Es el abuelo. Lleva tanto tiempo enfermo que ya no recordamos sus tiempos de salud. De hecho algún miembro de la familia ni los ha conocido. Ni tampoco demasiado a él. No es lo que se dice muy sociable, ni cuando podía hacer cosas solo, como mear.
Ahora nos reúne a “toda” la familia en su habitación de hospital, dice que se quiere despedir de nosotros. La verdad es que siempre me ha parecido básicamente un ser despreciable. Ha sido mi referente a la inversa. El tumor familiar. Como si en Navidad en lugar de ver más luces en la calle, quitaran el alumbrado público. Ese ha sido siempre mi concepto de reunión con él.
Es el padre de mi padre. Y voy a ser muy honesto, mi padre tiene mucho de él. Es solapadamente racista y odia a la mayoría de gente. Pero no hablo de esa forma-de-ser superficialmente cínica en la que alguien dice odiar a la humanidad pero en realidad solo refleja un sentimiento de frustración, y en el fondo incluso una expresión de sinceridad proveniente de un espíritu esencialmente bueno. No, hablo de odio de huerta, natural, con todo su sabor, sin aditivos ni colorantes, directamente procedente de una profunda y amada ignorancia. Mala leche ordeñada de las ubres de Satán cuando adopta forma de cabra. Tanto mi abuelo como mi padre son de esa clase de hijos de puta aceptados por los que mucha gente fantasea con la legalización de la pena de muerte desde un sincero convencimiento pacifista. Es lo contrario a llevar un diablo socarrón en una camiseta que te gusta. Es una cincuentona en la tele cobrando por sacar trapos sucios de la vida de los demás.
Esa clase de sensación desagradable de que el mundo está podrido irremediablemente, pues mi abuelo llena la habitación en la que esté presente de eso. Y mi padre está dispuesto a coger el relevo.
No hemos venido todos, obviamente, algunos miembros de la familia han decidido esperar la muerte cómodamente desde sus rutinas. Siempre es un error alterar tu rutina para dedicarle tiempo a la clase de persona por la que el mundo puede llegar a ser tan horrible.
Si algo me alivia y a la vez me frustra, es que encima su maldad nunca explotaba en su contra. Nunca pegó a sus hijos ni a su mujer, nunca se emborrachaba ni causaba desorden público. Nunca nos dio una buena excusa para mandarle oficialmente al carajo. Lo cierto es que en términos administrativos o de legalidad, siempre ha sido un ciudadano ejemplar. Solo le sufre psicológicamente quien ande cerca de él. Se ha pasado la vida en trabajos que odiaba y que a su vez alimentaban su odio por todo, algo que he llegado a pensar que le encantaba en el fondo. Llegaba de currar diez horas y hecho polvo, y con eso tenía excusa para martirizar y maleducar a quien le diera la gana. Pude presenciarlo muchas veces cuando mi abuela estaba viva, la cual además era un ángel, y le soportaba, aun guardando silencio cuando mi madre llegó a preguntarle por cuestiones conyugales. Como digo, nunca pudimos arrancarle un reproche a esa mujer, ni encontrarle un moratón. Era una buena noticia, y a la vez la confirmación de que no podíamos acusar a ese cabrón de nada. No puedes ir a la comisaría y denunciar a alguien que lleva 65 años trabajando sin parar, pagando impuestos y sin antecedentes penales. Alguien que cree en Dios y que por no hacer ni siquiera hacía el amor cuando estaba sano desde hacía la tira. No podíamos acusarle de haber convertido a mi padre en otro mal bicho y que, Dios sabe que a su vez él lo intentó conmigo y mi hermana.
Mi abuelo es una suerte de enfermedad terminal legal que a menudo sobrevive de generación en generación. Por suerte en esta familia ha habido el suficiente coraje como para no hacer puto caso ni al padre ni al padre del padre. Mucha gente cree que el dinero da luz verde moral a una mala educación paterna; creen que si mantienes a alguien económicamente puedes enseñar toda la mierda que quieras y tu descendencia debería asimilarla por vínculo de sangre. Mi padre lo cree, y se ha dejado convencer por eso toda la vida. Se ha creído las chorradas de su padre igual que un niño que ha crecido en una familia ultracatólica cree ciegamente en Dios sin plantearse el resto de posibilidades.
