Archivo por meses: julio 2012

La celda Tom

Julieta no tiene aún Romeo y camina por cierta calle vacía, ella también vacía en cierto modo, y triste, y aburrida, porque la Historia ha dado más de una Julieta real o ficticia, y no todas han vivido una hermosa relación trágica o disfrutado momentáneamente de un maravilloso e intenso amor. Alguna seguramente habrá muerto de vieja tras un agotador viaje por la vida lleno de sacrificio y poco más; sin nada destacable que contar más allá de tener recuerdos de cincuenta años atrás.
Como quien conserva cualquier objeto antiguo que solo tiene el valor de no haber acabado aún en el cubo de la basura.
Julieta sabe que eso pasa también con muchas personas, quizá la mayoría. Personas que han aprendido (o se han creído) que conformarse es un síntoma de inteligencia y equilibrio.
El sol cae como una losa por la calle, aunque no de un modo completamente desagradable. Atardece y la luz de la naturaleza insiste en ser poética aún entre edificios de cristal y calles de asfalto o cemento. No para de iluminarnos sin inspirarnos en absoluto. No para de decirnos que no solo sirve para ponernos morenos, de la misma forma que el cerebro no solo es un administrador de nuestro sistema de egos. Nuestro cerebro no es el político capitalista líder de nuestra existencia. No deberíamos dejar que actúe como ellos.
La Julieta que nos concierne piensa que todo eso la hace infeliz. Lo de pensar. O más bien lo de hacerlo en un universo en que hacerlo no te sirve para casi nada positivo a la práctica, y que muchas veces te puede traer solo disgustos. Como una monja que decidiera tener sexo habitualmente en el convento; como una mujer joven y guapa que quisiera tener pronto algo sincero y estable con alguien.
Hoy, en los tiempos que corren, cuando memorizar es aún más importante que aprender, y mostrar aún lo es más que sentir.
Y Julieta entra siempre en una cafetería porque hace demasiado calor o frío, y suele recordar un sueño desagradable para luego comenzar a dudar sobre si en realidad es simplemente un recuerdo. Era su madre hace muchos años, hablando con su tía sobre dos abortos.
Si vas con frecuencia al mismo bar sola y tienes tal nombre, nunca debes decirlo si lo que buscas es tranquilidad. El barman mira a la muchacha y suelta algún chiste chapucero. Una especie de vago flirteo, de interacción que quizá el tipo use para masturbarse más tarde al recordar. Basta una mirada o una mueca cortés de ella, un movimiento de piernas, o recolocarse los pantalones o ponerse roja, lo que sea… Zas… y todo salpicado unas horas después. El hombre suda aun con el aire acondicionado. Prepara el café que ella le ha pedido y no deja de hablar. Hace calor, dice. De dónde vendrás, Julieta, dice. Es la versión macarra de algún tío tuyo que te hiciera comentarios estúpidos durante la infancia. La versión salida o incluso pederasta.
Julieta tiene 24 años. Pero le puedes restar perfectamente seis o siete si la miras a la cara, las manos pequeñas, los pies en sus sandalias, la expresión, los ademanes, la ropa poco elegida para parecer una mujer. Zas… Y se bebe su café más rápido de lo que quisiera.

Esa sensación deprimente tras derramarte. Quizá lo más cerca que un hombre pueda estar de lo que algunas mujeres dicen sentir poco después de un parto. Ese bajón poco explicable. Un gota bajando por la pantalla del ordenador, espesa y para algunos quizá hasta prueba de un nuevo genocidio. El barman con la cara roja y sudando, el cuello de la camiseta lleno de cercos marrones húmedos y asquerosos. Un olor cargado de soledad mal digerida disfrazada de libertad de soltero cincuentón. Facebook abierto con una foto de ella. El tipo da saltitos con los pantalones por los tobillos, el vientre aún con las salpicaduras de semen, y descuelga un teléfono fijo. Comienza a marcar y es el número de Julieta.
La misma despierta en su cama dando un respingo. Se levanta mientras decide siempre que no volverá a ese bar más. Camina por el pasillo hasta el lavabo. Su madre y su padre roncan. El sueño recurrente se le borra en pocos segundos, pero no hasta el punto de olvidar que el barman era el protagonista. No son agradables los sueños omniscientes, en los que ves a gente sin estar presente, o incluso los sueños en tercera persona en los que te ves a ti misma de un lado a otro. Julieta raramente tiene el sueño habitual en primera persona, como en esos videojuegos tipo DOOM pero sin armas. (La realidad es demasiado tangible para usarla como ejemplo, y probablemente más falsa que muchas ficciones.
Algunas veces Julieta ha oído eso de: “La sangre era tan real que parecía falsa”. Eso no se dice porque sí.)

Ahora el atuendo habitual de las chicas jóvenes en verano suele constar de pantalones muy cortos (o shorts), sandalias planas (o con tacón, según la hora) y blusas finas, a veces camisetas… Se suelen ver también tangas. Eso va con el día; no verás tan fácil un tanga un martes como un viernes.
Del mismo modo que una chica se arregla el vello púbico dependiendo de con quién ha quedado, y “por si acaso”, también lo hará antes un sábado que un lunes haya quedado o no.
Follar no siempre entra en los planes, pero siempre está, del mismo modo que muchas veces jode los planes. Para Julieta el sexo es un impedimento en el mismo grado en que es un placer. Es la libertad en el mismo grado en que es una cárcel. Es, en definitiva, un pozo de dudas y una jodienda potencial clásica. La misma gente que busca una relación seria basada en rasgos de carácter de lo más maduros y adultos, maldecirán con amargura y probablemente no perdonarán un “desliz físico” a su pareja. Es decir, el sexo es un ingrediente importante pero lo que importa es la conexión emocional, te dirán muchos. Sin embargo puedes estar claramente colado por alguien, que mientras no le toques no pasa gran cosa si no es muy evidente; y por contra si te acuestas con alguien que no te importa un carajo en comparación con tu pareja, todo se puede ir a la mierda a la voz de ya.
Como sea, todo el mundo va a ir por ahí transmitiendo el mensaje de que el sexo no lo es todo, que ellos son lo suficientemente maduros para saberlo.
El vibrador de Julieta tiene nombre, se llama Tom.

