Julieta no tiene aún Romeo y camina por cierta calle vacía, ella también vacía en cierto modo, y triste, y aburrida, porque la Historia ha dado más de una Julieta real o ficticia, y no todas han vivido una hermosa relación trágica o disfrutado momentáneamente de un maravilloso e intenso amor. Alguna seguramente habrá muerto de vieja tras un agotador viaje por la vida lleno de sacrificio y poco más; sin nada destacable que contar más allá de tener recuerdos de cincuenta años atrás.
Como quien conserva cualquier objeto antiguo que solo tiene el valor de no haber acabado aún en el cubo de la basura.
Julieta sabe que eso pasa también con muchas personas, quizá la mayoría. Personas que han aprendido (o se han creído) que conformarse es un síntoma de inteligencia y equilibrio.
El sol cae como una losa por la calle, aunque no de un modo completamente desagradable. Atardece y la luz de la naturaleza insiste en ser poética aún entre edificios de cristal y calles de asfalto o cemento. No para de iluminarnos sin inspirarnos en absoluto. No para de decirnos que no solo sirve para ponernos morenos, de la misma forma que el cerebro no solo es un administrador de nuestro sistema de egos. Nuestro cerebro no es el político capitalista líder de nuestra existencia. No deberíamos dejar que actúe como ellos.
La Julieta que nos concierne piensa que todo eso la hace infeliz. Lo de pensar. O más bien lo de hacerlo en un universo en que hacerlo no te sirve para casi nada positivo a la práctica, y que muchas veces te puede traer solo disgustos. Como una monja que decidiera tener sexo habitualmente en el convento; como una mujer joven y guapa que quisiera tener pronto algo sincero y estable con alguien.
Hoy, en los tiempos que corren, cuando memorizar es aún más importante que aprender, y mostrar aún lo es más que sentir.
Y Julieta entra siempre en una cafetería porque hace demasiado calor o frío, y suele recordar un sueño desagradable para luego comenzar a dudar sobre si en realidad es simplemente un recuerdo. Era su madre hace muchos años, hablando con su tía sobre dos abortos.
Si vas con frecuencia al mismo bar sola y tienes tal nombre, nunca debes decirlo si lo que buscas es tranquilidad. El barman mira a la muchacha y suelta algún chiste chapucero. Una especie de vago flirteo, de interacción que quizá el tipo use para masturbarse más tarde al recordar. Basta una mirada o una mueca cortés de ella, un movimiento de piernas, o recolocarse los pantalones o ponerse roja, lo que sea… Zas… y todo salpicado unas horas después. El hombre suda aun con el aire acondicionado. Prepara el café que ella le ha pedido y no deja de hablar. Hace calor, dice. De dónde vendrás, Julieta, dice. Es la versión macarra de algún tío tuyo que te hiciera comentarios estúpidos durante la infancia. La versión salida o incluso pederasta.
Julieta tiene 24 años. Pero le puedes restar perfectamente seis o siete si la miras a la cara, las manos pequeñas, los pies en sus sandalias, la expresión, los ademanes, la ropa poco elegida para parecer una mujer. Zas… Y se bebe su café más rápido de lo que quisiera.
Esa sensación deprimente tras derramarte. Quizá lo más cerca que un hombre pueda estar de lo que algunas mujeres dicen sentir poco después de un parto. Ese bajón poco explicable. Un gota bajando por la pantalla del ordenador, espesa y para algunos quizá hasta prueba de un nuevo genocidio. El barman con la cara roja y sudando, el cuello de la camiseta lleno de cercos marrones húmedos y asquerosos. Un olor cargado de soledad mal digerida disfrazada de libertad de soltero cincuentón. Facebook abierto con una foto de ella. El tipo da saltitos con los pantalones por los tobillos, el vientre aún con las salpicaduras de semen, y descuelga un teléfono fijo. Comienza a marcar y es el número de Julieta.
