Tres «cartas autoconcluyentes» a Beatriz* (2 de 3)

Decir: ¿Pueden salir todos de la habitación menos ella, por favor?… (Así en genérico.)
Pero nunca funciona, ni como indirecta, nadie se mueve, tampoco ella; de hecho es probable que ni se dé por aludida (aunque es mejor eso a que se sobresalte y sea ella la única que se vaya…). O bueno, quizá se da por aludida pero disimula, porque hay un montón de tíos mejor preparados que tú aquí (y quién puede culparla). Incluso pueden hablar en otros idiomas cerca de ti entre ellos para que no les entiendas, y hasta ligar con ella sin que te enteres de casi nada hasta el morreo. No hay subtítulos, y aunque hablen en inglés hay demasiado ruido y filtros como para que llegues a pillar algo con tu escaso dominio del idioma.

O decir: En serio, esto no te lo puedes tomar en serio…
Para no asustarla. Y que no sepa lo que sientes de verdad. Puede que cambiar tu look ayudara; algo en esa línea en plan “me preocupa demasiado qué me voy a poner, aunque no lo diga”. Algunas agradecen eso si va acompañado de medallas. Porque “él” es un… porque no le importa acentuar su lado femenino, y es tan encantador, y tiene amigos gays. Pero tú no podrías… no podrías hacerte pasar ya por eso. Eres muy abierto y tal, pero eres de provincias, un poco bruto en el fondo, de barrio, solo conoces gays de la tele. Eres como de la periferia del entorno que ella habita. En fin, Tú, Yo… ya sabes, esto puede afectar a cualquiera, pero aquí la diana sigue siendo Beatriz* (aunque no hay intención pasivo-agresiva).

O decir: No, estoy bien, no me pasa nada…
Para calmarla. Esa frase es un intento absurdo, como cuando un crío herido en su orgullo grita completamente rojo, con los ojos hinchados y las lágrimas goteando: ¡No estoy llorando!
Pero aun así a veces funciona, porque aunque ella no te crea, puede que decida hacer como que se lo cree… para sí misma. Las autonegaciones y demás siempre están en juego también; nunca hay que menospreciar la capacidad que todos tenemos para negar la realidad que tenemos frente a los morros. Han florecido familias de esas falsedades, generaciones y más generaciones producto de diálogos en los que alguien se ha querido creer frases como “No, estoy bien, no me pasa nada”, entre muuuchas otras. No importa, al fin y al cabo lo importante es que ella esté bien, ¿no?, ¿no va de eso todo esto? Quiero decir, la adoración, no estas líneas en sí mismas, que solo son como pegar una meada para no ir mojado el resto del día (o la vida)…

O decir: Tengo ganas de hacer un montón de planes para los dos, y lo quiero hacer ahora.
Que es algo así como dar aliento a la muerte. Y Beatriz* no está muerta, no es la del paraíso de Dante, ésa era Beatriz, aquella furcia sin asterisco. La que no quería sonreír para no deslumbrarte más de la cuenta (literalmente). Pero… eso, que no puedes lanzar ciertas frases así como así, y menos que conlleven planes a largo plazo, eso acojona a cualquiera, tenga amigos gays o no. Da igual lo moderno o anticuado que seas, necesitas tu parcela de futuro, pase lo que pase luego; necesitas pensar que nadie te quiere dejar sin eso. Que, como persona aún joven y luminosa, vas a seguir sacándole brillo a un hermoso y lubricado interrogante. Aún durante mucho tiempo. Eso es bonito. Supongo. Tanto para ella como para mí… sí… puede que un poco más para ella.

O decir: Podríamos disfrazar el sexo de viaje vacacional para tener de una vez una habitación lejos para nosotros.
O sea, proyectar decir eso si alguna vez… Convertirte en el tío definitivo que diga eso tras el cual no haya ya más (). Lo cual da una rabia cuando uno imagina a otro diciéndo(selo)lo… Esos mamones que tachan casillas y nombres y se les da tan bien vivir

Pero te quería contar una cosilla (y ahora ya no me hablo a mí mismo en segunda persona; ni de ti en tercera)… Esto fue todo producto del mismo principio por el que uno come o incluso se autodestruye o autosupera (necesidades primarias). Y aquí se llamó Helena* (no la Helena del caballo de madera y la guerra, los mitos o Brad Pitt), aunque obviamente era solo un capricho, como una moda, y aquí la estética también tuvo mucho que ver. Ésta sonreía y no necesité gafas de sol, la cosa iba más bien de chupetones y vidas paralelas (mi entorno apenas te conoce, pero aun así me da vergüenza hacer ciertas cosas sin… ser tú, y que alguien lo sepa). Y mientras hacía todas esas cosas que haces a veces simplemente porque te dejan hacer, no me sentía como un Paris real. No sé si lo había. Más bien era un intento idiota por huir de ti unos minutos, aunque no servía de nada, porque siempre coincidía que todo pasaba dentro de las ocho o nueve horas diarias en las que pienso en ti. Yo no era Paris ni quiero ser Dante, aunque seguro que lo querría si fueras la Beatriz sin asterisco, aunque tuviera que comprarme unas gafas de sol graduadas para verte sonreír, cosa que me da una pereza horrible (lo de las gafas, no lo de verte sonreír). Así que eso pasó, y no fue la única vez. Pero la vergüenza me impide sacar más de lo que yo considero trapos sucios; eso de meter la cabeza bajo la falda equivocada. Y es que sigo sin tener amigos gays (y si los tuviera no necesitaría apuntarlo en el currículo).
No es nada, solo se trataba de hablar un rato con algo que no fuera la almohada. No volverá a pasar. NO.

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1 comentario en “Tres «cartas autoconcluyentes» a Beatriz* (2 de 3)

  1. ¡Divina Comedia! Hombre, yo espero que sí, que vuelva a pasar: queda la tercera carta, no nos dejes sin ella. De la primera, me llamó la atención mientras te leía lo mucho que se parece la palabra «estable» a otra, «establo». Saludos.

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