Por esa regla de tres sencilla y que todo el mundo conoce y que nadie en su sano juicio puede negar, se podría decir sin temor a equivocarse, que la mayoría de las parejas tienen sus cimientos, pues, en el SEXO. Si eso falla, si traicionas eso, todo lo demás muy fácilmente se vendrá abajo.
(Un vez Julieta vio un graffiti: “Poetas, os desafío”.)
Y ahí es donde entra Tom.
Tom es eficaz y respetuoso donde los chicos con los que ella ha estado eran solo un cúmulo de confianza de pega. Fidelidad de boquilla. Y erecciones que hacían más el amor con sus propios condones que con ella. Eso sentía Julieta, se estaban follando el condón. Todo era tan mecánico que le resultaba harto deprimente que casi todo el mundo basara su fortaleza y fidelidad conyugales en semejante acto de apenas unos minutos. Todo fricción, ojos cerrados, sudor. No se parece demasiado a lo que se ve en las películas románticas. De hecho, cuando se hace bien (cuando ella se corre varias veces y él incluso quizá dos) se parece más al porno, aunque con más pelo, peor iluminación y menos coreografía.

Si habla así, ella sabe que todo el mundo dirá que lo que quiere es follar indiscriminadamente sin sentirse culpable. Y que qué morro. Y que qué zorrilla. Qué morro… De la misma gente que no deja de insinuar que el sexo no les esclaviza.
Y hay aún una teoría más dolorosa relacionada con Julieta y su modus operandi actual (llamado Tom). Ella cree que la fidelidad que requiere trabajo sólo es un síntoma de que la pareja no es real. Conclusión: Si quieres follar con otros es porque en realidad no hay nada especial en tu relación conyugal. Solo un amistoso acuerdo sexual que, bajo el imperativo monógamo (no compatible en este caso), se puede convertir en un lastre.
Poetas, os desafío.
Lo último que suelen esperar todos en ciertas tertulias, es que la muchacha de golpe hable de amor auténtico.
El terreno, de hecho, se vuelve aún más peligroso cuando ella afirma que precisamente es en esas parejas en las que el sexo no conforma los cimientos de las mismas (porque ni siquiera hay una estructura clara que soportar), sino que hay un sentimiento que lo gobierna todo y que hace que la fidelidad no sea otro acto más de “sacrificio”, sino simplemente un placer sin límite, el de amar a quien amas de verdad.

Lo que no quiere mucha gente, en secreto, es que trasciendas el sexo. Porque entonces ¿qué quedará en muchas de esas relaciones? Si no son fieles a ese nivel, ¿a qué otro nivel lo van a ser si lo que resta es como mucho una amistad acordada y planeada sin naturalidad o espontaneidad alguna?
Vale, no sigas, le dicen entonces siempre a Julieta.
Es el infierno lo que sigue. UHHH…
Y eso no es nada.

La verdad, cree ella, es que si eres monógama y crees en el amor como algo que más bien te encuentra y no que fuerzas, intentar provocarlo de otra forma te puede dar el mismo resultado que cuando Michael Jackson se empeñó en ser blanco…
La cuestión es: ¿Cuánta gente lo está intentando?
La respuesta podría ser: Por eso el músculo del conformismo está ya tan trabajado a todos los niveles.

Julieta se daba un día un paseo por cierto sex shop al que hacía tiempo que quería entrar. Estaba casi vacío. De hecho solo había un par de parejas. Ella se esperaba que hubiera solo calvos gordos salidos o algo así. Pero ahora ya hay cierta aceptación relacionada con los juguetes sexuales. Ella cree que es una forma de potenciar la faceta física de esas parejas que tienen que estar andandose con ojo con no quedar atrapados de golpe algún día –uno u otro– entre el salón y la cocina por haberse encallado con los cuernos.
Esas chicas que espían el móvil de su novio. Esos tíos que no lo ven claro, que comienzan a pensar a largo plazo mientras un nombre de mujer tras otro pasa por delante…
Todas las Marías y Martas, Lauras, Anas… Todas con sus distintas edades y experiencias, con sus ganas de experimentar, siempre con novio pero siempre con planes volubles y sed y curiosidad, todas esas mentes abiertas dispuestas a no esclavizarse. Esos océanos de doble moral de discoteca. Seriedad pero borrachera, secretismo. Mi novia está fuera de viaje. Mi novio es un capullo y ya veremos…
Todos esos años por delante. Esas parejas, la racionalización del amor por no ser en muchos casos amor sino un sentimiento forzado y vago y esclavo por tanto del sexo.
El parque temático en el que no te vas a conformar con montar en una sola atracción todavía.
Aún tienes permiso para hacer locuras. Hay mucho tiempo para asentar la cabeza. No es que no aceptes la cuadrícula del sistema, pero durante un tiempo puedes aprovechar, al menos hasta un poco antes de que la gente te comience a considerar una bala perdida por no verte siempre con la misma persona y la tan buscada cara de circunstancias adulta conyugal.
Un símbolo de madurez.
Lo que a Julieta le encanta del sexo, es ese descontrol que supone, es ese estar expuesta. Es, paradójicamente, una especie de juego que aún se le permite al adulto, el único juego que se puede considerar infantil en cierto modo, porque si se hace bien sólo consiste en pasarlo bomba y no tener miedo a “enguarrarse”, sudar y revolcarse. Te muestras en tu desnudez, tal y como eres, e incluso la sumisión puede no ser más que parte del juego. Por desgracia, como sabe bastante bien ella, mucha gente suele intentar hacer alarde de dignidad y decoro en ese momento, y es luego en la “vida adulta” donde deciden volverse sumisos… entre otras cosas.
Tom estaba en su caja sobre una estantería. Julieta no sabía lo que buscaba, y por más que le preocupara poco que la vieran allí, tampoco se iba a poner a charlar sobre cómo ella llega al orgasmo. No iba a hacer consultas sobre qué juguete era el que mejor le iba a venir.
Tom es un vibrador clásico a pilas. Nada que impresione ya en ningún tupper sex. Incluso así, cuando Julieta vio la caja, sintió más o menos la misma vaga curiosidad que la primera vez que vio a la mayoría de sus ex. Un especie de fino hilo de nervios sumado a la perspectiva de sexo. Nada que se parezca al hecho de colarse auténticamente de nadie.
Sopesó la caja y decidió que ese trasto iba a ser su pareja durante un tiempo. Ella había conocido a chicas que pasaban los periodos entre novios con una especie de luto deprimente mal disimulado con bromas. Como si no se tratara tanto de estar con alguien como de evitar como sea y de un modo bien visto la abstinencia sexual. (Sumado, por descontado, al mero concepto de tener pareja, algo que para muchas mujeres es una prueba constante y latente de los encantos de que son dueñas.) Otra vez la cosa va más de lo palpable que de lo sensible, aunque obviamente todo el mundo te lo disfrazará todo.
Tom es lila y grueso, mide 25 cm. No tiene estudios ni preparación ni ambiciones, pero da igual porque no vas a tener que hablar con él. Julieta, al salir con la caja ya comprada a la calle, sintió una especie de alivio al darse cuenta de que no iba a tener que ir a cenar ni al cine esa noche con Tom. De hecho es probable que sintiera lo que se siente cuando la perspectiva de sexo es real y libre. Es decir, cuando no hay un mar de justificaciones de por medio, cuando no hay que dar explicaciones a nadie. Tom no iba a tener trabajo, pero tampoco iba a consumir ni a gastar y cumpliría todas las noches justo al gusto de Julieta. Tom era al sexo lo que el Romeo de turno casi nunca podía ser al amor. Y Julieta pensó que quizá estaría bien durante un tiempo tener algo auténtico y a salvo de cuentos e hipocresías. Tom era lo contrario a todas esas series y películas americanas cuyos personajes no conciben la felicidad más que estando en pareja y con proyectos de familia.
Tom representaba una pausa necesaria. O quizá más bien el sustituto perfecto del típico novio de pega. Julieta ha oído más de una vez eso de “relación de transición”. Lo que, para ella, en esencia se reduce a tener a alguien que te folle mientras no consigas algo mejor. Para muchas personas las otras personas son como fichas o billetes, y las actitudes sirven para negociar, decir sí, o no, aceptar, desechar… Esto funciona en las dos direcciones. Pero Julieta sabe que a menudo el hombre sale muy malparado si es sospechoso de utilizar a una chica básicamente solo para el sexo. Y lo que suelen hacer ellas es cobijarse en supuestas cuestiones emocionales, confusión sentimental, etc., lo cual se les puede excusar hasta cierto punto, porque la otra salida es que las llamen putas.

