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Triangulo de amor armado

Le he dado mucha importancia a esta historia, al menos yo. Y a lo mejor suena fatal, o demasiado retorcida (o poética). Como ese rollo de “para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos”. Pero creo que hay distintos grados de inversión, esa frase de la tortilla no tiene por qué hablar siempre de extremos (declaraciones de guerra con millones de muertes, etc.). De hecho no deberías imaginarte esto con orquestación alguna de fondo; incluso con toda la tragedia y dolor que vienen, encajaría más con Iggy Pop o algo por el estilo.
Yo soy lo que llaman el narrador omnisciente. Eso no significa necesariamente que lo sepa todo o pueda estar en todas partes, digan lo que digan. Mis limitaciones son las mismas que las de mi creador, y la historia será errática en la misma medida en que es limitada la imaginación del susodicho. Ya sé que esto suena a meta-coñazo, o uno de esos regalos de coña en que el receptor abre cajas y más cajas en plan muñecas rusas hasta dar con un obsequio aún menos original que la broma. Pero confío en que, aun con todo, esta introducción haya despertado el interés del receptor potencial de este texto (al que prometo que no habrá muchos más juegos metanarrativos).

Había un tipo con una camisa azul. El otro… unos dicen que llevaba una camiseta rosa, pero yo siempre lo he imaginado con una roja o negra. La cuestión es que el hombre de la camisa azul persigue a tiro limpio y a pie al tío de la camiseta roja o negra. (Hago aquí un inciso para saludar a aquellos lectores que estén releyendo bien en busca de respuestas (por haber leído antes en vertical); yo, además del narrador omnisciente, soy alguien que ama a la adolescente del final (la apadriné, es una historia aburrida), por eso todo esto me importa y quiero compartirlo.)
El tipo de la camiseta roja o negra (elegiremos la negra para no enrollarnos más), también lleva una pistola, y lo que dice la leyenda es que el tiroteo duró lo que los dos tipos tardaron en cruzar media ciudad. Vivo en una ciudad de doscientos mil habitantes, y hubo disparos sin cuartel, eso dicen. Cabe pensar que las balas se les debían acabar pronto y que el tiroteo no pudo durar tanto; o sopesar la posibilidad de que racionaran muy bien la munición y la mayor parte del recorrido de persecución fueran escondiéndose el uno del otro. Pero claro, eso último no encajaría con la orgía de disparos de la que todo el mundo habla. Nos quedaremos con la versión de que la gente es muy exagerada, y que aunque los dos tipos recorrieran tanta distancia el uno detrás del otro, en realidad usaron mucho más la estrategia y el racionamiento antes mencionado, que no la típica táctica de disparar a quemarropa como con unas pistolas mágicas al estilo de algunas películas.

Mi ciudad es una de esas en las que seguramente haya unos cien gilipollas por cada libro a la venta. Es decir, hay apenas un par de librerías nada especializadas, y unos multicines (ese es todo su baluarte cultural). Hay un montonazo de bares, cualquier barrio parece los suburbios de algo arquitectónicamente más digno que nunca llega por más que camines o conduzcas. Vale, está el centro, y no es tan cutre. Pero también depende de cómo lo veas. Quizá no parece cutre, aunque lo es si superficial puede ser sinónimo de cutre. ¿Que el noventa por ciento de lo que hay sean tiendas de ropa, es cutre?, ¿puede ser significativo?, ¿podrían considerarse algo así como los bares femeninos?, ¿como lo que hay al otro extremo de los libros, pero para las mujeres?… Bueno, el caso es que el centro no se ve cutre, al menos a simple vista; cada dos o tres pasos oyes música house saliendo de algún sitio cuya iluminación parece la idea de un hombre luciérnaga diseñador de interiores que se ha extralimitado. La luz puede salir de una peluquería, de una inmobiliaria, de una perfumería, o de una tienda de ropa. Si quieres liarte con alguna chica cuya idea de profundidad en la vida solo tenga que ver con lo “entrañablemente humilde” que estás dispuesto a mostrarte en base a tu ignorancia y desinterés sobre la mayoría de las facetas de la existencia, espera en el umbral de uno de esos locales después de unas doscientas horas de gimnasio. Ser alguien raro en occidente es tan fácil como no saber recordar exactamente qué pone en la inscripción tu camiseta, o dónde la compraste. El seno de los dos tiradores fue este sitio, esta ciudad, un lugar tan del montón que ni siquiera el turista perdido tecnológico-adicto más imbécil y lejano al próximo día de trabajo, usaría aparato alguno (específicamente comprado para el viaje) para hacer foto alguna.
Y cómo no, el tiroteo empezó en una tienda de ropa, era lo estadísticamente más probable a pie de calle. Las versiones que parecen más creíbles, dicen que solo hubo un tiro en el Zara de turno, y que luego los dos tíos salieron corriendo. Salió el de la camiseta negra, y detrás el de la camisa azul. Lo que todo el mundo vio por la calle en esa zona, fue a dos adultos con mucha prisa que llevaban algo en la mano. Una pistola, decían algunos; juguetes, decían otros; ¿vamos al H&M?, decían otras. Eran pistolas reales, claro, y los dos tíos corrían entre la multitud, esquivando bolsas y chocando con todo tipo de fauna ciudadana; solteros en grupo, niños, bebés, los efectos secundarios de condones rotos (o inexistentes), madres-niña, seres de penalty, religiosos involuntarios, padres, parejas, parejas de abuelos, parejas enamoradas, sedadas por pereza, de transición, de conveniencia, y muchos caminando a menudo en formación horizontal y facilitando así el empujón violento pistola en mano. Era sábado y la mayoría de gente se cree inmortal en sábado. Aunque solo sea por omisión de pensamiento, no creen que sea posible eso, es decir, eso de que te pase algo malo en sábado, no hay tíos armados en sábado, no hay crueldad en el mundo un sábado. Un telediario es un bufé libre de morbo-golosinas en sábado. Los sábados los hombres son opciones válidas y las mujeres son sueños andantes. Las mafias no existen más allá de la ficción. Pero aun así, una señora recibió un disparo que iba dirigido al tío de la camiseta negra. Yo conocía a esa señora. Vivía en mi barrio y cuando se reía sentada en un banco (siempre en el mismo), se la oía desde cien metros; pero no era agradable, no era un risa de las que se contagian: no cuando llevas toda tu vida oyéndola; y oyéndola también juzgar a todo el mundo entretanto. No quiero ser cruel, de verdad, aunque lo sea, pero mi luto por ella duró unos quince segundos. Luego un plácido silencio me invadió, y seguí buscando información sobre el tiroteo.

Otros dos hombres que esperaban en la calle resultaron heridos en esa zona atestada de tiendas luminosas y ruidosas. Ambos acabaron doliéndose en el suelo aferrados a bolsos femeninos. Sus novias, cuando se dieron cuenta de que pasaba algo más en ese momento que un montón de ropa y complementos en el planeta, salieron enseguida a la calle y gritaron desconsoladas. Se oían sirenas de la policía, pero el suceso cambiaba de escenario demasiado rápido. Nadie sabía qué pasaba, o por qué. Aun ahora no se sabe bien. Hay todo tipo de teorías, se habla de asuntos de pequeñas mafias, se habla incluso de problemas sentimentales, cuernos, lo que sea; hay gente a la que no le basta con eliminar a alguien de Facebook, dejar de seguirle en Twitter, evitarle, hacerle el vacío o girarle la cara. La teoría del asunto amoroso ha cogido fuerza. Es de suponer que a todo el mundo eso le parece más interesante que la idea de que haya dos mafias enfrentadas en una ciudad que a priori parecía tan tranquila: (el nivel de hipocresía estándar occidental, poco interés por nada que vaya más allá de beber y comer demasiado, ensayar algún tipo disponible de dignidad de diseño, follarse a alguien o comprar “algo bonito”…). De hecho es difícil imaginarse un tiroteo en Ikea; uno se plantea antes muchos otros escenarios. Pero el caso es que los dos tipos acabaron en uno. Las astillas salpicaron y una pareja joven acabó en enviudamiento femenino repentino. No fue por un disparo; uno de los dos tipos chocó con una estantería, y acabó tirando del otro lado de la misma las piezas plastificadas de un mueble Gorm, con tan mala fortuna que éste cayó de lleno sobre el hombre que iba con su novia. Por primera vez un paseo conyugal por Ikea no era solo una metáfora relacionada con la muerte.

La desgracia se extendió por gran parte de la ciudad como daño colateral. Está también el capítulo del autobús lleno de chicas camino a una despedida. La mayoría con sus diademas polla, coqueteando con el conductor del autobús, gritando y haciendo sonar silbatos. La historia de siempre; un día de permiso para ser cachondas a plena vista, para decir “guarradas”, para contemplar el sexo no como la respuesta a algo profundo (ya sea eso real o solo una excusa), sino simplemente como algo animal, consolador, descontrolado y divertido. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. El día más feliz de tu vida llega, así que hay que despedirse de… los anteriores. Ikea te espera, si es que no has ido ya. Precisamente ese día, en que Ikea aunaba su tensión emocional habitual con la violencia física, el autobús dio un volantazo esquivando a un tarado con camiseta negra que corría por en medio de la carretera con algo en la mano, puede que una pistola.
El giro brusco hizo que una de las chicas (algunas no se podían estar sentadas) perdiera el equilibro cayendo al suelo violentamente cerca del conductor; en esto, perdió su grotesca diadema polla, y ésta rebotó hasta colocarse justo debajo del pedal del freno. De repente el conductor tenía un montón de trabajo imprevisto. Para empezar tenía que sortear a los coches, a personas, señales…, pero las distancias eran cortas, y para cuando quiso darse cuenta, se encontró dentro de Ikea pisando el freno para nada. Decenas de parejas jóvenes en edad de merecer fueron arrolladas por el morro del autobús. Por estanterías que se desmoronaban dejando caer otras estanterías que ya no acabarían en ningún piso mono. El autobús ya sólo frenaría cuando la física quisiera. Mientras tanto, el desesperado conductor daba volantazos, volantazos inútiles, hasta tal punto que se dice tuvo que poner los limpiaparabrisas para las salpicaduras de sangre, que realmente habían conseguido dificultar aún más la situación. Obviamente todo pasó en cuestión de segundos. Al final hubo cinco muertos y unos veinte heridos. Lo cual dio como resultado a dos viudas más y una mujer libre de nuevo. Dentro del autobús todas las chicas quedaron casi intactas, excepto la que había caído bruscamente con el volantazo, que dicen que a día de hoy ya está comenzando a recordar, y prácticamente vuelve a caminar sola sin ayuda.

