Le he dado mucha importancia a esta historia, al menos yo. Y a lo mejor suena fatal, o demasiado retorcida (o poética). Como ese rollo de “para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos”. Pero creo que hay distintos grados de inversión, esa frase de la tortilla no tiene por qué hablar siempre de extremos (declaraciones de guerra con millones de muertes, etc.). De hecho no deberías imaginarte esto con orquestación alguna de fondo; incluso con toda la tragedia y dolor que vienen, encajaría más con Iggy Pop o algo por el estilo.
Yo soy lo que llaman el narrador omnisciente. Eso no significa necesariamente que lo sepa todo o pueda estar en todas partes, digan lo que digan. Mis limitaciones son las mismas que las de mi creador, y la historia será errática en la misma medida en que es limitada la imaginación del susodicho. Ya sé que esto suena a meta-coñazo, o uno de esos regalos de coña en que el receptor abre cajas y más cajas en plan muñecas rusas hasta dar con un obsequio aún menos original que la broma. Pero confío en que, aun con todo, esta introducción haya despertado el interés del receptor potencial de este texto (al que prometo que no habrá muchos más juegos metanarrativos).
Había un tipo con una camisa azul. El otro… unos dicen que llevaba una camiseta rosa, pero yo siempre lo he imaginado con una roja o negra. La cuestión es que el hombre de la camisa azul persigue a tiro limpio y a pie al tío de la camiseta roja o negra. (Hago aquí un inciso para saludar a aquellos lectores que estén releyendo bien en busca de respuestas (por haber leído antes en vertical); yo, además del narrador omnisciente, soy alguien que ama a la adolescente del final (la apadriné, es una historia aburrida), por eso todo esto me importa y quiero compartirlo.)
El tipo de la camiseta roja o negra (elegiremos la negra para no enrollarnos más), también lleva una pistola, y lo que dice la leyenda es que el tiroteo duró lo que los dos tipos tardaron en cruzar media ciudad. Vivo en una ciudad de doscientos mil habitantes, y hubo disparos sin cuartel, eso dicen. Cabe pensar que las balas se les debían acabar pronto y que el tiroteo no pudo durar tanto; o sopesar la posibilidad de que racionaran muy bien la munición y la mayor parte del recorrido de persecución fueran escondiéndose el uno del otro. Pero claro, eso último no encajaría con la orgía de disparos de la que todo el mundo habla. Nos quedaremos con la versión de que la gente es muy exagerada, y que aunque los dos tipos recorrieran tanta distancia el uno detrás del otro, en realidad usaron mucho más la estrategia y el racionamiento antes mencionado, que no la típica táctica de disparar a quemarropa como con unas pistolas mágicas al estilo de algunas películas.
Mi ciudad es una de esas en las que seguramente haya unos cien gilipollas por cada libro a la venta. Es decir, hay apenas un par de librerías nada especializadas, y unos multicines (ese es todo su baluarte cultural). Hay un montonazo de bares, cualquier barrio parece los suburbios de algo arquitectónicamente más digno que nunca llega por más que camines o conduzcas. Vale, está el centro, y no es tan cutre. Pero también depende de cómo lo veas. Quizá no parece cutre, aunque lo es si superficial puede ser sinónimo de cutre. ¿Que el noventa por ciento de lo que hay sean tiendas de ropa, es cutre?, ¿puede ser significativo?, ¿podrían considerarse algo así como los bares femeninos?, ¿como lo que hay al otro extremo de los libros, pero para las mujeres?… Bueno, el caso es que el centro no se ve cutre, al menos a simple vista; cada dos o tres pasos oyes música house saliendo de algún sitio cuya iluminación parece la idea de un hombre luciérnaga diseñador de interiores que se ha extralimitado. La luz puede salir de una peluquería, de una inmobiliaria, de una perfumería, o de una tienda de ropa. Si quieres liarte con alguna chica cuya idea de profundidad en la vida solo tenga que ver con lo “entrañablemente humilde” que estás dispuesto a mostrarte en base a tu ignorancia y desinterés sobre la mayoría de las facetas de la existencia, espera en el umbral de uno de esos locales después de unas doscientas horas de gimnasio. Ser alguien raro en occidente es tan fácil como no saber recordar exactamente qué pone en la inscripción tu camiseta, o dónde la compraste. El seno de los dos tiradores fue este sitio, esta ciudad, un lugar tan del montón que ni siquiera el turista perdido tecnológico-adicto más imbécil y lejano al próximo día de trabajo, usaría aparato alguno (específicamente comprado para el viaje) para hacer foto alguna.