Una noche, durante el cuarto mes ya con Tom, el primer plano de lo que vemos se hunde al estilo David Lynch en una almohada otra vez, y Julieta aparece tumbada en un suelo negro de plástico, vestida con atuendo carcelario naranja e incluso un número de serie en el pecho.
Las paredes son circulares y el techo del lugar apenas se atisba. Rápidamente se da cuenta de que está dentro de Tom. Un Tom de unos diez metros de altura, cuya iluminación se reduce a la tenue luz que se filtra desde fuera, sea donde sea que esté.
Se comienza a oír claramente una voz;
“Usted dice con amargura, señorita, que cuando la gente le pregunta cuándo fue su primera vez, nunca se refieren a la primera vez que se enamoró. Alega que la gente hace gala de un comportamiento emocional contradictorio e hipócrita en sus relaciones, y con verborrea a modo de veneno contaminante, alecciona a menudo a todos sobre cómo no deberían ser, e incluso sobre lo que deberían hacer…”
»Usted, con su romántico nombre, se atreve a poner en tela de juicio todo nuestro Sistema Emocional, un sistema que durante siglos ha facilitado las cosas a largo termino a millones de personas que sufrieron en sus carnes aquello de lo que precisamente usted hace apología.
»Hace suyo un tema abstracto ya legislado y nos acusa de querer racionalizarlo negando así su auténtica naturaleza.
»Estoy seguro de que los miembros del jurado habrán tomado nota de cómo usted los ha juzgado. Los ha llamado insensibles y mentirosos, depredadores y adictos al sexo.
»Es usted sin duda un peligro para nuestro sistema de valores. Es un peligro para la libertad, por más que usted crea que su discurso aboga precisamente por ella.
¡Protesto!, grita entonces una segunda voz. Julieta se ve impedida de intervenir; por más que alce la voz, nadie parece oírla.
¡Protesto!, vuelve a gritar la segunda voz. Y añade, dubitativa: ¿Se me permite dejar las flechas y el arco en el suelo?… Gracias.
Una tercera voz parece murmurar algo, y la segunda voz, con mucho tiento, dice:
“Verán, señores, aquí mi compañero intenta pintar a mi clienta como a una terrorista de los sentimientos, pero yo creo conocerla bien y les aseguro que no hay maldad alguna en sus palabras ni en sus acciones; la única actitud que ella profesa es la de serse sincero a uno mismo antes de involucrar a otra persona en este sistema emocional. Lo único por lo que ella aboga es por la idea de que lo que hace la gente se parezca por fin a lo que siempre dice la gente, y que de ese modo muchos menos saldrán heridos de una relación, que es el pilar en el que se basa la felicidad en la vertiente emocional de la vida que aquí tratamos.
»Ya se han conformado muchos con tener carreras profesionales tediosas solo en pos de egos absurdos relacionados solo con lo material. Lo que mi clienta dice es que no apliquemos eso también al mundo de las relaciones personales. Es todo, Señoría.
Se levanta un murmullo, hay mucha más gente, y se oye el ruido de algo que Julieta supone el martillo del juez. Sigue intentando que alguien la oiga, pero sigue siendo imposible. De hecho le resulta cada vez más complicado despegar los labios.
Entonces, la tercera voz ordena que el jurado se marche a deliberar.
El murmullo es constante durante la espera. Julieta no siente nada especial, ni siquiera sabe bien dónde está. Hay una una sola puerta circular cerrada. La vista se le ha acostumbrado y ya puede ver el techo en forma de cúpula. Lo que más le extraña es que todo sea hueco. No está el receptáculo de las pilas y no huele a nada, ni a plástico, ni a látex. Es todo tremendamente realista, pero bastante soportable, al menos por el momento.
Entonces el murmullo aumenta. El jurado ha vuelto.
Un voz nueva comienza a leer en voz alta;
“Se acusa a la procesada Julieta de los siguientes cargos de actitud oficiales: Verdad Condicionada y Potencial Proyección de Frustración propia en los demás. Tono Cerrado en cuanto a cuestiones abstractas importantes para el individuo. Se la acusa de haber hecho una lectura errónea del comportamiento humano, arguyendo argumentos acusatorios hacia los demás de vivir con un miedo concreto de naturaleza nociva y preferir la hipocresía a la honestidad. Se considera además a la acusada un peligro potencial para próximas parejas potenciales que la conozcan y crean que está en armonía con el Sistema Emocional Libre en el que todos los miembros del jurado creemos. Se la acusa de hacer apología de la pasividad en detrimento de la acción a través de su repetido argumento que asegura que nadie puede controlar sus sentimientos, y que es precisamente entonces cuando son auténticos. Se la acusa también de hacer apología de comportamientos compulsivos y contraproducentes como los celos o el sexo anal. Por todo ello, se condena a la acusada a permanecer por tiempo indefinido encerrada en la celda Tom hasta nueva orden de la psicóloga del centro. Hará trabajos obligatorios de manufactura y tendrá acceso a la librería de bestsellers. Es todo, Señoría.»

