Archivo por meses: marzo 2013

Cosa diaria (10 de 10) – kateUptonAlipsis Now

Señorita Asterisco, quería que recibiera este terrible correo. Quería escribirlo antes de decidir qué voy a hacer durante el siguiente minuto. Creo que usted puede ayudarme con algo. Hay una especie de moda entre mis alumnos. Están en esa época en la que se descubre la masturbación, entre otras cosas. Están deseando llegar a casa para decirles a sus padres que no les molesten cuando cierren la puerta de la habitación. Creo que tienen cierta predilección por una modelo rubia en concreto. Ayer encontramos a un chico sangrando por el pene. Los demás alumnos lo encontraron así al llegar del recreo, el chico miraba la pantalla de su Iphone y su mano ensagrentada. La foto que se veía en el móvil era la de esa modelo que le decía. Se llama Kate Upton. Tengo entendido que ha causado ciertos estragos mediáticos en su país. Quizá piense que eso no es importante. Cada uno piensa lo que puede. Yo sé que soy irritante. Pero necesito aun así que me asesore. Y quizá también que quedemos un día y cenemos juntos y hagamos toda esa comedia y luego de hacerla podamos hacer lo que yo quiera. Señorita Asterisco, perdone que divague. Yo también he entrado en un bucle masturbatorio con esa rubia. Mi mujer se ríe de mí y la llama mi novia. Mi mujer es fea y vieja ya, no como usted, Señorita Asterisco. La verdad es que a veces me dan ganas de matarla, a mi mujer; de matarla de verdad, de verdad, de verdad, VERDAD, Señorita Asterisco. De hecho a veces entro en la cocina y casi sin querer hago una especie de inventario de cuchillos y navajas, y ella no lo sabe, y eso me hace sentir bien. Cree que soy inofensivo, y eso es casi inaguantable para mí. La odio con todas mis fuerzas, no como a usted. Ya no quiero tener sexo con ella, sino con usted. Ya casi estoy terminando mi tratamiento y se dice que he hecho grandes avances y que no hace falta que deje de dar clases a los críos; aunque no es vocacional, no con esos estúpidos niñatos… pero dicen que es equilibrado que mantenga ese trabajo para yo poder mantenerme equilibrado. Llevo 15 años dando las mismas clases de Matemáticas y de Lengua, Señora delicioso Asterisco. Pero no quiero desviarme del tema, aunque no le prometo nada, y aunque me han dicho también que mis problemas de dispersión expositiva crónica ya son mucho menores que hace un año cuando comencé a sentirme realmente raro debido a esos programas de televisión y a que esas concursantes, especialmente las mayores de 50 años, me ponían realmente a tono, y miraba a mi mujer y me daba autentico asco en comparación, incluso aunque a veces objetivamente fuera más guapa que esas concursantes, ¿sabe, Señorita Señora Asterisco, Señora? Como ve aún no llevo del todo bien lo de no proponer o insinuar sexo todo el tiempo, pero creo que con usted es distinto. Es agotador ser normal durante el día, llego a casa a punto de reventar, y encima me toca seguir fingiendo que soy normal con mi mujer, y estas cartas que le envío son la vía de escape para no hacer algo mucho muhco muchoc muhcoco muhgo mujggo muchio peor, Señorita Asterisco, Señora. Y ya me he vuelto a ir por las ramas. Lo que decía, la rubia, los críos, yo, kate Upton, mi mujer, los cuchillos. Creo que mi nueva tendencia de tocarme viendo las fotos de una sola mujer solo significa que he encontrado en usted un apoyo, un apoyo emocional, el único; sé que usted dejó mi caso y se lo pasó al Señor Punto y Coma porque estaba agotada, pero tengo la esperanza de que con cada carta que le mande pueda ver que estoy mejorando sustancialmente. Por usted. Porque usted fue la que me apoyó cuando quería escribir esa novela romántica sobre ese tío pederasta, fue la única que estaba dispuesta a leerla, y ni tan siquiera dudó de que yo no escribía esas cosas para masturbarme, y como ve sigo masturbándome, pero nunca así, ahora por ejemplo lo hago con esa rubia que creo que tiene veintipico años y es completamente legal e incluso mayor para mis alumnos. Creo que el profesor nuevo y la profesora joven de francés están planeando algo contra mí. ¿Ha visto ese concurso nuevo de la tele?, no recuerdo cómo se llama jkj cgh..gshf… Disculpe, pero sigo haciendo eso de vez en cuando, y sigo haciéndole caso y dejando lo que salga cada vez que dejo caer repetidamente la cabeza contra el teclado, aunque ya casi no lo hago, y sé que prefiere que relea y luego le resuma en una serie de puntos qué partes del texto son anómalas y cuáles no lo son y por qué. Pero ahora mi problema mayor es que no dejo, al igual que mis alumnos, de tocarme con esa rubia, y creo que el motivo principal es que la chica desprende una energía parecida a la que desprendía usted en mis sesiones, a veces incluso parezco notar su olor viendo sus fotos y es el mismo olor que el de usted. Sé que nunca me mostré interesado con usted, pero ahora llevo ya varias semanas llegando al orgasmo mientras me imagino que usted se sienta en mi cara, entre otras cosas. Y no le cuento nada de esto a mis alumnos y ni a mi mujer ni a mis hijas. La mayor está bien, por cierto, pero la pequeña… con la pequeña tengo sueños extraños, pero no sueños eróticos, quiero insistir en que yo no fantaseo con niños, son sueños en los que la meto (a ella) en una especie de batidora muy grande y la niña queda atrapada por el pelo y luego por la cabeza y luego por el resto del cuerpo y yo no dejo de reír, y luego me despierto sudando y mi mujer me calma, y cuando me abraza y no puedo verle la cara imagino que es usted la que me abraza, y muchas veces tengo que coger mi teléfono y buscar una foto de esa rubia americana y volver a tocarme. Me toco unas seis veces al día, mucho menos que antes. Dfddf……..
Me compré una pistola. Me costó mucho conseguirla. Ya sabe que estoy en contra de las armas, pero solo era para uso propio, para usarla contra mí. Pero ahora ya no me parece una buena idea, porque hace dos semanas estuve navegando en internet y había fotos nuevas de kate Upton. Me preocupa un poco eso. Esos cambios de opinión. ¿Cree que son algo de lo que preocuparse? En realidad no iba a atreverme a usar la pistola, así que la tiré. Porque seguía teniendo ese sueño de mi hija pequeña, y era cada vez más vívido, y luego soñé que la mataba con la pistola para que no tuviera que sufrir el calvario de la batidora gigante, aunque fuera yo el que la usaba. Y eso hizo que volviera mi problema de lloros, aunque ya casi lo he vuelto superar. No me había dado desde aquella vez en que estuve dos horas hablando a mis alumnos de “El perfume” de Patrick Süskind sin parar de repetirles que está mal matar a chicas para capturar sus esencias para fabricar un perfume, pero ya conoce la historia. Señorita Asterisco, de verdad quisiera quedar con usted y que me dejara desfogarme, podría hablarme en inglés mientras lo hacemos y quizá al final habría superado todos mis problemas. Sería una especie de experiencia catártica. Y estoy seguro de que a su marido no le importaría si no llegara a enterarse nunca. Debe saber que tiene en mí la oportunidad de tener una aventura, y que de todas formas nadie importante me creería si yo dijera que la he tenido, ya que todos piensan que mis gustos son cercanos a la pederastia, aunque yo me conforme con mayores de edad jóvenes, quizá simplemente porque mi mujer ya es vieja como le he dicho, y fea, y madre, y está ya bastante deformada vaginalmente, y no tiene ninguno de esos encantos femeninos y tersos de la chicas jóvenes, que incluyen vaginas casi infantiles y pequeñas por las que no ha tenido que salir la cabeza de un bebé dos o tres veces. Sé que no tiene intención de quedar conmigo y quizá ni lea este correo, pero le sigo agradeciendo que no haya vuelto a llamar a la policía. Creo que por eso hace mucho que me atrevo a proponerle una cita y puede que sexo, porque casi seguro que no leerá esto, y creo que su estado de negación respecto a mi existencia va viento en popa. Debo decir que he golpeado el teclado dos veces con la cabeza y que una de ellas me he hecho daño de verdad y ahora la sangre está haciendo que me pique el ojo derecho. Creo que tengo que acabar aquí. Mi mujer dice algo. Puede que pase antes por la cocina para calmarme. Solo quiero decir que debería usted agradecerle a esa chica rubia el que ahora mis alumnos y yo estemos obsesionados con ella, ya que eso fue lo que hizo que dejara de enviarle esas fotos que a usted tanto le molestaban. Señorita Asterisco, haga el favor de seguir existiendo y de hacer todas esas cosas que hace aunque yo ya no sepa cuáles son. Mantengo la esperanza de que me vuelva usted a tratar un día y que haga las paces conmigo y me ayude a centrarme para que yo pueda ayudar a las mentes del mañana. Quiero tener sexo con usted. SEXO….fgdb. Me permitirá que no haga el ejercicio de revisar el texto y hacer una lista de lo que yo considere inconveniencias. Ya sé que las hay, y como digo es probable que ya no lea usted mis correos. Creo que quiero morir o que usted se muera, no lo sé, o no, no me haga caso. Mi mujer grita que tengo que llevar a la cría al parque. Toca ser normal otra vez. Tengo que curarme la herida de la cabeza, creo que me he excedido esta vez. Ya me disculpará la erratas si llega a leer esto. Quiero sorberla.. Adiós. ADIÖS.

upton g

Cosa diaria (9 de 10) – Pollas gordas

Salía R de un recital de poesía fonética, e intentaba explicarle a M cómo toda esa «muestra de sonoridad» le había llegado a lo más hondo del alma (y esto no era mera verborrea para intentar meterse en las bragas de M, sino que quería ser un sentimiento real, lo cual le preocupaba más a M que si hubiese sido lo de las bragas). Y M se encendía un cigarrillo y sonreía e intentaba cambiar de tema a cada rato sin éxito. El asunto con el que M intentaba cortarle tenía que ver con cierta idea que se le había ocurrido. Estaba relacionada con folletos de pega de publicidad de una clínica ficticia de alargamiento de pene; lo que ella quería era diseñar esos folletos falsos y dejarlos en los parabrisas de cierto tipo de coches enormes que a veces se ven por ciudad, esos coches cuyos propietarios parecen intentar compensar algo erigiéndose como propietarios de los mismos. Pero R no dejaba de reproducir poemas fonéticos; la gente comenzaba a mirarles por la calle. M se preguntaba en qué momento había decidido quedar con él, en qué momento había cedido dejándose llevar por cierta inclinación del muchacho a cierto tipo de activismo (o eso decía él). Él no paraba de esforzarse para que ella sintiera lo mismo que él había sentido en el recital, y cuanto más lo intentaba más convencida estaba M de que todo ese rollo de la poesía fonética no era más que una farsa posmoderna disfrazada de arte subversivo para engatusar a licenciados con foulard que encajaran con el perfil de R, el cual no parecía consciente de que, al mostrarse tan efusivo y extrañamente receptivo de inmediato con cierta clase de perfomances, lo único que hacía era lograr casi siempre que sus interlocutores comenzaran a fascinarse mucho más con lo gilipollas que él resultaba que con el contenido de cualquiera de los monólogos que soltara.
R era profesor de primaria. M intentaba desgastar el Sistema. Habían quedado en las puertas del teatro; así que ahora, a la salida, y puesto que M no tenía coche, R se ofreció a llevar a M. El coche de R resultó ser enorme, de modo que M decidió no comentar lo de los folletos, aunque en realidad ya había decidido no volver a quedar con R y así no acabar en algún otro tipo de espectáculo con el que luego él se mostrara así de entusiasmado (o todo lo contrario). M había conocido a varios tipos como R. Eran supuestos seres sensibles cargados de carácter y cierto criterio propio, pero no, el problema es que todo eso solo era una Intención; intentaban a toda costa resultar seres sensibles cargados de carácter y cierto criterio propio. Esa impostura extrema no significaba necesariamente que esta clase de tipos no tuvieran criterio o carácter propio alguno, pero muy a menudo el que tenían no encajaba con el que se llevaba en ciertos círculos de los que ellos querían sentir que formaban parte. Las grandes ciudades, las más cosmopolitas, estaban a rebosar de tíos así. En opinión de M ésa era la gran desventaja de las grandes urbes, los niveles de impostura y falsedad estaban por las nubes, por esas nubes llenas de mierda que las coronaban. Tal era así, que cuando ella estaba con un tío así, sabía que su opinión tras ver una obra jamás sería dubitativa o prudente. Enseguida solían soltar toda una serie de críticas o teorías muy positivas o muy negativas en relación con lo que fuere que hubiesen visto; teorías que habían estado ensayando mentalmente mientras veían la peli, o mientras paseaban por la exposición recomendada de turno. M tenía miedo de que las mentes modernas y jóvenes supuestamente más abiertas y receptivas actuales no fuesen más que un pozo sin fondo cada vez menos sutil de ego (o humildad prefabricada).
No es que a ella le gustaran los idiotas que le metían mano en todo momento y solo tenían serrín en la cabeza, pero tener demasiado cuento era igual de malo que tener demasiado poco.

