de que lo que podrías hacer (o crear) a largo plazo, se está perdiendo por culpa de tu ansia de placer ya. Crees que estás aplicando tu habilidad perfectamente para conseguir cosas a cambio, pero lo único que estás haciendo es irte de la fiesta antes de tiempo.
Mi colega y yo miramos al tío ya sin disimular. Es nuestro nuevo proyecto científico. Treinta años… Para nosotros es como haber descubierto el hueso de un dinosaurio no catalogado. ¿Has visto lo que hace con las manos?, dice mi colega. Cada vez que nombra un autor, se rasca la nariz y mira hacia otro lado. Cabrón, murmuro… Practica algo muy sutil. Mi colega y yo teníamos un amigo en la universidad que hacía exactamente lo mismo. Era una especie de timidez ensayada; para cuando la chica se quería dar cuenta, ya tenía la lengua de aquel capullo perforándole el ano. Pero a lo que se refiere mi colega, es a que este tío tiene la técnica tan perfeccionada que es prácticamente imposible pillarle en falso. Sólo hay algo que le delata, y es lo mismo que en sus textos: sobrecarga tanto la actuación que podría acabar haciendo que las chicas pasaran de estar impresionadas a comenzar a resoplar mentalmente. Todo en su lenguaje corporal es casi perfecto, pero le pierde la verborrea.
Hace unos ocho años que se disolvió el LQY (acrónimo de Lo Quiero Ya). Poco después de graduarnos, nueve chicos (entre los que estábamos mi colega y yo), estudiábamos el modo de parecer realmente auténticos siendo en realidad unos farsantes. Muchos acudíamos a talleres literarios (lo cual, ahora sé que era una especie de autoflagelación por nuestra actitud). Teníamos básicamente dos objetivos: Mujeres lectoras y Certámenes literarios con dotación económica. Pero era complicado. Dependiendo de la mujer había que trazar uno u otro plan (teníamos catalogados más de veinte procedimientos que sabíamos habían funcionado), y dependiendo del certamen, había que idear un relato u otro, y también especificar el estilo, investigar al jurado… En cuanto a las mujeres lectoras, en las categorías más importantes, las había clásicas (poesía renacentista), más “fáciles” (toneladas de prosa de bestseller y novela romántica), y luego las había con ansia por descubrir “nuevos estilos” (algunas veces bastaba con hacer imitaciones cutres de Bukowski). Al principio todo aquello parecía una estupidez, como una versión literato-terrorista de “El club de los poetas muertos”. Pero con el tiempo descubrimos que funcionaba al menos la mitad de las veces. Parecía haber perfiles de lectora igual que había perfiles de certamen literario. Llegamos a recaudar entre todos treinta y cuatro mil euros en cinco años. Algunos de los miembros acabaron casados con chicas que habían conocido vía poesía impostada y artificial (aunque no supimos más de ellos).
Ahora sé que aquello no se trataba de fórmulas. Lo que pasaba es que allí había chavales con talento, un talento irrefrenable. Y algo más positivo que descubrí, es que aquel experimento hizo que nos hartáramos de escribir de aquel modo maquinal, y todos respiramos aliviados cuando todo acabó y pudimos soltarnos y escribir de verdad.
El ESCRITOR se disculpa con las chicas (no sabemos si ya ha acabado la entrevista, él actúa todo el tiempo) y se va al lavabo. Mi colega me da un codazo. Le seguimos. Ese ejemplar de nuevo LQY tiene que saber que al menos nosotros le hemos calado. Nosotros, que apenas hemos conseguido publicar nada, y mucho menos ganarnos la vida con ello. Porque en cierto momento decidimos ser honestos con nosotros mismos. (Nota: Hay algo más, y es que las técnicas del LQY no funcionaban con las editoriales, y a ellos no les ibas a incluir en el currículum los siete orgasmos que le provocaste un día a Fulanita porque antes de quedar contigo te había leído y pensaba que eras auténtico…)
Mi colega comienza a hacer de poli malo. Es una afición extraña que tiene, la de acosar a gente en los lavabos. Es algo habitual siempre que salimos de fiesta. Se acerca a los tipos que están meando e intenta provocarles. Eso es lo que hace ahora el ESCRITOR, mear. Esperamos a que un chaval salga y nos quedamos solos con él.
Así que… ¿LQY?, dice mi colega en voz alta.
¿Es a mí?, dice el ESCRITOR. No lo sé, dice mi colega, ¿es a ti? (Nota: El inicio de este diálogo tiene una explicación. Después del fin del LQY, hubo más LQY’s con otros nombres, aunque todo el mundo supiera del original. Hubo más escritores que se unieron en pos de follarse todo lo que se moviera; también hubo estudiantes de bellas artes, hubo escultores, ha habido de todo, y todo bajo la sombra del LQY. Así que no es de extrañar que el escritor sepa de sobras de qué habla mi colega, aunque él pueda formar parte de un grupo bautizado de un modo distinto.)
Dime, dice mi colega, ¿de dónde has salido?
¿Cómo?, dice el ESCRITOR.
Que de dónde has salido, le susurra al oído, y luego poco a poco va subiendo la voz a medida que sigue hablando: porque tío, tu forma de escribir canta opera, y el show que estás montando ahí fuera con Lolita y Lolita 2 ya da directamente vergüenza.
