Se trata del viaje de ida, los preliminares en un sentido no-carnal, e incluso universal. El recibidor de lo bueno por venir. O al menos lo potencialmente bueno; pero claro, raramente a la altura de lo que uno se imagina. Pasa en muchas facetas de la vida. Uno de los motivos por los que las mujeres parecen más inteligentes o menos simples, es que, contrariamente a los hombres, en general no suelen responder tan rápida y fácilmente a estímulos, digamos, superficiales. Está el ejemplo vociferado del porno. La teoría, aun siendo muy conocida –ya casi tanto como oír llover–, parece bastante verdadera. Necesitan algo más. Ese algo más es lo que las excita, y es muy parecido a la sensación de imaginar la felicidad y el placer futuros antes de que lleguen.
Es la opción de “posponer” esas felicidades y placeres. Olvidas a todos los que hablan de trenes- “oportunidad” que no volverán a pasar, y te recreas en la espera. Es como estar en la cárcel y usar eso para sobrevivir. Cuando salga me comeré una hamburguesa, o abrazaré a mi madre, o veré a Julieta. Es eso pero sin barrotes. Creo que la gente lo practica más de lo que estarían dispuestos a reconocer: El anteponer temporalmente la fantasía a la acción para posponer el movimiento. A priori, por el miedo al desengaño, al fracaso o la humillación. Por miedo, al fin y al cabo –y según el pensamiento popular–, al mero hecho de estar vivo.
Eso que mucha gente persigue a grandes rasgos en la vida, ese fluir tranquilo sin sobresaltos, es a la vez lo que critican en los demás si se limitan sencillamente a llevar esa actitud tan solo un poco más allá para buscar una existencia distinta y mucho más intensa.
(Hay quien diría que algunos pretenden negar el miedo aun teniéndolo también; y todo en el proceso de reconocer que también tienen miedo, pero que ellos sí saben superarlo.)
No dar el paso aún. No decir ni sí ni no. Cambiar la fecha de la cita. Reír mirando hacia otro lado y cambiar de tema. Hasta que llegan otras doce uvas más.
Es obvio que todo eso se te puede ir de las manos; pero vamos, igual que lo otro.
Te dirán que es la mejor táctica para morir solo; aunque los más lúcidos lo llaman: “acabar solo” (suena más genérico, menos contundente, pero también más cercano en el tiempo).
Carolina, nuestra “líder”, sin embargo defendía –y yo nunca la contradije– que era una nueva forma de esperanza. Incluso una nueva forma de inteligencia. Quedarse quieto por el momento y alargar el preludio; cuando todo el puto mundo dice que avances. Como mínimo te aboca a un camino alternativo. Y es cierto que no te cuesta mucho acabar de imaginar el habitual. Esto es lo que se llama complicarse la vida, así lo llamaría la mayoría de gente. O dejar que la bola se haga cada vez más grande. Es la antítesis no solo de lo que te aconsejaría cualquier sabio respetado, sino también del más oportunista libro de autoayuda (esto, no lo neguemos, es interesante en sí).
En el grupo hablábamos de extremos. Quien te ve esperando mientras él avanza con el resto, tiende a pensar que te quedarás atrás del todo. Que él para ti pronto estará a la vista tan lejos como una fulgurante estrella. Esa metáfora podría estar sacada de cualquier mamotreto sobre autogestión que obviamente te aleccionaría sobre cómo puedes ser tú la estrella, y no el otro tipo, (y que el otro haga lo que quiera, como si se muere, de todos modos se lo estaba buscando…) La mayoría de metáforas sobre el triunfo suelen tener su reverso oscuro si dejamos la poesía a un lado. Hay estrellas muertas de las que todavía vemos luz. Eso además daría pie a otro ramillete de metáforas anticlímax, tanto emocionales como materiales.