No sé si el moribundo se ha dado cuenta de hasta qué punto ha sido retorcidamente inteligente su juego. No es necesariamente un deje católico, pero cuando te enfrentas a esta clase de personas, lo que haces es intentar no ponerte a su nivel (de algún modo, pones la otra mejilla). Lo cual tiene sus ventajas, pero también sus desventajas. Y además, cuando encima se trata de un familiar, se supone que has de respetarle (puede que incluso quererle). El vínculo de sangre siempre me ha parecido tan frágil como base para un sentimiento positivo como un mero pacto de sangre. Si te fías mucho, al final lo único que podrías sacar del asunto es un corte feísimo en la mano.
Ya ha pasado todo. Ha muerto. Quería hacer una descripción detallada, pero ya veremos. El hombre ha echado a llorar con dificultad. Se ha vuelto clemente en el lecho de muerte. Ha sido su último acto para incomodarnos a todos. No podía enfurecerse y mandarnos al carajo, tenía que decirnos todo lo que nos quería uno a uno, sacando fuerzas de flaqueza. Creo que su intención real solo ha sido católica; … el muy hijo de puta. La buena noticia es que no le ha arrancado una sola lágrima a nadie. No merecía ninguna. Ni siquiera mi padre ha llorado, aunque él no lo ha hecho sobre todo por hacer alarde de su estúpida hombría. Mi hermana tiene una hija de cinco años. La niña miraba a su bisabuelo y a los presentes alternativamente. Parecía cavilar, teorizar en silencio, analizar la escena. En cuanto hemos salido todos del hospital, me he llevado a un lado a mi hermana y le he dicho que a partir de ahora nuestra misión es reducir los encuentros de esa niña con su abuelo a «casuales».
Más catalítico (ateo) que católico, creo. Por lo demás, otro cuento que rasca en la herida en vez de darle un suave soplo. En fin, no me ha gustado por eso.
Bueno, yo como lector no disfruto o no de un relato según si rasca o solpa la herida, sino más bien si sabe soplarla cuando la sopla o sabe rascarla bien cuando la rasca, pero cada uno tiene sus criterios supongo..
Gracias por leer!
Aclaro que rasca bien. Pero también es cierto que no vas a hacerlo peor porque ya tienes ese nivel alcanzado de sobras. Y ahí es a donde voy. El mejor ánimo que puedo darte es a que sigas escribiendo lo que quieras, y a que siempre consigas que así sea. Mas hace largo tiempo que siento podrías probar con nuevos temas.
Mi opinión no debería importarte porque puedo estar equivocado. Pero aquí dejo una vez más mi crítica por si puede valerte de algo.
Gracias a ti por la buena literatura!
Intento hacer cosas distintas, pero obviamente muchas veces los temas son recurrentes, porque, aun siendo textos a veces muy largos, actualizo relativamente rapido y sin parar. De todas formas esta es una conversación bastante esteril, porque luego siempre escribo de modo muy orgánico, y si intento forzar algo es peor. Aun así sí suelo tener una premisa de cómo quiero que sea el tono o el concepto, y en eso creo que por ejemplo este texto es distinto al anterior. Cuando decida escribir una novela, aunque sea corta, tendré que ver cómo administro todo eso, porque no podrá ser dejando ir las manos por encima del teclado sin más, obviamente.
Pues te deseo la mejor inspiración para en adelante. Sé que escribes así de bien precisamente por tu gran capacidad de actualización de contenido y tu particularmente ágil fluir, pero me permito recordarte aquella conversación sobre Wallace en que se me pasó por la cabeza que quizá no estaba viviendo del todo su vida. Insisto en que puedo estar equivocado, tú mismo dices que no te fuerzas u obligas a estar aquí. Pero, si te da por descansar más a menudo; no hacer nada; sólo salir a pasear sin rumbo; o cualquier otra cosa que no sea estar escribiendo o ser escritor durante algún tiempo, en mi humilde opinión, hazlo, deja todo esto y escucha a tu cuerpo y a tu mente. Si por el contrario has de seguir ante el teclado.. vale, cierto es que sabes distinguir unos textos de otros en tono y en concepto, y éstos últimos dos son ejemplo de ello. Más y más animo.