M no se salió con la suya, al final no quiso. Continuó saliendo con R. Había distintos motivos para ello, pero el principal era que se sentía muy necesitada sexualmente. Aunque sabía que R no era ni de lejos alguien con quien ella se pudiese plantear tener algo serio, al menos sabía que no era ninguna amenaza. De hecho, era incluso manejable, manipulable; era un listillo pretencioso a muchos niveles, pero jamás le llevaba la contraria a ella. Una amiga de M había sido la Celestina que los había contactado. Y por más que M jamás lo hubiese reconocido en voz alta, lo que la había impulsado a quedar con él era que su amiga ya había estado con él, y al parecer el muchacho tenía una de esas pollas gordas…; no era exageradamente larga, pero sí bastante gorda. En opinión tanto de M como de su amiga, ésas eran las mejores pollas.
M estaba haciendo un papel, pues, pero al ver hasta qué punto hacía un papel también el chico, no se sentía en absoluto como alguien que estuviese mintiendo o llevándose la historia a ninguna cama.
El plan era: tres o cuatro polvos y adiós muy buenas, pero M topó con dificultades para llevarlo a cabo. El caso es que el chico realmente quería impresionarla. M estaba convencida de que él no estaba enamorado ni nada parecido; lo que le pasaba, según creía ella, era que ese personaje que interpretaba ya le había comido demasiado terreno a la persona que él era, y el chaval se estaba comenzando a anular a sí mismo. M no pensaba que eso fuera nada raro o extraordinario, la mayoría de gente hacía eso con sus vidas, era solo otro modo de negación, el más actual, seguramente casi todas las personas llegaban al lecho de muerte siendo un extraño, alguien que no tenía nada que ver con quien eran de verdad. Es algo inquietante dicho así, pero M estaba convencida de que en el fondo todo eso ya era pura cotidianidad.
Los baches para conseguir el pene de R, se basaban en cierto procedimiento que él quería seguir. El mismo estaba basado en la idea de que ella entendiera que él la respetaba. R quería tener una relación con ella; no porque la quisiera, sino simplemente porque quería tener una relación, y en ese momento M era la chica más cercana en esos términos (o eso creía él). Ni tan siquiera parecía que el chaval estuviera buscando sexo de ese modo masculino en que algunos tíos proceden para agenciarse algún tipo de “follamiga”. Lo que él quería era tener novia; basándose en la idea de que es mejor estar con pareja que estar sin ella; idea que encierra, en opinión de M, toda una serie de convencionalismos “emocionales”, lo cual se resume con el principio de que el sexo siempre ha de ser especial, de que siempre ha de haber “algo más”, etc.
M tuvo que soportar un par de exposiciones tediosas, tres conferencias increíblemente aburridas y pedantes y otras tantas películas de discutible calidad reconocida. Pasaban los días y el chico seguía haciéndose el digno, seguía con su idea de cimentar la relación, de asentarla, de convertirla en algo existente antes de culminar esa especie de prólogo al noviazgo con el primer encuentro sexual. M al principio creía que quizá en la segunda cita el chico ya querría meter mano de verdad. Pero no fue así, ni a la segunda, ni a la tercera. En otras ocasiones no se daban las circunstancias para que el sexo llegara de esa forma “natural”, él tenía algo que hacer o ella no podía quedar a una buena hora. El chico se mostraba insistente mandando mensajes y haciendo lo que él creía que tenía que hacer para “cocinar” la relación, para cocerla a fuego lento, sin precipitarse. Esto era tan obvio que a M le parecía patético, o casi más triste que patético. El chico no leía nada extraño en su mirada. Parecía estar encerrado en sí mismo llevando a cabo su plan. Se habían besado varias veces, aunque no sin cierta ceremonia, cuando él la dejaba a ella en casa, y siempre llevando a cabo una especie de danza ritual de sonrisas y hasta guiños. El chico no sabía que en lugar de estar ganándose una novia que cada vez le quería más, estaba haciendo peligrar unos cuantos polvos con alguien que ya llevaba camino de despreciarle. Para M lo de R no era solo una actitud irritante, era casi el resultado de un proceder tradicional y totalmente vacuo que guiaba la vida de mucha gente, y que no era más que una herencia rancia que solo alimentaba esa autoanulación que las personas llevaban a cabo consigo mismas. La sola idea de que este tío pudiera tener hijos algún día y que ellos le hicieran el más mínimo puto caso, hacía que comenzara a sentirse realmente mal.
Si no hubiera sido porque ella misma estaba siendo falsa; si no hubiera sido porque el chaval era así porque creía que ésa era la mejor forma de ser… en fin, a veces había que hacer ciertos sacrificios por una polla gorda. O bien Dios les dio pollas gordas a esta clase de tíos –pensaba M– por ese sentido del humor entrañable que tiene Dios.

Al final, después de cuatro semanas saliendo, que incluyeron al menos cinco o seis ocasiones claras de sexo potencial, M notó que algo se avecinaba. R quería pasar un fin de semana fuera con ella. Sus padres tenían un apartamento en los morros del mar. M fue descubriendo que la familia de R podía tener muchas cosas si las quería; y las querían. No era raro deducirlo del comportamiento del chico; toda su vida, incluida la vertiente emocional, parecía un cuadro pintado por numeración.
Lo que M pensó fue que en ese fin de semana, R, calculadamente, atacaría. Hacer ese plan era como montar todo un ritual (otro más) para que «la chica» se sintiese segura, y nunca presionada. Las formas de R tenían la discutible cualidad de ser tan sutiles como obvias. M se podía imaginar las cuatro semanas que habían pasado juntos en un Excel. O en una agenda Moleskine;

Viernes 12.

Apartamento en la playa.
9;30: Cena romántica en el Restaurante Pre-relaciones carnales.
12;00: relaciones carnales.
12;04: abrazos masculinos.

Cuando llegaron al apartamento M ya lo tuvo claro. Era enorme, tenía hasta una chimenea, que sin duda R usaría.
R trajo vino y preparó la chimenea. A esas alturas M ya tenía ganas de darle un puñetazo. Y lo peor es que se estaba comenzando a odiar a sí misma por provocar todo ese circo.
Luego no cenaron fuera. R hizo la cena. Era una posibilidad. Hombre con habilidades culinarias; hombre que cocina para la chica. Si hubiera sido algo espontáneo hasta le podría haber parecido tierno a M, pero solo era otra casilla marcada más. El tío era como acercarse a un rosal precioso y al intentar oler una rosa descubrir que el rosal es de plástico. Y lo peor es que no parecía ser consciente de ello, de verdad no lo parecía, ni siquiera era un “espabilado”. Su plan era honesto, sincero, solo que dentro de un marco asépticamente académico, numérico. M pasó de una inicial sensación de odio en el apartamento, a sentir una especie de curiosidad malsana. Quería saber cómo iba a montárselo el chico. Cómo procedería para llevar a cabo acciones como tocarle el culo o las tetas, o cómo haría para ponerse el condón. Si sería capaz de hacerle un cunnilingus. Si pediría perdón de producirse una ventosidad vaginal o un pequeño lío de posturas en la cama. Joder, incluso le resultaba de lo más inverosímil que el muchacho pudiera prestarse a algo tan ancestral y “sucio” como el sexo.
La única forma de hacer que ello cuadrara, era verlo en ese auto-contexto hipócrita de Moderno que en realidad es clavado a su padre.

De la mesa de la cena pasaron al sillón de los preliminares. Era como un telefilm, pensó M, como una de esas pelis eróticas que pretenden poner cachondo al personal pero que solo tienen gracia vistas con amigos, en modo burla. Con esos actores de mandíbula cuadrada y con la mirada vacía. Con esas actrices supuestamente atractivas. Esos planos a contraluz con la chimenea; la mujer mirando al tipo como si el tipo transmitiera algo con la mirada, el tío tocando a la mujer como si estuviera desactivando una bomba… Mucho se temía M que ese sería el estilo de R.
M tenía que reconocer que el chico no besaba mal; excepto que en algunos momentos era tan delicado que la muchacha se sentía como si la estuviera besando una mujer…
La tenía rodeada con los brazos, pero no bajaba ni subía de la cintura. M se separó de él, se puso de pie y se quitó la ropa sin preocuparse por parecer sexy. R hizo lo mismo sentado en el sillón. M pensó que se lo follaría ahí mismo. Sería su primera aportación sincera al noviazgo, y probablemente la primera en general. El chico se fue murmurando que iba a por los condones. En seguida regresó.
M estaba completamente desnuda, y quería ver ya ese famoso pollón. Quería hacerle una mamada, comenzar a sentir algo por fin con ese tío. Recitaría poesía fonética con su polla en la boca si eso hacía que se le pusiera dura.
Y… sí, acabó por pensar en hacerlo.
R tenía una buena polla. Es decir, incluso en reposo resultaba amenazante. Pero ese día la polla de R, incluso sin ser el motivo por el que R se había comprado un coche estúpidamente grande, pues bien, no erectaba, no se le ponía dura.
Se toqueteaba e intentaba despertarla, pero no había manera. M le dijo que ella podía intentar… pero nada, R no quería saber nada de ayudas externas, su orgullo estaba cayendo en picado. Todo su plan de cuatro semanas. Su sangre no se distribuía como él tenía planeado ese día a esa hora.
12;01: Polla dura, pensó M.
R no había podido hacer cálculos con la naturaleza. Y aún se puso peor cuando a M se le comenzó a escapar la risa. Y lo que al principio fue solo un escape, se convirtió en un ataque de risa. El momento más embarazoso en la vida de un hombre.
01;00: Nada de nada.
R se arrodilló lejos del sillón y se machacó el pene a base de bien. M se tapaba la boca para que no se oyeran sus carcajadas.
01;30: Nanay de la China.
R empezó a sollozar. Era comprensible desde su punto de vista. Fracasar ya era frustrante de por si, pero aún daba más rabia no poder controlar alguna faceta de la vida. Así lo veía él, M estaba segura, y no podía dejar de reír. Por primea vez una polla flácida le estaba pareciendo una celebración de la vida. De la vida tal y como ella la entendía. Ese pimpollo fracasando era un motivo tan bueno como cualquier otro. Un polla gorda no servía de nada si no se alzaba. Lo importante es que era algo inesperado, un giro de guión que nadie había planeado, algo natural, espontáneo, crudo.
Así que mientras el chico seguía tocándose sin conseguir nada, M se comenzó a masturbar.
Sabía que estaba siendo cruel, retorcida, pero no lo había planeado. Se sentía como se sentía, y se dejó llevar de una forma real.
Llego al orgasmo y continuó. Cuanto más lloraba él, más fuerte se corría ella viéndolo.

