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Tab Boutique

Por ejemplo: Hay dos clases de personas dentro de las que están «dispuestas a ayudar». Esto es algo que intuyes si has acudido a las suficientes reuniones sociales. Están las que echan una mano por simple y llano altruismo y buena intención, y luego están las que lo hacen para apuntarse un tanto (entre otras cosas). En el primer grupo no es que haya mucha gente en general; en el segundo, suele haber más mujeres que hombres (aunque ya haya también muchos hombres).
Es una situación típica. Cenas con diez o doce personas en casa de alguien.
Luego llega el momento en que hay que recoger la mesa, quizá hasta lavar platos si no eran de plástico, vaya, restablecer en definitiva el paisaje estándar del salón y la cocina. Y a menudo surge esa situación en la que, de repente, después de los cafés, tienes que ver la escena de una o dos mujeres peleándose por ser ellas las que solucionarán el estropicio pos-cena. Se regaña con “mano firme” a la anfitriona o anfitrión, y se le dice algo como: «no-no-no-no-no, déjame que ya recojo yo». A lo que la anfitriona o anfitrión responde algo como: «no-no-no-no-no, tú eres la invitada». Una vez llegados a este punto (ese diálogo de mierda se puede alargar hasta el absurdo), la persona que sólo quería ayudar, acaba cediendo; pero la que en realidad quiere quedar siempre como alguien amable sí o sí (aunque en ocasiones sólo quede como una histérica irritante), no cede, y se dispone enseguida bolsa de basura en mano a recoger envoltorios y restos de comida, ante el gesto de circunstancias del anfitrión o anfitriona (que se suponía era quien ofrecía la cena y por tanto se encargaría de los pormenores de la misma; lo cual no quiere decir que no pueda aceptar ayuda, pero quizá no tenga por qué aguantar ninguna actitud muchas veces desagradablemente “dadivosa”)
Normalmente se puede detectar rápido a las personas que son así, a las histéricas. Y es que muy fácilmente, con el tiempo (a veces sólo es cuestión de minutos), acusarán a otros invitados a ese tipo de reuniones de no haber movido nunca un dedo para ayudar; para después muy probablemente criticar al anfitrión o anfitriona básicamente por el mero hecho de estar vivo y en otra habitación. Es el tipo de histéricas de la vida que suelen convertirse en un clon de sus madres. Igual de “buenas vecinas”, igual de “entregadas”, machistas, hipócritas y falsamente modernas.
La desconcertante diferencia crucial, es que algunas de esas tías ahora incluso han estudiado carreras; y ni aun así parecen ningún tipo de mujer más avanzada o lúcida (excepto quizá al vestir).
Todo forma parte de cierta clase de familiaridad forzada, cierta clase de actitudes ya muy rancias que siguen muy presentes en muchos círculos sociales.

Por supuesto, esa clase de tía casi siempre tiene una relación aparentemente estable, y le chifla hablar de sus cosas de pareja; le encanta criticar a su novio –en su presencia– por hacer esto o no hacer aquello. Pero en el fondo se vislumbra en su actitud una especie de conformismo (a veces escalofriántemente complaciente para ella), una especie de aceptación gilipollas de ideas preconcebidas de que los hombres son así y las mujeres asá (indefectiblemente), y que por tanto su pareja tiene derecho a ser mediocre en según que aspectos porque el pobre no lo puede remediar; lo cual a ella, como digo, le gusta de algún modo, porque según esa “lógica”, todo eso no hace más que confirmar que está conviviendo con un hombre de verdad (macho, etc.).
Es entonces cuando sonríe como su madre, hace que no con la cabeza de un modo cómicamente resignado, y le da un sonoro beso al novio para celebrar ante los demás toda esa supuesta felicidad conyugal tan bien trabajada.
Nada es raro, nada parece fuera de lugar. Y por tanto, nada cambia.

En su ensayo Más allá de la Guía Tab, Jonathan S. Cuthbert le dedicó todo un capítulo a ese tipo de personas. Esas personas que se limitan a coger el testigo de sus padres para hacer de su vida exactamente lo mismo con envoltorios distintos. Muchas veces, según Cuthbert, esas actitudes no son genuinas, en el sentido de que la persona que las lleva a cabo no siempre es así, sólo lo es por apariencia, y por lo tanto sufre. Recordemos que, a menudo, las nuevas generaciones tienen más preparación, una visión más amplia del mundo; con lo cual, para ellos ceñirse a ciertos comportamientos comporta el hecho de tener que limitarse de alguna manera. Frenar la imaginación, las ideas, o hasta ciertos planes para ser más sinceros consigo mismos.
Y sólo para que la posibilidad de ser únicos no les margine.
Y desde ahí, en muchas más ocasiones de las que reflejan a veces los medios, se llega al suicidio.
Es la clase de suicidio menos habitual, pero espera.
Espera a los anuncios.
Esa amiga tuya que se pelea por una bolsa de basura después de una cena, podría estar a un paso de cortarse las venas. En este caso también se llama fuerza de voluntad; si eres capaz de pasarte treinta o cuarenta años fingiendo ser algo que no eres, la idea de la muerte no es gran cosa, no vas a ponerte especialito con eso.
Aunque sólo sea de un modo más bien patético, eres lo suficientemente valiente.

Mucha gente cree que a “Oscuridad Interrogante” se le fue de las manos el asunto; la editorial de la Guia Tab (popular mamotreto sobre el suicidio), se asoció con cierta gran marca de cosméticos para dar vida a las llamadas Tab Boutiques. Tiendas dedicadas a la venta de utensilios útiles si tu plan es abordar tu muerte voluntaria con éxito.
El departamento de márketing no dudó en enfocar su campaña tal y como se haría con cualquier otro producto:
¿Has llegado a los cuarenta y sigues solo o sola debido a tu físico? ¿No tienes amigos? ¿Tu trabajo te está haciendo la vida imposible y ya no tienes fuerzas para cambiar el rumbo? ¿Has perdido a tu familia en un accidente? ¿Tu mujer y tu bebé perecieron en el parto?
En Tab Boutique tenemos lo que necesitas.
Obviamente la campaña iba dirigida al target suicida habitual. Pero lo cierto es que el suicidio no es exigente. No le tienes que dar muchas explicaciones. Es gratis (al menos para ti).
Pero en serio, ¿te han diagnosticado una enfermedad terminal? ¿Tu silla de ruedas ha dejado de convencerte? ¿Eres deforme pero dolorosamente lúcido? ¿Sufres de insoportables dolores crónicos?

Las dependientas de las Tab Boutiques visten y te sonríen como azafatas de vuelo. Y todas son atractivas. No hay ningún hombre para venderte cuchillas de afeitar especiales adaptadas a la muñeca de un adulto. Todas las chicas van de rojo, llevan un sombrero cuyo tocado son las iniciales TB en cursiva, grotescamente grandes. Si tienes alguna duda, acudes a una de las chicas. ¿Cuál es la cuerda más resistente?, ¿algo para seccionar la aorta sin tener que ver mucho rato el estropicio de después?
Acompáñeme al pasillo de metales.
Las secciones más transitadas son: Fuego, Metales y Oxígeno.
Y los anuncios siguen emitiéndose a todas horas por la tele, en cualquier franja horaria.
¿En serio vas a poner el coche en marcha para ponerte a esperar dentro del garaje?
No seas tacaño con tu suicidio.
Las jefas de sección en las Tab Boutiques siempre son también mujeres, pero de más edad, y también atractivas. Son las popularmente llamadas MILFitas del Tab. Las dependientas son las oficialmente denominadas: Tabettes.
Venga por aquí, le enseñaré lo nuevo en auto-asfixia no-erótica; lo bueno es que no tendrá que preocuparse por pagar a plazos, como sabe.
Algunos anuncios te tratan de usted.
¿Quiere saber lo que es un negocio seguro? ¿Sabe que nunca hemos tramitado una devolución? ¿Ha decidido terminar por fin algo en su vida? ¿No puede esperar para ver si luego está Dios o el Limbo?
El porcentaje de mujeres que se suicida triplica al de los hombres. Las Tab Boutiques comenzaron siendo algo así como los nuevos sex-shops, y ahora ya son superficies vástamente iluminadas en pleno centro junto a Zaras y Multicines.
En marketing trabajaban también el absurdo (o lo viral);
¿Te han puesto hierros en los dientes? ¿La chica de la que estás enamorado no te hace caso y además se burla de ti? ¿Tus padres no te dejan salir los sábados? ¿Tu amigo imaginario te ha dicho que si no te suicidas les pasará algo terrible a tus seres queridos?
Nuestras dependientas te esperan en el centro Tab de tu ciudad para atenderte sea cual sea tu preferencia.