[Arriba un poco de Artic Monkeys, abajo + pin up.]

El drama de Jota

Jota tiene un problema.
Explicación apropiada previa a la exposición del problema personal: Jota quería crecer con tranquilidad y encontrar una mujer sencilla con quien emparejarse y vivir. Con quien salir y pasear, ir al cine, follar, seguir creciendo… Pero todo con calma y sosiego, sin excesivos dolores de cabeza. Algo adulto y maduro, controlado. Por la vía de la elección propia y evitando “agentes amenazantes externos”. Solo quería una compañía agradable. Él conoce a parejas que juraría que son así, que no han vivido excesivo tormento, que se han conocido y han ido alimentando el cariño, puede que incluso hasta transformarlo en cierta clase de amor.
Es cierto que Jota a veces ha vislumbrado en esas parejas algo que no encajaba, o que chirriaba. Una vez un amigo le dijo que muchas personas se encariñan de otras por el mismo mecanismo provocado por el que te puedes encariñar de un objeto. Es decir, roce, roce y roce; objetos y personas bajo el mismo paradigma emocional. Es una opción quizá basada en cierta clase de negación o miedo (curiosamente algo que no cuadra muchas veces con la forma de proyectarse de esas personas). Eso, aplicado exclusivamente a los seres humanos, es una opción que él cree quizá esté basada en cierta filosofía que sienta sus cimientos en el único objetivo de sufrir lo menos posible.
Aun así, él quería eso, quería “dejarse llevar”, y no esperar o buscar que algo “de película” sucediese en su vida. Es la forma más aceptada de evitar complicaciones sentimentales. Él cree que hay personas que han ejercitado tan bien ese músculo de, lo llamaremos: negación amorosa, que –ya “oficialmente” emparejados– para ellos el resto de personas tienen el mismo valor potencial –y o realista como posibles “desvíos”– que los amantes de una película porno o una ficción americana romántica. Entienden esa otra vía, la de volver a empezar con un cambio de pareja para encontrar algo más auténtico, como algo chocante e incluso inmaduro, y sobre todo como una perdida de control y de tiempo que no están dispuestos a asumir para sus existencias conyugales.
Es, básicamente, ese principio que tiene que ver con planearlo todo y seguir a rajatabla las pautas. Es el culto a la agenda en su máxima expresión; estés forzando el tema o no; lo cual, como sea –y esta es la clase de cosas en las que evitaba pensar Jota– podría ser igual de estúpido que quedarse paralizado sin hacer nada.
Al final, es limitarse a dar con una persona que al menos no te putee o haga sentir nada demasiado intenso, y que te deje meterle mano.
La negación en cuanto a las relaciones es igual a la negación en cualquier otro campo. Jota lo sabe. Te ayuda a sobrevivir. No quiere decir esto que esas relaciones controladas casi desde antes de empezar sean una farsa o no sean de recibo. Jota mismo, aun llevando a cuestas todas esas reflexiones al respecto, estaba dispuesto a asumir ese nivel de neutralidad para su vida amorosa. Aun sabiendo que en el fondo ese control en cuanto a las emociones puede no ser más que otro modo de alimentar un posible descontrol futuro, o final infeliz demasiado tardío para remontarlo.
Y es que el riesgo de ese enfoque “práctico”, en cualquier campo, es que un día alguien, queriendo o sin querer, y dependiendo de tu nivel de “fortaleza” y carácter para proseguir con el mismo, te zarandee y acabes poniendo los pies en el suelo, enfrentándote a la aterradora realidad de que no puedes controlarlo todo. De que, a menudo, de hecho no puedes controlar una mierda, y que tu agenda no es más que un efecto placebo que solo estaba alimentando esa sensación de DiosTotal-de-tu-propia-vida.