C

Cosa diaria (8 de 10) – 1995

El dueño de la casa estaba reflexionando. Demasiado, como siempre. Estaba llegando a la horrible conclusión de que la palabra «inspiración» solo significaba el acto mecánico de inspirar aire para la mayoría de gente. Y cuanto más mayores se hacían, más era así.
Tenía miedo de que a él le estuviese pasando eso también últimamente.
Estaba con las luces apagadas y miraba por la ventana del salón su piscina privada iluminada desde el fondo, buscando el otro tipo de inspiración. Había comprado la casa gracias a un golpe de suerte económico. Una herencia inesperada. Uno de esos casos que se dan en los que un miembro lejano de la familia con quien apenas tenías relación te cede sus bienes simplemente para no dárselos a sus hijos, a sus familiares directos.
Son los complejos mecanismos de las rencillas y el odio. Ahora él sabía que había mucha gente que le odiaba. Unos cuantos, al menos.
Mientras meditaba sobre todo eso, y sobre algunas cosas más, una chica se coló en su jardín. Estaba sola. El hombre sabía que lo normal era dar un bote, salir de la casa y gritarle a la muchacha que estaba en una propiedad privada.
Pero no hizo nada.
Solo le acometió una breve variación en el pulso. Enseguida se sintió tranquilo otra vez. La chica se desvistió con calma y se quedó en biquini. Era muy joven, demasiado. Quizá ni tan siquiera estuviese del todo desarrollada. El dueño se encendió un cigarrillo observando cómo ella, con toda calma, se metía en la piscina y evolucionaba lentamente, haciendo pie, metiendo la cabeza y peinando su pelo hacia atrás con las manos. Su cara estaba relajada, incluso parecía sonreír para sí misma. No parecía preocuparle que pudieran pillarla.
El hombre decidió esperar unos minutos, y luego encendió la luz del salón. Pensó que la muchacha se asustaría y saldría corriendo con su ropa echa una bola. Pero no cambió nada. Él se plantó nuevamente de pie frente a la ventana; pensó que para ella solo debía ser una silueta según cómo daba la luz. Ella se limitó a mirar y seguía con esa media sonrisa en la cara. No salía de la piscina. De vez en cuando observaba al hombre. Sus ojos (los de ella) parecían enviar un mensaje de tranquilidad. Aquí no pasa nada. El dueño de la propiedad decidió no salir a hablar con ella. Resultaba algo extraño, no podía negarlo, pero sintió que era lo mejor que podía hacer.
Al cabo de una media hora, la chica salió de la piscina; se puso la ropa con calma, recogió su pelo en un moño con algún tipo de goma, y se fue por donde había venido.
Era el verano de 1995. Esa situación se produjo durante varios días seguidos. La muchacha llegaba pasadas las diez de la noche y se colaba siempre por el mismo hueco entre los setos que rodeaban la propiedad. Luego nadaba, o se hacía la muerta boca arriba mirando al cielo nocturno. De vez en cuando sonreía al hombre.
Éste era aficionado a escribir. Llevaba tres años viviendo solo. Había perdido a su hija y a su mujer en un accidente de tráfico; uno más. Lo que las visitas de esa chica representaban para él, era algo difícil de definir. Pero le hacían sentir bien, a salvo. Se sentía bien por primera vez en tres años.
Gracias a esto, tuvo la fuerza e inspiración necesarias para escribir los primeros textos realmente interesantes desde hacía mucho. A veces, mientras tecleaba, podía oír cómo salpicaba el agua de la piscina. Solo el sonido de algún grillo y la muchacha.
Nunca hablaron. A ninguno de los dos les preocupaba: la comunicación estaba hecha. Ni siquiera había exactamente un acuerdo silencioso. Se trataba más bien de la simple y llama calma. Se trataba de justo lo contrario de lo que regía la vida de la mayor parte de la gente que ambos conocían. De alguna forma se habían dado las circunstancias adecuadas para que surgiera esa extraña, curiosa y agradable situación. El hombre estaba aún vagamente aislado por su propia desgracia familiar, y la chica era lo suficientemente joven y atrevida como para normalizar ciertas cosas, como para ser especial.
El dueño pensaba que había sido duro llegar a ese momento, había sido producto del odio y la muerte. Y era agradable saber que la muchacha seguramente no sabía aún nada de todo eso.

A finales de Agosto la chica dejó de aparecer.

No dejó nota alguna de despedida. No es que el dueño de la propiedad lo esperara. Lo que hizo fue dejar las piezas de su biquini flotando en la piscina. Era un detalle y había estado bien así. O mejor aún, daba igual lo que hubiese hecho al final, ya no habría podido estropearlo.

S

Cosa diaria (7 de 10) – La trágica (o estúpida) muerte de Autor Novel

Autor Novel siempre había fantaseado con lo que tenía ahora frente a sus narices. De hecho incluso había fantaseado con el mismo contexto. (Autor había publicado su primera novela, un librito de doscientas páginas cargado de mala leche y buenas intenciones, según él, pero que sobre todo se le antojaba a todo el mundo como un material áspero y crudo, respetable pero desafiante y chulesco; al menos según las críticas que él había leído, y también según lo que le habían comentado con cierto apuro algunos de sus amigos.) La fantasía que al fin se había hecho realidad, y con la que él había llegado incluso a masturbarse no sin cierto sentimiento de culpa (una sensación que siempre le invadía aunque no quisiera reconocérselo a sí mismo después de tocarse), pues bien, la escena constaba de él sentado en el tren, y de una chica a pocos pasos, de pie, joven y guapa, y que leía su libro.
Él sabía que su foto estaba en la solapa, y que su aspecto era exactamente el mismo ese día en el tren. De hecho, Dios no lo quisiera, era posible que llevara en ese momento el mismo jersey que en la foto. Si la chica le reconocía, no quería que ese detalle de indumentaria se convirtiera en una especie de anécdota “divertida” que ella comentaría con sus amigos. A Autor Novel no le gustaba ese cliché del escritor más bien excéntrico, empollón y poco cómodo para el trato. La chica, por supuesto, se acabó dando cuenta de que él estaba allí en el tren, en el mismo vagón que ella, y comenzó a, poco disimuladamente, mirar la solapa del libro para asegurarse. Autor vio que incluso ella leyó en ese instante la pequeña nota biográfica que había bajo su foto. De repente la muchacha tenía delante al autor del libro que leía, una escena no muy habitual para un escritor poco conocido, al menos más allá de las discretas presentaciones del libro, en las que todo quedaba más bien en casa, entre amigos y familiares; aquello era ciertamente bastante incómodo; pero esa fantasía suya, que funcionaba muy bien como tal pero que en ese instante le estaba resultando incómoda al hacerse real, era algo distinto. Para Autor era agradable, pero también casi como sentirse manoseado sin esperarlo; él siempre había pensado que la relación de un lector con un libro era muchas veces la relación más intensa que podía haber entre dos personas. Él siempre había creído que los escritores, al menos los que a él le gustaban, nunca podían ser más sinceros con lo que ellos eran que cuando escribían. No se trataba de que el libro fuera autobiógrafico o no, era algo mucho más profundo que saber con quién folla Fulanito o a quién se la chupó el sábado Menganita. Esa lectora del tren estaba profundizando en él al leerle, en sus historias y miedos y mierdas más jodidas, y también en las más luminosas.
Aun así, si ella le dirigía la palabra, él se tenía que comportar como si no hubiera nada de todo eso. Como si todo ese proceso y la relación autor/lector fuera lo mismo que si fueras camarero y te toparas con un cliente habitual fuera de las horas de trabajo.
Obviamente, Autor fingió que no se había dado cuenta de la situación. Sus ojos no se habían topado con los de Chica del Tren. Se fijó en que ella llevaba un traje de chaqueta ceñido, parecía algo así como una azafata de congresos. Vio que llevaba una placa en la solapa. En ella estaba inscrito su nombre: del Tren, Chica.
Parecía que ella también tenía cierto reparo en decirle algo, pero Autor estaba bastante convencido de que planeaba hacerlo en algún momento. Si eso sucedía, se había decidido a no decir nada extraño, nada de bromas oscuras o comentarios “ingeniosos” con los que ella pudiera arrugar el ceño y que él le tuviera que aclarar lo que había querido decir. Sería parco y agradecido, y solo diría algo gracioso si ella le daba pie de algún modo. Lo que más le inquietaba es qué imagen debía tener ella de él según lo que él había escrito. Aunque cierto es que eso no era importante, sobre todo si el encuentro se reducía tan solo a eso, a un encuentro puntual. Con una fan… Si es que la misma se decidía a decir algo.
Cuando lo hizo finalmente fue en cierta parada, cuando el vagón se vació sustancialmente. Los tres asientos junto a Autor –los dos de enfrente y el de al lado del pasillo– quedaron vacíos. En ese momento la chica se decidió y dio los seis o siete pasos que les separaban. Al ser contemporáneos generacionalmente, la muchacha no dudo en dirigirse a él sin tratarle de usted, y aunque se notaba el rubor (que se sumaba al rubor del maquillaje) en su cara, se la veía confiada e intentaba resultar agradable. Cuando saludó, Autor volvió la cara hacia la muchacha como si se acabara de dar cuenta de que estaba en el tren. No resultaba muy impostado, ya que en esas situaciones siempre puedes alegar que estabas abstraído, en “tu mundo”, etc. Cuando Autor la escuchó atentamente, ella, cómo no, solo le preguntó si él le podía firmar el libro. Era una petición muy lógica, pero con los nervios Autor no había caído en que esos encuentros se suelen resolver siempre así.
Él le preguntó su nombre (aunque ya lo había visto en la placa), firmó el libro con un bolígrafo que ella le prestó, fue una dedicatoria escueta, sin gracietas, y se lo devolvió con una franca sonrisa.
No acabó todo ahí, ya que luego ella se sentó en el asiento de enfrente y, sonriendo ruborizada aún, le comentó lo mucho que le estaba gustando el libro, y que se lo había recomendado una amiga. La conversación comenzó a desarrollarse de una forma aburrida, llena de tópicos y frases hechas, pero que dadas las circunstancias resultaba especial, casi un punto de inflexión en la vida de Autor, ya que hasta ese momento no había conocido a nadie que no hubiese comprado su libro por compromiso o para apoyarle.
Como suele pasar, a medida que el reloj avanzaba, y dado que la chica era respetuosa y discreta, Autor se fue relajando. Esto sucedía cuando él se comenzaba a sentir como alguien tratable para la otra persona. Cuando estaba seguro de que la otra persona se sentía cómoda con él. El caso contrario le resultaba casi un tormento si la persona le importaba lo más mínimo, y en este caso eso hubiese sido devastador.
Ambos se bajaban en la misma parada. Ya fuera del tren, lejos de separarse y seguir cada uno por un camino distinto, continuaron charlando sin moverse del andén. La muchacha parecía encantada ya hablando con Autor y no solo con ese escritor al que ella estaba leyendo. Daba toda la sensación de que estaba surgiendo algo entre ellos. Solo quedaba dar un paso más, que alguno de los dos ofreciera o pidiera un número de teléfono. Chica del Tren parecía cada vez más dispuesta a ello.
Fue entonces, cuando la química ya era electricidad entre ellos, cuando Autor, atribulado, justo cuando llegaba el siguiente tren, dio tres pasos hacia atrás para dejar pasar a un matrimonio de la tercera edad, llegó al borde del andén, se desequilibró, cayó a las vías, y el tren lo arrolló de modo que tanto Chica del Tren como algunas otras personas, quedaron salpicadas de la sangre y las tripas de Autor Novel.