La publicidad se ha pasado también al minimalismo. Y a las calles. Vallas publicitarias con el logo rojo sobre un fondo blanco (las iniciales en cursiva), y encima, una frase. O una palabra:

¿Cáncer?

Y por supuesto artículos publicitarios polémicos a toda página en diarios y revistas;

Mi abuelo siempre me lo decía: Para lo que es la vida, yo me habría ahorrado treinta años. No es para tanto. La juventud, la mediana edad, la vejez… Objetivos cumplidos o que ya no podrás cumplir… Cómo quería a mi abuelo. Así que le acompañe a una de las Tab Boutiques, y una de las Tabettes enseguida nos puso al día. Tantos artículos y tan cuidados… Al cabo de dos días el abuelo ya estaba descansando en paz. ¡Y ya casi hemos convencido a la abuela!

Todo gracias a la diligencia de las Tabbetes y sus inteligentes consejos.

Gracias, Tab.

TB (Tu muerte en buenas manos)

Según Jonathan S. Cuthbert, al final ha vuelto a pasar. El suicidio ya no es más que otro negocio. Y el target de consumidores es tan amplio que viene a ser lo mismo que vender pan. Vender muerte no era nada nuevo; la innovación, como siempre, está en las formas, la superficie. Publicidad.

¿Segundo Aborto involuntario?

Antes sólo se mandaba a gente a la guerra. Ahora les decimos que la vida no tiene sentido. La cuestión es: ¿lo tiene? Hablamos de un mundo en el que nos invitan a morir por voluntad propia de un modo optimista, jóvenes o no. Ahora el Carpe Diem ya no sólo tiene que ver con seguir luchando, sino también con rendirse. Pero eso sí, con estilo, acudiendo a los mejores. Asesorándote de verdad.

¿Impotencia?

Todo sigue en sus raíles. Y todo el mundo se amolda. O al menos la mayoría. Sonríen y dicen: “Qué se le va a hacer”.
Para más inri, un día una Tabette se autodespide de la empresa al rememorar su entrevista de trabajo, y lo que ella consideró «penosas condiciones de contratación». Estaba dentro, pero acabó considerando más importante decirle al mundo con una carta enviada a la prensa, lo que el malvado personal de Tab Boutique hacía prometer a sus empleadas.
De entrada, un físico que no tuviera cabida en la foto de una marquesina, tampoco tenía cabida en Tab Boutique. Por otro lado, si querías ser una Tabette, tu contrato te obligaba a seguir viva al menos hasta el final del mismo, o su rescisión. Una Tabette no tiene derecho a suicidarse. La muchacha aludió en su carta que eso era como trabajar en una pastelería y que te prohibieran comer pasteles en tu tiempo libre. Eso era ser una esclava de la vida, y ella no quería ser una esclava. Si le daba por cortarse las venas estando aún contratada, Tab Boutique despediría a tres de las compañeras con las que tuviera más afinidad. Si tú te despeñabas tus amigas iban al paro.
Y no hay muchas mujeres que sepan lo importante que es tener una carta de recomendación de Tab Boutique. Haber pasado por ahí te convierte en la última sonrisa femenina que han visto muchos tíos. No es fácil que te vean con tu escote y tu encanto de azafata de vuelo, y que aún así no se retracten de comprar la cuerda, la pistola de diseño o la cuchilla de turno. No es fácil ser una Tabette. Después de eso, ser modelo o azafata de congresos es un peñazo. Todas las empleadas lo saben. No hay nada comparable a la mirada de un suicida, terminaba la carta de la chica, es honesta, pura, podría haberme casado con algunos de ellos sólo por esa verdad implícita en sus ojos ya puestos en el otro mundo. Pero no podía seguir con ello si no vivía la misma vida que ellos.

La fiesta oficial no tardó en instaurarse.
El día del suicida orgulloso Tab.
Cada 15 de septiembre.
Se decidió instaurar la fecha en septiembre al ser uno de los meses deprimentes por excelencia. El verano se acaba y normalmente lo que toca es volver al trabajo, o a seguir buscando trabajo. Lo que toca es volver a esclavizarse por una miseria. Afrontar otra vez la rutina que la mayoría de gente odia.
Cabe decir que, obviamente no todas las familias aceptan el hecho de que un miembro de la misma quiera morir. Pero aunque la eutanasia sigue siendo ilegal, obviamente ese día se celebra sobre todo alrededor de gente muy mayor, a veces enferma y a veces no.
La celebración consta de una cena cuya guinda final es un pastel de chocolate belga, normalmente con alguna inscripción como: Abuelo, te echaremos de menos, o Descansa en paz, etc., nunca nada muy sórdido.
Unas pocas familias se empeñan en disfrazar la celebración de fiesta cumpleaños. Es el modo de no asustar al pequeño de la casa.
Y eso sí, el clímax llega cuando, ya en los cafés, se le entrega al suicida el producto Tab Boutique con el que podrá acabar con su sufrimiento; y todos, excepto los niños si los hay, acompañan al viejo o vieja al entorno adecuado según lo que la logística ídem requiera, para verlo morir mientras le dedican una sentida ovación con eufóricos aplausos y silbidos.

¿Tercera edad?

[Arriba, bonito tema de Lisa Hannigan & The Chieftains. Abajo + pin up. AQUÍ, reuniones.]

Interrogatorio a Cupido

Una cosa es el día gris. Eso está bien, tiene encanto si vives en un sitio en el que normalmente hace sol (el sol está bastante sobrevalorado). Otra cosa es cuando empieza a llover y tienes que salir. Y otra es cuando llueve y no tienes que salir. Normalmente dicen que eso mola cuando es de noche, porque estás en el sillón o en la cama, oyes la lluvia, es sugestivo, estás bajo techo, etc. Claro que, eso pasa por la mañana igual si trabajas en el turno de noche. La lluvia, por tanto, tiene encanto cuando no la asocias al paraguas. O al insomnio. O es, digamos, mejor. Como el sexo sin condón, o dormir sin necesidad de pastillas.
Dormir se puede convertir en un problema. Había un psiquiatra o algo así; publicó un libro que hablaba sobre algo llamado: «Los portales del sueño». Por aquel entonces yo era de los que trabajaba en el turno de noche (eso existe). Según el tío, ese lumbreras con años y años de estudio, había un portal a las diez, otro a las doce y otro a las dos de la mañana.
Yo entraba a trabajar a las diez y terminaba a las seis.
Un genio, el tío.
Menudo hijo de puta de la autoayuda.
De modo que yo no tenía portal alguno a mi alcance para aprovechar y poder dormirme. En el libro no se especificaba ninguna regla de tres diurna para gente que currara en el turno de noche.
Lo cierto es que, de todas formas, yo no dormía entonces de noche ni de día. A veces caía en un estado de inconsciencia durante media hora o una hora. Ni siquiera sabía bien si había dormido, a no ser que soñara algo y lo recordara; aquello se parecía tanto a dormir como el psiquiatra de los portales a alguien inteligente u honesto.
La costumbre era ir por ahí con los ojos doloridos, beber café y decirles a los demás que no pasaba nada, que estabas estupendamente; eso era preferible a escuchar un montón de consejos de mierda para conciliar el sueño (como si alguien pudiera competir con Google en eso). Ni las pastillas servían. Si se ponía a llover por la mañana, yo escuchaba el inicio de la lluvia, luego la oía bajar por los canalones del edificio, luego me quedaba escuchando toda la tormenta, luego cómo iba terminando. Y al final, escuchaba hasta cómo salía el puto sol otra vez. Los ojos como platos, la cama revuelta, muerto de sueño pero para nada, sin portales placebo hasta que llegara la hora de volver al trabajo.
Paradójicamente, en esos momentos es cuando te sientes más vivo en cierto modo, cuando miras más la hora y eres más jodidamente consciente de todo. Lo oyes todo, cualquier detalle de la habitación está lleno de putos detalles más pequeños en los que dejas la mirada fija (aunque no selecciones lo que miras). Estás demasiado cansado para levantarte y con una predisposición psicológica perfecta para no relajarte ni en broma.
Es lo contrario a ser feliz. O ni siquiera eso. Solo es una sensación parecida a lo contrario a ser feliz. Ni siquiera eres infeliz. Eres… pseudoinfeliz. Tu problema ni siquiera es lo suficientemente grave u original. Hace mucho que está incluido en el saco de los problemas de segunda que no despiertan compasión en nadie; como mucho… eso, sólo vas a conseguir que la gente te hable del tema y sus posibles soluciones, como si no hubieras probado ya todos los remedios caseros. Sacar el tema otra vez solo resulta desesperante. Es como cuando llamas para solucionar algún problema con tu conexión a Internet, algo falla, y cuando vuelves a llamar tienes que repetirlo todo otra vez. Pulse uno, pulse dos, espere mientras oye nuestra puta música alegre de espera…
Y lo mismo pasaba cuando probaba con un médico nuevo.
Es por este tipo de cosas que muchas veces dan rabia los actores alegres de los anuncios. Todos sonrientes solucionando sus contratiempos de lo más comunes. Cabrones durmientes elegidos vía casting.