En primer lugar nunca metería mi nombre en la misma conversación en la que sale el de Wallace (para mí él es una referencia como escritor, nunca lo veré como algo ni remotamente parecido a un igual, o colega o lo que sea..), y por otro, no me fuerzo ni me hace falta más descanso, ni siquiera escribo todos los días, intento administrar el esfuerzo y no perder la perspectiva. Y esos paseos.. procuro hacerlos más o menos todos los días (puede que no sin rumbo, pero los hago). Intento escuchar tanto a mi cuerpo como al de los demás. Pero hay cosas que no tengo escribiendo, y dudo que las tenga nunca: medida, límites, miedo o intención de no salirme de la raya (llamalo objetividad si quieres). No creo demasiado en teorías literarias sobre que escribir sirve para poner en orden el caos del mundo y demás. Si escribir tuviera un definición concreta lo dejaría hoy mismo. Otra cosa es que tengo que dar de comer al mono, y eso a veces hace que me ponga a teclear por puro vicio, pero al fin y al cabo el proceso de mejora nunca acaba, y no está de más practicar.
Ahora, voy a uno de esos paseos.
Saludos!
Yo también salí a uno de esos paseos con rumbo y acabo de leer tu respuesta.. Enhorabuena y más saludos!
Estoy pensando sobre el por qué no podemos vernos como iguales o colegas de nuestros referentes, sobretodo cuando su obra materializada es mucho mayor que la nuestra; y, si puedes compartirlo, me vendría bien, y agradecería, participar de tu punto de vista.
Pues no lo sé, supongo que se podría teorizar sin parar sobre eso. Yo no he dicho que no me veo como un igual porque piense que deba haber una jerarquía ni nada por el estilo, sino porque lo sentía así. Uno puede no creer en Dios, pero debe poder tener en su vida figuras a las que seguir en cierto modo, y por las que uno, por una especie de respeto casi místico, se «arrodille». Eso no quiere decir que así uno reconozca que nunca podrá llegar a ser como el «maestro» (lo cual en la mayoría de ocasiones es que no), ni siquiera con falsa modestia, pero ¿cuando uno comienza verse como un «igual a», ¿no ha perdido acaso todo modo de humildad con la que seguir con los pies en la tierra?
Puede ser. Pero me suena a excusa para seguir con los pies en la tierra. Quiero alejarme prudentemente de la soberbia de la que vengo para acercarme más a la humildad, y aun con ello sigo siendo un idealista. He visto a mis compañeros arrodillados ante las paralizantes filmografías de los cineastas que nuestro profesor endiosaba. Hemos perdido cierta frescura a cambio de aprender conceptos, y ha sido al hacer, al realizar, cuando, dando pequeños pasos hacia ese ideal de igualdad, nos hemos sentidos capaces incluso de poder subirnos a sus hombros, sin pretenderlo. Digo ideal de igualdad en un sentido de colegueo, de profesión, y de estrategias de producción. Ahora puedo ver a von Trier como a un cineasta más, de la misma manera en que puedo verme a mí., aunque no me falte frente para reconocer que él es genial y que sus ideas y su estilo me gustan mucho más que el mío.
No es tan complicado, es la simple idea de admiración. Puedes considerar si quieres un igual a quien quieras, pero al fin y al cabo esos tíos que se pasean por los festivales de cine son el motivo por el que ahora sientes pasión por el cine. Además esa admiración no está reñida necesariamente con soltarte y hacer lo tuyo sin ataduras. Es natural tener referentes. Para mí el no reconocerme como un igual no es una decisión, es mi forma de sentir. Pero es que al final eso no importa, lo que importa es que hagas lo tuyo con todas tus ilusiones y sin coartarte. E insisto, seguro que hay muchos motivos, y puede que algunos absurdos, pero yo no me siento un igual al tío que escribió «La broma infinita», de hecho dudo que eso fuera sano para mí a la hora de escribir. Así como hay escritores que detesto, no me importa tener en un altar a los que me gustan de verdad. Es tan sencillo como que hay artistas que son dignos de admiración, y a los que les debo más que a cientos de horas de clases.