Se vio también a los tipos corriendo y entrando en cierto Club. Hubo un tiro pero no mató a nadie. Se dice que el pecho –uno de ellos– de una chica del local reventó agujereado y que en lugar de sangre cayó al suelo algo viscoso y transparente. Así que la siguiente parada después de Ikea había sido un puticlub. Algunos tíos llevaban ya esa cronología en su vida, aunque más lenta. Los tipos corrían por aquellos pasillos que salían fotografiados en la prensa. Luces rojas y un gordo sudoroso trajeado que gesticulaba y se quejaba porque a su empleada más demandada le habían volado una teta que él mismo había pagado. Tíos asustados que salían despavoridos a medio vestir de habitáculos antes de que llegaran curiosos o cámaras. Esos buscadores de una vida paralela en la que sí poder conseguir una mamada concienzuda o sexo anal, se negaron a declarar. ¿Dos tíos armados en ese picadero? No-no-no, ni idea, yo estaba en, yo había ido a, yo estoy muy contento con, yo no necesito, yo sé, yo he hecho, yo estoy, yo, yo, yo, tenía trabajo acumulado, una cena de empresa, una reunión, una… cena importante, no estaba allí, para nada. Todo marcha bien, el matrimonio, la vida en pareja estable, sí, es auténtica. Solo un polvo con una bailarina cuando, en, aquel, sitio… porque era mi despedida, mujeres en lugar de…, ellas también se follan, seguro, a esos tíos depilados y resbaladizos de aceite, esos tíos con, con, esos tíos que llevan solo una pajarita y luego son todo músculo y alimentación a base de claras de huevo, entre ocho y diez cada mañana. Por eso yo, tener, ser, poder follar, porque ellas también, eh, sí, seguro lo hacen cuando… … Lógica aplastante de gente feliz en la versión oficial. Y los dos tipos salieron corriendo por una puerta trasera del putiferio y se comenta que lo que pasó luego es que siguieron corriendo, era ya de noche, corrieron por en medio de un bosquecillo. No se han observado evidencias de que hubiera disparos ahí. Llegaron hasta una alambrada, por la que treparon, y cayeron rodando por una pendiente hasta la cuneta de cierta carretera. El motivo por el que iban a morir cinco personas en Ikea por heridas graves, y no cero, una, o dos, debió ser que también se encontró cierta ambulancia que pasaba por esa carretera de después del bosquecillo y la alambrada con un tiro en el parabrisas, el conductor exhalando su último suspiro y al copiloto ensangrentado, sin movilidad y gritándole a su teléfono. Puede ser confuso conseguir una ambulancia para una ambulancia. Las sirenas de la policía, respecto a los dos tipos, eran como letanías casi poéticas, como cantos de sirenas, sí, las de ojos chispeantes, melena naranja, tetas bonitas y pescado de cintura para abajo. La ambulancia había dado tres vueltas de campana, porque puede pasar si ves algo raro, tu pecho empieza a sangrar, derrapas con brusquedad y vas por una zona en la que el límite de velocidad marcado no tiene nada que ver con la velocidad que llevabas (aunque se te permitiera). Dos coches más colisionaron ahí sin nada que comentar más allá de los daños materiales. En Ikea necesitaban material médico útil, el conductor de la ambulancia necesitaba una transfusión de sangre y semanas de recuperación. Los agentes de la ley necesitaban un GPS humano más preciso, satélites a pleno rendimiento. A esas alturas los tiradores ya eran de todo; eran rumanos, de la mafia rusa, hasta gitanos, o islámicos, en algunas versiones no eran dos hombres, eran hombre y mujer, o mujer y mujer, o hasta hombre y perro. En el Zara en el que se inició el tiroteo, dos policías hablaban con una chica de 25 años, una chica de pelo tan rubio y ojos tan claros y serios que… bueno, algo tenía que haber hecho, de algo tenía que tener la culpa, no se puede estar tan buena y con-cara-de-circunstancias y no tener nada que ver con algo malo que haya pasado en un radio de diez kilómetros respecto a ese ombligo precioso. Por eso tanta gente imaginaba una historia de cuernos, de triángulo amoroso armado.

El tiroteo bien racionado pero caótico llegó a una zona residencial. Una zona silenciosa en la que todo el mundo estaba ya en casa viendo la tele. Entonces, precisamente en la tele comienza a haber imágenes aéreas de la persecución, mientras a una media hora a pie se sigue interrogando a la rubia triste. Porque en realidad, no había una elección entre un posible caso de mafias y una historia complicada de cuernos. Eran ambas.
Aquella chica se había liado con un muchacho que parecía buena persona tres meses atrás. Buena persona, y con lo que ella llamó «una mirada peligrosa». Eso, lejos de ahuyentar a la muchacha cañón, no hizo sino acrecentar su curiosidad por él, no hizo sino diseñar fantasías potenciales dentro de sus bragas que luego se hacían realidad. Él era algo tímido, y tenía un humor macabro, pero no daba el perfil de nadie que pudiera coger sin manías una pistola y disparar contra una ambulancia en marcha solo porque ésta podía retrasarle.
Un par de tíos salieron de sus casas en la zona residencial con escopetas de caza. Uno de los dos más tarde se autodefiniría como conservador, y diría de sí mismo que había actuado por el bien de su barrio y su país.
El tío con el que la chica se había liado era el de la camisa azul. Algo que el propio muchacho llevó en secreto, hasta que un amigo también miembro de su grupo armado, los vio un día paseando por el centro de la ciudad.
Uno de los tipos con escopetas tropieza con sus más de cien kilos, cae sobre el cañón de su arma y se vuela la cabeza llegando a salpicar la puerta de su casa con un mapa de pequeñas islas rojas en forma de pistas desconcertantes. El otro muere a manos de Camiseta negra.
Un día el tipo de la camisa azul descubre no solo que su compañero ha conocido a su novia de algún modo, sino que además se la ha ligado y ahora ellos también pasean por el centro. Ella no parece tener problemas en follarse a los dos, ni muchas nociones de estrategia, aun engañado a uno y guardando el secreto. Como sea, al final el tipo de la camisa azul decide seguirles una tarde, hasta llegar al Zara, el día del Zara. Y mientras la rubia potente está en un probador, el tipo dispara contra su compañero de la camiseta negra, falla, y éste sale por patas.
Ha habido cachondeo con la mala puntería de ambos. Pero lo que también uno podía acabar sabiendo si estaba dispuesto a leerse los periódicos y sacar conclusiones propias, es que ambos no llegaban a los treinta años, y llevaban muy poco tiempo como matarifes. Normalmente las mafias no tienen un programa de instrucción para el manejo de armas, lo que quieren es que dejes de lado tus sentimientos y “pienses con la cabeza”. La filosofía de las mafias no dista tanto de la de cualquier persona que se las dé de responsable en esta sociedad, o de que sabe tomar decisiones con aplomo (eso que muchas mujeres dicen valorar en un hombre: seguridad en sí mismo). Pues bien, la diferencia aquí parece ser que donde unos prefieren tener la violencia lejos (aunque formen parte de ella, porque todos estamos en el ajo), otros no dudan en aceptarla en su vida si eso les reporta algo. ¿Es muy distinto el tío que firma la sentencia de muerte del que la ejecuta? A nivel occidental, y para con el resto del mundo, lo que hacemos es firmar la sentencia por omisión, y con eso ya nos quedamos tranquilos. Estos tíos, a pequeña escala, y dentro de nuestro propio mundo de tiendas de ropa y tarjetas de crédito, dejaban toda hipocresía de lado por dinero, y hacían suyas a un nivel personal las características belicistas y capitalistas que mantienen a todo el planeta desequilibrado hasta la muerte por hambre.

Aún hay magia en este universo. Aunque suela estar enterrada en toneladas de billetes manchados de sangre y no sea fácil acceder a ella.
Rock and Roll. Irene llevaba ropa negra siempre. Estaba siempre compungida al estilo emo. Escuchaba a Aerosmith y odiaba a sus padres y a sus profesores. En realidad ella no era menos Cliché Andante de lo que lo eran sus padres o sus profesores (creo yo), todos imbuidos en ciertas filosofías diseñadas tiempo ha sobre el sacrificio, la ética y la moral (al final todas basadas en el miedo y el dinero; cosa que la muchacha llegó a mencionar y solo obtuvo burlas como respuesta). La noche del Zara e Ikea y todas esas muertes absurdas, ella lo siguió todo por televisión. Sus padres hacían comentarios dejados sobre todo lo que sucedía. El salón de la casa parecía, según el tono que usaban, un fortín inexpugnable al margen del mundo. Y no solo físico. Irene pensó que sus padres veían las noticias como si lo que estaba sucediendo pasara en una realidad paralela con la que ellos no tenían nada que ver. No era como si vieran una película, ya que una película no tenía el morbo añadido de la muerte real, pero la relajación era igualmente óptima. Tan embelesados estaban con la tele y su efecto, que no se daban cuenta de que los tíos parecían ir en dirección al barrio, a ellos. A Irene, su irresponsable y cegada hija gótica. Era como si vieran una persecución automovilística sin darse cuenta de que los coches parecían venir directos a estamparse contra la casa.
Esto fue ya casi saliendo de la zona residencial. Los dos tipos estaban agotados y sus cargadores seguramente casi vacíos. Había una sinfonía de helicópteros mediáticos y coches de policía perdidos. Había cero colaboración para atrapar a los tiradores. Unos lo que querían eran buenas imágenes, y los coches patrulla seguramente habían previsto una noche tranquila y mortalmente aburrida. Da igual lo que te formes para ser policía; si no pasan cosas graves nunca, el desentreno estará ahí, estás muerto por dentro, y revivir un día de golpe porque dos tíos con la mierda hasta el cuello han perdido la cabeza por una rubia… bueno, es demasiado para asimilarlo y conducir sin perderte hasta el suceso. Hasta tres coches patrulla habían pasado de largo a toda pastilla con las sirenas a todo trapo. Era un circo, y tenía que acabar de alguna forma.
El catalizador para ese final fue un dato concreto. El tipo de la camisa azul se había enamorado de la rubia; incluso había pensado en dejar su contacto directo con la violencia y ser un consumidor de combustible fósil más. Además, el de la camiseta negra, no solo no se había enamorado de ella (de la misma forma que ella no se había enamorado de Camisa azul), sino que por si fuera poco ambos encajaban a la perfección. Él era un cuentista y se la follaba como a ella le gustaba, y ella no buscaba más que lo que muchas mujeres llaman –sin creer que puedas detectar el eufemismo–: «cariño».
Era muy doloroso para Camisa azul, ya que para él aquella historia había tenido fondo, verdad, sentimientos (y no solo entretenimiento), pero eso solo había sido así para él. Dos armas en combinación con todo eso daban para horas de televisión, y las hubo. Daban para horas de diversión no declarada si no te tocaba nada malo de rebote.