Precisamente por aquel entonces, uno de esos cabrones salía con la chica que me gustaba. Además no era un actor de cincuenta años cuya carrera ya no iba a despegar. Era todavía una promesa de veinticinco. Tan sonriente y bien dormido que era bastante difícil al mirarle seguir siendo consciente de que había otras personas en el mundo que morían de hambre. La clase de tío cuya forma de “diferenciarse” de los demás solo incluía rutinas como evitar conflictos, hacerse un tatuaje o decir cosas como: «Vivir amargado no sirve de nada, así que yo siempre veo el lado positivo de las cosas» (es decir, que nunca percibía niños africanos muertos por hambruna, sólo veinteañeras occidentales saludables a las que meterles la polla).
Tener mundo interior era comprar una pegatina nueva para el coche.
Si eras de otra forma estabas exagerando, sacando las cosas de quicio, haciendo demagogia autocompasiva.
Los pequeños detalles positivos te endulzaban la vida. Los pequeños detalles negativos… los negabas. El tío hablaba de sus tropecientas ex y de anécdotas del pasado como si fuera un teletubbie, como si nada tuviera excesiva importancia, como si en lugar de corazón tuviera un peluche que hubiese ganado en una feria. Lo largaba aparentemente todo intentando dar una impresión de transparencia y modernidad (lo cual sólo era más impostura). Nada era lo suficientemente importante para él; eso era lo que parecía querer darte a entender; la vida, psé… no era gran cosa, no podía impresionarle.
Todo eso sucedía en mi grupo de amigos. Yo sólo tenía fuerzas para asentir y pedir otro café.
Si el tío tenía algún miedo, sólo era un miedo de diseño, el promovido por medios y gobiernos. Era emprendedor al modo en que lo eres cuando en realidad lo único que haces es escrutarte en el espejo del ego de mil formas distintas. Si vivías la vida y no lo publicabas siempre a los putos cuatro vientos, no tenía sentido haberla vivido. No querías a nadie si no decías «Te quiero», fuese cierto o no. No eras listo si nadie te había enseñado antes su pulgar señalando al cielo.
Ese gilipollas estándar…, pues eso, así es como era.
En realidad no era culpa suya. Había salido de la misma cadena de montaje que todo el mundo. La única diferencia era que para él el concepto «cadena de montaje» nunca era una metáfora, sólo eso que hacían algunos desgraciados abocados a trabajos de bajo perfil.
Es verdad en parte que hablo de él en estos términos por lo de la chica. Pero también es cierta a veces la claridad que da el analizar sin escrúpulos las cosas. Algo que a menudo sólo haces cuando pasas por esos procesos sociópata-emocionales. En este caso eran celos, pero hay muchas otras formas de estar cerca de ver el mundo tal y como es gracias a una jodienda personal. Mucha gente cree que es una visión condicionada, sesgada, de complacientes autojustificaciónes. Yo creo que es más bien al revés. Cuando eres esencialmente feliz es más fácil que estés mucho más lejos de ser objetivo con lo que te rodea.
Es decir, para qué.

Al final un día un médico me recetó unas pastillas que funcionaban. Llevaba dos años sin dormir de verdad. En ese momento para mí los médicos ya eran más bien camellos. Cuando entraba a la consulta me daban ganas de darle al matasanos de turno una lista a boli de las pastillas que había tomado, todas tachadas, y decirle que se saltara el protocolo, que me recetara otras nuevas. Fuertes, por favor.
Si duermo cuatro horas hoy, volveré y le chuparé su polla licenciada.
Deme drogas.
Duras. Pondré el culo si es necesario.
Pero no. Siempre tenía que volver a contar toda la historia.
(Y luego temía lo habitual. ¿Ha probado a reiniciar el router?… Vaya a Inicio y haga click en Ejecutar…)
De modo que, aquel día iba otra vez sin ninguna confianza. Los abuelos de la sala de espera tenían todos mejor cara que yo. Incluso uno que decía que le quedaba nosecuánto de vida, según decía ya no era tanto una persona como el medio de transporte de su tumor. El tío sonreía hablando de los tratamientos, de que ya le daba igual todo. De qué se le va a hacer. Era un octogenario. Yo tenía los ojos como platos, y estaba demasiado cansado para sentir pena. En aquellos momentos era un ochenta por ciento sueño y un veinte por ciento celos. Pero ni siquiera tenía fuerzas aún para odiar en condiciones al gilipollas de diseño.
Hasta que todo cambió.
En efecto, el médico me recetó unas pastillas nuevas, y la siguiente mañana dormí la friolera de tres horas y media (mi récord personal en más de dos años). Al despertar y mirar la hora, me quedé totalmente pasmado. Ni tan siquiera intenté seguir durmiendo más, quería quedarme con el buen sabor de boca. Esperanza. Salí a la calle y me sentí como esos tíos que duermen siete u ocho horas y sonríen sobrados de energía. Esos que pueden leer un libro sin perder la concentración, que te miran y no dan ganas de darles un guantazo para que espabilen. Era como ser feliz. Me costaba no coger del cuello a todos y gritarles que había dormido tres putas horas enteras. Tenía energía, eso de lo que se habla tanto. No era un mito; uno podía recargar las pilas. La vida era larga, pero joder, es que además podías descansar, y no sólo pasar por ella buscando drogas y engullendo café para poder soportarla mínimamente.
Era un milagro.

Es verdad, todo comenzó a ser distinto de verdad. Comencé a dormir hasta cinco horas cada mañana. Con el tiempo acabé dejando poco a poco las pastillas, y comencé a relajarme de modo natural, como hacía años.
Fue así como reuní las energías necesarias para que mis celos tuvieran todo el protagonismo que merecían, y mi odio por el gilipollas no fuera solo una letanía, sino un sentimiento de verdad; de los que la gente tiene aunque no consuman cafeína como si fuera agua.
Volvía a ser humano, a tener capacidad de elección e ideología. De todo. Podía empezar a sufrir por amor ya sin molestias. Me sentía como debe sentirse un alcohólico que ha dejado la bebida. O como cuando te pasas un tiempo notando que no puedes leer los rótulos por la calle, y cuando te compras unas gafas el mundo adquiere definición y formas, esquinas, letras…
Ahora sí, ahora ya podía comenzar a padecer en condiciones.
Podía ponerme manos a la obra e intentar ser al menos infeliz respecto al asunto de la chica. Por lo menos volvía a tener las energías necesarias para probar suerte. Ya no tenía un problema de pseudoinfelicidad por el insomnio, sino que, con suerte, podía labrarme un follón en condiciones con mi grupo de amigos. Qué sé yo, me vine arriba: pensé que podía incluso intentar romper la estabilidad, dividir al grupo, malmeter, provocar celos y así no ser yo el único que los sentía. Podía vivir. Hacer las cosas que hacen las personas que renuevan las energías cada día sin problemas.
Total, eran una pareja de veinteañeros, casi universitarios aún (sobre todo ella). Sólo era una cuestión de tiempo que rompieran. Ese tío no parecía ni mucho menos alguien que fuera a conformarse nunca en general con nada. Iba a cambiarlo todo mil veces aún en cualquier faceta de su vida. Y por supuesto también cambiaría de novia. ¿Qué sentido iba a tener para ese pavo elegir no follarse a otra tarde o temprano si se ponía a tiro? Por dios, hablamos de un tío que se perfilaba dibujos en la perilla, un tío que llevaba gorros en cualquier época del año por simple estética. Un tío con unos cinco o seis piercings visibles, dos bandas en las que tocaba una especie de no-metal horrible, y como tres o cuatro clases de bolsos distintos. ¿Alguien a quien le preocupa tanto llamar la atención puede querer seguir con su novia para siempre desde los 25? Seguramente ya había hecho incluso el cálculo de cuándo romperían. Algo como al finalizar el verano, o después de navidad… En esas edades las otras personas funcionan muy a menudo como etapas. Ciclos sexuales. Los sentimientos sólo tienen cierto protagonismo en el subidón del inicio de la relación. Luego todo son planes «adultos» para hacer cambios.