La misma despierta en su cama dando un respingo. Se levanta mientras decide siempre que no volverá a ese bar más. Camina por el pasillo hasta el lavabo. Su madre y su padre roncan. El sueño recurrente se le borra en pocos segundos, pero no hasta el punto de olvidar que el barman era el protagonista. No son agradables los sueños omniscientes, en los que ves a gente sin estar presente, o incluso los sueños en tercera persona en los que te ves a ti misma de un lado a otro. Julieta raramente tiene el sueño habitual en primera persona, como en esos videojuegos tipo DOOM pero sin armas. (La realidad es demasiado tangible para usarla como ejemplo, y probablemente más falsa que muchas ficciones.
Algunas veces Julieta ha oído eso de: “La sangre era tan real que parecía falsa”. Eso no se dice porque sí.)
Ahora el atuendo habitual de las chicas jóvenes en verano suele constar de pantalones muy cortos (o shorts), sandalias planas (o con tacón, según la hora) y blusas finas, a veces camisetas… Se suelen ver también tangas. Eso va con el día; no verás tan fácil un tanga un martes como un viernes.
Del mismo modo que una chica se arregla el vello púbico dependiendo de con quién ha quedado, y “por si acaso”, también lo hará antes un sábado que un lunes haya quedado o no.
Follar no siempre entra en los planes, pero siempre está, del mismo modo que muchas veces jode los planes. Para Julieta el sexo es un impedimento en el mismo grado en que es un placer. Es la libertad en el mismo grado en que es una cárcel. Es, en definitiva, un pozo de dudas y una jodienda potencial clásica. La misma gente que busca una relación seria basada en rasgos de carácter de lo más maduros y adultos, maldecirán con amargura y probablemente no perdonarán un “desliz físico” a su pareja. Es decir, el sexo es un ingrediente importante pero lo que importa es la conexión emocional, te dirán muchos. Sin embargo puedes estar claramente colado por alguien, que mientras no le toques no pasa gran cosa si no es muy evidente; y por contra si te acuestas con alguien que no te importa un carajo en comparación con tu pareja, todo se puede ir a la mierda a la voz de ya.
Como sea, todo el mundo va a ir por ahí transmitiendo el mensaje de que el sexo no lo es todo, que ellos son lo suficientemente maduros para saberlo.
El vibrador de Julieta tiene nombre, se llama Tom.
Por esa regla de tres sencilla y que todo el mundo conoce y que nadie en su sano juicio puede negar, se podría decir sin temor a equivocarse, que la mayoría de las parejas tienen sus cimientos, pues, en el SEXO. Si eso falla, si traicionas eso, todo lo demás muy fácilmente se vendrá abajo.
(Un vez Julieta vio un graffiti: “Poetas, os desafío”.)
Y ahí es donde entra Tom.
Tom es eficaz y respetuoso donde los chicos con los que ella ha estado eran solo un cúmulo de confianza de pega. Fidelidad de boquilla. Y erecciones que hacían más el amor con sus propios condones que con ella. Eso sentía Julieta, se estaban follando el condón. Todo era tan mecánico que le resultaba harto deprimente que casi todo el mundo basara su fortaleza y fidelidad conyugales en semejante acto de apenas unos minutos. Todo fricción, ojos cerrados, sudor. No se parece demasiado a lo que se ve en las películas románticas. De hecho, cuando se hace bien (cuando ella se corre varias veces y él incluso quizá dos) se parece más al porno, aunque con más pelo, peor iluminación y menos coreografía.
Si habla así, ella sabe que todo el mundo dirá que lo que quiere es follar indiscriminadamente sin sentirse culpable. Y que qué morro. Y que qué zorrilla. Qué morro… De la misma gente que no deja de insinuar que el sexo no les esclaviza.
Y hay aún una teoría más dolorosa relacionada con Julieta y su modus operandi actual (llamado Tom). Ella cree que la fidelidad que requiere trabajo sólo es un síntoma de que la pareja no es real. Conclusión: Si quieres follar con otros es porque en realidad no hay nada especial en tu relación conyugal. Solo un amistoso acuerdo sexual que, bajo el imperativo monógamo (no compatible en este caso), se puede convertir en un lastre.
