Siempre que entra una mujer en el despacho acabo metido en problemas, y nunca en ella. Aunque a decir verdad una vez sí estuve con una de ellas, pero luego decidió seguir con sus cosas.
Los tiempos han cambiado (como siempre hacen), ahora hay una idea extraña sobre lo que es la amistad en Periferia, y una más rocambolesca aún sobre lo que es una relación. Tanto en un caso como en el otro, muchas veces el porcentaje de sentimiento auténtico es inversamente proporcional al ánimo falocentrico de él o las ansias de independencia y reafirmación personal de ella (ya sea ese ansia real o mera pose).
La razón por la que los tiempos cambian, creo, es derivada de motivos estéticos, a varios niveles, pero finalmente estéticos al fin y al cabo. Incluso la supuesta profundidad de algunas personas no es más que el resultado de un plan para proyectarse al exterior como un ser profundo (mea culpa). Todos lo hacemos hasta cierto punto. Así –y tan lejos ha llegado ese procedimiento de lo que podríamos llamar: “prefabricarse a uno mismo”–, que muchos aseguran no sentir nunca cosas como miedo, celos o mera envidia. Esta ciudad es un vertedero de ese tipo de historias “maduras”. Debes andarte con cuidado. Los tiempos cambian así porque la individualidad bien entendida apenas existe a cierto nivel, y ser independiente no es tanto una cuestión de carácter y mundo interior como de cierta predisposición moderna a la “autorrealización” solo dentro de cierto contexto, y la movilidad constante. Algo reseñable es que algunas personas parecen no viajar tanto para ver mundo como para que el mundo las vea a ellas viajando. Parecen no actuar tanto por un placentero enriquecimiento de sus almas como para salir luego a saludar a la platea buscando cierta silenciosa –y discutible– ovación más bien digital.
También hay gente, personas auténticamente buenas, dulces y curiosas, que aprenden y crecen seguramente a muchos niveles curioseando así, pero por desgracia todos tenemos mucho de ese rollo ego-maníaco mencionado. La diferencia conmigo, si hay alguna, es que muchas veces me toca analizar con atención las historias de los demás, bucear entre líneas; eso hace que te plantees el mero hecho de qué coño nos proponemos, qué estamos buscando, y sobre todo, por qué no lo buscamos aún en nosotros mismos con más frecuencia (eso se puede hacer en cualquier sitio, y con el idioma materno).
Cada vez parece más claro que ciertas formas de proceder vienen dadas por la mera oportunidad, a secas. De esa forma en que alguien hace algo no porque en ese momento o coyuntura vital realmente quiera o necesite hacerlo, sino simplemente porque puede. Eso es todo; es algo que se suele disfrazar de Libertad, de no dejar pasar el tren, de Romanticismo, de ese dejarse llevar tan oportuno muchas veces para ocultar (casi inconscientemente) ciertas faltas de criterio y carácter (e incluso empatía para con los demás), unas carencias a menudo escalofriantemente aceptadas.
Esta vez la mujer parece más una niña. Los chavales cada vez tienen más prisa por disfrazarse de adultos (en todos los sentidos). Lo peor es que muchas veces los que operan así son los supuestamente mejor preparados y centrados, los que hablan de las tribus urbanas de forma despectiva mientras ellos no hacen más que formar parte de la tribu urbana más turbia, masiva y discutible de todas.
La chica no deja de hablar, no debe llegar ni a los veinte años, lleva un foulard y una decena más de extras indumentarios. Lo peor de los de su especie es que hay que escarbar más para notar la peste. Por lo que sé, parece haber dos clases de personas dañinas, unas lo son a la cara y en presente, y las otras a largo plazo y al cabo del tiempo desde trabajos de alto perfil y puestos de responsabilidad o poder. Los del primer grupo acaban mal pronto y su fechorías normalmente tienen poco recorrido, los otros son el motivo tanto directo como indirecto de todos los males del mundo, y a menudo viven felices y en plenitud hasta que se mueren. Mi mayor pesadilla es estar demasiado metido a veces en ese segundo grupo. En esos momentos es cuando me convierto en un niñato, vuelvo al tabaco y a beber más de la cuenta, rechazo casos y procuro “maltratarme” al menos durante un tiempo. La sola idea de ser una pieza demasiado eficaz del engranaje (de ese engranaje que…), me hace comenzar a tensarme y preguntarme quién soy y lo que hago.
La chica no deja de hablar de banalidades. No ha dicho su edad, que debe estar entre los 18 y los 24 años; nunca sé calcular la edad de la gente realmente joven. Dice, con otras palabras, que su padre tiene mucho dinero y que ella es escritora. Le preguntó a qué se dedica su padre. Es editor, me dice; luego me repite varias veces el nombre de la editorial. Asiento. Después dice que quiere montar su propia editorial. Se sale del caso, que está relacionado con un tío al que quiere investigar o seguir, básicamente quiere que le pase informes sobre el tipo. Al parecer es también del mundillo editorial, o quiere serlo. Le digo que por favor se centre en el caso; arrastra la eses, no me puedo imaginar lo que debe ser leer lo que escribe.
–Quiero que siga a ese hombre, se llama Telonio Ribera, oh… –hurga en su bolso y deja un folio doblado en la mesa– ahí tiene las direcciones que le interesan. –Echo una ojeada.
–Ya… ¿Y esto es todo? ¿No hay nada más que deba saber?… ¿Algo como qué hace o qué relación tiene con usted?
–… Es complicado.
–Ajá… Pero si me dice qué clase de información está buscando, me ayudará a… hacer mejor mi trabajo.
–No se preocupe por el dinero.
–… Ahora… no estaba hablando de dinero.
–Muy bieeen… Quiero que me diga si ese tío está saliendo con alguien, eso es lo que quiero que me diga. Porque antes todo iba bien…, pero cometí el error de decirle que le quería, así que…
–¿Se distanció de usted porque le dijo que le quería?
–Sííííííí… es complicado, ya se lo he dicho. Le dije que le quería, pero de la peor forma posible. Estábamos tranquilamente hablando, en una cafetería, hablábamos de nuestra relación, y de que era difícil que se rompiera porque estábamos muy bien. No es que él se haya asustado por miedo al compromiso. Más bien se ha violentado porque le dije que el motivo por el que estaba con él era que le quería, y que de no ser por eso…
–No sé si entiendo…
–Le dije que no era la clase de tío con quien yo tendría una relación, físicamente hablando, incluso más concretamente, facialmente hablando, de modo que si no fuera por el hecho de que le quería no hubiera salido con él…
–Suena un tanto…
–Lo sé, pero dije eso, y también que además de ser ése el único motivo, encima era un motivo irracional, algo que escapa a mi control… Lo cual me dejó en mal lugar, porque aun habiendo sido sincera, dio la sensación de que más que estar con él por voluntad propia estaba con él porque no me quedaba más remedio… ¿entiende?
–Supongo que sí…
–Se llama Telonio Ribera.
–Sí, me lo ha dicho.
–Verá… –respira hondo–, la cuestión es que… hay algo más que debe saber. Ese día, el día que le dije todo eso, sí estaba algo enfadada con él, por eso creo que le dije que le quería. Es decir, en circunstancias normales, si hubiera estado manteniendo la relación común típica sencillamente para tener novio y una vida sexual activa, seguramente hubiera cortado con él. Por eso le dije que le quería, le quería dar a entender que tuviera muy claro que estaba enamorada, y que solo por eso seguía con él.
–Creo que me he perdido… ¿por qué estaba enfadada?
–Ahora iba a eso… Estaba enfadada porque creo que está metido en asuntos peligrosos. Creo que frecuenta mucho el norte de la ciudad porque allí está el centro neurálgico de la banda de Portal Uribe.
–…
–Portal Uribe es el tío más cabrón que…
–Sé quién es Portal Uribe –interrumpo.
–Pues nada, en resumen tengo miedo de dos cosas, la primera tiene que ver con que me pueda estar poniendo los cuernos, ya que técnicamente no hemos cortado… Y la segunda tiene que ver con la posibilidad de que esté metido en esa mafia.
–Pero, si no me equivoco, este… novio suyo no debe carecer precisamente de ingresos…
–Se llama Telonio Ribera.
–Lo sé.
–No, no carece de ingresos, tiene una buena pasta; pero usted sabrá que cuanto más tiene una persona más tiene también que mantener, más cosas paga, más grandes son las cosas que paga, quiere mantener ese nivel de vida, y, de alguna forma, el único modo es acrecentándolo…
–Pues no, no tengo ni idea de por qué eso ha de ser así…
–¿Qué quiere decir…?
–Nada, no se preocupe. Quiero que sea un poco más precisa con el asunto de…
–Telonio Ribera, así se llama.
–Lo sé…, me refería a su relación con él.
–¿No he sido lo suficientemente precisa?…, oh…, oiga, no es que usted no me parezca atractivo, incluso puede que…
–No me refiero a eso…
–… porque yo tengo, en fin, un principio muy férreo de fidelidad que…
–No…
–… no podría hacer eso, porque después todo esto se liaría aún más y…
–Oiga. ¿Puede hablarme más de Telonio Ribera?
–Eh… entiendo… Telonio es editor, es un gran editor joven. Montó la editorial con dos socios. El padre de Telonio era amigo de mi padre. Conocí a Telonio porque yo antes iba a todas las presentaciones de libros de la editorial de mi padre, algunas incluso en el extranjero. Un día coincidimos en una en Londres, y me dijo que si quería ver una película con él, la nueva de Woody Allen que en ese momento se estrenaba. Para mí salir con Telonio Ribera era algo… no sé, me encantaba, me parecía una especie de… emprendedor. Hacía solo un año que se había sacado el Máster en edición, y ya tenía planes muy concretos, lo tenía todo muy claro, estaba seguro de sí mismo… En fin… No sé qué más quiere saber…
–Uhm… –El problema con este tipo de gente que se mueve en ciertos círculos sociales de clase media-alta o que directamente nada en dinero, es que pueden ser bastante imprevisibles, aun dentro de su previsibilidad. Nunca sabes si tendrán algún límite en su mezquindad e hipocresía. Nunca sabes hasta qué punto han podido ser crueles o mentirosos; es un efecto secundario de esa forma de vivir que incluye el carpe diem mal entendido, y el no hacer jamás ejercicio de introspección. Esa actitud que es muchas veces una oda obtusa a la Formación y los medios, los sistemas, los cálculos cerrados y las pruebas estandarizadas (con las que obtienen un resultado oficial de sí mismos), les convierte en seres, bueno, no necesariamente desprovistos de alma, pero sí con un fondo completamente olvidado que como mucho pasan a revisar fugazmente una o dos veces al año (¿Nochevieja?, ¿Cumpleaños?).
Como sea, y mentalmente bastante agotado, hablamos de mis honorarios, acabo acompañando a la chica a la puerta y le digo que de inmediato me iré a seguir a ese tío del que ella dice está enamorada. Tengo tres direcciones del tipo. Una de ellas es la casa de sus padres, la otra es la suya, y la otra es un ático que usa la familia para guardar cierta colección de arte. Comienza a darme mucha pereza el asunto, como si hubiera dos bandos y ninguno de los dos pudiera estar limpio. Ahora ganar dinero es aceptar la posibilidad de estar volviendo continuamente a ese engranaje horrible occidental. Saco un cigarrillo. Uno detrás de otro.