El problema: Jota se ha enamorado de verdad de alguien.
Volver sobre El Tema puede ser frustrante y aburrido. Pero viene a cuento recordar al menos que el sentimiento se basa sobre todo en la irracionalidad. En cierto modo está en las antípodas de lo que las parejas anteriormente mencionadas entienden por una relación. La agenda se convierte en papel mojado y ha dejado de haber reglas claras, grandes dosis de dignidad, control de daños, puntos a seguir, planes de confianza (ya no son muy necesarios) o explicaciones que alguien que nunca haya sentido algo así pueda estar ni remotamente cerca de entender o leer entre líneas.
El sentimiento en sí puede ser tan bonito/jodido/desbordado, que Jota ahora es consciente de haber conocido a tíos que, después de un roce significativo con esa sensación (acabada en esos casos en frustración y dolor), se han lanzado a las garras de la negación emocional como un niño africano a por un paquete de comida. Todos a por la Chica Tranquila que les deje en paz, por la que sientan ese tranquilo cariño-y-punto tan buscado, y que no parezca dispuesta a “complicarse” en esa faceta de su vida.
Aunque para ser justos, no es que todo lo relacionado con ese modo de irracionalidad sea caótico o descontrolado. De hecho, cuando ambas partes sienten lo mismo (o al menos algo similar), no hay que hacer esfuerzo importante alguno para seguir adelante con la relación; es decir, hay una sinceridad que ya suele venir de serie, y aunque obviamente hay que estar al loro y no descuidar la situación, no hay que preocuparse casi nada en relación con los llamados “agentes amenazantes externos”, ya que el apego por la persona con la que estás es tan honesto, real, sincero y blindado, que ni siquiera puedes explicarlo con palabras. Es lo que podría llamarse Felicidad Basada en el Descontrol Personal. Algo que Jota sabe que choca con la mayor parte de las filosofías sobre cómo hay que vivir la vida a cualquier nivel.
En muchos aspectos, estar enamorado es lo contrario a ser adulto. Pero con la capacidad de sufrimiento y conciencia de un adulto.
Cuando va bien todo son alegrías.
Y cuando no va, llega el drama de Jota, tan representativo.

Jota sabe en el fondo, y esto lo tiene muy claro, que teniendo en cuenta el tema tratado, todas sus reflexiones nunca son mucho más que cháchara. Aunque se pase la vida dándole vueltas. Es como querer embotellar el aire.
El aire no es gratis porque sí.
Jota, a sus 37 años y tras unas pocas relaciones anodinas, conoció hace dos años a una muchacha de 24 años. Una muchacha con novio. Embarcada en una de esas relaciones en las que parece que discutir sea el opio de la misma. Incluidos varios tropiezos con cuernos, además…; tanto ella como el novio tuvieron sus polvos europeos durante sus respectivos erasmus. Pero aun así Jota sabe que probablemente el tiempo juegue en su contra, ya que cuanto más pasa más épica y aparatosa es la separación si tiene que darse; opción que, visto el asunto desde fuera, y Jota cree que sabe analizarlo aceptablemente al margen de sus sentimientos, parece la más lógica.
Tres años de relación. Y lo único que Jota no sabe es cuánto follan, cómo follan, es decir, excepto sobre el sexo, la muchacha se lo ha contado más o menos todo. Ahora basta con la conexión a Internet para saber más de las personas de lo que saben sus propios padres y amigos (y a veces incluso más que ellas mismas según el caso).
No sabe si la relación se parece más a un plan o si es amor irracional, pero sea como sea sabe que es terminal. Todo lo es si ves que está haciendo demasiado ruido. Solo debe estar lo suficientemente atento para recoger el testigo. Dado su estado de ánimo, le daría igual que ella no le quisiese a él de un modo romántico, siempre que pudiera estar con ella, salir con ella, y mantenerla junto a él el máximo tiempo posible.

Un día ella le llama. Lo siguiente es una prueba más de hasta qué punto de histeria y descontrol te puede llevar un enchochamiento de tal calibre.
Le dice, llorando, que le ha pasado algo, y que no sabe con quién hablarlo, y que por eso le ha llamado a él, y que lo siente porque quizá no debería haberle llamado, porque no es problema suyo.
Hipidos.
Etcétera.
En ese momento Jota se siente descolocado, pero a la vez siente cómo un chute de positividad comienza a recorrerle todo el cuerpo. Porque ella, ante la duda, y tenga el problema que tenga, a quien ha llamado ha sido a él. Jota no se para a analizarlo mucho, sólo sabe que la chica llorando al otro lado del teléfono está haciéndole feliz. Incluso con la preocupación que le genera, incluso con los lloros.
¿Qué te pasa?, le pregunta.
La muchacha le dice que se ha quedado embarazada.
Lloros. Hipidos.
Sorbe, dice un taco, dice que quiere abortar. Pero que no quiere ir sola, y tampoco decírselo a su novio o a sus padres. Dice que conoce a un médico que no le pedirá explicaciones, que es amigo de su padre pero que no va a decir nada, no se va a chivar.
Está bien, vale, dice Jota, es tu decisión. Y poco más. Cuando fantaseaba con situaciones similares con ella, era mucho más lúcido, le soltaba un discurso tranquilizador gracias al cual ella dejaba de llorar. Luego seguía hablándole y ella se calmaba aún más. Al final ella acababa agradeciéndole algo avergonzada lo bueno que él era siempre con ella, decía en voz alta que se sentía mal y avergonzada, lo cual daba pie a que Jota soltara otro bonito y calmado y susurrado discurso… y puede que incluso ella acabara sonriendo ante la calma y lucidez y creatividad-incluso-en-ese-momento de Jota, que sólo estaba intentando ayudarla desde su yo más honesto y altruista; y todo por considerarla a ella una buena chica que no merecía que le pasasen cosas malas, algo que obviamente también le diría. Etc.
Pero en la realidad la llamada no dura más de dos minutos. Ella le da una una fecha, una hora y una dirección. No hay espacio para intercalar palabras cariñosas ni nada por el estilo. Y Jota apunta la información tembloroso en un papel.