«El vínculo de sangre siempre me ha parecido tan frágil como base para un sentimiento positivo como un mero pacto de sangre.»
Me quedo con esta frase. Por circunstancias personales, últimamente me he visto obligada a repetir a menudo una frase similar que viene a decir lo mismo: que la familia te toca, pero no por ello tienes que aguantarla. Tuve una abuela así y lo mejor que se puede hacer es poner tierra de por medio y borrar a esa persona de tu vida. Son cáncer.
Lucía, respeto profundamente tu punto de vista. Mas comparto el mío por si puede valerte.. creo que por muy alejadas que estén nuestras abuelas de nuestro mundo, y sepamos que tanto mentalmente como en cuerpo no vayan a cambiar, sí siguen conectadas a nuestra realidad, y, en la medida de lo posible, merece aprender a regarles una sonrisa. Seguirán siendo quienes son, pero creo que ese feedback puede ser grato para el mundo. Saludos
maravilloso como escribes
mil besos
Amigo, en diciembre se publica en España mi nueva novela Ella, ella, ella, y viene con gira poética y presentaciones. Te mantendré al tanto, quizás podamos coincidir, saludos…
Me ha gustado menos que los anteriores de la serie. Es, por decirlo de alguna forma, demasiado expositivo y poco narrativo para mí gusto. Hay mucho de tu forma de pensar, la misma que recoges en muchos relatos, y especialmente en los de esta serie; pero tengo la sensación de que has cogido a un personaje y se ha limitado a exponer unas ideas con ocasión de una circunstancia familiar. Apenas veo la historia. Ni una historia contada expresamente, ni una historia que se adivine detrás de lo que expresamente estás contando, como ocurría en los números 3 (El Candidato) y 4 (Título del cuento aquí). He vuelto a leer éste último, y me ratifico: me parece sencillamente genial y genialmente sencillo; te basta coger una historia convencional donde las haya e introducir una alocución reiterada hasta la saciedad, para convertir el cuento en algo demoledor. Eso no ocurre aquí, o no me lo parece a mí. Ni siquiera se adivina la historia del abuelo; el narrador describe su naturaleza y la extrapola a una forma de pensar.
De todas formas, esto es sólo una impresión personal. Puede no ser acertada. Y sobre todo, el hecho de que a mí me gusten los relatos con cierta historia, por delante o por detrás, no quiere decir que eso sea el paradigma de un buen relato.
Una curiosidad: el relato número 3, el de El Candidato (que por otra parte, me parece uno de los mejores), ¿no queda un poco al margen de los otros cuatro de la serie?
Cuando hago estas series no intento que haya correlación entre los textos, a veces la hay más y a veces menos. Es un ejercicio que me pongo a veces, hacer un relato al día cinco veces seguidas. Es una forma de escribir de modo orgánico, de entrenar ese músculo y sacar el máximo jugo a la más mínima idea o imagen que se me pase por la cabeza.
Yo también prefiero los relatos con historia, al menos a priori, aunque luego hay autores que me vuelven del revés los gustos…
Gracias por la lectura.
Gracias a ti por la escritura
Es cierto, a veces aparece algún escritor que te da una patada en el culo de todas esas cosas que creías que te gustaban o te dejaban de gustar. En principio, tengo por buena cosa que de vez en cuando me ocurra eso.
En cuanto a lo de la serie, queda comprendido. Yo sí encontraba mucha relación entre los relatos 1,2, 4 y 5, y el 3 se me quedaba un poco al margen. Ya veo que no se trataba de eso. Tal vez yo debería tomar ejemplo y practicar algún ejercicio de ese tipo; no tan ambicioso, por supuesto, pero sí alguno