El mejor chiste posible

El fotógrafo da las órdenes. Están el novio y la novia; los padres de ambos; tíos; sobrinos; los niños de todos. Eso se supone. Todo el mundo va elegante y es guapo. El día brilla como debe brillar, según los planes. Sonrisas de anuncio y poses de maniquí de escaparate. El novio sujeta la mano de la novia, que sujeta el cuchillo, que se clava en un pastel de cinco pisos. Él pone una cara expresiva de sorpresa, la cara de ella es una amplia sonrisa que alude de algún modo a su propia torpeza cortando el pastel. El pastel parece de nata y fresa. Y el fotógrafo dispara una ráfaga.
Dos niñas juguetean en un jardín con una señora mayor, la cual podría ser una tía de ellas. Una de las niñas es rubia y la otra morena. La rubia tiene grandes ojos verdes, la morena unos saltones ojos marrones. Ambas están encantadoras con sus vestiditos; ángeles concebidos vía casting. Y el fotógrafo aprovecha y dispara una ráfaga.
Luego, tres tíos de unos treinta años; amigos del novio, se podría suponer. Los tres tienen caras angulosas, sonrisas brillantes, pelazo, y llevan camisa y corbata (las chaquetas cuelgan de sus sillas), y no sudan ni tienen granos; no les sobra ni un kilo y hablan entre sí y sonríen dejando entrever que quizá van algo achispados (aunque no borrachos), es una imagen típica de sobremesa, de distensión, de alargamiento de comida de boda.
Y el fotógrafo dispara una ráfaga.
Un señor mayor rodea con el brazo a otro, los dos de pie. Ambos tienen un frondoso pelo canoso. Van vestidos aún con la chaqueta, detrás tienen unos setos en los que se refleja la luz del sol. Podrían ser (los señores, no los setos) los padres del novio y la novia. Como sea, ambos se sonríen con ganas el uno al otro como si acabaran de oír el mejor chiste posible. Uno de ellos, dado su aspecto de macarra bonachón recién entrado en la tercera edad, podría sujetar un puro, por ejemplo, pero no lleva nada en las manos. Los dos señores son saludables en apariencia, bajo sus trajes impecablemente planchados no se vislumbra sobrepeso alguno (de hecho tampoco parece que tengan arrugas en la cara o las manos). Son felices porque es una boda y ellos probablemente los padres de la pareja, esa es la idea. Y el fotógrafo dispara una ráfaga.
También dos señoras, sentadas a una mesa de jardín. Quizá las madres de los recién casados. La una posa una mano en el brazo de la otra, y hace ademán de contarle alguna confidencia al oído. La otra se lleva una mano a la boca, que abre en forma de o, y pone los ojos como platos; son señoras de mediana edad avanzada, y lo suyo es cuchichear. Esa es la idea. Eso sí, ambas están impecablemente vestidas y maquilladas, y también peinadas, la una con un recogido color castaño que brilla a la luz del sol, y la otra con una media melena canosa de las que dan distinción. Es un día especial y son felices y consuegras, y se llevan de maravilla. Entonces, el fotógrafo dispara una ráfaga.
Una figurante (una invitada), se acerca al fotógrafo y le susurra algo mientras señala una mesa llena de porciones del pastel de boda, en la que también hay bombones. Cariño, le dice el fotógrafo en voz alta, ahora para ti el chocolate debería ser como el cianuro.
Algunos invitados bailan en el césped. La chica pregunta qué es el cianuro.
Toda la supuesta boda es en el césped en realidad, en el jardín. Y el fotógrafo camina entre ellos y fotografía a discreción. El novio y la novia se cogen de las manos y apenas si son capaces de coordinar los pasos. Un consuegro baila con una consuegra, por ejemplo. La música caribeña de soporte, de sonido neutro, como de ascensor, sale de una radio pequeña que alguien ha dejado encima de una de las mesas de jardín. Las niñas, la morena y la rubia, dan vueltas y vueltas agarradas de las manos, y el fotógrafo las alienta para que sigan y no deja de enfocarlas.
¡Estáis contentos!, grita el fotógrafo, ¡es una una boda! Y todos los invitados, unos treinta contando figuración, sonríen y hablan animadamente entre ellos; bailan y mueven la boca porque están alegres y están comentándolo. Esa es la idea general.
También una chica vomita detrás de un seto. Pero basta con no fotografiar eso. Es por el catering; el fotógrafo sólo espera que no sea el principio de una intoxicación general. El novio y la novia no saben bailar, o bien les da vergüenza hacerlo de verdad con un desconocido.
A ver, la parejita -dice el fotógrafo-, vais a pasar toda la vida juntos, así que, un poco de complicidad.
No es por la ropa. Se trata más bien de una muestra, una celebración de escaparate. Como cuando caminas por un centro comercial y llegas a la zona de los ordenadores y los juguetitos. Te los encuentras todos ahí impecables y en fila. Ves todos los Ipads y demás. Y si pasas el dedo por una de las pantallas, ves que una foto da paso a otra. Una chica que sonríe, que da paso a una pareja neutra de novios que sonríen, que dan paso a una pareja de cincuentones que ídem. Puede ser una excursión campestre, o una cena elegante, o una boda ficticia. Sea como sea, la definición de la pantalla luce más si las fotos que ves en ella son de gente atractiva con apariencia de salud y felicidad.
Y alguien tiene que hacer esas fotos que no son ni tan siquiera un catalogo de moda.