Llegó un punto en que los tiradores corrían ya tan cerca el uno del otro, que podías verlos con un solo foco desde un helicóptero. Camisa azul solo buscaba venganza, obvio. Él sabía que el desengaño amoroso iba a tardar mucho en irse de su cabeza. Pensaba que, si acababa con ese hijo de puta, ganaría terreno, se quitaría de en medio al menos un par de meses de sufrimiento. Matarlo a quemarropa, un tiro en… que se jodiera y se fuera al infierno. Y no es que ahora no la odiara también a ella, pero dadas las impulsivas circunstancias, ya había elegido. Por más absurdo que sonara, a ella la seguía queriendo, y Camiseta negra no era más que un cabrón que se estaba tirando a su novia. Camiseta rosa, en realidad. E Irene ya oía el ruido de un helicóptero desde su casa. Ella sabía que toda esa guerra se acercaba, pero sus padres hacía rato que habían cambiado de canal, tenían que ver una de esas series, esas comedias que ella odiaba. Cómo les odiaba, con todos sus logros materiales y sus mentes vacías; de instinto, de abstracciones serias, de amor real. Quiso que ellos cambiaran de canal, pero no quisieron.
Irene salió del salón haciendo caso omiso de las preguntas de sus padres. Oía muy a lo lejos la sirena de un coche patrulla. Salió de la casa por la puerta de la cocina. Caminó y se quedó parada ante la puerta del garaje. De fondo pudo ver el foco del helicóptero y a aquellos dos tíos. Solo escuchó un disparo. Corrió y se ocultó en la esquina de la casa. Los hombres se acercaban. El perseguido llevaba unos tejanos y una camiseta rosa. El que perseguía también iba en tejanos, y con una camisa azul. Iban agotados, entre resuellos e insultos que no acababan de pronunciarse. El perseguido intentó disparar y ya no le quedaban balas. Corrió hacia un lado, parecía que intentando despistar al otro, pero tropezó y cayó en el césped de la casa de Irene. A ella le latía el corazón muy fuerte. El hombre se arrastró pidiendo clemencia; ya tenía al otro encima pistola en mano. El de la camiseta rosa parecía intentar llegar a la puerta de entrada. Le decía al otro que no le disparara, por favor, que solo era un tía, una tía, una puta, que ellos no tenían que enemistarse por eso, que la culpa era de ella, joder, de ella; que le perdonara, que había pensado con la polla, aquel día que le vio con esa rubia, y se encaprichó de ella, de follársela algún día… y ella estaba tan dispuesta. Fui frágil, tío, le dice, no me… no aprietes el gatillo, por favor. El de la camisa azul respiraba pesadamente y le apuntaba a la cabeza a medio metro de distancia. Te jodes, dijo, y justo en ese momento el otro intentó echar a correr otra vez, pero cuando pasaba por delante de la blanca puerta del garaje, le reventó la cabeza.
La sangre dejó una macha extraña y grotesca de dos salpicaduras horizontales que chorreaban hacia abajo. Camisa azul echó a llorar al ver a Irene merodeando fuera de su escondite, como hipnotizada mientras veía la sangre. Había algún resto de lo que parecían sesos, o incluso hueso. Irene pensó: Jason Pollock…
… O lo que sus padres llamaban: mancha-murales. Camisa azul cayó de rodillas en la hierba. Tiró la pistola ya descargada lejos de él. Estaba inconsolable. Irene le miró un momento; le miró a él y miró la macha de sangre, que cambiaba de forma según chorreaba. “No está mal…”, le susurró al tío, y de verdad que no parecía asustada. Una casualidad, susurró también, violento…, es precioso… Un coche patrulla llegó, un mes antes de que Irene vendiera en su primera exposición su obra “Amaneceres”, por cinco mil euros. Había cuadros que te hacían llorar y ella los capturaba de entre la mierda que conformaba el mundo. Camisa azul se dejó detener sin ofrecer resistencia. Irene, en ese momento vio claro dónde no quería ir, qué no quería hacer en la vida, hasta qué punto el estado “catatónico” que le provocó ese suceso, la iba a cambiar; o más bien, la convenció de algo que ya le rondaba por la cabeza, que pugnaba por salir quizá desde que naciera. El amor al arte era otra clase de amor, pero era tan intenso como Romeo haciendo planes con veneno, como cualquier mensaje de cariño desde las torres gemelas antes del derrumbre. Era sincero. Te hacía pensar en que Cupido o quien fuera que organizara los planes maestros, había provocado todo ese desaguisado para que ese día se materializara un nuevo amor, otra fuente de inspiración para miles de personas. Era más sugestivo que pensar en casualidades. Era solo belleza quizá, pero la belleza también funcionaba por contraste. La vida se le antojó a esa chica como algo Enorme y Lleno de esperanza a pesar de todo. Era naíf de repente, pero el mundo necesitaba más de lo naíf, el mundo vivía instalado en lo contrario a lo naíf. No te resistías a pensar en la posibilidad de que todo estuviera tan jodido a ciertos niveles, que una fuerza superior ya tuviera que provocar el caos para lograr que trascendiera aunque solo fuera esa brizna de amor real por algo.

SCUM

Antes que nada, gracias por el café. La verdad es que pensaba que me trataría como a basura… Disculpe la sinceridad… tengo demasiado dado de sí ese músculo. Eso es irónico ahora.

P.

Fue un hecho puntual; yo hubiera agradecido algo más de filosofía en las reacciones. Nadie sabía nada sobre lo que había pasado antes, sobre la carga que yo llevaba. Fue ese crío igual que podría haber sido cualquiera. No es que fuera a por ese crío en concreto. Era cualquier crío, ¿entiende?, cualquiera me valía… Ya sé que suena horrible, pero yo ya tenía ganas de poner una bomba. Lo que pasó fue la mínima expresión de la furia que yo sentía.

P.

Sé que el hecho de haber sido un niño lo agrava todo. Igual que si hubiera sido una mujer. Pero es que no se trata de eso. No le hice eso a un crío porque pensara que no iba a poder defenderse. Es solo que en ese momento exploté, y ese niño lo pagó porque reflejaba exactamente todo lo que yo repudiaba en ese momento. Y era tan intenso el…

P.

Tenía cinco años, todo el mundo lo sabe. Creo que no hace falta…

P.

Es la clase de situación que es muy difícil de justificar. Incluso puede que no tenga justificación. Pero verá, estoy seguro de que usted también tiene ese límite que pueden rebasarle. Es como cuando alguien te plantea esa hipotética situación: “¿Qué harías si tuvieras al asesino de un ser querido delante?”… pues bien, lo que intento decir es que yo no soy una persona violenta, no creo que sea eso lo que me caracteriza, porque estoy seguro de que cualquier hombre de bien puede perder los papeles igual que los perdí yo (incluso peor; y sucede). Y no es que intente que nadie me perdone. Pero quizá sí que me entiendan.

P.

Prefiero ahorrarme eso. Creo que todo el mundo se sabe la historia…

P.

… ¿usted cree que hay alguien que no haya visto ese video de la cámara de seguridad?, por Dios…

P.

Muy bien. Lo volveré a contar para deleite de lo que usted llama “Gente muy ocupada que no se puede informar tan fácilmente”. Lo que hice fue pegarle una patada en el estómago a un niño de cinco años con todas mis fuerzas… ¿Está bien así?

P.

El contexto, o la versión corta, como usted dice, es que yo estaba en el cine. Salí de la sala para echar una meada. El pasillo por el que iba hacia los lavabos estaba vacío, y solo estaba el niño. Yo hacía gestos de apuro. Quería haberme aguantado hasta el final de la peli, pero realmente me estaba meando encima. El crío me miró y se rió de mí; la expresión de su cara… Yo estaba, ya lo he dicho, en cierta situación emocional que supongo que tendré que explicar luego, y en ese momento, por puro impulso, me fui hacia él y le lancé la planta del pie directa a su estómago. El niño cayó al suelo y se puso a llorar. Cuando vi que se movía y seguía consciente; o sea, que no le había hecho ningún daño irreversible en apariencia, seguí mi camino.

P.

Sí, siempre insisto en ese dato porque para mí es importante. Obviamente me sentí mal inmediatamente después de haberle dado la patada; así que me lo quedé mirando un momento para ver si… eso, si se quejaba con normalidad. Ya me entiende.

P.

Ni siquiera pensé en las cámaras. Ese día me fui a dormir pensando que nadie me había pillado. No sé por qué no pensé en lo de las cámaras. Luego se me ocurrió que aun así no revisarían las grabaciones; pero claro, el crío habló con sus padres y me imagino que por eso… Verá, es fácil suponer que perdí el contacto con la cordura durante varias horas…; puede que entrara en un proceso de negación.

P.