Chica del Tren llegó a su casa completamente desconcertada, rompía a llorar a intervalos. Su ejemplar del libro de Autor Novel estaba salpicado de sangre. Se desnudó y se metió en la ducha. No podía digerir lo que había pasado, y no se sentía con las herramientas emocionales para gestionarlo. Decidió tirar su ropa manchada de rojo, no se sentía con coraje para lavarla y volver a usarla como si nada.
Decidió no hablar con nadie del asunto. Se le hacía demasiado duro. Además era una situación potencialmente curiosa y hasta cómica si la historia llegaba a segundas y terceras personas. No quería percibir esa clase de murmullo en su entorno. Desde el primer momento, Autor Novel le resultó un chico amable, tímido pero interesante, la clase de persona con la que a ella le hubiese gustado mantener el contacto, fuera de si llegaba a algo más íntimo con él o no. Lo sucedido había sido algo terrible. Solo esperaba que no hubiera grabaciones de la estación con el suceso. O que al menos no se la viera a ella claramente si allí había cámaras de seguridad. Esperaba que si existían tales grabaciones no se difundieran. Le parecía horriblemente incómodo verse en la tesitura de tener que dar algún tipo de explicación sobre cómo vivió esa desgracia, o tener que girarle la cara a alguien cortando tajantemente la conversación si el tema surgía.
Al paso de los días, cuando fue calmándose, tenía otra espina clavada, y era que el libro seguía en su piso. No lo había tirado con la ropa. No le parecía correcto. Le había limpiado en la medida de lo posible las manchas de sangre, pero no tenía fuerzas para seguir leyéndolo, aunque sabía que quizá a Autor Novel le hubiese gustado que ella lo terminara.
En los siguientes meses, mientras el libro de Autor, tras la noticia de su muerte, se comenzaba a vender a escala internacional, mientras el chico se convertía en otro Escritor Muerto, Chica del Tren asistía incrédula al fenómeno comercial. Era ese tipo de cosas que se sabe que pasan, pero que cuando se viven de cerca, de algún modo resultan mucho más chocantes, indignantes y deprimentes.
Por suerte no habían surgido grabaciones incómodas, seguramente la familia lo había impedido, ya que Chica del Tren había vuelto a la estación con regularidad, y había visto que en efecto había cámaras de seguridad.
No podía soportar la idea de que de algún modo alguien se metiera en su cabeza, no sabía cómo, pero a veces imaginaba que alguien encajaría las piezas y de repente lo sabría todo. Lo de aquel chico que pintaba y que había muerto a los veinticinco años de un infarto junto a ella en un avión, y del cual ya tenía el número de teléfono; o el muchacho escultor que despertó frío en la misma cama que ella tras la primera noche en que se acostaron; o lo del tipo que quería escribir poesía pero no acababa de dar el paso, y un día sufrió un ataque epiléptico mientras la muchacha le hacía una felación (el chico se tragó la lengua y ahí acabó todo); o lo de su primer casi novio; quería ser bailarín; se desvaneció a los 15 años en la calle paseando con Chica del Tren; muerte súbita, dijeron.
Cada vez que veía alguna referencia a Autor Novel en algún medio, no podía evitar pensar en el modo en que el cuerpo crujió bajo el morro del tren, se escuchó ese reventón líquido y todo salpicó fuera de las vías. Había sido un infierno, la peor de las muertes que ella había presenciado.
Seguía alimentando la terrible idea de que había tenido la absurda mala suerte de haber nacido anti-musa. Además el único novio de larga duración que había tenido, en fin, nunca estuvo realmente enamorada de él, y cada vez le resultaba más difícil apartar de sí misma la idea de que no había muerto a su lado porque el muchacho no tenía ninguna aspiración artística. No sabía si el motivo de esas muertes tenía que ver con el interés real que ella tenía por ellos, o si la cosa se limitaba a que cuando ellos tenían un espíritu creativo surgía la anti-musa y detenía el proceso de la forma más cortante.
Un día, sin poder soportar más la presión que sentía en el pecho con todo el asunto, fue a casa de sus padres a hablar de ello. Necesitaba desahogarse. Su padre se llamaba Rector de la Universidad; su madre, Mujer Moderna. Así pues, el señor de la Universidad y la señora Moderna escucharon a Chica. Al cabo de media hora, cuando la muchacha había acabado de contar su historia, Rector se levantó de su sillón sin decir nada y sacó su móvil del bolsillo. La madre lloraba y no podía mirar a los ojos a su hija. El hombre se alejó hasta el otro extremo del salón. Tecleó. Cuando estaba esperando a que alguien cogiera el teléfono al otro lado de la línea, echó una mirada de reojo a Chica del Tren; era la mirada más fría y terrorífica que ella había visto jamás. No parecía la que cualquiera esperaría que se produjera entre un padre y su hija.

i

Cosa diaria (6 de 10) – Pueblo abandonado en la llanura MS2

Salimos mi colega de toda la vida y yo de Periferia Microsoft. Conduce él. La ciudad parece hoy especialmente apestosa. Es sábado, hace mucho que queríamos visitar algún pueblo abandonado, ir en busca de un poco de miedo moderno basado en la autosugestión controlada y los terrores propios. Necesitas un espejo especial para eso, algo en lo inventar el reflejo que te dé la gana. La parapsicología y las leyendas de terror se sustentan básicamente en la posibilidad de que no te lo estés inventando tú todo. Es una lucha contra tu propia percepción racional. Pero cuando uno no es capaz de ganar esa batalla interna, lo único que obtiene si le gustan las historias y los lugares curiosos, es una suerte de diversión friki. Te llevas un bocadillo y te lo comes en un lugar pintoresco. Ese es el plan. También influye la idea de estar rodeado de edificaciones que antes fueron hogares y servicios, y que ahora vuelven al seno de la naturaleza. No es difícil de conseguir, basta con el abandono y las cosas envejecen y se pudren. En la ciudad eso se practica más con las personas que con los objetos, a muchos niveles. Aunque claro, una anciana abandonada en un asilo o un enamorado al que su amada ha dejado no tienen una mierda de encanto, solo es deprimente y aburrido; pero una casa abandonada… eso te da incluso una visión concreta y estética de la muerte, como si de algún modo estuvieras viendo lo que hay después.

La llanura MS2 está a unas tres horas largas de Periferia. Cuando estamos llegando nos extraña ver cierto movimiento de tráfico en la carretera de acceso. Incluso nos resulta raro que la propia carretera no esté peor de lo que está. Vemos a una pareja que parece ir a pie por la cuneta camino del pueblo. Mi colega aminora, no hay carteles indicativos y tememos habernos perdido. El pueblo se llama Maizal de la Placa, la llanura MS2 es básicamente un montón de kilómetros de desierto alrededor del pueblo. La pareja –ambos con un semblante extrañamente afectado– nos dice que sí, que vamos bien, por aquí llegaremos al pueblo abandonado; pero nos dicen que no vale la pena, que nosotros mismos. Todo resulta, de golpe, de lo más… ¿decepcionante? Los edificios que vemos desde la carretera, cada vez más cercanos, no tienen un aspecto de herrumbre que digamos. Seguramente es una primera impresión, nos decimos, cuando lleguemos allí la cosa cambiará. Es probable que haya mucho turismo freak. Suponemos que tendremos que conformarnos con el aspecto de las casas, al final no da la impresión de ser un lugar en el que hallar soledad precisamente…
Por fin, vemos un letrero con el nombre del pueblo. Pero está en buen estado. No es ese trozo de madera podrido que uno imagina, ni tan siquiera una señal metálica oxidada. Solo es un letrero.
Hace bastante rato que no comentamos nada. Cierto malestar se está apoderando del interior del coche. O no malestar, pero sí una sensación de que algo se está cociendo hoy para nosotros, algo no necesariamente malo, pero ni mucho menos que se parezca a lo que buscábamos.
Un detalle extraño es que apenas había información en la red sobre el pueblo. Cuando creíamos que habíamos encontrado una foto interesante siempre acababa siendo la casa hecha polvo de cualquier otro lugar. En teoría este lugar es una aldea, de esas que cuentan sus habitantes por decenas. No conocemos a nadie que haya ido al pueblo. O de hecho, sí, en teoría dos colegas hicieron hace un par de años lo mismo que nosotros, cogieron el coche y se acercaron a este lugar; pero cuando les preguntamos qué tal había ido no obtuvimos nada más que respuestas de turista prefabricadas, cortas y vagas, y enseguida un cambio de tema brusco en la conversación. Pensamos que igual les había pasado algo embarazoso, algo que habían decidido… qué se yo, guardarse para ellos. Y que por eso preferían no hablar de ese día. Llegamos a pensar incluso que cabía la posibilidad de que se hubiesen liado entre ellos…; y no son homosexuales, obviamente, que sepamos. No sabíamos qué pensar, así que optamos por echarnos unas risas con el asunto. Es algo muy propio de Periferia.