Cuando el aleccionamiento habitual de sonrisa amable, muchas veces de diseño, habla sobre prosperidad en general, suele obviar facetas importantes. Una de ellas es el interior de aquellos a los que aconseja. Los consejos tienen que ver tanto con modos de ganar dinero como con tácticas –que van desde bienintencionadas hasta rematadamente estúpidas– para acabar como se supone que todos queremos acabar, que es rodeados de gente durante nuestra vejez, confundiendo el nombre de nuestros nietos y celebrando nuestras últimas navidades en medio de bacanales emocionales, en medio de cenas y conversaciones cruzadas que no nos dejarán ni tres segundos para pensar, por ejemplo, que pronto vamos a morir.
Con el suficiente ruido no puedes llegar a arrepentirte de nada. Ha sido la táctica involuntaria de millones personas a lo largo de la Historia. Evitar la introspección (o rendirse ante el “imposible” acceso a ella).
El suficiente ruido, el suficiente trabajo, la suficiente escasez de tiempo, el suficiente cansancio, los suficientes hijos. Etcétera.
Creo que a estas alturas habría que ser muy obstinado para no reconocerlo… La ocupación diurna total es una forma de éter existencial. Por eso «las noches están para dormir». No solo cortamos el tiempo en rodajas, como dijo Kurt Vonnegut, sino que además colonizamos con normas los ciclos de luz y oscuridad. Un dato a tener en cuenta es que si uno llega lo suficientemente despierto a ciertas horas de la noche y no tiene obligación o ruido algunos a los que atender, es la mejor hora para pensar (algo, por otro lado, poco habitual, pero sobre todo completamente demodé).
No quiero engañarte, algunos nos habíamos cansado de ser Hijos de la Normalidad, como lo solíamos llamar en el grupo. Podíamos estar más o menos locos, pero creo que en líneas generales nuestra filosofía era tan buena o mala como la predominante. Era igualmente válida o inútil. Para nosotros el problema no era convivir con esa otra filosofía de ruido y ocupación constantes. Vale, ellos podían hacer lo que quisieran con su vida. Para nosotros el problema era que ellos en el fondo jamás aceptarían una crítica al respecto; sencillamente esa forma de vivir para ellos es la coherencia hecha sistema.
No había un principio de respeto real para con nosotros. Para nosotros su forma de hacer las cosas era una opción y basta. Para ellos nuestra forma de pensar era un cáncer, una sombra de caos oscureciendo los días brillantes de sus hijos. Se podía palpar en cada comentario, en cada broma, en cada cuchicheo, en cada nuevo polvo sin anticonceptivos buscando “nuevos retos” personales.
Esa coherencia apañada que ellos llevaban por sistema –y repito que lo que nos molestaba no era tanto el sistema en sí como la altivez pasivo-agresiva con la que se defendía– hizo que personas de todo tipo se interesaran por nuestras reuniones. Había toda clase de ejemplos, algunos –como ya sabe– muy dramáticos, pero recuerdo a un chico en particular con el que entablé amistad. No venía de la mano de ninguna desgracia familiar, perdida, problema conyugal o dolor por el estilo. El chico solo quería escribir. Quiero ser escritor, decía, y ya no tenía once años precisamente… El problema que tenía era que lo decía. Es un terreno pantanoso, la mayoría de gente no dará su brazo a torcer con algo así hasta que no vea dinero contante y sonante. Lo cierto es que lo único que realmente cierra bocas y aplaca las ironías y sarcasmos de esos individuos tan responsables e inteligentes, es el dinero. (No me dirás que eso no suena paradójico y significativo en estos tiempos de revuelta.)