No, no estoy sudando más de lo normal, estoy bien. Y sí, entiendo la pregunta. Lo que pasa es que la palabra Amor está muy devaluada. Ahora es como… un cachondeo. Nadie te entiende cuando hablas de eso. Es un problema que no es problema para los demás, no vale como excusa, ¿sabe?… la gente te mira como si fueras un crío que ha vomitado por primera vez. Es horrible sentirse tan solo, tan del montón…, porque tu problema no es… no es solo que no sea nuevo, es que además es un tópico, y creo que me entenderá si le digo que además ese concepto de lo romántico ya está deformado, lo han convertido en algo, entre comillas, manejable, artificial. Nadie quiere irracionalidad, quieren control; por eso es imposible que vean ese video y me puedan considerar una persona normal como ellos ni aunque reflexionen mínimamente. La gente es visual, tangible (y no me refiero solo a que sean ateos, yo también lo soy), son todo facturas y pruebas, todos ellos. Pueden dárselas de que se manejan bien con lo abstracto, o de que pueden comprender más allá de clichés morales. Pero ya ve que eso es casi imposible, incluso odiando muchos de ellos a los niños más que yo, y sin necesidad de estar inmersos en circunstancias concretas para tener nada en contra de ellos… ya sabe, nada más allá de tener que soportar a los hijos de los demás en la terraza de un bar o cualquier lugar público…

P.

Sí, sé que no me estoy sabiendo explicar, pero esta situación… Es muy duro saber que al menos durante un tiempo serás el tío que le pegó una patada en la barriga a un crío. Y si soy capaz de dar esta entrevista es porque creo que quien yo necesito que me valore, lo hace… y ella sabe que no soy malo, no soy… No es que me guste que la mayoría de gente vaya a tener esa imagen horrible de mí, pero a veces basta con que la persona indicada te crea. Sé que hablo de forma desordenada, pero…

P.

Sí, es mejor que… Bueno, ya sabe que se dice que cuando uno llega a una situación concreta en su vida es porque todo le ha conducido irreversiblemente a ella. Para mí eso antes era un concepto extraño, sobrenatural… no creía más que en la casualidad, el azar, bueno, todo eso; no creía en ningún tipo de destino que uno se fabrica por completo, sino que más bien lo basaba todo en una combinación de suerte (o mala suerte) y opciones elegidas. Para mí la vida era caótica, sobre todo era eso, caótica, vivir al día… Pero luego he pensando de verdad en que todo lo que he hecho y me ha pasado en los últimos años me ha llevado a ese pasillo, a ese crío. Incluso he llegado a pensar que se me ha puesto ese crío delante en ese justo momento para que yo explotara y, digamos, mi vida personal y sentimental cogieran por fin una senda. En cierto modo, ha sido positivo. Es como… tengo la sensación de haber hecho por fin un examen al que temía… y que pese a haberlo suspendido, la cosa luego no ha sido para tanto, pero bueno, me lío otra vez, ya llegaré a eso…

P.

Con lo que me pide, esto podría eternizarse, pero usted sabrá… Sí es posible que teniendo en cuenta esa teoría todo comenzara el momento en que decidí ser profesor. Era una idea que rondaba por mi cabeza desde mi niñez. Está claro que en mi imaginación era algo mucho más romántico: algo como YO ante treinta críos, instruyéndoles, guiándoles. Mi idea era ser prácticamente un oráculo; pero en realidad uno acaba siendo nada más que un pelele profesional que intenta llegar al final del día, un hombre más dentro de un sistema, que intenta mantener su puesto, y no, no diría que ser profesor sea para todos la mejor forma de entender a los niños. En mi caso desde luego ha causado el efecto contrario. Y no me malentienda, sé que la forma de ser de los críos no es solo culpa suya, pero al final el que tiene que lidiar con sus frustraciones es el tío que intenta enseñarles, el que intenta que le den sentido a las cosas, a las cosas que hacen, el que intenta que vean ciertas obligaciones no como un incordio antes del fin de semana, sino como algo bueno para ellos… Es absurdo; al final, la actitud en clase, tanto la de ellos como la mía, es lo que un compañero mío llama: Danza del Reloj. Yo no miro la hora menos que ellos, ¿se da cuenta de lo que significa eso? He llegado a pensar que uno puede calcular la calidad de vida que tiene en base al número de veces que mire la hora al día.

P.

Sí, a ella la conocí en el centro escolar. Es profesora de inglés y de matemáticas. No me importa decir que al principio lo que sentía era mera atracción sexual, ella lo sabe. Fue luego, cuando ella mostró interés por mí, cuando se me despertó un deseo irrefrenable de protegerla; eso estaba incluso por encima del sexo. Así es como supe que me había enamorado de ella. Espero que esto suene como debe sonar, no sé elegir otras palabras que no sean esas que ya he comentado que están tan devaluadas; parece que solo puedan salir de alguien poco cerebral o… limitado de alguna forma. Pero creo que es la palabra adecuada. Enamorado, con mayúsculas. Ya le digo, es un asunto serio del que te cuesta hablar a los demás, porque es fácil que todo acabe convirtiéndose en un cachondeo alrededor tuyo: un cachondeo en base a algo que te puede hacer sufrir como pocas otras cosas en la vida. Eso también es violencia. Si digo ahora que la gente suele ser cruel, supongo que el cachondeo lo provocaré yo… Pero creo que la violencia no es algo exclusivo de las acciones físicas; hay personas que la practican durante toda su vida a través de meras conversaciones, y esas personas se van a dormir luego tan tranquilas.

P.

Vale, la cuestión es que llevo cinco años como profesor, y un año llegó un alumno nuevo que… A ver, otra vez quiero que se me entienda bien; no quiero echar la culpa a un crío de ocho años de lo que ha pasado. Solo intento decir que… sí, ha sido una pieza clave en todo esto. Yo no soy de los que piensan que uno puede ir completamente por libre sin que el comportamiento y los juicios de los demás le afecten.

P.

Sí, ese crío en concreto ha sido quien dinamitó toda mi vida, para decirlo claro. Es posible que no haya mucha gente que sepa de la clase de maldad que puede albergar un niño. Un niño, además, juega con ventaja a la hora de hacer daño, porque si se las arregla para manipular a los adultos, puede meterte en un auténtico lío con solo treinta segundos de conversación con un de ellos sobre ti.
No sé si alguna vez ha conocido a un niño así. Me refiero a la clase de crío que tortura de mil maneras a los compañeros más débiles, pero luego es un ángel para los adultos. Hablo de un trabajo actoral casi perfecto, y respaldado por unas notas ejemplares. Comportamiento en clase ejemplar. Todo lo que hacía de puertas para dentro en el colegio era ejemplar. E incluso tenía la habilidad de mostrar imperfecciones, lo cual hacía que su rectitud adoleciera de cierta inocencia impostada que frenaba la posibilidad de que el niño resultara irritante de tan perfecto… Se lo aseguro, llegaron a pasarme por la cabeza muchas teorías. Entre ellas la de que esa clase de seres son los que manejan los hilos ya de adultos. Es decir, triunfadores dentro del sistema, que luego parecen carecer de sentimientos más allá del propio logro. Hábiles para encajar en la sociedad y a la vez dañinos como una enfermedad que no te mata, pero te deja postrado en cama para su beneficio. Ya puede figurarse lo que…

P.

No, creo que no me está entendiendo. Y no quisiera pensar que usted intenta llevar la entrevista por ciertos derroteros. No la veo a usted como esa clase de periodistas que quieren montar la historia del perturbado que solo dice sandeces cobijada en la prueba del video. Debe saber que un video puntual no muestra necesariamente la naturaleza de un ser humano. Imagínese que un día se acuesta usted con alguien y ese alguien la graba sin que usted lo sepa durante el acto sexual; ese tío podría colgar el video por Internet; podría verlo todo su entorno; usted en él… lo que sea, gimiendo, puede que diciendo según qué cosas llevada por la excitación, o cambiando de postura varias veces, pidiendo más, etcétera. Supongo que sabe que, por más que eso solo fuera sexo, y aunque el sexo sea algo natural y libre de ser practicado como uno quiera, es muy posible que muchos pensaran después de ver ese video que usted va más suelta, entre comillas, por la vida que otras, que es más alegre, también entre comillas, ¿me explico?… Donde ahora yo soy alguien violento, a usted se la podría considerar una… ya sabe… Y sí, ya sé que no es lo mismo patear a un niño que practicar sexo; pero la percepción de su video por parte del público invitaría a colocarle igualmente una etiqueta peyorativa, injusta… una etiqueta que no la definiría a usted, del mismo modo que la de violento no me define a mí… ¿Me capta? Sencillamente eso es más divertido para la gente que pensar qué ha podido pasar de verdad.

P.

Le contaré con pelos y señales lo que pasó, no se preocupe, ya estamos llegando… La cuestión es que ese niño, no el de la patada sino el del colegio, tenía esa habilidad de actuar con inocencia cada vez que había un adulto delante; pero un día llegando al colegio, y desde mi coche, le vi en la calle dándole manotazos en la cara a un compañero; un chico retraído que no solía hablar nunca. Así que, después de todo, el chaval ejemplar era un abusón, y obviamente no actuaba solo. Después de ese día comencé a ver su comportamiento en clase como una farsa; y él sabía que yo sabía que era una farsa, porque había visto pasar mi coche, y mi comportamiento con él en clase había cambiado con los días. Comprenderá que me volví desconfiado, y ya incluso me resultaba irritante corregir sus trabajos, sus exámenes, su forma de escribir, su terminología. No me caía bien… Y no es que antes me cayera bien; le tenía por un empollón y nada más. Yo no había sido un empollón en mis tiempos, así que supongo que me sentía más apegado a otra clase de alumnos… Tengo que reconocer que esa combinación de empollón y abusón me daba bastante miedo, por decirlo así. Un miedo que él no notó. Supongo que debió pensar que yo lo hablaría con los demás profesores… La verdad es que no lo hice; porque era verdad que ese chico me daba miedo; y me daba miedo su reacción si yo abría la boca en relación con su faceta de abusón, la cual, le aseguro que nadie más que yo en el centro conocía.

P.