Un interrogante flota por encima del coche cuando ya estamos en el pueblo. Hay gente, sí, pero no solo turistas de nuestra especie. Sencillamente hay gente, salen y entran de sus casas, pasean. Y no se cuentan en decenas, sino más bien en centenares. Puede que un par de cientos o tres. Hay ancianos sentados a las puertas de sus casas. Todo el mundo se vuelve a mirar nuestro coche. En el propio pueblo no hay coches, o nosotros no vemos ninguno, a pesar de haberlos visto circular por la carretera. Vale que es un lugar pequeño, pero siempre encuentras algún vehículo, gente que ha venido a ver a familiares, cosas así. Esto es sencillamente un pueblito, pero hay algo en todo el asunto que no cuadra. De entrada nos da malas vibraciones la sensación que nos produce la situación, pero luego decidimos aparcar el coche, porque hemos visto lo que parece un bar.
Cuando nos apeamos y entramos en el local, dentro solo hay lo que parece el dueño, detrás de la barra, lavando un vaso, y un anciano sentado en un rincón. El hombre aparta la mirada y la hunde en su jarra de cerveza.
Mi colega, siempre más sociable que yo, vocifera un Buenos días con tono inofensivo.
–Ajá… ¿Sois de Periferia?… tenéis pinta de ser de Periferia…–dice el tabernero. Esa es la palabra que me viene a la mente: Tabernero.
–Pensábamos que este pueblo estaba abandonado –dice mi colega, continuando con un tono amable, su tono de hacer amigos, de ligar, de las entrevistas de trabajo, y de todo en general.
–Acertáis, sí, Maizal de la Placa lleva muchos años abandonado.
Mi colega se sonríe. El tabernero no.
–Ya… Pues para estarlo veo mucha gente por ahí, y las casas son perfectamente habitables.
–Supongo que tú tienes tu propio concepto de pueblo abandonado.
–Ya…
–¿No habéis notado nada al llegar?
–Pues no –miente mi colega.
–…
–¿Qué teníamos que notar?…
–No me mientas, por favor.
–No te miento.
–Sigues haciéndolo.
–Ya… Dices que el pueblo está abandonado… Entonces supongo que sois todos fantasmas… ¿no?
–Supongo que tu idea de un fantasma es lo de la sabana y el ruido de cadenas; o espíritus de gente que murió hace mucho.
–Más o menos, sí.
–Pues no, no somos fantasmas, somos de carne y hueso. Pero el pueblo está abandonado. Hace mucho que lo está.
–… Ya… –Mi colega y yo nos miramos entre nosotros. Pero no conseguimos sonreír con la situación.
–Bueno –dice enseguida mi colega–, lo que tú digas. ¿Nos pones dos cervezas?
–Por qué.
–Porque tenemos sed, gracias.
–¿Aun sabiendo que estás en un pueblo abandonado, quieres beber aquí?
–Sí. Hemos venido a pasar el día aquí, de hecho. –Crispado.
El tabernero muestra todo el tiempo un semblante completamente ilegible. Como si no sintiera nada de nada. Ni malo ni bueno.
Alguien más entra en el local. Se sienta en la barra junto a nosotros, se nos queda mirando, resopla y luego vuelve a lo suyo. Su semblante es el mismo que el del tabernero, y de hecho el mismo que el del viejo sentado al fondo. Sin decir nada, el tabernero le prepara una jarra al hombre de nuestro lado. No prepara las nuestras. Yo comienzo a tener ganas de salir pitando hacia Periferia. Mi amigo no, de hecho pregunta qué pasa con su cerveza.
–Te he dicho que estás en un pueblo abandonado –dice el tabernero.
–Así que lo de recaudar pasta de la gente de fuera no os va por aquí…
–No. Es que el pueblo está abandonado, no hay nadie aquí. No puedes tomarte una cerveza en un pueblo abandonado, para eso tendrás que volver a la ciudad.
–¿Y él? –dice mi colega señalando al tío de nuestro lado– ¿y aquel viejo de allí?
–Este bar lleva muchos años sin funcionar, chico. Muchos años. Supongo que no puedes entenderlo. Pero es así.
–…
Alguien más entra en el local. Esta vez es una chica. Con la diferencia de que tiene expresión en la cara. Parece rondar los diecisiete años, como mucho. Sonríe. Esa sonrisa nos tranquiliza de algún modo. Para ser más exactos, me tranquiliza a mí y hace menguar el mosqueo de mi colega. Se sienta a dos taburetes de nosotros y nos mira. Es muy guapa y tiene una piel blanca que parece extranjera. El tabernero le sirve una jarra igual que lo hizo antes con el otro tipo. La muchacha bebe un trago largo y sonríe más ampliamente.
–¿Sois de fuera, no? ¿Periferia?
Asentimos, a la espera de una explicación lógica. Mi colega ni tan siquiera le dice nada. Con la mirada de un lado a otro y haciendo un gesto con las manos, intenta expresar interrogación. Una interrogación urgente.
–No os han servido, ¿verdad?
–Pues no… –dice mi colega agitado.
Decido intervenir para compartir la carga:
–Nos han dicho que como el pueblo está abandonado…, que este sitio también lo está, y que por eso no podemos beber aquí…
–Ya… –asiente la chica algo irónicamente, como si nuestro problema fuera algo rutinario, nada extraño.
–A ver –añade–, no os enfadéis conmigo…, pero es que es verdad. El pueblo está abandonado. Creo que hace unos setenta años. Está impracticable. Corren muchas leyendas…, o eso creo. –Bebe otro sorbo de su cerveza. El tabernero sigue limpiando vasos con la misma actitud de antes, mira a la chica y luego a nosotros, pero son gestos de autómata.
–Es una broma de la tele, entonces, ¿o es que estáis todos tarados aquí…? –dice mi colega, otra vez ofuscado.
–No –replica la chica, con un puchero cómico, como pidiendo perdón –de verdad, esto tiene una explicación, pero no sirve de nada darla, no podríais entenderlo. No en este contexto. Quiero decir que, no puedo atravesar todas vuestras capas de raciocinio prefabricado, todo vuestro sentido común, vuestro sentido de la realidad, chicos.
–…
La chica resopla.
–De verdad, chicos, es mejor que os vayáis, porque aquí no hay nada. Y no quiero soltar alguna frase que os haga pensar que estoy aún más loca de lo que ya creéis que estoy. Solo os puedo decir que así como Periferia es una ciudad en activo, este pueblo ya hace mucho que está abandonado. Y lo de la llanura MS2 no es una ironía, es solo el nombre de la llanura. Pero de verdad que esto está vacío. Si lo que buscabais era un pueblo abandonado, este no es el adecuado. Os puedo aconsejar otro si queréis. Pero aquí solo conseguiréis enfadaros, porque sí es un pueblo abandonado, pero no en un sentido que encaje con vuestro sistema racional. Y en serio, no quiero hablar más, porque no me gusta quedar como una loca pirada.
–…
–Lo que os aconsejo es que os vayáis. Y que luego simplemente continuéis con vuestra vida, podréis hacerlo perfectamente. Con vuestro sistema de creencias o no-creencias, y con vuestro raciocinio podréis perfectamente darle una explicación que os convenza. Si os hablo así es porque estoy harta de intentar convertir a neófitos en conversos. Me es casi imposible… y es agotador.
–…
–Al menos vosotros no intentáis ligar conmigo… No sabéis lo complicado que es hacer pensar a un chaval que va salido y que no quiere aceptar las circunstancias tal y como son. Ya ha habido varios tíos de Periferia que se han creído que podrían conseguir sexo aquí. No tienen ni idea de los riesgos de intentar hacer… eso, ya sabéis, en este lugar.
–…
–En fin –la chica bebe un trago largo más y se acaba su cerveza–. Os lo repito y me voy, bueno, o sea, sí, quiero decir, para que lo entendáis vosotros, me voy. El pueblo está abandonado. No hay nada. Nada. Y me gustaría poder daros una explicación que os pudierais creer, pero no la hay, porque el Sistema apesta y por desgracia tiene estas fallas… Pero las cosas son así. Tenéis que marcharos, chicos. Volved a Periferia. Ah… y un consejo importante: No volváis nunca, nunca nunca, porque si volvéis aquí a echar otro vistazo podría ser que todo lo que dais por sentado se fuera al traste. Hay gente que no lo soporta, y estoy hablando de infartos y suicidios… No os quiero meter miedo ni nada. Solo os digo que al final esto que os pasa hoy no es más que un accidente, y que debéis seguir con vuestra vida. –Nos guiña un ojo, nos da un golpecito a ambos con su primoroso puño derecho, sonríe, y sale por la puerta.
Mi colega se queda embobado, mirando al frente como si se hubiera enamorado de la puerta. Me vuelvo y el tabernero sigue fregando vasos, inexpresivo. El cielo se ha tapado por completo, al parecer. Un trueno nos hace saltar de nuestros taburetes como si tuviéramos muelles en el culo. Casi acabamos sentados en los taburetes de al lado.

caracola

Cosa diaria (5 de 10) – Deliciosas amas de casa

Estaba yo contándole que conocía a un tío que no podía usar colonias con alto grado de alcohol debido a un alcoholismo galopante, cuando ella se disculpó y se fue al baño. Estoy dejando de fumar, así que opto por un gin tonic que ha resultado ser una copa enorme con la que ya me siento borracho. Estoy dejando de fumar por cuarta vez, se me da genial dejarlo, tengo todo tipo de discursos sobre el tabaco y sobre cómo no fumar, tácticas infalibles, bromas, historias dramáticas contra la nicotina y otras pro-nicotina. Pienso sacar el tema cuando ella vuelva del baño pasando elegantemente de lo que ella me quiera contar, si es que quiere contarme algo. Ella tiene una niña de siete años. Su marido sufrió de algún tipo de trastorno alimentario terrible debido al cual acabó muriendo. Según sé, lo poco que quedaba de él en el ataúd hacía que desde ciertos ángulos pareciera que no había nadie dentro en el velatorio. Como si se hubiese preparado un entierro simbólico. Alguien que no había vuelto de la guerra. Desaparecido en combate… Tengo un montón de chistes crueles amontonándoseme en la cabeza desde hace tiempo. Sé de toda esa historia porque ella me ha hablado con mucho detalle de ello vía chat; hoy es la primera vez que nos vemos en persona. La verdad es que estoy haciendo el mismo papel que cuando hablo con ella por internet, un personaje que incluye una gran dosis de misoginia “cachonda”, y toneladas de bondad y buenas intenciones de esas que son reales solo en un contexto meramente depredador. Un amigo mío decía que esto es la versión ética de la pederastia. Atacas a un ser “menor” que está indefenso a cierto nivel, y en busca de sexo, solo que en este caso es adulto. Al menos sobre el papel. Lo bueno (para esto) de las etapas hechas palabras –la niñez, la adolescencia, la edad adulta, la tercera edad–… es que el nivel intelectual no necesariamente aumenta al paso de los años. Lo cierto es que hay un montón de gente lista, saben lidiar con las cuestiones prácticas de la vida, saben, más o menos, salir adelante, pero hay muy pocas personas inteligentes. Esto tiene sus obvias consecuencias en la sociedad, pero también ciertas ventajas (al menos si sabes hacer que tu comportamiento potencialmente discutible parezca aceptable).
La mujer que sigue en el baño es ama de casa, secretaria y madre a la vez. Cumple con exactamente todos los requisitos para encajar en el paradigma de la mujer luchadora, casi una superheroína. Una madre coraje.
Y también estúpida.
Porque no solo encaja en el perfil de persona llena de amor materno y bondadoso sacrificio, sino que también es un subproducto típico que ha acabado así no solo por mala suerte, sino también por haber acuñado una sola, apresurada y simplista idea de la vida, una idea aún rabiosamente de moda. Es la clase de persona productora ideal para cualquier gobierno actual. Sacrificada, bajo presión y con una única obsesión que se pueda considerar propia, genuina, real y justificable: su hija. Así, es alguien perfecta no solo para hacer literalmente lo que quieras con ella a un nivel socioeconómico (así como para remarcar aún más cierto orden jerárquico), sino que además se le suma a todo eso una carga y un luto que nunca acaban de desaparecer. Esas circunstancias hacen que crezca en ella cierta clase de cinismo crudo mal disimulado y muy típico, que en muchas ocasiones se convierte en una búsqueda de sexo salvaje que no es tanto un placer como la única forma de aliviar momentáneamente el dolor.
En el fondo, es la clase de persona que más impera, aunque con matices superficiales, pero la esencia es la misma. A más años menos romanticismo y pasión por nada, a más años menos aristas tiene la idea de la lucha, de luchar por algo mejor (además resulta casi imposible); o más bien, esta se reduce al mero hecho de la supervivencia, con la dosis de impuestos que eso aporta, y cantidades obscenas de resignación que solo alimentan una anulación progresiva y tremendamente efectiva del propio yo. La verdad es que hay gente que nace, vive y muere sin haber sido nunca nadie. Y lo peor es que si algunos pudieran replicarte, te dirían algo así como que ellos no necesitaban fortuna o ser famosos para ser felices; y ahí está el problema de raíz, ni siquiera saben de qué coño les estás hablando.