El sistema de ocupación y ruido se asienta en un principio solido de Doble Moral (y ética), solíamos hablar de eso en el grupo. En la superficie todo tiene la potencialidad de rozar la fantasía, el ensueño en la vida real. Por todos lados oirás cosas como que puedes hacer lo que quieras si te lo propones. Que puedes ser quien quieras, dedicarte a lo que quieras. Que solo tienes que trabajar muy duro y la recompensa llegará. Etc. Más de oír llover. Más gente repitiendo eslóganes como loros. Como si no se les notara que ni tan siquiera saben de qué hablan. Pero claro, eso forma parte de su cultura de trabajo y ruido. Para ellos el Pensamiento es una forma de salvar obstáculos prácticos, y como mucho de entretenimiento. Lo siguiente es rayarse. Pero el problema es que lo siguiente conlleva la no-evolución, la consagración total al ruido, la –nosotros lo llamábamos–: COMAtización.
Cuando tenías un sueño en la vida real, es decir, cuando realmente tenías que creerte que podías hacer cualquier cosa (como el chico que quería escribir), entonces los mismos que antes soltaban esos eslóganes representaban obras en pos la responsabilidad y el realismo. Está bien, es tu afición –pasarán a decirte los que dicen quererte– pero no podrás vivir de ello. Lo cual es claramente una forma de decirte: “Coño, una cosa es darnos palmaditas entre nosotros y otra muy distinta creérnoslas…”
La gente que te quiere te diría eso, y a la que en el fondo le importas un carajo… pues bueno, la cosa se pone aún peor. Ellos también habrán apoyado en algún momento el espíritu idealista de un modo superficial; así que lo que hacían cuando el chico les decía que quería ser escritor, era actuar. Actuar es uno de los requisitos básicos en el sistema del ruido. Es más, el requisito exacto es: actuar mal. El chico decía: Quiero ser escritor. Y quien estuviera delante asentía y le apoyaba, gestual y verbalmente. Cosa que pasaba con cada persona a la que se dirigía. Lo cual, entre ellos, en las reuniones en grupo se acababa convirtiendo en miradas de soslayo y codazos, en patadas bajo la mesa si surgía el tema. Todo sutilidad y disimulo, el teatro de la apología de la responsabilidad.
El camino del ruido demandaba un trabajo serio y dejarse de tonterías. Porque la alternativa era soñar de verdad, quizá incluso tener trabajos de bajo perfil (cosa que forma parte de las pesadillas de muchos de los amantes el ruido, por una mera cuestión de estatus) mientras persigues lo que de verdad quieres; y además arriesgándote a quizá no conseguirlo jamás. Eso significaba sentir amor por algo, y no todo el mundo se atreve a dejarse llevar con eso.
Vamos, creo que todos lo sabemos. La filosofía imperante del ruido tiene sus raíces en el trabajo duro (a secas). No importa tanto para qué; lo que importa es la planta a la que llegue tu ascensor jerárquico. Da igual que así tengas al grueso de la población amargado casi todo el tiempo. Lo importante es que están amargados juntos, y que, te sorprenda o no, eso ya les alivia y contenta. (Por eso cualquier político apoyará siempre el sistema del ruido; no hay nada más dócil en el fondo que una persona enfermizamente resignada que a su vez cree que su resignación enfermiza no es más que el acto de inteligencia y honradez definitivo.)
Cuando pones en tela de juicio esa forma de proceder, el habitante del ruido reaccionará con extremos de acusación en defensa propia, con –a menudo– demagogia muy depurada, tanto que es difícil que ellos mismos sepan que lo que dicen no es tanto necesariamente «lo que hay», como «lo que ellos se han creído que hay». Si no te entregas a esos patrones de conducta, te acusarán de no tener los pies en el suelo, de que no sabes/quieres sacrificarte. Es un síntoma el hecho de que tantas personas se acaben aburriendo en vacaciones; no solo están acostumbradas a obedecer sin más, sino que además se han hecho a no moverse por iniciativa propia; de hecho a veces eso que les personifica, que es la dignidad a través del sacrificio en pos de una labor que les es indiferente o incluso odian, es lo que hace que verte a ti esperando y observando sin correr enseguida a toda velocidad a por lo que ellos tienen, les pueda irritar sobremanera (algo que suelen traducir a un Orgullo rabiosamente actual).
