Cuentos para niños para adultos (1 de 5) – Concierto para zambomba y orquesta

Pasa toda la noche sin dormir. Cuando le diagnosticaron la hernia inoperable hace ya cinco años, el médico le dijo que tomara las pastillas solo cuando realmente las necesitara. Gerbin. El dolor resultó ser casi imperceptible a la larga, o más bien se llegó a acostumbrar a él. Decidió que podía vivir sin las pastillas, ya no las tiene; fuma un paquete diario, bebe bastante e incluso a veces folla sin tomar precauciones con chicas sin nombre (alguna hasta sin cara), pero no quiere engancharse a las pastillas. Y la cosa suele ir bien, con la excepción de que ciertos días puntuales la dolencia se multiplica por diez en jodienda y se instala un palmo por encima del culo. Cuando eso pasa, apenas puede caminar. (A sus 33 años.) El médico le dijo también en su día que hiciera natación, que ejercitara la zona con un entrenador personal (a poder ser). Cuando fue a casa de sus padres hace cinco años a decirles que tenía una hernia inoperable, su madre reaccionó preocupándose por lo que los vecinos pudieran decir si se enteraban, y luego se preocupó por la dolencia en sí. A veces odiaba a su madre tanto que se quedaba paralizado; sabía que si movía un solo dedo, el resto del cuerpo iría detrás, imposible de frenar, para golpearla hasta convertir la cabeza materna en pulpa sanguinolenta, en relleno de ataúd.
Hoy pasa toda la noche sin dormir, es uno de esos días de dolor intenso, y amanece con él. Sus padres vienen a comer al piso. Está decidido a tragarse el malestar. No quiere discutir con ellos por no haberse convertido en nadador olímpico. Lo cierto es que no hace todo el ejercicio que debería, pero también es verdad que en cierta forma da igual lo que haga; es una relación padres-hijo muy habitual, en la que por mucho que haga el hijo nunca será suficiente. En la que por mucho que se hable, solo se discute todo el tiempo. El volumen aumenta y la lucidez de los argumentos disminuye. A la practica, nunca es una forma de intentar mejorar algo. Cuando se calla para que ellos hablen y pase la tormenta cuanto antes, ellos hablan y hablan, se crecen, hasta que se le infla la cabeza y no puede aguantar más y también habla, y entonces comienza la discusión. Es una clase de amor que puede acabar contigo, y con ellos. El amor no solo puede ser dañino en pareja, el amor familiar puede destruirte también igual que un cáncer abstracto, poco a poco y con saña; y nadie puede cambiar de padres, o de hijos, no puedes cortar con la familia. Es una lucha para ver quién gana, pero nunca gana nadie, porque nunca nadie reconoce que ha ganado o perdido, se trata de que todo el tiempo que estés en la habitación tus argumentos sean los que suenen más a Verdad. Esa situación absurda se prolonga hasta que sus padres se van o él se va. Es una disputa que nunca acaba, y que puede acabar con cualquiera. Esta clase de relación familiar puede terminar en llamadas a la policía o hasta en asesinato, y lo hace. Cuando la gente dice cosas como: “Eso pasa en las mejores familias”, en realidad el abanico de posibilidades va desde riñas sin importancia hasta parricidios y filicidios.
Cuando los padres llegan a comer, hay saludos protocolarios. Luego comienzan los comentarios maternos sobre la cuestión de la no-pareja fija del hijo. Para ella es una cuestión capital, su argumento siempre se basa en el hecho de que «todos tus amigos tienen ya pareja o están casados, tienen la vida organizada», etc. Él ya no entra en esa discusión ni se pone a hablar de libertad, o a decir que la soledad no tiene que ver con no estar casado, o que se puede uno sentir muy solo rodeado de gente, o casado, o con pareja, o infeliz precisamente por eso, también; no puede argumentar que la soledad o la infelicidad no dependen necesariamente del hecho de no estar haciendo lo que hace todo el mundo. Porque para ella no hay elecciones, hay un camino a seguir, o andar perdido, y eso es todo. Para ella no existe la posibilidad de que su hijo haya elegido la vida que tiene, sino que simplemente ha fracasado a la hora de encontrar la que todos tienen, y además ya se ha rendido. El padre normalmente guarda silencio, y el hijo nunca sabe bien hasta qué punto está de acuerdo con la madre, hasta qué punto ve la situación del hijo como desesperada o simplemente como una situación sin más, incluso respetable. Cuando el hombre entra en la discusión, eso sí, nunca es para mediar. Cuando el hijo comienza a hablar en lugar de asentir sin más, entonces el padre habla de Respeto a los padres, de que el hijo no debe usar según qué tono a la hora de hablar, de que no hay que gritar (la cuestión de los gritos no siempre guarda relación con el volumen o el ruido; a veces basta con que el argumento suene contundente).
Una vez acaba la discusión sobre la no-pareja, la madre sigue con la necesidad de desparramar su bizarra forma de amor por todo el piso, y no duda en preguntar por la espalda del hijo. A esas alturas de la comida, el hijo ya ha perdido el temple, y la sangre ya ha comenzado a hervirle. Además, sabe que esa es la cuestión más delicada, porque aunque intenta cuidarse la dolencia, no lo hace todo lo que debería, no al menos hasta alcanzar ninguna forma de Rutina Ejemplar (opiniones maternas al margen).
Así pues, como ya se le ha soltado la lengua, habla de la noche que ha pasado, de Nolotil, de una o dos horas de sueño como mucho, de que aún tiene muchas molestias, y lo hace intentando tranquilizarse, sencillamente intentando ser sincero con sus padres; incluso con su madre. La misma, reacciona con gestos de indignación, y reanuda la discusión con el mismo tono que con la no-pareja, pero ahora hablando de ir a nadar cada mañana, que ella conoce a quien lo hace, que todos los jóvenes lo hacen, que ella no conoce a ningún joven más que tenga dolores de espalda, ni que no salga a correr al menos tres o cuatro veces a la semana, ni que no lleve sus asuntos como debe llevarlos, ni que no tenga pareja estable a su edad, o hasta hijos, ni que no… Y llegados a este punto, sucede eso que sucede en la familia al menos una vez al año: y es que la habitual discusión comienza a convertirse en algo violento.
El hijo explota. Pero no simplemente por esa comida, sino por las ultimas cincuenta y pico semanas de comidas semanales. Se levanta y señala con el dedo a su madre, y la acusa de humillación gratuita, de que no sabe ni ha sabido nunca hablarle con respeto, de que está harto de que su vida tenga que funcionar por comparación con la de los demás, etc. A esto, la madre aumenta el volumen y solapa algunos insultos. El padre, aun con cierto ademán indeciso y sin verbo, se une a ella. El hijo contesta a los insultos solapados de la madre con insultos desnudos. Tocacojones, Gilipollas, Hija de puta (varias veces, susurrado). Incluso empuja una silla y la tira al suelo gritando que está hasta los huevos. Es una descarga en toda regla, sin mesura, quizá incluso inevitable, es humanidad pura y sin cortar, venas haciendo circular la sangre con alegría, músculos que palpitan. Adrenalina. El padre coge por el brazo a la madre y la arrastra fuera del piso. En esto, los insultos siguen, tanto por parte del hijo como de la madre. Vete a la mierda, tía. Desgraciado. Puta de los cojones. Inútil desagradecido, ya hablaré con tus amigos para contarles lo que eres. Fuera del puto piso. Etcétera.