Y cómo no, el tiroteo empezó en una tienda de ropa, era lo estadísticamente más probable a pie de calle. Las versiones que parecen más creíbles, dicen que solo hubo un tiro en el Zara de turno, y que luego los dos tíos salieron corriendo. Salió el de la camiseta negra, y detrás el de la camisa azul. Lo que todo el mundo vio por la calle en esa zona, fue a dos adultos con mucha prisa que llevaban algo en la mano. Una pistola, decían algunos; juguetes, decían otros; ¿vamos al H&M?, decían otras. Eran pistolas reales, claro, y los dos tíos corrían entre la multitud, esquivando bolsas y chocando con todo tipo de fauna ciudadana; solteros en grupo, niños, bebés, los efectos secundarios de condones rotos (o inexistentes), madres-niña, seres de penalty, religiosos involuntarios, padres, parejas, parejas de abuelos, parejas enamoradas, sedadas por pereza, de transición, de conveniencia, y muchos caminando a menudo en formación horizontal y facilitando así el empujón violento pistola en mano. Era sábado y la mayoría de gente se cree inmortal en sábado. Aunque solo sea por omisión de pensamiento, no creen que sea posible eso, es decir, eso de que te pase algo malo en sábado, no hay tíos armados en sábado, no hay crueldad en el mundo un sábado. Un telediario es un bufé libre de morbo-golosinas en sábado. Los sábados los hombres son opciones válidas y las mujeres son sueños andantes. Las mafias no existen más allá de la ficción. Pero aun así, una señora recibió un disparo que iba dirigido al tío de la camiseta negra. Yo conocía a esa señora. Vivía en mi barrio y cuando se reía sentada en un banco (siempre en el mismo), se la oía desde cien metros; pero no era agradable, no era un risa de las que se contagian: no cuando llevas toda tu vida oyéndola; y oyéndola también juzgar a todo el mundo entretanto. No quiero ser cruel, de verdad, aunque lo sea, pero mi luto por ella duró unos quince segundos. Luego un plácido silencio me invadió, y seguí buscando información sobre el tiroteo.
Otros dos hombres que esperaban en la calle resultaron heridos en esa zona atestada de tiendas luminosas y ruidosas. Ambos acabaron doliéndose en el suelo aferrados a bolsos femeninos. Sus novias, cuando se dieron cuenta de que pasaba algo más en ese momento que un montón de ropa y complementos en el planeta, salieron enseguida a la calle y gritaron desconsoladas. Se oían sirenas de la policía, pero el suceso cambiaba de escenario demasiado rápido. Nadie sabía qué pasaba, o por qué. Aun ahora no se sabe bien. Hay todo tipo de teorías, se habla de asuntos de pequeñas mafias, se habla incluso de problemas sentimentales, cuernos, lo que sea; hay gente a la que no le basta con eliminar a alguien de Facebook, dejar de seguirle en Twitter, evitarle, hacerle el vacío o girarle la cara. La teoría del asunto amoroso ha cogido fuerza. Es de suponer que a todo el mundo eso le parece más interesante que la idea de que haya dos mafias enfrentadas en una ciudad que a priori parecía tan tranquila: (el nivel de hipocresía estándar occidental, poco interés por nada que vaya más allá de beber y comer demasiado, ensayar algún tipo disponible de dignidad de diseño, follarse a alguien o comprar “algo bonito”…). De hecho es difícil imaginarse un tiroteo en Ikea; uno se plantea antes muchos otros escenarios. Pero el caso es que los dos tipos acabaron en uno. Las astillas salpicaron y una pareja joven acabó en enviudamiento femenino repentino. No fue por un disparo; uno de los dos tipos chocó con una estantería, y acabó tirando del otro lado de la misma las piezas plastificadas de un mueble Gorm, con tan mala fortuna que éste cayó de lleno sobre el hombre que iba con su novia. Por primera vez un paseo conyugal por Ikea no era solo una metáfora relacionada con la muerte.
La desgracia se extendió por gran parte de la ciudad como daño colateral. Está también el capítulo del autobús lleno de chicas camino a una despedida. La mayoría con sus diademas polla, coqueteando con el conductor del autobús, gritando y haciendo sonar silbatos. La historia de siempre; un día de permiso para ser cachondas a plena vista, para decir “guarradas”, para contemplar el sexo no como la respuesta a algo profundo (ya sea eso real o solo una excusa), sino simplemente como algo animal, consolador, descontrolado y divertido. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. El día más feliz de tu vida llega, así que hay que despedirse de… los anteriores. Ikea te espera, si es que no has ido ya. Precisamente ese día, en que Ikea aunaba su tensión emocional habitual con la violencia física, el autobús dio un volantazo esquivando a un tarado con camiseta negra que corría por en medio de la carretera con algo en la mano, puede que una pistola.