Llevaban cinco meses saliendo. Cinco meses; él 25 y ella 23. Cinco meses eran “toda una vida”, un noviazgo “serio”. ¿Había amor?… da igual, probablemente eso era lo de menos. La libertad de elección, el hecho de que las parejas ahora se sientan libres para cortar y no haya presiones exteriores de los padres y etc., pues bueno, es un arma de doble filo. Seguramente muchas parejas tengan menos paciencia de la que deberían, así como hay otras que aún son demasiado rígidas y mantienen la relación aunque ya dé incluso grima verlos juntos. Incluso todavía existen aquellas parejas que cuando la cosa se tuerce creen que lo mejor es tener un hijo. Pero siendo honestos, la etapa de la juventud ahora suele estar gobernada por el caos. Nadie obedece a filosofías como el Carpe Diem por más que se llenen la boca de eso. El Carpe Diem de hecho sería ideal aplicado a una relación de pareja. Sin nadie que pensara en el futuro. Sólo valorando lo que pasa ahora, si ahora estás bien. Eso podría competir incluso con la amenaza de estar rodeados de otras personas siempre potenciales dinamitadoras de la relación.
Como sea, lo cierto es que esa filosofía de vivir el presente y punto, es sobre todo una farsa como un piano; es a las emociones lo que los donuts sin azúcar a la bollería. Al final no engañas a nadie. Todo el mundo, todo hijo de vecino, vive arrastrando quiera o no muchas cosas del pasado, y tiene que convivir también con la perpetúa amenaza del futuro. De hecho incluso estamos educados así. En el colegio ya era así; el colegio era una perpetua apología del pasado y el futuro; era todo amenazas solapadas (o no) sobre lo mal que te iría de mayor si no estudiabas, sobre lo mucho que pensarías en que ya no podrías volver atrás, etc. Tanto era así, que yo no le vi sentido a la vida hasta que comencé a morrearme con una tal «Cristina la vecina» en el portal de mi bloque de pisos a los quince años. Joder, debí pensar, al fin también existe el presente.

Queramos o no, somos esclavos de la memoria, y también de la incertidumbre del futuro. Todo el tiempo. Bueno, quizá excepto mientras duermes… pero mientras duermes no puedes hacer gran cosa…
Cuando más acentuado estaba mi problema de insomnio (llegué a tener visiones poco agradables), llegué a hablar con un… profesional. Y el tío no paraba de decir que tenía que haber algo de mi pasado, o algo de mi presente, algo que me tenía histérico quizá a un nivel subconsciente. Luego el tío intentó usar la hipnosis… y no hubo manera. Yo le decía que si no conseguía dormir ni con diez horas y una cama, sólo con una hora, el péndulo y un diván…
Las sesiones se fueron transformando en una constante burla mal disimulada por mi parte, y un día el buen hombre me echó dialécticamente a patadas de su despacho. Ese mismo día conseguí dormir dos horas enteras.
Sobre todos esos temas hablé con mis amigos una vez superado el problema. Sobre todo lo hacía cuando estaba la pareja de mi interés presente. Cuando estaba ella. Aunque en cierto modo quien era más susceptible de “convencer”, era él. Por más que me duela, la que parecía enamorada en la pareja era ella. Con él, daba la sensación de que la relación no era más que otra arista más de su forma de mostrarse. Mostrarse en el sentido más… somero. Y me refiero a simples posturitas. Creo que el tío disfrutaba mirando a otras mujeres en los locales mientras rodeaba con el brazo tatuado a su novia. Creo que le gustaba “enseñarse” ocupado. Un tío con novia. Creo que quería sembrar comentarios del tipo «Los buenos ya están pillados». De verdad lo creo. Quería tener pareja para poder meterle la lengua en la boca delante de todos mientras su brazo se estiraba sinuosamente para posar la mano en la parte interior de uno de los muslos femeninos de su propiedad. A veces era como ver un anuncio de colonia ultracool en directo.
A veces me daban ganas de buscar el extintor de turno y aplastarle la cabeza hasta acabar machacando huesos y sesos contra el suelo.
Pero lo cierto era que aquel idiota que debía creerse inmortal (nadie piensa que tendrá nunca cincuenta años cuando se hace un tatuaje nuevo cada cinco meses), a ella le gustaba. No sé qué era. No sé si de verdad era algo irracional o si simplemente el tío se la follaba como ella quería y por lo demás era meramente soportable y estúpidamente gracioso (con esas bromas con las que algunas chicas sólo se ríen cuando salen de la boca de un tío físicamente imponente; y esto sí lo hacía).
Realmente tenía facha de modelo; tanto que llegabas a pensar si no estaba errando el tiro queriendo dedicarse a la interpretación.
Una vez claras esas bases, pues, lo que yo hacía era intentar sacar temas trascendentes sobre el pasado y el futuro. Él intentaba demostrar a veces, además, cierta faceta filosófica de sí mismo; era bastante patético, ya que cualquiera se daba cuenta de que lo suyo no era el «pensamiento». Ellas se lo perdonaban por el mismo motivo que le perdonaban las bromas estúpidas, y los tíos nos limitábamos a esperar que se disipase la vergüenza ajena derivada de las risitas femeninas.
A decir verdad, él ni tan siquiera era del grupo de amigos. Sólo era el “novio de”; es decir, hacía cinco meses que salía con nosotros simplemente porque se follaba a uno de nosotros.
Los “novios de”, así como las “novias de”, representan cierta tipología irritante de amigos a la fuerza. Básicamente a veces tienes que aguantarlos quieras o no.
Yo no había tenido ningún roce con ninguna de las parejas de mis colegas. Hasta que ya sabéis…

Con estas cuestiones siempre hay muchas dudas. ¿Por qué yo antes no había intentado nada con esa chica? Se supone que tuvo que haber lapsos de tiempo en los que ni ella ni yo tuviéramos pareja…
La respuesta es fácil y no lo es. La respuesta tiene que ver para muchos con el miedo. Y para mí sólo con cierto concepto romántico sobre la vida que aún dudo mucho que tenga cabida en la misma en la actualidad.
Para empezar ella no me gustó siempre. Era una chica guapa, sí. La conocía desde la niñez. Yo le llevo tres años. Éramos amigos infantiles. Luego pasamos a formar parte de un grupo de amigos mayor. Luego ambos tuvimos algunas parejas. Y de un modo muy gradual (del tal modo que nadie podría simplificar su vida “cogiendo el toro por los cuernos” o con todos esos “procedimientos” muchas veces tan sólidos como lo de los portales), he acabado dándome cuenta muy tarde de que ella es más importante para mí que cualquier otra persona, incluyendo a mis padres, a cualquier miembro de mi familia, a los amigos, y por supuesto a cualquier niño africano a punto de morir.
Mi idea romántica tenía que ver con la esperanza de durabilidad de la relación. Yo no quería ser otra de sus experiencias y punto, ni tampoco un paso más, no quería quedarme en ciclo sexual o mera fanfarria de ex del pasado. No quería pasar a formar parte para ella de algo más que fue saludable dejar atrás. La verdad es que no sé si llevaba algo de razón con esa campaña de orgullo propio; no sé si era un sentimiento bonito por mi parte o sólo pura estupidez o incluso egoísmo. Sencillamente era así como me sentía con ella. Sentía cosas que nunca había sentido antes con nadie.
La diferencia, pues, entre ella y yo, seguramente era que, aunque ella después de cortar con el gilipollas de los tatuajes (durante un numerito, por cierto, ante todo el grupo de amigos; por supuesto él le acabó poniendo los cuernos…) estuviera dispuesta a salir conmigo, seguro que no se plantearía la relación en los mismos términos. Lo que yo pensaba es que era casi imposible que ella me quisiera como yo a ella. Y aunque estaba dispuesto a ser ese cincuenta por ciento de la pareja más entregado que el otro, lo que no quería aceptar era un relación que pudiese contarse en meses, o que se quedara en aquello que ella hizo en un momento de debilidad justo después de cortar con el anuncio andante.
Yo no quería simplemente tener a alguien al lado que se dejara follar. No quería una de esas relaciones que casi se acaban en lo de “amigos con derecho a roce”. No con ella. Creo que eso ya ha quedado claro. Lo que yo quería era que ella estuviera bien, incluso a poder ser hacerla feliz. Lo cual me llevó a la siguiente táctica (absurda o no) con la que preparar el terreno para que un día eso pudiera ser así.