Voy de camino a lo que espero aún sea la casa desde la que administra su “empresa” el casi célebre Portal Uribe. Portal es un viejo conocido personal, y el hecho de conocerle y de que él me conozca a mí lo suficientemente bien, hace que, paradójicamente, de algún modo, me sienta a salvo. Esto sucede a muchos niveles, tanto por el hecho de que parece más complicado que me pueda convertir en el blanco de sus iras, como porque además en alguna ocasión me ha dicho que le caigo bien (creo que por mi instinto autodestructivo natural o tendencia a lo asocial). Como todo gran delincuente, él es un hombre profundamente amargado en “secreto”, y yo no voy escaso tampoco de mi propia amargura, aunque mis dosis de hipocresía, necedad y crueldad no puedan competir con el hambre insaciable de poder de Portal. La verdad es que esto es como volver a hundirme en la faceta más oscura y reprochable de mi vida. Cierto es que yo jamás he colaborado con esta mafia o alguna otra, pero el solo hecho de no intentar convertirme en un mártir para desmantelar dicha organización (de la que sé más de lo que querría), hace que no me sienta precisamente como una madre o un gran amigo de los débiles. Hay otra razón de peso en relación con esta poca predisposición mía a ser un mártir; y es que los blancos de la violencia de Portal y los suyos siempre son tipos que, aunque “dentro” del sistema y la legalidad, no son menos cabrones o dañinos. La de Uribe es una mafia cuyos códigos no incluyen solo una cerrada filosofía ética que no sale del grupo (y en relación con otros grupos mafiosos), sino también cierta “rectitud” moral que básicamente consiste en castigar (de haber traición, etc.) solo a aquellos que el sistema siempre absolvería, y que es el perfil de hombre de traje con quien obviamente negocian, y al que suelen extorsionar. Es cierto que esto incluye a padres de familia y demás daños colaterales, pero Portal no quiere ser un héroe ni un mafioso Robin Hood narcisista; más bien lo que pasa es que su modo de ganar dinero incluye una gran dosis de culpabilidad que él no se esfuerza en negar, y que intenta “compensar” con esa política no arbitraria.
Mi “simpatía”, en resumen, hacia su “organización”, tiene que ver con que mientras los poderosos “legales” no dudan en exprimir y machacar con tretas ídem a literalmente cualquiera, la gente de Portal al menos es puntillosamente selectiva, y sus absoluciones se dan con gente humilde (vaya, que no pueden pagar), y no con potentados forrados y más listos que el hambre, literalmente.
Uno de los esbirros de Portal me abre la puerta, me da la bienvenida; y me pregunta por la familia.
–Inexistente –le digo.
Se ríe con ganas. Se trata de Luca Tornasol, un fijo de la organización al que le encantan las bromas relacionadas con todo lo que tenga que ver con familias disfuncionales, o que se rompen, y en general con todo lo que esté relacionado con los planes torcidos de la gente de lo que él llama «el mundo real». Subo unas escaleras “victorianas” hasta el segundo piso, donde me espera el despacho inmenso de Portal Uribe. Luca entra antes para informar sobre mi llegada; luego me invita a pasar. No quería que la chica supiera de mi relación con Portal; seguir a ese novio suyo para conseguir algo de información habría sido tedioso, horas y horas dentro del coche, para probablemente hartarme el décimo día porque el tío en realidad es del montón y solo intenta conseguir más dinero de su padre para sacar su editorial adelante.
–Esos cabrones que comercian con libros son más ponzoñosos que la industria del porno –me dice Portal cuando le pongo al día. Esnifa dos rayas de su escritorio y me mira con ojos desorbitados. Me dice que no conoce a ningún Telonio Ribera, y también me pregunta maliciosamente por la familia. Luca ya no está en la habitación, y digo:
–Inexistente.
Portal se carcajea ruidosamente. Me ofrece un raya (como siempre hace) y me niego (como siempre). Le pregunto, eso sí, si tiene un cigarrillo. Llama a gritos a Luca. A los dos minutos el grandullón llega y me entrega un cartón nuevecito de Malboro…
Está bien…, lo lógico es preguntarse a qué viene este gran recibimiento. Un grupo mafioso no te trata como a un colega simplemente porque les caigas bien (aunque en el caso de Portal y compañía sí hay cierto porcentaje de eso). La clave está en que hace unos dos años, la hija de Portal, Loreta, tuvo un altercado en una discoteca. Yo estaba allí por una reunión de ex alumnos (dije que trabajaba en una asesoría, no tenía ganas de hablar con ninguno de ellos). Loreta, que ahora tiene 25 años, estaba dándose el lote con un tipo de lo más odioso a simple vista. Esto quedó confirmado cuando, en cierto momento, después de decirle ese cerdo algo al oído a ella, ella negó con la cabeza insistentemente. Acto seguido el tipo la agarró por los brazos, ella intentaba zafarse; él la tiró al suelo como a una muñeca y comenzó a patearle la cara encorvado de rabia. Yo estaba muy cerca, y por impulso y bastante borracho, lancé la planta del pie con todas mis fuerzas contra la mejilla derecha del tío. Algo grave le debí provocar, ya que el capullo se quedó tendido en posición fetal y parecía no poder cerrar la boca. Ayudé a ponerse en pie a Loreta; tenía la cara destrozada, de hecho la planta del zapato del tipo estaba mugrienta de sangre. Prácticamente levantándola en vilo, saqué a la muchacha del local. Mis ex compañeros ni se dieron cuenta, o no quisieron al ver la sangre y el percal (no me hubiera sorprendido). Ya en la calle llegamos a tropezones hasta mi coche. Ella escupía sangre y lloraba, intentaba decir algo. Le puse el cinturón en el asiento del copiloto y la llevé al hospital.
Me quedé en una sala de espera mientras la atendían. Honestamente, si hubiera sabido que era la hija del capo de la mafia del norte, seguramente la hubiera dejado allí sola; de hecho, Dios me perdone, es probable que no la hubiese defendido en la discoteca. Ahora sé que no hubiera sido justo, ya que por más que Portal no sea lo que se dice un hombre honrado, Loreta es un chica completamente embriagadora (de verdad), cuyo único defecto podría ser la promiscuidad; no ya por el mero hecho de la misma, sino por la desafortunada puntería que tiene para elegir a tipos esencialmente podridos por dentro a los que les proporciona noches de gloria que en absoluto se merecen.
Portal llegó con dos esbirros al hospital. Entró en el habitáculo en el que atendían a Loreta. Alguien le debió informar de que el tipo que estaba solo en la sala de espera era quien la había traído. Enseguida me preguntó qué había pasado, e intenté ser lo más coherente posible. Me sentía bastante heroico, y aún no sabía con quién hablaba. Lo cierto es que Portal sabe tratar con la gente (entiéndaseme); jamás da nada por hecho, y analiza la situación antes de actuar. Gracias a eso, enseguida encauzamos un trato cordial, y al paso del tiempo, con cada detalle y encuentro, tuve claro que se me respetaba. No solo en relación al hecho de no sentirme amenazado, sino sobre todo porque Portal jamás intentó meterme en su organización, ni tan siquiera para usarme como sabueso.
Luego mantuve contacto telefónico (era lo único que me preocupaba al principio, el hecho de haberles dado mi número, y el de tener yo en la agenda el número de Portal; pero me he acostumbrado a ese hecho y ya apenas me importa). Loreta no quería que fuera a verla otra vez hasta no estar presentable. Tenía serías magulladuras y tuvo que sufrir una reconstrucción de la dentadura. Estuvo a punto de perder un ojo, pero finalmente todo fue bien. Cuando por fin fui a visitarla, de tener alguna cicatriz, ella la tapó con maquillaje; de hecho jamás he visto marca
“delatora” alguna en su cara. Fue un día extraño el del reencuentro, pero también lo recuerdo como algo especial y cálido. Loreta tiene una capacidad innata para embellecer la compleja idea de la existencia; llena de energía luminosa una habitación sosa del mismo modo que el sol completa un paisaje bucólico. Es como si capturara la luz y la re-ordenara alrededor suyo, de tal forma que lo último que piensas es que estás en la casa de un mafioso, o que ella es hija de Portal. Obviamente debió salir a su madre (la cual por cierto está muerta, y jamás he preguntado por qué). Portal no tiene el pelo naranja, y aunque su gesto no es desagradable, en absoluto te hace pensar en que su esperma pueda haber tenido más protagonismo del estrictamente necesario en la gestación de Loreta.
Ahora fumo y comparto anécdotas con Portal. Dice que Loreta se ha echado un novio veinteañero que parece otro gilipollas.
–Cuando viene aquí a comer le decimos que nos dedicamos a la importación y la exportación, y luego le guiñamos el ojo. El chaval acaba siempre acojonado. No digo que sea mal chico, pero la verdad es que estoy deseando que Loreta se canse de él.
Intento sacar el tema del novio de mi clienta otra vez. Portal llama a Luca y le hace traer unos papeles. En uno de ellos hay un listado de nombres y números de teléfono apuntados a mano, todo muy rudimentario.
–Aquí dejo fichados a todos los tíos que nos conocen; si ese cerebrito ha pasado por aquí, su nombre y su número figurarán.
–Telonio Ribera.
La ciudad de Periferia es demasiado grande, demasiado caótica y sucia, obscenamente descompensada en riqueza, y llena de publicidad por doquier y negocios de todas las clases. Este lugar debe albergar algún récord de prostíbulos. Las armas –aun siendo ilegales– fluyen mejor que los discos pirata en la calle. Periferia es el caramelo negro de occidente. Los que quieren reiniciarse o desconectar o matar a alguna novia mentirosa en sus mentes, suelen venir aquí. Los que buscan un sicario, aquí lo tienen bastante fácil. Los buscadores de amor tendrán que cavar duro; y eso sí, por extraño que suene, la oferta cultural es desmedida, casi hasta el absurdo, las performances se amontonan en las calles y hay un par de pretendidos escritores arruinados por cada bloque de pisos. El mejor de ellos llegó a publicar con Oscuridad Interrogante, pero el mejor poeta murió a tiros por el novio analfabeto del blanco de sus poemas (lo juro). Las bandas de rock crecen como setas, y los culturetas follan con culturetas y tienen hijos modernos cuyo concepto del arte es tan «amplio» que podrías mearte en un mural en blanco y ellos verían Emoción y Verdad en él. Aquí hay de todo y nada es seguro. Puedes encontrar tu sueño idílico o embarrancar y morirte –a varios niveles– a medio camino. Puedes recibir un tiro, disparar o negarte a tener armas. Puedes meterte lo que quieras, enseguida tendrás tu camello. La noche no existe como tal, pero el día tampoco. Los horarios fijos son algo exclusivo muy habitualmente de las personas que te miran por encima del hombro. Como ya dije más arriba, hay muchos de ésos. Pero por suerte hay también mucho de todo lo demás. Eso es bueno para mi trabajo, y de hecho es bueno para todo aquél que vea la vida como algo más que una oportunidad para ser un pedante gilipollas cuya ética se reduce a “prosperar” (peligro), siempre prosperar; es casi como ensayar para una segunda vida que no llegará nunca (mientras le jodes la presente a todos). Solo algunos de ellos son capaces de planear ser grandes, cuando lo que te podría hacer grande es actuar sin pensar todo el tiempo en lo oficialmente larga que la tienes, o en si eres un erudito o no. Por suerte, esos movimientos culturetas que en ciertas ciudades europeas siguen siendo lo más, aquí ya no son más que otro ingrediente; algo así como los empollones de la clase, pero sin un futuro brillante «real». Nadie se fía de ellos, ya que el «futuro» aquí ya ha llegado precisamente por culpa de ellos en gran medida, y muy a menudo se reduce a los sesos arruinados de alguien resbalando pared abajo hasta el suelo.
Es mi parque de atracciones, solo hay que saber moverse en él, evitar ciertos barrios y procurar no encajar con corriente alguna. Ser uno mismo no es una tarea fácil.
Seguir vivo es un regalo en Periferia, y las mujeres sus glóbulos rojos.
Conduzco por la Zona Centro, ya saliendo de ella. Portal no sabe nada de ningún Telonio, pero me ha dado la dirección de un tío que parece estar trapicheando con libros. Al parecer su banda cobra –entre otras cosas– por tener acojonados a los dueños de las librerías para que ciertas publicaciones estén bien a la vista en los escaparates. El tipo se hace llamar Cubo, sin más. Según me ha contado Portal, es un renegado del mundo editorial, primero como lector, luego como escritor y luego como intento de editor; sus bienes tienen que ver, que se sepa, con una estratosférica herencia. Ahora se dedica a introducir la mafia de perfil duro en el mundillo, y lo hace con un estilo, al parecer, particularmente “moral”.
Llego a una casa destartalada, la fachada es pura herrumbre. Llamo con el puño, tres golpes secos. Me abre la puerta un chaval de unos treinta años, está sudando, llorando, me mira con terror y balbucea algo que no entiendo. Detrás se acerca un hombre orondo y canoso, en bata, de unos cincuenta, lleva una Colt en la mano y me dice:
–Disculpa, ¿eres el sabueso?, ¿te puedes apartar un momento?…
Antes de que me dé cuenta, oigo el siseo seco del silenciador y la cara del chaval salpica en la mía… El cuerpo cae de lado como un saco.