Poetas, os desafío.
Lo último que suelen esperar todos en ciertas tertulias, es que la muchacha de golpe hable de amor auténtico.
El terreno, de hecho, se vuelve aún más peligroso cuando ella afirma que precisamente es en esas parejas en las que el sexo no conforma los cimientos de las mismas (porque ni siquiera hay una estructura clara que soportar), sino que hay un sentimiento que lo gobierna todo y que hace que la fidelidad no sea otro acto más de “sacrificio”, sino simplemente un placer sin límite, el de amar a quien amas de verdad.
Lo que no quiere mucha gente, en secreto, es que trasciendas el sexo. Porque entonces ¿qué quedará en muchas de esas relaciones? Si no son fieles a ese nivel, ¿a qué otro nivel lo van a ser si lo que resta es como mucho una amistad acordada y planeada sin naturalidad o espontaneidad alguna?
Vale, no sigas, le dicen entonces siempre a Julieta.
Es el infierno lo que sigue. UHHH…
Y eso no es nada.
La verdad, cree ella, es que si eres monógama y crees en el amor como algo que más bien te encuentra y no que fuerzas, intentar provocarlo de otra forma te puede dar el mismo resultado que cuando Michael Jackson se empeñó en ser blanco…
La cuestión es: ¿Cuánta gente lo está intentando?
La respuesta podría ser: Por eso el músculo del conformismo está ya tan trabajado a todos los niveles.
Julieta se daba un día un paseo por cierto sex shop al que hacía tiempo que quería entrar. Estaba casi vacío. De hecho solo había un par de parejas. Ella se esperaba que hubiera solo calvos gordos salidos o algo así. Pero ahora ya hay cierta aceptación relacionada con los juguetes sexuales. Ella cree que es una forma de potenciar la faceta física de esas parejas que tienen que estar andandose con ojo con no quedar atrapados de golpe algún día –uno u otro– entre el salón y la cocina por haberse encallado con los cuernos.
Esas chicas que espían el móvil de su novio. Esos tíos que no lo ven claro, que comienzan a pensar a largo plazo mientras un nombre de mujer tras otro pasa por delante…
Todas las Marías y Martas, Lauras, Anas… Todas con sus distintas edades y experiencias, con sus ganas de experimentar, siempre con novio pero siempre con planes volubles y sed y curiosidad, todas esas mentes abiertas dispuestas a no esclavizarse. Esos océanos de doble moral de discoteca. Seriedad pero borrachera, secretismo. Mi novia está fuera de viaje. Mi novio es un capullo y ya veremos…
Todos esos años por delante. Esas parejas, la racionalización del amor por no ser en muchos casos amor sino un sentimiento forzado y vago y esclavo por tanto del sexo.
El parque temático en el que no te vas a conformar con montar en una sola atracción todavía.
Aún tienes permiso para hacer locuras. Hay mucho tiempo para asentar la cabeza. No es que no aceptes la cuadrícula del sistema, pero durante un tiempo puedes aprovechar, al menos hasta un poco antes de que la gente te comience a considerar una bala perdida por no verte siempre con la misma persona y la tan buscada cara de circunstancias adulta conyugal.
Un símbolo de madurez.
Lo que a Julieta le encanta del sexo, es ese descontrol que supone, es ese estar expuesta. Es, paradójicamente, una especie de juego que aún se le permite al adulto, el único juego que se puede considerar infantil en cierto modo, porque si se hace bien sólo consiste en pasarlo bomba y no tener miedo a “enguarrarse”, sudar y revolcarse. Te muestras en tu desnudez, tal y como eres, e incluso la sumisión puede no ser más que parte del juego. Por desgracia, como sabe bastante bien ella, mucha gente suele intentar hacer alarde de dignidad y decoro en ese momento, y es luego en la “vida adulta” donde deciden volverse sumisos… entre otras cosas.