Lo bueno de las bodas -le susurra el fotógrafo a la figurante a la que llamó gorda antes- es que suelen ser impostadas de por sí. Excepto por la complicidad entre los novios -que en una boda real sí suele darse-, todo lo demás es igual que aquí, dice, desconocidos o parejas que llevan años juntas y que están malgastando otro domingo que de todas formas usarían para ver la tele.
Se trata de dar empaque al aburrimiento, se trata de magnificar lo tradicional. De devolverle la dignidad una y otra vez. Eso se supone, dice el fotógrafo.
Los “actores” y los figurantes se arrellanan ahora en sillas y en el césped. Una pausa. Cuatro de la tarde. La novia es una mujer morena y delgada de metro ochenta, ahora va de un lado a otro con su vestido de boda, parece hacer ejercicios de respiración, un ritual personal. Mírala, le dice el fotógrafo a la figurante, está representando justo lo contrario de lo que es; es como coger a una mujer de cien kilos con la cara quemada e intentar que desfile en París sin que resulte grotesco. ¿Alguna vez has visto fotos de boda de verdad?
La figurante pregunta qué es el cianuro.
El fotógrafo se aleja de ella e inicia una charla con el padre ficticio del novio. Coquetea. No parece que entre el supuesto hijo y el supuesto padre se lleven más de quince años. La novia sigue caminando de un lado a otro. Cierra los ojos y respira, levanta los brazos y los baja soltando el aire. Un figurante se acerca a la figurante. Le dice que el cianuro es veneno, y señala con el mentón a la novia. Ya pasa de los treinta y cinco años, murmura, pero aún quiere ser actriz. Fíjate, dice, en eso te conviertes después de veinte años leyendo revistas femeninas; nada es espontáneo, todo es planeado; y el mayor plan es parecer natural y espontánea, de forma que es imposible que lo sea o lo parezca. La figurante asiente. La figurante tiene unos veinte años y lleva cinco leyendo revistas femeninas y aparentando ser natural. Y sonríe mientras ve a la novia, que ahora se ha sentado en la posición de la flor de loto, con los ojos cerrados y muy concentrada. El figurante salió durante siete años con ella; tiene cuarenta años y sigue haciendo ocasionales trabajos de publicidad. El cielo se encapota.