–Vaya, lo siento…, ¿me puedes ayudar a meterlo dentro?, soy Cubo, ¿cómo estás?…
Me restriego las mangas en la cara para limpiarme los ojos de sangre, le doy la mano al tipo, y como si fuera un autómata, le ayudo a meter el cadáver en la casa.
Una vez cerrada la puerta, Cubo dice:
–Enseguida te cuento lo que ha pasado, no te preocupes, es una historia muy larga, y el final ya estaba escrito hace la hostia. Los chicos se encargarán del cuerpo. Es mejor que te duches y te cambies esa camisa, las mías te irán de sobras…
La casa por dentro es impecable. Me pregunto si alguien habrá visto lo que ha pasado, si habrán llamado a la policía (poco probable), y qué hago duchándome como si tal cosa mientras un cadáver se pudre en el recibidor. Además juraría que la bala ha atravesado el cráneo de ese desgraciado y ha pasado silbando junto a mi oreja derecha. Pero estoy intacto. Creo que el motivo por el que todo se ha reducido a un susto y ahora no estoy histérico, es la forma de hablar que tiene el tal Cubo. Parece un profesor de secundaria que intenta evitar gritarles a los críos, armándose de paciencia, solo que mientras tanto le ha volado la tapa de los sesos a ese pijo. Ni tan siquiera estoy seguro de saber qué ha pasado exactamente, me siento como si en lugar de un asesinato se hubiera roto un jarrón.
Ya duchado, la camisa de Cubo me queda grande, pero me siento cómodo. No oigo sirenas de la policía; la policía en Periferia nunca está lo que se dice patrullando, siempre tienen algo a lo que atender, y un asesinato súbito más se les puede pasar por alto muy fácilmente. Cubo lo sabe, y ahora me invita a sentarme en la sala de estar, mientras me ofrece una cerveza.
–Bueno, chico, disculpa el recibimiento, pero ese cabronazo no es nadie por quien te tengas que preocupar. Justo cuando has llamado le iba a dejar ir y mandar a alguien esta noche a su casa; pero joder, al oír los golpes en la puerta y saber que eras tú, he pensado: qué coño, el sabueso me ayudará con el fardo… Portal ya me ha dicho que eres un tío avanzado, sin moralinas de mierda, un sabueso de Periferia, un tipo con cojones, siento haberte puesto perdida la camisa, pero yo mismo la lavaré.–Ahora ya no parece un maestro de escuela amable, pero sigue hablando con un tono que me transmite, bueno, nada amenazante al menos.
–Ese cerdo… ¿sabes lo que hacía? Iba a las librerías y metía porno entre los libros de las secciones infantiles y juveniles. Se masturbaba escondiéndose en los matorrales del parque Secular y, lo mejor de todo, tenía tanto porno infantil en su puta casa como para suministrar hasta al último mamonazo enfermizo de este planeta dejado de la mano de Dios… Uno de mis chicos le investigó, y le he invitado fingiendo que me interesaba su puto proyecto de negocio de folla-críos… Así que ya ves…
–… Ya veo…
Ambos damos un buen trago a la cerveza.
–Bueno, me han dicho que andas buscando a Telonio.
–Pues sí, es cierto, ¿le conoce usted?
–Oh, tutéame, chico, no estás en un colegio de curas. Sí, claro que conozco a ese idiota. Formó parte de mi equipo, pero resultó ser un Moderno de mierda más, ya sabes, un cultureta disfrazado de filantropía que en realidad no es más que otro proyecto de capitalista cutre. Yo le decía: oye Telo, vete a tal librería y ordena que la novela corta cojonuda de este chico nuevo se vea bien en el escaparate que da a la calle; y el muy gilipollas me respondía: pero Cubo, las editoriales pagan por la publicidad y para tener una buena distribución, ¿quiénes somos nosotros para bla bla blá…? Puto imbécil. ¿No lo captas?… le importaban una mierda los libros, solo quería llegar a esa élite de los cojones que publica según la mierda que ellos creen que vende, y no según la buena mierda. Así que hace un mes le di la patada, porque además el capullo lo único que quería era que fuera su socio en una editorial que iba a montar; calidad, decía, solo calidad, y me dio dos manuscritos hipster, como los llamaba él, que te daban ganas de vomitar hasta volverte del revés…
–Entiendo…
–¿Tan malo es intentar inyectar algo de nervio en el negocio?, ¿intentar que esos pipiolos de marketing no lo jodan todo con sus putas maquinaciones con estudios?, ¿tan malo es perseguir y joder a los enchufados?, ¿has conocido alguna vez a algún enchufado con talento, Sabueso? ¿Crees que si un chaval tuviera tripas y corazón escribiendo a mí me ofendería que sus padres fueran dueños de media ciudad? Esos post-universitarios con ínfulas de escritor son a la literatura lo que que un idiota que se disfraza de bombero para poner cachonda a su mujer es a los incendios. Estoy hasta los huevos de esos pimpollos que solo buscan entrar en ciertos círculos y que…
Mientras Cubo se desahoga, recuerdo que tengo otro asunto pendiente; aún no he averiguado si el novio de mi clienta folla por ahí. La verdad es cuanto más pienso en él y su entorno, más claro tengo qué clase de persona es; por decirlo así, si ese pavo fuera una mujer, ya habría hecho muchas mamadas de negocios (si no las hace ya…); es esa clase de actos lo que le da mala fama a las mamadas… Por lo que se ve el tal Telonio no parece tener habilidades para prosperar por los margenes de Periferia. Estoy perdiendo el tiempo con Cubo. Le acepto dos cervezas más y le deseo suerte en su aparatosa guerra editorial. Me pregunta si escribo (y no digo nada; tengo un pasado literario cutre del que no viene a cuento hablar más allá de esta pincelada), me dice que él tiene contactos. Nos despedimos, me da una tarjeta con su número de teléfono, me pide que le informe de cualquier «librito nuevo con cojones» sin publicar, o que ande cogiendo polvo al fondo de las librerías. Basta con uno, me dice, y estoy dispuesto a ir a la guerra por él.
Al final no me queda más remedio que aparcar a la mañana siguiente discretamente cerca de la casa de Telonio, y disponerme a observar sus movimientos. Al llamar a mi clienta y decirle que su novio no parece estar enrolado en asuntos turbios relacionados con mafia alguna, ella no reacciona de forma reseñable, no parece que le importe tanto eso como el tema de los cuernos potenciales. Ni tan siquiera cuando le hablo de la pasada asociación de Telonio con Cubo y los asuntos que manejaban juntos, ni así su respuesta parece ir más allá del alivio presente de no saberse aún una Mujer Engañada más. Es de suponer que una chica como ella no parece estar muy dispuesta a escandalizarse por que su pareja ande en asuntos turbios, siempre que el dinero fluya. Lo único turbio para ella parece ser el sexo adultero. Es sabido que las familias que manejan dinero de sobras tienen un talento especial para tener una moral doble y selectiva. Así que, cariño, no te juzgaré porque te metas en mafias y hagas negocios sean como sean, pero no se te ocurra ir por ahí buscando chochitos. La monogamia, o la planificación de la misma, parece tener un poder inusitado en Periferia; pero lo tiene sobre todo desde el punto de vista de la mujer, independientemente de si está realmente enamorada o no. Mi clienta me aseguró que sí, y por lo estrambótico de su historia, opté por creérmelo.
De modo que ahora espero a que Telonio salga de su casa y arranque su coche. Cada vez que hable (él) con una mujer tendré que ponerme alerta, quizá sacar mis prismáticos de la guantera. Ver a un tío en esta ciudad dentro de su coche con unos prismáticos es como ver un mendigo o un hombre de traje; nadie ve nada nuevo. Solo se trata de que los objetos de tu “voyeurismo” profesional no te descubran. Telonio ha de saber que esto podría pasar, pero cada vez parece más obvio que no se maneja bien llevando una vida paralela. Algunos hombres de negocios (cada vez más) tienen una extraña propensión a la convicción de que actuar de una forma sucia solo es una parte natural de sus trabajos tarde o temprano. Cuando la línea ética que separa (no siempre con éxito) lo aceptable de lo inaceptable se difumina cada vez más, no debe ser tan difícil dejar de verla si nunca has tenido un solo principio que no fuera prefabricado o meramente ligado a objetivos cerrados, objetivos de esa naturaleza que al principio se antoja académica y punto, y luego laboral y poco más. Cuando ya no eres tanto un ser humano como un estratega en busca de la victoria siempre, lo superfluo se debe poder convertir en lo capital, y lo importante queda en un segundo plano asociado con formas de pensar que muchos ya casi no contemplan por no ser lo suficientemente resultadistas. Si de críos lo más importante y capital era aprobar, ¿por qué no van a usar de mayores todo tipo de trucos cuando lo único importante para ellos sigue siendo un cifra? La verdad es que los pensamientos éticos y moralistas se amontonan en uno cuando el aburrimiento azota. La deshumanización es un buen tema, y es difícil dejar de pensar en ello cuando tu circulo social está formado por tarados y capitalistas voraces en un porcentaje tan alto.
El día resulta tedioso. Telonio ha ido de su casa a cierto edificio de oficinas; supongo que es el lugar desde el que pretende que su pene cutre se convierta a ojos de los demás en algo enhiesto, metálico, poderoso e indiscutible. Se pasa ahí unas cuatro horas. Yo desayuno y deambulo por la zona. Le doy conversación al dueño de una cafetería. Me cuenta que le atracaron la semana pasada; cuando le pregunto quién y qué pinta tenían, me pregunta a qué me dedico. Le digo que trabajo en una asesoría, que mis padres están orgullosos, y que mi mujer se dedica a cuidar a nuestra pequeña. Se llama Helena. Llevo una vida sencilla y plácida. Cuando voy a pagar, el tipo me pregunta: ¿Es usted de fuera, verdad?
Telonio sale del edificio, va a comer. Se mete en cierto restaurante que no parece que haga juego con mi cartera. Aun así, entro y me siento a dos mesas de distancia. Él está acompañado de otros dos tíos trajeados, y de ninguna mujer. Se ponen a hablar de no sé qué autor al que quieren dar a conocer. La camarera se acerca, me mira; le pido un cortado y me sigue mirando, la mesa está puesta, preparada con cubiertos, dos copas y unas servilletas blancas impolutas dobladas de modo que parecen unas rosas o unas pajaritas que parecen rosas. Sonrío a la camarera, ella sonríe con una exasperación mal disimulada y se va a por mi cortado. En la otra mesa la conversación se vuelve aún más superflua; televisión, coches, más coches, carreras de coches, pilotos, levantarse de madrugada para ver la F1… Da la sensación de que solo son más de esos jóvenes emprendedores, embebidos de sí mismos y con una idea sobre el control que probablemente apareció en la adolescencia y ya no se irá jamás. Es el mundo actual como congelador de las circunstancias, sean las que sean. No parece que este siglo vaya a ser el nuevo siglo XIX en términos de inquietud y creatividad. Ni siquiera hablan de mujeres, ni de esa forma en que a veces surgen en una conversación de tíos, con aliños misóginos y chistes malos. Decido pagar mi cortado y esperar fuera. No tengo claro si Telonio volverá después a ese edificio de oficinas. La camarera me ha preguntado con sorna si todo estaba a mi gusto.
Dios comienza a portarse bien conmigo y no me hace volver a esperar horas y horas a que ese ciudadano modelo salga otra vez de su jaula de cristal. Por un momento me inquieta que su afición a los coches le haga fijarse en que hay uno muy poco glamouroso que parece seguirle. Le tanteo a cuatro vehículos de distancia. Cuando el conductor no sospecha nada no es difícil hacer esto; pero si algo le huele raro, aunque no sea nada concreto, su conducción se puede volver errática, o más acelerada. Todo esto da casi para una tesis; una para detectives, o para salidos.