Mi táctica aún dura, y probablemente pueda catalogarse de manipuladora. O al menos poco honesta.
Puede que yo sea más gilipollas que el de los tatuajes. Qué se yo.
Esto no es una de esas cosas que cuentas a nadie sobre ti. La gente está más educada para acabar pensando que estás tarado que para concluir que sólo estabas románticamente desesperado. Quizá haya mucho de las dos cosas. Quizá incluso son indisociables.
Como sea, ella cortó con el gilipollas a los cinco meses y medio; el tío ya tenía otra colección de anécdotas conyugales más para contar al grupo de amigos de su siguiente novia.
Pero yo decidí no intentar nada. Ella aún tiene 23 años. Eso hoy en día la mayoría de veces es estar aún demasiado sediento de vivencias; eso es estar aún muy lejos de querer, digamos, plantarte. O no necesariamente muy lejos. Pero para mí aún es arriesgado intentar nada. Ella ha tenido tres novios de verdad. Con todos, la razón de ruptura de fondo más importante en realidad, era la de que la cosa no iba a cuajar de ningún modo, que ella aún tenía toda la vida por delante (llegó a decir algo así en voz alta). La razón, en definitiva, y dicho sin eufemismos, era: Soy demasiado joven para plantearme atarme a nadie. La razón era: Quiero vivir aún algunas experiencias más, seguir sintiéndome libre del todo, quizá viajar, puede que ir a vivir al extranjero. Etcétera. Para mí querer tener una relación profunda o duradera con ella ahora, se me antoja como intentar atrapar a un ratón en una habitación llena de muebles y escondrijos. Sigo creyendo que toda esa mierda del Carpe Diem sólo es cháchara. Es tan realista como creer en Dios para sofocar la idea de la muerte.
Ahora está liada ya con otro chico (han pasado dos meses desde el gilipollas). Un chaval de su misma edad. No tiene un solo tatuaje y parece tímido. No me cae mal, aunque obviamente tampoco me cae bien. Es tranquilo, puede que sirva para matar otro buen tiempo. Puede que haga bien su papel contemporizador. Parece una buena opción como experiencia bisagra para ella.
Todo dependerá del tiempo que pase hasta que corten (pueden no cortar, pero claro, siempre hay riesgos, y quien no arriesga…). Entonces decidiré si doy el paso ya o no. Mientras tanto evitaré relaciones serias. Viviré del “aquí te pillo aquí te mato” cuando tenga ocasión. De todos modos el sexo tampoco me obsesiona. Así de malvado soy.

[En el video, ese tema fascinante de Donovan que relanzó la película «Zodiac» con su brutal primera escena. Abajo + pin up.]

Mediocres todos

Oh oh… ahora así en frío delante del blanco de la hoja, no es fácil ponerlo en palabras. Pero «conocidos» sería una palabra de las que definen bien el asunto (quizá la mejor). Una palabra que lo definiría como mucho regular, sería «amigos». Una palabra sin casi nada que ver con el asunto sería «amor». Por eso supongo se habla tanto del amor. En realidad es tan llamativo porque es escaso; en realidad hay un montón de parejas cuya definición como parejas suele encajar mejor casi siempre con palabras como «estatus», o por supuesto, «sexo», o incluso «miedo» (miedo a infinidad de cosas, a hacerse mayor, a la soledad, a la exclusión social, etc.). El amor, el popular, el de puestas de sol y ácido en el estómago, lluvia de arroz y perdices siempre en el menú, bueno, el problema es que no lo puedes apuntar entre los propósitos de año nuevo. Puedes forzar el asunto, creértelo, eso sí. La mayoría de gente lo confunde (al amor) con el cariño. Te puedes encariñar de casi cualquier cosa o ser orgánico. Es sólo una cuestión de tiempo y roce. El cariño es, digamos, algo más racional. Entra dentro de las posibilidades de futuro de cualquiera que tenga sentimientos, porque se puede conseguir a partir de una decisión.
Pero cuéntale a la mayoría de gente todo eso… sólo vas a conseguir que se enfaden contigo.
Además, ni tan siquiera hay que ir tan lejos. No hace falta hablar de amor (o cariño); de hecho seguramente no hay forma humana de hablar de amor de modo que alguien entienda una mierda.
No hay modo de hacerlo sin banalizarlo. Puedes contar un cuento con eso, pero no reflexionar, al menos si aprecias tu tiempo.
Mejor quedémonos en la amistad de momento. O al menos relativa amistad, ya que como pone más arriba, es fácil que la palabra definitoria más sólida sea «conocidos», pero ya veremos.
La amistad es algo muy discutible en realidad, muy frágil. Hoy en día hay gente que entre un amigo (o “amigo”) y una nueva red social, elige la red social. Así de frágiles pueden ser tus vínculos con quien sea; así de fácil es el distanciamiento. Así de relativo es todo, parezca broma o no. El problema de la amistad es que cualquier cosa puede dinamitarla, incluso cuando parece de lo más verdadera y duradera. Basta con un nuevo conocido, basta con una moda. Basta con sincerarse, con reivindicarse a uno mismo por encima de factores como la publicidad. El apego duradero entre las personas no es fácil, casi nunca lo es.
Da la sensación de que, cuantos más medios hay a nuestro alcance, menos importa para qué sirven. Cuantos más medios, menos autenticidad entre las personas, menos exclusividad, menos intimidad, menos de todo. Cuantos más medios, más fácil es conocer gente y más difícil conocer a alguien de verdad. Cuantos más medios más cómodo resulta cambiar de amigos y pareja. Sentirse solo ya no es tanto un drama como investigar dónde está todo el mundo ahora, en qué chat aún más mediático que el que sigues usando. No irás a hacer algo tan estúpido y anticuado como llamar por teléfono… ¿qué se supone que va a tener que hacer la otra persona, hablar de tal modo que lo que dice tenga que estar acorde con lo que siente? ¿Si se ríe va a tener que ser de verdad? ¿No va a bastar con los nuevos y flamantes emóticons del nuevo medio de moda?
Así que, sí, tienes un huevo de amigos, pero si no puedes verlos a todos demasiado en persona, más vale que tragues y te compres un móvil/nave espacial y te adaptes a las exigencias del mercado; ya está pasando ese tiempo en el que el mercado se adaptaba a las exigencias del consumidor. Ahora funciona al revés.
Ahora, si no te adaptas en todos los sentidos, eres el amigo caro, el amigo carca. Y por tanto, muy pronto alguien tipo “ah sí… ¿qué es de su vida?»
Puede sonar estúpido, todo ese juego realidad/redes y consecuencias, pero es la clase de chorradas que separan a las personas. No lo dudes nunca.
Y si dudas, sal un día solo y pilla una mesa en una terraza abarrotada. Si estás el suficiente rato escuchando las conversaciones ajenas, te darás cuenta de hasta qué punto todo eso es así. De hasta qué punto muchos amigos no son tanto amigos como conocidos que te han tomado demasiada confianza teniendo en cuenta cómo te tratan en realidad.

Ha vuelto a surgir esa palabra: Conocidos.