Esperando… ¿Por qué esperas? ¿A qué esperas aún?
Alguien que al décimo día de libertad temporal acaba tirado frente a la tele, no puede concebir que haya vida más allá del sistema del ruido. Es decir, no se cree que se puedan hacer cosas; no en el fondo. Todo lo ajeno al sistema del ruido es para ellos una perdida de tiempo; un síntoma de perdición.
Todo esto, señor, está basado en la mera observación. Es decir, si lo que define a la gente son sus acciones, todo lo que hay desde esta línea hasta arriba es muy cierto. Como poco.
Pero claro, se puede pensar que nuestro grupo también aleccionaba, o que eramos anarquistas, comunistas, lo que sea… Pero al final es una mera reivindicación de la Persona. De la Persona que siente y padece, y que tiene derecho a ello. Si nos fijamos, hoy en día ni tan siquiera está muy bien visto expresar sentimientos humanos, ya sean mejores o peores. Mucha gente se siente ridícula expresándose así, y violentada si alguien se expresa así cerca. Hemos de ser todos material de producción –de modo individual, o en parejas– y poco más. Si deshumanizas al individuo, luego humillarlo solo es un trabajo meramente administrativo. Es decir, si no se va a rebelar, solo debes mover ficha. Todo eso pasa desde el primer día de clase hasta el último día de trabajo de la vida de muchas personas. Es, si me lo permites, algo horripilante; y que ha dado pie a formas de optimismo y aceptación que no hacen sino dejar a muchos seres humanos a la altura del despojo en términos de auténtica dignidad.
No me malentienda, la libertad está para usarla. Pero también se debe usar el respeto, y el respeto a uno mismo. Mucha gente no tolera el dolor en su existencia. Y no me refiero a malas épocas al uso, me refiero a que no toleran un dolor distinto a los usuales. Es obvio que la mayoría de personas, incluso cuando fracasan quieren que su fracaso sea un fracaso común a la mayoría del resto de los mortales. No quieren fracasar probando algo distinto. No quieren parecer gilipollas por no haber escogido el camino de la coherencia del ruido.
Detenerse, esperar, no siempre es síntoma de parálisis o miedo: de eso iba nuestro grupo; era una cuestión de aprendizaje real. Nadie aprende ni se forma un carácter propio repitiendo eslóganes o memorizando lecciones vengan de donde vengan. Se aprende aprehendiendo a un nivel particular, asimilando la información con gusto y curiosidad; así la misma pasa a formar parte de ti; no eres un mero vehículo para ella desde las páginas del libro hasta la hoja del examen o la entrevista de trabajo. Esto le suena horriblemente complicado a varios niveles a muchas personas. No es eso lo que vieron en la Educación que recibieron. No encaja muy bien con la idea de sacrificio: y por supuesto son incapaces de entender que algo que es un placer potencial en sí mismo les pueda ayudar realmente.
Tanto nuestra líder desgraciadamente asesinada –esté donde esté– como cada uno de los que fuimos miembros de aquel grupo de apoyo que se tornó casi masivo, seguimos convencidos de que los fallos están en la raíz, dentro de torsos y cráneos pasivos y silenciosos. La diferencia no está en decir o no Te quiero, sino en atreverse a hacer cosas como sentir amor (tanto por uno mismo como por los otros), aunque a veces haya que esperarlo, o al menos probar esa espera -lo cual es sencillamente otra opción-, porque así, si llega, la otra persona lo notará lo digas o no, el mundo lo notará. Esto trata de atreverse a entender que hay cosas que no se pueden entender nunca del todo, o controlar o forzar. Ahí radica el placer de estar vivo, el inmenso significado de ese hecho. ¿Se entiende por dónde voy? ¿Se ha entendido algo de todo esto?