Al principio de todo, hace ya la tira, Jota nota que lleva unos días sin dejar de pensar en ella. De hecho lleva unos días masturbándose solo con fotos de ella. Quien dice unos días, dice quizá unas semanas… Pero un día en concreto, después de una de sus salpicantes pajas (las fotos de la muchacha le ordeñan con una eficacia y velocidad de potencial deporte olímpico), se da cuenta de lo que le está pasando. Y es cierto, sucede durante el transcurso de un minuto totalmente revelador en que de golpe todas las piezas encajan: un puzzle emocional que llevaba ya tiempo siendo muy obvio.
Se produce en él una especie de reacción de negación al cuadrado, o de negación sobre la negación, o incluso de negaciones enfrentadas. Es decir, sus planes de encontrar a alguien con quien tener una relación tranquila y sin follones irracionales, esa negación, se enfrenta en ese momento con la negación al sentimiento que ha descubierto de golpe, y con el que al principio decide reírse y pensar que solo es algún aire que le ha dado, que al día siguiente ya no se sentirá así respecto a esa chica. En efecto, la chica se ha convertido en una amenaza para su proyecto de vida. Y, como es de esperar, al día siguiente el sentimiento sigue ahí, y pasa a borrar los puntos de la agenda mental de Jota del mismo modo que a Michael J. Fox se le borraban sus familiares en aquella foto de “Regreso al futuro”.
Resultado: ambas negaciones pierden. Desaparecen. Y Jota tiene que aceptar ese sentimiento nuevo de una forma u otra, es decir, conviviendo con él sin enfrentarse del todo a él (cosa que hace porque le queda poca más opción), o armándose de valor y declarándose a la chica con novio de por medio y toda la pesca… (cosa que haría si no fuera porque así seguramente es más fácil que ella le dé calabazas para siempre, o eso cree él).
Esa situación se ha ido alargando y alargando durante dos años, y Jota solo ha tenido escarceos con un par de chicas a las que ya muy de entrada les dijo que nanay, que el sexo le gusta siempre como a cualquiera, pero que lo demás, quisiera él o no, estaba ocupado.
Puede que si se hubiera entrometido hace un tiempo donde debía, ahora cierta muchacha no tendría que enfrentarse a un aborto. Pero espera.

Nunca es gratis insistir en lo que Jota siente. Hablamos de un tío que tiene un subidón de bienestar solo con ver un puto emóticon sonriente de M por chat para él. Hablamos de un tío que ya está al límite, al que ya le cuesta mucho aceptar a M simplemente como amiga sobre todo virtual. (Nota necesaria: Solo quedaron unas cinco o seis veces; y por situaciones de depresión femenina, aunque nunca por motivos tan desagradables como un aborto). Hablamos de un tío que ya no puede conformarse con una cita amistosa cada tres o cuatro meses, ni con los besitos de saludo y despedida de rigor; es un tío que ya necesita mucho más. Necesita saciar su sentimiento agarrándola de la mano, acariciándole la cara, apartándole el pelo para los besos con lengua, con ademanes insistentes, manos que se cuelan en la ropa interior, los pezones femeninos húmedos entre succión y succión, su vagina abierta, su ano… Hablamos de un tío que rechazó las dos últimas tentativas de ella por citarse con él porque la sola idea de tenerla cerca y no poder hacerle algo más que sonreírle, ya suponía un calvario.
Ahora Jota está sentado junto a la muchacha en la sala de espera de una clínica; otra ciudad. La mirada de M yace anclada en cierta clase de basta tristeza que uno sólo puede encontrar en el gesto de una mujer que está batiendo su propio récord de depresión.
Jota la rodea con el brazo derecho. Ella murmura que ha cortado por teléfono con su novio, pero que le da igual, que lo que no quería era llegar a semejante extremo. Jota siente un ramalazo de nervios, algo repentino, poco definido, entre la felicidad y el miedo. También vuelve a sentir algo que le ha perseguido desde el primer minuto en que se dio cuenta de lo que sentía por M. Se siente viejo, muy viejo, en otro planeta generacional extremadamente distinto al de ella; es decir, no solo un planeta lejano, también muy diferente. Intenta apartar esa sensación de sí mismo cuando una enfermera sale por una puerta y mira a M.
Jota la besa en la sien y le dice que él está aquí esperando, que no se preocupe. (Para él ése es el clímax del día, el momento en el que ha estado pensando, el juego de ego, el gesto de protección que a la vez evita paternalismo alguno; ella no le ve como a un hermano mayor, y él evita cualquier desliz al respecto.
M entra por la por la puerta por la que ha salido la mujer de blanco. Ésta se queda fuera de momento, en la sala de espera. Mira a Jota con algo entre curiosidad y asco. Jota aún no se ha percatado. Ahora que M parece que va a ser libre, debe pensar qué va a hacer, en cómo lo va a hacer. Un enorme interrogante de algún material pesado (pero que curiosamente huele a perfume femenino) le aplasta, y él gesticula para intentar zafarse. Eso pasa por su mente. Y la mujer de blanco dice:
–¿Eres su padre?

[Arriba un poco de Leonard Cohen. Abajo + pin up.]