Es una buena palabra. Es la lista de gente a la que conoces y te conocen. Abarca tanto en coherencia que ni tan siquiera hace falta que nadie recuerde tu apellido. No hace falta que sepan de tus gustos o sentimientos. Basta con un “me gusta”. Hay gente que pasa del amor a esa etiqueta de “conocidos”. Los conocidos no se llevan bien ni mal. Lo único que sabes del otro es que sigue vivo. Es la tipología de relación más popular y actual, ya que es la forma de tener una lista de amigos (conocidos) enorme sin avergonzarte en exceso (teniendo en cuenta que sabes que objetivamente es imposible tal chorro de amigos de verdad). Otra vez las redes sociales son claves en esto. La redes sociales te dan la oportunidad de ser falso como la foto de una hamburguesa pareciendo alguien afable e incluso cariñoso.
Quedas bien si la otra persona no se lo piensa demasiado. No hay conversaciones, ni en la realidad ni en virtual, sólo… eso, la vaga sensación de que seguís en contacto. Actualizaciones, videos, estados. Información que te permite saber que esa persona a la que no conoces o a la que quizá incluso llegaste a querer, sigue danzando por la vida y te deja comprobarlo; aunque en el fondo le importes un carajo.
Lo que parece primar, pues, son los Conocidos. Esa larga lista de pruebas de que no estás exactamente solo. Esa larga lista de pruebas de que nadie te olvida y muchos te desean lo mejor aunque no sepan quién coño eres.
Es otro de los mayores ejercicios de autoconvencimiento colectivo. Como con el del amor/cariño.
Compensa el terror a poder sentirse solo. O por pensar que tienes pocos amigos o que quizá ya se han casado, etc.
Tus ex, que aún te aprecian (…) En definitiva, todo el mundo está ahí en los Conocidos. Y no sólo están, además están catalogados. Por supuesto, todos son felices y modernos… Igual que tú… Y por descontado, aunque la mayoría sean incapaces de reivindicarse como únicos ante ningún fenómeno o moda lo suficientemente masivos, te seguirán diciendo que de verdad buscan amistades sólidas, que de verdad buscan amor real.

[Arriba, un poco más de las nuevas andanzas de Jack (me encanta ese tema). Abajo, otra foto más de Kate ejecutada por el amigo T. Richardson.]

El avión comercial

Tengo que quedarme embobado mirando al cielo siempre que pasa un avión comercial y entra en mi campo de visión. Eso casi tiene más poder para mí que el ver pasar a la típica chica bollycao en verano. Además ya hace tiempo que he dejado de concentrarme para ver si el aparato explota en pleno vuelo. Ahora tengo una visión más amable de esa imagen. Puede que muy metálica, industrial, pero eso no hace más que acentuar el nivel de fascinación. Es uno de los mejores paisajes de ciudad, no vas a encontrar naturaleza a tu alrededor si no haces planes de conducir unas cuantas horas. El avión es una especie de excusa para mirar al cielo, y me siento más identificado con eso que con un pájaro. No sé hasta qué punto es romántico, pero es mi mundo, y no siempre apesta (o sí).
No es que ya no piense en lo del desastre, la explosión allí arriba a lo lejos, el destrozo descendiendo y dejando un rastro de humo negro tóxico. Pero luego enseguida imagino a las azafatas allí arriba, siendo todo amabilidad, a la gente cansada del vuelo, lo que verán ellos en ese justo momento; la iluminación interior, los motores. De todos modos, sería hipócrita no decir que la muerte es entretenida. La completamente ajena, se entiende. Esa resaca mediática después de un accidente y todo el dolor de los indirectamente afectados, y todos nosotros, los demás, con la nariz pegada a la tele, viendo reportajes sensacionalistas. Pero la verdad es que en mi caso, lo único que funcionaría como gran entretenimiento, sería ver la explosión en vivo. Y el mayor placer de todos, sería el de no contar jamás a nadie que lo vi.
Son experiencias personales demasiado valiosas. Un contacto con la muerte de tal calibre no se puede banalizar así como así. Aunque la gente lo haga, del mismo modo que son capaces de intentar describir enseguida un orgasmo, o el amor. Tomando un café y riéndose de lo valioso que es estar vivo.
Genocidas del silencio y las cosas importantes.
Ese es otro de los motivos de fascinación: apenas puedes oír los motores y el esfuerzo del aparato para surcar el cielo. Ya quisiera un Iphone albergar la mitad de encanto.
Todas las raciones de comida, esa comida tan criticada. Todo lo resume el avión si estás dentro. Pero de lejos todo mejora. Lo malo y lo bueno. Puedes mitificarlo. Una señora que llora en la tele después de haber perdido a su hijo en la explosión aérea que has provocado concentrándote… sólo es contenido de programa de variedades. Para el espectador es lo mismo que enterarse de que el muchacho sobrevivió. Sea como sea, es una buena historia, y no te afecta directamente. El 11-S no fue más que un gran espectáculo épico para la mayoría.
Ese es mi mundo, y no sé hasta qué punto mi fascinación por el avión comercial está más cerca de lo romántico que de lo enfermizo. No sé si aquí hay crítica o simple verborrea, ni si eso me importa ya. Puede que ya esté cansado de tener sentimientos y me esté aborregando, uniéndome a las masas obsesionadas por la tecnología y el consumo de cultura como simple modo de pose personal.
La imagen del avión es simple. Es de metal, enorme, y vuela de verdad. No ha necesitado de poetas para hacerlo. Sino ingenieros, pilotos, los profesionales de este mundo. Vocacionales o no. Porque un avión puede volar por más que no podamos dar de comer a todos en el planeta. Eso parece definirnos. Y al mirar el avión de turno, llego a plantearme si me estoy comenzando a sentir integrado. No-cabreado. Quizá el deseo del pasado de que el aparato explotara fuera el resultado de mi rabia por cómo funciona todo, por la incapacidad de ser bueno de verdad para con todo y todos.
¿Me estaré convirtiendo en un pacifista de los que no saben que los cambios sociales casi siempre se dan en los grandes países como resultado de crueles baños de sangre?
¿Será eso un acierto o un error?
Ver un avión comercial. El ser humano surcando el cielo gracias a esa su creación. Evolución. Todos esos logros personales que te han llevado a ser controlador o piloto o ingeniero. Un mago cuya magia no tiene truco.
La historia de la humanidad encastada en esa idea de triunfo.
Te puedes acostumbrar a todo, supongo. Tener una visión demasiado global o amplia no es bueno para ti, sólo te va a traer problemas. Así que ahora, ya, desde hace mucho, me relajo, y veo el avión de turno. Me enciendo un cigarrillo. Siempre puedes estar dos o tres minutos viéndolo si no hay edificios altos rodeándote. Tu vida de hierro y electrónica, te amoldas y sonríes. Lo llaman madurar. Ni siquiera tienes que justificarte. No como cuando imaginabas cómo el avión comercial explotaba. Por no saber explicar el motivo de que esa fantasía te relajara.

[Arriba, clásico de Jack White brutalmente revisado por él mismo en su nueva andadura en solitario. Abajo y en la cabecera, la vuelta de kate Upton al blog de manos de Terry Richardson; estaba claro que el fotógrafo más cachondo del panorama iba a querer pasar alguna tarde con la muchacha…]

Planes para el Fin

Esto es unas cuantas horas antes del accidente. A la salida de algo extrañamente llamado Chateau Bar, veo lo que parece una caja de pastillas en el suelo de tierra. Recuerdo las advertencias de mi madre cuando era pequeño sobre que no cogiera guarrerías del suelo, y decido coger la guarrería e inspeccionarla, porque mi madre ya está muerta. Quedan dos pastillas dentro, capsulas. No sé qué son, se ha borrado la inscripción de la caja (o más bien la leo y es como si fuera chino, pero eso será lo que contaré si me pasa algo y la cosa se tuerce). Me trago una capsula. Era rosa y blanca y yo necesitaba algo para pasar el día, un cambio, un traspiés. Puede que lo consiga. O que “mejore” mi “otro día más con hernia”.
En el sueño plácido que tengo al volante y a unos noventa por hora hacia el final del día, veo el horizonte y el mar, el cielo es una capota gris, romántica al estilo inglés, no-mediterránea: lo contrario a las vacaciones de un hooligan.
Ya en el coche, con la pastilla deshaciéndose, cojo la libreta que uso a modo de diario, y escribo la versión complaciente.
Una bonita mañana/ He cogido el coche románticamente y he salido hacia ningún sitio/ He estado en un bar de camioneros y he tenido una agradable charla con dos de ellos.
(En realidad no he hablado con nadie, y la mirada del barman me ha acabado acojonando y he salido casi literalmente por patas.)
Uno me ha hablado de la crisis/ Tengo el coche hasta arriba de gasolina y me siento liberado/ Va bien un día así.
Es el diario que quiero que lea quien sea cuando lo encuentren. Sirve como marca blanca de autoengaño, como la versión que los demás esperan de mí: de mis sonrisas y actitud benevolente. Saco el Iphone y hago una foto a la carretera romántica de mi día en coche. La subo a Facebook añadiendo un comentario sarcástico pero optimista. También fotografié mi cerveza, al barman de espaldas, y una naturaleza muerta que había en ese antro y que ya tiene cuatro “me gusta”.
El plan es proyectar un bonito concepto de mí. No importa mucho si parece pose, ya que es una pose de lo más popular. Es lo de siempre pero a distancia. Steve Jobs (1955-2011), el creador de la siguiente aplicación para las sonrisas fingidas potenciales. Un genio, dicen.
Vuelvo a consultar mi Iphone mientras conduzco. Alguien me pregunta si sé quién es el autor de la naturaleza muerta. No lo sé, digo, pero me ha fascinado y pienso investigarlo. Otro coche me pita. Uno ya no puede ni dedicar algo de tiempo a perfilar su carácter.
Un plátano, una manzana, una naranja, un jarrón viejo. La firma ilegible de alguien al pie. Me fascina, digo, aunque sea un cuadro de lo más sencillo. Ese es mi carácter sensible. Planeo seguir alimentándolo en mi diario.