Lo que hizo fue tomar una especie de medida preventiva contra mí. La más cruel que se le ocurrió. Y lo planeó todo al milímetro… Un día había reunión de padres y profesores. Es un protocolo educativo que va poco más allá de teatralizar cierta clase de interés por aunar esfuerzos adultos por saber qué necesitan los niños, o si ya tienen todo lo que necesitan, etcétera. Normalmente lo único que pasa es que se tienen conversaciones vagas sobre las notas, sobre quién debe mejorarlas y quién no, y al día siguiente todo sigue igual… Todo el mundo intenta sonreír y ser amable, hay padres colaborativos, y luego también esa clase de padres que cada vez abundan más, que son esos para los que todos los males de sus hijos provienen del centro escolar y la educación que reciben allí. ¿Tengo que decirle qué clase de padres tenía el alumno en cuestión?

P.

Sí, el chico ideó un plan… Yo había terminado con mi intervención en la reunión; hice una especie de presentación, di la bienvenida a los padres… lo que hacíamos era repartirnos la tarea; primero había una charla general y luego se atendía a cada familia en particular. La charla la conducía mi novia. Ella tenía más experiencia… El caso es que yo me ausenté para ir al lavabo. Siempre he tenido problemas de estómago; el estreñimiento te hace tardar unas cinco veces más para… eso… El caso: yo me voy, y al cabo de un minuto, ese crío debió salir de la reunión poniendo alguna excusa, ir al lavabo, deduje después. Cuando yo llegué al aula, me topé con que todo seguía igual, excepto que el crío en cuestión lloriqueaba… A ver, en ese momento aún no se habían percatado sus padres. Entonces le vieron y…

P.

No, no estoy llorando, estoy… Es que me estoy liando otra vez. A ver… El crío salió de la clase mientras yo estaba en el lavabo. Debió esconderse o merodear, esperó unos minutos. Eso quería decir que durante esos minutos en que no había nadie por los pasillos, solo él y yo estábamos fuera del aula. Así pues, él volvió a clase antes que yo con los ojos llorosos, haciendo gala de ese talento que tiene. Y al poco llegué yo.
Lo que todos notaron a partir de entonces fue un ambiente enrarecido. El crío no quería decir por qué lloraba silenciosamente, y evitaba mirarme… Lo había planeado todo a la…

P.

Sí, pero no se precipite. El niño esperó diez días hasta que habló. Diez. Pasaron diez días desde que montara ese show en la reunión. Por Dios, la mayoría de críos no iban a esas reuniones, pero él siempre tenía que estar ahí, presente, presente donde hubiera adultos, para poder interpretarse a sí mismo… Diez días esperó, hijo de puta… lo siento… diez días, solo para darle realismo al asunto. ¿Cómo reaccionaría un niño normal si un profesor abusara sexualmente de él…? Obviamente dijo que yo había abusado de él en el lavabo, y que le había dicho que no dijera nada o… qué se yo, o le haría daño… Es decir, esperó diez días de supuesto terror por mí. Seguramente fue como alma en pena por su casa hasta que sus padres le arrancaron, entre comillas, las palabras…

P.

No, no actuó de esa forma en ninguna de mis clases durante los diez días, creo que quería que todo el asunto me diera en la frente. Obviamente sus padres se pusieron de su lado. Hubo una reunión con ellos… estaban ellos, el crío, el director del centro y yo. El padre me amenazó varias veces de muerte, y la madre no dejaba de llorar. Mi novia y todos los alumnos escucharon el follón desde los pasillos.

P.

Pero avíseme si me dejo algún dato importante. Sé que estoy siendo muy disperso… Sí, mi novia era lo que más me preocupaba. Llevaba ya cuatro años con ella. Tres y medio para ser exacto… Me había pasado año y medio hasta atreverme a… ya sabe. Ella esperaba que yo… Bueno, estos asuntos a veces se complican de forma absurda. Pero creo que todas esas dudas y esperas de ambos, luego hicieron que la relación fuese más seria de algún modo. Nos tomábamos muy en serio el uno al otro. La etapa de tanteo había sido muy larga. Podríamos haber escrito un libro solo con momentos incómodos y silencios y torpezas y todo ese tipo de detalles que se dan entre dos personas que se atraen mucho más allá del sexo… Lo que pasa es que yo era reservado… No me corte, por favor, intento explicar por qué ella pudo dudar de mí al principio. Yo era muy reservado, algo así como involuntariamente misterioso con ella. No le hablaba mucho de mi pasado. Había tenido muy pocas experiencias con mujeres, y todas muy espaciadas. Era tan simple como que me daba vergüenza admitir que no tenía mucha experiencia más allá de cuatro polvos y un par de relaciones semi-serias en las que ya desde el principio yo no quería nada serio, por más que quisiera engañarme a mí mismo… Si no le hablaba apenas de todo eso, era porque no quería que pensara que no la iba a tomar en serio, o que simplemente había tardado tanto en abrirme a ella porque era un completo inexperto (y eso era en parte verdad, lo cual reforzaba mi convicción de no hablar más de la cuenta de ciertos temas). Como sea, no quería que se llevara una falsa impresión respecto a lo que sentía por ella, no quería que se planteara el tirar la toalla conmigo e irse a por otro…

P.

Ella dudó de mí, sí. Cuando me acusaron ya en firme de haber… en fin, espero que no me haga hablar de lo que me acusaron…

P.

¿Usted cree?

P.

Por Dios… Esto va a ser mucho más duro de lo que creía… A ver… A ver… Déjeme recordar para ser preciso… Los agravios de los que se me acusaba daban para llenar dos folios. Antes he llamado hijo de puta a ese crío, pero si la gente supiera la verdad, sabría que me he quedado corto… En fin, me va a permitir que sea escueto con esto. Para resumir y que todos me entiendan, el crío dijo que mis acciones incluyeron tocamientos, sexo oral (que yo supuestamente le forcé a hacerme), e incluso dijo que intenté penetrarle, pero que me hice atrás porque no quería dejarle marcas o evidencias que pudieran inculparme…

P.

La verdad es que al final he tenido mejor suerte de la que creía. Siempre he pensado que cuando acusan a alguien de pederastia, luego ese alguien ya no puede levantar cabeza… Por suerte a mí se me exculpó legalmente, no había pruebas y nada se sostenía; pero es obvio que luego pasé por una mala época que no le deseo a nadie. La mala época que culminó en la patada al crío del cine.

P.

Sí, lo que decía era que mi novia al principio dudó. No sé si usted sabe –y déjeme sonar lírico otra vez– lo que se siente cuando uno se va a dormir cada noche mientras se le rompe el corazón y no puede dejar de pensar en… Creo que nunca había llorado solo. Y durante semanas no pasó día en que no me hundiera en la mierda cada noche… Incluso dormía en el sillón por elección propia; no quería intentar ir a la cama y que ella fuera la que me echara: eso me hubiera aniquilado… es decir, aún más.

P.

Ella vio que yo estaba destrozado, y al final fue ella la que sacó el tema. Debe recordar que ya me habían exculpado. Legalmente era inocente; pero claro, ya sabrá que el sistema legal, si algo no tiene desde hace ya mucho, es credibilidad. O sea, sí, gente muy seria y con muchos estudios y usando terminología de lo más gris y recta, había dejado claro sobre papeles y a viva voz microfonada que yo solo era la víctima de un niño manipulador… Pero lo único en lo que podía pensar mi novia era en si estaba viviendo con un enfermo, un salvaje, un inhumano y asqueroso reptil; alguien que no merecía ni vivir a no ser dentro de una jaula con el suficiente alimento como para seguir teniendo conciencia del encierro…

P.

Lo que pasó luego fue tan sencillo como que ella decidió escucharme, yo le hablé, y ella decidió creerme. Usted como mujer no puede entenderlo, pero, como hombre, echarse a llorar delante de la persona a la que uno más quiere puede ser humillante en según qué circunstancias… no podría describírselo. Le hablé sobre mi pasado, sobre mi decisión de no sacarlo a la luz para intentar parecer mejor de lo que era; joder, incluso exageré bastante. Estaba desesperado por que confiara en mí.

P.

No, aun así tardamos bastante en volver a tener sexo. No bastaba con hablar un día para que todo se arreglara. Por ejemplo, yo ya no caía muy bien a mis suegros antes: ahora siguen creyendo que soy un pederasta. Han ejercido mucha presión para que su hija me deje, me mande al carajo y se busque a alguien normal. Que no sea delincuente al menos. Le aseguro que hablan así delante de mí… Después de lo del niño del cine, ya casi no me afecta, pero no puede llegar a imaginarse toda la frustración y odio que pueden llegar a caber en un solo cuerpo. Yo era un barril de odio, una pompa a punto de estallar. Entendí con claridad meridiana por qué hay gente que de golpe se arma hasta los dientes y mata treinta compañeros de trabajo a quemarropa. Hay tíos que hacen eso…; yo le pegué una patada a un crío en unos multicines…

P.

Sí, por supuesto, recapitular o… ¿Puedo pedir más café?… Gracias… Bueno pues eso, a ver… Total: ese proceso de semanas desde que me exculpan hasta la patada, es el peor que he vivido en mi vida. Incluso peor que el que pasé hasta que me exculparon después de que se me acusara de lo que ya sabe. Fue peor porque no podía demostrar mi inocencia del todo. Uno nunca puede. Uno puede haber sido ladrón, haber sido indigente, haber tenido una etapa delictiva o de la que no se siente orgulloso, y luego pasar a otra cosa y que la sociedad no tenga en cuenta ese pasado tuyo porque ya te ve rehabilitado; al menos quienes te quieren de verdad… Pero cuando se te acusa de lo que se me acusó a mí, ni aun librándote de condena alguna en un juicio que fue un completo circo en el que se pilló por todos lados a aquel crío, ni aun así consigues lavar tu imagen. Eres potencialmente repugnante para toda tu vida… Esa idea me persiguió durante semanas; durmiendo en el sillón, evitando la mirada de mi novia, soportando los comentarios de mi suegros, “normalizando” el vacío que me hacían y aún me hacen mis amigos. Había pasado a ser oficialmente alguien de-no-fiar, aunque oficialmente me hubieran declarado inocente y de fiar.

P.