El hotel que resguarda por la noche a actores y figurantes y todo el personal, es de cuatro estrellas. Alguien ha tirado la casa por la ventana. Nadie está lo suficientemente cerca de su hogar como para irse y volver mañana. Y todo eso a la espera de que haga sol.
Es uno de esos edificios desde la azotea de los cuales si dejas caer una sandía, abajo explota abarcando con los restos una circunferencia enorme y putrefacta, como de vómito. Al estilo de los saltadores forzados del 11-S.
La figurante tiene una habitación para ella sola en la planta doce. Justo en la de al lado se hospeda el fotógrafo. Ella sabe que desde el primer momento la eligió como confidente porque se sentía mucho más inteligente que ella. De la habitación llegan gemidos apagados (el fotógrafo y el padre ficticio del novio). Han de gritar muy fuerte, piensa ella, esto no es lo que se dice una pensión sencilla para quienes buscan sólo techo y cama.
Dos pisos por encima, comparten habitación los novios ficticios. Una broma (no se han quejado); aunque son camas separadas. Ella practica yoga de cara a la ventana (un cristal que va del suelo al techo); él yace en su cama arropado, oculta una erección. No siente nada hacia ella, sólo se trata de la situación, están solos; está cachondo por una cuestión de mera lógica física. Él podría encajar en ella si ella se dejara; como sea, ella no es muy habladora, y aunque le sonríe cuando se supone que viene a cuento, las sonrisas suelen ser muecas exageradas. Da la sensación de que nada de lo que hace es de verdad; ahora mismo no está relajada, sólo tacha una actividad más de las que tenía en su agenda de hoy.
Un piso por encima, el figurante que había tenido una relación de siete años con la novia ficticia, ha conseguido convencer a otra figurante de que le acompañe a su habitación. Dicha figurante es una aspirante a actriz de veinticinco años, pelirroja. De momento solo hablan. Han pedido comida, bebida; todo se carga a la cuenta de cierta productora. La pelirroja ya va algo borracha, y camina de un lado a otro de la habitación, jugueteando con su cabellera rizada. Fuera llueve, lleva horas lloviendo, ya son casi las once de la noche, el agua chorrea por los cristales. El figurante se levanta y abraza por la cintura a la pelirroja, que suelta un gritito pero no intenta zafarse.
El fotógrafo se corre dentro del padre ficticio.
La figurante se ha dormido.
Los novios ficticios también (excepto él, que ahora también finge que está dormido).
La pelirroja dice que «por ahí, no».

A las nueve de la mañana suena el teléfono despertador de todos los miembros de la sesión de fotos. El sol ha vuelto, adaptándose al guión. Nadie imagina su boda durante un día gris, es importante seguir alimentando la fantasía de que uno puede planear los días más felices de su vida. Esos días no son más que una lista de puntos que uno planifica; esa es la idea.
El fotógrafo y el padre del novio despiertan, y echan uno rápido antes de ir hacia el ascensor y bajar a la calle.
La pareja de novios no echa ninguno rápido antes de salir de la habitación. Él siente un pequeño dolor agudo en la zona de los testículos.
El figurante y la pelirroja follan en la ducha. Y son los últimos en vestirse, bajar en el ascensor, y ver la zona acordonada en que yace espachurrado el cadáver de la figurante pocas horas antes desconocedora de lo que era el cianuro.

El fotógrafo hace una llamada telefónica desde el vestíbulo. Dice que el trabajo no está acabado, pero que «una chica de figuración se ha suicidado». Ahora sólo tiene de ella el recuerdo de su torso reventado en la acera, las tripas por fuera, salpicaduras de sangre en todas direcciones y hasta varios metros de distancia, el cráneo aplastado contra el asfalto y los brazos y las piernas doblegados de modo antinatural.
La figurante pelirroja llora en el abrazo de su figurante amante. Aproximadamente unas cuarenta personas entre actores y figurantes y equipo de luces y maquilladoras, colapsan la calle sin saber cuál es el siguiente paso. El fotógrafo sale del vestíbulo, y grita para que todos le oigan. De momento, dice, ya que estamos aquí, lo mejor será que vayamos hasta los jardines para despejar esto.
El lugar está a unas tres manzanas, y realmente es un jardín privado alquilado para la sesión de fotos. En principio todo tenía que durar un día, pero se ha conseguido convencer a los propietarios para que den su permiso para un día más. Los propietarios tienen que restar a lo que cobren el costo de los daños de tener a cuarenta personas vagando por su propiedad y fingiendo que están de fiesta.
Al llegar, todos forman un círculo alrededor del fotógrafo. Hay gestos de gravedad. El figurante que va con la pelirroja, pregunta al fotógrafo cómo se llamaba la chica. Luego pregunta a otros figurantes. Esto no hace más que provocar más lloros de la pelirroja, que se contagian a otras chicas. Nadie sabe cómo se llamaba la figurante. A ver, dice el fotógrafo, yo tengo la lista de todos. De su bolso, saca tres hojas grapadas. Lo que podemos hacer -murmura- si queréis, es pasar lista. Os tengo divididos -dice- en tres categorías: actores principales, figurantes y empleados; ella debería estar en la lista de figurantes.
El fotógrafo dice que sabe que la situación es desagradable, pero que para saber a qué familia hay que llamar para darle la noticia, necesita un nombre.
A medida que los miembros de figuración levantan la mano al oír su nombre, el ambiente se va volviendo cada vez más y más deprimente. Algunas de las maquilladoras han comenzado a hablar conscientemente en voz alta de lo «asqueroso y elitista» que es el fotógrafo, a sabiendas de que él era quien más hablaba con ella, siempre altivo y con burlas cada vez que podía.
Unos cinco minutos después, el fotógrafo hace una marca a lápiz en la lista y dobla el papel. Ya está, dice.
¡¿Cómo se llamaba, soplapollas?!, ¡dilo al menos!, grita una de las maquilladoras.
El fotógrafo desdobla la hoja con manos temblorosas:
Alicia Orejuela Sánchez, dice, ¿estás contenta?