Tiene treinta años. Tuvo a su hija con veintitrés. Tiene aspecto de tener cuarenta. Y lo más importante, mirada de veinteañera salida.
Esto no solo es una jungla en términos materiales, y cabe añadir que seguramente ella no traga con todo mi rollo, puede que ni se fíe de mí. Solo quiere que al menos haya un contexto común para lo que ambos queremos que pase más tarde mientras su niña está con los abuelos. Si no fuera por la perspectiva de los orgasmos y demás, para ser sincero esto sería profundamente desagradable, un juego deprimente que solo parece ser una de esas situaciones con las que las personas lidiamos porque sencillamente no sabemos ser mejores; y ni tan siquiera decirnos la verdad, porque nuestros códigos morales, paradójicamente, nos lo impiden en gran medida. A lo largo de la historia ha habido toneladas de sufrimiento y maldad y graves mentiras en pos de mantener a flote ciertas ideas cerradas sobre lo que es ético y moral.
Pensar en todo esto, ahora que ella ya ha venido y habla sin decir nada, solo hace que me ponga cada vez más cachondo. El descenso a los infiernos se puede lograr de muchas formas. Lo más emocionante es la posibilidad de que ella sepa que no quiero nada con ella; incluso podría ser que eso le gustara. Porque es obvio que ella no quiere nada conmigo, pero no puede evitar jugar a intentar hacerme creer que ella no busca solo sexo. Y no es el “sexo sin más” en sí lo maligno en todo esto, obviamente, sino más bien el colchón de falsedad, depresión y autodesprecio (esto es más bien mío) que lo sustenta y proyecta. Como si solo cuando tocas fondo con tus planes y actos pudieras acceder a esas fantasías sucias que nadie asocia al matrimonio; puede que incluso ni a una relación supuestamente seria u honesta.

Empieza a hablar de su hija. Creo que lo hace para compensar ciertas anteriores risitas y miradas pre-coitales. Se vuelve a poner el vestido de dignidad común exculpatoria, y yo la escucho como si su hija no fuera solo una forma más de impostura en la conversación, sino algo de lo que me gusta oír hablar, dado mi infinito interés en cosas como las manías infantiles o la educación primaria.
La niña ha dicho que tiene un novio, ¿no es graciosa?
La niña no para en todo el día, no hay manera de que se esté quieta.
La niña es muy mona pero se lo tiene un poco creído.
Tortura a los niños de su clase con artimañas femeninas infantiles.
La niña dice que no quiere operarse de mayor.
¿Cómo?
Que no quiere operarse de mayor.
Le pregunto si se refiere a… o si se refiere a…
Sí, no –me dice–, hablo de armas. Entonces la mujer me comienza describir la Colt de última generación de intra-armas que ella misma tiene adaptada a su útero. Me operé después de que muriera mi marido, dice. Tenía miedo, añade. Cuenta que esa empresa, Pretecnotimes, está haciendo buenos precios ahora, se han asociado más estrechamente a la sanidad privada. Ahora son precios más… asequibles para el consumidor medio. No me lo creo mucho, de hecho hasta hace poco no me creía ni que existían esas intra-armas; no hasta que vi una con mis propios ojos saliéndole por la boca a una panadera en medio de un intento de atraco. El atracador, armado solo con una navaja, se quedó lívido. Yo también. Recuerdo el momento en que llegué a casa, fue hace unos tres meses, y pensé que a partir de entonces quizá ya no sería tan fácil seguir dedicándome a la pederastia con adultas. Por primera vez topo con el problema. La panadera murió, por cierto, por complicaciones con ese asunto, creo que fue algo así como una negligencia quirúrgica; seguramente ese proceso que convierte a las personas en funda militar aún debe estar en periodo de prueba. Y como siempre, se prueba con la gente de a pie. Los nuevos ratones de laboratorio, o no tan nuevos. Periferia Microsoft tenía que ser la ciudad adecuada, precisamente aquí se halla la sede central de Pretecnotimes. La tecnología sigue siendo la apuesta de futuro. Creo que hay una especie de confusión legal con todo ese asunto. Se pueden llevar esas armas en las tripas o la traquea, los cañones adaptados salen por los orificios, y según sé el modo en que los portadores lo manejan se basa en el mismo principio orgánico por el que cuando el cerebro da una orden a la mano, la mano se mueve y hace lo que el cerebro quiere.
Todo esto son cosas en las que no quería pensar. Lo que podría ser ilegal es usar esas armas en según qué lugares o momentos, supongo, pero no quiero aportar dudas a la conversación y que esa cosa que ella lleva en el vientre se convierta en el tema central. Ella sigue hablando, me dice que el arma va envuelta en cierto material de una textura gomosa, algo parecido al látex con el que se fabrican los condones. Dice que ya ni se acuerda de que lleva dentro ese trasto. Dice que si usa las pocas balas que lleva (no recuerda cuántas son), para recargarse tiene que acudir a la clínica privada en la que la operaron. Espero no tener que usarla, musita… Me guiña el ojo.
Evidentemente esto lo cambia todo. Muchas preguntas sobre el tema se me plantean. Por ejemplo, ¿es verdad que algunas de esas armas están preparadas para salir por el ano?, ¿o solo va de la boca y la vagina? Recuerdo que cuando la panadera se convirtió en un cañón emergiendo por su boca, la mujer no podía hablar. Supongo que de eso va todo, de cuando hablar ya no sirve de nada. Si los rumores no son falsos, son las mujeres las que más se están operando. No creo que ningún tío esté dispuesto a jugarse el pene con eso, si es que ahí también se experimenta. La vagina siempre ha tenido más posibilidades para todo. Ahora algunas mujeres también podrán ser falocéntricas, supongo. La que tengo delante ha notado como mi expresión ha ido variando según ella hablaba, creo que he pasado de quedarme blanco a comenzar a ponerme rojo. Estaba comenzando a tener una semi-erección, pero se ha ido al traste. Podría haber aceptado un agrandamiento de tetas, o hasta silicona en el culo (que no me gusta nada), pero la idea de meter la polla en una vagina en cuyo fondo me aguarda el cañón de una Colt…
La mujer enrojece y me dice que lo siente, que quizá no tenía que haberme dicho lo de su operación, que por eso no me lo había dicho antes; tenía miedo de que dejara de hablar con ella o algo así. Recupero la compostura (de esa forma en que gesticulas demasiado demostrando que no has recuperado una mierda), y le digo intentando sonar sincero que no se preocupe, que no pasa absolutamente nada. Mientras tanto mis ojos dicen: Joder si pasa… Pero mi boca: ¡Nada de nada pasa!, ya sabía que las chicas os operabais, algunas, esto… pero no, no pasa nada…
Mi cerebro inicia un trabajo a pleno rendimiento para inventar algo, una excusa. Luego eso cambia.
Ella comienza hablar de otro tema y vuelve a las miradas pre-coitales. Saca pecho y apoya su mano derecha en el mentón con el codo en la mesa. Parpadea. Etcétera. De repente siente que hay un montón de Realidad que compensar con la promesa de sexo guarro. Me da por preguntarme si sus fluidos vaginales sabrán a estaño derretido o algo por el estilo.
Al cabo de una rato ella me pregunta si quiero ir a cenar.
Algo extraño me sucede al asentarse el asunto de la Colt intra-uterina. Mi rechazo se diluye. Al paso de los minutos paso de planear la huida a relajarme por completo. Me siento como si fuera un ciudadano que necesita de un conflicto armado para centrarse. Pero esto es distinto, obviamente, no quiero sonar políticamente alegórico. De algún modo, esa amenaza que ha surgido –aunque seguramente no sea tal, ya que la chica, pese a todo, parece bastante incapaz de hacer daño a nadie– me ha anestesiado de un modo extraño contra el dolor que soy capaz de producirme a mí mismo con mis actos. Me pregunto entonces, no sin cierta inquietud y emoción –una emoción casi nueva, muy poco experimentada por mi parte–, y mientras acepto cenar con ella, si seré capaz de combinar esta nueva calma con el asunto de follar con la madre. Con el asunto de Follar en general. Y de todas las deliciosas amas de casa.

ene

Terror en la cabaña de la montaña

J y S querían pasar un fin de semana fuera. Al final tuvieron juntos un puente largo de cinco días y alguien les recomendó cierta zona de montaña. Les prometieron que no habría mucho movimiento turístico en esa zona, que no habría mucho «excursionista ocasional hipócrita-tecnológico» (aunque ellos encajaban bastante en esa descripción). Así que lo dispusieron todo y un sábado por la mañana cogieron el coche. Les esperaba una cabañita bastante aislada. Llevaban ocho meses juntos. El plan que J tenía y que jamás hubiese verbalizado así en voz alta, era follarse a S todos los días del puente, al menos cada vez que su pene se recobrase del anterior polvo (algo seguramente derivado de que no vivían juntos y por tanto lo de disponer de una cama para ellos en una casa solos no era lo que se dice una rutina). El plan que S tenía y que jamás hubiese verbalizado, era decidir si quería seguir con J, ya que había un chico que le hacía tilín y con el que se había enrollado (aunque sin penetración), porque empezaba a dudar de J, porque en realidad sabía que se aburría bastante con él, aunque le gustaba el sexo con él, y aunque arriesgarse a sembrar un siguiente noviazgo era arriesgarse a que ese chico que le hacía tilín en realidad no quisiera eso, y por tanto quizá ella se quedara sin novio y por tanto sin sexo en un marco de noviazgo respetable, ya que no le gustaban los rollos (los tenía) aunque tampoco estar mucho tiempo sin sexo y que los demás supieran que no tenía sexo, porque le parecía importante ser muy transparente con todos sus amigos en cuanto a su situación laboral y sentimental, etc.
Iban a pasar cuatro días. Cuando llegaron les encantó la casa. Era lúgubre pero eso era lo que ellos buscaban en parte, algo completamente distinto a los pisos y casas a los que estaban acostumbrados; esos de mobiliario minimalista, pantalla plana, plantas y una o dos mascotas.
Llegaron a mediodía. Eran seis horas de coche, lo cual convertía el puente en tres días y medio, más o menos. Tres días y medio de sexo guarro, pensaba él; unos días para hablar y ver si «lo nuestro» tiene futuro, pensaba ella.
Aunque J en realidad no pensaba en nada, o más bien era su segunda cabeza la que lo hacía; y S se preguntaba si lo que ella estaba haciendo no era buscar una crisis de fin de semana para poder cortar con J y contactar al chico tilín.
La victoria del puente para J significaba conseguir sexo anal. S solo quería buscar un momento adecuado para hablar, aunque no supiera muy bien para qué.