Mediodía/ He parado en un sitio a rebosar de familias/ Me he preguntado si quiero tener hijos y he decidido que sí por raro que parezca/ Me encanta el día de sol que hace/ La camarera ha perfilado un corazón de espuma en mi cortado.
Cada una de las palabras de tinta o digitales sólo pretenden transmitir la idea de que no me voy a suicidar hoy. Era sólo un día más. Ni de broma quiero ser un mártir, no quiero dar esa impresión. Era algo cínico, vale, tardé en comprarme el Iphone y a veces era algo arisco. Pero en absoluto quería matarme por sentirme falso hasta el tuétano sólo por querer encajar. No iba a dar el mensaje de que me sentía superior a nadie. O atormentado. La idea es que me gustan los días de sol, que hago un esfuerzo diario por ser bueno y altruista, que no considero la vida de la mayoría de la gente como algo banal e hipócrita y que por eso no podía aguantar ni 48 horas más de farsa. Ni de coña quiero quedar como un nihilista. Como mucho permitiré que haya dudas, quizá la imagen de algún forense arqueando una ceja, pero nada más. Se trata de que la imagen final sea la de alguien que sí sabía valorar la parte buena de las cosas, y no la de que la mayoría de veces uno ve marrullería hasta en supuestos mensajes de amor y fraternidad.

¿Que si era raro que hubiese salido solo con el coche? Bueno, a veces era solitario, pero tenía amigos.
Vale, lo del coche no encaja tanto. No soy lo que se dice amante de la conducción. Pero tampoco se me van a tirar encima por eso. Puede que lo hiciera a veces, puede que no me gustara conducir con más pasajeros. Se trata de que la investigación sea rutinaria y sólo un enganche entre el anterior caso y el siguiente. Nada, un accidente. Pero para nada planeado durante meses. No estaba planeado, sino madurado casi sin querer, de un modo natural. Como si alguien zarandea un manzano. Yo soy una de las manzanas que caen. Inocente. Sólo era alguien a quien había llamado Dios, no alguien que estaba hecho un puto lío y no sabía cómo afrontar sus problemas o amoldarse al mundo.
¿Que si tenía pareja? No que sepamos, pero casi seguro que no.
Esa es la parte mejor trabajada. Nadie interrogable tiene puta idea de a quién veía o a quién no del sexo opuesto. Por lo que saben, podría ser gay. O virgen.
¿Enemigos? No, no creo, no que sepamos.
Y es verdad. Nada de follones de deudas o chanchullos que pudieran llevar a nadie a meterse bajo mi coche a trabajar. Nunca he sido tan relevante como para que me pinchen las llamadas o me persiga un francotirador.

Hacia las tres de la tarde llaman al móvil. Para mí lo más cercano a la libertad total que puedes experimentar no tiene nada que ver con hacer puenting o rafting o sexo mientras tu novia aprende una barbaridad en su erasmus. Lo más cercano es ver cómo suena el móvil y no sentir presión alguna por cogerlo.
Vale, sí, le llamábamos y no cogía el móvil, pero hablamos de un Ipohne, no de un fijo, puede que sin querer lo tuviera silenciado o mal configurado.
Había mil cosas que sopesar antes de llegar a la remota posiblidad de que eso pudiera significar que me quería matar…
Sin olvidar que yo no sé apenas usar ese trasto. Mi fama me avala.
Incluso actualizando en Facebook. Steve Jobs (19…
Hacia las cinco de la tarde, paro en una zona anodina de lomas y un complejo de bar/restaurante/etc. Me pongo a hacer fotos a todo lo que se mueve. Y también a lo que no. Una chica me increpa por seguirla. Steve y yo, los dos salidos. Uno muerto y el otro puede.
Dicen que una erección puede aguantar post-mortem.
Mientras como algo que parece como mucho el sueño que podría dar pie a la idea de proyectar un plan para cocinar pollo de verdad, repaso las fotos del culo de la chica.
No cuelgo ninguna en Facebook. Pero sí una de un cartel de menú que había fuera lleno de faltas de ortografía. Carne de redes sociales. La chica me mira con mala leche desde su zona del comedor. Va con otras dos chicas y un chaval que no parece su novio, ni el de nadie. Comentan la jugada. Me señalan sin vergüenza. Hasta oigo un «…puto salido».

A decir verdad, la noche anterior a la road movie, me planteo vagamente otras dos alternativas para mi potencial último día.
Una es hacer el mal. Sin más. Comprar algo, un arma. Entrar en algún local y matar a todo quisqui. Por aquello de experimentar. Le digo a la almohada que no me mire así, que mucha gente lo hace aunque no se ensucien las manos y sea dentro del circuito legal. Hacen el mal. Tíos que ganan una pasta gansa y cuyo castigo es follarse cada noche a alguna modelo… ¿Por qué yo no podía desahogarme?… al fin y al cabo yo sólo iba a hacerlo por curiosidad, simple morbo, nada de dinero; puede que incluso subiera algunas fotos a Facebook; algo como alguien con un tiro en la cabeza y algún comentario mío en plan “pasando el día en McDonald’s…”…
Es un espíritu muy tirando a despedida de soltero extrema. Eso de cuando tus colegas contratan una stripper y te dicen que te la folles, que estás en tu derecho, por el último polvo «libre». Que está pagado.
Es eso, pero sacado de quicio.
En realidad encaja mucho con cómo son las cosas. Con cómo son las personas muy a menudo.
La otra opción era hacer el bien, claro. Pero es algo que se antoja bastante más complicado logísticamente teniendo sólo un día. No puedes ir mucho más allá de ayudar a viejecitas a cruzar la calle (si se dejan). Podrías regalar dinero, el que tengas, supongo, pero tampoco habría nadie que se fiara. Cuando la gente paga no sólo está consiguiendo bienes y servicios, están comprando su propia tranquilidad. Y el dinero que viene gratis no da tranquilidad, tiene que haber gato encerrado, tienes que acabar mal si has conseguido algo sin cagarte en todo mentalmente al menos tres o cuatro veces al día.
Por no hablar de otro tipo de ayudas u ofrecimientos o acciones. Ningún tío querrá que le hagas un gran favor porque sí. Ninguna mujer se fiará de ti si en el fondo no estás buscando sexo o algo que ellas conozcan. Nadie quiere que le quieran si antes no ha habido el correspondiente proceso de tanteo del terreno, de sufrimiento sentimental, habladurías y consejos cruzados. No puedes ponerte a repartir amor así porque sí. Lo máximo que podrías hacer es lo que hacen esos tíos que van por ahí con un cartel en el que pone: “regalo abrazos”. Pero yo quería hacer algo más que eso. Iluminar a alguien, hacerle entender que también puede ser especial. Algo así. Lo contrario a conseguir un arma.
Pero lo cierto es que la mayoría de gente entiende mejor el tener que enfrentarse a un tarado con una ametralladora, que a alguien que pueda quererles enseguida de un modo sincero y desinteresado, lo cual en cierto modo puede llegar a darles incluso más miedo.