Verán, señores Orejuela, su hija era importante para nosotros. Alicia era el sol que iluminaba toda la sesión de fotos. Era una chica realmente bella; tímida pero encantadora. Jamás imaginamos que su estado de ánimo se hubiese deteriorado hasta tales extremos. Yo, como fotógrafo, siempre procuré que todos estuviesen cómodos, y debo decir que ella fue mi confidente e incluso mi guía. Sus consejos y sugerencias jamás cayeron en saco roto. Ella nos alentaba cuando las cosas se torcían, podría contarle unas cuantas anécdotas. Su iniciativa era férrea, y tenga en cuenta que le hablo de un solo día. En pocas horas, me di cuenta de su valía como persona, en incluso llegué a pensar que en un futuro podría albergar ciertos sentimientos por ella. Espero no se molesten por ser tan claro. Su muerte me ha afectado de un modo inesperado. Al ver su imagen, su cuerpo destrozado en el asfalto, mi corazón dio un vuelco del que creo nunca se recuperará del todo.
Alicia fue de las primeras en llegar al set. Se presentó y dijo estar muy interesada por el proceso. Yo enseguida vi que valía la pena tenerla cerca. Sus conocimientos en la materia casi igualaban los míos, pero me encandiló de tal forma que no me importaba que eso fuera así. Debido a su carácter, algunas de las otras chicas (otras figurantes, maquilladoras…) tuvieron sus más y sus menos con ella por una mera cuestión de celos o envidia. Su hija sufría de aquello que suelen sufrir los que valen de verdad: no todos los demás estaban dispuestos a aceptar lo de ser inferiores a alguien tan cercano.
En cualquier caso, quería mandarles esta carta en mi nombre y el de la productora, para hacerles saber que no sabemos lo que la impulsó a hacer lo que hizo, pero que muy probablemente lo que la hacía brillante fue lo mismo que la mató. Era brillante de cara al exterior pero seguramente estaba atormentada interiormente. Espero que el tiempo les ayude pronto a ir superando esta terrible perdida.

[Ando recuperando a los Pumpkins, y sí, me he decidido por no ser original y he puesto su video más mítico. Abajo + pin up.]

6 comentarios en “El mejor chiste posible

  1. Me hizo acordar un poco a la peli (mediocre, por cieto) en la que Mel Gibson escucha los pensamientos de las mujeres y termina salvando la vida a una empleada que se creia invisible (de hecho, lo era) y por eso tuvo un impulso suicida.
    En este caso, Alicia siguió el curso normal de las cosas. No siempre la vida real se ve encandilada por Hollywood…

  2. Vaya telita el señor fotógrafo gay, que bien se lo monta el tío, ahora resulta que no solo vio algo impactante (y no hablo del golpe contra la acera del cadáver) en la chica en cuestión, si que casi albergaba dudas de si se interesaría en un futuro en ella como pareja, jajajaja eso me hizo gracia. Cuantas veces los discursos halagando a los muertos están llenos de esto, mentiras retorcidas para hacer sentir bien a los familiares, y con esto no digo que la persona fallecida sea un desastre o desgraciado, si no que simplemente no se le conoce, como no se la conocía a la figurante.
    Este texto me ha recordado muchísimo a Wallace, y esa frase repetida, “…de ráfagas” me ha parecido el toque perfecto que engancha a lector hasta que no puedes volver atrás porque sabes que te arrepentirás perdido en algún sitio oscuro del que no se puede salir. Es una de las sensaciones que me dejan siempre tus textos, que enganchan un webo.
    Un besote mi chico y gracias por el atracón de hoy, ya lo andaba necesitando. ;D

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