El giro brusco hizo que una de las chicas (algunas no se podían estar sentadas) perdiera el equilibro cayendo al suelo violentamente cerca del conductor; en esto, perdió su grotesca diadema polla, y ésta rebotó hasta colocarse justo debajo del pedal del freno. De repente el conductor tenía un montón de trabajo imprevisto. Para empezar tenía que sortear a los coches, a personas, señales…, pero las distancias eran cortas, y para cuando quiso darse cuenta, se encontró dentro de Ikea pisando el freno para nada. Decenas de parejas jóvenes en edad de merecer fueron arrolladas por el morro del autobús. Por estanterías que se desmoronaban dejando caer otras estanterías que ya no acabarían en ningún piso mono. El autobús ya sólo frenaría cuando la física quisiera. Mientras tanto, el desesperado conductor daba volantazos, volantazos inútiles, hasta tal punto que se dice tuvo que poner los limpiaparabrisas para las salpicaduras de sangre, que realmente habían conseguido dificultar aún más la situación. Obviamente todo pasó en cuestión de segundos. Al final hubo cinco muertos y unos veinte heridos. Lo cual dio como resultado a dos viudas más y una mujer libre de nuevo. Dentro del autobús todas las chicas quedaron casi intactas, excepto la que había caído bruscamente con el volantazo, que dicen que a día de hoy ya está comenzando a recordar, y prácticamente vuelve a caminar sola sin ayuda.
Se vio también a los tipos corriendo y entrando en cierto Club. Hubo un tiro pero no mató a nadie. Se dice que el pecho –uno de ellos– de una chica del local reventó agujereado y que en lugar de sangre cayó al suelo algo viscoso y transparente. Así que la siguiente parada después de Ikea había sido un puticlub. Algunos tíos llevaban ya esa cronología en su vida, aunque más lenta. Los tipos corrían por aquellos pasillos que salían fotografiados en la prensa. Luces rojas y un gordo sudoroso trajeado que gesticulaba y se quejaba porque a su empleada más demandada le habían volado una teta que él mismo había pagado. Tíos asustados que salían despavoridos a medio vestir de habitáculos antes de que llegaran curiosos o cámaras. Esos buscadores de una vida paralela en la que sí poder conseguir una mamada concienzuda o sexo anal, se negaron a declarar. ¿Dos tíos armados en ese picadero? No-no-no, ni idea, yo estaba en, yo había ido a, yo estoy muy contento con, yo no necesito, yo sé, yo he hecho, yo estoy, yo, yo, yo, tenía trabajo acumulado, una cena de empresa, una reunión, una… cena importante, no estaba allí, para nada. Todo marcha bien, el matrimonio, la vida en pareja estable, sí, es auténtica. Solo un polvo con una bailarina cuando, en, aquel, sitio… porque era mi despedida, mujeres en lugar de…, ellas también se follan, seguro, a esos tíos depilados y resbaladizos de aceite, esos tíos con, con, esos tíos que llevan solo una pajarita y luego son todo músculo y alimentación a base de claras de huevo, entre ocho y diez cada mañana. Por eso yo, tener, ser, poder follar, porque ellas también, eh, sí, seguro lo hacen cuando… … Lógica aplastante de gente feliz en la versión oficial. Y los dos tipos salieron corriendo por una puerta trasera del putiferio y se comenta que lo que pasó luego es que siguieron corriendo, era ya de noche, corrieron por en medio de un bosquecillo. No se han observado evidencias de que hubiera disparos ahí. Llegaron hasta una alambrada, por la que treparon, y cayeron rodando por una pendiente hasta la cuneta de cierta carretera. El motivo por el que iban a morir cinco personas en Ikea por heridas graves, y no cero, una, o dos, debió ser que también se encontró cierta ambulancia que pasaba por esa carretera de después del bosquecillo y la alambrada con un tiro en el parabrisas, el conductor exhalando su último suspiro y al copiloto ensangrentado, sin movilidad y gritándole a su teléfono. Puede ser confuso conseguir una ambulancia para una ambulancia. Las sirenas de la policía, respecto a los dos tipos, eran como letanías casi poéticas, como cantos de sirenas, sí, las de ojos chispeantes, melena naranja, tetas bonitas y pescado de cintura para abajo. La ambulancia había dado tres vueltas de campana, porque puede pasar si ves algo raro, tu pecho empieza a sangrar, derrapas con brusquedad y vas por una zona en la que el límite de velocidad marcado no tiene nada que ver con la velocidad que llevabas (aunque se te permitiera). Dos coches más colisionaron ahí sin nada que comentar más allá de los daños materiales. En Ikea necesitaban material médico