La Edad del Sacrificio

Aina. Su despacho en el edificio de cristal. Diligencia al menos hasta la fecha, toda su vida. Todo bien, correcto, tal y como todos esperaban. 26 años y con lo que suelen llamar «un buen trabajo». Tener Trabajo en una mala época, a la que quizá se haya llegado porque Aina no tiene miedo de reconocer que se aburre, se aburre mucho. Todo bien y como debía ser… y se aburre mucho más de lo que merecía.
Ese aburrimiento en masa. Aburrimiento, en el mejor de los casos.
Bienvenidos a la Edad del Sacrificio. Un rato para pensar y casi todo comienza a resultar penoso. El ochenta por ciento del tiempo toda la juventud entregada a lo no-vocacional, a lo Material a secas. A la idea de que Crecer significa dejar de “soñar despiertos”. La filosofía con cimientos en alguna especie de plancha de metal helada en la que debes apoyarte todos los días desnuda para que todos asientan. Cuanto más copada, más respetable. Cuanto más agotada. La vida profesional –tu aportación al mundo– como lo que hay al otro extremo de la Imaginación y la fortuna de estar vivos. La edad Adulta. Quizá sólo el sexo ha sobrevivido a esa Evolución. El sexo, que no tiene por qué ser controlado, ni pulcro, ni serio; que, de hecho, es mejor cuanto menos es de todo eso. Como lamer un helado. Comer chocolate. Lo del Ser como hay que Ser no ha podido del todo con el sexo. Puede que porque esa Postura aún vigente sobre cómo hay que vivir, aún no ha matado del todo la Ilusión. Puede que queden aún cosas, una luz al final del… Un probable renacer particular, o al menos un digno suicidio.
Aina se levanta de la silla mientras oye ecos en su cabeza sobre la posibilidad de que la despidan. Ha corrido un rumor por la empresa. Un rumor de que un montón de gente va a ir a la calle. No porque no sean buenos empleados. No porque hayan hecho nada mal. De hecho, como Aina, todos lo han hecho todo bien o muy bien sobre el papel. Quizá demasiado, piensa Aina, mucho más de lo que merecían. De lo que merecían todos, desde lo 0 años hasta los 26. Siempre confiando en Ellos, y ahora como pago tiene un trabajo coñazo del que encima van a echarla. El trabajo que se adecuaba a la perfección a su currículum impecable. Puede que no-vocacional, pero sí impecable. Estaba preparada para entregar los mejores años de su vida a esa labor gris, había luchado por eso, ha luchado durante años. Sólo el dinero. Las salidas profesionales. Sólo iba a ser una pieza más del frío engranaje, del vivir para trabajar, casi autoanulada en pos del Madurar. Y ahora pronto ni siquiera va a tener eso.
Toda una generación de niños y niñas buenas que confiaban en los mayores. La mayoría –niños y grandes– amputados de sus pasiones.
Hola, Dios, piensa Aina. Ella que no cree. Pero Dios es lo único parecido ya a la etapa infantil en la que aún ves la vida como algo mágico, brillante o esperanzador, y no sencillamente como una batalla más bien cruenta y absurda en la que el objetivo es únicamente que no se vuelva aún peor.
Dios, La Navidad, El ratoncito Perez… Y no mucho después, alguien adulto señalándote con el dedo y acusándote de no haberte centrado, de que pronto empieza la guerra de la vida. El querido Miedo, la gasolina de occidente. Si no te rindes y emigras de tu propia piel, te va a ir fatal. Éste es nuestro mundo y tienes que TRAGAR. No importa si no quieres colaborar a que todo siga siendo así. Desnúdese y túmbese en la camilla oxidada. Para siempre.
Puede que el hecho de que un viernes resulte ser tan extremadamente distinto a un lunes fuera el primer gran aviso ignorado.

Llaman a Aina a la oficina. Hay alguien que ha perdido la cabeza, le dicen. Ella está en el quinto piso, y hay alguien abajo en el vestíbulo que ha mordido ya a tres personas. Mordido. Aina mastica su chicle y pregunta si ya ha comenzado el ERE. No, tía –le dicen–, no, te digo la verdad, pero sí, es el Segarra, el Carlos, de marketing, le han echado.
Abajo no hay seguridad desde que no se considerara necesario tener tanto personal de seguridad, por lo que, según le está describiendo la recepcionista a Aina, el tal Segarra ha EXPLOTADO. Ataca a todo el que se le pone delante. Aina sonríe con aburrimiento. ¿El Segarra no era ese pavo friki que siempre hablaba de zombis?, pregunta. La recepcionista no lo sabe, pero Aina juraría que sí. Lo de los zombis no viene de una afición desmedida a ese tipo de películas, sino de cierto discurso habitual, el discurso sobre el “zombificamiento” debido al trabajo. Sobre lo de que te cogen, te contratan y todo se convierte en rutina. La vieja rutina, la más conocida, la del resoplar y maldecir. La del aburrimiento extremo o el lacerante estrés, la de la hipoteca. El madrugar y el sueño. La del ir de culo y que encima todos se alegren por ti, por todas las cosas que estás haciendo y blablablá. Mientras tu vida se convierte en viuda de ti.
La Edad del Sacrificio.
Aina se sorprendería ante lo que está pasando si tuviera suficiente energía para ello. Pero lo cierto es que lleva tres meses trabajando seis días a la semana más de diez horas al día por una miseria, así que, en cierto modo, todo el asunto le resulta divertido. La mujer le cuenta en susurros que está escondida bajo su mesa, que el Segarra grita que se va a encargar personalmente del ERE. La recepcionista llora de miedo.
No está mal otra clase de miedo para variar, piensa Aina.
Al parecer el tipo ha desgarrado varios cuellos, puede que ya haya algún muerto. Aina busca información sobre él. Teclea. Tiene 42 y según lo que ha hecho desde los 0 (básicamente bailar al son de todo el mundo), no parece una reacción tan violenta ya a esta alturas. Un despido puede ser doblemente frustrante si tu trabajo no te gusta. Es, además, lo que algunas empresas te venden como una oportunidad. Un discurso en el que podrías llegar a creer in situ si no fuera porque te lo dicen para que encima te vayas amablemente. Pero un despido puede ser doblemente duro si el trabajo no te gustaba, porque al fin y al cabo ya habías elegido ese camino. Te habías adaptado a poner el culo quizá desde el momento en que elegiste carrera. Habías arrinconado otras cosas, reducido autenticas pasiones a hobby en pos de una visión “realista” de las cosas. Una visión que desde hace ya mucho, para la mayoría, normalmente tiene que ver con aguantar y joderse. Una visión que, sea acertada o no (y parece que cada vez resulta más errónea), era la visión que habías aceptado para tu vida, por la que habías elegido madrugar e hincar codos y trabajar en algo insulso aunque hubieras reducido el sentido de tu existencia a los viernes y las vacaciones.
Es como estar a cuatro patas y sangrando por el ano, haciendo que sí con la cabeza, aceptando la inhumana penetración del Falo Estatal a diario para poder contribuir a la subsisténcia del capitalismo (ese padre que te da palizas y al que aun así sigues queriendo), y que de golpe encima tu Violador te diga que no, que se acabó, que algo ha fallado: te estamos jodiendo pero ahora ni siquiera podemos darte la pasta, sólo mandarte al carajo, pero claro, allí no hay dinero… y todo funciona con dinero, quiero decir que, está montado así… Pero no te lo tomes como algo Negativo. Piensa en ello como una Oportunidad.
De repente todos esos cabrones te vienen a decir que igual también puedes intentar hacer algo que te guste para variar. Según la empresa puede que incluso te hagan preguntas. “Ya ya, usted ha trabajado siempre en este edificio, pero ¿qué es lo que le gusta de verdad?… quizá podría encauzar su vida hacia ahí”…
Es como si te dijeran: Vamos, no me jodas, odias esto, y además sabías que en cualquier momento éste día podía llegar, no tienes que creerte todo lo que te digamos…
El día en el que ni siquiera te dejan seguir haciendo lo que te mata el alma por dinero. Y cuando es muy posible que ya no tengas tiempo ni medios para intentar hacer algo que no odies, para intentar recuperar tu vida-con-sentido, tus ilusiones.