Tom estaba en su caja sobre una estantería. Julieta no sabía lo que buscaba, y por más que le preocupara poco que la vieran allí, tampoco se iba a poner a charlar sobre cómo ella llega al orgasmo. No iba a hacer consultas sobre qué juguete era el que mejor le iba a venir.
Tom es un vibrador clásico a pilas. Nada que impresione ya en ningún tupper sex. Incluso así, cuando Julieta vio la caja, sintió más o menos la misma vaga curiosidad que la primera vez que vio a la mayoría de sus ex. Un especie de fino hilo de nervios sumado a la perspectiva de sexo. Nada que se parezca al hecho de colarse auténticamente de nadie.
Sopesó la caja y decidió que ese trasto iba a ser su pareja durante un tiempo. Ella había conocido a chicas que pasaban los periodos entre novios con una especie de luto deprimente mal disimulado con bromas. Como si no se tratara tanto de estar con alguien como de evitar como sea y de un modo bien visto la abstinencia sexual. (Sumado, por descontado, al mero concepto de tener pareja, algo que para muchas mujeres es una prueba constante y latente de los encantos de que son dueñas.) Otra vez la cosa va más de lo palpable que de lo sensible, aunque obviamente todo el mundo te lo disfrazará todo.
Tom es lila y grueso, mide 25 cm. No tiene estudios ni preparación ni ambiciones, pero da igual porque no vas a tener que hablar con él. Julieta, al salir con la caja ya comprada a la calle, sintió una especie de alivio al darse cuenta de que no iba a tener que ir a cenar ni al cine esa noche con Tom. De hecho es probable que sintiera lo que se siente cuando la perspectiva de sexo es real y libre. Es decir, cuando no hay un mar de justificaciones de por medio, cuando no hay que dar explicaciones a nadie. Tom no iba a tener trabajo, pero tampoco iba a consumir ni a gastar y cumpliría todas las noches justo al gusto de Julieta. Tom era al sexo lo que el Romeo de turno casi nunca podía ser al amor. Y Julieta pensó que quizá estaría bien durante un tiempo tener algo auténtico y a salvo de cuentos e hipocresías. Tom era lo contrario a todas esas series y películas americanas cuyos personajes no conciben la felicidad más que estando en pareja y con proyectos de familia.
Tom representaba una pausa necesaria. O quizá más bien el sustituto perfecto del típico novio de pega. Julieta ha oído más de una vez eso de “relación de transición”. Lo que, para ella, en esencia se reduce a tener a alguien que te folle mientras no consigas algo mejor. Para muchas personas las otras personas son como fichas o billetes, y las actitudes sirven para negociar, decir sí, o no, aceptar, desechar… Esto funciona en las dos direcciones. Pero Julieta sabe que a menudo el hombre sale muy malparado si es sospechoso de utilizar a una chica básicamente solo para el sexo. Y lo que suelen hacer ellas es cobijarse en supuestas cuestiones emocionales, confusión sentimental, etc., lo cual se les puede excusar hasta cierto punto, porque la otra salida es que las llamen putas.
Una noche, durante el cuarto mes ya con Tom, el primer plano de lo que vemos se hunde al estilo David Lynch en una almohada otra vez, y Julieta aparece tumbada en un suelo negro de plástico, vestida con atuendo carcelario naranja e incluso un número de serie en el pecho.
Las paredes son circulares y el techo del lugar apenas se atisba. Rápidamente se da cuenta de que está dentro de Tom. Un Tom de unos diez metros de altura, cuya iluminación se reduce a la tenue luz que se filtra desde fuera, sea donde sea que esté.
Se comienza a oír claramente una voz;
“Usted dice con amargura, señorita, que cuando la gente le pregunta cuándo fue su primera vez, nunca se refieren a la primera vez que se enamoró. Alega que la gente hace gala de un comportamiento emocional contradictorio e hipócrita en sus relaciones, y con verborrea a modo de veneno contaminante, alecciona a menudo a todos sobre cómo no deberían ser, e incluso sobre lo que deberían hacer…”
»Usted, con su romántico nombre, se atreve a poner en tela de juicio todo nuestro Sistema Emocional, un sistema que durante siglos ha facilitado las cosas a largo termino a millones de personas que sufrieron en sus carnes aquello de lo que precisamente usted hace apología.