Es unas dos semanas antes cuando empiezo a plantearme de verdad lo de matarme. La idea solidifica durante un vuelo de negocios. Un vuelo corto de dos horas. De esos que se te pasan tan rápido porque los comparas con el trajín que te supondría realizarlos en coche.
Todo lo de la verbalización del suicidio lo digo en tono de broma. Pero no hay que fiarse de las bromas. A mi lado me toca una mujer de unos cuarenta años. Divorciada según dice. Atractiva según decido. Hambrienta según se ve. Todo en su lenguaje verbal y gestual viene a decir: «tú me vales». Para ella enseguida soy una polla sin peligro. Un polvo sin consecuencias. Con suerte un buen orgasmo. Así que da igual lo que le digo, porque todo vale y nada es en serio excepto la palpable posibilidad de sexo. Me pregunta que por qué quiero suicidarme. Le digo que me pregunte por qué no. Y sólo se ríe con ganas. Soy retorcido según ella, lo cual puede que se traduzca en un prolongado cunnilingus en su mente. + Beso negro. + Quizá un buen acuerdo de follamigos. Le digo que no debería hacer planes a largo plazo conmigo. Nunca se me han dado bien, y en los próximos días tengo lo de morirme. Eso consume mucha energía.
No me parezco a esa gente que vive con una enfermedad terminal y aun así siguen trabajando y haciendo vida normal, demostrando una integridad y entrega infinitos. Digamos que, es mejor que a mí no se me ocurran muchas ideas. Puede que de haber pensado demasiado sí hubiese acabado armado en un McDonald’s. Me río de toda esa gente que se creen la bondad personificada, todos en su útero de la autorrealización autosatisfecha. Un mendigo es mobiliario urbano para ellos, pero luego trabajan un día catorce horas y creen que eso ha de hacer que los demás mojemos la ropa interior de tan jodidamente responsables como son. Le acabo diciendo a la mujer cuarentona que lo de morirme va de verdad. Que además los demás tienen mucha parte de culpa. No ella, ojo, ella es encantadora; se follaría cualquier cosa lo suficientemente roma y húmeda, y eso está muy bien. Pero que por favor se busque a otro. Yo estoy muy ocupado, es un momento de mi vida que es más bien ya un momento de mi muerte. Sueno absurdo y agilipollado, y todo sumado a mi erección perfectamente visible bajo mis tejanos.
Y ella dice: ¿sabes cómo llaman los franceses al orgasmo?

Deja a la mujer cuarentona, la mujer cuarentona no existe. No recuerdo qué hice con ella, o bien es asunto mío.
Me dio su teléfono. Era eso del placer de no coger llamadas.
Cuando son las siete de la tarde, me acuerdo de la pastilla que me tomé a media mañana. Y la pastilla no hace nada. Ni como placebo libertario, que era la intención. El móvil vuelve a sonar. Divorcio. Gemidos. Y ahí se queda.
Busco algún sitio en el que parar. Necesito ver a gente, niños, madres, sufridos padres de familia, camareras resoplantes. Vacaciones fallidas. Colas para conseguir apenas un esbozo de ternera de verdad, un idea vaga de café, planes para disfrutar comiendo. Quiero ver adolescentes agobiadas y hermanos que chinchan. Gente en grupos, todos con intenciones de cariño y familiaridad, proyectos de amistad. O matrimonios en sus raíles, sin decirse una sola palabra mientras engullen sus proyectos de arroz a la cubana, sus gráficos para una buena hamburguesa. Quiero ver a toda la fauna; comiéndose más las recetas que los platos en sí. Todos intentando ser felices y quedándose como mucho en entumecidos. Ideas viables de personas íntegras e ilusionadas. Mi auténtica comida, mi gasolina, mi sol y mi agua potable; la marca blanca de amor por la vida que ahora necesito contemplar.

Poco antes del accidente, escribo algo más en mi diario, y actualizo mi Facebook (me hago una foto en la que sonrío junto a dos chicas suecas que me han permitido hacer la gracia). En la foto soy feliz. Estoy en algún sitio pintoresco y disfruto. Estoy vivo y eso me encanta. Soy normal y adoro serlo. Soy un poco cabroncete, pero muy del montón. Nada de fantasías violentas o sexo casual con divorciadas. Todo eso dice la foto. Dice: “¿Yo morir hoy? ¿Acaso no veis mi sonrisa y mi aspecto juvenil y lleno de vida?”. Y aún me hago otra foto similar, esta vez con dos camareras sobre ruedas de cierto bar, a las que casi tengo que pagar para que pongan buena cara. Han sido unas diez actualizaciones hoy. Y todas dicen que soy como todos ellos, que voy a los sitios y no puedo dejar de trastear en mi Iphone; que amo las nuevas tecnologías y los comentarios escuetos semi-graciosos; incluso adoro los comentarios crípticos y a los pesados que no dejan de colgar enlaces a su blog. Vaya, en definitiva que… ¿cómo iba a querer morir así? ¿Suicidarme en mi coche? Vamos hombre… mirad cómo sonríen las camareras, están encantadas igual que yo; nada de generación perdida, somos todo vitalidad y vida, el espíritu del 15-M personificado.

Acabo un poco cansado/ Escribo esto antes de volver a casa/ Ha sido un día interesante/ Creo que nunca había pasado un día solo así, y la verdad es que la experiencia vale la pena/ Creo que repetiré, puede que muy pronto/ Ya tengo ganas de la excursión de empresa de la semana que viene.

La última parada me nutre de sobras de lo que buscaba. Tanto es así, que parezco el tipo más estable y equilibrado del lugar. Nadie diría que soy yo el que luego quiere morirse más que nada por agenda. Bueno, no sólo por agenda, pero para ser honesto está claro que no es un impulso. Esto es un autoasesinato a sangre fría puro y duro. Afuera tengo aparcada la pistola que luego me llevaré a la sien. Va a ser algo seguro, definitivo, eficaz, puro y acabado; no como la ensalada que tengo delante. Mi última cena no está siendo como esos atracones a la carta que se piden los condenados a muerte. Aunque lo cierto es que ellos no pueden ya tomar la decisión de echarse a atrás…
Luego, ya en el coche, no me siento tenso. La idea ya es salir de él dentro de una bolsa. No lo negaré, la tentación de publicar algo tenebroso en Facebook es algo más que intensa. Nada muy explícito; quizá una foto de mi cara con gesto inexpresivo. La foto de diez minutos antes de morir…
Entonces suena el móvil, y vuelve a ser Gemidos, y por primera vez se me ocurre que ella es la única que tiene la palabra Suicidio en mi boca a tan solo dos semanas antes del mismo…
Pero enseguida me calmo, ya que lo cierto es que me he pasado toda la vida bromeando con el suicidio y demás tragedias. Dudo mucho que nadie se tomara en serio su información, como mucho podrían conseguir sexo…
Tengo que elegir algo contra lo que morirme. Hace unos días pagué a cierto mecánico para que me desinstalara los airbags. Le pagué como cinco veces lo que valdría una instalación. El tío me miraba como si fuera un suicida, claro. Pero se puede comprar todo hoy en día. Si se trafica con personas, le dije, qué le importaba a él quitarme los airbags. Era una cuestión sentimental, le dije, relacionada con mi vida personal. Y tampoco era mentira del todo. Así que el tío hizo algunas horas extra nocturnas y me libro de la seguridad antisuicida de mi coche aún no acabado de pagar. Dos cosas menos de las que preocuparme. De hecho, por más tonto que suene, lo de morirse reduce la lista de tareas pendientes a 0. Una vez intenté hacer eso que se ve en las películas. Una lista de motivos para vivir y otra de ídem para morir. Fue en casa de unos amigos, iba algo borracho, y nadie supo a qué venía de repente mi ataque de risa (que, por cierto, no se le contagió a nadie).
Voy por la autovía con el coche y miro las paredes y los pilares que sujetan los puentes como un mendigo mira un bocadillo.
Me digo que es raro que no esté pensando en las personas que dejo atrás (con lo cual obviamente estoy pensando en ellas). No pienso en mis padres ni en mi hermana. O los amigos. O Gemidos. Bueno, Gemidos ha estado presente todo el día, pero sólo porque no habrá conseguido engatusar a ningún treintañero hoy. Sus llamadas sólo significan que sus bragas siguen en su sitio. Me pregunto cuántas cosas más de la vida serán así de superficiales. Y sigo sin pensar en nadie. Sin plantearme nada. No me pregunto si estoy haciendo bien o si sólo se me está yendo de las manos esta despedida de soltero. Tu último polvo «libre».
Niño. No cojas guarrerías del suelo.
Es entonces cuando, en un recta inacabable, se me cierran los ojos. Se me cierran por más que intento seguir despierto. Y veo ese mar, ese cielo gris relajante y sin lluvia. Y sonrío perdiendo la conciencia.

[Arriba, un poco de Jack White en solitario. Abajo + pin up.]