Aina sigue al teléfono mientras la recepcionista narra. Ahora dice que el tipo ha comenzado a destripar a una de Personal, probablemente la primera persona con la que habló aquí. Todo esto pasa mientras la policía viene de camino, en teoría. Aina, en su quinto piso, no tiene más miedo del que puedas pasar en un ascensor que se ha parado. Revisa de reojo su dossier ya hecho polvo, su lista de Cosas, así a secas, ése es título. La idea es apuntar motivos o historias sólidas por las que merece la pena seguir viviendo.
Querer a alguien y que esa persona te acepte al menos como amigo.
A veces son las mismas cosas descritas de distinto modo.
Querer a alguien y que no pase de ti como de la mierda.
Tener suelto para tabaco.
Poder fumar toda la vida sin que el tabaco te mate.
Que el sexo no complique las cosas, que sólo sea sexo.

Cuando puedes pasear sin necesidad de coger el coche.
Cocinar sin quemarse.
Enamorarse sin quemarse.
Ir a la playa sin quemarse.
Porno gratis.

Vivir sin quemarse.
La recepcionista dice que el vestíbulo es ya como un charco de sangre. Y que obviamente ya tiene que haber muertos. Sólo dime si ese tarado coge el ascensor o le da por subir las escaleras, dice Aina. Bueno, ese tarado, o lo que sea… Aina nunca le ha visto como un tarado; su despido, de hecho, confirma que, efectivamente, en la Edad del Sacrificio esforzarse demasiado por algo que al final sólo te aporta un poco de dinero, puede no servir de mucho. Puede que tengamos que aprender a fracasar al menos en los campos que nos interesan de verdad, para empezar. Puede que tengamos que darle algún matiz al significado de la palabra «responsabilidad». Es decir, que no sólo sea responsabilidad para con los demás, para con “el capitalismo y a ti que te den mucho por culo”. Que no se trate sólo de currar en la Mierda para que las cifras globales de un puto partido político sean un buen dato para la campaña electoral.
Así que, sí, es probable que seamos algo muy similar a un zombi, como dice el nuevo asesino en serie del vestíbulo. Puede que su actual comportamiento sea una especie de reacción “lúcida”: «si quieren que sea un zombi, actuaré del todo como uno, y al menos no me sentiré tan gilipollas».
La recepcionista dice que la mirada del tipo está ida, realmente está enfermo, parece querer destruir todo lo posible antes de destruirse a sí mismo. Los datos del hombre siguen en la pantalla del ordenador de Aina. Tres hijos y el resto de la historia sobre su sacrificio.
En el dossier de Cosas, Aina pasa una página.
Que al tío no le importe que a veces se te escape el pis durante el orgasmo.
Los días nublados en los que no llueve pero huele a lluvia.
Ese día en el que ni al tío ni a ti os importa follar durante el Periodo.
La comida en general.
Cuando eliges ir al cine sola en lugar de haberte reunido con un montón de gente para una cena que no te apetecía.
Libros orgánicos, sean ensayo o ficción o lo que sean.
Semen caliente.

Aina mira hacia la pared mientras oye los sollozos de la recepcionista por teléfono. Hay un extintor. La recepcionista le ha dicho que el tío ha comenzado a subir escaleras corriendo. El extintor pesa lo suficiente para, si no dejar inconsciente a alguien, sí hacerle mucho daño. Se pregunta cómo debería atizar a una persona para dejarla grogui. Si a los 18 años hubiese… Cuando eliges una carrera sólo porque en teoría tiene muchas salidas, nunca piensas que entre ellas podrían estar también la muerte o el asesinato. Al menos la recepcionista no le ha hablado de contagio alguno. Es decir, ninguna de las victimas indirectas del ERE se ha levantado con el cuello mordido para echar una mano al Segarra.
Esto sólo va de un pavo que se ha vuelto loco. Bueno, “que se ha vuelto loco” es una forma de hablar. Digamos que todo influye. Ahora Aina no sabe dónde está el asesino del ERE, pero sí ha oído a la policía; la recepcionista ha salido por patas a la calle, prometiéndole a Aina una llamada cuando tuviera novedades.
La posibilidad de poder suicidarte antes de tener que matar a nadie.
La posibilidad de poder matar a alguien antes de suicidarte o que te mate.
Los postres calientes.
Cuando te corres a chorro.
Las noches de verano al aire libre.
Que algún día la Deuda lo reviente todo de una buena vez, y algo con cerebro la sustituya.

Aina permanece sentada y con el extintor entre los brazos. Nadie envía correos electrónicos informativos. Pero el teléfono por fin vuelve a sonar.
La recepcionista dice que la policía ha detenido al tipo.
Estaba lleno de sangre ajena. Ha sido honesto con su rabia en cierto modo, o torpe, cree Aina. No se ha ido a casa para preparar una venganza fría, para venir un día armado hasta los dientes. Ha preferido atacar de un modo más primario. Haciendo caso a sus impulsos quizá por primera vez en su vida. Y sin miedo. Sin creerse por fin que lo inteligente es siempre saber joderse. Puede que matar a la peña no sea la mejor reacción, pero puede que sea eso lo que pase si te contienes el tiempo suficiente amparado por cierta Inteligencia muy rebatible y carácteristica de esta época. Esta clase de violencia natural (es decir, sin intereses de por medio) puede darse, y se da. Si es el 11-S o el tarado del vestíbulo, poco importa. Es siempre la reacción del siempre agredido contra la cúpula de los agresores.
La opción de estar callado.
La opción de insultar a quienes creen que no insultan nunca porque nunca usan palabras malsonantes.

Y Aina deja el extintor en el suelo y apunta otra más:
Cuando te acuerdas de ser tu propio Dios.

[Arriba, un poco de Nirvana, para descargar un poco más de rabia. Abajo + pin up.]