El ocupado novio de mi clienta parece dirigirse a una zona residencial. Una de esas que en Periferia son la periferia real, y en la que, curiosamente, sueles topar con la gente más calmada y fiable. Eso, por otro lado, es engañoso; es decir, generalizando es cierto que seguramente el 90% de la gente que vive en esta zona es tratable, pero también es cierto que según qué bichos aprovechan la fama de tranquilidad de estos barrios para mezclarse inmobiliariamente hablando y también parecer paz y escasez de malas intenciones. A más avanza el coche de Telonio más claro tengo adónde va. Por aquí vive un tío que es algo así como el capo del mercado negro de las armas. Se hace llamar Pistón, y a éste no le caigo bien. No hemos coincidido muchas veces, solo en cinco o seis ocasiones en casa de Portal. Nunca le ha gustado verme metido en según qué círculos sin pertenecer del todo a ellos. A Pistón eso le huele a polis; o peor aún, a polis honrados. Le huele a chivato esperando una oportunidad. La verdad es que no hace del todo mal en sospechar, porque aunque nunca haya tenido la intención de untarlos a todos, no soy lo que se dice una persona muy estable o previsible. Es algo que Portal no ve en mí, pero Pistón sí, desde el primer día que me vio.
Para mi sorpresa, de la casa de Pistón sale a recibir a Telonio una chica joven. Caigo en la cuenta de que es la hija mayor… que ya es mayor de verdad; tanto que parece estar dándole la razón a mi clienta en sus sospechas. Esto es claramente una «visita para follar», así lo llamaba mi mentor, una visita para follar es un clásico cuando te toca hacer guardia. A menudo estas visitas no duran más de media hora. Normalmente porque siempre hay miedo de que aparezca un Marido o Mujer que ha decidido volver antes del trabajo. En este caso (y dudo que Telonio esté enterado), quien obviamente no está en casa es Pistón. Y dudo mucho que Pistón maneje horarios fijos. Es probable que a la chica le ponga cachonda la idea de que papá pueda llegar por sorpresa, y cada vez parece más obvio que Telonio es alguien esencialmente estúpido que no sabe dónde pisa la mitad del tiempo.
A eso, hay que sumarle que aunque la muchacha no sea ya una niña, es probable que no tenga más de 18 años. Estamos hablando de una chica a la que Pistón llamaba «Cerecita» hace muy poco, y dudo que no lo haga ya. Me da que ningún padre que llame con diminutivos cursis a su hija puede estar preparado para asimilar nunca del todo que ésta ya «folla» con alguien cada vez que tiene ocasión. Siendo en este caso Pistón el padre…
Decido salir del coche y quizá evitar una masacre. Llego hasta la puerta y aprieto el botón del timbre con urgencia, dos, tres veces. Es decir, no sé si sería fácil cobrar mis honorarios si el novio de mi clienta muere mientras se estaba follando a otra. (Sigo dando por hecho que hay una Enamorada en todo esto.) Me abre la puerta la chica, está envuelta en una sábana, tiene los mofletes sonrosados, la frente reluciente, el pelo alborotado.
–¿Quién eres?
–Soy… ¿está tu padre?
–Mi padre no vive aquí.
–¿Pistón no vive aquí?
–No, tío, aquí vivo yo, mi padre se mudó hará un año. Tienes que ir calle abajo, es el número 62. ¿Te vale?
–Eh…
–Aunque yo no iría hoy, es sábado. Lo sábados se pone en plan asqueroso, seguro que está con esa novia nueva suya, Loreta, y nunca salen de casa.
–L… ¿Loreta?, ¿qué Loreta?…
–Una… ¡yo qué sé!, ¿buscas a alguna Loreta en particular?
–Es una Loreta con una cabellera pelirroja y…
–Sí, eso, Loreta, la pelirroja. Lo siento si era tu putita o algo así… ¡Cuídate!
Portazo.
Me quedo paralizado durante una media hora en el asiento del conductor. Intento pensar en qué lugar me deja a mí toda esta situación. Para empezar tengo que contactar a mi clienta para concertar una cita en la que tendré que decirle que me pague por averiguar que su novio se folla a una hija del capo de las armas de Periferia. Por otro lado, tengo que digerir que Loreta se está tirando a ese tío (y explicar por qué eso me provoca un nudo en el estómago sería complicado y embarazoso). Además, quiera o no estoy en medio de Portal y Pistón, eso es así. En teoría son colegas, pero es obvio que Portal no va a admitir esa situación. No hay una explicación muy cerrada para ello, pero sencillamente yo tampoco viviría cómodo con la idea de que un amigo mio de cincuenta y pico años se estuviera tirando a mi hija.
Arranco el coche y, sin saber muy bien por qué, me dirijo hacia la nueva casa de Pistón. Decido que lo de mi clienta puede esperar, de todas formas no tengo material para aliviarla. Supongo que lo ideal sería hacer que Pistón recapacitara, que dejara de ver a la que, por otro lado, es quizá la criatura más fascinante de Periferia. Si él la ve con los ojos que yo la veo, mierda, es muy difícil que esto acabe bien para nadie.
Dudo sobre si aparcar muy cerca o no del jardín delantero. La verdad es que no tengo ni idea de lo que voy a decir o hacer; la sensación me es familiar como ciudadano de Periferia, pero nunca te llegas a acostumbrar a ello. Al acercarme a la puerta, no oigo lo que me esperaba (es un alivio, no me apetecía nada oír los ruidos sexuales de Loreta; mucho menos provocados por…). Pero lo que oigo no es mucho mejor. Son los gritos desesperados de alguien. Aun así, llamo al timbre.
Me abre la hija pequeña de Pistón. Debe tener unos diez años. Le pregunto si está su papá. Diría que Pistón ni tan siquiera debe haber oído el timbre. La niña me mira de arriba abajo, deja la puerta entornada y desaparece de mi vista. Luego vuelve y dice:
–Dice mi papá que quién eres… –Los ruidos dentro han cesado, se han apagado casi por completo.
–Dile que soy el sabueso, que tengo que hablar con él.
Al cabo de treinta segundos me tengo que enfrentar a la presencia de Pistón; lleva una camiseta de tirantes ligeramente salpicada de rojo, y me dice bruscamente que entre. Me da la bienvenida con cero amabilidad y toneladas de sarcasmo. Me dice:
–Quiero que veas lo que les pasa a los capullos mentirosos que joden a Pistón…
La niña se va escaleras arriba, sin la menor expresión aparente de alerta o preocupación en los ojos. En la sala de estar de la primera planta hay un tío en el suelo, atado de pies y manos, y con lo que parece un tiro en la rodilla izquierda. Ahora está amordazado.
–Si me disculpas, le voy a quitar la mordaza, porque este cabronazo tiene que comenzar a largar por los codos si no quiere que le pegue un tiro en los huevos.
Me lo dice a mí pero se lo dice a él. Es justo en los huevos donde le lanza la planta del pie ahora, y el tipo, desamordazado ya, balbucea que él no sabe nada, que es un «pringao» en su banda, etc. Me mira y me pide ayuda, pero basta una amenaza muy concreta de Pistón para que no vuelva a hacerlo.
–¿Conoces ese rollo del suero de la verdad, Sabueso?, pues esa mierda no puede competir con un tiro en la rodilla… –Escupe al tipo y grita–: ¿Vas a cantar, tío duro? ¡Dónde cojones está mi porcentaje! ¡Y dónde cojones está mi material!
El hombre aúlla de dolor, y no parece ser el mejor momento para decirle a Pistón que la tortura puede ser tan eficaz o menos como el suero de la verdad. El tío está a muy poco de decir lo que sea con tal de que alguien le lleve al hospital o le mate. Le digo a Pistón que puedo esperar fuera si quiere, que tengo que hablar con él.
–No, Sabueso, enseguida estoy contigo… Voy a por el cuchillo, ¡¿me oyes, traficante de mierda?!
El tipo grita y suplica por su vida. Esta es más o menos la situación que uno imagina cuando piensa en Pistón, pero el estar presente no es plato de buen gusto nunca. Se me está revolviendo el estómago de verdad, y temo que tendré vomitar. Odio vomitar…
Me sorprendo diciendo:
–Pistón, mátalo de una vez, no quiere decir nada…
Me llega una arcada entre gritos de súplica…
–¿Estás revuelto, Sabueso?… Joder… ve al puto lavabo, no quiero que esto huela a tus vómitos durante meses.
Salgo de la habitación y busco la puerta del aseo. Acierto a la tercera. Mientras devuelvo todo el café del día, deja de oírse ruido en el salón. Para cuando el hombre ya debe haber muerto, me siento mucho mejor.
Vuelvo al salón, Pistón le ha rebanado el cuello al tío. No entiendo por qué me he mareado, supongo que esta vez se trataba sobre todo de los gritos, del olor.
–¿Ya está mejor la señorita?… –dice Pistón.
–… porque me temo que si quiere hablar conmigo va a tener que ayudarme a cargar con este cabrón al jardín trasero, por más que a Pistón no le haga puta gracia que su propiedad se esté convirtiendo en un cementerio de gilipollas…
Uno de los sellos de Pistón es hablar de sí mismo en tercera persona. No me queda más remedio que coger por los pies al tío y ayudar a llevarlo hasta el, por otro lado, extenso y cuidadosamente amurallado jardín trasero del inmueble. Parece una especie de patio de cárcel idílico. Hay frondosos árboles y todo tipo de arbustos, sin olvidar las clásicas tomateras y todo tipo de vegetales comestibles en desarrollo. Hay hasta una fuente. Es como si fuéramos a topar con un elfo con indumentaria de preso…
–A ver, qué te trae por aquí, Sabueso, y no dejes de cavar, ¿podrás cavar y hablar a la vez?
Al principio ambos trabajamos duro con nuestras palas, pero pronto me veo solo cavando, e intentando ordenar las ideas en mi cabeza.
–Supongo que sabes que conozco bien a Portal…
–Espera espera espera… –me corta–. Que quede bien clara una cosa…: NO—ME CAES—BIEN… –Marca cada sílaba, aunque no sé si sabe aún por dónde voy–. Seguro que ya lo sabes, pero quiero que te quede BIEN claro, te lo vas a tener que currar conmigo, Sabueso, porque… sinceramente, me irrita tu rollo; ese rollo neutral en plan suizo, ese rollo en plan “yo no hago nada malo y me llevo bien con todos”. Quiero que sepas que no me fio una mierda de ti… Iba a decir que no es nada personal, pero joder si lo es. NO me gustas, creo que eres el tipejo más hipócrita y poco fiable de entre todos los que conozco, y te aseguro que conozco a un montón de tíos auténticamente asquerosos… Y no digo que tú seas el peor, no, lo que digo es que eres el más falso de todos. Tarde o temprano puedo calar a un tío, ya tengo unos años y he tratado con toda clase de escoria, pero tú… tú eres un liante de cojones, estoy seguro. Y no me gustan los liantes, es lo que menos soporto… ¿Entendido?
–… Sí, Pistón, te he entendido…
–¿Y quién ha dicho que dejes de cavar?… Cava, Sabueso, y habla… es tu tiempo para hablar y luego irte, porque en cuanto acabe aquí tengo un asunto de braguitas, y están al caer…
He de suponer que se refiere a Loreta… Aun así, trago saliva e intento no parecer afectado, intento que el silencio no se alargue.
–Verás…, de eso quería hablarte…
–De qué, ¿de braguitas…?… no me jodas, Sabueso…
El gesto de Pistón se ensombrece, y parece que acaba de captar cuál es el motivo de mi presencia. De eso, pasa enseguida a la irritación, porque, una vez más, no le cuadra qué pinto yo en todo esto. Por suerte para mí, se hace un silencio inesperado, ninguno sabemos cuál es el siguiente paso. Intento sonar cuerdo, coherente:
–Pistón, ¿sabes lo que pasaría si Portal se enterara?…
Pistón resopla, comienza a caminar en círculos, de repente no parece tener fuerzas para seguir irritado o despreciarme.
–… Joder, Sabueso… nadie como tú para venir a joderme el plan…
Algo se empieza a resquebrajar dentro de él. De repente un escalofrío terrible me recorre: es posible que este tío –este, en resumen, asesino y traficante de armas– vea a Loreta del modo que yo la veo. Eso incluye un extraño ansia por tenerla solo para ti (un ansia de tal naturaleza que es muy complicado hablar de ello), mezclado con una necesidad irracional de saber que está bien (y no solo hablo de salud o de si se abriga bien y esas gilipolleces…) Si a todo eso se le añade además el sexo, lo que podrías obtener a corto plazo es a un hombre derrotado, y seguramente para mucho tiempo.