Pasa en las mejores familias.

Luego se queda de pie y solo en el piso. Aun violentado por la situación, ha descargado mucha tensión, tensión acumulada quizá durante meses. Mueve la cintura hacia delante y hacia atrás, y nota que el dolor se ha ido casi del todo, se ha estabilizado. El desahogo le ha dejado físicamente renovado. No sabe si eso tiene una explicación científica, pero así ha sido. Ha sido como echar una cagada después de dos semanas sin cagar. Para el alma. Se pone los zapatos y la chaqueta y sale a la calle a caminar. El aire parece distinto, renovado. Una sonrisa tonta. Coño, la situación se ha disipado, y se siente en pocos minutos mejor que en mucho tiempo. Físicamente, anímicamente. Avanza sin pesadez alguna. Saca un cigarrillo.

4 comentarios en “Cuentos para niños para adultos (1 de 5) – Concierto para zambomba y orquesta

  1. nuestra situación es fruto de una elección personal o del fracaso a la hora de intentar alcanzar una meta que la sociedad nos marca? jeje…eres genial, me quedo con esta reflexión rescatada del cajón de palabras donde guardas tus cuentos.

    a veces viene hasta mí un dulce recuerdo a Palanium…

  2. Era una buena madre: hizo todo lo que estaba en su mano para aliviar el sufrimiento del hijo, y de hecho lo consiguió. ¿Qué más se le puede pedir?

    Aunque sea con una semana exacta de retraso, los leeré en las dosis y al ritmo prescritos. Éste me ha gustado

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