útil, el conductor de la ambulancia necesitaba una transfusión de sangre y semanas de recuperación. Los agentes de la ley necesitaban un GPS humano más preciso, satélites a pleno rendimiento. A esas alturas los tiradores ya eran de todo; eran rumanos, de la mafia rusa, hasta gitanos, o islámicos, en algunas versiones no eran dos hombres, eran hombre y mujer, o mujer y mujer, o hasta hombre y perro. En el Zara en el que se inició el tiroteo, dos policías hablaban con una chica de 25 años, una chica de pelo tan rubio y ojos tan claros y serios que… bueno, algo tenía que haber hecho, de algo tenía que tener la culpa, no se puede estar tan buena y con-cara-de-circunstancias y no tener nada que ver con algo malo que haya pasado en un radio de diez kilómetros respecto a ese ombligo precioso. Por eso tanta gente imaginaba una historia de cuernos, de triángulo amoroso armado.
El tiroteo bien racionado pero caótico llegó a una zona residencial. Una zona silenciosa en la que todo el mundo estaba ya en casa viendo la tele. Entonces, precisamente en la tele comienza a haber imágenes aéreas de la persecución, mientras a una media hora a pie se sigue interrogando a la rubia triste. Porque en realidad, no había una elección entre un posible caso de mafias y una historia complicada de cuernos. Eran ambas.
Aquella chica se había liado con un muchacho que parecía buena persona tres meses atrás. Buena persona, y con lo que ella llamó «una mirada peligrosa». Eso, lejos de ahuyentar a la muchacha cañón, no hizo sino acrecentar su curiosidad por él, no hizo sino diseñar fantasías potenciales dentro de sus bragas que luego se hacían realidad. Él era algo tímido, y tenía un humor macabro, pero no daba el perfil de nadie que pudiera coger sin manías una pistola y disparar contra una ambulancia en marcha solo porque ésta podía retrasarle.
Un par de tíos salieron de sus casas en la zona residencial con escopetas de caza. Uno de los dos más tarde se autodefiniría como conservador, y diría de sí mismo que había actuado por el bien de su barrio y su país.
El tío con el que la chica se había liado era el de la camisa azul. Algo que el propio muchacho llevó en secreto, hasta que un amigo también miembro de su grupo armado, los vio un día paseando por el centro de la ciudad.
Uno de los tipos con escopetas tropieza con sus más de cien kilos, cae sobre el cañón de su arma y se vuela la cabeza llegando a salpicar la puerta de su casa con un mapa de pequeñas islas rojas en forma de pistas desconcertantes. El otro muere a manos de Camiseta negra.
Un día el tipo de la camisa azul descubre no solo que su compañero ha conocido a su novia de algún modo, sino que además se la ha ligado y ahora ellos también pasean por el centro. Ella no parece tener problemas en follarse a los dos, ni muchas nociones de estrategia, aun engañado a uno y guardando el secreto. Como sea, al final el tipo de la camisa azul decide seguirles una tarde, hasta llegar al Zara, el día del Zara. Y mientras la rubia potente está en un probador, el tipo dispara contra su compañero de la camiseta negra, falla, y éste sale por patas.
Ha habido cachondeo con la mala puntería de ambos. Pero lo que también uno podía acabar sabiendo si estaba dispuesto a leerse los periódicos y sacar conclusiones propias, es que ambos no llegaban a los treinta años, y llevaban muy poco tiempo como matarifes. Normalmente las mafias no tienen un programa de instrucción para el manejo de armas, lo que quieren es que dejes de lado tus sentimientos y “pienses con la cabeza”. La filosofía de las mafias no dista tanto de la de cualquier persona que se las dé de responsable en esta sociedad, o de que sabe tomar decisiones con aplomo (eso que muchas mujeres dicen valorar en un hombre: seguridad en sí mismo). Pues bien, la diferencia aquí parece ser que donde unos prefieren tener la violencia lejos (aunque formen parte de ella, porque todos estamos en el ajo), otros no dudan en aceptarla en su vida si eso les reporta algo. ¿Es muy distinto el tío que firma la sentencia de muerte del que la ejecuta? A nivel occidental, y para con el resto del mundo, lo que hacemos es firmar la sentencia por omisión, y con eso ya nos quedamos tranquilos. Estos tíos, a pequeña escala, y dentro de nuestro propio mundo de tiendas de ropa y tarjetas de crédito, dejaban toda hipocresía de lado por dinero, y hacían suyas a un nivel personal las características belicistas y capitalistas que mantienen a todo el planeta desequilibrado hasta la muerte por hambre.