El gesto de Pistón ahora no augura nada bueno. Me entran ganas de decirle que le entiendo, pero eso daría pie a muchas otras preguntas que no vienen en absoluto a cuento. Debo jugar la carta de Portal.
–Sabes que si él se entera no podrás esconderte, Pistón. Tendrías que irte de la ciudad…
–¿Crees que no he pesando en ello?…
Ahora ya tiene los ojos llorosos. Mi presencia, mi irritante presencia, ha destruido seguramente un fortín de negación que mantenía a Pistón en una nube, una nube agradable y suya, seguramente la mejor sensación que haya experimentado nunca. Y ahora todo se viene abajo. Si le dijera que además de verle a él, Loreta se está tirando a otro pipiolo al que incluso ha llevado a casa… No sé si me estrangularía con sus propias manos o si caería gimiendo al suelo de dolor. Nadie como yo para joder un plan. Llama al Sabueso si quieres la verdad, al menos alguna de ellas. Pero Pistón ni tan siquiera contaba conmigo hoy, y lo cierto es que no me apetece nada ver llegar a Loreta y tener que verlos a ambos a la vez en mi campo de visión. Creo que ha sido un acierto y un error venir, pero no venir hubiera sido como negar lo doloroso que es para todos a veces estar vivo.
Portal antes la llamaba «Niña de fuego», creo que lo hacía porque le ayudaba a convencerse de que no le pasaría nunca nada aun siendo su hija.
Conduzco hacia cierta taberna en la que he quedado con mi clienta después de concertar la cita por teléfono. He llamado antes de arrancar el coche, antes de salir escopeteado de la periferia de Periferia, para evitar ver llegar a Loreta. De haberme cruzado con ella habría tenido que actuar como si nada. Le gusta recibir un abrazo, mirarte a los ojos y endulzarte el día; pero hoy todo eso no hubiera causado el mismo efecto. Hoy es un día violento, y seguramente se acercan otros aún peores.
Mi cita con mi clienta acaba resultando en exceso deprimente. Ella no reacciona a mi información enfadándose como esperaba. Se echa a llorar y todos nos miran. Creo que la gente cree que yo soy el culpable. Su cara se deforma y el maquillaje se echa a perder. No hay cosméticos que soporten lo que significa ser mujer en Periferia.
Luego deambulo por la ciudad sin preocuparme por llevar demasiado dinero encima. La Zona Centro no es la más peligrosa. Lo malo es que cuando lo es, es por peligro de bomba; porque por más que lo puedas negar, hay cosas más importantes que tu cartera, y de la gente que lo sabe hay alguna que no sabe estarse quieta.
Pienso en Pistón, en qué debe estar planeando. Pistón siempre acaba teniendo un plan, así ha atesorado su horrenda fama. No sé si Loreta sabe quién es realmente Pistón, y por más que me avergüence de ello, la idea de que pueda perecer por haberse metido en todo esto, hace que por un lado se me rompa el corazón, pero por otro he llegado a pensar que así al menos podría dejar de preocuparme por ella. Me he sentido como un cobarde huyendo antes de que ella llegara. Hace mucho que decidí que, por más que cavile y me haga preguntas, no soy una buena persona. La entrenada tolerancia a ver actos violentos me ha dado una perspectiva nueva y superficial sobre el sufrimiento y la muerte. No es que nunca me haya asqueado ver escenas como la de Pistón y ese pobre desgraciado que ni tan siquiera sé qué le ha hecho, pero hoy al vomitar, justo después de devolver el último chorro de bilis, me he sentido moralmente en paz durante un minuto: que mi cuerpo haya reaccionado así ante esa salvajada podría significar que aún no estoy del todo perdido.
Mi padre era bombero, y siempre me decía que no le imitara, que eligiera otro oficio, así que lo hice… Toda esta decrepitud funciona en Periferia, el sentido del humor aquí huele a azufre, y, sinceramente, para mí eso es un alivio.
Por más que me lo haya negado notablemente a mí mismo, la amistad con un tipo como Portal siempre pende de un hilo. Ahora sé lo de Loreta con Pistón, y cada minuto que pasa en que no se lo cuento a Portal, añade un poco más de violencia potencial al momento en que él se entere. Además, él sabe casi siempre cuándo mientes; además, si le mientes y te descubre, se preguntará cuántas cosas más le has podido ocultar. Algo importante a saber de Portal, es que aunque no apruebe el que su hija cambie de tío como de bragas, lo puede soportar siempre que el tío que se la folle no sea un conocido o amigo suyo. Esto es así porque, básicamente, Portal no conoce a nadie a quien daría su aprobación, porque para empezar tampoco se aprueba a sí mismo. Cuando se trata de un desconocido puede arrugar el ceño y pasar página, pero con los tíos que él conoce, no; y eso me incluye a mí, ya que aunque tenga un pasado de protector para con su hija y nunca me haya intentado hacer el héroe de Periferia, él sabe que ninguna chica valiosa de verdad debería correr el riesgo de liarse conmigo. Esa actitud, evidentemente comporta dosis increíbles de hipocresía por parte de Portal, pero, y aquí llega el punto complicado del juicio, cualquiera que conozca a Loreta podría llegar a “perdonárselo”…
De esta forma, si le miento en lo referente a Pistón y descubre que le he mentido, no solo se ofuscará por la mentira, sino que pronto comenzará ver cada cariñoso encuentro y despedida presenciado entre Loreta y yo como meros actos entre coitos (es seguro). Eso, a la practica, me convierte en hombre muerto.
No dejo de pensar en ello. La diferencia que hay para la mafia de Periferia entre un trato cordial y un trato agresivo para con un traidor, es que lo cordial solo incluye un tiro en la cabeza, y lo agresivo todo un despliegue de medios y paciencia hasta el punto del aburrimiento del torturador para que pases días sufriendo antes de morir. Es el estilo de Portal, y el de Pistón, cuyas torturas, si se siente con energías, a veces llegan a durar semanas. Portal es selectivo por lo que sé, como ya comenté más arriba, pero en lo tocante a Loreta, no hay discusión; Pistón sigue vivo, pero en realidad ya podría estar muerto, y yo, la verdad es que ya comienzo a mirar a la gente por la calle para ver si se percatan de mi presencia…
Por otro lado, cuando dejé a Pistón en su casa mirando al suelo, aunque no hubo advertencia alguna de que no dijera nada, es seguro que no le haría gracia que me chivara a Portal. Eso no ayudaría en lo tocante al asunto de caerle mejor.
En resumen, ahora mismo no hay una solución al asunto que no comporte riesgos (por decirlo así). Las opciones parecen ser claras: o morir de un tiro, o morir torturado, u obviar el asunto hasta que él me alcance otra vez y morir de un tiro o torturado…
La única esperanza sería la de que tanto Pistón como Portal se “olvidaran” de mí. El problema es que estoy demasiado presente en las órbitas de ambos; a uno le caigo bien y, de alguna forma espera mucho de mí, y al otro le caigo muy mal, y es probable que su opinión tenga más peso que la mía en una conversación a tres con Portal. Con estos tíos no puedes esperar una relación relajada, todo va del colegueo al odio mortal en cuanto creen que has metido las narices donde no debías. Y ellos no dejan que su odio se apague, tienen que solucionar esa mierda, porque lo que no van a hacer es tragársela.
Así que, a ver con Loreta…
Es quizá mi única oportunidad tal y como lo veo. La llamo y le digo que tengo que hablar con ella. Loreta no es una persona sencilla, pero es una persona buena. Un espécimen así está en extinción en Periferia, incluso más que en el resto del mundo. Eso no quiere decir que sea perfecta, ojo, quiere decir que es buena. Que es buena en todo lo que ella puede controlar. Dicho esto, es obvio que no puede controlar a su padre, y aunque no aprueba casi nada de lo que hace, es consciente de que ha crecido y tenido acceso a absolutamente todo gracias a él (y todo ello en un mundo complejo y profundamente lleno de dobleces e hipocresías). Eso, creo, es lo que de alguna forma ha hecho que, aun habiendo tenido discusiones antológicas con él, nunca le haya negado o dado la espalda aún. Ella es una de las pocas personas que ha sabido mirar dentro de él, que ha sabido llegar a ese núcleo interior que sufre, y que se debate entre dejarlo estar todo y apartarse de la ecuación que incluye a su hija, o seguir en negación y poder seguir viéndola (para Portal ya no hay una opción intermedia entre la cárcel y su modo de vida, y puede que a estas alturas ya tenga razón), aunque cada vez le cueste más conseguir una sonrisa suya.
Loreta sigue viviendo en casa de Portal, y hay algo que la frena a independizarse. Cierto es que su trabajo como secretaria no le debe dar para grandes esperanzas inmobiliarias, sin olvidar que hace mucho que rechaza el dinero que su padre le ofrece. Esto es algo muy básico, fácil de entender, pero sigue agrietando el corazón de Portal.
Quedamos en una de esas cafeterías que me gustan, grandes ventanales, el sol entra sin vergüenza, ves a la gente de la calle y la gente de la calle te ve, todo es de madera (real) y el ambiente es todo lo cordial que uno puede esperar en esta ciudad. Ha pasado una semana desde que descubrí el secreto de Pistón, una semana de silencio en la que no he tenido contacto con absolutamente nadie, y nadie ha querido contactar conmigo. Loreta es la primera voz que oigo dirigida hacia mi persona desde que hablé con mi clienta, la desencadenante del encuentro con toda la información que ahora me veo obligado a asimilar y gestionar.
Al saludarnos en la puerta del local, ella me da un abrazo que huele a Loreta, y un solo beso sonoro en la mejilla. Loreta no te da dos besos; como ella dice, prefiere darte uno solo, pero de verdad. Si Loreta te da los dos besos rutinarios –aunque os hayáis visto ya varias veces– es muy posible que no le suscites nada positivo (en cuanto al sexo desmedido, a discreción y en todas direcciones (si viene a cuento aclararlo), mi teoría siempre ha estado entre el ánimo de joder a su padre y una ninfomanía que ha podido ser un mero producto de ese detonante inicial).
La verdad es que haber estado toda la semana pensando en este lío me tiene mentalmente agotado, así que intento ir al grano:
–Loreta… Pistón…
–Sí… qué pasa con él…
–¿Seguís viéndoos?
–Joder… Pues sí, Sabueso.
Esa respuesta viene acompañada de una sonrisa mal camuflada, amarga, como para sí misma. Eso me hace caer en algo, y joder, podría ser una chorrada o en cambio algo trascendental. Hay una posibilidad de que Loreta busque alguna especie de Catarsis en su vida, en su entorno, en nuestro entorno. Una catarsis violenta que, a condición de mi grado de implicación en todo esto, podría salpicarme o no. Y no hace falta decir que nunca me he sentido al margen… Ella sabe que la gente de Portal y la de Pistón son básicamente las dos bandas que reinan en las cloacas morales de Periferia. Sabía que el sexo con Pistón era fácil de conseguir. Y por Dios que tenía que saber lo que eso comportaba. Ahora creo que es bastante probable que lo que busque ella sea un choque del que nadie salga vivo, incluidos, claro está, los idiotas que tengan ahora relaciones de cualquier tipo con ese círculo…
Entonces digo:
–Loreta… ¿intentas provocar una guerra?
–… Sabueso… Sabes que te quiero mucho. Pero sí… Y no sé lo que va a pasar… Y creo que deberías largarte de esta ciudad. Lo creo de verdad.
Seguramente nunca he visto tal gesto de gravedad en sus facciones. Si no fuera por su mirada, parece algo casi paródico, o no, quizá recuerde a una de esas muñecas que te asustan en una habitación oscura una noche de tormenta. Pero enseguida sus ojos muestran lágrimas.
–No pensé que me calarías tan pronto, Sabueso…
–No te creas que me ha sido fácil…
–Quiero que toda esa mierda de chulitos profesionales se acabe. De todas formas va acabar mal algún día. Lo único que hago es intentar acelerar el proceso.