¿Que cómo estoy ahora?… ¿Quiere que le sea completamente sincero?… Estoy mejor, pero podría estar mejor… ¿esa respuesta le sirve?… O, no, mejor apunte esta otra: estoy mejor, pero nunca podré estar mejor. ¿Qué le parece?, ¿lo suficientemente ambigua…? ¿Sabe qué le digo?, hay una cosa en la que no he sido completamente honesto. No me he arrepentido nunca de darle aquella patada a aquel crío. Aquella patada fue la que le enseñó a mis seres queridos mi absoluta desesperación; aún no he entrado en esto: ellos supieron entender el porqué de aquella patada. Creo que por primera vez mi novia fue capaz de verme completamente inocente de pederastia. ¿Le parece paradójico?, ¿contradictorio?… eso es porque la vida lo es; y a veces un suceso así hace que todo encaje extrañamente para las personas adecuadas; en este caso, para las personas de mi entorno que se debatían por dentro, mis padres, mi novia, preguntándose por mi inocencia, por mi culpabilidad, por mi pasado, llenando huecos en blanco. Vale, no cuente a mis suegros, pero mis suegros nunca me han querido, siempre me han repudiado, aunque le digo una cosa, no más que yo a ellos… Y sí, joder, no me arrepiento de haber dado aquella patada a aquel crío. Déjeme decirlo, ya que nadie investigará, nadie le dará valor a esta entrevista, nadie hará nada por intentar verme como alguien inocente o normal, o como una víctima; porque nada de eso es más útil que concluir que alguien es peor de lo que tú eres. Así que voy a repetirlo: no me arrepiento de haber pateado a aquel crío, porque vi en él la misma energía que en el otro. La misma sonrisa odiosa que solo enternece a esos yonquis de los críos entre los que ya no me cuento. Aquella patada fue mi declaración de principios, la mejor forma de expresarme en aquel justo momento: me da igual que para la mayoría ahora sea el pederasta potencial que pateó en el estómago a un crío en unos multicines. Ni siquiera su mirada ahora en plan éste-está-tarado me afecta. Tengo lo que necesito, tengo una imagen más clara del mundo, más objetiva; no creo que sea tan raro que haya tenido que ser gracias a un acto de violencia. Sé que tengo más amor en mi vida del que muchos de los que me juzgarán tienen; y por eso precisamente me juzgan, por esas carencias en sus vidas. Me da igual comenzar a sonar como Charles Manson. Yo al menos ya conozco tanto el odio como el amor. El tiempo hará su trabajo, esa es mi esperanza, el tiempo hará su trabajo.

Cucarachas y bombas nucleares

Meh, parece decir todo el tiempo. Meh… Estoy en una cena multitudinaria, y la chica que tengo al lado dice meh… Sonríe y actúa y en el fondo solo parece decir meh… Un meh interior de asco por sí misma. Creo que no es del todo consciente de todo lo que se odia, solo consigue captar un porcentaje pequeño de autodesprecio. Su educación la protege del sentido común real, que seguramente pugna por salir, por revelarse. Meh… Puta idiota. Bueno, puede que simplemente sea yo quien la odia, pero aun así estoy teorizando: creo que en realidad ella también se odia a sí misma, no creo que sea algo tan complicado. A mí me resulta muy fácil odiarla. Es un odio tan sutil como punzante e intenso. Es prácticamente imposible que ella pueda hacer algo para cambiar mi opinión sobre ella, y de hecho eso hace que la odie aún más. Y no estoy hablando de ese odio de cuando quieres a alguien pero ella no te quiere y por tanto la odias por hacerte sentir tan mal… No, hablo de un odio sin adulterar, de un odio que ves completamente justificado. De fantasear con verla algún día mendigando en la calle para pasar junto a ella y sonreír satisfecho. Es un odio completamente destructivo y corrosivo. Un odio sugestivo. La clase de odio que te hace confirmarte definitivamente como ser humano, que te hace entender que Dios no existe, y que aunque exista desde luego tú no eres Jesucristo 2. Es tan claro el sentimiento que si ella despreciara más a otra persona que a ti, te sentirías celoso. Lo contrario al amor suele residir ya en lo que llaman normalidad, en lo común, en cada esquina, codazo o mirada mal disimulados. El buen odio como respuesta a esa actitud “normal” no se expresa pues con un puñetazo, esa clase de acción es demasiado honesta; el buen odio se da en pequeñas dosis disfrazadas de rutina, y nunca se agota. Es el odio más sensato. Lo sabes porque quieres a otras personas; no sabrías querer si no supieras odiar. De modo que tener relativamente cerca a una persona a la que odias por lo que representa, se te antoja un alimento más para la coherencia de tu existencia.
Algunos podrían pensar que mi odio es infundado, que no tiene base, que es gratuito o sencillamente basado en la envidia o alguna clase de frustración propia. Podrían pensar que está sacado de quicio simplemente porque no se focaliza en lo obvio, en las típicas malas personas per se, sino que va dirigido ya mucho más a otro tipo de personas que muchos considerarían, en ocasiones, incluso un ejemplo positivo. Mi odio se focaliza ya en ese tipo de personas porque creo que son mayoría, y porque estoy convencido de que las cosas van mal cuando la mayoría no solo están equivocados respecto al modo de vivir sus vidas, sino que además se sienten orgullosos porque no están ni cerca de plantearse que puedan estarlo.
De ahí mis fantasías con que la persona que tengo al lado lo sepa, con que sepa que en realidad no se acepta a sí misma. Que no va a ser uno de los bichos que sobreviva al cataclismo. Que por más que la mayoría de gente sea como ella, eso no significa nada. Nada en absoluto. Nada significativo más allá del hecho de encajar como quien se pinta de rojo, pasa desapercibido en el infierno, y con eso ya se conforma.
Y hay muchos motivos para mi odio. Puede que no sean fáciles de exponer, pero los hay. Uno de ellos es, por ejemplo, que si yo fuera en algunos aspectos como esa persona horrible, iría más tranquilo por la vida, me iría mejor y tendría más recursos, obviamente más dinero, y puede que hasta el futuro asegurado. Pero ¿vale la pena serse infiel a uno mismo por todo eso?, ¿por seguridad o sencillamente para evitar que esa mayoría odiosa te rechace quizá algún día? Ella representa tan bien a esa mayoría que era imposible que sintiera por ella algo más que un profundo desprecio. Conozco a bastantes personas, y no es que haya ninguna más que no sea como ella, pero ella se lleva la palma en cuanto a orgullo narcisista mal disimulado por ser simplemente una oveja más. Ella y las de su calaña son el auténtico cáncer. La Idea de responsabilidad que mata almas. La Idea de entretenimiento que mata el arte. La Idea de la existencia que consiste en el estatus y la jerarquía (de ahí su vena chismosa: para ella esa información es útil). Ella es la competición no-saludable. Ella es el motivo por el que madrugar no es un coñazo tanto por la hora como por la mera idea de tener que hacer lo que debas hacer. Ella puede decir de otros que son parásitos, cuando en realidad es ella quien parasita cierto concepto de cómo hay que vivir la vida y que solo hace que alimentar la Enfermedad de estar vivo, y no la Suerte de poder existir. La odio porque no puedo denunciarla o ponerla en evidencia fácilmente; no puedo atacarla. No ha hecho “nada malo”, solo ser una marioneta. Y tampoco puedo confrontarla por el hecho de ser feliz siendo una marioneta, porque ella no cree ser una marioneta. Como no lo creen ser tantas y tantas personas. A las que también odio como a ella. Porque repito, esto no es una historia de amor. Da igual las veces que repita la palabra «odio»: NO es una historia de amor. O en todo caso, si lo es, lo es por amor a la existencia, por la fortuna de estar vivos, lo cual justifica mi odio por quienes convierten eso en una pesadilla a plena luz del día.