La primera noche J abrazó en la cama a S, ya tenía una dolorosa erección. Le susurró que necesitaba bajar la hinchazón. Era un diálogo recurrente entre ellos. Pero ella se separó y dijo que estaba cansada del viaje. Habían dado un pequeño paseo por la tarde, un paseo silencioso. A J no le extrañó demasiado, a S no le gustó que él no reaccionara de forma alguna al silencio. Luego él intentó meter mano a S con la esperanza de enrollarse con ella o hasta quizá follársela en algún pequeño claro con la emoción de que les pillara alguien allí. Pero ella se separó y dijo que no iba a hacerlo en medio del bosque.
Tras el segundo rechazo en la cama, J le preguntó si le pasaba algo, si estaba bien. Ella dijo que estaba bien y que solo necesitaba dormir.
A la mañana siguiente salieron de excursión por una ruta que alguien le había recomendado a S. La conversación todo el tiempo se centraba en si estaban yendo realmente por esa ruta recomendada. Era como si ambos necesitaran saber si lo que veían era bonito o simplemente se habían equivocado de ruta. Así pasaron varias horas. El camino era bastante irregular, frondoso, casi no era ni un camino. J solo intentó tocarle el culo una vez a S, la cual se apartó intentando restar importancia al gesto. Luego continuaron preguntándose si la ruta que habían escogido sería la correcta o no. Comieron bocadillos en un claro y apenas hablaron. J, por más que era su segunda cabeza la que seguía pensando, ya sabía que algo raro estaba pasando, y que S no se encontraba mal ni nada parecido, sino que más bien estaba mal con él. Aun así no sacó el tema, y aunque ya creía que ese puente no sería el mejor momento para intentar el sexo anal, al menos quería echar un par de buenos polvos.
Cuando llegó la noche, ya en la cama, S intentó sacar el tema que quería sacar. Lo de hablar de ellos dos, aunque ella sabía que la verdad era que ella lo que quería era hablar de ella misma. S no sabía casi nunca lo que pasaba por la mente de J, y estaba empezando a sospechar que eso era porque la mayor parte del tiempo no pasaba nada importante por la mente de J, lo cual le hacía pensar que eso solo podía significar que J no sentía nada especial por ella, y era posible que por nada en absoluto. Ella parecía solo una de las partes de su vida, no una de las importantes, sino solo una parte: su novia. Lo que todos los de su entorno sabían que era su novia. No tanto «ella» como «aquello». Por más chocante que eso sonara, y aunque pudiera parecer una exageración, a S le parecía que esa teoría estaba más cerca de lo que pasaba entre ellos dos que de una relación íntima que funcionara a algún nivel más allá de la compañía sexual o la apariencia de noviazgo. Ella reconocía que a ella le preocupaba acumular un bagaje «serio» en su vida en cuanto a relaciones; pero se estaba dando cuenta de que no solo quería que pareciera serio, además estaba comenzando a necesitar que también lo fuera de verdad. Cuando comenzaron a salir, y ahora lo tiene bastante claro, no había más que un mutuo acuerdo de emparejamiento; no es que no existiera emoción alguna derivada de la novedad de salir con un chico nuevo y mono (o con una tía guapa y dispuesta), pero no había sido tanto algo espontáneo como un plan para no estar solos. S sabía también que eso no era nada malo, pero estaba comenzando a dudar sobre si todo ese rollo no será más sintético de la cuenta. Algo más forzado de la cuenta. Algo más asociado a un cronómetro o una brújula, que a un volcán o una tormenta, por probar analogías más seculares.
En resumen, S tiene miedo de haber alargado lo que debería haber sido nada más que un par de polvos; y todo por su manía de querer hacer pasar todo placer de su existencia por algo que solo forma parte de un apartado meditado y adulto de su vida.
Cuando saca el tema, J intenta meter la mano entre sus piernas. Ella la aparta. Él la vuelve a meter. Entonces ella la aparta con violencia. La mente de J está llena de imágenes recurrentes: se ve a si mismo cuando acabó la carrera, cuando consiguió hacer reír al tío en su primera entrevista de trabajo; cuando le subieron el sueldo, cuando salió con aquella chica pelirroja y delgada y preciosa (sexo anal la primera noche), cuando se ligó a S, que acababa de cortar con un tío y él la hizo reír y luego follaron en su coche. Estaba tan caliente la tía, ella estaba incluso más caliente que él.
Como J seguía intentando meter mano a S, S le insultó (cerdo) y salió de la habitación. Solo llevaba un salto de cama. Se puso las zapatillas, cogió el tabaco y decidió salir de la cabaña.
Fuera solo le esperaba la boca del lobo. Y encima comenzó a escuchar cómo algunas ramas se rompían. Parecían pasos. O al menos algún animal. «Lo que faltaba», musitó para sí misma.
–¿Hay alguien ahí?
Entonces una figura enorme corrió desde su derecha y hacia ella por el porche de la cabaña. Antes de que pudiera reaccionar, algo cortó el aire y la golpeó brutalmente en el pecho. Se miró e intentó gritar, pero no pudo, tenía un hacha absurdamente grande hundida en las tetas. Antes de perder la conciencia pudo ver cómo esa figura removía el hacha para sacarla de su cuerpo. S cayó desangrándose al suelo. Murió mientras la figura subía por las escaleras hasta la habitación en la que estaba J. Cuando llegó y entró en ella, J se estaba masturbando. Se alzó el hacha y al caer con un gruñido partió literalmente en dos y en vertical la cabeza de J. El pene continuó duro. La figura y su hacha salieron respirando con excitación de la habitación; luego bajaron la escalera y luego saltaron sobre el cadáver de S para adentrarse nuevamente en la oscuridad.
Al día siguiente, una pareja de otra cabaña bastante distante denunció que no habían podido dormir; alguien, no quedaba claro si un hombre o una mujer, no había parado de carcajearse ruidosamente desde el bosque, no se trataba tanto del ruido como de la sensación de terror que producía. El chico de la cabaña incluso echó a llorar, al cabo de un mes su novia le dejó tras dispararse una noche la alarma de la casa en la ciudad en la que vivían, aunque al parecer no había sido más que un fallo técnico.

hallllllll

Cosa diaria (3 de 10) – Buniatishvili

Suelo pasar por una librería unas tres o cuatro veces al mes. Con esto no cuento los antros de libros de segunda mano que tan bien encajan con mi situación económica. No me considero superficial, pero a todos nos gusta una edición actual, una traducción reciente si el autor es extranjero. A todos nos gustan esas librerías flamantes con buen fondo y posibilidad de encargar libros. Al menos a los que entramos en ellas con frecuencia, y no solo una o dos veces al año para comprar regalos.
Mi librería habitual ya es uno de esos lugares que conozco de igual forma que uno conoce su salón o un aula o su lugar de trabajo. Esto ha provocado que, aunque yo no sea la persona más sociable (y de hecho puedo llegar a parecer impertinente), los empleados ya me conozcan y hasta me hagan comentarios sobre sus rutinas. Esto solo sucede de una forma vaga y para evitar formalismos prefabricados, pero aun así todo forma parte de un trato cordial, ese trato cordial que aún está lejos de hacer que la confianza dé asco, pero que incluye un bonito vínculo de “vecinos de la misma ciudad”.
Una de las empleadas es Pili. Ronda los cuarenta años y tiene un hijo pequeño. Su marido tiene uno de esos trabajos que, aunque a uno le comenten tres o cuatro veces qué cargo implican, uno nunca se acuerda. Es algo que suena a oficina, a gestión de… papeles, a lidiar con la informática con el objeto de llevar a cabo labores grises de las que tampoco se acuerda uno bien nunca por más que le hablen de ellas. Pili es sin duda la empleada más abierta, es la que tiene más gracejo y la que peor habilidad ostenta para llevar máscara alguna, por más aceptable que sea la misma. Además no duda en decir en voz alta lo contenta que está de su labor en la librería; y lo más importante de todo: suena siempre completamente sincera.
Creo que me ve como a un buen chico, o al menos como alguien que jamás te putearía a sabiendas, aunque solo sea por pereza.
Un día en que me está cobrando un libro de tapa dura demasiado caro (sección Novedades, Narrativa extranjera), casi como sin querer, me comienza a hablar de «su niño». El crío tiene diecisiete meses, y efectivamente está en esa fase en la que aún se le cuenta la edad en meses. Algo pasa con él que ha desconcertado a Pili, y es que según dice, la primera palabra que ha pronunciado el niño ha sido: «Buniatishvili»…
De entrada empiezo a pensar que la mujer es menos ingenua de lo que creía, y que me está tomando el pelo. Pero en lugar de sonreírse enseguida y darme a entender eso, me sigue hablando del asunto. Dice que el crío pronuncia la palabra perfectamente. No balbucea ni se equivoca. No dice Mamá ni Papá, ni siquiera ningún taco, lo que dice todo el tiempo es: Buniatishvili. Responde con esa palabra a cualquier monería, a cualquier orden, se queja con esa palabra y es la última que dice cada día;
–Que duermas bien, cariño.
–Buniatishvili…
Eso me comenta Pili.
Dice que el crío lleva cuatro meses así. Y que no sabe por qué, pero le preocupa. Cuando hay visita en casa todos preguntan siempre qué es eso que dice el crío sin parar. Entonces Pili intenta dar un explicación de esas que le restan extrañeza e importancia a todo. Eso es algo que al principio, según dice, le funcionaba, pero que ahora hace que algunos conocidos –al ver que el niño sigue igual– se rían de esa forma en que la risa al final se congela o acaba en un cambio brusco de tema. Porque da la impresión de que esa palabra se ha apoderado del crío, y que por puro instinto ya siempre recurre a ella y ha perdido la inercia de cualquier muchacho a aprender más vocabulario de una forma natural.
Para su madre la situación está comenzando a ser demasiado extraña. Dice que tiene la sensación de que, al pronunciar el crío esa palabra tan bien, es más como si fuera un ruido. Como un animal que nace haciendo un ruido concreto, y luego ya hace siempre ese ruido durante toda su vida hasta morir, porque no tiene la capacidad del habla. Dice que ha tenido pesadillas con eso; ha visto a su hijo intentando ligar con chicas solo con esa palabra, yendo a entrevistas de trabajo solo con esa palabra, escribiendo y sin que le salga nada más que esa palabra. Buniatishvili. Complicada, sí, pero solo la misma palabra todo el tiempo. Su hijo yendo a pedir una hipoteca, haciendo el amor, dando el pésame, transmitiendo odio, pesar, tristeza. Y solo cambiando el tono en que pronuncia la palabra. Ha llegado a ver en sueños la tumba de su hijo con la palabra inscrita. Lo ha visto convertido en leyenda urbana; ha visto el futuro, todos conversando entre ellos y riendo mientras piensan en ese alguien, una persona que solo sabía pronunciar una palabra. Ha visto a Modernos jurar que eso no era una leyenda, sino un relato de kafka. Ha visto a ancianos jurando que ellos conocieron al chico.
Se ha imaginado cómo podría ser la vida del chico; qué mujer se enternecería con eso; de qué modo se le podría evaluar académicamente, qué explicación rápida podría dar ella a toda la gente que le conociera por primera vez. Cómo conseguiría que no se rieran de él o le tuviesen miedo. Etcétera.
Le pregunto si ella sabe de dónde viene esa palabra. Dice que hay una pianista, Khatia Buniatishvili, una chica muy joven a la que ella escucha tocar, pero que ni siquiera tiene discos suyos, deja largos videos de Youtube puestos, largos conciertos, pero no recuerda haber pronunciado la palabra cerca del niño. Tampoco sabría cómo se pronuncia de verdad, dice, pero ha visto otros videos de entrevistas en que el sonido de los periodistas al presentar a la joven música es exactamente el que su niño hace. No tiene duda, ha oído la palabra de mil formas de su boca infantil, sílaba a sílaba, dicha en un suspiro y también pronunciada muy lentamente. Ha llegado a pensar si su hijo no será la reencarnación de alguien que pasó enamorado toda su vida de alguna chica georgiana, o si no habrá algún novio de la música que ahora de repente no sepa pronunciar ese apellido pero sí el resto del vocabulario de adulto. O quizá el padre de la muchacha. Una especie de misterio de Dios, o de desorden cósmico. Se pregunta si lo que le pasa a su hijo no será la respuesta a algo realmente relevante y decisivo relacionado con el sentido de la vida o el orden subyacente que rija la existencia.
Me quedo atónito. Intento volver a la tierra y le digo que seguramente esté sacando las cosas de quicio, que lo único que debe estar pasando no es más que una fase infantil; extraña, pero solo una fase, algo de lo que ella hablará relajadamente en unos años, una anécdota sin más. No es que no pueda entender para nada su inquieta reacción, pero no puedo alimentar esa preocupación que, honestamente, creo de verdad gratuita y absurda.
En cierto momento entra en la librería el marido de Pili. Lleva en brazos al niño. Los he visto en contadas ocasiones. El crío tiene unos grandes ojos marrones. Al entretenernos con la historia, Pili aún no me ha devuelto el cambio, no me ha dado una bolsa para el libro, está todo a medias. Pero ahora tengo cierta curiosidad. El tipo se va detrás del mostrador y le da un momento el niño a su madre. El oficinista, aun sin manejarse muy bien, decide encargarse de cobrarme, coge mi billete del mostrador, no me mira a los ojos. De golpe tanto él como ella parecen crispados. Ella sujeta al niño y parece simular que juega con él. Saca un caramelo de un bolsillo e intenta que lo agarre con la manita. Entonces la criatura dice:
–¡No quiero!…
Cuando ya tengo mi libro en la bolsa, me despido con un monosílabo mirando mi reloj. Justo antes de abrir la puerta para salir a la calle oigo un resoplido y un sollozo, pero no sé si ambos de la misma persona, o si el sollozo era del crío. Saco un cigarrillo y echo a andar camino a casa.