–…
–No me siento orgullosa, pero supongo que al final sí tengo algo de mi padre…
–…
–No quería que te vieras envuelto…, ¿por qué coño estás envuelto, Sabueso?
–De rebote… Como siempre.
–La mierda siempre llamándote… Y tú siempre acudiendo…
–Puede que yo no sea mejor que ellos…
–Sí lo eres, pero eres idiota, siempre acabas metido en el peor agujero…
Si Loreta lo dice, yo me lo creo. Al menos hasta que se me pase el efecto…
–Y qué plan tienes… Cómo piensas… –La verdad, no sé qué coño decir.
–El plan es… o era, provocar un encuentro entre ellos. El plan era buscar una forma de que papá fuera a casa de Pistón y nos pillara en plena faena…
–¿Por qué dices «era»?
–Porque de repente estás tú demasiado en medio y ahora no sé qué coño hacer…
A mitad de esa frase ha roto a llorar definitivamente. Otra vez todo el mundo en el local cree que yo tengo la culpa de que la chica llore…
La camarera le trae un gran pañuelo blanco a Loreta, y deja ir una mirada de “sutil” desprecio en mi dirección.
El sello personal de los sollozos de Loreta incluye dos detalles reseñables: para empezar siempre son sinceros, jamás ha sido una “reina del drama” que yo sepa. Y además tiene una forma infantil de sorber que hace que sus lagrimas rodando hasta caer en su escote, provoquen el efecto de que quien haya al lado parezca como por arte de magia alguien inhumano, insensible y cruel si no llora con ella o la abraza enseguida. Eso, y que da una pena terrible verla.
Mirando de reojo los ademanes hostiles que ya me rodean, cojo las manos de Loreta por encima de la mesa. Le digo que sé lo de Pistón porque acabé casi sin quererlo en su casa.
–Pretendía intentar que dejara de verte, para que tu padre no supiera jamás que…
–Un momento… –me interrumpe –. ¿Has estado pensando todo este tiempo que yo me tiraba a ese tío porque me gustaba?
–Eh…
–Oh Dios mío…
Las lágrimas vuelven a brotar con fuerza. Todo el mundo sigue atento. Hace ya rato que soy alguien sospechoso aquí de los más turbios maltratos psicológicos. Creo que no doy el perfil de maltratador físico, pero sí de liante. Ahora todos aquí me ven como me ve Pistón.
–Pero Loreta, si querías provocar un encuentro… es decir, ¿cuántas veces has quedado con Pistón?
–Tenía que darle credibilidad a la historia, tenía que hacer que él se relajara, que bajara la guardia, y cuantas más veces me lo tirara más fácil sería luego pillarle a contrapié. Ya ni siquiera tiene seguridad en esa casa, Sabueso, no quiere a nadie por allí cuando voy yo, ni a su hija, la manda a casa de la otra. Además… solo le he visto cuatro veces, cuatro sábados… No soy una guarra, Sabueso.
–No he dicho que lo seas, intento entender…
–No soy una guarra –me interrumpe–, no quiero que pienses que soy una guarra. Ya me habría liado contigo si lo fuera…
Silencio.
–No sé si entiendo…
–Tengo sentimientos, Sabueso, pero también tengo mucho dolor; sufro, joder…; me siento muy sola. Nadie me cree. Nadie me creía cuando estudiaba, ni ahora en el trabajo. Nadie cree que haya conseguido nada por mí misma, ¿entiendes?
El lloro ahora solo anda un peldaño por debajo de sus palabras. Ahora todo el mundo escucha. Y creo que algunos ya se han dado cuenta de quién es esta chica pelirroja.
Miro al techo. Es algo que suelo hacer. Me tiro en la cama de mi apartamento cutre y miro al techo. Lo hago cuando no sé qué coño hacer…
Ya me sé el techo de memoria.
Se podría pensar que no hay mucho que ver en un techo, pero está lleno de protuberancias e irregularidades. Incluso los techos a priori más impolutos son todo un mundo si uno es lo suficientemente lerdo como para perder el tiempo en ellos.
Le he dicho que me voy a ir de la ciudad. Que ella siga adelante con su plan (dice que lo llevará cabo en cinco días). Que no me preocupo porque sé que no le va a pasar nada. Que es demasiado lista para eso. Que ni siquiera me preocupan las balas perdidas. Que yo no corro ningún peligro. Ni aunque la gente de… quien sea, decida buscarme. La de Portal si Pistón me quiere enmierdar. O la de ambos. O la de ambos con ellos dos muertos. Un dato importante que me dejaba en el tintero es que los esbirros de Portal, quizá Luca Tornasol al margen, me ven como a un gusano sospechoso al que sería inteligente aplastar. Los de Pistón, por suerte apenas saben de mí, a no ser por que Pistón les haya hablado de mí. O sea, que sí, seguramente saben de mí… Una masacre entre esas bandas, por más que los cabecillas murieran, me convertiría en fugitivo para siempre. Eso… podría pasar. No sería la primera vez que pasa. Y ya les ha pasado a muchos que no tenían ni de lejos la relación que tengo yo ahora con éstos.
Algo emocionante es cuando pasa un coche por la calle por la noche y los faros relucen en el techo. Si uno pone música, a Pink Floyd por ejemplo, es muy relajante, sugestivo. Es importante abrir la persiana y apagar la luz para conseguir el efecto, y vivir en una calle poco transitada; si pasan coches todo el tiempo no tiene gracia. A mi favor debo decir que mis mayores iluminaciones y momentos de lucidez han llegado mirando al techo. No porque tenga facilidad para “proyectar” cosas en él; es más bien que el grado de aburrimiento puede llegar a ser tal, que cuando cruzas cierto límite de apatía, es como si las ideas y los pensamientos volvieran solos. Pero no sólo solos, sino además mucho menos contaminados. Eso hace que tus mayores problemas se conviertan en algo casi desprovisto de amenaza. Además, al pensar en ciertos desenlaces posibles, ese ejercicio parece hacer que sean imposibles en los subsiguientes días. A veces me he visto susurrando cosas como: “menos mal que esto se me ha ocurrido, si no podría haber pasado”.
Así que no pasa nada. Eso es lo que voy a hacer, Loreta, me voy a largar y tú te vas a quedar aquí sola con… ya sabes, con papá y las metralletas. Con el tío Pistón y los primos. Seguro que te manejas bien en ese día de navidad sangriento en familia que planeas. Eso es, así los ganarás, la súper heroina secretaria, que detendrá a los malos con sus post-its, con sus bolis y medias sugerentes haciendo que se maten entre ellos. Y yo tranquilo, lejos de Periferia Microsoft, esperando una llamada. Te espero aquí, niña de fuego, ¿ya están todos muertos? ¿Lo de que no me follabas porque tienes sentimientos es igual a AMOR? ¿Qué dices…?, ¿que uno aún borbotea sangre y pide ayuda?
Dejo de mirar al techo y descuelgo el teléfono. Busco cierto número en la agenda hecha polvo de 1999 que tengo en la mesilla. Marco el número. Alguien descuelga al tercer tono y murmura algo ininteligible;
–¿Cubo?
No sé si hace falta decir que Loreta no me creyó en lo concerniente a mi promesa de deserción, pero aun así obtuve mi beso cálido en la mejilla de “ya nos veremos”.
Los días de vacío entre mi última charla con la clienta de los cuernos y el encuentro con Loreta, descubrí algunas cosas que no sabía sobre el terrorismo editorial en Periferia. O sería más apropiado decir: terrorismo literario. No hay mucha gente que conozca aún el GNM (Grupo Nihilista Metanarrativo). Lo cual es, sin rodeos, el ejercito de Cubo. Creo que cierta sigla es más bien una ironía; dudo mucho que Cubo tenga predilección por la metanarrativa. Aun así, paso de preguntar.
Me reúno con él en su casa horrenda por fuera y de lujo por dentro. Es al día siguiente a la llamada. Un resumen de la misma podría ser éste:
–Cubo, tengo un asunto editorial gordo entre manos.
–¿Relacionado con Modernos de mierda?
Cubo –le dije, y de hecho le vuelvo a decir ahora–, conozco a alguien, ha escrito una novela corta, unas doscientas páginas. Solo hay un problema. El lobby editorial de esta maldita ciudad está dispuesto a evitar su publicación, no quieren tener que revisar sus líneas editoriales. Ya hay cinco editores emergentes que lo han rechazado, y todo pese a haber mostrado mucho interés al leer el material. Han recibido amenazas, Cubo.
–¿Oscuridad Interrogante tampoco quiere publicarlo?
–No, el problema es que aunque ellos apuesten por la calidad, es una gran editorial, tienen mucho que perder, y evitan a toda costa líos en cuanto se huelen los asuntos turbios de Periferia.
–¿El chico es de Periferia?, ¿de verdad es tan cojonudo?
–Es el nuevo Burroughs, pero más furioso, Cubo, es el puto Salinger cruzado con Poe, es tantas cosas y tan cojonudamente cocinadas que es imposible no sentir nada al leerlo.
–¿Lo has leído, cabronazo?, ¿y no me has traído ni el puto primer capítulo?
–Es un amigo mío de la infancia, y es muy celoso con su material… pero te aseguro que esta ciudad va a acabar con los tíos que tienen talento, Cubo, está cada vez peor, y ya sabes que nadie con poder se preocupa por eso. Si no estuviera seguro de esta mierda no te hubiera llamado ayer a las tantas.
–Joder… Joder… ¡Joder!… Me estás poniendo a cien con esta mierda, Sabueso…
–He acudido a ti porque sabía que tú sabrías lo importante que es esta mierda, Cubo.
–Joder si lo es, Sabueso, joder si lo es… Espérame fuera, ahora salgo, quiero que me acompañes a un sitio, pero antes tengo que hacer unas llamadas.
El coche de Cubo es un desastre por fuera, pero también por dentro. Apesta a tabaco, está claro que ha envejecido de modo inverso a los vinos. Es repugnante. Traquetea y me lleva a cierto almacén en el que al parecer se reúne el GNM. Está en el culo de la ciudad, también conocido como Polaroid, que es como se llama el barrio. La gente de Polaroid parece siempre ensimismada, al verte abren mucho los ojos, luego parecen hundirse en el tedio por tu sola presencia, y vuelven a su ensimismamiento. Vivir muerto es ya casi una tradición del día a día en Periferia, y es bastante probable que la vista de pájaro de Polaroid sea el perfil de la Muerte (con su azada y su capucha) dibujada con casas hechas polvo y almacenes sospechosos.
Cubo aparca y entramos en, básicamente, Cubolandia. Hay unos cuarenta tíos sentados en sillas rojas y verdes de plástico (Coca-Cola, Sprite). Sillas que imagino han robado de unas cuantas terrazas. Al paso de los segundos dudo sobre si he acertado de lleno o si solo estoy cavando la tumba de Loreta con esto. Cubo me presenta a algunos de sus colegas. Al parecer son todos escritores geniales e incomprendidos, o editores visionarios y arruinados. También hay algunos libreros, y una sola mujer. Mide como un metro cincuenta y no para de soltar citas literarias. Da igual lo que digas, según ella siempre hay algún escritor que ya lo dijo mejor que tú hace cien o doscientos años. Creo que ella es la única persona del grupo que solo está a aquí en calidad de lectora, así que intenta hacerse amiga mía. Cuando ve que apenas sé recordar citas y que muchas veces no sé muy bien cómo reaccionar a las suyas, vuelve a su silla verde.
El lugar está reconvertido en una suerte de sala de convenciones. Hay un atril, aunque no veo micrófonos ni cables. Cubo me invita a sentarme. Lo hago junto a un tipo con una larga barba que me mira como sin fiarse…, me extrañaría que mi solo saludo siseado no le diera para un par de párrafos rayantes en lo suicida.
Una vez todos situados, Cubo se pone detrás del atril y comienza a vociferar, literalmente. El lugar es tan amplio y de techos tan altos que la acústica es horrorosa. Si baja mínimamente la voz, no se entiende la mitad de lo que dice. Recita de memoria algo de Poe. Creo.