Y qué, dice el ESCRITOR, ¿qué vas a hacer?, aunque tengas razón no puedes hacer nada… (Otra nota: Es verdad, da igual que nos hayamos percatado de la verdadera naturaleza del ESCRITOR. El fenómeno del LQY sólo ha llamado la atención entre los tíos; ninguna mujer necesitaría impresionar a nadie con un puto poema o un relato, y quizá a ningún hombre le hace falta que una mujer tenga mundo interior para pasar “un buen rato” con ella. Lo cual quiere decir que, para ellas todo ese rollo del LQY se ha quedado en leyenda urbana, y, muy erróneamente, suelen creer que no las podrán engañar. Sin olvidar que el tema no da para salir del lavabo y dejar al tío en bragas con dos frases; habría que dar demasiadas explicaciones; tantas que antes quedaríamos nosotros como unos frikis que él como el farsante que es.)
Miro a mi colega, que respira en plan matón y mira con desafío la nuca del ESCRITOR. El tío ya se está subiendo la cremallera. Se da la vuelta, mira a mi amigo y dice: ¿Qué pasa?
Mi colega y yo nos quedamos mirándonos. No hay nada que hacer.
Bienvenidos de vuelta al mundo real, dice el ESCRITOR.
[Arriba, un poco de PJ Harvey, que siempre viene bien. Abajo + pin-up.]
Pues si Jordim, creo que toquisqui que escribe, más en la bloggosfera, me incluyo, tienen algo de LQY. Supongo que es lo que diferencia a los buenos de todos nosotros. Y puede que no siempre por su hambre de chochitos, la gente se siente sola, necesita ser reconocido, una palmadita en la espalda, que le diga alguien que le importa, o formar parte de una comunidad, aunque eso suponga en ocasiones renunciar a partes de uno mismo, es como las fotos que cuelgan en la red social de la fiesta del día anterior, es triste y siempre ha existido ese afan de aparentar, creo que forma parte de la sociedad. Lo difícil es decir siempre toda la verdad. Sea real o no, la idea del LQY es genial, pienso que en el rock pasa exactamente lo mismo, existen unos rasgos que definen la autenticidad, muchos grupos han sabido sacar partido, a otros se les ha visto el plumero, lo malo son todos esos artistas olvidados y talentosos que quedaron en segundas, terceras y cuartas filas, la mayor parte de las veces nos toman el pelo. Esto que voy ha decir es simplemente congratulación absoluta, no tiene más, pero me gusta leer estos textos, me hacen pensar. Me enrrollo. Amen a todo el texto.
Es normal pensar en el lector cuando se escribe, pero eso no se puede convertir en una esclavitud para el escritor (de hecho hay gente que basa todas las facetas de su vida en esa esclavitud relacionada con lo que los demás esperan…)
No te preocupes, puedes enrollarte lo que quieras, me gustan los comentarios sustanciosos 🙂
Gracias por pasar y leer.
Da mucho que pensar…
Es curioso, yo no soy escritor, soy músico. Pero conozco muchos compañeros que están calcados en tu escrito. Sin embargo, los que realmente te hacen sentir cuando interpretan una obra no suelen ser ricos ni famosos (ni se comen una rosca), más bien pobres y despreocupados. Les da igual lo que piensen de ellos, pero ellos piensan en los demás cuando tocan.
Yo tengo un blog de poesía (aunque ya dije que no soy escritor), a veces me comentas.
Lo empecé hace poco para guardar los poemas que le hago a mi chica, pero vienen amigos, conozco gente, cada vez me gusta más escribir…
Como músico trato de sacar para comer y como poeta trato de enamorar a mi dama.
Si lo analizo, pues hay unas pretensiones que me alejan del «ars pura», podría ser un LQY. Lo malo es que no consigo ninguna de las dos cosas, quizá valga «Lo Querría Ya» 🙂
Un abrazo, Jordim
😀
Cabrón. Ojalá tuviese la mitad de talento que tú.
Una vez me apunté a un curso de «Escritura creativa» (es que sólo el nombre da que pensar…) y consistía básicamente en la masturbación mental de una escritora venida a menos, con mucha técnica y nulo talento.
En fin, yo también he empezado a escribir una novela. Que sea lo que Dios quiera.
Muchas gracias 🙂
Cuando empecé a escribir, alguna vez me dijeron que por qué no iba a un curso de esos (es la manía de querer academizarlo todo, oficializarlo todo, como si de otro modo las cosas no fueran reales), y pensé que si me apuntaba a un curso de esos, comenzarían a ponerme deberes y acabaría aprendiendo mucho más lento y mucho más a disgusto que por mi cuenta. Ahora sé que seguramente es así. Es imposible que con un profesor (alguien con gustos concretos y referentes concretos que no son los tuyos), me hubiera espoleado a escribir más de lo que escribo simplemente por gusto. Creo que me hubieran acabado amargando y quizá ya ni escribiría.
Suerte con lo del libro. Cógelo con muchas ganas y mucha paciencia 🙂
Muchísimas gracias. Se agradece. 🙂
maldicion, da envidia aunque no tanta….XD