Estoy con ella y cinco personas más en una cena otro día. La vida se puede resumir en cenas. A más personas hay, peor suele ser la versión de las mismas. Si hablas con una metido en su cama, es probable que descubras a alguien sensible, que siente y padece. Si vas a un estadio, todo estará lleno de gilipollas. La chica a la que odio no sabe eso. La chica a la que odio tiene una carrera, de hecho, pero aun así no sabe una mierda. Porque no era interés por nada, solo era “titulitis”. Solo era practicidad. No es una educadora, no es profesora aunque crea que sí; solo es el producto del miedo al dinero. Y de ahí, se pasa a pensar qué oficio podría tener una que no suene a narcisismo. Profesora está bien. Ayudas a los niños. Al menos sobre el papel, y nunca mejor dicho. Viajas un mes al tercer mundo y vuelves siendo igual de ombliguista pero con mil y pico fotos chulísimas. Es importante que luego digas: “Tienes que ir, vivir la experiencia”. ¿Qué experiencia, Puta reina mía, la de aprender a usar una cámara nueva que te compraste para el viaje?, ¿la de seguir siendo igual de mala puta para con la Vida aun habiendo ido a las cloacas de la existencia? Lo contrario a enamorarse se ve ya por todos lados, en la mayoría de caras, las cenas, en la tía cabrona ésta que cree que puede engañar de verdad a alguien, o a sí misma. «Buena chica» de los cojones. Buen chico por los cojones. El mundo no se lo está cargando ningún fantasma, habéis sido solo vosotros teniendo esa puta previsión inteligente del futuro, de vuestro futuro. Inteligente… vosotros sabréis. Seguís creyendo que la felicidad es tangible. No te metería la polla ni aunque me suplicaras arrastrándote. Yo soy menos que nada, pero vosotros sois los que lo convertís todo en nada. Con todo vuestro esfuerzo canalizado según las condicionadas normas. Con el futuro no como un abanico de posibilidades, sino como una boca enorme que os espera para tragaros si no espabiláis y sois lo suficientemente gilipollas para con vosotros mismos. Vosotros, que encima queréis vender rollos sobre ser feliz y no tener miedo. Es como si Hugh Hefner me echara bronca por hacerme una paja; tiene cojones. Vosotros, precisamente. La puta que siempre tengo al lado en las cenas con sus risitas de puta moralista. Y a veces la imagino sangrando mientras un negro sonriente la encula y ella llora pero disfruta porque le está poniendo los cuernos a alguien y sin saber por qué eso la hace sentirse sincera por fin. Desgraciada de diseño; haz lo que quieras, yo prefiero ser un desgraciado real si es que no consigo lo que persiga. Pero no un desgraciado eterno persiguiendo lo que no me importa por miedo a la boca enorme del futuro. Esa boca llena de dientes que perfila la responsabilidad moderna. El miedo en cada anuncio. Sé delgado y pon una alarma en tu casa y cambia de casa solo porque puedes y de coche y de móvil y… ¿Sueno demasiado demasiado en plan “los jinetes del Apocalipsis”? No lo creo. De todas formas creo que el Apocalipsis será algo gradual, algo administrativo. La gente quiere imaginar algo guay, un meteorito o algo así; pero la mayoría de veces para ver el curso del fin de los días basta con mirar a la cara de muchas personas. Yo lo veo siempre en la carcajada odiosa de mi compañera de cenas. Ella ayuda a que algo importante siga muriendo cada vez que sonríe justificando su forma de ver las cosas. Lo que nos va a matar a largo plazo es esas «buenas chicas», los «buenos chicos», los concienzudos emprendedores; y no el chico conflictivo que deja los estudios para trabajar en el bar de su padre, o en el taller, o para fugarse. Lo que nos matará no será el conformismo de quien tiene un currículum de medio folio; será el conformismo de quien va con cuatro folios de méritos y aun así lo único que quería era dinero.
Consigue respuestas. El odio es tan válido como cualquier otro sentimiento. Es mucho mejor odiar bien que actuar para que alguien crea que le amas. El odio es honesto, pero amar mal es el motivo por el que decir Te quiero ya es solo una forma de humillarte si lo dices de verdad. En la Edad del sacrificio a la gente ya comienza a no gustarle eso de oír noticias positivas. No quieren oír Amor si no saben encajarlo en su sistema cerrado. Prefieren no sentirlo si lo sienten por alguien que no parece encajar en su sistema cerrado. Etc. Y todo eso es culpa de todos esos buenos chicos y chicas inteligentes; es decir, no-locos, no-apasionados, ni siquiera demasiado sexuales, solo lo justo. Un buen trabajo del que quejarse y una buena pose que seguir dignificando. Coger todas las oportunidades e irritarse y acabar con ello antes de los 30. La libertad puede ser una condena igual que el amor; y ellos lo saben, pero aun así harán apología de ello, aunque lo eviten en gran medida, aunque nieguen su grandeza potencial como personas, aunque no creen nada más que esquemas para lo abstracto. Ellos matan la Vida en toda su grandeza, y por ello les odio, la odio, y la muerte me sonríe porque ella sí entiende que aunque sufrir forma parte del proceso, morir es el final del mismo siempre, y que profesionalizar el camino puede que no sea lo más adecuado, sino que simplemente es más bien el modo de no participar en la orgía por miedo a las enfermedades. La naturaleza te va a devorar, y entonces más allá no habrá más cenas en las que compararte con alguien.

Qué melodramático, sí; en otra cena la chica vuelve a estar ahí. Hay una salsa picante imposible de tragar. Imagino una bomba nuclear arrasándolo todo. Solo sobreviven las cucarachas. Pero también quedan intactos igual que antes unos platos llenos de esa salsa. Eso sí, han sobrevivido las cucarachas mejor preparadas, no todas. Solo que, han visto que existían esos platos supervivientes, y al final han acabado ahogadas en ellos. Luego, una carcajada gutural ha llegado de alguna parte, antes de que el silencio humano se adueñara por completo de todo el planeta.

Todo es ampuloso

Todo es ampuloso como cabe esperar de un restaurante en el que veinte euros solitarios en tu cartera son un chiste. Las chicas visten al estilo pibón, y aproximadamente seis de cada diez hombres llevan las cejas depiladas. El ruido es ensordecedor, totalmente desquiciante y el iniciador de tu dolor cabeza si te limitas a ser oyente. Alguien sobresale, como siempre, es un tipo obeso de unos cincuenta años que no deja de decirles a sus acompañantes (aunque en realidad se le oye en todo el local y seguramente también en la cocina) que él respeta al «amigo especial» de su hija, y que el mismo ya forma parte de la familia, etc. El chico está sentado junto a él, y la hija, lejos de incomodarse, aún grita más si cabe en los escasos espacios en blanco que deja su padre, riéndose con voz ronca y eliminando de sí cualquier atisbo de feminidad conocido. En cierto momento alguien vomita en otra mesa (una chica extremadamente delgada), y enseguida la mayoría de comensales dejan de hablar y permanecen atentos a la escena. Es una especie de (asquerosa) tregua acústica para mí, y el suceso llama la atención a todos por lo mismo por lo que seguramente ven telebasura o deciden elegir la película que van a ver cuando ya llevan un minuto ante la taquillera. La verdad es que cierto mal gusto tradicional se ha adueñado de todo el local; pero al parecer eso resulta divertidísimo, y enseguida, una vez la chica aspersor se ha ido corriendo al lavabo, el ruido ha vuelto con nuevos matices y hasta risitas por lo acontecido. Yo estoy en una mesa con siete comensales. Es el cumpleaños de la novia reciente de uno de ellos; una chica a la que apenas conozco y a la que ya tengo mucha manía, pero en realidad lo que la mayoría de gente llamaría: «una chica normal»; moderadamente atractiva, chismosa, femenina de un modo que me parece prefabricado, y con un contenido de oratoria en que ninguna frase parece suya. No dice ningún taco e incluso su timidez parece reflejar un plan del que ella no es consciente para que el mundo nunca sea un lugar mejor. Las desventajas de eso son muchas; la ventaja es que las posibilidades de sentirme atraído por ella alguna vez, son casi nulas. En la mesa de cumpleaños nos vemos obligados a hablar a gritos para poder comunicarnos. Yo abandono enseguida, comiendo con voracidad y casi rezando en silencio por salir de este lugar cuando antes. Demasiada vida para mi gusto. Prefiero el callejón vacío de fuera, el cielo nocturno y el humo en mis pulmones. Lo cierto es que la mayor parte de las veces estar muerto no parece una opción alternativa tan grotesca o emo. Cada cinco minutos, más o menos, suena el ruido o la melodía del algún móvil o de algún gadget de móvil. Para aproximadamente el treinta por ciento de los comensales, las personas con las que están son menos importantes ahora que quienes les escriben por Whatsapp. Manipulan sus Iphone y escriben “jajas” y “jejes” mientras escrutan la pantalla con cara de palo. A menudo me preguntan (a veces solo con miradas) por qué este tipo de ambientes me deprimen o me irritan. Mi móvil ya tiene la friolera (al parecer) de cuatro años (lo que antes equivalía a unos veinte para que alguien se planteara tirar algo para comprar algo nuevo). Es esa obsolescencia programada que aman la mayoría de ciudadanos actuales al uso (ejemplo potencial número uno en la cumpleañera). No sé cuántos años cumple, por cierto. Algo como 23 o 24. Creo que he oído algo de que acababa la carrera o estaba a punto de acabarla o estaba decidiéndose por algún máster o algo así. El colega que sale con ella tiene tres años más; parece feliz, o al menos tranquilo, o en sus cabales, o quizá es que disimula muy bien. Me importa poco. La mesa del tipo ruidoso y su mujer y la hija y el Amigo Especial ya hace rato que se ha zampado los postres y los cafés. No da la sensación de que ninguno de sus comensales tenga prisa por irse a casa a dormir, ver la tele o follar. El Amigo Especial parece el único que no está dispuesto a que cada ser vivo de aquí se vaya hoy a casa convertido en un yonqui del ibuprofeno. Parece que esa cena es algo así como la presentación en sociedad de la pareja. La chica parece tener unos veinte años, y todo huele a que dentro de diez ya tendrá pinta de tener 45, un crío berreando y algún otro en camino. Ella y el Amigo Especial: viviendo según la previsión, y más felices que yo por puro y probablemente sectario autoconvencimiento. Levantarse con el pie derecho, evitar pasar por debajo de una escalera, tener un hijo…
Mirando a todos, y sobre todo a la cumpleañera (está en modo ametralladora, aniquilando con rumores a todo ser vivo no-presente), veo que se están volviendo sólidos como monolitos todos mis prejuicios sobre ella. No solo no deja de rajar, sino que además cree que es el mejor modo de ganarse la simpatía del grupo; no se plantea la posibilidad de que pensemos que si ahora raja así de Fulano o Mengana, no tiene por qué no hacerlo de cualquiera de nosotros si llega a conocernos lo suficientemente bien como para construirse los suficientes y jugosos rumores negativos que poder exagerar en futuras cenas con otros. Normalmente este tipo de personas siempre creen que te pueden hacer creer que nunca te pondrán a caldo ti; que solo lo hacen con todos los demás. Es tan mona y tan normal que cada vez resulta más apropiado aplastarle la cabeza con un extintor (pero esta es una opinión muy personal). Sonrío. Sonrío. No oigo ningún argumento o anécdota enteros por el ruido, y asiento con la cabeza. Me llegan ecos de que Fulano se porta fatal con su novia, de que Mengana es una guarra y de que el tío de la otra mesa va a tratar al Amigo Especial como si fuera su propio hijo, joder. Su propio hijo de sangre, sangre de su sangre política. Y quiere nietos, y los quiere ya. Si no hay miedo no hay crisis, dice (se me antoja que ha soltado una frase interesante sin querer). La hija ríe y suena como una cobra si las cobras rieran. El Amigo Especial se encoge de hombros, y la cumpleañera aquí ya ha monopolizado del todo la cena enseñando un tatuaje y contando que quien se lo hizo es gay pero que todavía no ha salido del armario; y que está casado y tiene gemelas. Todo es ampuloso y yo miro fijamente al único otro fumador que hay en el cumpleaños. Le miro y miro hacia la puerta de salida. Lo bueno de no poder fumar en interiores es que siempre tienes una excusa para largarte un rato a descansar de tener vida social. Puede que no salgas solo, pero en mi caso solemos ser siempre dos, y no creo que nadie dude ya de que las personas ganan mucho fuera del grupo. No quiero decir que ese momento de la primera calada al aire nocturno sea el mejor de la noche, pero tampoco quiero mentir. Estamos los dos, mi colega de toda la vida y yo, fumando y apenas sin hablar, resoplando y soltando escupitajos verbales sobre las cenas eternas.
Volvemos. El tugurio es ampuloso, sí, pero no al estilo de esos restaurantes en que todo parece una imitación cutre del Palacio de Versalles; es más bien una de esa braserias en las que se eleva la fritanga a la categoría de exquisitez. Grasa de calidad. Lo contrario a tu amiga vegetariana y pacifista. Hay cabezas de animales por las paredes, y banderas. Se oyen comentarios de esos de gente que cree que su pueblo es el mejor del mundo solo porque ellos viven en él (lo cual para mí siempre ha sido una buena base solida sobre la que cimentar un férreo carácter racista y xenófobo; pero al estilo moderno, como cuando alguien que dice no ser racista luego se cambia de acera si ve venir a un extranjero). La cuenta va a rondar como mínimo los treinta euros por cabeza, y toda la carne y la salsa y la sal y demás, van a estar toda la noche despertándote y pidiéndote agua o ir al servicio; ese tipo de digestión es lo más cerca que puede estar alguien sin críos de saber lo que es tener un bebé en casa mientras duermes.