Luego, al estilo de cualquier dictador sudamericano, se ha puesto a soltar un discurso extremadamente discutible, pero con el que la mayoría de los presentes murmura con asentimientos. Todo deviene en algo extrañamente comunista en las formas, pero éstas se acaban reduciendo a ser un vehículo para la solitaria idea de que la única solución ya a estas alturas es la violencia. La violencia como reset, como punto de inflexión.
La verdad es que es muy fácil juzgar a Cubo, a todos estos tíos y a la lectora, pero yo no me atrevería a hacerlo con mucha dureza en relación con ciertos temas. Ya no. Hace ya mucho que no estoy de acuerdo con casi nadie. En el sistema solo parece haber cabida para dos o tres formas de ser, y todas ellas implican el ser un imbécil social, y nada más; y ser apolítico tampoco es inteligente, así que en resumen es todo una mierda, un callejón de mierda sin salida. Como resultado, tenemos la ley capitalista de la selva, y a un jodido montón de gente aterrada simulando que no, yendo de un lado a otro y comprando sin parar para no tener que pensar en nada.
(Y yo que antes creía que todo eso sonaba simplista…)
El discurso, poco a poco, se va adentrando en asuntos editoriales. Y entonces llega el momento de hablar del libro que nos ha reunido a todos aquí. Aún no sé cómo en tan poco tiempo (apenas media hora) Cubo ha conseguido reunir a toda esta gente. Montones de palabras (secta, anarquía, Chávez, Che, ateo …) se amontonan en mi cabeza, y ninguna parece acabar de encajar. Es irritante.
No parece tampoco que haga falta demasiado para convencer a esta gente para movilizarse. Cuando me toca subir al atril para contar cuál es mi plan para salvar los libros y la literatura (y por ende el mundo de la cultura, etc.) en Periferia, aún no sé bien cómo hacerlo. Cómo sonar creíble. Cabe añadir que, por más que esta gente se haga llamar Nihilista, yo no veo mucho nihilismo per se (si no se trata de mi propia persona). Supongo que era otra ironía…
Los que buscan un sicario, aquí lo tienen bastante fácil. Periferia tiene muchos defectos, pero el de no ofrecer facilidades para untar a quien sea sin que haga preguntas no es uno de ellos. De eso va todo esto, ni siquiera las cualidades son tales, solo son más defectos. Creo que funciona bastante bien como resumen a cómo son las cosas ahora.
Lo necesario para llevar a cabo el desenlace de toda esta basura, se compone de mucho dinero (cómo no), agua evian, más hipocresía si cabe, y un poco de Vortalex, el líquido laxante más potente y peligroso del mercado.
Todo eso y dos días de tiempo para mover los hilos.
La sala de fiestas Jolene alberga cada año una gala benéfica. Este año, dos días antes de que Loreta intente que su padre la pille follando con ese mamón, toda la élite de la ciudad se reúne para entregar cheques enormes de concurso de televisión. Todos se hacen la foto.
Este año: “Todos con Etiopía”.
Puede que esté menospreciando capacidades deductivas con esto, pero por si acaso diré que, tanto Portal como Pistón tienen empresas legales de blanqueo de dinero; cualquier delincuente a gran escala te dirá que no puedes robar y extorsionar si no finges llevar una vida dentro de la legalidad. O que al menos es bastante más complicado.
Es una noche de ensueño y han venido todos. Todo está preparado para cenar y escuchar música en directo, para los discursos y la filantropía. Alguno diría que no es solo Imagen lo que se limpia en estos circos contra el hambre y la miseria. Y seguramente no lo es (no a un solo nivel al menos). Los empresarios legales se saludan con los ilegales. O habría que decir más bien: se funden. Aquí todo el mundo sabe quién es todo el mundo. Aquí a nadie le interesa que nada cambie; o sea, a todos les va bien, la idea del cambio es igual a riesgo. Todos se han sacrificado para llegar adonde están. Han trabajado duro. Tanto que incluso se pueden permitir el lujo de ayudar a los más débiles. Eso dirán, y lo peor es que en parte será verdad. Al final todo es igual, lo es a cualquier escala de falsedad. Si Portal y Pistón libraran una guerra en unos días, Portal usaría las armas que Pistón le vendió.
Le he hecho prometer a Cubo que no abrirá la boca si alguien nos da conversación. Tenemos una mesa al fondo. Tres señoritas de la Zona Centro de Periferia nos han preguntado si nos importaba que se sentaran con nosotros. Ambos vamos de esmoquin. Eso de que “aunque la mona se vista de seda…” no es del todo cierto. Incluso Cubo parece alguien respetable hoy. Es importante señalar que te han de ver de cuerpo presente, porque es obvio que la gente que vea imágenes de esto por la tele nos verá como a tíos del montón con pasta, como mucho.
Esperamos a que alguien arrastre su silla, se levante y deambule apurado entre los invitados preguntando por el servicio. Estamos a unos 15 metros de las mesas clave: las mesas de Pistón y Portal, muy pobladas por cierto. Portal va con su séquito y su nueva novia; tiene más o menos la edad de Loreta. Luca Tornasol está en su mesa también. Loreta no ha venido. Pistón va con sus hijas y supongo que con varios de sus tíos de confianza.
Una de las primeras tareas es investigar qué empresa se encarga del transporte. Luego negocias con ella. Siempre hacen falta un par de palés de agua evian; los organizadores ya saben que está de moda en ciertos círculos en Periferia. Ya ni siquiera se bebe vino en estas cúspides. Todos intentan parecer corderitos. O no todos, pero sí los suficientes. Portal y Pistón ponen cara de no haber roto un plato. Todos los hombres de negocios aquí, ya sean mafiosos o pseudo-mafiosos, actúan como si se marearan al ver sangre, o como si les diera manía que alguien hiciera chirriar el tenedor en su plato. No saben la impresión absurda que da eso cuando tienes cincuenta o sesenta años, tu novia podría ser tu hija, y todos, absolutamente todos los tíos que van contigo son matones y lo parecen.
Hoy hay un camionero que mañana tendrá que pensar qué va a hacer ahora que de verdad tiene dinero. Igual que su jefe. Y también que ciertas empleadas de cierta cadena de producción, y sus encargados. Según Cubo, cuando decides soltar la pasta no puedes ser tacaño, no puedes engañar a nadie. Debes hacer que todo fluya, que todos los implicados actúen a sabiendas de en qué colaboran. Él paga, así que era como si se quisiera convencer a sí mismo…
Son dos palés de 720 botellas cada uno. Todas cerradas como uno espera cuando le sirven una, y todas con su ración de agua con Vortalex.
El personal que trabaja hoy en la sala Jolene también tiene que tomar decisiones económicas pronto. Y eso ha sido, aunque de un modo retorcido, lo más divertido del proceso. Son todos chavales, voluntariado. Hoy venían porque a ellos realmente les preocupaba el asunto de los pobres. Eso quiere decir que, probablemente, Cubo y yo hemos hecho que los únicos seres honestos que hoy podían pisar la Jolene, se hayan convertido al espíritu Periferia. Les hemos convencido de que nos ayudan por un bien mayor. Hemos cargado contra los patrocinadores de la gala benéfica y su discutible papel en todo esto. Les hemos vuelto locos con todas las contradicciones éticas del asunto, y al final han decidido que vale, que querían la pasta. Qué coño, se la merecían.
Lo que Cubo cree es que hoy es una buena ocasión para atacar al lobby que mantiene el mercado literario estanco en un paradigma comercial que no le conviene a nadie. Para él es nuestra oportunidad de cambiar Periferia. Habla con tanto entusiasmo de ello que a ratos incluso le creo. Me creo mi propia mentira. (Y no tengo claro si eso es una novedad.)
No sabemos muy bien cuánto tarda en hacer efecto el Vortalex. Según sabemos es cuestión de pocos minutos.
Pero algo bueno estamos observando. Solo hay unas pocas mesas con agua evian, menos de las que esperábamos, pero las que hacen un completo de verdad son las centrales. Eso quiere decir Portal, Pistón y sus respectivas compañías, lo cual incluye unos cuantos esbirros y algunas novias desafortunadas. La verdad es que no podía ser mejor, o al menos no mucho mejor. En realidad lo mejor de todo es que la previsión principal no ha fallado, y es que he apartado a Loreta de la ecuación. Una deducción, la de su ausencia, para la que no había que ser un genio. De haber estado ella no sé qué coño hubiera hecho. Abortar el entusiasmo de Cubo habría sido bastante peligroso.
Mientras Cubo ha estado negociando pocas horas antes con todo el personal de producción y transporte, yo me di una vuelta por este lugar. Bastó con lo que Cubo llamaría calderilla para que dos seguratas me dejaran vagar por todas las instalaciones del edificio. Esto es una antigua sala de baile, una que yo conozco bastante bien, y que ahora se usa para campañas electorales y cosas por el estilo, conferencias, reuniones, reencuentros de ex alumnos y demás. Su principal atractivo hoy es el frío pasillo en el que se encuentran las puertas a los lavabos de señoras y caballeros. Para llegar a ellas hay que salir de la pista de baile (hoy abarrotada de mesas y sillas); hay que caminar hasta el extremo posterior de la sala, cruzar un arco y sus cortinas rojas ampulosas, llegarse hasta la zona de la entrada, luego abrir una puerta anexa a la de la sala de baile, bajar veinte escalones con dos descansillos que implican giros a la izquierda, y finalmente llegar al pasillo que incluye las puertas de los lavabos. Un pasillo toscamente iluminado con fluorescentes cuya única salida es la entrada comentada, y que está lo suficientemente aislado para que puedas hacerle todo el daño que quieras a alguien, si es que ese alguien te deja y ése es tu propósito… La zona de guerra hoy no incluye el lavabo de señoras, pero sí todo el pasillo, y obviamente el lavabo de caballeros. Ambos lavabos son amplios, y están justo debajo de la sala de baile. Es importante no olvidar que cada habitáculo del lavabo cuenta con su ventana de ventilación, algo que parece más racanería que otra cosa. Dan a la calle. Esto mantiene el lavabo frío de cojones en invierno, y que yo recuerde nunca ha sido de otra manera. Digamos que esas ventanitas por las que no cabe un adulto pero sí el cañón de cualquier arma, son la clave. Todo el lujo del edificio se concentra en la sala de baile, el resto es como salir del sueño.
Las chicas que se han sentado con nosotros no parecen entender por qué no les hacemos caso. Son de ésas que pululan por Periferia presumiendo para sí mismas de que saben oler la pasta. Han elegido la peor mesa, aquí solo Cubo tiene pasta (la única vez que me ha hablado de mujeres las definió literalmente como: «cabronas que se hacen las dignas mientras te joden la vida sin problema amparándose en el hecho de que son mujeres y lo duro que es eso»).
Ambos estamos atentos a otras cosas de las que dependen… bueno, no sé muy bien qué, en mi caso el intento de darle una vida distinta a Loreta. Cubo sin embargo nada en ese nivel de fanatismo que yo nunca he entendido; algo que parece poco afín a la pasión, que parece que más bien dejó de ser pasión o algo con sentido hace ya mucho, y que ahora es solo cabezonería y enfrentamiento, lo cual parece definir el 99% de su vida. Es algo que se parece ya más a un nacionalismo que al amor por la literatura. Es ese perfil de fanático que, cuando topas con él, no puedes imaginar en qué ocuparía su tiempo e ilusiones si lograra lo que quiere; como si la vida de ese tío luego tuviera pocas opciones de tener mucho sentido, ya que el logro después de la lucha le ha dejado sin lucha, cuando casi lo único que entendía por Existencia era esa lucha. Esa forma de vivir sigue siendo muy popular, y diría sigue frenando muchas oportunidades de individualismo bien entendido.
La chica que tengo a mi derecha me pregunta qué llevo metido en la oreja.
Yo hablo más que nada con Toni, uno de los tiradores. Cuando le contamos que a partir de cierta orden tenía que disparar a quien entrara en el lavabo, dijo: ¿Estáis zumbados?
El micro lo tengo en un botón. Cubo también va equipado, el habla más con Renato, un sesentón que comparte fanatismo con Cubo, aunque por otras cosas.
Hay más tíos, y todos reciben ordenes de Toni y Renato.