Aún hay magia en este universo. Aunque suela estar enterrada en toneladas de billetes manchados de sangre y no sea fácil acceder a ella.
Rock and Roll. Irene llevaba ropa negra siempre. Estaba siempre compungida al estilo emo. Escuchaba a Aerosmith y odiaba a sus padres y a sus profesores. En realidad ella no era menos Cliché Andante de lo que lo eran sus padres o sus profesores (creo yo), todos imbuidos en ciertas filosofías diseñadas tiempo ha sobre el sacrificio, la ética y la moral (al final todas basadas en el miedo y el dinero; cosa que la muchacha llegó a mencionar y solo obtuvo burlas como respuesta). La noche del Zara e Ikea y todas esas muertes absurdas, ella lo siguió todo por televisión. Sus padres hacían comentarios dejados sobre todo lo que sucedía. El salón de la casa parecía, según el tono que usaban, un fortín inexpugnable al margen del mundo. Y no solo físico. Irene pensó que sus padres veían las noticias como si lo que estaba sucediendo pasara en una realidad paralela con la que ellos no tenían nada que ver. No era como si vieran una película, ya que una película no tenía el morbo añadido de la muerte real, pero la relajación era igualmente óptima. Tan embelesados estaban con la tele y su efecto, que no se daban cuenta de que los tíos parecían ir en dirección al barrio, a ellos. A Irene, su irresponsable y cegada hija gótica. Era como si vieran una persecución automovilística sin darse cuenta de que los coches parecían venir directos a estamparse contra la casa.
Esto fue ya casi saliendo de la zona residencial. Los dos tipos estaban agotados y sus cargadores seguramente casi vacíos. Había una sinfonía de helicópteros mediáticos y coches de policía perdidos. Había cero colaboración para atrapar a los tiradores. Unos lo que querían eran buenas imágenes, y los coches patrulla seguramente habían previsto una noche tranquila y mortalmente aburrida. Da igual lo que te formes para ser policía; si no pasan cosas graves nunca, el desentreno estará ahí, estás muerto por dentro, y revivir un día de golpe porque dos tíos con la mierda hasta el cuello han perdido la cabeza por una rubia… bueno, es demasiado para asimilarlo y conducir sin perderte hasta el suceso. Hasta tres coches patrulla habían pasado de largo a toda pastilla con las sirenas a todo trapo. Era un circo, y tenía que acabar de alguna forma.
El catalizador para ese final fue un dato concreto. El tipo de la camisa azul se había enamorado de la rubia; incluso había pensado en dejar su contacto directo con la violencia y ser un consumidor de combustible fósil más. Además, el de la camiseta negra, no solo no se había enamorado de ella (de la misma forma que ella no se había enamorado de Camisa azul), sino que por si fuera poco ambos encajaban a la perfección. Él era un cuentista y se la follaba como a ella le gustaba, y ella no buscaba más que lo que muchas mujeres llaman –sin creer que puedas detectar el eufemismo–: «cariño».
Era muy doloroso para Camisa azul, ya que para él aquella historia había tenido fondo, verdad, sentimientos (y no solo entretenimiento), pero eso solo había sido así para él. Dos armas en combinación con todo eso daban para horas de televisión, y las hubo. Daban para horas de diversión no declarada si no te tocaba nada malo de rebote.
Llegó un punto en que los tiradores corrían ya tan cerca el uno del otro, que podías verlos con un solo foco desde un helicóptero. Camisa azul solo buscaba venganza, obvio. Él sabía que el desengaño amoroso iba a tardar mucho en irse de su cabeza. Pensaba que, si acababa con ese hijo de puta, ganaría terreno, se quitaría de en medio al menos un par de meses de sufrimiento. Matarlo a quemarropa, un tiro en… que se jodiera y se fuera al infierno. Y no es que ahora no la odiara también a ella, pero dadas las impulsivas circunstancias, ya había elegido. Por más absurdo que sonara, a ella la seguía queriendo, y Camiseta negra no era más que un cabrón que se estaba tirando a su novia. Camiseta rosa, en realidad. E Irene ya oía el ruido de un helicóptero desde su casa. Ella sabía que toda esa guerra se acercaba, pero sus padres hacía rato que habían cambiado de canal, tenían que ver una de esas series, esas comedias que ella odiaba. Cómo les odiaba, con todos sus logros materiales y sus mentes vacías; de instinto, de abstracciones serias, de amor real. Quiso que ellos cambiaran de canal, pero no quisieron.