Lo que podríamos llamar la poscena, se alarga igual que se está alargando hasta el infinito la del Amigo Especial. Después del segundo plato, en este tipo de celebraciones aún queda mucho recorrido antes de salir del local. Quedan los postres, en este caso una tarta. Y luego los cafés. Y luego se suele entrar fácilmente en un bucle de chupitos. Uno ya está pensando en emborracharse para sentir el alivio de… ir borracho. Pero uno ha comido tanto que lo que necesita es un cama con sabanas frescas y recién lavadas. Te sientes tan lleno que no podrías ni follar, ni masturbarte; el postre te entra ya por pura gula. Ya es sobre todo una cuestión de vaciar el plato, de no dejar tres centímetros cuadrados de tarta en él que tirarías a la basura sin remordimiento alguno. Te desabrochas el botón del pantalón disimuladamente mientras vuelve a morir alguien más de hambre en algún sitio. La cumpleañera ya se siente totalmente acogida y segura, es la “discreta” reina del mambo. (Creo que ha celebrado su cumpleaños dos veces, una vez con sus amigos de verdad y esta otra con los amigos de su novio, seguramente pensando en estrechar lazos o como quieras llamarlo…). Uno sabe que una mujer joven le cae mal cuando ni siquiera sabe verla en una fantasía sexual. Durante los cafés, vuelvo a mirar a mi colega fumador. Estamos superando las tres horas de cena. Hay que contar el rato que nos tuvieron esperando hasta que prepararon la mesa. Luego nos sentamos y pasó un rato hasta que nos trajeron la carta. Luego nos trajeron la carta, pero pasó un buen rato más hasta que algún camarero vino. Luego el camarero vino y, con esa especie de Game boy que llevan ahora esos tíos, estuvo un buen rato para registrar (o lo que sea) el pedido. El tema de la Game boy es particularmente irritante; cada paso parece requerir unos quince segundos de tecleo; solo con pedir una botella de agua ya le estás dando trabajo al tío. Otro buen rato, y éste obviamente es el que se lleva la palma, es el que han tardado en traernos los platos. Estamos hablando de llegar a rozar el desespero: hablo de cuando llegas con hambre a un sitio y te arrepientes varias veces de no haber ido a un chino en el que ya habrías cenado dos veces si hubieras querido. Hablo de cuando llevas tanto rato esperando que la sensación de hambre parece comenzar a disminuir extrañamente para hacerle sitio al tedio y aburrimiento brutales de no estar haciendo lo que has venido a hacer y no poder hacer otra cosa al respecto que seguir esperando… Y es entonces, cuando mi colega está a punto de levantarse haciendo el ademán de irnos a fumar con los cafés a medias, cuando entran dos tíos con gabardina y sombrero al local. Llevan medias en la cara y esconden algo. Van hacia la mesa del gordo y el Amigo Especial, enseñan dos escopetas, y disparan a quemarropa a la cara y la barriga enorme del hombre. Todo pasa en un suspiro. El tipo resbala con su cuerpo ya inerte hacia el suelo, su pelo engominado y peinado hacia atrás. Tanto el Amigo Especial como la hija han quedado salpicados de sangre, la mujer está pálida, y luego por la puerta ha entrado el Caos saludando alegre y extrañado de nuestra reacción. Los tíos han levantado las austeras escopetas, las han recargado y han gritado que nadie se mueva. Así pues, la cumpleañera se ha levantado y ha salido corriendo hacia la salida… Lo has visto cientos de veces. El estallido de la bolsita de sangre falsa en la espalda, el fogueo del arma, el modo de caer del especialista mientras corría. Solo que esta vez es todo verdad. El ruido del disparo es duro pero seco, no retumba como en una película, y la sangre es oscura, pero empieza a chorrear sobre todo una vez ya el cuerpo en el suelo. Estamos acojonados y quietos. Solo lloran aferrados a sus sillas los que son capaces de hacerlo. Esta es la clase de cosas bizarras sobre las que lees en el periódico local, pero que aun así quieres creer que tú las vas a ver solo en las películas, en videos de cámaras de seguridad en el telediario. La cumpleañera ha intentado huir porque nuestra mesa está relativamente cerca de la salida. Creo que ni ha oído la advertencia. Ha tomado un decisión y lo ha hecho. Uno de los dos tíos encapuchados se coloca en lo que cree es el centro del local y comienza a hablar a gritos. El problema es que desde donde estamos, y teniendo en cuenta que la media atenúa bastante el sonido, no entiendo la mitad de lo que dice. Es en este momento cuando siento cierto alivio: el de que ha muerto la única persona de la mesa por la que no sentía estima alguna. No es que mereciera morir, pero lo único que me ha asustado de verdad es que lo que le ha pasado a ella le puede pasar a alguno de mis amigos. O a mí. No me hagas elegir. Los tipos deambulan de un lado a otro, y no sé bien lo que hacen. Creo que están vaciando carteras y presionando para que alguien les vacíe la caja registradora. Creo que lo que antes decían era que su jefe o quien sea tenía un asunto pendiente con el gordo; una deuda que el gordo ya llevaba demasiado tiempo sin pagar. Esto es lo que da pie a todas esas ficciones, esto es, también, lo que provoca el dinero; y cuanto menos hay, más lo provoca. Como sea, no me he enterado de gran cosa; hablo sobre todo por intuición, he llenado los huecos en blanco. Estoy de espaldas a la escena, mirando a la puerta de salida y el cadáver de la cumpleañera a dos pasos de ella. Detrás de mí, de vez en cuando se arrastra una silla o se oye un grito nervioso de alguno de los dos tipos presionando o metiendo miedo a alguien, respirando con pesadez. Como no sé bien si están pidiendo carteras o no, no sé hasta qué punto debo estar acojonado. Yo ya suelo llevar el miedo de serie, pero esto es demasiado. Me fijo en la puerta de salida. Es amplia y de cristal y hay dos modos de verla: uno, como yo he hecho hasta el momento todo el tiempo no sé por qué, que es viendo a través de ella la calle; y otro es fijándose en el reflejo de lo que pasa aquí dentro, y también a mi espalda. La mesa del gordo se ve. Pero ahora la silla del Amigo Especial está vacía. Normalmente es así, tienes que intentar cuadrarlo todo (al menos si quieres) teniendo solo una parte de la información; es como mirar por el ojo de una cerradura: todo es así cuando se trata de comprender el mundo. La silla del chico está vacía porque, tal y como consigo verle en el reflejo cuando pasa por el lugar adecuado, está pasando con una bolsa de basura por todas las mesas para que todos echen sus carteras dentro; carteras, relojes… Iphones. Reina ahora un extraño silencio. El problema mayor es que este tugurio está en un callejón por el que seguro no pasa nada más que quien tiene intención de venir aquí a cenar. A no ser que alguien haya apretado un botón bajo el mostrador para llamar a la policía, estamos los que se dice en manos de la suerte. Del interrogante. Estamos aquí igual que podríamos haber salido antes, o no haber venido aquí; o yo mismo podría haber puesto alguna excusa para no venir, no hubiera sido la primera vez. Pero en lugar de eso estoy aquí, y tengo la tentación de sacar ya la cartera para tenerla preparada para la bolsa de basura. Colaboración es poco; ahora muchos se la chuparían a uno de esos dos tíos con tal de tener la seguridad de que van a llegar a mañana. Los camareros deben estar escondidos bajo la barra con sus Game boys. El dueño debe estar vete a saber dónde. No hemos visto a nadie que pareciera dueño de esto. Estamos acostumbrados a otra clase de violencia, de acoso, de agresividad elegante: lo que pasa es que cuando no se trata de estamentos oficiales, esto es justo lo que pasa, esos tíos no son más que quienes estamos sentados en las mesas, pero llevados al límite de su desesperación. ¿Son asesinos?, puede. La cuestión no es esa. Quien muera hoy lo va a hacer a manos de un igual. Es la historia de siempre. Cuando el Amigo Especial pasa por nuestra mesa, lo hace sin aspavientos; deposito mi cartera dentro igual que los demás. Puedo imaginarle ligándose a esa niñata solo para trazar un plan. Todo a cara descubierta. No es el primero que lo hace, pero para la mayoría lo único más atrayente que el sexo o el amor, es el dinero. Los tipos salen del local y se van corriendo, seguimos casi todos paralizados. Pasan unos minutos hasta que alguien, un camarero, pulsa teclas en un teléfono. El novio de la cumpleañera se levanta y se dirige hacia el cadáver. Yace sobre un charco de sangre que la rodea por completo. En él se refleja el techo, y ahora también nuestras caras. No lloramos, ninguno. El novio solo está rojo como un tomate. Le conozco lo suficiente como para dudar: no sé si lo que le ronda por la cabeza es una tristeza inmensa que no sabe como exteriorizar, o si se está preguntando cómo debe reaccionar ante nosotros para parecer lo suficientemente sensible sin resultar escandaloso o –incluso en esta situación– ridículo.