Los que buscan un sicario, aquí lo tienen bastante fácil. Joder si lo tienen.
La gente de Cubo está por toda la sala. Todos llevan sus pinganillos y todo el tiempo todos nos escuchamos a todos. Lo principal es todo lo que acontezca en relación a Portal y Pistón.
La chica que insiste en hablar con Cubo se acaba llevando una bofetada. Algo que Cubo odia es la conversación banal. La conversación que solo sirve de envoltorio o excusa para otras cosas.
Uno de los esbirros de Pistón se levanta. Se dirige hacia la parte posterior de la sala. Varios de los chicos de Cubo comienzan a hablar a la vez. Cubo se encabrita y dice que la próxima vez solo hable el que vea más clara y desde más cerca la situación, o se cagará en los muertos de todos. La chica a su lado dice: ¿Estás chiflado?
–¿Cómo te llamas? –le pregunta Cubo, ya auténticamente cabreado por la tensión.
–Jessica.
–Ajá. Puedes hacerme un favor, cariño, ¿si vas al lavabo puedes ir al de caballeros?
–¿Para qué iba a ir al lavabo de caballeros?
Una chica que tuviera integridad se habría ido después de la bofetada, pero aquí eso de la integridad es como un duende, como el Hombre de las nieves. Han oído hablar de ella. O como mucho es un recuerdo.
Oímos el chasquido apagado del disparo en nuestros pinganillos. Miramos a nuestro alrededor con disimulo; todo el mundo cena tranquilamente. Renato le ha disparado en la cabeza; el cadáver ha quedado sentado en el retrete . Renato y Toni no solo son matarifes, son francotiradores. Lo que hacen hoy es casi una ofensa para ellos, una ofensa profesional. Subidos en varias cajas para tener visibilidad del interior del lavabo. Esperando a gordos asquerosos podridos de ambición. El único reto es asesinarlos de un solo tiro. Eso sí, si el agua le hace efecto a demasiada gente antes que a Portal y a Pistón, los cadáveres irán ocupando cada vez más habitáculos, y cada vez habrá más muertos en el lavabo. Y por tanto también gente esperando en la sala de baile a que vuelvan sus acompañantes. Esto quiere decir que, tal y como lo planee, si comienzan a morir mujeres es porque la cosa se ha puesto fea.
Otra vez todo el mundo habla a la vez por sus micros. Pero esta vez Cubo no dice nada. Pistón se ha levantado de su silla. Tiene cara de culo sudoroso. Habla con alguien, suponemos que preguntando por el servicio. Todo parece indicar que se está cagando, y no que sospeche algo sobre su esbirro desaparecido. Alertamos a la gente de Toni y Renato. Unos de los peces gordos va directo al cagadero. Pistón, que me hizo cavar la tumba de un desconocido… Nadie debería pasar por eso directamente; hay un proceso, joder, y uno acaba viéndolo por el telediario. Un esbirro de Portal se levanta también. Y poco después la novia de Portal. El Vortalex está comenzando a actuar de verdad. Los chicos se animan.
Pasan dos minutos y oigo un chasquido. Toni me dice que ha matado a Pistón; ha quedado también muerto mientras cagaba. Incluso los momentos decisivos pasan igual que los más monótonos, pasan y eso es todo, uno tiene que digerirlos y seguir con su vida. Me siento como si acabara de morir Bin Laden en la Jolene, eso sí. Pero aún queda el más peligroso. Las chicas de nuestra mesa siguen sin entender nuestras reacciones mal disimuladas. Ni siquiera saben aún qué llevamos en la oreja. Una de ellas está segura de que son judías blancas. El esbirro de Portal y la novia de Portal al parecer tenían planes de ponerle unos bonitos cuernos (o acrecentarselos) a Portal en el lavabo de caballeros. Toni los ha fulminado con sendos tiros, él lo ha recibido en la nunca, ella en la cara. Si Portal se preocupa lo más mínimo por su novia debería alterarse ante su tardanza. Estos trastos, los micros y la judías blancas han sido obra de la gente de Pretecnotimes; es el equipo más caro del mercado. La chica que tengo al lado me pregunta a qué me dedico, creo que lo ha hecho ya varias veces y la he ignorado. Le digo que trabajo en una asesoría. «¿Y eso da mucha pasta?», replica ella, «suena a que da mucha pasta…». Ni siquiera estoy seguro de lo que hablo cuando digo eso, lo de asesoría me sonaba serio, a trabajo que acaba teniendo la típica persona cuya idea de la madurez consiste en conseguir un oficio gris de relativo alto perfil del que hablar lastimera y sarcásticamente en las cenas. La verdad es que eso no te da necesariamente credibilidad en Periferia, pero cuando oyen una palabra que no entienden dejan de preguntar.
Portal se levanta de su silla al final, pero el muy cabronazo parece aguantar bien el agua. Mira hacia la parte posterior de la sala, sin duda intentando ver si vuelve su novia. En eso, nos ve de pasada a Cubo y a mí (Cubo está sudando como un cerdo). Le saludamos con la mano, intentamos sonreír. Por suerte no intenta venir hasta nosotros. En ese momento un Potentando empresario que tiene el monopolio de la electricidad en la ciudad, entrega un cheque en el escenario. Hay dos ONG’s que, en teoría, administrarán la amabilidad de hoy. Se disparan los flashes. Cuando estalla la música, es casi insoportable de tan alta como está.
Portal se levanta y se dirige hacia la salida. Todos los chicos de Cubo comienzan a parlotear, mi judía blanca vibra en el oído. Cubo atisba a uno de los que tiene más cerca, se levanta y le da una colleja brutal; nadie a su alrededor entiende nada. Luego, en lugar de sentarse, se va detrás de Portal.
–¿Qué haces, tío?
–Voy a encargarme de que ese capullo acabe en el lavabo.
Su silla está mojada por el sudor. Me quedo con las tres chicas, a cual más estúpida. No sé qué hacer, así que me quedo paralizado y escuchando, toda mi atención en la judía blanca. Las chicas siguen creyendo que le hablo a mi pecho porque soy un «encanto», que es su forma de decir que soy retrasado. Yo no llevo ningún arma, Cubo sí, concretamente una pieza que me dejó coger y que pesaba como un bebé con silenciador. Estoy temblando. Primero miro qué tengo enfrente. Nadie se levanta, El Vortalex parece más lento de lo que nos habían vendido. He perdido la señal y no oigo nada con la judía blanca. Histérico ya, me levanto y me dirijo hacia la parte posterior de la sala. Camino raudo y llego a las cortinas rojas.
Abro la puerta anexa que me lleva escaleras abajo hasta el pasillo de los lavabos. Me pregunto qué tarea de vigilancia de mierda han estado haciendo esos tarados de Cubo, ese ejercito suyo, en qué coño han colaborado, y sobre todo, para qué han venido. Bajo las escaleras con sigilo, no quiero que nadie advierta que se acerca alguien. Huele a quemado. El pasillo está vacío, pero todo esto apesta. Abro la puerta del lavabo de caballeros…
La imagen es dantesca. Cubo está tirado boca arriba, con el estómago reventado y la cara quemada. Tiene su pistola en la mano aún. La mayoría de los habitáculos han reventado, están destrozados porque obviamente aquí ha explotado algo, algo de la fabricación de Cubo. No oigo ruido de los francotiradores. La bomba los debe haber dejado al menos aturdidos, puede que hayan huido si alguno de ellos ha muerto, o si han visto que la situación se descontrolaba. El humo aún es muy denso, pero, al fondo del lavabo, Portal parece yacer de rodillas, seguramente le piten los oídos. La parte derecha de su cuerpo está quemada, al menos la ropa. Sujeta con las manos algo, un fardo, y suspira. Entonces oigo claramente la frase:
–Me debías un polvo, zorra…
Lo que hace al parecer es follarse el cadáver de su novia, cuyo estado prefiero no describir. Tengo la sensación de enfrentarme al fin a la faceta de Portal que explica lo que ha hecho con su vida. Cojo la pistola de Cubo. La chaqueta de Portal está en el suelo, de su interior cuelgan dos bombas, algo parecido a granadas, pero el material de Cubo siempre tiene modificaciones. Me acerco lo más posible. Paso a paso insonoro. Encañono la cabeza de Portal. No dejo que se corra.
Techos y paredes de hormigón aislante, entre otras cosas, y cierto tipo de explosión a “pequeña” escala. Cuando la judía blanca vuelve a funcionarme, les digo a los tarados de Cubo que salgan echando hostias hacia sus casas. Voy hacia mi coche. Tengo gotitas de sangre en la cara y la camisa, en la chaqueta no se ven. Tengo los nervios de punta. Al final me he quedado solo, ni rastro de francotiradores, y el GNM ha resultado ser una farsa, no sabían ni lo que hacían, y desde luego no tenían nada parecido a iniciativa, o al menos sangre para actuar. Me recordaban mucho a… a casi cualquiera en realidad. Y no son tan distintos a mí, pero de alguna forma yo había ideado todo el rollo, y tenía que saber al menos qué estaba pasando. Así es como funcionan las cosas que uno planea mirando al techo, nunca como uno tenía previsto, pero funcionan.
Conduzco ya mas relajado. No me siento tan en peligro como creía, pero las sensaciones no valen nada la mayoría de veces. Decido que voy a ir a mi apartamento. Voy a tirar la ropa que llevo puesta. Necesito ducharme. No me siento tampoco como pensé que me sentiría si mataba a alguien algún día. Supongo que el hecho de que el tipo se estuviera follando el cadáver de una mujer ha ayudado. La verdad es que me alegro de haberme perdido la escena final, de haber llegado cuando ya solo quedaba su epílogo. Eso sí, si no hubiese bajado a los lavabos quizá ya estaría muerto. No sé qué he cambiado, pero por fuerza algo ha tenido que mejorar. Me salen las cuentas. Lo de Cubo no estaba previsto, pero al menos hay tres gilipollas menos en la ciudad: tres de los más gilipollas. Al menos, gilipollas de los que yo archivaría en la categoría de «dañinos».
Pensé que me sentiría mejor con eso, pero todo ha sido tan sucio, tan de Periferia, que al final quizá lo mejor que he conseguido se reduce al hecho de haber cerrado al menos el capítulo.
Pasaré unos días en el apartamento, y veré cómo va. Le debo una novela a Cubo, y creo que intentaré despertar esa parte de mí. (La verdad, ni siquiera sabía cómo iba a solucionar ese asunto de la novela imaginaria.)
Tomaré precauciones, obviamente, pero de momento prefiero no moverme. Puede que sea mera negación, los esbirros que quedan por ahí no son nada buenos para la salud; pero ahora lo veo de otro modo, dudo que tengan lo que hay que tener para tomar decisiones y apasionarse; puede que el ver a esos capullos del GNM me haya hecho replantearme ciertas cosas. El ganado siempre es ganado. En la calle, en las mafias, en las universidades… Cuando se encuentran con el mundo en crudo, de repente se descubren como seres humanos, complejos y emocionales, y no saben hacia dónde tirar. Así es como acaban siguiendo a la mayoría vaya donde vaya.
Al menos –y paradójicamente– hoy me siento un poco menos como Linda kasabian (la verdad, uno de mis mitos personales). Linda, que acompañó a ese grupo de Charles Manson, esas dos chicas y aquel hijo de puta. Aquéllos que mataron a aquella dulce Sharon Tate embarazada; ese cadáver embarazado junto a esos otros amigos también muertos, todos con decenas de puñaladas. Y Linda Kasabian lo oía todo desde fuera de la casa, los gritos desgarrados, esa gente que quería salvar sus vidas, y Linda no hizo nada. Solo se quedó al margen, no lanzó ni un solo improperio a los suyos, solo lloró; no avisó a ningún vecino ni alertó para que nadie llamara a la policía. Solo esperó y se escandalizó, e hizo eso a lo largo de los años. Como todos hacemos con todas esas cosas. Todos fuera de la casa mientras dentro hay gritos desgarrados… provocados por los nuestros.
Ya en el apartamento, le quito el polvo a una máquina de escribir. La intención es dejar un sobre en persona en el buzón de Loreta. Principalmente para pedirle perdón por haber matado a su padre. Pero a medida que la carta avance, en fin, veremos lo que la carta me pide.