»Hace suyo un tema abstracto ya legislado y nos acusa de querer racionalizarlo negando así su auténtica naturaleza.
»Estoy seguro de que los miembros del jurado habrán tomado nota de cómo usted los ha juzgado. Los ha llamado insensibles y mentirosos, depredadores y adictos al sexo.
»Es usted sin duda un peligro para nuestro sistema de valores. Es un peligro para la libertad, por más que usted crea que su discurso aboga precisamente por ella.
¡Protesto!, grita entonces una segunda voz. Julieta se ve impedida de intervenir; por más que alce la voz, nadie parece oírla.
¡Protesto!, vuelve a gritar la segunda voz. Y añade, dubitativa: ¿Se me permite dejar las flechas y el arco en el suelo?… Gracias.
Una tercera voz parece murmurar algo, y la segunda voz, con mucho tiento, dice:
“Verán, señores, aquí mi compañero intenta pintar a mi clienta como a una terrorista de los sentimientos, pero yo creo conocerla bien y les aseguro que no hay maldad alguna en sus palabras ni en sus acciones; la única actitud que ella profesa es la de serse sincero a uno mismo antes de involucrar a otra persona en este sistema emocional. Lo único por lo que ella aboga es por la idea de que lo que hace la gente se parezca por fin a lo que siempre dice la gente, y que de ese modo muchos menos saldrán heridos de una relación, que es el pilar en el que se basa la felicidad en la vertiente emocional de la vida que aquí tratamos.
»Ya se han conformado muchos con tener carreras profesionales tediosas solo en pos de egos absurdos relacionados solo con lo material. Lo que mi clienta dice es que no apliquemos eso también al mundo de las relaciones personales. Es todo, Señoría.
Se levanta un murmullo, hay mucha más gente, y se oye el ruido de algo que Julieta supone el martillo del juez. Sigue intentando que alguien la oiga, pero sigue siendo imposible. De hecho le resulta cada vez más complicado despegar los labios.
Entonces, la tercera voz ordena que el jurado se marche a deliberar.
El murmullo es constante durante la espera. Julieta no siente nada especial, ni siquiera sabe bien dónde está. Hay una una sola puerta circular cerrada. La vista se le ha acostumbrado y ya puede ver el techo en forma de cúpula. Lo que más le extraña es que todo sea hueco. No está el receptáculo de las pilas y no huele a nada, ni a plástico, ni a látex. Es todo tremendamente realista, pero bastante soportable, al menos por el momento.
Entonces el murmullo aumenta. El jurado ha vuelto.
Un voz nueva comienza a leer en voz alta;
“Se acusa a la procesada Julieta de los siguientes cargos de actitud oficiales: Verdad Condicionada y Potencial Proyección de Frustración propia en los demás. Tono Cerrado en cuanto a cuestiones abstractas importantes para el individuo. Se la acusa de haber hecho una lectura errónea del comportamiento humano, arguyendo argumentos acusatorios hacia los demás de vivir con un miedo concreto de naturaleza nociva y preferir la hipocresía a la honestidad. Se considera además a la acusada un peligro potencial para próximas parejas potenciales que la conozcan y crean que está en armonía con el Sistema Emocional Libre en el que todos los miembros del jurado creemos. Se la acusa de hacer apología de la pasividad en detrimento de la acción a través de su repetido argumento que asegura que nadie puede controlar sus sentimientos, y que es precisamente entonces cuando son auténticos. Se la acusa también de hacer apología de comportamientos compulsivos y contraproducentes como los celos o el sexo anal. Por todo ello, se condena a la acusada a permanecer por tiempo indefinido encerrada en la celda Tom hasta nueva orden de la psicóloga del centro. Hará trabajos obligatorios de manufactura y tendrá acceso a la librería de bestsellers. Es todo, Señoría.»
[Arriba un poco de Artic Monkeys, abajo + pin up.]