Irene salió del salón haciendo caso omiso de las preguntas de sus padres. Oía muy a lo lejos la sirena de un coche patrulla. Salió de la casa por la puerta de la cocina. Caminó y se quedó parada ante la puerta del garaje. De fondo pudo ver el foco del helicóptero y a aquellos dos tíos. Solo escuchó un disparo. Corrió y se ocultó en la esquina de la casa. Los hombres se acercaban. El perseguido llevaba unos tejanos y una camiseta rosa. El que perseguía también iba en tejanos, y con una camisa azul. Iban agotados, entre resuellos e insultos que no acababan de pronunciarse. El perseguido intentó disparar y ya no le quedaban balas. Corrió hacia un lado, parecía que intentando despistar al otro, pero tropezó y cayó en el césped de la casa de Irene. A ella le latía el corazón muy fuerte. El hombre se arrastró pidiendo clemencia; ya tenía al otro encima pistola en mano. El de la camiseta rosa parecía intentar llegar a la puerta de entrada. Le decía al otro que no le disparara, por favor, que solo era un tía, una tía, una puta, que ellos no tenían que enemistarse por eso, que la culpa era de ella, joder, de ella; que le perdonara, que había pensado con la polla, aquel día que le vio con esa rubia, y se encaprichó de ella, de follársela algún día… y ella estaba tan dispuesta. Fui frágil, tío, le dice, no me… no aprietes el gatillo, por favor. El de la camisa azul respiraba pesadamente y le apuntaba a la cabeza a medio metro de distancia. Te jodes, dijo, y justo en ese momento el otro intentó echar a correr otra vez, pero cuando pasaba por delante de la blanca puerta del garaje, le reventó la cabeza.
La sangre dejó una macha extraña y grotesca de dos salpicaduras horizontales que chorreaban hacia abajo. Camisa azul echó a llorar al ver a Irene merodeando fuera de su escondite, como hipnotizada mientras veía la sangre. Había algún resto de lo que parecían sesos, o incluso hueso. Irene pensó: Jason Pollock…
… O lo que sus padres llamaban: mancha-murales. Camisa azul cayó de rodillas en la hierba. Tiró la pistola ya descargada lejos de él. Estaba inconsolable. Irene le miró un momento; le miró a él y miró la macha de sangre, que cambiaba de forma según chorreaba. “No está mal…”, le susurró al tío, y de verdad que no parecía asustada. Una casualidad, susurró también, violento…, es precioso… Un coche patrulla llegó, un mes antes de que Irene vendiera en su primera exposición su obra “Amaneceres”, por cinco mil euros. Había cuadros que te hacían llorar y ella los capturaba de entre la mierda que conformaba el mundo. Camisa azul se dejó detener sin ofrecer resistencia. Irene, en ese momento vio claro dónde no quería ir, qué no quería hacer en la vida, hasta qué punto el estado “catatónico” que le provocó ese suceso, la iba a cambiar; o más bien, la convenció de algo que ya le rondaba por la cabeza, que pugnaba por salir quizá desde que naciera. El amor al arte era otra clase de amor, pero era tan intenso como Romeo haciendo planes con veneno, como cualquier mensaje de cariño desde las torres gemelas antes del derrumbre. Era sincero. Te hacía pensar en que Cupido o quien fuera que organizara los planes maestros, había provocado todo ese desaguisado para que ese día se materializara un nuevo amor, otra fuente de inspiración para miles de personas. Era más sugestivo que pensar en casualidades. Era solo belleza quizá, pero la belleza también funcionaba por contraste. La vida se le antojó a esa chica como algo Enorme y Lleno de esperanza a pesar de todo. Era naíf de repente, pero el mundo necesitaba más de lo naíf, el mundo vivía instalado en lo contrario a lo naíf. No te resistías a pensar en la posibilidad de que todo estuviera tan jodido a ciertos niveles, que una fuerza superior ya tuviera que provocar el caos para lograr que trascendiera aunque solo fuera esa brizna de amor real por algo.