bunia

Cosa diaria (2 de 10) – El novio de mi novia

El novio de mi novia siempre es un capullo. A veces es joven y a veces no. A veces sé de su existencia y otras no. Pero siempre es el mayor pedante de la historia, un tramposo que ha engatusado a la chica, la ha engañado, disfraza el sexo de noviazgo, disfraza su proceder de tiempos de juventud o modernidad. Ese mamón a veces con cara y a veces sin, siempre está montándose alguna historia sobre lo Honesto y cuidadoso que es, sobre lo bienintencionado que es. Eso sí, nunca es celoso o posesivo, nunca se enfada de verdad, no muestra instintos masculinos que no encajen en un contexto actual. Y si se le acusara de cualquiera de esas cosas, lo negaría disparando dignidad en todas direcciones. Sus gustos y acciones son exquisitos dentro de un contexto no muy llamativo. Y por supuesto tiene su vida controlada; siempre tiene una justificación lógica y práctica para todo. El novio de mi novia siempre es un mentiroso; y ni tan siquiera un buen mentiroso, ni siquiera es honesto como mentiroso: no miente del todo ni dice la verdad del todo, disfraza sus intenciones y todos los hechos. Así es el novio de mi novia, el que sea, el actual, los que pasaron, los que vendrán. Y ni siquiera sé bien si quiero convertirme en el novio de mi novia. A veces parece mejor verlo desde fuera, ver todos los intentos patéticos de esos tíos, imaginárselos desde la distancia, desde la larga distancia y cobijado en impedimentos con más o menos sentido. El novio de mi novia es un embaucador, y yo sí tengo celos, sí tengo envidia, sí me jode el sexo libre y las mamonadas del carpe diem si yo no soy el centro de ellas. Él es un demonio y ella comete siempre el error de creer en él. No es de fiar y es mi piedra de toque. El novio de mi novia siempre afirmará que no es como yo; o bueno, no lo afirmará, recordemos que no es un mentiroso per se; lo que hará será ACTUAR. Usará los números y los horarios, los méritos y los galones, hará notar sus cualidades haciéndolas pasar por mayores de lo que son, y a la vez simulando que él no hace esas cosas. Sea quien sea, el novio de mi novia es un buen chico, sencillo pero con cierta ambición, con planes concretos y poca abstracción. Rarezas solo las justas, para hacer pasar su neutralidad por carácter propio, y sus equivocaciones por entrañables imperfecciones de alguien a quien no le importa reconocer que es humano. Así es el novio de mi novia, el muy capullo, sea quien sea.
Y aunque ella no se considere mi novia si le preguntas, uno no puede negar cómo la ve, ni disfrazarla de amiga o compañera. Celos y rabia y envidia, a la orden del día; y me producen cierto placer, porque eso hace que no me parezca una mierda en la versión oficial al novio de mi novia. Di novio, o amante, o amigo con derecho a penetración: son todos unos aprovechados, buenos chicos de la era Iphone, modernos, fibrados, academizados, dispuestos a contarte sus andanzas, siempre dejando claro que ellos jamás confundieron molinos con gigantes. Ellos son caballeros con foulard y complementos de tecnología predominante. Siempre al día, frescos y sonrientes, filósofos pero solo antes de trascender la pose. Los novios de mi novia siempre tienen un gran futuro mientras yo sigo siendo un gilipollas. La autocompasión es como el placer que te produce rascarte. Lo bueno es que es honesta, aunque no sea productiva. Son fases necesarias, la dosis industrial de hipocresía propia jamás me hará cambiar de opinión respecto al novio de mi novia. Pecar de lo mismo, si tal caso se da, tampoco. Siempre podré, al menos, ser muy consciente de que lo mío es auténtico, y que si algún día se dan las circunstancias para que me convierta en el novio de mi novia, siempre procuraré con todas mis fuerzas que el nuevo pretendiente se equivoque al juzgar al novio de su novia. Aunque obviamente jamás le respetaría si no fuera yo para él un capullo, el siguiente capullo. Es la misión del Hombre, ya sea a corto o a largo plazo, ser el novio de su novia, y de no ser así, maldecir a quien en ese momento lo sea. Es tan inevitable como que nos corre la sangre por las venas. No somos productos racionales, no somos estudios de mercado, no somos buenos ni malos. Somos descontrol y putrefacción futura. Todos lo somos, todos menos ella.

efe

Cosa diaria (1 de 10) – Caniches y autodesprecio

Debe saber que cuando el periodista es hombre me vuelvo cabroncete, y cuando es mujer todo lo contrario, que al final suele significar volverme cabroncete también. Ya que la entrevista es por escrito y puedo pensar las respuestas y revisar la redacción, voy a intentar ser sincero. La pregunta incluye dos o tres preguntas más dentro, a algunos de ustedes les gusta preñarlas… De modo que no dudaré en meter mi rollo.
Además veo que usted intenta ser original. Creo que sé por qué hay personas que se compran un caniche y luego lo meten en su bolso para salir a pasear, pero veremos si tiene algún sentido todo esto.
Hay ciertos cimientos socioecnómicos, por decirlo así, que ayudan a que esas cosas pasen. Es una cuestión de herencia. No de herencia genética, sino de herencia educativa. Es un argumento un poco de perogrullo, porque el concepto de educación lleva siglos siendo el mismo; pero es obvio que es una de las razones por las que existen las niñas pijas. Es una forma occidental de hacer las cosas. Es ese ánimo sintético que quiere hacerse pasar por sentimiento auténtico, e incluso por pasión. En este caso pasión por los animales. Y es también algo cultural, paseamos a nuestras mascotas caninas en lugar de comernoslas, algo que seguro harán en alguna otra cultura, y con lo que nos asquearemos, como si nosotros tuviéramos la copia original sobre la mejor ética tradicional posible, u oportunidad de elección alguna sobre el contexto social en el que crecemos, y al que nos acostumbramos.
Como sabrá, por esta forma de educación oficial hay una descompensación total; gente abocada a trabajos respetados y gente abocada a trabajos de bajo perfil. Los primeros podrían tener una oportunidad económica de crecer, los segundos no. Y en la mayoría de casos ambos trabajan sin parar en cosas que no les importan lo más mínimo. Eso anima aún más a la faceta superficial de todo. Como no eres una persona con resortes abstractos relacionados con la creatividad o la ilusión por la vida más allá de los viernes y las vacaciones, lo que haces es convertirte en consumista. Como haces algo que no te apetece la mayor parte del tiempo, luego te ves con derecho a ser superficial, a ser jerárquico, a merecer galones, a ser artificial, un capullo, etc.
De entre los que tienen dinero de verdad, los hay de dos tipos; unos son los que han hecho su fortuna a base de ideas y trabajo propio; y luego están los ricos herederos; y aquí hay dos grupos para mí, los enchufados y los que nacieron ricos. Lo que nos ocupa atañe sobretodo a los que nacieron ricos. Como es lógico, hablamos de gente que vive en una burbuja. Es decir, aún más que el resto, pero en un contexto en el que, si quisieran, podrían hacer casi lo que quisieran de sí mismos, convertirse en lo que quisieran, ya que no están atados a imperativos económicos. Ni siquiera el sistema educativo debería poder convertirles en autómatas (aunque lo haga a cierto nivel).
Pero dadas las circunstancias, son seres que se convierten en una versión diez veces más superficial que el ciudadano de a pie. No son más que TÚ multiplicado por diez, o por cien. Tus mierdas elevadas a tropecientos. Nos son tan distintos, solo son la misma gente pero con MUCHOS más medios. He ahí donde se pueden sospechar serios fallos de raíz en el modo en que lo manejamos todo.
De ahí pasan a crear un universo propio. Un mundo en el que las viviendas y los coches se pagan al contado; en el que las relaciones son una cuestión tan solo de eso, de relacionarse. Es un estatus distinto, de otro planeta, las prioridades son otras; o más bien, son las mismas pero llevadas a otro nivel. Mucha gente dice que si le das dinero a tu hijo siempre que lo pida, le estás maleducando. Lo cual es como decir que si pones una bomba en un Mercadona podrías matar a alguien. O sea, una obviedad que da casi vergüenza ajena, más bien el tipo de soplapollez que se dice para rellenar el silencio y quedar como alguien maduro. Y ninguna de esas personas se pregunta por qué también la educación de sus críos gira alrededor del puto dinero; cuando en realidad eso no tendría ninguna importancia si el niño no fuera ya desde crío un proyecto educativo de Productor y Consumista, sin más; sino un proyecto de persona. De persona con inquietudes propias, distinta a las otras personas y a la vez tolerante con ellas, etc.
Cuando se trata de críos ya ricos desde el útero, sus burbujas son de colores y muchas veces sus valores son inexistentes, están bajo cero. Suele ir con el poder el hecho mismo de la ignorancia y la insensibilidad, al haber esa escisión clara entre educación y cultura. Porque no importas tú. No importas. Tu valía no vale para nada. De modo que, si tienes pasta, comprarás un deportivo, te harás especialista en moda, podrás hablar durante horas de diseño de interiores, de tecnología, de los demás… Y así, no tendrás ni puta idea de nada de lo que sea importante, mucho menos a nivel emocional, tampoco de animales, aunque dirás que los amas (es mono), pero como tu caniche da demasiado por culo al sacarlo a la calle, lo que harás será llevártelo a tu órbita, lo convertirás en un complemento más, lo meterás en tu bolso con la cabeza asomando, y aun así te preguntarás por qué el puto perro no para de ladrar.
Por todo eso creo que hay chicas que llevan sus caniches en el bolso.

En cuanto a lo otro que me comentaba, creo que tu YO más auténtico está en el resoplido de la persona que te importaba y que finalmente consiguió librarse de ti. No hace falta que se alarme, pero le estoy perdiendo miedo a la muerte a pasos agigantados.

sf ...